Como imaginan, llegó la afición al campo y salió el Atleti y todas esas cosas que suelen leer Vds por aquí, pobres. Eso sí, nada sobre eso leerán hoy en esta crónica, nada.
- ¿Y eso?
- Pues ya ve Vd, oiga
- ¿No le apetece hablar del partido?
- No, hoy hablaremos de Quique Flores
- ¿Le apetece más eso?
- En absoluto; pero tampoco me apetecía ir ayer al partido y fui, y lo que vi me llamó más la atención que el partido, oiga.
_____
Acabó el partido y parte de la gente se quedó en la grada. La minoría, sí, pero un grupo importante. Los medios harán cálculos sobre cuántos eran y cuantos no y llegarán a conclusiones precisas y dirán con exactitud cuántos eran los que se quedaron, como hacen con las manifestaciones. El que suscribe vio a los que se quedaron y tiene claro cuántos eran: no eran la mayoría, ni mucho menos, pero no eran cuatro gatos; no eran todos, pero no era ninguno; no eran pocos, ya se lo digo yo: eran muchos.
____
Cuando Quique Flores llegó al Atleti, a muchos, al que suscribe el primero, nos sorprendieron sus primeros pasos. Acostumbrados (casi) al tono bravucón y tabernario de Abel, Quique pareció llegar con un discurso comedido y tranquilo. Hablaba, se le entendía, decía lo mal que estaba el equipo y lo mucho que había por hacer: lo que todos veíamos, vaya. Quique llegó a un Atleti lleno de buenos jugadores y también de fallos incomprensibles. Los jugadores, parece, agradecieron el cambio y empezaron a hacerlo un poco mejor. El Atleti iba un poco para arriba y, haciéndolo mal en liga, llegó a la final de Copa (tras un camino sencillo, es cierto) y llegó a la final de la Europa League tras salir de la Champions de mala manera (y con un camino más duro, Valencia y Liverpool incluidos). El Atleti, ya lo saben Vds, ganó la Europa League en Hamburgo frente al Fulham y ganó unos meses después la Supercopa de Europa en Mónaco frente al Inter; de ambos partidos, así como del de Barcelona, nos acordaremos siempre. Hasta ahí, el período bueno y bonito de la historia.
Hasta el partido del Inter, el Atleti parecía ir a más. El equipo había sido solvente en Europa y ahí se podía cantar la alineación de carrerilla, sin miedo a equivocarse. En liga era otro cantar, y la llegada de Tiago, buena en un inicio, no pareció tan positiva tras un tiempo. Se fue Maxi dado que Quique contaba más con Reyes, y lo hizo por la puerta de atrás, como se van tantos jugadores del Atleti, normalmente los jugadores que se irían despedidos con honores de capitán de otros equipos. ¿Qué responsabilidad tuvo Quique en todo eso? No lo sabremos a ciencia cierta, sólo los medios se atreverían a dar una cifra exacta, como en las manifestaciones. Quique tuvo sin duda parte de responsabilidad de lo bueno que pasó. Con Quique, gracias a él completamente o quizás no tanto, el equipo dio la sensación de equipo, de grupo, de gente con ganas de ayudar al compañero y de intentar conseguir algo juntos. Parte de esa responsabilidad la tendría Quique, sí; tanta, por cierto, como los jugadores, en especial alguno que metió cuatro goles entre la semifinal y la final. Decir que ni uno ni otro tuvieron nada que ver con el éxito habría sido temerario entonces; decirlo ahora, visto lo visto, claramente ridículo.
El Atleti ganó al Sporting en el primer partido de liga y las cosas parecían diferentes. Aquellos que habíamos visto todos los partidos del año anterior sabíamos, y lo decíamos, que el triunfal sprint final del 2010 había sido fruto de varias casualidades, carambolas y coincidencias; aún así, parecía que al final del año se había conseguido armar un equipo y se había reforzado bien la defensa, el talón de Aquiles del grupo. La cosa no tenía mala pinta.
Y aquí, con un equipo hecho, apareció Quique en su peor versión, aquella de la que nos habían hablado los aficionados del Valencia y exactamente en el mismo momento en el que estos nos advirtieron, en la segunda temporada. El equipo hecho que jugó en Mónaco empezó a bailar y, con el baile, a deshacerse. La defensa, para la que habían venido refuerzos, formaba con jugadores que en teoría iban a ser suplentes. Domínguez, la sensación de la temporada anterior, empezó a desaparecer; Perea, el llamado a ser suplente de centrales o lateral derecho, era titular siempre. Filipe Luis Filipe, éste por su culpa, no funcionaba y el resto de la línea de atrás se iba cambiando día a día. Valera jugaba dos partidos de titular (sorprendentemente) y veía diez desde la grada, Godín tenía apendicitis y se venía abajo, Ujfalusi dudaba tras ser señalado como un monstruo por la prensa, tras una entrada dura (y en opinión del que suscribe, no voluntaria) a Messi y Antonio López ni contaba.
En la media pasó otro tanto. Assunçao, puntal del equipo campeón de Europa League, desapareció mediada la temporada y sólo salió ayer al campo, no sabemos si para recibir los aplausos de los suyos o para que el entrenador luciera magnanimidad. Antes había aparecido y desaparecido Fran Mérida asumiendo la indefinible misión de Jurado el año antes; meses después, nadie sabe bien qué ha sido de él. Mario Suárez había perdido y ganado suplencias y titularidades y Tiago no daba el resultado esperado. Raúl García, voluntarioso, impreciso y señalado por la grada, se cavaba su propia tumba y a ello contribuía Quique poniéndole de interior derecho, de medio centro y de tercer pivote según el día, cambiándole tras un fallo para que el público le silbara a gusto. Llegó Elías y nadie entendió bien para qué, llegó Juanfran y salió de titular horas después de su presentación para luego desaparecer durante semanas. Tras los dos refuerzos, teóricamente pedidos por Quique, irrumpió Koke y dejó a la dirección técnica aún más cuestionada, si era posible. El Atleti no repetía alineación nunca, y si los cambios en defensa o ataque respondían a veces a motivos claros, el baile de la media, sobre todo del centro del centro, no tenía explicación alguna.
En la delantera, donde cualquier entrenador habría tenido claro qué hacer, Quique rizó el rizo. Mantuvo a Agüero todo el año, como no podría ser de otra forma, y terminó la temporada sentando a Forlán para poner a Diego Costa. Como lo oyen, oiga, a Diego Costa ni más ni menos. Forlán, que venía haciendo un año malo, fue señalado públicamente: Forlán es un mal bicho, Forlán es un jeta, Forlán es mala persona y le da igual todo, es un mercenario sin sentimientos. No como yo, venía a decir ya de paso Quique; Quique, jugador de pasado rival y odioso, ex entrenador del Valencia tras una mala relación con jugadores, público y club, ex entrenador prematuramente del Benfica tras una mala temporada y mala relación con los jugadores, ex entrenador del Getafe, ese Quique, hacía apología del atleticismo y la gente se lo creía y ponía la mano por él en el fuego. Quique no supo manejar una plantilla pero sí, tribunero, a una grada desquiciada que, irónicamente, puede que le recuerde más por el despliegue de canteranos de ayer que por el errático año entero.
Tras setenta y tantas alineaciones en setenta y tantos partidos, con el equipo eliminado de Copa y de Europa (de manera lastimosa) y deambulando muy por debajo de los objetivos de principio de temporada, Quique seguía intentando sentar cátedra. Hablaba con esdrújulas en las ruedas de prensa y hacía populismo del barato cuando hablaba de la afición. Se peleaba con un jugador del Espanyol con maneras de chulo de los futbolines y al día siguiente salía, solemne, a hablarnos de sensaciones y recuperaciones psicológicas. Se autoproclamaba clarividente, hablaba de la complejidad de sus problemas con la plantilla con tono de que sólo él y los que tan inteligentes como él fueran podrían entender el profundo fondo de sus palabras esdrújulas.
Quique, el ahora idolatrado, dijo que el Atleti tendría que esperar cuarenta años para volver a vivir lo que él le había traído. Dijo que el Atleti era un equipo "históricamente poco recio en lo defensivo", como si eso fuera cierto y como si, de serlo, le exculpara de sus fracasos. Quique no hacía jugar al equipo más que a ser una caricatura del equipo que diseñó Aguirre y quedaba lejos de los objetivos poco ambiciosos marcados por la directiva; aún así, nunca pidió perdón por lo mal que jugaba el equipo, por fomentar la esquizofrenia de la grada manteniendo jugadores criticados sin defenderles, por señalar jugadores jóvenes tras un fallo, por echar a perder a jugadores históricos por no saber entenderles.
Nunca oímos a Quique defender más que a Quique, y sí le escuchamos señalando, de palabra o de hecho, a jugadores de su plantilla. Nunca oímos a Quique levantando la voz contra la errática política deportiva del Club, ni protestando por la venta de jugadores con los que contaba como titulares, pero sí le vimos defenestrar canteranos y echar a los leones a jugadores honrados. Con Forlán llegó la caricatura de la caricatura y Quique se permitió señalar a un jugador de su categoría como responsable de derrotas en partidos en los que casi no había jugado, dejándole finalmente en la grada en su último partido, en una maniobra mezquina sin precedentes.
Quique, en fin, cogió un equipo en mala situación y lo subió hasta ganar unos títulos que cada vez nos parecen más fruto de la casualidad; conseguido el logro, en vez de continuar con la labor iniciada, parece que el ego de Quique tomó el mando del vestuario. Quique, cuerpo de peso mosca con ego de peso pesado, decidió y decidió y la casita que empezaba a parecer de ladrillo derribó. Laminó a los jugadores que destacaban, quizás por ser una amenaza a su propio deseo de leyenda. Cambió jugadores a capricho, mantuvo un esquema táctico que no funcionaba y no aportó ni una variante al equipo de siempre. Confundió a los nuevos y a los veteranos, desorientó al banquillo y volvió locos a los titulares, evitó repetir alineación y creyó tapar sus carencias con un discurso vacío y barroco. El Atleti termina séptimo, eliminado de todo a las primeras de cambio y entra en Europa únicamente por una nueva carambola, un fracaso en una temporada en la que entre Godín, Filipe Luis Filipe, Juanfran, Elías y algún otro, ninguno titular indiscutible, se han gastado cuarenta millones de Euros como cuarenta millones de soles.
Y, aún así, la grada despidió a Quique como a los grandes, con canción propia y petición de salida a los medios. Bueno, como a los grandes no, que a algunos grandes se les ha llamado cojo o mercenario, se les ha ignorado en su adiós, se les ha silbado o nunca, nunca más se ha cantado su canción en el estadio. Quique, no acertamos o no queremos saber por qué, tiene el privilegio de los históricos de la casa a pesar de venir de la casa del lado tóxico de la ciudad, y goza del cariño precisamente de los más inflexibles en este punto.
Hay cosas que uno, por más que quiera, ni entiende ahora ni entenderá nunca.
____
PS: Adjunto, para su información, un informe médico de interés.
Perfil psicológico del Quique Sánchez Flores, por el Dr. John A. Zoidberg (Ph. D.)
Patología: Sin determinar
Asunto: Perfil Psicológico
1. Estado general y complexión física
El paciente es delgado y pequeño, enjuto y en ocasiones demacrado. Su complexión es de tipo leptosomático (y no atlético, como requeriría el cargo) por lo que presenta un físico liviano, pequeño, ligerito, con aspecto de suricata sudafricana adulta (suricata suricatta); es, en definitiva, lo que en la escuela de Mannheim vienen llamado un "poca-cosa". Esta característica física, muy adecuada para ciertos deportes de fondo y para dormir bien en los aviones, tiene como contrapartida una falta general de defensas contra microbios bien comidos y/o bacterias fuertotas, lo que conlleva una propensión importante hacia el catarro y la mala cara. Así lo demuestra su aspecto normalmente demacrado, ojeras marcadas, cara de haber pasado mala noche y necesidad imperiosa de llevar bufanda incluso cuando la temperatura ambiente no es baja.
2. Perfil Psicológico
El paciente, en adelante QSF, muestra una personalidad compleja e insegura. Al estar dotado de un ego mayor que el que su liviana osamenta puede transportar cómodamente, su estabilidad emocional es cambiante y caprichosa, condición característica de los sujetos con los que comparte perfil.
Inicialmente tímido, y quizás físicamente intimidado por tener hechuras de peso pluma, el paciente tiene propensión a entrar en los sitios desconocidos sin hacer demasiado ruido; en un primer momento habla bajo y con cierta propiedad, gusta de escuchar a todos y de prometer trabajo y no resultados, sugiriendo que él pondrá todo de su parte pero que no tiene tanta seguridad en sí mismo como para anticipar éxitos; de esta forma crea confianza en los que le reciben, al no percibirle como una amenaza sino como un tipo humilde. Durante esta fase, además, no rehúye el consejo del más experto, no promete más que lo que el más bajo de los perfiles podría prometer y contribuye a la estabilidad del grupo al que se une por no ver sus miembros amenaza en él para ninguna de sus características fundamentales. Trata de ser, en definitiva, uno más, un compañero, el tipo que vino a ayudar y no a mandar. En esta primera imagen discreta y prudente basa su éxito a corto plazo.
Sin embargo, la consecución de un éxito rápido (no necesariamente atribuible a su pericia o buen sentido) puede cambiar rápidamente su actitud, su personalidad e incluso su percepción de las cosas. La timidez y sentido del grupo de los primeros días puede dar lugar a todo lo contrario tras un primer éxito: de la discreción podrá pasar a la altanería, de la timidez a la chulería, de la inseguridad y la prudencia a la agresividad y la soberbia. Este síndrome es también común en algunos políticos que, eufóricos por una primera legislatura de éxito gracias a sus prudentes decisiones, deciden tras su reelección prescindir de todo consejero y asesor en la segunda, llevando al desastre a sus votantes y al pueblo en general. De igual manera, la personalidad de QSF puede verse transformada por el éxito y, viendo gigantes donde sólo hay molinos, tomar decisiones absurdas a ojos del resto de los mortales basadas únicamente en su envalentonada - y desenfocada - visión de la realidad, distorsionada tras el punto de lana de la bufanda con la que tapa su cara a todas horas.
En esta segunda fase, los individuos que comparten perfil psicológico con el paciente tienden a hacer lo contrario de lo que la lógica indica, movidos por el deseo de parecer más listos que el resto y más avanzados que expertos y gurús. Durante esta fase suelen fijarse, incluso físicamente, en modelos de comportamiento que destacan por su inteligencia, personalidad y tendencia a ir contra corriente: en el caso que nos ocupa, en los meses pasados los experimentos han mostrado una obsesión por mimetizar el aspecto físico del paciente en un ser que compartiría rasgos y estilo en el vestir con el Dr House, Pep Guardiola e incluso un entrenador portugués aficionado a las ruedas de prensa, cuyo nombre no nos es permitido repetir gracias al juramento hipocrático.
En efecto, el aspecto del paciente ha ido evolucionado hasta convertirse en un personaje híbrido de los anteriores, caracterizado, como si fuera un disfraz, por una barbita de tres días, jersey de pico (hasta en agosto), traje entallado y corbata fina. El personaje alojado en el cuerpo del paciente completaba su pensado look con intervenciones crípticas en rueda de prensa, pensadas para que le revistieran de un halo de supuesta inteligencia y sofisticación, basando sus discursos en expresiones rebuscadas, palabras esdrújulas, supuestos análisis psicológicos complejos de situaciones fácilmente explicables por cualquier medio normal y empleo de una palabra-estandarte: "sensaciones".
Durante la fase más aguda del delirio de soberbia por el que los pacientes de este tipo clínico pasan, tienden a despedir colaboradores cercanos que cimentaron su éxito, gustan de enfrentarse con los elementos más valiosos de sus equipos y a hacer de menos a los que más contribuyen. A pesar de - o precisamente por - la intoxicación de éxito, no adquieren la seguridad en sí mismos que requiere la templanza y toman decisiones extremas a diestro y siniestro, con una característica común: nunca se enfrentan con el superior y suelen cebarse con los más jóvenes, los más impopulares, los sujetos con menos personalidad y los que carecen de galones en el grupo para defenderse solos. Serán crueles con los más débiles y sumisos con los más poderosos, aunque estos últimos tomen decisiones contrarias a sus propios intereses, que nunca discutirán por no buscarse un problema. Incapaces además de reírse de ellos mismos, no aceptarán la crítica a su gestión, a sus discursos o a sus pulóvers.
Cuando, por vicisitudes de la vida, tienen que enfrentarse a un sujeto con la suficiente personalidad como para hacerles frente, agudizan el ingenio. Los sujetos pertenecientes a este tipo psicológico son rebuscados y, muy en el fondo, conscientes de sus limitaciones; quizás por eso pueden no ser muy inteligentes pero sí pueden ser listos a la manera del gato callejero o del zorro roba-gallinas. No emprenderían una empresa complicada sin ayuda de terceros, no se moverán sin preparar el terreno antes. Buscarán ayuda externa, incluso mediante argucias, para deteriorar la situación del rival antes de empezar la pelea, y sólo cuando le vea herido por los demás factores tomará la iniciativa y el protagonismo en el ataque. En el caso del paciente, hombre público por su profesión, buscará el apoyo de prensa y público. El favor de la primera lo buscará por medio de entrevistas, declaraciones llamativas y ruedas de prensa llenas de sensaciones de cuatro o más sílabas; el del segundo, por medio de un populismo extremo, piropeando a aquéllos cuyo favor busca, dando grandes muestras públicas de amor por unos colores (a pesar de venir precisamente de los contrarios), abandonando temporalmente su discurso esdrújulo y redicho para utilizar expresiones supuestamente coloquiales - como la muy infrecuente "jodidamente"- para acercarse así al sentir de la grada. Algún especímen estudiado en la Universidad de Tübinga, Alemania, ha llegado, para ello, a pegarse con un señor del Espanyol.
Diagnóstico: Síndrome de Kasper-Jacobssen o Mal del Inseguro Chungo.
Tratamiento: Paciencia extrema. Desdén, acompañado de risilla de medio lado cuando el paciente diga algo que él mismo estima muy solemne. Prohibición del uso del jersey de pico y de la palabra "sensaciones".
Recomendaciones: Alejarse de él lo antes posible cuando entre, tras un éxito, en la fase de egolatría aguda. Si lo anterior falla, la escuela tradicional-continuísta austríaca, y en concreto el Dr Helmut Haussagen-de-Vega, recomienda el corte de mangas.
_______