jueves, 20 de mayo de 2010

¿Minuto uno, año cero?

Acabó el partido, se perdió un título y empezó una nueva era (o al menos debería ser así).

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Antes

Uno, que ya lleva un tiempo en esto como demuestran las canas y el gusto por el tweed, ha estado en muchos sitios siguiendo al Atleti, ha vivido un par de finales europeas in situ y unas cuantas finales de Copa - varias en campo enemigo -, ha vivido un centenario, un doblete, una manifestación contra la venta del estadio y de Torres que le cambió la vida y también varias concentraciones en la Puerta Cero. Y si bien todas esas ocasiones las recuerda con la nitidez de los días grandes y con la emoción de los hitos de una vida, uno no recuerda nada como lo vivido ayer en Barcelona las dos horas antes al comienzo del partido y, sobre todo, al final. Nada. Nunca.

Llegó la afición a Barcelona por tierra y aire, y alguno debió llegar por mar a juzgar por la cantidad de gente que apareció vestida de rojo y blanco. Desde el martes por la tarde y desde primera hora del miércoles el centro de Barcelona estaba lleno de atléticos, unos ávidos de encontrarse con correligionarios, otros más partidarios de buscar rincones tranquilos en los que hartarse de cañas sin tener que dejarse la voz antes de entrar. A pesar de la coincidencia de colores era fácil reconocer grupos de sevillistas, quizás menos numerosos pero igualmente presentes: hasta treinta y cinco mil sevillistas aparecieron en Barcelona, una verdadera barbaridad teniendo en cuenta el número total de aficionados del club y los mil kilómetros que separan Sevilla de Barcelona; un desplazamiento masivo que merece, cuanto menos, el asombrado aplauso general.

Curiosamente la afición sevillista, agresiva hasta la exageración en foros cibernéticos y en las gradas (que es como probablemente nos vean a nosotros), es tranquila y educada y va a lo suyo. Quizás por esto último en general no hubo excesiva confraternización entre aficiones. Uno cree que este hecho, inusual cuando se trata de la afición del Atleti, bullanguera, ruidosa y con tendencia a hacerse fotos y brindar con los rivales y ovacionar al equipo que acaba de ganarle como ya ocurriera en aquella clamorosa vuelta al ruedo del Valencia en la final de Sevilla, tiene varias causas. Por un lado está el historial reciente de enfrentamientos más o menos virulentos entre los dos equipos, algo que probablemente le haga a cada uno tener pocas ganas de hablar con el de enfrente no sea que le recuerde algún pasaje desagradable. Por otro lado, quizás sea la natural desconfianza generada por todos esos mensajes cruzados que pintan a los aficionados rivales con rabo y cuernos y tenazas entre las ropas para dar pellizcos de monja al rival mientras mira escaparates. Pero uno cree, qué cosas, que en el fondo lo que retrae a los aficionados de uno y otro equipo a la hora de hablar con el rival es la vergüenza ajena que producen las declaraciones que vienen de uno y otro lado, las bravatas de los presidentes, las faltas de respeto de los foros, los motes despectivos y las amenazas sonrojantes de los más radicales, voces anónimas ocultas entre la masa. De uno y otro lado se han escuchado estos días cosas tan vergonzosas que obligaban a poner inmediata cara de asco al verlas, lo que terminó por hacer que muchos evitaran hablar con los de enfrente no sea que le recordaran que algún asilvestrado de su bando dijo una de esas cosas que uno espera que no escuchen los niños y sí la autoridad competente. Aún así, sin ánimo de dar consejos, a uno le gustaría que la afición del Sevilla abandonara las maneras broncas, victimistas y faltonas de las que hace gala, como si ser desagradable fuese la vía para llegar a ser grande. Buena parte de culpa la tiene el presidente Del Nido y su estilo, marcado por esa cara tan suya como de estar oliendo amoníaco continuamente y su convencimiento de que pasará a la historia como un prócer del sevillismo y de la Humanidad entera. Teniendo en cuenta que de presidentes impresentables y faltones y de odios recientes y bien ganados sabemos algo en el Manzanares, no estaría de más que alguien reflexionara sobre esto. Pero ya se sabe que en esto del fútbol lo zafio está bien visto y al que cede el paso cortésmente al rival se le relaciona sentimentalmente con Paco Clavel sin dilación, con lo que, en el fondo, no esperamos nada de nadie ni estamos en situación, lamentablemente, de darle lecciones a nadie.

Mención especial merecen los barceloneses de a pie, los que uno se encontraba por la calle y en el bar y en el taxi y el hotel. La sensación que uno trae de vuelta es que el rojo y el blanco son bien recibidos en Barcelona y que la gente se esfuerza en que se sepa, abordando colchoneros por la calle para desear suerte en el partido, dar la bienvenida a la ciudad y hacer chistes sobre el odiado rival común. Culés y pericos se acercaron al menos al que suscriben para sonreír y hablar de fútbol, ese elixir que lubrica las relaciones que los medios de comunicación se empeñan en hacer ásperas. ¿Todo el mundo fue majo? Sí. ¿Seguro? Sí. ¿No hubo ninguna excepción? Sí la hubo, sí, la excepción que confirma la regla, un gordo imbécil y sin gracia en el aeropuerto, el idiota que mancha la imagen labrada por todos los demás, el tonto que todos tenemos en nuestros colectivos, el torpe que consigue, con su idiocia, echar por tierra el esfuerzo de todos los demás, el único que no merece una mención y que se está llevando cuatro líneas de una crónica que nunca leerá, encima. Maldito sea.

Al menos un par de horas antes del partido, la afición -y el que suscribe entre ellos- se fue para el campo. Y allí, en una acera, entre dos coches, ante un bar y al lado de un garaje y Mercadona gris y feo uno vio un prodigio que no se correspondía con lo sórdido del escenario. Durante al menos dos horas desfiló frente a los ojos todo aquél que estaba allí una verdadera marea roja y blanca, una masa inmensa que compactaba la calle y obligaba a los vecinos a salir a la ventana a ver el espectáculo y en muchos casos a aplaudir, un movimiento de gente que uno nunca había visto antes. Entre la marabunta de al parecer casi 60.000 personas (Esperanza Aguirre diría probablemente seis millones) se veían multitud de niños, señores mayores, familias enteras y grupos de amigos. Periodistas famosos con su distinguido padre, ilustres opositores a abogado del Estado, históricos líderes de la resistencia, veteranos, ex-jugadores aún jóvenes, autores de goles en finales de Copa, porteros de leyenda y de discoteca, centrales limitadetes con niños de la mano, notarios vestidos de indio, futuros descubridores de la vacuna contra el hipo, ensayistas, afiladores, morenazas, implicados en el caso Gürtel con apodo cárnico (sin pasar vergüenza ni nada, oiga) y hasta un boticario con dos seleccionables por Del Bosque desfilaron hacia el campo. Y lo más increíble de todo es que la mitad de la muchedumbre hablaba con acento de Madrid y la otra mitad con acento de todos los puntos de España. El Atleti mueve más gente que nadie y la mueve desde montones de sitios distintos, lugares lejos de Madrid en los que se celebró la victoria en Hamburgo llenando plazas y tocando el claxon hasta las tantas de la mañana, la prueba por nueve de la grandeza del equipo del que estamos hablando, oiga.

Que la afición del Atleti necesitaba un título quedó claro hace unos días en Neptuno, pero ayer quedó más claro que, más que un título, lo que la gente merecía era una final, un día de fiesta para todos y para volver a verse y recordar lo que somos y lo que nos han quitado. El espectáculo de la masa atlética llegando al campo mereció el viaje, el dinero de viaje y localidad, los miles de llamadas telefónicas, el lío de las entradas y los viajes, la fatiga y la afonía y si se repitiera todos los días, uno estaría allí todos los días para verlo, todos los días de su vida.

Durante

El partido transcurrió exactamente como no queríamos. El Sevilla marcó pronto, se cerró atrás y dejó al Atleti el problema de encontrar cómo abrir una lata a fuerza de tocar y tocar, que no es lo suyo. Hala, yo ya hice lo mío, ahora le toca Vd, búsquese la vida, oiga. El Atleti no juega bien contra equipos cerrados y el Sevilla lo sabía y también lo sabía el Atleti, que lo intentó y lo intentó y sopló y sopló y no consiguió derribar la casa de ladrillos construida por el Sevilla según las detalladas instrucciones del cerdito mayor, que en este caso es el personaje de cuento y en ningún caso el entrenador rival.

Poco después del gol de Capel el Sevilla dejó de disimular sus intenciones. Zokora, enorme toda la noche, despejaba al patadón los balones que no podía jugar. Palop despejaba al patadón, Escudé despejaba al patadón y Perea y Domínguez corrían y corrían atrás para recoger patadones como dos zagueros de rugby buscando a su apertura. El Sevilla ataba a Agüero, Forlán no aparecía y Simao y Reyes tampoco. El Atleti dominaba y la lógica decía que, de caer un gol, caería otro. Pero la lógica, el Atleti y las defensas ordenadas son ingredientes que casan mal y el Atleti no daba con la tecla. Reyes tuvo por delante a un canterano de diecinueve años con una tarjeta casi todo el partido al que Ujfalusi no tenía problema en desbordar y aún así no supo sacar partido, y con eso queda bastante dicho.

Capel, un jugador limitado con un futuro brillante como secundario en películas de kung fu, fue el encargado de recordar a la grada el carácter que Caparrós en su día imprimió al equipo. El enésimo salto teatral, la caída, la simulación de lesión tipo Alves, el banquillo entero que salta con los grandes aspavientos del que denuncia un crimen contra la humanidad, la tángana, Zokora que se encara con todos, la bulla, el partido roto en el peor momento. Lamentablemente uno espera esto en los partidos del Sevilla, y lamentablemente el Atleti no sabe gestionarlo. La grada de Sevilla vibra con estos lances con una agresividad que contrasta con lo afable y tranquilo del sevillista medio que paseaba por las calles de Barcelona tomando cerveza en las terrazas en perfecta mezcla, minoritaria, con la afición del Atleti. Esquizofrenias futbolísticas, será eso.

El Sevilla hizo un fútbol limitado, cerrado atrás capeando el chaparrón y renunciando a construir nada, que es algo que la gente en general desprecia. Uno, sin embargo, cree que el ser admirador y partidario del fútbol valiente y vistoso o del fútbol aguerrido de robar, tocar y salir al galope no está reñido con respetar y valorar a aquellos equipos que gestionan con inteligencia los partidos, teniendo en cuenta la situación y los efectivos disponibles. El Sevilla tuvo la fortuna de contar con un gol tempranero, bien, pero la realidad es que gestionó estupendamente la ventaja. Cerró al Atleti de la manera en que éste no sabe jugar (que tampoco es tan complicado, por cierto), dejó sin espacio a los puntas y los interiores y cedió la responsabilidad de la construcción a los medio centros del Atleti, poco brillantes a la hora de encontrar agujeros en defensas rivales, jugar en largo y crear espacios. Cedió la iniciativa hasta a Perea, aquél que nunca se tapa cuando sus compañeros dimiten aunque la prudencia y la lógica recomendarían lo contrario. ¿Mereció más el Atleti? Quizás. ¿Mereció ganar el partido? Sinceramente, uno cree que no. ¿Qué mereció entonces? El Atleti, o más bien su afición, mereció al menos meter un gol para experimentar el trueno de sesenta mil personas gritando al unísono en la impresionante grada del Camp Nou. Y no solo mereció eso la afición del Atleti, también lo merecía el gremio de sismógrafos, ayer despistados por lo que tomaron por un inminente terremoto devastador con epicentro en un barrio de Barcelona.

El Sevilla quizás jugase feo y frío y algo duro, pero ganó bien y no hay nada que oponerle a la victoria. Ganó además tras llegar a la final por el lado más duro del cuadro, ese cuadro tan benévolo con el Atleti, y lo hizo ante treinta y cinco mil seguidores llegados desde nada menos que mil kilómetros: justo es por tanto reconocerle la victoria, darle la enhorabuena y levantar las cejas con sorna por el tema del sombrerito, como mucho.

Después

Si algún marciano bien entrenado en costumbres terráqueas hubiera entrado en el césped justo al final del partido, habría pensado que pasaba justo lo contrario de lo que en realidad ocurría. Porque, según las normas y la costumbre y la lógica, pensaría el visitante, el equipo que gana celebra las cosas con su afición en el campo, mientras que los rivales abandonan el estadio en silencio, con las orejas gachas y los colores a medio esconder. Y ayer, como tantas veces ocurre con este equipo, ocurrió exactamente lo que no pasa en ningún otro sitio.

Porque si la entrada al campo fue clamorosa, lo que ocurrió tras el pitido final fue sencillamente inolvidable. La imagen de la grada llena festejando el no-haber-ganado-pero-haber-vuelto frente a los jugadores asombrados ante el prodigio es algo que los que allí estuvieron nunca podrán olvidar. Los pucheros de Tiago, la mirada ausente de De Gea, la cara desencajada de jugadores fríos y curtidos como Forlán y Ujfalusi, incapaces de procesar o entender el por qué la gente no se iba sino todo lo contrario, son imágenes para la historia del Club pero, sobre todo, de su gente. La hora que permaneció la afición gritando atornillada a sus asientos mientras los rivales festejaban su triunfo fue uno de los momentos más intensos que uno ha vivido en un campo de fútbol y casi en su vida. Las caras en la grada, los niños llorando, los tipos que se acercaban a consolarles con media sonrisa, la cara de tonto que se nos quedó a todos en general al comprobar una vez más que pertenecemos a un grupo distinto y especial son cosas tan difíciles de describir como tan infrecuentes de vivir.

En el Camp Nou, el 19 de Mayo de 2010 se vivió la impresionante lección de cómo se puede agrandar una leyenda tras perder un título, algo al alcance de pocos, algo tan bonito y tan peligroso si cae en manos de la pérfida Sra Rushmore. En menos de una hora y a la vista de todos se produjo la demostración de que, en efecto, somos diferentes, de que la afición está por encima de derrotas y victorias y períodos de sequía, de que sólo la afición del Atleti consigue cambiar el disgusto de una derrota en una final por esa sonrisa de orgullo que se nos quedó a los que allí estábamos al ver que, si bien puede que haya algún equipo que nos supere en palmarés y algún otro que a pesar no poder compararse crea que se acerca, absolutamente todos están lejísimos de lo que tenemos cuando se trata de gradas en momentos importantes.

Los que allí estuvieron saben de qué hablamos, por los que no lo vivieron sentimos lástima al no haberlo podido compartir.

Y ahora, ¿qué?

Queda preguntarse qué pasará ahora. A principio de temporada, la horrible confección de la plantilla invitaba a pensar que la única forma de dar el año por salvado sería ver un equipo con cuatro o cinco canteranos jugando de titulares. En el año en el que nadie esperaba nada el equipo no sólo ha acabado con dos titulares indiscutibles casi imberbes y criados en casa, sino que ha terminado jugando dos finales y ganando un título europeo, algo poco frecuente en la historia del club. Más aún, al regalo de las dos finales hay que sumar la impresionante exhibición de la afición en Neptuno y, sobre todo, en Barcelona. Ambas cosas deberían marcar el camino a seguir, pero ... ¿serán capaces?

En un Club bien gestionado no habría duda de qué habría que hacer, qué habría que potenciar y qué habría que evitar. Si la directiva del Club pensara en proyectos deportivos tendría una ocasión de oro, pero, lamentablemente, la experiencia demuestra que de conocimiento deportivo andan justitos y de interés por hacer las cosas con lógica, más. La temporada, fuera de fastos y de valoraciones sobre la justicia o la injusticia de las cosas, ha dejado clara varias cosas; la primera, que la cantera es una apuesta al menos tan válida como la contratación de jugadores externos (que por lo general no mejoran lo que hay en casa gratis). La segunda, que el equipo y la directiva están muy por debajo de la afición, verdadero patrimonio dorado del Club.

Más aún, los resultados obtenidos, en vista de los mimbres que existían para perseguirlos, demuestran científicamente la muerte del Mito del Pupas, ya saben, ese ente maldito que persigue al equipo desde la final de Bruselas y que es coartada para todos los desmanes que se cometen sobre fondo rojo y blanco. Si le preguntaran a Nietzsche, quien por cierto formaba también ayer parte de la comitiva rojiblanca que se dirigía al estadio junto a la peña Centuria Germánica, no tendría duda en afirmar "Puppen ist tot", el Pupas ha muerto. El Atleti ha ganado la Europa League marcando en las prórrogas y ha llegado a una final de Copa eliminando segundas y un único primera, y no de relumbrón. No ha tenido lesiones de gravedad y gracias a ello ha conseguido sus logros con una plantilla corta. El Atleti, hay que decirlo, ha tenido suerte y ya era hora, oiga, ya era hora.

Muerto el Pupas y conseguido un título, confirmado el inmenso apoyo social dentro y fuera de Madrid y recuperada la presencia en Europa, deberían darse por acabadas las interrogaciones retóricas formuladas por niños en asientos de atrás de coches, los anuncios fatalistas, las invocaciones a la fe y las referencias al pueblo inexplicablemente elegido. Si algo hay claro hoy es que el Atleti ha vuelto momentáneamente y que es la obligación de la directiva que vuelva del todo y para siempre. Porque no hay que perder de vista el hecho de que las dos finales de este año, aunque inolvidables y valiosísimas, son fruto en parte de una preciosa carambola del destino. No basta con lo que hay, las cosas no se han hecho bien, no pueden reclamarse laureles sino agradecer a los planetas el haberse alineado.

Ahora, lamentablemente, algunos esperamos que la directiva se cuelgue las medallas, que Pitarch chupe cámara en las celebraciones, que la Sra Rushmore contraataque con un anuncio que sugiera que hasta dentro de veinte años mejor no exigir nada, que para eso somos del Atleti y que el Doctor Villalón aplique maniobras de reanimación al Pupas para evitar que su óbito acabe con las coartadas. En un alarde de inocencia, uno podría esperar que la directiva del Atleti viera la luz, entienda lo que es la cantera, decida empeñar su esfuerzo devolver mínimamente a la afición todo lo que ésta da al equipo. Ojalá fuera así, aunque lo dudamos.

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Eso sí, lo de ayer, de lo que no nos olvidaremos en la vida y que siempre agradeceremos a los que allí estuvieron, no nos lo quita ni Pitarch. ¡Forza Atleti!

jueves, 13 de mayo de 2010

Crónica del día que nos merecíamos

Celebrar las cosas llorando es algo que no entiende casi nadie, salvo el que lo entiende. Y así somos, y así queremos ser.

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Hay quien piensa que hay un grupo de atléticos que, de puro desacuerdo con la directiva, han perdido el norte y prefieren que todo vaya mal para que el palco no se apunte tantos. No son del Atleti, lo que quieren es hacerse con el Club, no se alegran de los triunfos del equipo, estos no son atléticos, dice el rodillo oficial.

Pero luego, qué cosas, cuando hace falta la gente del Atleti estos denostados opositores están siempre los primeros. Los primeros haciendo noche al raso para guardar cola y conseguir entrada, los primeros en el aeropuerto, los primeros en el fondo, los últimos a la hora de salir del campo. Se organizan para que las entradas caigan en manos de los aficionados de verdad y no de los que quieren hacer negocio, hacen la vida imposible al que intenta sacar tajada de la ilusión de un compañero de grada, hacen miles de kilómetros por carretera para apoyar al equipo, ayudan al que no tiene posibilidad de ir y se alegran con las victorias aún más que el resto, y eso a pesar de que saben que alguien las utilizará en su propia contra. Siempre, siempre ahí con el equipo, como esa bandera española del fondo sur en la que pone "Algeciras".

A ellos, a los buenos, que no son muchos pero son muchos más que los malos, que cada vez nos asombran más con su capacidad de hacer cosas para el recuerdo y nos dan lecciones de entrega, honestidad y profesionalidad, va dedicada esta crónica de uno de los días más importantes en la historia de ese Club por el que dejan tanto tiempo y tanto dinero sin que la mayoría consiga entender por qué. Gracias.
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Se decidieron por fin los marcianos a invadir la Tierra y todo fue como esperábamos. En efecto, vestían esquijama y medallón, decían "terrícola", tenían trompetillas verdes por orejas y pistolas con cañón en espiral para paralizar a los enemigos. Vinieron en platillos volantes que hacían ruiditos al acercarse exactamente como pensábamos, esto es, piuuuuUUIIOOOOuuuu. Se decidieron a invadir por un sitio diferente a los EEUU tras la lata que les dieron por aquel incidente de Roswell y aunque en un primer momento parecía que iban a tomar tierra en un importante nudo ferroviario, en particular Venta de Baños, finalmente se decidieron por Arroyomolinos.

Aterrizaron los alienígenas tras un viaje largo y aburrido y se dirigieron a la autoridad local, en este caso un brigada con bigote de la Guardia Civil, para que ésta enviara su mensaje invasor al mundo. Los marcianos tiene todo muy estudiado, como corresponde a la gran cantidad de tiempo libre de la que disponen por carecer su planeta de ventas y disco-pus, y cuando llegaron a la Tierra esta misma mañana tenían claro qué querían y a quién tenían que pedírselo. Se dirigió por tanto la marcianidad al mencionado brigada y pronunciaron la frase que esperábamos todos:

- Buenos días, miserable terrícola
- Buenos días, ¿qué desean?
- Llévanos ante tu líder

(Es conocido que los marcianos gustan de alternar con la gente importante y de ahí ese empeño en hablar con los líderes de todo).

Se sorprendió el brigada por la pregunta y no pudo disimular el estar descolocado. ¿Se refiere Vd al teniente? Hoy no está. El teniente no, hombre, vuestro líder, vuestro líder. ¿El concejal de cultura? No. ¿el cura? No ¿el Alcalde? No, uno más líder, uno que manda más. Ah, ya, ¿uno con las cejas raras? Noooooo. ¿Uno con la barba cana y el pelo caoba que habla como seseando? Que nooooooo, hombre ya. El Líder Supremo, vuestro Líder, el que manda, el que toma las decisiones, el que está llamado a marcar el futuro.

Respiró aliviado el brigada al haber creído entender qué buscaban los invasores. Abriendo mucho los ojos, seguro de haber acertado esta vez con la identidad del Líder, preguntó al marciano

- ¿Uno así espigado, delgadito, negro, bueno, más bien café con leche pero largo de café?

- No, ese no. Ese es el que está siempre a su lado. Queremos ver al otro, al otro, al bueno, al Líder.

Se derrumbó el brigada al no ser Obama el líder buscado y no supo qué decir. ¿Al lado del mulato espigado? Si. ¿El vicepresidente? No. ¿Bill Clinton? No, qué Bill Clinton ni Bill Clinton, el otro, el otro, dijo el marciano jefe, harto. Mire pues no sé qué decirle, si no es Obama no sé, si es el que está al lado menos, quizás quieran Vds hablar con el Comandante, pero les advierto que está acostado.

Se desesperó el líder marciano y llamó a un experto investigador espacial. Traigan al robot, dijo el marciano, haga Vd el favor, oiga. Llegó un robot bajito y con gafas y cara de saberlo todo. Buenas, Sr Robot, conéctese Vd a Internet y muestre a este hombre a quién buscamos, haga Vd el favor. Ahora mismo, dijo el robot, y se puso a buscar en el ciber espacio haciendo ruiditos hasta dar con la foto del Líder Máximo. Sonó una campanita de microondas y paró en seco el robot cuando llegó a la foto en cuestión y la proyectó, como un holograma, en medio del cuartelillo.

- Este es, éste, el Líder Máximo, el Jefe, El Que Marcará el Futuro. Llévenos ante él inmediatamente, dijo el jefe alienígena. Por cierto, ¿Cómo se llama?

- Ahora sí lo sé, replicó el brigada. Álvaro Domínguez, el Jefe se llama Álvaro Domínguez.
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Las finales son los días más bonitos de la vida de uno. Hasta cuando uno pierde y se lleva un sofocón y un disgusto gordo, en el tiempo el día de la final pervive como una experiencia única compartida con gente a la que uno quiere, un día que la memoria nunca borra. El fútbol se inventó para que hubiera días de final en ciudad ajena, y el que dude de esto último es que no ha entendido nada.

En día de final uno sabe que el día será largo y duro y que todo gira en torno a un acontecimiento que puede acabar mal. Cuando en día de final uno está un ratito solo consigo mismo tiende a pensar en qué podría pasar si las cosas no funcionan como deben, en la angustia de los penaltis, en el momento de después del fracaso, en la sensación de derrota, en la vuelta a casa con la cara del perdedor y en los chistes de los imbéciles de los vecinos. Por eso en día de final uno intenta no estar solo, no pensar, no darle más vueltas a las cosas que las estrictamente necesarias. Para evitar esas sensaciones negativas y las nocivas vibraciones que acaban por crear insuficiencias hepáticas, en día de final uno se echa a la calle lo antes posible, se pone la camiseta de su equipo, llama a sus cuñados, organiza aperitivos y meriendas e intenta pasar todo el tiempo posible haciendo cosas que le impidan recordar que las cosas pueden no salir bien. Eso, claro está, si uno no va a la ciudad donde se disputa la final.

Hamburgo es bonito y tiene canales, que es algo que a los de secano nos impresiona mucho, anda, mira, un canal, y un pato, y un cisne, y un ganso, un ganso no, que es un primo mío de Valladolid. Aún así, lo que más llamó la atención de Hamburgo fue la afición del Atleti. La afición del Atleti es bullanguera y ruidosa y variopinta y está formada por mucha gente que uno conoce y por otros que uno no tenía ni idea de que fueran de los suyos y a los que, de haberlo sabido, habría tratado de otra manera. Por las calles de Hamburgo iba el aficionado de lado a lado intentando llegar a tiempo a todas las citas, en parte para ver a la gente conocida y en parte para no pensar en las cosas que pueden ocurrir si las cosas no van bien, y por las calles uno se iba cruzando todo el rato con aficionados propios y rivales. Al principio uno saluda a unos y a otros, pero al final hay tantos de cada que uno pasa entre ellos sin darles importancia, como si lo normal en la vida fuera ir vestido de piel roja o con una gran trompeta en una mano y un niño llorando en otra.

La afición del Fulham encajaba la realidad de acuerdo con lo que podía esperarse de ellos. Tranquila, afable y algo fría, la afición del Fulham paseó tranquilamente por Hamburgo saludando educada a los rivales y parándose en los escaparates de las relojerías caras. Muchos niños, familias y veteranos entre los ingleses que acudían a la final con la alegría del que ya ha conseguido más de lo que se esperaba, una calma que contrasta con el bullicio de los atléticos, el bullicio que tapa los nervios y el fatalismo. Los aficionados londinenses hicieron gala de flema tanto al charlar con los aficionados rivales como a la hora de asumir la derrota. Menos cálidos que los seguidores del Liverpool, el Fulham movió una afición educadísima y amable que invita a ir a ver algún partido a Craven Cottage.

Por su parte, entre los propios, a veces uno reconoce una cara amiga y se llama por el nombre y se da uno grandes abrazos con palmadas sonoras en la espalda. Pero otras veces uno reconoce las facciones de alguien pero no le encajan con la ubicación ni el ambiente y es inevitable mantener la mirada y preguntar. Oiga, pero Vd ... yo a Vd le conozco de algo, ¿no? En efecto, soy el administrador de su finca, aquél que decidió la derrama salvaje en aquella mítica junta de vecinos. Hombre, sí, claro, no sabía yo que era Vd del Atleti; hombre, del Atleti hasta las trancas, menudo soy yo, un abrazo, hombre, a partir de ahora se acabaron las derramas y el descansillo del quinto que lo pinte el vocal. Y ese de más adelante, oiga, Vd me suena ...Toma claro, soy tu hermano gemelo, nos separaron al nacer y me dieron en adopción a un acaudalado industrial sueco, ahora vivo en Australia y siempre he sido del Atleti; ahora me explico por qué, un abrazo, hermano. ¿Y Vd? Vd también me suena, ¿nos conocemos de algo? Es posible, soy el Obispo de Barbastro-Monzón, quizás hayamos coincidido en alguna estación de penitencia. Ah, naturalmente, Monseñor, es que no le reconocía con ese tocado de plumas y esa bufanda al cuello, no me esperaba verle a Vd cantando eso de volveremos volveremos ... perdóneme, Monseñor. Nada de perdones, majo, un abrazo por atlético, venga Vd aquí. Y entre colchoneros nada de formalismos: a partir de ahora, llámeme Monse.
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A un minuto del final de la prórroga la afición en pleno pensaba en lo que había intentado evitar todo el día: los penaltis, la angustia, la posibilidad de perderlo todo una vez más. No pensaba en la buena primera media hora ni en el bajón del equipo tras el empate. No pensaba en el buen partido de De Gea ni en la lección impresionante de Domínguez. No pensaba en el fallo de Perea en el gol al dejar controlar a Zamora un balón que acabó en disgusto. No pensaba en el cambio de Reyes, aunque le molestó, ni en la ocasión fallada por Agüero que acabó pegando en la red por fuera y que medio estadio cantó como gol para luego venirse abajo. No pensó en el primer gol de Forlán ni en el poste del primer tiempo, ni en el medio centro rival que se llevaba todos los balones que le caían cerca.

No. La afición pensaba en si la historia se repetiría, si serían capaces los corazones de aguantar una tanda de penaltis sin explotar y dejar las gradas hechas un asco. Pensaban que el Atleti tenía mejores lanzadores y un portero extraordinario, pensaban que el Fulham no las tendría todas consigo pero, como siempre, estaba el fatalismo. La mala suerte, el esto es lo típico del Atleti, el no me jodas, ahora penaltis. El aficionado atlético, a esas alturas, pensaba en las señales: en si había visto un cuervo posarse en un poste de la luz, en el número cabalístico resultante de la suma de todos los dígitos de su entrada, en el torpe que llevó la bandera del Atleti durante la ceremonia pre-partido, que tuvo que resbalarse justo delante del banquillo cuando corría hacia el fondo rojiblanco, cayendo con bandera y todo dos minutos antes de que empezara la final.

Pero marcó Forlán y cambió la historia y volvieron las cosas a donde deberían estar. Marcó Forlán y, tras treinta segundos de histeria, se vivieron cuatro minutos de angustia, de una angustia profunda y atávica y negra que no conocen los que no viven este equipo. La angustia que hace que los títulos se celebren primero llorando, antes de cantar hasta perder la voz.

Y es que acabó el partido y, que cosas, medio estadio se echó a llorar y el otro medio puso cara de circunstancias de flemático perdedor hermético. Los que se echaron a llorar, naturalmente, fueron los que ganaron, confirmando una vez más que esto del Atleti es distinto a todo. Porque el pitido final coincidió con un llanto general, un llanto precioso y alegre y profundo, con abrazos largos y ojos llorosos, con miradas al cielo, solos todos entre la grada repleta, recordando a los que se habrían alegrado tantísimo en ese momento pero ya no están y a los que, por haberse quedado en Madrid, no estaban allí para llorar con el resto. Los numerosos aficionados del Hamburgo que poblaban las gradas miraban atónitos a una masa que había pasado el día cantando y bailando y, ahora que había conseguido aquello que venía a celebrar, se echaba a llorar desconsolada. Lloró la afición de alegría, que no es algo de lo que pueda presumir mucha gente, y el llanto se llevó los recuerdos de Lyon, de Bruselas, de Sevilla, Zaragoza y Valencia.

Terminó el llanto y se sucedieron las escenas. Los abrazos con los vecinos de abono que uno iba encontrando por la grada, los abrazos aún más fuertes con los amigos que venían de pasar la misma angustia. Celebraron los jugadores la victoria en el cesped y la afición volvió a llorar, que es lo que tiene ser un sensiblón: lloraba la afición al ver a Solozábal y Roberto celebrando el título en la grada como un aficionado más; lloraba al ver a Raúl García y el gigantesco Joel con la camiseta del pobre Asenjo; lloraba al ver la cara de póker de Pablo Ibáñez y lloraría más tarde al oír las palabras del gran Luis Amaranto, el jugador al que la grada ha menospreciado, el jugador al que nosotros mismos mandamos a la chufla del estadio del otro equipo grande de la capital, diciendo que el Atleti es lo más grande que le ha pasado en la vida y que esos aficionados que se burlaron de él son los verdaderos héroes.

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El Atleti ha ganado un título que echa por tierra todos los mitos del pupismo, ganando partidos en el último minuto, llevándose eliminatorias en las prórrogas y beneficiándose de alguna decisión arbitral que aún escuece por Levante. El Atleti ha ganado la Europa League con justicia y también con la suerte y las casualidades que hay que añadir a la justicia para que las cosas salgan bien. Si otro equipo hubiera ganado así se hablaría de la autoridad del campeón y del saber hacer de los equipos grandes. El Atleti ha ganado un título que deberá suponer el cambio definitivo, el match ball ganado que se perdió en Bruselas y Lyon.

Esperemos que así sea y, mientras tanto, disfrutemos.

Nos lo hemos ganado.

Enhorabuena a todos.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y, en nosotros, ¿quién piensa?


Pague Vd el abono por adelantado, oiga, si quiere Vd ir al campo es lo que hay. Pague Vd sin conocer el equipo, sin saber qué jugador viene y qué jugador se queda, que hasta cierto punto puede entenderse, pero también sin conocer los horarios de los partidos. "Se juega cuando dice la televisión, que es la que paga" sépalo Vd, no hay vuelta de hoja; si luego Vd no puede ir al campo o tenía pensado llevar a los niños y es tarde y de noche y está helando, o tiene que trabajar al día siguiente porque jugamos un lunes, es su problema. Usted ya pagó, ahora a protestar al Maestro Armero.

Si el equipo va mal y el director técnico compra saldos a precio de exclusiva, eso sí, no protesten. No silben a los jugadores, que se enfurruñan, no, eso no, no silben al palco, ahora lo importante es estar todos juntos. Vengan al campo, traigan sus bufandas, esto tiene que ser una olla a presión, una caldera incandescente, una vitrocerámica de cuatro fuegos, un horno pirolítico, una plancha princess - todo ello por cierto en el día del club, así que pague de nuevo. Nada de protestar, oiga Vd, mal atlético, mal aficionado, hombre ya, usted a gritar y a animar que para eso es Vd de la mejor afición del mundo, si Vd protesta le está faltando al respeto al resto de la grada, hombre ya. Aquí se viene a animar, aquí se viene a tragar por lo que salga del vestuario, aquí se aguanta uno y anima y anima. Piense Vd que con sus gritos y sus silbidos desestabiliza a los jugadores, sobre todo a aquel millonario de allí, y damos muy mala imagen. Piense Vd que con sus críticas no consigue nada más que sembrar nervios y poner de mal humor al que firma las nóminas, y luego el mal humor le dura hasta que se paga a sí mismo el bonus de un millón de euros por haber arruinado aún más la entidad, como Dios manda. De todos modos no sé por qué le digo yo esto a Vd, si sé que en el fondo pase lo que pase va a venir a animar, va a venir gritar, no va a dejar solos a los chavales. Ahora que lo pienso, me voy a ahorrar la limpieza del asiento y me voy a ahorrar también al informático de la web, que valen un pico; si, total, Vd no va a decir nada.

Y si luego llegamos a la final, que ya lo usaré yo para contar lo bien que lo he hecho, por cierto, ya le diré yo cómo tiene que hacer para conseguir las entradas. Para empezar, sepa que la UEFA se queda unas cuantas para sus cosas, que menudos son estos. La UEFA, la del fútbol para todos y la democracia y el fútbol base, se queda un pico bueno para sus sponsors, sus amigos, sus compromisos y aquellos que le pueda interesar. Para cada club, un 25% del aforo total, que es más bien poco. ¿Precios populares? No, no, como saben que hay demanda salvaje, como saben que la gente quiere ir a todo precio con sus niños y sus padres, como saben que esto no hay dinero en el mundo que lo pague cuando sientes los colores, los precios son de asustar. Así está esto montado, parece mentira que no lo sepa, qué inocente es Vd.

Luego, de las pocas que nos den, me quedo yo otro pico para mis asuntos. ¿Que qué asuntos son estos? Si, hombre, a Vd se lo voy a explicar yo. Nosotros tenemos nuestros intereses, le diremos a Vd que es para los veteranos y las peñas pero luego ya verán, ya, cómo de las peñas no van muchos. ¿Que si irá es subsecretario de estado? Sí, claro que irá, con lo que nos interesa que desbloquee el asunto ese, con lo que le gustan los canapés. ¿Irá el Alcalde Pedáneo del sitio ese donde hay un terreno que interesa? Sí, claro que irá, hombre, como para no invitarle, si hay suerte le hacemos firmar ahí mismo, ja ja ja, menudo es. Y antes de que lo pregunte, sí, sí irá Gonzalo Miró. Y en el avión de los jugadores, además, y en business, sí. Para Gárate no sé si tendremos una o dos entradas, para Peiró otra, para Gonzalo Miró treinta y siete creo que tenemos.

¿Y su entrada? Pues va y hace cola, oiga, qué pregunta. ¿Que si pueden pagar por web? ¿Por teléfono? Nada, nada, cola, cola de la buena, cola de esas que no hemos hecho nosotros desde hace años, cola en el asfalto y desde primera hora, qué más nos da a nosotros si los socios más antiguos son señores mayores o si la gente tiene que trabajar ¿Y el vuelo? A mi qué me cuenta, hable Vd con el Corte Inglés. ¿Que es caro? Ya, toma, claro que es caro, no va a ser regalado... ¿y? búsquese Vd la vida, esto es así, es un negocio, aquí se busca Vd las habichuelas y llega como puede y a costa de su tiempo y su dinero, no querrá que hablemos nosotros con las agencias de viaje para que le salga más cómodo y más barato. ¿Que otros clubes lo hacen? Ah, mire, pues hágase Vd aficionado de ellos. Vd, si le interesa, haga cola y búsquese la vida y vuele a un aeropuerto a 500 km y luego vaya en autobús, a mi qué me cuenta.

Eso sí, al llegar, no pare Vd de animar, ¿eh? Que se note que han llegado los del Atleti, la mejor afición del mundo, la que la UEFA pone como ejemplo ante sus invitados japoneses aficionados al béisbol, la que se muere por el Club que no se mueve por ella.
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Ironía, injusticia


Viendo la cara que tenía el tipo el sábado, durante el partido contra el Chelsea, uno no puede dejar de sentirse mal. Torres, lesionado, veía cómo el Liverpool perdía en casa poniendo la misma cara que todos hemos puesto muchas veces en el Calderón. Unos días antes había vivido, también desde la grada y con una rodilla hinchada, cómo su equipo actual quedaba eliminado frente a su equipo de siempre en lo que imaginamos que sería uno de los momentos más complicados de su vida profesional.

Torres, imaginamos, lleva un año infernal. Ha encadenado lesión tras lesión hasta el punto de tener que operarse unas semanas antes del Mundial, la fecha que ahora mismo más debe brillar en su calendario. Tras casi ganar la Premier y jugar cuartos y semifinales de Champions, ha visto cómo su equipo actual perdía fuelle vertiginosamente tras la venta de algunos jugadores importantes. Ha visto como el entrenador que le trajo está en entredicho y ha visto como, sin él, el equipo se queda en nada. Como ya le pasara en el Atleti, Torres se ha echado a las espaldas un equipo entero, toda la fe de una grada histórica y el orgullo de media ciudad. Como siempre, no ha rehuido la responsabilidad ni ha dejado de dar la cara, aún lesionado, igual que hacía cuando estaba en casa. Como le pasó aquí, ha visto como el resto de sus compañeros se quedan en poco cuando él no está y ha visto como no llegaban refuerzos de calidad suficiente para armar un equipo a su altura. Ha visto como él ha seguido su previsible trayectoria hasta ser una estrella de nivel mundial mientras los equipos que le han rodeado no han cumplido con las expectativas. ¿Qué hacer ahora? ¿Esperar un cambio radical en el Liverpool? ¿Irse de un sitio donde le han tratado tan bien justo cuando más aclimatado está? ¿Quedarse a riesgo de que el tiempo pase y no consiga aquello para lo que está llamado? Y, si se va, ¿a dónde? ¿a otro equipo inglés, dando un disgusto a los que le veneran en Anfield? ¿A un equipo italiano en el que se aburra como una ostra? ¿A un equipo que se pueda enfrentar al Atleti? La papeleta es complicada, complicadísima.

Para colmo, al actual de equipo de Torres le ha eliminado su equipo de siempre. El Atleti, en el que Torres jugó tantos años y nunca llegó a ninguna final, el equipo que cada año reforzaban con patos y pollos y demás aves de corral en la creencia de Torres solito pudiera ganar títulos a pesar de la granja que le acompañaba en los desplazamientos. El Atleti, del que Torres tuvo que irse sin vivir nada de lo que el Atleti va a vivir este año. En uno de sus años más duros, en el que ve cómo su rodilla no acompaña y su actual equipo tampoco, encima se enfrenta a la ironía de ver cómo su equipo de siempre, del que tuvo que salir, crece a costa de su equipo actual, al que se fue para crecer. Crueldades del destino que alegrarán a algún miserable y que a otros, como el que suscribe, les parecen de una injusticia profunda.

No sería justo no acordarnos de Torres en sus malos momentos. De Torres, que no deja pasar ninguna oportunidad para decir que es del Atleti. De Torres, el goleador de la Eurocopa que se paseó por medio Madrid con un escudo del Atleti y que ha conseguido que su nombre sea el más coreado por dos aficiones rivales durante ni más ni menos que una semifinal de competición europea. De Torres, el que consiguió que estuviéramos orgullosos durante algunas temporadas gris oscuro, el jugador del Atleti que quieren ser los niños aunque no esté en el Atleti, el que siempre se acordó de nosotros en los momentos buenos y que siempre dio la cara por nosotros en los momentos malos. Qué menos que desearle ahora suerte, una recuperación pronta, un futuro brillante el año que viene y el que viene y el que viene y que vuelva a ganar con la selección un título de esos que se celebran cinco días en las calles.
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- Y del partido de Sevilla, ¿no dice Vd nada?
- Sí. Que a ver si vemos más a Cabrera y menos a Burrul.

Ah, y que se afeite Agüero