viernes, 26 de octubre de 2007

Montaña rusa (al minuto)

Ayer jugaron dos equipos con la camiseta del Atleti: de Raúl García p’alante y de Raúl García p’atrás. Los primeros (también Raúl García) lo bordaron, a los segundos habría que haberlos traído andando desde Moscú. Unos y otros dejaron un partido no sabemos si absurdo o divertido o ambas cosas.


Minuto 15. Gritos, puños al aire, palmadas en las espaldas, los pocos que están en el bar se llevan un susto de muerte, a una señora se le derrama el trinaranjus y el camarero sale por si ha pasado algo. Madre mía, ¿pero tú has visto? Qué golazo, vaya tela, qué control, cómo gira, que zurdazo a bote pronto. Esto lo mete Guti y nos ponen la repetición hasta en la sopa.

- (camarero) y si es Raúl ni te cuento

Eso. Madre mía, este tío es un fenómeno, qué golazo, qué control, qué manera de orientar la bola. No deis más la turra con lo del tren inferior y la cumbia y la hija de Maradona y los Leales y lo demás, fijaos en el gol, que es lo importante, lo que cuenta, lo que pocos meten, lo que casi nadie es capaz de hacer. Qué golazo, impresionante, es increíble lo de este chico, cómo ha vuelto del mundial sub-20 ese que ha jugado, vaya cambio, madre mía, a este tipo en forma no hay quien lo pare. Camarero, dos más, o tres, ¿no? Sí, tres. Gracias.

Minuto 26. Manos a la cabeza, silencio, caras de contrariedad. Vaya tela, ¿será posible? Siempre igual, es que somos unas madres ahí detrás, llegan y nos la cuelan, parece mentira, no aprendemos. Mira que lo venimos diciendo, mira que nos ha pasado ya veces y nada, increíble. ¿Es que no hay nadie que siga a ese tipo? ¿Es que no ven que llega solo? ¿Cómo puede rematar un tío así? Es que esa banda es un chollo, ya me dirás que le ha costado meter el pase… Pernía tenía que ser, parecía que se había venido arriba el domingo pero nada, no hay manera, entran por su lado como Pedro por su casa, así no hay forma. En fin, queda partido, está el Kun, qué golazo, madre mía, y llegan estos patanes de atrás y lo echan todo a perder. En fin. No, no, gracias, todavía tengo, luego si eso pido otra.

Minuto 46. Gol. GOL. Gritos secos, cortos y contundentes. La señora ya no se asusta, pero mira de reojo con mala cara. Bien Forlán, golazo, qué importante, que bien, cuánto aporta este tipo. Qué fe, que bien ha hecho, cómo sabía que si fallaba el defensa se le quedaba el balón, qué listo. Si este lo mete Raúl dicen que lo ha metido el más listo de la clase.

- (camarero) Y si el pase de cabeza lo mete Guti, ni le cuento.

Bueno, sí, pero vamos, que qué importante, que bueno es el uruguayo este, fíjate cómo define, qué fe. Es lo que tiene este tío, fe. Bien Atleti, vamos, 1-2, cuidado que ellos no son malos. Sí, otra, vamos a echar otra. ¿Dos? No, tres. Oiga, tres más. Gracias.

Minuto 60. Manos a la cabeza nuevamente. La señora se sonríe, de soslayo. El camarero se percata. La madre que nos parió, otra vez, de nuevo el tipo solo. Ahora por la derecha, vale, que no es el lado de Antonio López, pero es que también se cae Pablo cuando le encaran, somos unos blandos. En cuanto hay uno que juega un poco nos hace un roto, hay que ver el tipo este de las trencitas, mira que venía avisando, pues nada, solito. Sólo queda que le pregunte Eller dónde se ha hecho sus trencitas que él no ha quedado muy contento con las suyas y de paso le ofrezca un café cortado. ¿Y el Cléber este? Vaya tela este también, los dos mellizos estos, menuda pareja cómica. En fin, otra vez empatados, mira que somos burros. Metemos golazos y nos meten goles tontos, jugamos de lujo de medio campo para arriba y de medio campo para abajo dan ganas de hacer limpia y que no quede ni uno.

Minuto 63. Pero dale, saca ese balón, pega un patadón, mete la cabeza, ¿será posible el tío? Que remata el de las trenzas, miraló, gol, solito, fácil, pero bueno. PERO BUENO, ¿SERÁ POSIBLE? Otra vez con los balones parados, otra vez haciendo el primo. OTRA VEZ. Esto es increíble, ¿nadie tiene ganas, raza, galones o palabras que rimen con esta última en el centro de la defensa? ¿Por qué sale Abbiati con las manos abajo? ¿no debería salir con las manos en alto, echarse encima del jugador? ¿Por qué nos se mueve Eller? ¿Sabe moverse Eller? ¿no se supone que lo poco que aportaba era cierta vehemencia de cabeza? Pues nada, no, tampoco. ¿Dónde está Cléber?

- (camarero) ¿Y Pablo?

Sí, Pablo también, ¿pero dónde ha estado Cléber todo el partido? ¿No debería estar ahí? ¿quién ha fichado a Cléber?

- (camarero) el mismo que a Eller

Ah, bueno, pues fíjate, más tranquilo me dejas. Vaya tela, otra vez que nos remontan, qué blanditos somos, qué mal. No, no, aún tengo, no tengo ni ganas de otra ya. Luego si acaso.

Minuto 86. Carreras, abrazos entre la concurrencia, gritos, puños al aire, lanzamiento de panchitos a la señora de antes. La señora, que desde hace un rato sonreía con malicia, se asusta ante el aluvión de proyectiles, el camarero mira y piensa que se fastidie. Madre mía, qué golazo otra vez, este tipo es de otro mundo. Qué bien Maniche, qué buen pase pero vaya maravilla del Kun, este chico nos está acostumbrando a hacer milagros. Ese pase lo mete Guti y nos lo repiten en todos los telediarios.

- (camarero) y si el gol lo mete Raúl, ni te cuento

Ya. Sí. Pero, ¿cómo puede meter ese gol? Pensaba que la había dado con la otra pierna pero no, con la pierna cambiada y casi cayéndose, madre mía, qué gol, qué tío, qué tren inferior.

- (camarero) ¡pesao con el tren inferior!

Es verdad, un poco pesado, sí, pero es que es un fenómeno. Cómo me alegro por él, y por Aguirre, fíjate, me gusta que haya sacado a todos los atacantes, me gusta la actitud, se han ido a por el partido, qué bien. Si, otra, si ¿Dos? Tres. Oiga, tres, invito yo, viva la madre que parió a Agüero.

lunes, 22 de octubre de 2007

Esa sonrisilla

El Atleti jugó contra un rival directo y ganó con autoridad, claridad y buen juego a ratos. Y, lo que es mejor, mostrando recursos. Toda una novedad tras años en los que se perdían muchos puntos en casa contra aquellos contra los que el equipo se juega las castañas.


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A veces va uno por la calle y se encuentra inesperadamente con un amigo con el que hacía tiempo que no hablaba. Un buen tipo de estos que se alegra de verte y te lo demuestra. Tú también te alegras de verle, le preguntas cómo le va, haces cuentas sobre cuándo fue la última vez que pasaste un rato con este tipo tan majo y te preguntas por qué no le ves más. Te das la mano, te das palmadas en la espalda, compruebas que tienes su teléfono y te comprometes a llamarle, o él a ti, a ir a comer o al fútbol o quedar para echar una pachanguita de algo. Luego vas o no vas, pero tu intención en ese momento es ir, que este es un tipo estupendo y es una pena no verle más.

Cuando te despides del amigo sigues andando por la calle con una peculiar sonrisilla boba que dura unos cientos de metros. Los transeúntes con los que te cruzan ven un tipo solo sonriendo con cara de despistado y deben pensar “este pobre hombre es tonto”. Tú sigues un rato con la sonrisilla, acordándote de anécdotas y buenos ratos echados con este tipo, y no reparas en que la gente te ve como un infeliz que sonríe a pesar de la que está cayendo.

A mi, que soy tonto, esto me pasa con frecuencia. ¿Y a Vds?
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Fíjense que llegaba el Zaragoza y uno tenía interés en ver cómo se comportaría el Atleti tras el capón recibido en Barcelona. El Zaragoza tiene buenos jugadores (algunos no tan buenos) y viene de hacer buenas temporadas. Los refuerzos parecen hechos por un tipo cabal (algunos más que otros), tiene unos cuantos argentinos de los que asustan y en principio puede ser de los equipos con los que nos juguemos, una vez más, los puestos que nos pueden merecer.

Pero llegó el Zaragoza, oiga, y a los nueve minutos, antes de que la gente hubiera terminado de comentar lo descortés que había sido Raikkonen al no exigir en la rueda de prensa la vuelta de Raúl a la selección, el Atleti les había metido un golazo. El Atleti, sí, porque aunque lo metió Luís García, lo hizo tras una jugada, que es una combinación de pases entre jugadores del mismo equipo que hace tiempo se veía con frecuencia en el Calderón. Forlán, que es un goleador que hace muchas cosas, le pasó un baloncito exquisito a Luis García, que es un tipo que hace muchas cosas y además mete goles. Así, sin saber por qué, el Zaragoza iba ya a remolque y, de paso, Luís García le explicaba a Reyes lo que hay que hacer para poder protestar cuando te cambian.

Que Víctor Fernández sea un entrenador arriesgado y volcado al ataque no es algo que se crea ya mucha gente. Aún así, con el cero uno el Zaragoza se fue arriba y empujó al Atleti hacia su área. Aquellos que hemos visto al Atleti estos últimos años hubiéramos visto con naturalidad el empate. Pero hete aquí que el Atleti, cuando más achuchaba el Zaragoza, metió otro gol tal y como hacen los equipos grandes cuando te subes a sus barbas. Y un gran gol, otra vez, de Forlán, ese tipo que hace de todo y además mete goles. Y fue a pase de Maxi, ese otro tipo que hace bastantes goles y, entre gol y gol, hace de todo. Hacía tiempo que Maxi no se acordaba de ser Maxi y ayer de sopetón se le quitó la amnesia como se quita la resaca cuando te tiran por la borda. Maxi corrió, se enseñó, peleó, dio pases de gol, hizo un penalti que transformó y metió dos goles, uno de ellos anulado y otro que lo metió él pero fue un gol del Atleti, otra vez de jugada, otra vez con varios tocando el balón con criterio.

Jugaba el Atleti pues con tres tipos que hacen muchas cosas – Forlán, Maxi y Luis García – y otros once que, animados por el general ambiente de fútbol, se pusieron a hacer lo suyo. Lo hicieron Pablo y Zé Castro, quizás favorecidos porque Milito no parece en su mejor momento. Lo hicieron también Raúl García y Maniche, a los que los centrales buscaban para sacar el balón y miraban para defender con más alivio que otras veces, más cerca, más juntos. Los medio centros que el Atleti tiene ahora explican en parte la diferencia de actitud general, y ayer se pudo ver al enfrentarse a los antiguos medio centros del equipo. Que Luccin coge poco terreno, que ralentiza el lanzamiento del juego o que necesita tres toques para controlar un balón parece fuera de toda discusión. Que Maniche y Raúl García ayer aportaron más en defensa y salida del balón que cualquier combinación de medios centros del Atleti en la mayoría de partidos del año pasado, también. Por eliminación parece claro dónde están la claves, matarile, rile, rile.

A la tónica general se sumaron Perea, con un buen partido y regates poco frecuentes, y Pernía, con más contundencia, concentración y tino que otras veces. Es cierto que por su banda faltó D’Alessandro la mayoría del tiempo, pero cuando este salió también cumplió Pernía con más acierto del que acostumbra. Hasta Valera salió envalentonado y se aplicó con contundencia y velocidad con el partido ya más dormido, y Leo Franco hizo una buena parada a un remate de Aimar. El Zaragoza no estaba para muchos trotes y sólo destacaba el “Efecto Ayala”, ese tipo no muy alto que parece altísimo, aquél cuya presencia basta para que los jugadores busquen a otro a quien pasar el balón, aquél que se permite protestar hasta la extenuación una tarjeta amarilla clara, aquél que pone tal cara de malo que no hay árbitro que le saque una segunda amarilla sin esperarse una cabeza de caballo entre las sábanas. A pesar de Ayala, o precisamente por él, Maxi, Kun, Luis García y compañía se cebaron con Sergio, una bendición para la delantera rival.

Echarán de menos alguna referencia a Agüero, y fíjense que sí que estuvo y lo hizo en su línea, esto es, muy bien. Si dejamos para el final su mención es para emparejar su nombre con el del árbitro Pérez Lasa, empeñado en enseñar modales a Agüero cuando nadie se lo ha pedido. Perez Lasa pareció venir consagrado a la tarea de poner al Kun en su sitio, como si la noche anterior se le hubiera aparecido un ángel encomendándole la misión. Siguiendo su divina cruzada, Pérez Lasa se aplicó con la devoción de un profeta. Gesticulaba Pérez Lasa y con los gestos decía que muy creidito se lo tiene este y eso que no es más que un niñato. Miren que le dejo en la banda un rato, ya verán, menudo soy yo enderezando niños, mis sobrinos no dicen mu cuando vienen a mi casa y en casa de sus padres son de la piel de Barrabás. Ni falta ni nada, oiga, y entrará cuando yo le diga y póngase farruco si quiere que le expulso y me quedo tan ancho, sobre todo hoy que hay Canal Plus y me ve más gente y así queda claro que soy un tipo duro. ¿Cómo? ¿Que Luccin se está hartando de dar patadas? No me molesten con esas menudencias que estoy educando a Agüero y esto requiere toda mi atención, me lo ha dicho un ángel esta noche ¿o es que cené demasiado?

Así que ahí lo tienen. Enfrente un equipo teóricamente correoso, un árbitro justiciero y el Atleti ganando cuatro cero con varios goles bonitos. Volvimos a tener la sensación de que los equipos que llegan al Calderón tienen muchas papeletas para irse peinados a raya. Volvimos a ver a Maxi, a Pernía y a Luís García, y al equipo entero, a los que echábamos de menos. Tuvimos la sensación de volver a ver a alguien a quien hace tiempo que no veíamos, alguien cuya presencia nos gusta y de la que no veníamos disfrutando todo lo que debiéramos. Tuvimos esa sensación conocida que nos dejó una peculiar sonrisilla boba que duró unos cientos de metros una vez abandonado el estadio. Los transeúntes con los que nos cruzábamos seguramente verían a un montón de tipos sonriendo con cara de despistado y quizás pensaron que se topaban con cincuenta mil pobres tontos, pero daba igual, nosotros nos acordábamos de las anécdotas y buenos ratos pasados en ese estadio, qué más daba el resto.

jueves, 18 de octubre de 2007

Aprovechen, que se acaba


Quedan dos partidos del mundial, solamente dos, y uno puede no ser excesivamente atractivo. Aún así, si han empezado a sentir los síntomas de la picadura de ese insecto que deposita larvas de forma oval con olor a linimento, no lo duden: no se pierdan la final, Sudáfrica – Inglaterra, este sábado.


El mundial de rugby se acaba, fíjense Vds, con lo largo que parecía cuando empezó. Hasta dentro de cuatro años nada, por más que por medio haya VI Naciones, III Naciones, competiciones europeas y una estupenda liga nacional a la que los medios no dan la repercusión que merece. Cuando se acabe el mundial de rugby sentiremos pena, la pena que sentimos cuando se acaban las olimpiadas, las vacaciones o San Fermín, la misma pena que sentimos cuando vemos que se acaba un tiempo en el que hemos sido abducidos, casi hasta la obsesión, por un evento espectacular durante el que hemos sido, cada uno en su estilo, proporción y capacidad, felices.

Se acaba el mundial de rugby y uno tiene la sensación de que para muchos las cosas ya no serán iguales. Muchos de aquellos que pensaban que el rugby era un deporte aburrido e incomprensible consistente en choques sin sentido entre semi-púgiles de aspecto patibulario habrán empezado a percibir el aroma a épica, a tradición y nobleza que asombrosamente destilan esos amontonamientos de músculos, protectores dentales y vendas. Muchos habrán roto el velo que separa la curiosidad por ver a tipos tan brutos peleándose según unas reglas centenarias del verdadero interés por un deporte que subsiste sobre la base de valores milenarios.

Se acaba el mundial de rugby y aquellos que lo hemos seguido al detalle no sabremos bien qué destacar de él, si una jugada aislada o una imagen de la grada, si una percusión violentísima o la cerveza compartida por aficiones rivales sin ningún atisbo de descortesía. Para algunos, los más sensibles a lo fácilmente perceptible, quedarán las patadas de Wilkinson, para otros las carreras de Habana. Para los más superficiales, las barbas del prescindible Chabal o las cuidadas cejas de Percy Montgomery. Para los más entendidos, los errores arbitrales del Francia – Nueva Zelanda, los errores tácticos de los grandes favoritos. Cada uno tendrá un recuerdo, aunque el recuerdo global sea para todos igual de bonito, igual de impresionante, igual de emocionante.

Se acaba el mundial de rugby y deja imágenes difíciles de olvidar, también para el que suscribe que, ya lo saben, no sólo no es un experto en esto sino que encima es bastante tonto. Nos será difícil olvidar la alegría de los portugueses al anotar un ensayo ante ni más ni menos que los All Blacks, sin importarles el perder por cien puntos de referencia, y no nos olvidaremos de la pachanguita futbolera que estos mismos dos equipos echaron tras el partido. Ni de las danzas guerreras de los polinesios, su agresividad y su velocidad, sus peinados, su orgullo de país pequeño que desafía a los grandes. Recordaremos con algo de rabia las pobres actuaciones de irlandeses, galeses y en menor medida escoceses, equipos preferidos por muchos aficionados españoles que, como yo, nos metimos en el rugby gracias al antiguo V Naciones. Y con algo de rabia recordaremos también este mundial en el que España no jugó pero sí lo hicieron Rumanía, Portugal o Georgia, equipos con quien nos jugamos las castañas de tanto en tanto.

Se acaba el mundial de rugby y nos preguntamos si el relativo fracaso de los equipos con más inversión en marketing, franceses y neozelandeses, no será un guiño del destino para tranquilizar a aquellos que nos temíamos que también el rugby, uno de los últimos bastiones del deporte puro, pueda acabar doblando la rodilla ante las multinacionales y la comercialización de equipos, jugadores y juegos. Los All Blacks se fueron antes de tiempo y Francia no hizo lo que de ellos se esperaba en su mundial, y en ambos casos posiblemente por renunciar a su propia identidad y esencia, y ahí hay una lección para todos. También recordaremos la sorprendente llegada de Inglaterra a la final con un juego rácano para unos, inteligente para otros pero en el fondo admirable para todos principalmente por la capacidad de un solo tipo, Wilko, de insuflar fe a un colectivo poco confiado, de meter en la final a un equipo por el que nadie daba un chelín gracias a sus patadas y a sus placajes suicidas; el sábado sabremos si eso basta para poder ganar a los sudafricanos, previsibles ganadores del mundial.

Se acaba el mundial de rugby y no sería justo no dedicar al menos un párrafo a los Pumas, un equipo que ha emocionado a su país y a muchos ciudadanos de otros, sobre todo del nuestro. Las caras de los jugadores argentinos durante el himno han sido algunas de las imágenes más impactantes, emocionantes y genuinas del mundial. Tras ver esas caras muchos hemos considerado a los Pumas nuestro equipo, hemos admirado el talento de Hernández, Pichot, Corletto y Felipe Contemponi y hemos vibrado con cada carga de esa delantera a la que empujábamos desde los bares junto a los aficionados argentinos que se desgañitaban a nuestro lado. Si algún día juegan en España de locales en el VII Naciones, muchos seremos felices.

Se acaba el mundial de rugby y difícilmente olvidaremos la solemnidad de la grada durante los himnos o el ejemplar comportamiento de las aficiones, como siempre ha ocurrido en este deporte, ni la estampa de los médicos atendiendo a los jugadores lesionados mientras el resto del equipo lucha a brazo partido a escasos metros por ganar un maul, todos siguiendo con lo suyo, con su trabajo, con su deber. No olvidaremos la pulcra imagen de los árbitros, su forma de dirigirse a los jugadores y la elegante forma que tienen estos de encajar las broncas, las amonestaciones y las decisiones que a veces consideran injustas. Será complicado no acordarse de las explicaciones de sus decisiones durante de la retransmisión, explicando al mundo entero lo que acaba de decidir un tipo normal que media entre dos grupos de bestias que luchan por sus países. Esas formas, tan respetuosas, tan distintas a las de los futboleros, han sido a veces lo suficientemente (e increíblemente) precisas como para describir en una frase toda la nobleza de un juego que muchos han intentado explicar con miles de palabras. Ocurrió en esa tangana final del Sudáfrica – Fidji tan educadamente resuelta por el árbitro dirigiendo a los respectivos capitanes una frase para la historia: “Gentlemen, please do not spoil a great game”, algo así como “caballeros, por favor, no estropeen un partido tan bonito”.

Se acaba el mundial de rugby y lo que nos queda claro es lo mucho que nos divertimos viendo a estos jugadores de raza traccionadora (percherones, bretones o ardeneses) con pinta comer pulpo crudo y beber agua del mar que sin embargo lloran de emoción cuando escuchan sus himnos o cuando defraudan a sus seguidores por no ganar cuando deben; tipos con aspecto de sudar Bovril que nos enseñan que el talento puede vencer al músculo, pero que ambos lo tienen difícil cuando se enfrentan con la fe y el orgullo.

Se acaba el mundial de rugby y, paradójicamente, surge un doble miedo. En primer lugar, miedo a que el entusiasmo se olvide y la afición española no mantenga el interés en los equipos que disputan nuestro campeonato nacional, olvidados por la prensa y por los medios a pesar del inmenso mérito que tiene luchar contra corriente. Y en segundo lugar, miedo a la resaca post-mundial y sus efectos colaterales, miedo a saber con qué ojos miraremos a los remilgados jugadores de nuestra liga de fútbol, endiosados, quejicas, blandos y protestones, después de haber comprobado durante unas semanas que aquello que llamábamos deporte sigue existiendo en otras disciplinas.

miércoles, 10 de octubre de 2007

El tipo distinto

Molina se retira y esto nos hace pensar en lo mucho que nos hizo disfrutar este tipo tan peculiar. Desde aquí, un homenaje breve y más que merecido a un tipo distinto al resto.


El día que llegó Molina al Calderón, lo último que sabíamos de él era que le acaban de meter un saco de goles en el Albacete. El día que se fue, lo único que teníamos claro era que era un error monumental dejar salir del club a este tipo tan especial. La última vez que jugó en casa (sí, en casa) se llevó dos ovaciones que al que suscribe le emocionaron.

Así, para abrir boca, que quede claro antes que nada que Molina fue un porterazo. José Francisco Molina fue el mejor portero que ha pasado por el Calderón en años, muchas veces también como visitante, posiblemente el mejor portero de España en su momento, el primer portero moderno que vimos por estos lares (y ya es crueldad del destino que escribamos este artículo en la semana Abbiati). El año pasado sin ir más lejos vino con el Levante e hizo un partido que nos hizo pensar por qué Molina no se había quedado en el club hasta su retirada. Molina, el portero con nombre de cantaor de coplas, contribuyó al Doblete con paradas de mérito, cruces de infarto y despejes de líbero de calidad, aportando la solidez y el empuje que ese equipo demandaba y provocaba a la vez. Molina ha sido el último jugador del Doblete en retirarse y los que vivimos esa temporada nunca, nunca nos olvidaremos de lo feliz que nos hizo junto con sus compañeros de alineación, esa alineación memorizada que tampoco olvidaremos por los tiempos de los tiempos.

Tampoco olvidaremos cómo nos salvó del bajar a segunda división un año antes de hacerlo, haciendo paradas inverosímiles en los últimos partidos del campeonato. Ni olvidaremos la inmensa torpeza del club al fichar a Toni Jiménez, aquél portero que se suponía bueno y acabó convirtiéndose en una oda al surrealismo porteril, metiendo dentro los balones que iban fuera y botando el balón ante la cabeza de Tamudo en una final de Copa que el Atleti debería haber ganado después de descender, así, como el Cid, porque eso de ganar después de muerto es una cosa muy del Atleti. A Molina, el futbolista sin pinta de futbolista, le ficharon un suplente para meterle presión y nadie entendió por qué, pero el resultado fue que se marchó al Deportivo que ganó la liga, contra su voluntad como él mismo dijo varias veces y en una operación ruinosa.

En Coruña Molina siguió siendo Molina y se convirtió en un ídolo de la socarrona afición deportivista, que rápidamente conectó con ese tipo diferente que paraba lo imparable y tenía despistes cómicos en algunas ocasiones. Molina, el futbolista con pinta de amiguete del barrio, jugó a un nivel altísimo en España y en Europa, mantuvo su personalidad, contribuyó a los éxitos de su equipo y siguió hablando bien del Atleti siempre que le preguntaban. También lo hizo desde el Levante cuando habló de la vuelta a un estadio especial de un equipo especial en el que ambos fondos le aplaudieron para mitigar la injusticia cometida hace años por esta directiva que no entiende nada de nada.

Además de todo esto, Molina parece un buen tipo. Siempre dijo lo que pensaba, no tuvo remilgos para enfrentarse con quien hiciera falta, pasó una enfermedad grave con discreción y saber estar, dando una lección a muchos. Cuando se le acusó de sobrepeso vino a decir que sí, que ya lo sabía. Cuando se le hacían preguntas profundísimas sobre la soledad del guardameta, contestaba que a él lo que le gusta es jugar de delantero en las pachangas de la playa. Cuando se le requirió para hablar con la prensa contra su voluntad lo hizo, pero con monosílabos. Cuando pifió en la Eurocopa en el partido contra Noruega demostró la verdadera medida de su forma de ser diciendo lo que rarísima vez dice un futbolista: que había cometido un fallo. Dijo que podría contar una milonga, que podría echar la culpa al sol que le deslumbraba, al árbitro que no vio falta, a una cigüeña que se cruzó en su campo visual en el momento de mirar al balón, pero que no iba a hacerlo. Molina dijo que lo que en realidad había pasado era que había fallado, reconocía en público lo que los futbolistas no reconocen ni en privado. Eso le valió para perder la titularidad y no volver a jugar con España, poniendo en evidencia el grado de sentido común y la sensibilidad psicológica de Camacho, mucho más condescendiente con otros futbolistas que fallaron con estruendo en esa misma competición. Esto mismo también le valió para que muchos nos hiciéramos incondicionales de Molina, como no podía ser de otra forma.

Pero, además de todo lo anterior, Molina tenía algo poco frecuente y muy, muy valioso: gracia. Y mucha. Molina llevaba el corte de pelo que le daba la gana, vestía de amarillo cuando le pedían que no lo hiciera, se afeitó la cabeza cuando ganó el Doblete y nunca le dijo a nadie por qué, porque a nadie le interesaba. Se casó en secreto, tenía la naríz torcida y gritaba como un descosido en los corners. Vistió de amarillo, negro y rosa, se daba puñetazos en los abdominales y movía el cuello como un boxeador para no enfriarse. Y, naturalmente, dijo que sí cuando Clemente le propuso debutar como interior izquierda en la selección. No sólo eso: además no lo hizo mal. Desbordó a un defensa, se internó en el área con peligro y si mete ese gol yo hubiera llamado a mi hija Molina, que a ello me comprometí cuando encaraba al portero.

Molina, el portero con nombre de compañero de pupitre, tenía gracia, caía bien sin pretenderlo y así lo reconocían todos, nuestros amigos, nuestros enemigos, nuestras novias y nuestras madres, ultras, señores con corbata, rivales deportivos, directivos, árbitros y jefes de estación, comerciantes, pilotos de pruebas, bailarinas de Pasa-poga y hasta la curia vaticana. Molina, sin hacer esfuerzos por agradar a nadie, caía bien a todos salvo a Camacho, lo que no es sino la confirmación de que era un tipo con gracia.

Se va Molina, el portero con aspecto de contrabajista de Buddy Holly, y desde aquí le agradecemos las paradas, los peinados, los colorines, los pases interceptados, las ruedas de prensa, las lecciones durante su tratamiento, la nariz torcida, su saludo a la grada del Calderón durante las ovaciones de la temporada pasada, la media sonrisa y las sonrisas que nos provocó, la internada con la selección y hasta la pifia contra Noruega, la única pifia de la historia del fútbol que hizo más grande a su autor.

Y no sólo se lo agradecemos nosotros. Escuchen si no esta pieza de James Hunter, soulman blanco de corazón rojiblanco y devoto de Molina a pesar de deletrear mal su nombre y escribir “Mollena”. Es lo que tiene ser de fuera.

http://www.goear.com/listen.php?v=967ff31

Más información en http://www.myspace.com/jameshuntermusic

lunes, 8 de octubre de 2007

Universos paralelos

Estos fines de semana tan intensos dan lugar a curiosas comparaciones. El abandono de Hamilton, la vice-canasta de Amaya Valdemoro y su gesto de rabia e impotencia, la rocosa fe de la selección inglesa de rugby o la remontada del Mallorca dan mucho juego. Pero, miren Vds por dónde, justo de esto no hablaremos.


Llegaba Francia con poca confianza a los cuartos de final de “su” Mundial de rugby. Tras un inicio de campeonato titubeante, se jugaban el pase en Cardiff y no en París, como estaba previsto. Su entrenador Laporte, polémico y cuestionado por la afición, no tenía claro cómo plantear un partido decisivo ante los legendarios All Blacks, los favoritos ni más ni menos. Los All Blacks venían de ganar a los franceses los últimos cinco amistosos y se perfilaban como candidatos al título tras varios paseos militares.

Llegaba el Atleti a Barcelona tras una buena serie de partidos, después de ganar los últimos seis con suficiencia y hasta holgura. Es verdad que no se había enfrentado a rivales de peso pero las sensaciones que transmitía el equipo eran cada vez mejores. El entrenador, polémico y cuestionado por la afición, parecía haber dado con una alineación fiable y una idea de juego. No jugaban en casa sino en el Nou Camp, en casa de uno de los mejores equipos de la liga, candidatos al título tras varios paseos militares, pero la moral no era baja.

Los franceses ya habían logrado hace años una remontada histórica contra los All Blacks en Twickenham, gracias a la que se metieron en la final del mundial. Podía ser una referencia para creerse que en el deporte todo es posible, también remontar ante un equipo superior. Pero no dio esa impresión. Laporte sacó un equipo algo raro, sin Michalak, uno de los jugadores llamados a aportar dinamita al juego de ataque, al rugby a la mano que ha caracterizado a la selección francesa desde siempre. Laporte parecía renunciar a su esencia, parecía conformarse con una derrota digna y no demasiado abultada como salida a su propio campeonato desde, ironías del destino, lejos de casa y en un estadio ajeno lleno de neozelandeses y galeses.

Se dice que al Atleti se le da bien el Nou Camp. En ese campo hizo Caminero el recorte que sale en la película de Almodóvar y que borró al Barça de la liga del Doblete. En ese campo Torres marcó goles importantes y Agüero empató el año pasado un partido que se pudo perder. Estas efemérides podrían ser la referencia que sirviera a los jugadores del Atleti para cobrar más confianza aún tras la buena racha de partidos. Aguirre sacó un equipo ofensivo con los dos delanteros titulares, dos interiores incisivos y Pernía para parar al mejor jugador del momento, Messi. El aficionado atlético sabía no obstante que el partido era complicado, que era la piedra de toque para ver la dimensión real del equipo aunque perder con este Barça, más aún en su campo, no sería raro.

Tras la haka y aparente desprecio por el desafío de los jugadores franceses, el partido siguió el guión que se esperaba. Francia no podía con el vendaval neozelandés y los All Blacks dominaban en todas las facetas del juego. Mediada la primera parte no parecía que los franceses pudieran ni siquiera anotar algún punto. Los All Blacks ofrecían maneras de rodillo y los franceses parecían asumir su papel de comparsa. Al descanso, 13-3 para los nozelandeses y ríos de cerveza en Auckland.

El Atleti empezó el partido confiado y jugando al fútbol. Sí señores, y jugando bien. Tocando en el centro del campo, anticipándose y levantando la cabeza. Pernía tuvo una ocasión pero el balón se lo quitó en el último suspiro Messi, el mundo al revés. El Barça no entendía bien lo que pasaba, por qué iba a remolque de un equipo recién llegado que no le dejaba tener el balón. La confianza crecía en los jugadores y en los aficionados, la imagen del Atleti era buena y ríos de pacharán en el distrito de Arganzuela.

Llegó el descanso y algo debió pasar en el vestuario francés. No sabemos bien qué, pero debieron hablar largo y tendido. Al poco de la reanudación marcó Francia un golpe de castigo que les ponía a tiro de ensayo y ensayaron, qué cosas. Empate, aunque con mucho tiempo y muchos maorís por delante. Pero empate. Y fe. Nueva Zelanda tiró de fuerza y también ensayó por ganas y fe y calidad y casta. Cinco arriba, sin transformación, pero algo había cambiado. Los franceses se lo creían a pesar de haber perdido el fruto de la remontada, a pesar de ir de nuevo por detrás, a pesar de tener enfrente un equipo temible y todo un partido por delante.

Se llevó Messi un balón por la banda sin aparente peligro, puso la bola en el centro del área sin excesiva fe y sin excesivas posibilidades de remate, con la defensa bien colocada. Salió Abbiati y se acordará toda su vida de lo que pasó, igual que toda la hinchada se acordó de su señora madre en ese instante. Un fallo, no pasa nada, estas cosas pasan; aún así hay que seguir fiándose de uno, se está jugando bien. Según acabó el equipo esta reflexión, gol de Messi. Un buen gol tras una buena pared que quizás, si en vez de Pablo hubiera estado John Terry, nunca hubiera llegado a Messi. Pero gol, dos cero, cara de desconcierto, enfrente un equipo temible y todo un partido por delante.

Se pudo quedar noqueada Francia ante el ensayo de los Blacks, conseguido en un momento de esos que los entendidos llaman “psicológico”, pero no fue así. De hecho, aquí es donde nuestras dos historias paralelas se cruzan. Sacó Laporte a Michalak buscando el juego a la mano, la esencia del juego francés, la identidad del equipo. Se podía ganar e iban a intentarlo, en cualquier caso mejor perder siendo uno mismo que dejarse arrasar por esos tíos tan brutos. Salió Michalak y a los tres minutos rompió la línea neozelandesa y ensayó Jauzion, poniendo a Francia por delante a diez minutos del final. Cualquiera sabe que diez minutos ante los All Blacks son como treinta segundos ante Mike Tyson, así que aún podía quedar lo peor. El ensayo vino en una jugada con un más que posible avant francés, es cierto, pero eso no le quita mérito a un equipo que se creyó que podía ganar.

Con cero a dos, conseguido en un momento de esos que los entendidos llaman “psicológico”, el Atleti se hizo chiquitito, se le aflautó la voz y se quedó sin barba. Puede ser entendible, pero no admisible. Aturdido, el Atleti se olvidó de que hasta el error (que es algo que puede pasar a veces) y el gol de Messi (que, según está, es algo que va a pasar siempre) había jugado bien. Perdió la confianza, perdió el norte y perdió la casta. Quedaba mucho partido y el Atleti firmó un armisticio prematuro.

Hasta el final lo intentaron los All Blacks, como era de esperar. Series larguísimas de percusiones, caídas y pick and go’s, ganando con sudor y sangre cada metro hasta las proximidades de la línea de ensayo francesa. Placajes y más placajes franceses, concentración absoluta y alguna irregularidad en los rucks. Los All Blacks renunciaban a jugar a la mano, una de sus señas de identidad, para chocar una y otra vez contra la delantera francesa, empeñada como si les fuera la vida en ello. Nueva Zelanda lo intentaba y lo intentaba con furia pero los franceses, con la mandíbula apretada hasta romper los protectores dentales, aguantaban el asedio mientras miraban el reloj, conscientes de que no podrían aguantar siempre.

Tras el segundo gol, el Atleti bajaba los brazos. Olvidaba que, quizás con fe y entrega se podría dar la vuelta a un partido ante un rival superior, olvidaba que jugaban en un campo que no se da mal, olvidaba también el vergonzoso 0-6 del año pasado que, por sí solo, debería valer para que los jugadores salieran echando humo por las orejas y espuma por la boca. Lo definió bien un comentarista de Canal +: “parece que la estrategia del Atleti es no enfadar al Barcelona”. El Barça jugaba al tran-tran, sin despeinarse (algo que no gustó a la grada), y de la escasísima presión de los jugadores del Atleti salían los del Barça charlando entre ellos del mar y los peces. Mientras, al Atleti le duraba el balón dos toques. Mención especial una vez más para Iniesta, ese jugador exquisito que viene a ser a su equipo lo que el alicate Leatherman al excursionista o Joselito Calderón a la plaza de las Ventas: vale para casi todo y casi todo lo hace bien. La entrega de armas total vino con el cambio de Agüero, quizás el único jugador capaz de formar un lío en pocos segundos. Toda una declaración de principios.

Francia ganó un partido ante un equipo superior por creer en ellos mismos, por fiarse de lo que hasta ahora les ha hecho grandes, por orgullo. Un insigne lo definió a la perfección al acabar el partido: “Francia ha ganado por tener un himno”. Francia juega el próximo fin de semana las semi-finales del Mundial, algo impensable hace una semana, y puede considerarse hoy favorito para el título que jugará en casa. Todo por creer en ellos.

El Atleti perdió un partido de los que se pueden perder, pero la imagen que dio fue la de un equipo al que se puede ganar de forma intolerable. Si el Atleti hubiera sacado casta y ganas y hubiera peleado con furia hasta el final no tendríamos la imagen que hoy nos queda, incluso con el mismo resultado. Al Atleti le falta fiarse de sí mismo, tener ambición y personalidad, mostrar a los rivales que ganarles no es gratis ni fácil, ganarse el respeto de los equipos grandes y el temor de los pequeños. Falta esa confianza que vemos en el mundial de rugby, falta esa fe que pensábamos que Aguirre iba a inculcar, faltan cinco canteranos que expliquen al resto que los brazos no se bajan ni para atarse las botas.

viernes, 5 de octubre de 2007

Una verdad incómoda

Ayer jugó el Atleti en UEFA contra un segunda división turco y metió cinco goletes. Lo que se debería esperar del equipo, claro. El aficionado atlético lo celebró como gusta: emitiendo CO2 a tuti-plén.


Fue el Atleti a Turquía a jugarse la clasificación para la liguilla de UEFA tras meter cuatro a cero en casa, y aún así lo hizo con casi todos los titulares. Para algunos era una temeridad ante una posible avalancha de patadas de los turcos. Para otros, un signo de respeto por el rival, por el espectáculo y por la competición. Para alguno más, una forma de que los jugadores se acostumbren a lo que puede pasar este año, esto es, partidos los miércoles, incómodas concentraciones, piernas pesadas, banquillos fríos. Por lo que fuera, pero sobre todo por lo malos que eran los rivales, el partido salió bien y el Atleti lleva un parcial de 17-0, que dirían los baloncestistas. Como el domingo se juega en Barcelona y luego llegan varios partidos importantes, a uno le parece bien.

Hacer una crónica de un partido como el de ayer es complicado. El Erciyesspor es un equipo de barrio y no parece justo comparar a sus jugadores, modestos y sin pretensiones, con los nuestros. Los nuestros son profesionales millonarios y ganar a este equipo no debería ser motivo de orgullo, sino de mera satisfacción por el deber cumplido. Sí es cierto que da moral ganar así y que está bien ver que Maxi y Antonio López, a los que les viene bien estos partidos enteros, siguen progresando adecuadamente como los niños del colegio. También nos gusta ver que Luis García sigue demostrando que puede aportar mucho y que Agüero resulta que es el mejor cabeceador del equipo a pesar de llegarle al ombligo a Pablo. Es grato ver que no hubo lesionados a pesar de alguna patada suelta, especialmente una absurda de Antonio López que, de no ser casi al final, podría haber convertido el partido en una pelea de bar. La sensación que da es que se llega al Nou Camp bastante fino, con bastantes jugadores a buen nivel, con algunos a un nivel extraordinario, con algunos que pensábamos perdidos en fase de recuperación avanzada y con un banquillo de ciertas garantías. Y no es poco, oiga.

El partido acabó a hora temprana, con goleada y sin lesionados. ¿Qué hizo la afición colchonera para celebrarlo tras el pitido final? Pues aquello que tanto nos gusta: salir con el coche a colapsar el tráfico y llenar la atmósfera de porquería. Este es un tema del que no nos gusta hablar a los del Atleti, pero ya a que las instituciones públicas les ha dado por contarlo, pues ya lo reconocemos abiertamente. En cuanto gana un partido el Atleti, nos echamos a las calles en coche, echando una humareda y tocando el cláxon sin ritmo ni mesura. El atlético gusta de ir en su propio vehículo a pesar de haber transporte público, y por ello se considera que el Calderón está “mal comunicado” aún teniendo metro, cercanías y montones de autobuses a pocos metros; pero claro, algo hay que contar para vender un estadio precioso y esta es una buena razón: los del Atleti no van en metro, que eso es de tipo cívico y cabal.

Lo que pasa es que esto del estadio mal comunicado parece haber calado en la opinión pública hasta un punto que los responsables de comunicación de la división inmobiliaria no esperaban. Tanto han hablado de los problemas de aparcamiento del Calderón que ahora la afición atlética es responsable del calentamiento global, del agujero en la capa de ozono, del deshielo de los glaciares y de la jaqueca del difunto Copito de Nieve, y así lo ha dicho la autoridad. Ya ha quedado claro que a los del Atleti lo que nos gusta de verdad es ir en coche fumando y hablando por el móvil con un gorro de lana calado hasta las orejas, pitando a las señoras que intentan cruzar y tirando mondas de naranja por la ventana. Esto último nos pirra, sobre todo a la puerta de las iglesias en hora punta, por aquello de si se resbala una beata. Entre la afición colchonera está bien vista la piorrea, la soriasis y el sarro, hablar a voz en grito, comer con la boca abierta y freír sardinas a altas horas de la madrugada para despertar a los vecinos. Nos gusta quedar a fumar grandes puros en las puertas de los hospitales infantiles y a tocar el saxofón en las casas de reposo. Si no fuera por estos otros que viven en Madrid, tan bien peinados con su jersey al hombro camino de Chamartín, tendríamos la ciudad hecha un asco, que es lo que nos va.

Esto lo ha dicho el Ayuntamiento o la Comunidad Autónoma o qué más da quien, si al fin y al cabo desde ambas instancias nos ningunean continuamente. Ayer sacaron un publireportaje de factura sonrojante que al poco tiempo retiraron, no sabemos si por no herir a los atléticos o por no ofender al gremio de publicistas. La Comunidad de Madrid ha hecho rodar cabezas, aunque tampoco sabemos si esto vale de algo: cuando algo así se hace público tras pasar por mucha gente sin las luces suficientes para detectar que el contenido puede ser como mucho ofensivo y como poco ridículo, a uno le da por pensar en qué manos estamos. Aún así dan ganas de ir, una vez más, a protestar a la Plaza de la Villa, pero ahora en coche, con las ventanillas bajadas y la música a tope. En este último punto les sugiero que pongan alguna canción de los Queers, que son los que más molestan a los fans de Siempre Así, esos que van siempre en metro como su propio aspecto indica.

A todo esto, ¿Quién ha provocado este revuelo, quién se ha dado por aludido, quién ha puesto el grito en el cielo? Pregúntenle a cualquier persona cabal y le dirá “el Club”. Pues no, miren Vds, no ha sido el Club, han sido los aficionados, las peñas, los foros y los blogs de Internet. El Club, a lo suyo, ha dicho que cómo es eso de sacar el escudo del Atleti sin pedir permiso y sin pasar por caja. En su línea, vamos: aquí el que paga tiene derecho a reírse del escudo, de las rayas y de lo que haga falta, pero pagando, ¿eh?, nada de reírse gratis que esto es un trabajo como otro cualquiera, miren si no a los hermanos Tonetti, nunca trabajaron de balde. Nadie en la directiva ha caído en que quizás alguien se sienta molesto por la continua caricaturización a la que estamos sometidos desde que rigen nuestros destinos futbolísticos, hombre no, no pidamos peras al olmo. Visto lo visto, si no somos los aficionados los que exigimos respeto, no hay nada que hacer. Qué penita más grande.

lunes, 1 de octubre de 2007

Del fútbol en hora taurina

Sabrán Vds que los aficionados ingleses andan de uñas (y piensa uno que con razón) porque les ponen los partidos a horarios intempestivos, al capricho de las cadenas de televisión. Aquí nos pasa lo mismo pero los españoles somos menos organizados a la hora de protestar, y quizás deberíamos aprender de los ingleses. Sobre todo los del Atleti, visto lo de ayer.


Antes, cuando éramos chicos y los partidos eran los domingos a las 17.00 (como Dios manda), salíamos de casa a todo correr para llegar a tiempo al campo. No nos daba tiempo casi a comernos el postre y mucho menos a ver entero el episodio de Mazinger Z o de los Mosqueperros o del Inspector Gadget o lo que dieran (según el año). Íbamos deprisa hasta la calle Narváez para coger el Circular, que por aquel entonces aún era azul, para bajarnos en Puerta de Toledo, que al menos cuesta abajo no costaba tanto apretar el paso. El autobús ya iba medio lleno con gente con bufandas rojiblancas, y se llenaba hasta los topes a la altura del Gobierno Militar, donde te anunciaban el destino de la mili. No había tiempo para que los mayores que nos acompañaran se tomasen un café, pero daba igual: dentro del estadio había un señor que paseaba por las escaleras con un termo y un azucarero y vendía café y también copas de coñac (perdón, cooooopas de coñá), así que la sobremesa se hacía tranquilamente en la grada del Calderón, un sitio tranquilo, sí, créanselo. En esa época lo normal era afrontar con tranquilidad la mayoría de los partidos de casa, no como viene pasando estos últimos años. Pero es que en esos tiempos muchas cosas mantenían aún su autenticidad: las caseras tenían cierre metálico, las vespas tenían marchas y el Atleti era el Atleti.

Ayer el Atleti jugó a las cinco, hora de ir a los toros, y el equipo transmitió una inusual sensación de seguridad. Como bien ha apuntado alguna acertada cronista de la blogosfera, el partido de ayer recordó a esos partidos que jugábamos en esa época en la que el Calderón aún enseñaba el ladrillo: partidos a los que ibas sabiendo que ibas a ganar, con mejor o peor juego, con más o menos brillo, con más o menos contundencia. Ganar era la regla en la mayoría de partidos de casa y un empate o una derrota en uno de esos terminaba con una bronca de la que no se libraba ni el gerente de Mitsubishi Electric, en vanguardia y siempre avanzando. Pues bien, ayer llegó el Osasuna, que estos últimos años nos ha hecho unos cuantos rotos, y pareció menos de lo que nos esperábamos. O el Atleti es más de lo que parece, que también puede ser. El caso es que pareció que íbamos a ganar y ganamos, y la tranquilidad que empapó la grada se notaba en la plácida expresión de la cara de los que, enfundados en la camiseta rojiblanca, aún llenaban las terrazas de Pirámides a eso de las 11 de la noche.

El Atleti, el mismo que hizo dudar al que suscribe en el partido de Bilbao, pareció ayer haberse olvidado de precedentes de la temporada pasada, cuando metía un gol y se echaba atrás con maneras de perrillo faldero. El equipo tuvo su período de letargo, que eso es ya un clásico, pero no dejó la iniciativa del partido a Osasuna en ningún momento. No pareció el Osasuna el de otros años, aquel equipo duro y concentrado, rayando en lo bronquista, que metía a nuestros muchachos en su campo a fuerza de empuje y derrotes de manso peligroso. Pero ayer el Osasuna no metió miedo y la grada se relajó y lo pasó bien, sobre todo jaleando la carrera de una camillera rubia de sprint mejorable. El Osasuna es, por cierto, uno de los equipos peor recibidos por una parte de la grada y eso al que suscribe, que como saben es un sensiblón, le da penilla porque el Osasuna le cae la mar de bien, le encuentra mérito por ser modesto y le respeta por ser bravo y orgulloso, y sobre todo por ser navarro, claro, que para eso uno es reconocido fan de lo de allí.

El Atleti, decíamos antes de tanta floritura, pareció un equipo serio y eficaz, y esto es una noticia de campanillas. No solo llama la atención la luz que desprende Agüero, guía del ataque y de la grada, a quien casi todo parece salirle bien. Además del Kun, en un momento de forma espectacular, varios jugadores contribuyeron a la mejora del equipo de atrás hacia adelante. Entre ellos, qué cosas, Pablo, quien dejó entrever ayer que se acuerda de quien fue, noticia que de confirmarse será de las de portada. Alguien debería exorcizar de Pablo el espíritu del pusilánime que le poseyó el día que flirteó con un candidato del otro equipo grande de la ciudad. Si lo consigue y logra que vuelva por sus fueros primigenios, el Atleti tendrá un problema menos, sobre todo ahora que Perea no está para cubrir con sprints los errores propios y ajenos. Quién nos iba a decir que Perea terminaría por ser el apoyo fundamental de Pablo tras una primera temporada en la que pasó exactamente lo contrario. Pero el fútbol tiene estas cosas, y si no que se lo pregunten al que inventó la expresión “el fútbol es así”, que por cierto se debe haber forrado con los royalties.

Raúl García es otro de los destacados de la jornada, piensa uno. No sólo por el gol (más argumentos para compararle con Vizcaíno, oiga) sino por la concentración y las ganas, los recursos y la entrega. Raúl García puede ser demasiado bueno para limitarse a peón de brega y quizás, sólo quizás, excesivamente limitado para ser el único creador del equipo. Raúl García es notable en todo y aporta construcción y destrucción y un carácter que el medio campo del Atleti necesitaba como el comer, tras años de jugadores apocaditos. Puede que sea aún pronto, pero Raúl García debería ser importantísimo para el equipo si se confirma que puede convertirse en el cimiento del ataque y el apoyo para la defensa que su puesto requiere. No estará de más ver si con Motta su aportación a la construcción se amplía, dado que Maniche parece que estar algo eclipsado por su compañero en el medio centro.

Por terminar, el ataque. Que el Kun está en un momento impresionante es algo que ya se ha dicho. Se ha dicho menos, pero también, que Forlán aporta mucho más que el último remate: pelea, se enseña y aparece siempre que un compañero necesita una alternativa. Ayer estuvo especialmente activo a la hora de pelear balones por alto en el centro del campo. Otra historia son los interiores. Cambiados de lado parece que no aportan todo lo que debieran. Reyes sufre períodos de ausencia prolongados y Simao parece lejos de su forma física óptima (aunque en su descargo hay que apuntar que se llevó unas cuantas tarascadas en el primer tiempo). Claro que cuando no funcionan salen Maxi y Luís García, que no es poco. El primero pudo marcar ayer un par de veces y el segundo, una. De un robo de Maxi salió el pase a Agüero que el Kun se ocupó de convertir en un golazo, prodigio de cambio de ritmo y finalización.

En resumen, el Atleti empieza a tener pinta de Atleti. Si se hacen bien las cosas puede lograr ser heredero directo de la tradición del equipo de siempre, aquel en el que había ocho tipos con ideas claras y tres tipos con ideas brillantes. El Atleti de ayer no fue el equipo que hemos estado viendo estos últimos años para nuestra desesperación y que al parecer se llamaba Balompédica Cerezo. Eso sí, ahora viene el Barça, y ahí veremos la verdadera dimensión del equipo. Mientras tanto, esta semana la pasaremos con la misma tranquilidad de los que ayer se quedaron en las terrazas de Pirámides. Que dure.