domingo, 21 de enero de 2007

La lidia del manso

Partido malo en el Calderón, pero curiosa sensación de haber visto un buen partido. El Atleti ganó por fin al Osasuna y lo hizo sufriendo, sacando casta y doblando el espinazo de un rival incomodísimo. Y todo ello con Lizondo como estrella invitada, encantado de salir en las fotos.


Antes del partido, balonmano, que España debuta en el Mundial. Y para los que llevamos el Atleti dentro, el balonmano es un deporte importante. Así que antes de ir al Calderón las pasamos canutas viendo como España no rompía a sudar pero al final, ya en los bares de cerca del estadio, suspiramos aliviados al ver que sí, que ganamos. Y es que ver un partido de balonmano rodeado de gente con bufandas rojiblancas le hace a uno mirar atrás en el tiempo y acordarse de la lumbrera que decidió acabar con esa sección del Atleti que tanto orgullo y tantas alegrías nos dio. Y así, antes de entrar al campo, vivimos cada gol con más intensidad que los aficionados de otros clubes, y celebramos cada parada de Hombrados como si fuera nuestra, igual que celebramos cada canasta de Garbajosa, porque ambos son de los nuestros.

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Algunos aficionados a los toros han visto la lidia de cientos de bichos de todas las condiciones: bravos, blandos, listos, chicos, jaboneros, complicados y borregos (de estos, cada vez más). Y estos aficionados, por lo general, recuerdan con letras mayúsculas la lidia de algunos mansos de esos listos, que aprenden, que esperan y de los que no te puedes fiar ni cuando vas a por el estoque de verdad. Los mansos, si son listos y fuertes, hacen perder los papeles al más pintado y obligan al matador a olvidar la pinturería y fajarse de cerca, sin ceder espacio y sin perder un ápice de concentración, porque el mínimo error puede ser un problema de los gordos. Y ayer salió el Osasuna con maneras de manso listo.

En circunstancias normales uno hubiera esperado una pitada de salida, pero la ocasión no era propicia. Primero, porque eso de pitar al equipo ya no se lleva aunque te eliminen de la Copa, y, segundo, porque era un partido de cuentas pendientes y la grada entendió que tenía que devolver el recibimiento que al Atleti hacen en el Sadar, hoy Reyno de Navarra, desde que el Atleti-Osasuna se ha convertido en un partido de tanta rivalidad. Debió ver Ziganda las pinturas de guerra en el fondo sur y les dijo a los suyos que esperasen, que buscasen los defectos y no fueran para arriba. Y así lo hicieron. Y se plantó el Osasuna sin muchas ganas de meter un gol pero con la intención de dejar claro que tonterías las justas. Y salieron con cara de pocos amigos y si llegan a ir al estadio en metro se hubiera hecho el silencio en el vagón. Y en cada disputa había una patada y en cada salto un codazo, dejando claro que sí, que había cuentas pendientes. Y en medio de todos Nekouman, un iraní con nombre de personaje de dibujos animados japoneses, marcando el ritmo de todos los demás.

Lo único que tenía claro el Osasuna era que iba a utilizar la fórmula que ya usan otros equipos para ahogar la salida del balón del Atleti, tan popular ya que se encuentra en algunos herbolarios, en bolsitas, y con las siguientes instrucciones de uso.


“Abrir el sobre y esparcir su contenido. Marcar al segundo central (sobre todo si es Zé Castro), asegurándose de que el portero se vea obligado a dársela a Perea. Remover, dejando actuar a Perea, achuchándole un poco se si considera oportuno. Esperar unos quince segundos hasta que Perea pierda los papeles, pegue un pelotazo o se la dé a un rival. Dejar reposar y servir en vaso de sidra, a ser posible”.


Así que eso hizo el Osasuna y cada vez que Perea sacaba el balón las señoras se tapaban los ojos con la bufanda y los padres cubrían los ojos de sus hijos para ahorrarles el mal trago. Y Perea, fiel a las instrucciones, le dio unos cuantos balones a Nekouman y compañía y a éstos no se les acercaba nadie. Ni Luccin, bien toda la noche (a pesar de alguna entrega arriesgadísima al rival por culpa de uno de sus controles espirales), ni Maniche, intermitente y con buenos momentos, se hacían con el cotarro. De Galletti, perdido en el regate, el centro y el remate ni hablamos. Y menos de Jurado, a quien su madre debió decir que no se acercara a ese señor tan alto. Y así paso buena parte del primer tiempo, sin más interés que ver si alguno se acercaría al iraní más que lo que la prudencia aconsejaba. A todo esto, Aguirre expulsado, tres amarillas al Atleti y el árbitro incómodo por no ser el único protagonista.

Y empezó el segundo tiempo y parecía que el Osasuna se echaba un poquito atrás, empezando por el iraní, y esto nos venía bien. Y también pareció que el Atleti entendió que la lidia era otra, que había que entrar al choque y remangarse y dejarse de faenas de pellizco e inspiración. Y lo entendió Aguirre, y sacó a Gabi por Galletti y acertó, porque el centro del campo fue otra cosa, con más presencia y más ganas, empujando al Osasuna hacia su portería. Y Agüero, de quien no hemos hablado hasta ahora, estaba por la labor y lo hizo bien. Parece que Agüero, a pesar de ser jugador de pellizco, está más cómodo en partidos trabados, en los que no se le ve en absoluto intimidado, rodeado de rivales que le sacan dos cabezas de los que se va como quien cose. A punto estuvo de meter un golazo a Ricardo y creó peligro y ocasiones, una buena para Torres, más desfigurado pero siempre ahí.

Se estiraba el Atleti y las pocas veces que no acababa jugada se ocupaba Zé Castro de cortar los contraataques. Ayer cuajó un partidazo no sólo desplazando el balón sino al corte, en el que no tuvo ningún fallo que yo recuerde (si bien contó con la ayuda de Torres, toda la noche despejando de cabeza en su área). Siempre estuvo ahí y va cogiendo un peso en el equipo que no sospechábamos cuando fue presentado con esa carilla de componente del grupo Parchís. Pero en pocos partidos se ha hecho con el mando ahí atrás, y manda a los compañeros, y llega al corte con fuerza y buena colocación y si sigue con esta progresión puede ser de esos jugadores que merezcan salir a jugar con galones cosidos a la camiseta.

Así que se estiraba el Atleti. Jurado echó a perder un contraataque de tres contra uno sin que nadie entienda por qué. Y Torres provocó una expulsión y un penalti arrancando y consiguiendo que Maniche le entendiera y le pusiera un buen balón. Y fue a tirarlo. Y llevaba ya varios mal tirados y todos pensamos que podía pasar. Y pasó. Torres tiró fuera y cincuenta mil personas nos llevamos las manos a la cabeza. Cincuenta mil una, porque también Torres se tapó la cara con las manos y luego con la camiseta y se le vio hundido como pocas veces, consciente de que no habría muchas más ocasiones para doblarle definitivamente el espinazo al manso. Y el público se dio cuenta de su abatimiento y reaccionó coreando con estruendo su nombre para aliviarle el momento, para decirle que no pasa nada. Y, en ese momento, el que suscribe volvió a dar las gracias a quien corresponda por ser seguidor de este equipo y miembro de esta afición.

Podía pasar lo que otras veces, ahora que el Osasuna tenía un equipo más ofensivo con Valdo y Soldado, pero no pasó. Porque el Atleti siguió tirando del partido para adelante, con un centro del campo más batallador que no rehuía los encontronazos. Y en una de estas Antonio López inició un contraataque, intentó una bicicleta pero le salió un ciclostatic pero al menos sacó un corner. Y de ese corner nació el gol de Zé Castro, y la grada fue un trueno y algunos nos alegramos especialmente por el chaval, porque se merecía un gol tras el partido que había hecho.

Y, cuando parecía que el protagonista único iba a ser Zé Castro, Lizondo Cortés se puso celosón. Algunos árbitros necesitan más protagonismo del que da esa camiseta que llevan ahora, que parece de cambiar ruedas pinchadas, y cuanto más salgan en la tele, mejor. Pero si del Lizondo de ayer dependiera saldría todavía más y nunca accedería al campo por el túnel del vestuario, sino que bajaría al campo desde el palco, por la escalera, rodeado de bailarinas con sombreros de plumas. Durante el primer tiempo ya pitó varias cosas incomprensibles, muchas en contra del Atleti y algunas en contra del Osasuna. Pero no es suficiente para una estrella, así que aprovechó que quedaban quince minutitos para echar a otros tres, que junto al del penalti y a Aguirre suman cinco. A Soldado por un codazo, a Raúl García por reincidente y a Ricardo por tener pocas luces. A la calle cinco, ahí es nada.

Y final. Y menos mal, y qué partido más malo pero qué sensación más buena. La sensación de haber ganado a un equipo que siempre se nos atraganta, la sensación de haber visto unos jugadores entendiendo que a veces hay que sufrir para conseguir algo. La sensación de haber visto una lidia poco vistosa pero de mérito, de poder y de coraje. Que dure esa sensación, que dure.

viernes, 19 de enero de 2007

Crónica agridulce y al alimón

Hoy la crónica es rara. Y tardía, por mi culpa. Pero rara porque es una crónica hecha entre dos. La primera parte, por un insigne periodista atlético, comentarista de mi blog y compañero de fatigas. La segunda parte, por el que normalmente suscribe. Cara y cruz de una afición que se debate entre seguir creyendo o tirar definitivamente la toalla. Lo primero puede ser excesivamente inocente pero lo segundo es totalmente inadmisible para los que practicamos esta fe. Por eso hay un poco de ambos en cada uno.


¡Ponme una pinta de rubia! La apuro en dos tragos. Siempre me pasa antes de los partidos. El bar, un pub irlandés grande y acogedor, está casi vacío. Hay una extraña pareja en el reservado, que escenifican dándose el filete lo que parece el típico adulterio de oficina; un par de atléticos sueltos; un grupito de atléticos derrotistas que, a la postre, acaban resultando amigos del insigne autor de este blog. En fin, poco ambiente. Mi señora, que me acompaña por pura solidaridad en un sincero acto de amor, se pide un Bloody Mary. El Atleti sale aguerrido. Mista por Agüero para fajarse junto al Niño. Pernía y Antonio por la izquierda. El griego y Galletti por la derecha. En el centro de la zaga Ze Castro y Perea. La presencia del colombiano es lo que menos me gusta. Enfrente lo esperado: un Osasuna ultramotivado, probablemente para demostrarle a Aguirre que se equivocó marchándose.

Presión constante y ordenada que ahoga totalmente al Atleti en el arranque del partido. Parece que el plan del Vasco es aguantar la salida en tromba de los navarros y luego hacerse con el partido. El plan no marcha mal, con el equipo muy serio en defensa salvo Perea, totalmente superado por Soldado, vikingo disfrazado de rojillo, y por la inoperancia táctica de Maniche. Una arrancada espectacular del Niño le recuerda a Osasuna que podemos marcar. El partido se resquebraja a los 16 minutos cuando Puñal mete un golazo empalmando un balón en la frontal. Los navarros, espoleados, atacan con todo, por las dos bandas y presionan de tres en tres a Luccin para que el Atleti no tenga salida de balón. A los 26 minutos el partido se rompe. Galletti, ridiculizado todo el encuentro por Corrales, deja un agujero en la banda derecha.

Seitaridis llega tarde a arreglar el desaguisado y arrolla al osasunista. Penalti a todas luces evitable que nos hunde. Lo marca, de nuevo, Puñal. Nuestros problemas, como siempre, tienen nombres y apellidos: Maniche, Galletti, Perea, Pernía... Pido la tercera pinta y sigo confiando, aunque Osasuna está jugando con muchísimo criterio y presionando como once dragones. El árbitro no puta un penalti bastante claro de Josetxo a Perea. En el descanso, Aguirre saca al Kun por Mista y a Jurado por Antonio. Me mosqueo: ¿por qué deja a Patapalo Pernía?

Osasuna, con todo a favor, ha retrocedido unos metros. Los navarros nos superan en todos los conceptos, pero sigo confiando. Por la puerta entra el Señor Fuentes. ¿Cómo van? Dos a cero palmamos. ¡¿Qué dices?! Lo que oyes. No sé por qué, pero sigo confiando.

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Cinco minutos antes de que acabe el pasaje anterior, llego al bar en el que he quedado con el optimista cronista de más arriba.

(voz en off) – Hay que ver, Sr. Fuentes, siempre está Vd en bares
(C.Fuentes) – no es verdad, esta vez era un pub
(voz en off) – ah, si es así…

Antes de entrar miro por la ventana y veo el panorama tan certeramente descrito en el primer párrafo. Pero no es eso lo que busco, claro. A uno, con el tiempo, le basta con analizar ciertas señales para ver cómo va el Atleti. El ambiente del bar, las caras de los amigos, el tono del locutor… ¿qué parte del cerebro será la encargada de procesar los signos externos y sacar conclusiones rojiblancas? ¿tienen los aficionados de otros equipos esta rara habilidad? Las caras que veo a través de la ventana me vienen a decir que las cosas no van como uno querría, porque ni brillan los ojos de los asistentes ni se corta el ambiente con cuchillo ni se mira la pantalla con la atención con que se mira la escena de la carga de la Brigada Ligera. Al contrario, la gente habla y da la impresión de contar chistes, otros ven el partido pasar como quien ve pasar un rebaño mientras piensa qué se pondrá mañana, los del reservado siguen a lo suyo y él le cuenta a la del departamento de compras que sí, que la quiere, pero que de esto no se debe saber nada en la oficina.

Abro la puerta y pregunto. Pero no pregunto lo que dicen que pregunto. Los del Atleti normalmente no preguntamos “¿cómo van?”. Más bien somos de preguntar ”¿cómo vamos?”, que para algo somos tan parte del equipo como cualquier titular indiscutible y así nos lo hemos ganado tras años y años de derrochar implicación y compromiso. Y me dicen cómo vamos.

(C. Fuentes) - ¡Qué dices!

Pero llego inocente y confiado al segundo tiempo, porque no he visto el primero y la última imagen que tengo del equipo es la de Vigo. Intentando renegar de mi forma de ver las cosas, intento ver la botella medio llena. Dos cero abajo, las cosas pintan mal pero con un gol nos metemos dentro del partido y un gol se mete en diez segundos y quedan cuarenta y tantos minutos de partido.

Y estoy confiado y no sé por qué. Y los mismos signos de antes me dicen que no debería estarlo porque los callados siguen callados, y los que hablaban de otras cosas (a quien mi compañero de crónica llama “derrotistas” y yo llamo “realistas”) discuten ahora sobre la letra del antiguo anuncio de Mitsubishi Electric de la megafonía del estadio (Envanguardiaysiém-preaván-zán-dó) y el del reservado jura y perjura que no le gusta la recepcionista y que lo de la cena de navidad fue una tontería. Pero yo sigo creyendo que, si nos lo creemos (esto es, los jugadores y los de los bares), nos llevamos el partido.

Pero el tiempo pasa y el partido que veo es el partido plano e insulso que ya he visto otras veces, a no ser por el horrible traje que viste mi equipo, que parece que juega de prestado y que no tiene para comprar una equipación que combine. Y el Osasuna parece que tiene claro lo que tiene que hacer pero nosotros no. Y hay un penalti claro del que nadie habla (qué cosas, con los titulares que ha visto uno hoy en la prensa deportiva) que nos metería en el partido de nuevo pero no sé, parece que ni nos lo merecemos. Y el Atleti pierde gas, como tantas veces, y parece que ya no merece la pena ni pensar que lo recuperará. Y aunque Pernía vuelve a sacar bien a balón parado uno echa de menos a Antonio López, y luego echa de menos a Maxi, y más tarde a Simeone, Alemão y Dirceu. Y ve cómo dejamos pasar una vez más ese torneo precioso que llamamos Copa que tantos días inolvidables y tantas alegrías nos ha dado.

Y uno ve que el Getafe va marcando y pasa de ronda, y lo mismo el Depor y hasta el Rayo sigue vivo un buen rato y uno se pregunta por qué no nosotros, por qué no peleamos como debiéramos, por qué el equipo no está a la altura de lo que la grada y la historia merece. Y en estas estoy cuando veo que vuelvo a ver la botella medio vacía y miro de reojo a mi optimista amigo que ve lo mismo que yo pero con menos cara de desesperación.

Y acaba el partido. Y vaya por Dios, nos han ganado bien pero el equipo baja los brazos con demasiada facilidad, dicen unos, y otros dicen que esta panda de jugadores sin sangre no pueden llevar la camiseta que llevaron Gárate y Leivinha. Y el sábado viene otra vez el Osasuna, y el optimista dice que en casa esta vez sí, que ya verás que sí, que se les gana seguro. Y yo, reverso de la misma moneda colchonera, digo que no sé yo, que según jugamos últimamente en casa, como salga Osasuna con las mismas ganas y nosotros con la misma desidia, mal vamos.

Y así transcurre el post partido, entre sentencias desesperadas y cantos a la épica de antes y a un futuro en rojo y blanco que algunos vemos difuso y lejanísimo y otros nítido y a tiro de piedra. Y, como tantas veces pasa, no nos ponemos de acuerdo salvo para pedir la última, que ya se sabe que estas cosas se llevan mejor en los bares… y en los pubs, ya ni les cuento.


lunes, 15 de enero de 2007

Crónica traicionada del Atleti-Celta

Un nombre raro para la crónica de un partido en que el Atleti jugó bien hasta que dejó de jugar, que ganó con menos autoridad de la que debiera y que sirvió para mostrar el camino que hay que seguir y el que hay que abandonar. Un nombre raro, sí, pero con explicación, ya lo verán.



Me insisten mis allegados antes de hacer la crónica: “intenta no hablar tanto de Torres, que se te ve el plumero”. “Sé más objetivo, no le des todos los méritos a él, que hay más jugadores en el equipo”. Y uno, que es bobo y hace caso a todo el mundo, lo intenta.

El Atleti en Balídos. La prensa dice que casi siempre ganamos ahí, que todo es propicio para sumar tres puntos, que está chupao. Y eso es garantía de debacle total, así que uno ve salir a los dos equipos con una ceja levantada y expresión de “espérate a ver”. Pero el partido empieza y, qué cosas, el Atleti funciona. Y funciona bien. Y el árbitro se come un fuera de juego que no existe y uno se desgañita protestando al pensar que se ha podido esfumar una de las pocas ocasiones de gol y al final del partido resulta que ni se comenta, señal de que se ganó con claridad. Y al ratito, penalti mal tirado pero gol al fin y qué alegría más grande y qué miedo a la vez: ¿se echará el Atleti atrás à la Aguirreoise con todo el tiempo que queda o seguirá intentándolo?

Pero el Atleti sigue concentrado y no da sensación de perder metros. Luccin juega y juega bien (aunque se hace con una amarilla sin excesiva necesidad), y hace más de energética dinamo que de errático molinillo de feria. Y el equipo está mejor, aunque Galletti siga perdido y Jurado siga siendo sólo un proyecto, poco metido en el partido, lo que hace preguntarse a uno hasta dónde podría llegar el equipo si en las bandas tuviera gente competente y eficaz. Y el equipo funciona aunque Maniche, pensando en la multa de la policía lisboeta y en la bronca que le echó Aguirre, esté disperso y lejos de su tono habitual. Qué cosas pasan, con poco centro del campo y el Atleti funciona. Entonces uno cae en que el Celta está más perdido aún, deslavazado e insulso. No hay equipo enfrente y esto siempre hace las cosas más fáciles.

Y en estas el Kun, ese que va cogiendo más peso en el equipo según pasan las jornadas, lanza un contraataque, se va de dos o tres, pasa un balón al pico del área y tira el desmarque para la pared, para marcar a placer. No es él quien marca pero se alegra tanto como el goleador, que ha resuelto por su cuenta. Pero es que van 0-2 y el equipo juega bien y el Celta sigue en Babia y sólo van 20 minutos.

Y entonces, poco a poco, el Atleti se va relajando y cediendo el balón y metiéndose un poco atrás. El Celta, despistado, no se da cuenta hasta que no quedan cinco minutos para el descanso y entonces se dice que por qué no, que vamos para allá, oye, que estos están reculando. Y antes del descanso cruza por la mente del Atlético esa premonición tan nuestra: ¿y si marcan ahora? Se acabó la tranquilidad, con lo bien que estábamos…. Pero Perea y Zé Castro sí que están metidos en el partido y Antonio López y Seitaridis también y se llega al descanso sin que haya heridos.

Y vuelve el Atleti y en poco tiempo, fíjense, marca de nuevo Agüero con un remate limpio y preciso. 0-3 y huele a baño pero Aguirre es Aguirre y tiene sus Aguirradas, y quita a uno y luego al otro delantero y echa el equipo atrás. Y empezamos con el miedo y marca el Celta y queda tiempo y si el Celta es un equipo algo mejor y más ambicioso mete otro y llegamos a los cinco minutitos de rigor con la misma angustia de siempre. Porque Aguirre parece que no se da cuenta de que el Atleti no tiene fe en sí mismo cuando se echa atrás, que defiende mejor diez metros más alejado de su portería, que cuando se toca a retirada y fijar posiciones automáticamente se regalan cantidad de balones al centro del campo rival que, en manos de algún jugador competente, son papeletas ganadoras para un suicidio. Pero Aguirre es así y así es desde hace tiempo y para eso le pagan y hasta ahora mal no le ha ido, así que nos callamos y esperamos que tenga razón.

Pero el partido acaba sin bajas ni cansancio y eso es importante porque el miércoles hay Copa. Y el Atleti está ahí, más cerca de la cabeza a estas alturas de lo que podíamos pensar y no se sabe si es por el buen hacer del equipo o por la táctica amarrategui del entrenador o, casi seguro, por el bajo nivel de la liga de este año y por lo frecuente de los desatinos del resto de equipos. Y uno hace cuentas y piensa que si hubiéramos ganado en casa contra los dos últimos en vez de empatar rácanamente ahora estaríamos segundos y más metidos en la pomada…. Y que si jugáramos mejor en general no tendríamos esta curiosa desconfianza hacia el equipo… pero que esto queda en agua de borrajas porque el Atleti ganó una vez más, que no es poco, aunque algunos sigamos con la mosca tras la oreja aunque contentos.

Y hasta aquí la crónica.

Y ahora la traición.

Traición al consejo de mis allegados. Porque hasta ahora no he hablado de Torres, y ni si quiera le he nombrado, y me ha costado lo mío. Porque, ¿cómo hablar del buen juego del equipo sin hablar de Torres? ¿cómo no hablar en mayúsculas del tipo que ha metido los dos primeros goles y ha dado el tercero en bandeja? ¿cómo ignorar al que lleva el peso del equipo, al que, al irse, deja al resto huérfanos de referencia? Sé que soy pesado, sí, pero creo que objetivo. Ahora mismo, en este momento de la temporada, Torres es casi la mitad del equipo. La defensa funciona pero a veces hace aguas. El medio campo no es una garantía ni de destrucción ni de construcción. Y aún así el Atleti juega bien a ratos y mal otros, y creo que en gran parte es porque Torres tira del resto y le hace la vida fácil a todos. Y está en un momento en el que, si fuera piloto de fórmula 1, pararía en boxes, bajaría, cambiaría las ruedas, pondría la gasolina y pasaría un trapito a los retrovisores, volvería a entrar y saldría el primero, y además en menos tiempo que si el resto le echaran un cable. El Kun marcó un gol ayer que tuvo un único secreto: salir corriendo hacia el centro del área una vez que vio que arrancaba Torres. Si alguno más se anima y se une a sus carreras, también se aprovecharían del momento por el que pasa el capitán.

Ya comentamos hace unos cuantos partidos que Torres estaba cambiando de juego, que ya no tiene que irse solo contra todos porque hay quien le sigue, que hace la vida más fácil a los compañeros, que es más generoso, que pasa más el balón, que aporta aún más al colectivo que antes. Si sigue por esta senda limará algunos de los defectos que sus ruidosos detractores denuncian con tanta vehemencia. Y si es así, ¿qué harán, los pobres?


viernes, 12 de enero de 2007

El milagro de las torres y los peces

Frío horroroso en el Calderón. Fútbol horroroso en el Calderón. Frío horroroso de vuelta a casa. Atracón de anti-gripales. Mal resultado y mala imagen. Y aún así, curiosamente, no tiene uno la sensación de vacío de otras veces. Ya verán Vds por qué.


Llegar al Calderón en partido de Copa este año es un espectáculo pintoresco. Ver toda esa cantidad de gente embutida en ropa invernal de colores le hace uno dudar si ha ido al fútbol o a una concentración de teletubbies. Cuando toda esa gente se pone en su asiento y no llegan ni al 10% del aforo, la imagen es desasosegante. Y uno no culpa al aficionado, a quien el Club cobra 6 u 8 euros para ver a un equipo que juega fatal y que posiblemente ni haga un buen partido ni gane holgadamente (dando al menos algo de paz al socio, ya que no da satisfacciones). ¿Quién en su sano juicio paga para pasar frío y ver un espectáculo lamentable? Nadie. Bueno, alguno sí, yo mismo. Pero ayer no ví ni a Indy. Y es que ver jugar a este equipo es ya bastante castigo, pero hacerlo vestido de mapache plumífero debe ser ya la repera. Eso sí, lo que queda claro una vez más es que al Club le importa más la raquítica taquilla del partido de ayer que lograr que el campo se llene de gente con ganas de animar a los suyos. Inexplicable, salvo que la prioridad de la directiva sea la pela, y no el equipo. Y esto es lo que hay y así nos va.

Y salió el Atleti. Salieron Pablo y Zé Castro de centrales, y a mi me pareció bien (en especial algunos pases del segundo, cada vez más metido en su papel de lanzador). Salió Antonio López, a quien ví concentrado y potente, y me pareció bien también. Salió Perea de lateral derecho, ese puesto que ocupaba en Boca, y no lo hizo mal, aunque tampoco muy bien. Se aprovechó de la tendencia a la izquierda que caracteriza al Atleti en casa este año (¿alguien más ha reparado en que la mayoría de los jugadores se ponen en esa zona cuando saca el portero?) para subir unas cuantas veces por su banda, aprovechando su velocidad. Llegaba bien en el desborde pero al llegar cerca de la línea de corner se notaba que hacía demasiado tiempo que no pasaba por ahí, que no sabía bien qué hacer. Perea, que no es un portento técnico, desborda por fuerza pero si tiene que colgar balones precisos otro gallo canta. Salvo una vez.

Salió el Atleti con un medio campo que sugería algún cambio y nada. Salió Mista de inicio, quien posiblemente no debería ser suplente, y aunque corrió y corrió, nada. Salió Jurado a llevar la batuta y no llevó ni el botijo (salvo algún pasecito con intención). Salió Costinha a dar solidez al esquema y tampoco; de hecho entregó bastantes balones fáciles al contrario, contribuyendo al caos. Y no salió Maniche, peleado con el mundo y con la policía municipal de Lisboa. Entre todos, el giratorio Luccin destacó como el más metido en el partido. Todo un síntoma.

Salió Agüero y a mi me pareció bien. Salió Torres, claro, y si no es por él hoy estaría yo de muy mal humor.

El resto, lo normal en casa estos días. Juego ramplón, poca solidez, el contrario a esperar, un descontrol en defensa y gol. Otro gol en casa. Otro gol tempranero en casa. Otro gol evitable, tempranero y en casa. No aprendemos, o no podemos aprender. Hay fallos defensivos demasiado frecuentes. Y pocas ocasiones de gol a favor. Es lo que pasa cuando se juega mal.

Llegó el descanso y el Atleti perdía. Entre el rumor crujiente de papel albal que inunda la grada en los descansos se escuchaba “Friday, I´m in love”. No estaba el horno para bollos pero el Club ponía canciones de esas para sonreir. La misma canción debieron ponerle en el vestuario al equipo, que volvió a salir relajado. Todos menos uno, el del brazalete, que debió estar haciendo la Haka all-black en una esquina mientras el resto se limaban las uñas.

Y volvió al Atleti con la tarea de remontar el resultado y enseguida se quedó con cara de tonto. Iturralde, ese árbitro que disfruta siendo el centro de atención, llevaba ya un rato reclamando protagonismo, como si no le fuera bastante con ir vestido de polo de lima-limón. Expulsó a Pablo (y dicen que con acierto) y el Atleti se quedó con once. Con once, sí, no con diez, porque en el segundo tiempo Torres se multiplicó por dos, o por tres, o hasta por más.

Torres, el de siempre, ese jugador del que se dice que está sobrevalorado y que es un proyecto de boceto de hipótesis de estrella, dejó claro que cuando la batalla se tuerce puede ejercer de mariscal, de artillero, de gaitero y de zapador. No sólo metió un gol de esos que provocan el abrazo con los desconocidos de alrededor, sino que dejó en evidencia a todos los demás jugadores, propios y rivales. Se ajustó Torres los machos y dio la misma sensación que uno tiene en los campamentos cuando ve jugar al monitor mezclado con los lobatos. El aficionado contaba y contaba los jugadores y salían once rojiblancos, a pesar de la expulsión. Recuperaba Torres el balón en defensa, se la pasaba a un medio centro con pecas y coloretes que pasaba por ahí, que a su vez hacía la pared con un tal Fernando con el nueve a la espalda. En estas Perea sacó un pase digno de Schuster, Torres hizo un control digno de él mismo y metió un golazo digno de salir en los calendarios. Y antes de que entrara ya sabía Torres, uno y trino, que había entrado, se abrazó consigo mismo y volvió trotando, concentrado y serio, rodeado de sus varios clones y del resto de jugadores del Atleti, a distancia.

Y si en lo físico pasaba por encima a propios y extraños, sentaba también cátedra entre los compañeros de cómo no darse por vencido, como mostrar a la grada que él si siente lo que ellos. Se vació Torres, y sólo Antonio López pareció seguir de lejos su ritmo y aguantar el tirón físico. Otros jugadores acusaron más de lo aconsejable la ausencia de un compañero, y parece que se aprovecharon de ello para mirar los toros desde la barrera, resignados y cómplices de la imagen que da el equipo en casa. Ausentes, poco comprometidos, muchos vieron pasar a su lado un tipo con el dorsal número 9 dejándose el alma y aún así no pudieron o no quisieron intentar emularle.

Cree uno desde sus tiempos de rudo jugador de fútbol que hay compañeros que, por su calidad, compromiso y capacidad de sufrimiento le hacen a uno jugar al 110% de sus posibilidades, mejorar, crecer. Si los compañeros se involucran, un tipo de esos convierte un grupo de gente en un equipo de fútbol. El Atleti tiene uno que encima es un jugador como la copa de un pino. Esperemos que los demás se enteren o que al menos ese entrenador que se supone tanto sabe de psicología se lo haga ver. Entonces quizás podamos ver de nuevo a un equipo de fútbol jugando en el Calderón de rojo y blanco. Y con doce jugadores.