lunes, 26 de marzo de 2012

Sostiene Fuentes


Sostiene Fuentes que el día de autos se levantó con cierto despiste por ser día de cambio de hora para adecuación general al horario de verano. El interrogado, que claramente es tonto, afirma no saber nunca cómo gestionar los cambios de hora y confundirse todas y cada una de las veces que esto ocurre, ignorar si debe atrasar o adelantar el reloj, si dormirá una hora más o menos, si el cambio conviene a su naturaleza holgazana o si por el contrario supondrá una alteración de su estilo de vida de perezoso de tres dedos, Bradypus Variegatus en círculos científicos, Perica Ligera en Costa Rica. Sostiene pues el interrogado que se levantó sin saber muy bien qué hora era, hizo café soluble que según él mismo le quedó muy malo y rápidamente se le quedó frío, encendió un ordenador viejo, un teléfono móvil nuevo y una televisión de mediana edad y se dispuso a ver el partido que jugaba el Club Atlético de Madrid en Zaragoza a tempranísima hora, no sin antes llevarse una alegría triple: conocer el nacimiento de un hermoso infante de filiación bética y bilbaína, confirmar que la victoria del Rugby Atleti femenino del día anterior no había sido un sueño y enterarse de la victoria sobre Japón de la selección española de Rugby 7 y su clasificación para las Series Mundiales de Seven, todo un hito histórico y el premio a un trabajo durísimo que merecería mucho más reconocimiento según afirmó el propio interpelado, Fuentes.

Sostiene también Fuentes que, al ver la alineación presentada por Simeone, tuvo la sensación de que el equipo saldría a ganar el partido en la primera media hora para luego tomarse las cosas con más calma y reservar energía. Para el interrogado, la ausencia de Gabi quedaba bien cubierta por Koke, jugador que ha jugado normalmente como centrocampista más próximo a la defensa para facilitar la salida de balón hasta su inclusión en las alineaciones del primer equipo. Fuentes pensó que Koke daría cierta posesión e inteligencia al centro del campo mientras que su compañero de lides, Assunçao, supliría las limitaciones físicas de su compañero con el despliegue de kilómetros al que acostumbra, de igual modo que Koke supliría las limitaciones técnicas de Assunçao gracias a su mayor calidad con el balón y visión de juego. Sostuvo luego Fuentes que en ambas cosas se equivocaría dado que ambos hicieron un partido gris y triste, según él mismo reconoció más adelante, y así mismo lo entendió el suboficial a cargo del interrogatorio, Brigada Vázquez, que levantó mucho las cejas con gesto de no-sé-yo-oiga cuando el interpelado, Fuentes, hizo públicas sus primeras reflexiones sobre la alineación titular. El interrogado hizo en este punto una observación que merece la pena ser reseñada: Simeone tiende a tomar las decisiones que gran parte de la grada tomaría, por ahora es raro que el entrenador se descuelgue con alguna idea de esas que tienen a veces los entrenadores para que la gente diga ooh y aah y hay que ver lo que sabe este hombre y él fue, él y no otro, el que descubrió las grandes facultades del portero suplente como interior izquierda incisivo, sostiene Fuentes.

Sostiene Fuentes que la defensa titular no le pareció mal, y que se alegró de ver a Domínguez de corto desde el primer minuto y también de ver a Perea. Del primero dijo que, siendo canterano y habiendo visto sus prestaciones en el pasado, le habría gustado verle más en los equipos titulares de la temporada presente. No obstante, afirmó el interrogado, viendo las prestaciones de Domínguez y las de Miranda, entiende la suplencia del primero y eso que no le parece el segundo la reencarnación de Baresi, comentario que hizo esbozar una sonrisa al Brigada Vázquez, quien a esas alturas del interrogatorio se había aflojado la corbata y había pedido un café cortado. Del segundo afirmó el interpelado que, aún haciendo un buen partido a pesar de que el rival volcara en un momento dado el juego por su banda, su falta de incorporación al ataque hizo echar de menos a Juanfran y volver a ver en algunos momentos las dificultades defensivas y el mal rato que pasan los mediocentros en un sistema de juego como el del Atleti en temporadas pasadas, esto es, una especie de 4-2-4 sin laterales que suban ni interiores que bajen. De nuevo en este punto el Brigada Vázquez, que a estas alturas mostraba ya una cierta complicidad con el retenido, se mostró de acuerdo con las tesis del interrogado y afirmó con la cabeza en varias ocasiones sin producir sonido alguno. Aún así, al empezar el partido el interrogado esperaba una victoria del visitante contra el local, último equipo de la clasificación, ya fuera por la vía del control y el asedio, ya por la resolución de alguna jugada aislada por los jugadores de más calidad, que de esos tiene el Atleti alguno, sostiene Fuentes.

Sostiene Fuentes que, según avanzaba el partido, se le iban esfumando las esperanzas de ver un triunfo por la vía rápida, como había intuido. El partido se trababa y el Atleti era incapaz de hacer jugada alguna, el café se enfriaba y el sueño volvía. El partido, y en especial el primer tiempo, le pareció feo al interpelado, quien subrayó la idea de que todos los jugadores de ambos equipos estaban juntos, cerca los unos de los otros, sin espacios para jugar. Esto lo atribuyó el interrogado a dos factores: por un lado, la falta de audacia del visitante, quizás confiado en exceso de una victoria fácil por aplastamiento ante el último de la clasificación, quizás no del todo concentrado, quizás poco ambicioso o demasiado cansado. Por otro lado, sostiene Fuentes, el Zaragoza hizo un partido agresivo e intenso, peleón, aguerrido, a la altura de aquél que se juega la dignidad y quiere evitar una mancha en un escudo histórico, un partido respetable. Sea como fuere, sostiene Fuentes, el primer tiempo fue feote y malo, con casi ninguna ocasión salvo un doble palo de Adrián y Falcao, siendo el remate del segundo más desafortunado y torpe que el del primero. Poco jugó el Atleti y pocas ideas mostró; más aguerrido fue el Zaragoza y, poco a poco, fue sembrando la duda y la desazón en el visitante quien, enfrentado a la realidad de que no sólo no había marcado en la primera media hora sino a la áspera verdad de que había tirado sólo un par de veces a puerta, empezaba a acusar el cansancio y a dar muestras de no saber cómo meterle mano a un rival bien plantado y con ganas de guerra, sostiene Fuentes.

Sostiene Fuentes que no fue muy diferente el segundo tiempo. De los presentes en el campo, sólo Turan, y con cuentagotas, dejó ver algo de chispa e ingenio para colarse entre la maraña de jugadores del Zaragoza; ni Adrián ni Falcao, ni Koke ni Salvio ni niguno de los laterales (no se esperaba de Perea, sí de Filipe Luis Filipe) hicieron daño al rival, más concentrado y ambicioso y consciente de su difícil situación. Envalentonado en un momento dado del interrogatorio, Fuentes llegó a sostener que así no íbamos a ningún lado, que de esta manera se tenía que dar por perdida la cuarta plaza de la liga por inalcanzable y no merecida, que el equipo parecía más centrado en la Europa League y que eso era jugar con fuego, que la plantilla es corta, mal hecha, fea y escasa de pelo y que la culpa es de los de siempre, que el problema es más profundo que aquéllos que pueden solucionar entrenadores o jugadores estrella. En este momento del interrogatorio tomó por primera vez la palabra el Brigada Vázquez quien, para sorpresa de los allí presentes (un sargento primero, un sargento, un cabo y dos soldados rasos, uno de ellos el que suscribe), se levantó y dijo con grandes voces diga Vd que sí, oiga, ahí está el quid de la cuestión, esa es la madre del cordero, he ahí la verdadera raíz del problema. Envalentonado también, quizás por influencia de la ráfaga de ira que hizo presa en el interrogado minutos antes, el Brigada Vázquez estiró el dedo índice de su mano derecha y dijo - transcripción no textual - yo aún diría más, hasta que no se vayan estos tíos esto pasará una y otra vez, Simeone no tiene la culpa de tener una plantilla contrahecha, cabezona, cargada de hombros, paticorta y zamba. Esto lo ve cualquiera, prosiguió el Brigada, ya sea miope o bizco, incluso un mero hipermétrope, calaña a la que Dios confunda. Las graves palabras del Brigada Vázquez produjeron un breve silencio que aprovechó el interrogado para levantarse a su vez y, dirigiéndose al Brigada sin observar las más elementales reglas de la jerarquía ni los básicos principios del conducto reglamentario, pronunciar las siguientes palabras: "No me diga que también es Vd miope". Al responder afirmativamente el Brigada Vázquez, para sorpresa de todos, interrogado y jefe de interrogatorio se fundieron en un emotivo abrazo mientras el retenido Fuentes exclamaba "lo sabía, lo sabía" y daba grandes palmadas en la espalda del suboficial al mando. Terminó el abrazo con evidentes signos de vergüenza por parte del Brigada, quien reconoció con su mirada haber perdido los papeles y haberse dejado llevar por pulsiones extra-profesionales, y volvió cada uno a su puesto. Se colocó bien las gafas el Brigada Vázquez, se dirigió al escribiente - servidor de Vds - y pronunció las palabras "prosiga, prosiga". Poco más hay que decir, afirmó el retenido, si bien los que conocemos al equipo ya sabíamos antes de empezar que, de llegar a los últimos quince minutos con cero a cero, el tema se complicaría y mucho. El Atleti es así, oiga, capaz de darle a uno un disgusto teatral en el último momento que le arruine el domingo, parece mentira que no lo sepan ya a estas alturas, oiga, sostiene Fuentes.

Sostiene Fuentes que el penalti fue penalti y que Godín lo hizo rematadamente mal, saltando cual luchador de kung fú cuando la ocasión requería tapar el pase y poco más. Sostiene también Fuentes que el Atleti no mereció ganar pero quizás tampoco perder, aunque vio cierta justicia literaria en la derrota del equipo de más calidad teórica pero menos agresividad y concentración práctica. Sostiene Fuentes que él no vio que el equipo saliera a no perder, como algunos sabios analistas consideran, sino que más bien no pudo ni supo ganar por tener poca intensidad, poca concentración y poca ambición y un rival enfrente con más ganas de llevarse los puntos al que quizás infravaloró de salida. Sostiene Fuentes que en otros partidos contra equipos de la parte de abajo, como Sporting y Racing, el Atleti intentó ganar y porfió en la intención, empatando finalmente a pesar de tener multitud de ocasiones y hacer los porteros rivales partidazos incuestionables. Sostiene Fuentes que el equipo no ha sabido entender que, si en esos casos, saliendo al 100% y mordiendo durante todo el partido no se llegó a pasar del empate, lo más normal es que no se gane y hasta se acabe perdiendo cuando se sale al tran tran y enfrente se juegan la historia. Sostiene Fuentes que este último partido ha sido para él un disgusto ya que, tras la llegada de Simeone, sí había notado una transformación en el equipo en general y en ciertos jugadores en particular. La cuarta plaza está complicada a pesar de que los rivales directos también pinchan, y además visto lo visto quizás no se merezca a estas alturas, sostiene Fuentes.

Sostiene Fuentes que los números pueden mostrar que el equipo, tras los resultados posteriores a la llegada de Simeone, se desinfla. Comparando ahora los resultados con los de la era Manzano, quien por cierto ha aprovechado la coyuntura para dar un par de entrevistas y lanzar puyitas en cuanto ha podido, surgen las dudas y las cuestiones prácticas, sobre todo por ser Simeone un entrenador que pone lo práctico por delante de lo estético, la defensa y la agresividad por delante del toque y la filigrana, los puntos por delante de las jugadas para el recuerdo. Sostiene Fuentes que, aún entendiendo a los que así piensen y dejando algo de espacio a la suspicacia y el escepticismo, él opina lo que ve y lo que ha visto hasta ahora, con sus excepciones, es un equipo más equipo que los anteriores, más solidario, más agresivo, con las ideas más claras, con un estilo y un objetivo a pesar seguramente de no tener plantilla para ello. Por estos motivos, sostiene Fuentes, él sigue creyendo en Simeone y, aún dando casi por perdida la cuarta plaza y la Champions League, considera que no es esto responsabilidad exclusiva de Simeone sino más bien el resultado de un cúmulo de circunstancias - el cansancio general, la ausencia de rotaciones, la inexistencia de suplentes de garantías, la acumulación de partidos, la falta de calidad que debe ser siempre suplida con entrega extrema - entre las que destaca la pobrísima planificación deportiva y la absurda plantilla confeccionada a principios de temporada por comisionistas, asesores fiscales, gestores y expertos contables, dejando claramente de lado a los que saben de fútbol, sostiene Fuentes.
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Analizadas las declaraciones del interrogado y habiendo concluido el Suboficial al mando, Brigada Vázquez, la inexistencia de indicios de delito aunque sí de motivos para la vigilancia de Fuentes, se procedió a poner a este último en libertad. Fuentes recogió sus enseres, se despidió cortesmente de ordenanzas y recepcionistas, anunció su intención de acercarse a un café próximo a comerse una tortilla a las finas hierbas, como acostumbra, y brindar por el recientemente finado Antonio Tabucchi, a quien Dios tenga en su gloria.

lunes, 12 de marzo de 2012

El verde y el azul o la felicidad absoluta


Lo primero que llama la atención al ir a ver el rugby a Dublín es el avión que sale de Madrid. Por lo visto, en España, el país en el que no gusta el rugby, el país que vive en torno a un fútbol artificialmente inflado para desviar la atención de la realidad, los aviones se llenan de aficionados que van a un país extranjero para ver un partido de rugby entre dos selecciones que no son, teóricamente, las suyas. Teóricamente, sí, porque el avión va lleno de españoles que van al rugby a ver a "su" equipo, Irlanda o Escocia en este caso, con la misma determinación y devoción que los naturales de aquellos países que juegan. El avión va lleno de irlandeses que vuelven a casa el fin de semana y de aficionados españoles al rugby, unos en pareja, otros en grupo de amigos, varios con los compañeros de equipo a jugar un partidito contra un club irlandés amigo y más tarde a ver el partido de verdad con los rivales en el pub. España, ese país en el que se ignora el rugby, llena aviones para ver partidos de rugby de terceros países, y los llena de aficionados encantados de gastarse los ahorros para disfrutar de un deporte al que las autoridades deportivas de su país no hacen ni caso. Antes de coger ese avión lleno de gente es inevitable un momento para la reflexión, un instante para pensar de quién es la culpa, qué se hace mal, por qué no se consigue apoyo popular ni institucional a uno de los deportes más bonitos de ver, más divertidos de jugar y sin duda el más bonito de vivir.

Lo segundo que llama la atención es la actitud de algunos pasajeros del avión. No todos, claro está, pero sí muchos, demasiados y todos ellos de los nuestros, compatriotas. Uno puede entender que el viaje implique una excitación máxima para un equipo de veinteañeros deseosos de demostrar en público su resistencia al alcohol y de dar rienda suelta a grandes voces a su ingenio incipiente y, por lo visto, sin pinta de llevarles a ganarse la vida en un futuro. Bien, vale, todos hemos pasado por ahí, da cierta vergüenza pero uno puede entenderlo aunque aún se nos ponga la cara colorada al verlo en tercera persona. Menos entendible resulta cuando el grupo que hace ruido, el que canta canciones de colegio mayor, el que hace chistes mil veces oídos antes y mil veces repetidos desde el asiento a voces cada vez más altas, que hace comentarios de pésimo gusto sobre las azafatas y que, en general, irrita a los pasajeros y abochorna a los compatriotas, está formado por cuarentones escasos ya de pelo y ricos en dioptrías. Uno, que ha estado en equipos de rugby y ha viajado con ellos, que como todos formó parte activa de esos grupos vociferantes como peaje para convertirse en uno más, recuerda cómo llegada cierta edad lo que antes era un ejercicio normal de reafirmación de pertenencia a la tribu se iba diluyendo por efecto del la reflexión, la educación, el pensar en los demás, el pudor. Por eso mismo sorprenden las voces, los comentarios faltones hacia los que están haciendo su trabajo sin perder la sonrisa a pesar de la tabarra que dan los pasajeros, la insistencia en la actitud a pesar de las miradas de hastío de las familias irlandesas que se desesperan porque sus hijos no pueden dormir entre tanto vocerío, la pose adolescente y casi desafiante de algunos, alicorados ya antes de llegar al avión, tipos de treinta y muchos y cuarenta y bastantes con aspecto de padres de familia, vocales de escalera, encargados de ferretería o ingenieros navales. Sorprende aún más cuando uno tiene la certeza de que ese mismo grupo faltón, ruidoso y excesivo contará a la vuelta del viaje historias de respeto entre aficiones, de exquisito comportamiento de propios y rivales y, en especial, del silencio con el que se vive en el Aviva Stadium, esto es, en Landsdowne Road, las patadas a palos de los rivales.

Llegados al centro de Dublín (tras carrera por la terminal para evitar en lo posible coincidir con el irritante grupo coral en la cola del taxi), llama la atención lo que siempre nos llama la atención: los pubs. Esta vez no llaman la atención por estar repletos de gente, como es normal, ni por tirar cerveza exquisita, que es lo suyo. Tampoco llaman la atención por estar cuidadosamente pintados, por sus rótulos dorados sobre fondos negros, granates o verde oscuro ni por ese olor mezcla de bodega y moqueta mugrienta que en teoría debería repugnar pero en la práctica gusta, y mucho. Lo que llama la atención en esta ocasión es que en la fachada de los pubs del centro, casi sin excepción, ondea la bandera irlandesa junto con la escocesa y con ninguna otra, algo así como una declaración de bienvenida, algo probablemente impensable en encuentros futboleros o en otros países. En algunos hay guirnaldas de globos verdiblancos junto con otros blanquiazules, en todos beben irlandeses mezclados con escoceses, en todos se charla, en ninguno se discute: bendita sea la cerveza negra y la buena educación.

El sábado por la mañana huele a fiesta mayor y desayuno irlandés y uno no aguanta demasiado en la cama. Casi amaneciendo, uno se echa a la calle a ver y vivir el ambiente y se topa con la primera sorpresa. La selección escocesa está en el mismo hotel, queda claro cuando en el ascensor al que acaba uno de entrar está Ross Ford, talonador de Edinburgo, capitán de Escocia. Ciento y muchos kilos para un metro ochenta y tantos, chándal oficial, actitud relajada y "good morning" al entrar. Anda, estáis en este hotel, qué bien; hemos venido a ver el partido desde Madrid, mucha suerte hoy. ¿Desde Madrid? Qué bien, muchas gracias, espero que disfruten del partido, thank you, bye. La actitud afable del capitán de Escocia dista mucho de la actitud de algunos jugadores suplentes de equipos de segunda división de fútbol, y esto impresiona. Impresiona más aún pasar por la recepción y ver a Allan Jacobsen y Jim Hamilton, casi 240 kilos entre los dos; impresiona Richie Gray y sus 2.07. Y, aún así, lo que más impresiona al que suscribe no está en la sala en la que desayunan los gigantescos jugadores escoceses, sino en un sofá de la recepción en la que el cuerpo técnico discute sobre el planteamiento del partido con un ídolo. Los entrenadores hablan con John Jeffrey, el Tiburón Blanco, ese flanker de pelo blanco y movilidad feroz que nos marcó las tardes de sábado de los ochenta entre voces de Ramón Trecet y Martí Perarnau,
el héroe de ese partido del 90 en que Escocia salió andando y no corriendo, cantó Flower of Scotland por primera vez en la mismísima cara de los ingleses e hizo apretar los puños celebrando la victoria a miles de personas, desde Aberdeen a La Puebla de los Infantes.

Es temprano aún pero la calle hierve ya. Se cuentan a centenares los kilts y las camisetas del cardo, y se cuentan a miles las calorías de los desayunos irlandeses que se despachan sin pausa en los pubs, acompañados de té y/o pintas de Guinness. Los escoceses llevan kilt con naturalidad y elegancia, sin dar en ningún momento la sensación de llevar un disfraz o ir haciendo una gracieta. Algunos llevan chaqueta de tweed a juego con el tartan, brogues de cuero negro y corte de pelo a navaja; otros camiseta de rugby, botas de montaña y barriga cervecera; todos tienen una pinta estupenda, mezclados la tienen más. La imagen de las calles del centro de Dublin llenas de escoceses en kilt tiene algo de grabado clásico o de estampa de álbum de cromos. Es primera hora y los escoceses, que duermen en hoteles y bed & breakfast, se han echado a la calle y son mayoría, los irlandeses irán apareciendo por las calles según avance la mañana.

Según calienta el medio sol irlandés las fuerzas se van igualando y las terrazas de los pubs se van llenando, el centro de Dublín hierve, lleno de grupos de aficionados de ambos equipos y también de muchos españoles. Se ven chándals de Boadilla, chubasqueros de El Salvador, camisetas de la española, grupos numerosos venidos de Navarra y el País Vasco que hacen volver la pregunta de por qué no se consigue hacer más con nuestro rugby. Las calles están llenas de verde y azul y en Temple Bar hay gritos y la gente se arremolina frente a un pub. ¿Una trifulca? ¿Una pelea? Es mucho más serio que todo eso, oiga. Entre la multitud congregada vuela un balón oval y suenan gritos. En medio de una gran expectación, un equipo de escoceses con kilt disputan el balón a un grupo de jugadores con hábito franciscano. Los escoceses son más grandes, pero los franciscanos son aguerridos y valientes, como demuestra el hecho de que varios de ellos jueguen con gafas y aún así bajen la cabeza en los placajes de manera ortodoxa. La dioptría tira mucho y el que suscribe toma partido por los monjes, pero reconoce la calidad y empuje de los escoceses, que rompen la línea una y otra vez. Hay placajes y rucks, hay drops que terminan impactando en las ventanas del pub de al lado, hay un encargado de pub que maldice a las órdenes mendicantes. El partido es disputado y los franciscanos ceden al empuje de los del kilt. La multitud espectadora intercambia opiniones: bien los franciscanos en delantera, pero, viendo cómo están este año dominicos y escolapios, no les auguro mucho futuro. Podrán con los jesuitas y con los marianistas si consiguen reunificar la Primera Orden y se refuerzan con la tercera línea de los franciscanos capuchinos, pero poco más: este año la liga tiene claro color blanquinegro, dominico. Los dominicos, también llamados "los Barbarians del Clero", son claramente superiores en touche y melé y al fin y al cabo Santo Domingo de Guzmán era de Burgos y contra eso hay poco que hacer.

Se acerca la hora del partido y el centro empieza a vaciarse. La selección escocesa sale del hotel y entra en el autobús en medio de vítores de los suyos y del sonido de gaitas. Van serios y concentrados, una derrota es más que posible y, de perder, el sábado siguiente se jugarían una vergonzosa cuchara de madera contra los italianos en Roma. El autobús se marcha pero las gaitas siguen sonando; la afición escocesa forma en línea de a dos y sale marchando hacia el estadio, siguiendo al gaitero que toca Scotland the Brave. La calle se para y mira en silencio la comitiva, como en
la pelea de La Brigada del Diablo, y eso que en ese caso no eran más que canadienses.

El estadio está cerca del centro, a unos veinte minutos a pie. Es fácil encontrarlo, basta con seguir la riada verde que ocupa las aceras, únicamente parando en las terrazas abarrotadas de los pubs de la zona. Ya cerca del estadio, las calles se cortan y no circulan coches, sólo aficionados de los dos equipos mezclados. Hay gaiteros y músicos irlandeses, hay montones de personas bebiendo Guinness y Smithwick's, nadie discute ni pierde las formas. Las calles que llevan al estadio están tranquilas, hay pocos policías que indican a los visitantes por qué lado ir. La policía sólo interviene para recordar que no se puede pasar por las calles adyacentes para evitar molestias a los vecinos, y lo hace con tranquilidad y amablemente. No hay vasos de plástico tirados en los jardines de los vecinos, ni pintadas en su casas. No hay antidisturbios disfrazados de samurai luciendo musculatura y mirando de manera desafiante, no hay ultras tirando cosas a la afición rival, no hay gritos insultantes ni amagos de carreras o peleas. No hay borrachos perdiendo los papeles sino gente bebiendo, de un humor excelente. La gente es tranquila y respetuosa, guarda colas para entrar al estadio y para ir al baño, respeta el turno del resto en los bares de dentro y fuera del campo. Hay niños por todas partes, hay familias enteras y balones de rugby que vuelan de un lado a otro de la calle, hay una mezcla absoluta de camisetas y bufandas verdes, tartans, kilts, tréboles, cardos, gaitas, banjos, glengarrys y balmorals. No hay ni un solo problema y eso que en breve dos equipos, el orgullo de sus países, se darán de golpes en público para defender la dignidad de los suyos. Llegados a este punto, es inevitable hacerse ciertas preguntas. ¿Qué demonios tiene el fútbol que envenena a la gente? ¿Por qué las aficiones al resto de deportes son pacíficas y educadas y no así las del fútbol? ¿Hay mayor vergüenza de la separación física de aficiones?

Las entradas no son buenas, los asientos están altos y da vértigo mirar hacia abajo en la inmensa grada del Aviva Stadium. Eso sí, es el mejor sitio para ver el despliegue de las líneas y las jugadas a la mano, de las que por suerte veremos muchas. Los equipos hacen un calentamiento intensísimo, largo, completo: sobrevivir a ese calentamiento ya sería un logro para un tipo en buena forma, pero para los tipos que corren y estiran y arrasan escudos de percusión aún quedan 80 minutos de pelea a puñetazos. Se retiran los equipos a vestuarios, suena Teenage Kicks de los Undertones y uno entiende que hay momentos que, por la compañía, por la pinta de Guinness que sostiene en la mano y por lo que va a vivir, deberían durar más, mucho más. Sale la banda militar que interpretará los himnos, sale el Presidente de la República de Irlanda y los capitanes presentan a los miembros del equipo. Se cuadran los equipos, se estrechan los abrazos entre los jugadores, se agarran las camisetas y aprietan las mandíbulas. Suena Flower of Scotland y se escucha cantar a los escoceses y a muchos irlandeses y a casi todos se nos pone la piel de gallina; suena La Canción del Soldado e Ireland's Call y sube mucho la temperatura y la emoción. Suenan también algunos gruñidos de enfado cuando por megafonía se recuerda que es una tradición de la que está orgullosa Irlanda el guardar silencio durante las patadas a palos de los rivales, un leve tirón de orejas a aquellos que silbaron a Halfpenny cuando pateaba para ganar a Irlanda hace unas semanas. Esto empieza, alabado sea William Webb Ellis.

Del partido, que a estas alturas uno empieza a sospechar que es lo de menos, queda una cosa clara: Irlanda gana merecidamente, quizás por una diferencia exagerada de puntos causada más por la inocencia del rival que por el brillo propio. Escocia no tiene una línea deslumbrante, pero como ante Gales, se empeña hacer un rugby valiente y vistoso, en jugar a la mano, algo que el público agradece y las estadísticas no tanto. Quizás los escoceses sepan que su delantera, quitando a Gray, no puede hacer frente al pack irlandés incluso en ausencia de O'Connell. De hecho Gray, un jugador que crece desmesuradamente en cada partido y que queda ahora lejos de la promesa en formación de la última edición, sea el único jugador de clase mundial de este equipo escocés que, sin embargo, se muestra valiente contra un rival claramente superior.

Aún así, Escocia se pone por delante con dos patadas de Laidlaw. Pero Best ensaya percutiendo como un búfalo en una jugada en la que Irlanda muestra que si aprieta no tiene rival en ese partido, y vuelve a ensayar Irlanda en una jugada de listo de Reddan, que aprovecha el despiste de los de azul. Ensaya a falta de cuatro minutos para el descanso el gigantesco Gray, rompiendo la línea con potencia y clase y dejando aroma a jugador histórico o, como dijo la prensa irlandesa, de niño de crecimiento temprano jugando con sus diminutos compañeros de clase. Pero no tuvo suerte Escocia, Trimble volvió a ensayar con el tiempo cumplido tras una buena jugada irlandesa con el estupendo Kearney por medio. El ensayo en el descuento tiene pinta de haber matado el partido, pero tres ensayos en diez minutos dejan una sonrisa en la cara de la grada entera.

Con tres ensayos irlandeses en un tiempo y Sexton pateando bien, con Irlanda puntuando justo después de cada anotación escocesa, el partido tenía poco futuro. Así fue. En un segundo tiempo más gris que el primero, Irlanda renunció a un tiro fácil a palos buscando un ensayo que no lo fue por la rabiosa defensa de Morrison, que mantuvo a Bowe a raya cuando intentaba posar el balón. Irlanda pasó un cuarto ensayo y pudo haber un quinto, pero Evans fue enviado al Sin Bin por derribar sin balón al irlandés que llevaba ventaja tras su propia patada, provocando las únicas críticas de la grada durante todo el partido. Al final 32 - 14, quizás demasiado para lo visto, pero quizás el reflejo de lo ocurrido: Escocia es un equipo valiente pero algo tierno con mucho que mejorar, Irlanda es un equipo mucho más compacto que ahora debe demostrar si, en ausencia de sus pesos pesados, es capaz de ganar a los ingleses en Londres el día de San Patricio, quizás el sueño de todo buen irlandés.

Hasta aquí, el resumen frío del evento deportivo, del partido disputado en el césped. Es muy diferente y más difícil de describir lo que ocurre en la grada. Es complicado contar cómo se eriza la piel de la espalda cuando, en momentos en que los escoceses doblan la rodilla ante el empuje irlandés, suenan gaitas de ánimo desde el fondo, tras los palos. Es difícil explicar cómo se nota la voz de la grada subiendo cuando canta Fields of Athenry, o cuando la minoría escocesa canta Flower of Scotland para que el equipo recuerde que es hora de apretar los dientes. Es también difícil de entender a quién se le ocurrió poner música atronadora tras los ensayos, por más que el sonido de latidos acelerados que se oye por megafonía mientras el árbitro espera el veredicto de los jueces que miran los monitores tenga su gracia. No es fácil transmitir con fidelidad a público de fútbol que el único momento de crítica hacia lo que ocurre en el campo, los únicos gritos de desaprobación, se producen por una trampa, por un placaje sin balón que impide un ensayo. También es complicado explicar la angustia general tras el golpe de Lee Jones, los comentarios sobre los gestos urgentes del médico, la sospecha de que algo va mal cuando en los videomarcadores no se repiten las imágenes del golpe entre los jugadores, la ovación cuando es retirado el rival en camilla. Más difícil aún es describir la cara de los jugadores escoceses cuando vuelven al hotel, la mezcla de tristeza y angustia de los que saben que se juegan la cuchara de madera en Italia, lejos de casa, dentro de una semana, o la mueca mitad agradecimiento mitad vergüenza cuando reciben aplausos al entrar en el hall. O incluso la cara de sorpresa que se le queda a uno al ver al día siguiente al partido a una estrella mundial como Ronan O'Gara, el hombre con más puntos de la historia del VI Naciones, el ídolo de los irlandeses y uno de los jugadores más odiados por el resto, llevando tranquilamente a sus hijos a los columpios de St Stephen's Green, el parque más céntrico de Dublin.

Todo es difícil de explicar si no se vive. Para rematar, los abonos del Atleti no usados fueron a parar a las manos de un montón de niños rojiblancos. Uno casi se siente culpable por haber tenido la suerte de haber estado allí y se ve casi obligado a escribir sobre lo visto como buenamente puede para al menos compartir un poco. Y es que, además, cada año desde hace más de cien se repite esta historia. No lo duden, si tienen ocasión, no se lo pierdan.

lunes, 5 de marzo de 2012

Sevilla-Atleti o cómo cogerle el punto al punto


El Atleti empató en Sevilla y, qué cosas pasan, hay ya quien empieza a hartarse de Simeone, que es una cosa muy nuestra. Desde que llegó Simeone el equipo empata más que otra cosa, a veces con cierta justicia como en Sevilla, a veces por fallar muchas ocasiones claras, como contra Racing y Sporting. En un año en que la Champions parece asequible, por más que haya una sola plaza para varios equipos, habría que empezar a ganar partidos y dejar de empatar. En Racing de Avellaneda, Simeone terminó haciendo del empate el resultado estrella y culminó una buena temporada que no gustó a muchos. ¿Pasará esto en el Calderón?

Analizando el partido del Sevilla, uno llega a la conclusión de que quizás fuera el empate el resultado más justo. El Atleti fue mejor en el primer tiempo, pero no así en el segundo. En el primer tiempo, el centro del campo del Atleti controló el partido y Salvio tuvo hasta tres ocasiones, de las que marcó solo una que fue un golazo. En el segundo tiempo, el Atleti perdió metros, el Sevilla jugó por las bandas y el Atleti sufrió. Más que por las bandas, jugó por una, por la derecha, por la de Navas. Filipe Luis Filipe, a ratos fuera de sitio y a ratos sencillamente incapaz de hacerse con su par, fue una bendición para el Sevilla. Por el otro lado, entre el buen partido de Juanfran (una vez más) y el clásico partido de Reyes (una vez más), se vivió más cómodo. El partido de Reyes, con sus conducciones de balón mirando al césped, con sus carreras en dirección contraria a donde indica la lógica y el movimiento de sus compañeros, con sus caídas exageradas y buscadas, con sus deslizamientos por la hierba, sus miraditas al árbitro y sus sonrisas en momento inoportuno llenaron de lágrimas de alegría los ojos de la afición colchonera que, ante el televisor, recordaron cómo hace no tanto tiempo Reyes hacía exactamente lo mismo en el Atleti para asombro y loa de parte de la prensa y mansa obediencia de aquella parte de la grada que delega su criterio en los voceros oficiales de los medios.

¿Qué le pasó pues al Atleti, además de que jugó contra un equipo que lo hizo bien, sobre todo en el segundo tiempo? ¿Por qué empató de nuevo un partido que podía haber ganado? Varias cosas se adivinan como causas. La primera, y más de Perogrullo, es que faltaban los buenos. Ni Falcao, ni Diego, ni Arda. Faltaba también Godín, pero a Godín le puede suplir Domínguez mientras que a Falcao no le suple nadie y a Diego casi tampoco. De entre Falcao, Diego y Arda al menos dos son imprescindibles, y de esos dos, uno es Falcao. Sin Falcao, Adrián hizo a ratos de delantero centro y dejó claro que no es su sitio, que su sitio está cerca de alguien como Falcao. Falcao puede fallar goles fáciles o quedarse en blanco en esos partidos en los que acaba con cara de angustia. Pero Falcao, juegue como juegue, marque o no, se desfonda, lucha, presiona el primero, permite con su presión que el resto de compañeros no estén en inferioridad casi nunca, entra al remate con la determinación suicida del primer forçado de la línea. Falcao siempre da posibilidades a los centrocampistas y siempre hace que los centrales rivales anden con la mosca tras la oreja. Los interiores y laterales saben que, cuando no hay otro remedio, un balón hacia el centro del área será casi seguro rematado por Falcao aunque haya dos centrales de dos cero cinco, aunque Falcao llegue desde más lejos que los defensores, aunque se juegue un puñetazo en la sien; sin Falcao, los centrocampistas siguen elevando balones al centro del área, pero casi nunca hay rematador. Y eso que ayer lo hubo y Salvio metió un golazo en el minuto 9.

Sin los tres de arriba, de la defensa hacia delante el Atleti formó con Tiago, Mario, Koke, Gabi, Adrián y Salvio. En un buen equipo, estos serían jugadores que rellenarían los huecos para los que no hubiera jugadores más capaces; Adrián, claro está, es la excepción a esta regla. Mario y Tiago, jugadores más blandos de lo deseable, ocuparon el doble pivote. Gabi, omnipresente pero cada vez más fundido, salía el primero a presionar. Koke corrió como gusta a Simeone y tuvo poco el balón en un partido de muchas carreras y muchas pulsaciones. Adrián anduvo más perdido que de costumbre, posiblemente por no tener la referencia de Falcao dentro del área o de alguno de los centrocampistas más creativos por detrás de él, dado que Koke anduvo más concentrado en tapar que en destapar.

Salvio fue el protagonista del partido, nos pese o no. En el primer tiempo marcó un golazo, hizo un buen tiro al palo largo con la zurda en un balón que pudo haber pasado a Juanfran, y casi marca un buen gol de remate complicado al palo más corto pero Palop hizo un paradón. Hasta ahí lo bueno, a partir de ahí el resto. En el segundo tiempo, una contra fácil, nacida de un balón robado por Mario, terminó en una pérdida de balón calamitosa, un contraataque, un pase de Navas desde la derecha y el remate de Babá; Babá es de esos jugadores que no tocan casi el balón durante el partido y siempre acaban marcando al Atleti. El fallo de Salvio manchó su gol, y la consecución de fallos que vinieron después, aún más. Se supone que Salvio es un jugador de banda y desborde que vive cómodo con espacios, pero esas suposiciones chocan con lo que se ve en el campo: es una lentitud cómoda para sus marcadores, una previsibilidad que facilita al defensor su tarea, un lenguaje corporal en carrera que hace evidente hacia qué lado girará, si frenará, si acelerará, si pasará o intentará regatear. Ausentes Falcao, Diego y Arda, las alternativas en ataque disponibles en el banquillo era Salvio o Pizzi, pareja de atacantes conocida en ciertos sectores de la grada como “Susto y Muerte”, y con esto queda todo dicho.

El segundo motivo que puede explicar la pérdida de control en el segundo tiempo y el empate es el cansancio. El equipo se mostró fundido en el segundo tiempo, y dispuesto a asumir el empate como mal menor al final del partido. Gabi hizo la labor de dos hasta que sólo pudo hacer la de medio, Koke no paró de tapar espacios y renunció al trato del balón por llegar siempre apurado y tener pocos espacios. El altísimo ritmo que impone el estilo de Simeone implica motores de alta cilindrada y muchas revoluciones, y esto sólo es viable con jugadores que sean portentos físicos, de los que el Atleti carece, o con varios jugadores intercambiables. Simeone está tirando de pocos jugadores, el equipo titular es casi fijo y en partidos en los que no están aquellos capaces de tener el balón y marcar el ritmo como Diego y Arda, el esfuerzo se multiplica. Según avance la temporada y se llegue a las semanas finales, se verá un equipo aún más cansado, si no directamente fundido.

Y esta idea lleva al último elemento, recurrente, anual, un clásico. La plantilla del Atleti la confecciona el departamento financiero, sección comisiones, y no el departamento técnico. No hay recambios para puestos claves, no hay atacantes y todo se fía a Falcao, que marca la mitad de los goles del equipo. Si Filipe Luis Filipe se funde, el recambio es Silvio, recién llegado de una lesión eterna; Juanfran es lateral derecho y lo hace bien, pero no se le contrató para eso, para su puesto estaban el frágil Silvio y Perea, jugador al que se lleva buscando sustituto años. Hay unos cuantos centrales, eso sí, y un portero cedido y otro que inspira pánico, mientras que se ha cedido a un tercero a un equipo que va por delante en la clasificación y ahora está en el punto de mira de algunos clubes extranjeros. Hay varios medio centros con características similares, carentes todos de ese algo especial que les haría indiscutibles, ni muy muy físicos (salvo Assunçao) ni muy muy técnicos, algunos más tácticos y disciplinados, otros con supuesta clase y talento que enseñan con cuentagotas. De los jugadores de talento, uno está cedido y el otro es conocido por su querencia a las lesiones frecuentes y, desde hace unas semanas, por su afición a hacerse fotos en discotecas a altas horas de la mañana durante períodos de lesión. Como comodín para la parte delantera está Pizzi, el hombre de los 15 millones de euros al que nadie ha visto jugar lo suficiente y que cuando se le ha visto ha dejado la impresión de ser un jugador mucho más barato del pago de cuyo traspaso, por cierto, no se sabe nada. La plantilla es rara, descompensada, carece de jugadores clave para puestos clave y dos de ellos están sólo cedidos. Es más, las características de la mayoría de jugadores casan mal con la idea de juego de Simeone, técnico elegido más por lo que representa en la grada que por lo que convenga a la plantilla. El Club suele optar entre entrenadores de toque y posesión y otros de agresividad y contraataque independientemente de los jugadores disponibles, haciendo del grado de protección que puedan ejercer ante las críticas al palco y el monto de las comisiones los únicos criterios válidos para elegir cuerpo técnico.

Y, aún sin contar con jugadores ideales para su sistema y filosofía, sin haber participado Simeone en la confección de la plantilla, los futbolistas parecen haber entendido lo que se pide de ellos. Quizás porque la inmensa mayoría de partidos vistos este año por el que suscribe han sido de equipos dirigidos por Manzano y Villas Boas, lo hecho por Simeone en el Atleti en las últimas semanas le merece todo el respeto. De un equipo perdido e insulso se ha pasado a un equipo aguerrido y comprometido. De un grupo deprimido y sin chispa, se ha pasado a un grupo de jugadores que saben lo que tienen que hacer y que quieren hacerlo, jugadores que se apoyan, que ayudan a su compañero, que esperan el fallo del rival ante la presión del compañero para recuperar el balón rápido y cerca del área rival. El Atleti juega a algo y los jugadores lo entienden. El Atleti es por fin un equipo y no un grupillo sin fin común, y eso es mérito de Simeone. El equipo empata pero hace por ganar, y si no lo consigue es por las propias limitaciones de la plantilla. Con lo que hay, y más aún cuando hay ausencias importantes, poco más se puede pedir. Perder ya la fe en Simeone sería prematuro y, sobre todo, algo que una afición que ha sufrido recientemente a Quique Flores y Manzano no se debería permitir. Confiemos.