domingo, 22 de febrero de 2015

Crónica cómoda tras el resbalón (y su resaca)




Volvía el Atleti a casa tras el extraño partido de Vigo y, cosas que ocurren, no flotaba en el ambiente ni la más mínima duda de que el equipo saldría fuerte, jugaría bien, ganaría el partido. La certeza no venía provocada por el estado de forma del Almería ni por su situación en la Liga, dentro de ese pelotón que va del puesto 10 al 16 en el que meten los codos equipos admirables como el Eibar, algo decepcionantes como el Athletic o directamente desconcertantes como la Real Sociedad. La certeza, cree el que suscribe, venía de otro sitio.

Si la afición llegaba al campo sin dudas era por esa capacidad que tiene el equipo del Cholo de retrotraernos a esos tiempos en los que uno iba al campo sabiendo que el Atleti iba a ganar. Quizás luego no ganase, ya lo saben Vds, pero la realidad es que, de chico, uno iba al campo con la certeza de que el Atleti iba como mucho muchísimo a empatar y eso si las cosas no se daban bien. Lo normal por aquel entonces era ganar, ganar jugando bien, ganar jugando mal. A veces, muy pocas, se perdía jugando bien, o se empataba jugando regular. Si se jugaba mal muchas veces se ganaba; sólo se perdía jugando medio bien si el equipo rival era mejor, más potente, estaba más en forma y, aún así, se perdía plantando cara y dando pelea hasta el pitido final siempre y cuando no ocurriera una desgracia o pitara Álvarez Margüenda.

Quizás esta sensación, que no era de invencibilidad ni de superioridad arrogante sino de seriedad y de solvencia, ha vuelto al Calderón demasiado rápido, de forma demasiado abrupta. La irrupción del Cholo y su carácter ganador, su solidez técnica, su capacidad para recuperar jugadores y convertir el agua en vino parece, cuando se compara con el período baldío y tristón de manzanos y ferrandos que le precedió, una orquídea floreciendo en medio del suelo de hormigón de un parking de polígono industrial. Aquello a lo que nos ha acostumbrado en tan poco tiempo el Cholo, es decir, a ganar, a plantar siempre cara, a poner en aprietos a los equipos más potentes en su casa o en la nuestra, a competir como fieras en pocas palabras, quizás nos haya hecho perder algo de perspectiva sobre el lugar del que venimos y, qué cosas, sobre las cosas que pasan en este deporte que llamamos fútbol.

Tras la derrota en Vigo, que fue justa y proporcionada para todo aquél que viera el partido, se levantó una tímida ola negra de pesimismo y de ira que acabó por sofocarse en poco tiempo; sin embargo, fue ola al fin y al cabo. En Vigo se jugó la mar de mal y se hicieron pruebas que demostraron ser fallidas. Jugadores que venían de hacer buenos partidos naufragaron sin excusa, y la ausencia de Arda, Koke y Raúl hizo que la afición pisara el rastrillo de la realidad y se diera en plena cara con el hecho incontestable de que la plantilla no es tan extensa como nos gustaría, que los jugadores a veces juegan mal, que los rivales a veces juegan mejor y que no siempre se gana por el simple hecho de querer ganar. Se perdió un partido que más bien ganó un rival inspirado en sus pocos tiros a puerta, en el que colaboró el árbitro con un par de decisiones desacertadas que, de haber ido en otro sentido, quizás podrían haber acabado en un partido injustamente empatado por el Atleti. Empatado, o hasta ganado, sí, pero injustamente. Pero, cosas que ocurren en la era digital, quizás por obra de la bendita costumbre de la victoria en la que nos ha sumergido Simeone y quizás por la ponzoña que derrama ese pozo de amargura y faltas de respeto que son las redes sociales, al acabar el partido de Vigo parecía que también se había acabado el equipo, las aspiraciones a Champions, la época dorada del Cholismo, el mismísimo Mundo al fin y al cabo.

En Twitter, ya sabemos, conviven especímenes molestos tales como el rival amargado presto a hacer comentarios que terminan en jajaja, los entusiastas del suplicio ajeno, los guardianes de la estética futbolística y la moral pateadora, los pontífices tácticos y los periodistas rabiosos. Toda esta molesta jauría es tan extensa que, aunque uno no siga a ninguno de ellos por no tener interés lo que dicen, resulta prácticamente imposible no enterarse de las barbaridades e inconveniencias que sueltan. Lo grave, además, es que muchas veces es porque son precisamente los seguidores del equipo propio los que contestan a sus bravatas, discuten sobre sus disparates y dan publicidad a sus opiniones carentes de cualquier valor. Porque, por si fuera poco, al grupete anterior se suman en los días señaladitos los atléticos amargos incapaces de ver con perspectiva el momento maravilloso que vivimos, los pretorianos que no toleran la crítica a nadie si él no está de acuerdo, los catastrofistas que ven en cada mínima muestra de humanidad del equipo señales inequívocas de que el final se acerca y graves doctores que guardan larvada la amargura de ver que un jugador al que siempre criticaron despunta ahora como un buen elemento, que aprovechan cualquier desliz para lanzar a los cuatro vientos eso de “ahí lo tienen, mírenlo, anda que no he dicho yo veces que fulano es un petardo”. Un poema, un ambientazo, un rollo importante, oiga.

Al final, entre unos y otros resulta más aconsejable cerrar persianas en ciertos días y quedarse tan tranquilo al amor de la lumbre propia. En día de derrota resulta casi imposible asomarse a ciertas redes sociales a opinar con calma sin ser apedreado tanto por los que consideran que no cabe la crítica al equipo o el entrenador como por los que elevan a la categoría de catástrofe-que-yo-ya-predije cualquier partido de fútbol. Si bien todos coincidimos en el NO CONSUMAN cuando se trata de ciertos disparates contados por ciertos medios (o más bien por ciertos periodistas dentro de ciertos medios), parece que el siguiente paso es no consumir tampoco redes sociales ni para bien ni para mal. Así somos de majos, qué les parece a Vds.

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Salió el Atleti al campo y salió también el Almería, que iba vestido como de chándal de gimnasia sueca de esos que se llevaban antes: azulito y con una V grande en el pecho. Si nos dicen que en vez del Almería había venido en su lugar un equipo checo de los 80 nos lo habríamos creído igual; si en vez de medias hasta la rodilla sale el Almería con calcetinitos blancos cortos de esos con una raya azul y otra roja y dos raquetitas de tenis cruzadas, tampoco nos habría extrañado. El Almería salió vestido de señor de mediana edad que anda rápido por el paseo marítimo y lo peor es que a estas alturas ya nada nos extraña; las cosas del fútbol de hoy en día, ya lo saben Vds.

El Atleti salió, algo es algo, vestido de Atleti y  con el equipo que uno considera que debe salir, incluyendo a Saúl haciendo de Koke durante la lesión de Koke. Y Saúl hizo bien de Koke y el Atleti jugó bien y resolvió rápido, beneficiándose de un penalti que no fue, jugando una única mitad de partido y reservando jugadores y protegiendo amonestados en vísperas de los dos próximos partidos de liga que se nos vienen encima, que serán muy importantes y llegan en un momento complicado. Lo que viene siendo una gestión eficaz del tiempo y los recursos, oiga, todo un curso de Management de ese.

En el Atleti de ayer se vieron algunas de esas cosas que hacen muy eficaz al Atleti de hoy en día: un portero al que le tiran pocas (tan poco trabajo conlleva mucho mérito para hacer bien las cosas cuando toca, por cierto), unos centrales serios y concentrados, dos laterales que requieren un poco más de análisis y dos medio centros sensatos y a tono. Del resto, es decir, de Saúl y su buen partido, de Arda Turan y su capacidad para hacer exactamente lo que le da la gana en absolutamente cualquier situación, y de la estupenda conexión que está naciendo entre los dos delanteros de unas semanas a esta parte, depende que el equipo, eficaz y sólido en cuartos traseros, resuelva con más o menos brillo y en más o menos tiempo este tipo de partidos poco exigentes.

Y es que Juanfran ha asumido definitivamente el papel de Filipe Luis – el lateral que, combinando y con rapidez, permite construir el ataque por su lado – y Arda así lo ha ratificado, combinando alegre tantas veces necesite por su banda hasta encontrar la ocasión de llevar el balón a posiciones de tiro. Mientras tanto, por la otra banda, en un universo paralelo (no hagan chistes), discurre la vida de Siqueira. Siqueira, fiel a su estilo desconcertante, lo mismo sale corriendo como una bala en dirección a la nada como se para e intenta un regate de filigrana. A veces llega bien a la línea de fondo y pone un pase magistral, a veces desbarata él solito una situación ventajosa tomando una decisión catastrófica. Siqueira, además, no tiene suerte, el hombre; Siqueira es de esa gente que aparece en bermudas en un funeral por no haber leído el mensaje completo, o suelta un chiste inoportuno cuando ya terminó la pelea de bar y se vuelve a montar un follón cuando ya todo parecía resuelto. Siqueira consiguió que le expulsaran (quizás injustamente) en el único partido en el que el Atleti había gestionado a la perfección el no recibir amarillas, y se fue para el vestuario con una cara muy cómica, sin explicarse, una vez más, la situación que él mismo había provocado. Eso sí, les advierto yo una cosa: a Siqueira, que es un desastre con buena voluntad, el don de la inoportunidad y la capacidad para tomar decisiones adecuadas de una acelga, le estoy yo cogiendo cariño. Me pasa un poco como con Pernía. Avisados quedan.

Alejados en fin de la zona impredecible del lateral izquierdo, ayer fue el día de los delanteros. Mandzukic, que tiró de galones a la hora de hacerse con el balón del penalti (y eso que Griezmann lo había cogido por si colaba) marcó un gol y pasó los balones en los otros dos; Griezmann, que abrió la tarde con un control portentoso tras un pelotazo larguísimo de Moyá, marcó dos. Entre uno y otro amargaron la existencia a la defensa del Almería, tan tranquila con su chándal de jubilado, y dejaron el partido cerradito y con un lazo cuando se llevaba media hora. Mandzukic sirvió a la perfección dos balones, uno en profundidad y uno por alto, reeditando lances de su partidazo contra el tercer equipo de Madrid del otro día; Griezmann volvió a lucir control prodigioso en carrera y precisión de cirujano para poner el balón en el poste en el primer gol, y habilidad ratonera en el segundo.

Entre uno y otro, con la posibilidad de meter a Torres casi por cualquiera de ellos si la situación lo requiere, el Atleti tiene garantías de hacer daño y mantener a la defensa rival ocupada siempre y cuando no se produzca la rara conjunción astral de Vigo. Y si Mandzukic se ha ido ganando los galones y el sitio poco a poco desde el inicio de la temporada, la progresión de Griezmann desde el partido de Bilbao, quizás coincidiendo con el ataque de epilepsia que llevó a su peluquero a hacerle ese desaguisado, es meteórica. Goleador, fino estilista y hábil cuasi-centrocampista con trote ligero de tirador de florete, Griezmann está ya muy cerca del jugador que debe ser; cerca, no ya allí, porque de Griezmann esperamos más. Si adquiere algo del instinto peleón de Mandzukic y se convence, como Arda, de que ir al suelo, rebañar balones y no perderlos por entrar con la pierna floja y sin fe, es parte fundamental de su trabajo, Griezmann puede convertirse en un jugador aún más letal, más completo que ese físico de López Ufarte sugiere, más potente, mejor; viendo la progresión, no parece que estemos lejos. 



Así que, una vez más tras un tropiezo, el Atleti ganó bien y volvió a dejar claro que lo suyo es precisamente ir a lo suyo, lejos de los amargos cantos de Twitter que anuncian la catástrofe, lejos de las risitas de los rivales que esconden en sus chistecitos el miedo al que viene fuerte y la rabia por el – al menos provisional – fin del cómodo bi-equipismo que todo lo explica. El Atleti tiene ahora dos partidos muy complicados y un tercero, el Espanyol, que puede complicarse mucho también. En medio, Champions, esto es, un mes complicadísimo con muchos partidos duros. Precisamente lo que le gusta al equipo del Cholo, precisamente el fregado en el que se desenvuelven bien los jugadores. Confiemos. 

domingo, 8 de febrero de 2015

De la sutil diferencia entre el orgullo y la arrogancia

El viernes empezó por fin el 6 Naciones tras casi un año de espera, un año entero soñando con días fríos, campos embarrados, pubs abarrotados y cejas rotas. Y lo hizo en viernes y de noche, mostrando que también al 6 Naciones llegan las cosas de la mercadotecnia y el fútbol, de la tele y los fans de corbata y palco de empresa, del espectáculo por el espectáculo.

El 6 Naciones empezó en Cardiff entre juegos de luces y fuegos artificiales, entre llamas, focos, efectos de sonido y puesta en escena de la Superbowl. Antes de los himnos los aficionados menos recientes echábamos de menos esos partidos a medio día entre equipos vestidos de colores planos sin logotipos en camisetas con cuello blanco de polo, arbitrados por tipos vestidos con los colores del equipo de su país de origen, en los que no había cambios a menos que los médicos de ambos equipos lo autorizasen, en los que las brechas se solucionaban sobre la marcha con un pegote de vaselina aplicado sin guantes de látex.

Pero el rugby evoluciona, y vaya si lo hace, y ahora los partidos comienzan con fuegos artificiales y los equipos salen a jugar entre llamaradas y explosiones con colores que no son los suyos, proliferan los samoanos gigantescos y los neozelandeses y sudafricanos nacionalizados y ya casi ninguno parece poder resistir al paso de los tiempos alineando únicamente locales; eso hasta Escocia, que este año lleva al torneo un granaíno, e Irlanda, que juega con un barcelonés, a ver cómo se quedan Vds. El rugby del Norte, más tradicional y menos físico que el enloquecido y admirable rugby eléctrico y agotador del Sur, va adaptando las costumbres de las excolonias y alinea gigantes de piel oscura y atletas de cuellos de boxeador en este rugby de vísperas de Mundial, rugby de zagueros protagonistas, patadas profundas, drops trabajados y kilos y kilos de músculo peleando en rucks gestionados con eficacia quirúrgica a más pulsaciones de las que los médicos recomiendan.

Pero toda esa evolución de luminotecnia y cámaras superlentas, esa profusión de logotipos y colores, esas camisetas pensadas para ser vendidas a los aficionados y no para distinguir a los buenos de los malos, pasan a un segundo plano cuando suenan los himnos y los jugadores agarran la camiseta del compañero y se desgañitan cantando algo que saben que, por  muchos palcos Vip que venda la organización, por muchas llamas y bengalas que se tiren al salir el equipo, por mucho que cambien los horarios, al final hay una única cosa que realmente importa en el torneo: representar a los tuyos, reditar batallas antiguas, cambiar la historia o al menos intentarlo, dejar hasta la última gota de sudor por esa multitud vestida de colorines que abarrota estadios y pubs en un rito que ya tiene más de 130 años. Qué bendición de torneo.
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Tras la primera jornada las conclusiones serían precipitadas, pero alguna pista va quedando. La primera, que Inglaterra viene mucho más seria de lo esperado, tras ganar con autoridad y solvencia a Gales en Cardiff. Gales, una de las favoritas por nombres y trayectoria, no parece dar con la tecla de la regularidad ni con la bisagra que permita a su fabulosa línea encadenar pases con la fluidez que la alineación, vista sobre el papel, sugeriría. Quizás sea un problema propio o quizás fuera mérito de los ingleses, poderosísimos en melé, agresivos y serios durante todo el partido,  mucho más equipo que los anfitriones, despistadísimos al final del segundo tiempo.

Las otras dos pistas más o menos claras son que a Irlanda, muy superior a los italianos, aún no la hemos visto en situación apretada y que Francia, que visita Dublín el próximo fin de semana, no deja de ser ese equipo basto que en nada recuerda a lo que el imaginario colectivo sigue asociando con los vecinos. Ante una Francia vestida de España y con un López y un Guirado en la alineación (y un Parra, pero este es portugués), Escocia jugó vestida de local y mostró ilusionantes síntomas de evolución hacia un rugby alegre y a la mano que recordaba mucho más al ADN francés que el pesadote rugby de patadas largas y muslos gordos de los locales. Escocia falló un drop, una transformación y un golpe y si no es por eso quizás se hubiera llevado un partido jugado al ataque con alegría y con bravura a la hora de defender en 22, muy lejos de ese juego tristón que le sirvió para llevarse una paliza en casa (0-22) en la última Calcutta Cup.

Una sorpresa agradable y esperanzadora vestida de azul oscuro, una candidata que no parecía serlo tanto vestida de blanco, un equipo verde muy serio y competitivo que vela armas ante su primer partido grande, un equipazo que no consigue jugar como se espera vestido de rojo y un equipo que debería vestir de azul pero con camiseta roja españolizada con un rugby feote y una afición que, como es tradición, sólo canta cuando gana son los protagonistas de la primera jornada. El sexto, el admirable equipo azul que evoluciona año a año, no parece que en esta edición pueda aspirar a mejorar pasadas ediciones. Y, mientras tanto, España ganando 43-20 a Rusia con un rosario de ensayos y claros síntomas de mejoría. Que dure.
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Como bien saben los pacientes seguidores de este blog, el derbi local es el partido que menos le gusta al que suscribe, servidor de Vds. Normalmente a uno no le gusta este partido por  la tirria natural que uno profesa hacia el otro equipo grande de la capital y sus pesadísimos seguidores, los nervios propios de la ocasión, la irritación por las campañas previas para desestabilizar en uno u otro sentido al equipo, los bulos y faltas de respeto de tertulias y portadas, los pesadísimos montajes fotográficos que circulan por redes sociales antes y después del partido y el tradicional mal ganar y mal perder de nuestros adorables vecinos del Norte. Nada nuevo, ya saben Vds, oigan.

A todo este irritante panorama se añaden este año dos elementos nuevos. El primero, el hastío. Seis veces, seis, hemos tenido que pasar este año por el aburrido proceso de calentamiento de partido por parte de la prensa, por el bosque de fanfarronadas y faltas de respeto, de amenazas de humillación que luego no se cumplen pero de las que nadie responde, de rumores de sanciones, fichajes, salidas de jugadores. Este año, además, hemos tenido que aguantar cansinas reflexiones sobre el imaginario carácter violento del equipo, sobre su mal juego, sobre el exceso de goles a balón parado, sobre cualquier aspecto que, a juicio de la prensa desquiciada, pueda suponer un demérito para los logros del fabuloso equipo del Cholo. En plena vorágine de comentarios absurdos y justificaciones de lo injustificable, este año más que nunca nos hemos hartado de ver dobles raseros, análisis infantiles, ataques de niño enrabietado, invocaciones del más allá, comparaciones delirantes como aquella con Estudiantes de la Plata de Bilardo, rosarios de excusas tras las derrotas, justificaciones de párvulo, comentarios despectivos sobre la conveniencia de ser eliminado de una competición para cuya remontada se había conjurado a la afición en pleno, bravatas con ceja depilada, llamadas a dar patadas por parte de supuestos genios malagueños, comentarios desquiciados enviados desde medios supuestamente serios. Un poema, un despropósito, una espiral de idiocia sonrojante difícilmente explicable a un niño, a un extranjero desconocedor de los ridículos mecanismos deportivos patrios, a un extraterrestre, a un mono platirrino. Una pesadez, un rollo, un tormento innecesario. Un coñazo, vaya.

El otro elemento nuevo está en la grada. La irrupción del Atleti en el panorama futbolero internacional, o más bien su vuelta de una vez por todas, parece haber atraído el interés de tour-operadores asiáticos y europeos que llenan de clientes las gradas del Calderón día sí y día también. En día de derbi, como pueden imaginar, multiplican su demanda. Imaginamos que animados ante la posibilidad de ver el enésimo partido lamentable de cierto ídolo mediático con museo autofinanciado y estatua de bronce que le representa haciendo su famosa celebración, esto es, el afamado grito de tonto de pueblo manchego al paso de un descapotable, la grada del Calderón se llena de grupos de japoneses con palo de selfie, ingleses en viaje cervecero, grupitos de franceses con conocimiento futbolístico nivel usuario novato y recuas de rusos embrutecidos acompañados de mujeres enjoyadas que comen pistachos con la boca abierta.

El resultado es probablemente lucrativo para las agencias de viaje, pero devastador para el ambiente en la grada. Así, entre aficionados de toda la vida que saben que lo que se juega en el campo es más que tres puntos y una victoria, disfrutan del ambiente los visitantes como quien va a ver un concurso de monólogos; no entran en este saco, claro está, aquellos procedentes de países futboleros (ingleses, escoceses, argentinos) que sí comprenden lo que pasa.

Por el contrario, el resto se deja llevar por lo que ven y se añaden a la corriente general sin tener ni pajolera idea de lo que ocurre. Si el fondo salta, tres franceses jovencitos vestidos y peinados exactamente igual saltan tan contentos y se miran entre ellos para demostrar lo bien que se lo están pasando gracias a las entradas que les compró su papá; si la grada de lateral canta improperios, cuatro rusos dan palmas mientras se quitan las migas de pan de la comisura de los labios. Si el Atleti marca, lo celebran con pasión cinco japoneses educadísimos vestidos de punta a cabo con merchandising del Atleti. Con el partido empezado y el Atleti atacando, llegan tarde seis turcos con bufandas del rival (y uno de ellos con una del Barça en el día de ayer, como lo oyen) y hacen levantarse a media fila entre las protestas de la grada entera. Siete rusas enjoyadas hacen flamear banderitas al ritmo del himno del Atleti mientras ocho ucranianos alicorados hablan a voces entre ellos de localidad a localidad, separadas por culpa de que el touroperador vendió más de lo que tenía, atraído por la posibilidad de forrarse el riñón de rublos en metálico.

Atraídos por una de las gradas más calientes y orgullosas de Europa, los visitantes contribuyen al enfriamiento de la misma en partido importante. Que el dinero es el dinero es algo que todos sabemos bien, sobre todo los que sufrimos un palco lleno de contables en B desde hace tiempo; que los tiros salen a veces por la culata, también. Mejor haría el club en procurar que la grada la ocupara en bloque la gente que quiere al club, aún dejando menos dinero en las cajas registradoras, que en convertir el Calderón en una visita recomendada en folletos de esos que se dan en los moteles.
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Por sexta vez en la temporada, salió el Atleti al campo a jugar contra el otro equipo grande de la capital, ayer trasmutado, y no es exageración, en el peor equipo que ha pisado este año el Calderón, empatado quizás con el pobrísimo Olympiacos que volvió al Pireo peinadito a raya entre los lamentos de la pléyade de fans de su engominado ex - entrenador.

Salió el Atleti al campo con el equipo que habríamos sacado casi todos, quizás con la duda de si Raúl García debería jugar desde el inicio este tipo de partidos o de si Torres, tormento del vecino en los últimos tiempos, podría haber jugado de titular. Pero el Cholo decidió y el Cholo, una vez más, acertó, y el Atleti firmó uno de sus partidos más completos y placenteros en meses, si bien es cierto que el rival no fue más que un equipete con una pobre defensa de circunstancias, un medio campo en el que únicamente un jugador - alemán y rubio, no el otro alemán - mostró categoría y personalidad y en el que su delantera firmó un nuevo partido raquítico aunque excelentemente bien pagado.

Salió el Atleti entre los vapores etílicos de aquellos que ven violencia donde el resto vemos partidos normales y, a los cinco minutos, vio cómo le rompían la nariz de un codazo a su mascarón de proa (y ya van dos narices rotas este año, por cierto, en ambos casos solucionados con un despliegue de coraje y hombría de los propietarios de los huesos fracturados). La fractura de los huesos propios, que son esos huesos de la nariz que al parecer tienen un acusado instinto de propiedad privada, se produjo en una acción que será considerada siempre fortuita y nunca violenta, hombre por Dios, eso de la violencia no se estila en el barrio financiero, es más bien cosa del río. La fractura nasal, además, fue casi simultánea a la lesión muscular de Koke, que se dejó las fibras en un sprint en frío. Mal parecían empezar las cosas para el Atleti; sin embargo, la tarde iba a ser de las que se recuerdan siempre, también por eso.

En el Atleti jugó Moyá, que ocupó la demarcación de portero automático. De haber jugado el portero del infantil, o servidor de Vds, o incluso María Teresa Campos defendiendo la meta colchonera, es casi seguro que el resultado final habría sido el mismo. Una vez tiró a puerta el millonario rival, una vez a pesar de haber alineado esa tripleta atacante que los medios elevan a grupo histórico tras los partidos contra los dos o tres últimos de la clasificación y que tiene por costumbre desaparecer en los partidos disputados, guardando sus hazañas para amistosos, torneos veraniegos y eventos festivos con árbitro y linier. Una vez tiró a puerta el rival, una, que salió al campo luciendo orgulloso un 4-3-3 con tres delanteros jugando en la novedosa demarcación de puntausente, alineados con el tino y la elegancia de la mujer del constructor nuevo rico que siempre lleva su diadema, pendientes y collar carísimos a todas las fiestas, peguen o no con el traje. Una vez tiró el rival a puerta y eso, sin duda, se debió al violento y ultradefensivo planteamiento del equipo local, paladín del catenaccio y el patadón, equipo limitado que gusta del balón parado, el punterón y el trampeo.

- Pues no, oiga
- ¡No me diga!
- Lo que oye

Con Godín jugando con la nariz llena de patatas fritas al más puro estilo Mandzukic y Miranda derrochando tranquilidad y suficiencia, el Atleti sufrió más bien poco en defensa. Juanfran jugó bien como en él es habitual y también lo hizo bien, y muy bien en alguna ocasión, Siqueira. Siqueira, excelente en la jugada del gol, hizo un buen partido, mucho mejor de lo normal. Siqueira perdió algún balón de esos suyos e intentó algún regate futbolsalero de más, pero en líneas generales estuvo a un nivel mucho más alto y acertado que en partidos anteriores, algo esperanzador y tranquilizador que esperemos que contribuya a su mejoría definitiva y la definitiva deglución de las palabras del que suscribe.

Pero donde realmente el Atleti ganó la partida fue desde la plácida zona de defensa hacia delante. Gabi, entonadísimo y hábil en controles y juego en corto, y especialmente Tiago, se hicieron con la parcela central con autoridad y buen juego. Tiago, de nuevo dando una lección de juego en su posición, fantástico en las ayudas y en la toma de decisiones, ocupó los espacios con sabiduría y clase, se incorporó bien en segunda línea y marcó un gol con la ayuda del desafortunado portero visitante; pudo marcar otro de cabeza tras una jugada estupenda de todo el equipo. Enorme, Tiago volvió a demostrar que su cabeza es la del entrenador dentro del campo, el procesador que marca el ritmo del partido, que aprieta cuando hay que apretar, duerme el juego cuando procede y acelera cuando es necesario, mostrando una madurez que le ha convertido a sus años en mucho mejor jugador que en temporadas anteriores.

Sin obviar el estupendo partido de Arda, habilísimo y preciosista además de vital en la recuperación de balones rebañados al rival, ni el trabajo de Griezmann, que hizo un buen partido aunque estuviera algo impreciso y sobrepasado durante el final del primer tiempo, único rato en que el rival se empeñó en recordar al personal que no era un equipo de final de tabla, las flores del partido fueron para Saúl y Mandzukic. Saúl, sorprendente recambio de Koke cuando todos esperábamos a Raúl García, salió en frío al poco tiempo de empezar el partido y no pareció notar sobre sus hombros el peso de la responsabilidad del partido grande y de su propia trayectoria. Saúl, algo errático en sus últimos partidos, cogió el toro por los cuernos y al ratito de salir metió un gol de chilena pegando el balón al palo tras un pase maravilloso de Siqueira del que estaremos hablando unos cuantos años. Confiado y fuerte, cubrió su parcela, robó balones, combinó con calidad e imaginación cuando hizo falta y dio un gol en bandeja a Griezmann cediendo de cabeza con mucha inteligencia justo en la jugada en la que se lesionó. Saúl, a quien reclamábamos un paso adelante, aprovechó la ocasión y mostró personalidad, calidad y ganas para ser el jugador que todos queremos que sea.

Mención y párrafo aparte merece Mandzukic, autor de un partido enorme, de manual de delantero centro. Mandzukic se llevó prácticamente todos los balones por arriba, controló con el pecho y facilitó balones a la segunda línea, mostró calidad y despliegue y superó en todo momento a los rivales que, impotentes, intentaban disputarle algún balón por arriba. Cómodo, Mandzukic leyó estupendamente el partido y el hecho de que el Atleti jugase por arriba y en corto bastante más de lo normal, aprovechando las ganas del croata y la blandura y nervios de la limitadita defensa visitante. Mandzukic hizo pues un partidazo y de su precioso gol en plancha tras jugadón entre Tiago y Torres, ambos con pases fantásticos, nos alegramos todos especialmente. Todos, intuimos, salvo la defensa visitante, artificialmente inflada por la prensa desde hace meses y muy poca cosa para parar a este croata con malas pulgas y ganas de partidos de este tipo.

Este buen Atleti se merendó sin excesivos problemas a un rival pobrísimo al que, de haber habido un pelín más de puntería, se le habría metido uno o dos goles más. Del rival, blandito en las recuperaciones y sin ganas de pelea, se diría que jugaba con calma sabiendo que siempre habrá quien justifique su derrota por algún motivo peregrino. Agotado el discurso del balón parado y el catenaccio, del patadón y la violencia, la afición colchonera espera expectante la nueva excusa: ¿serán las lesiones? ¿el estado del campo? ¿será que los del Atleti tiran muy fuerte y a dar? ¿habrán comido los jabalíes porquerías? Algo saldrá, se diría que pensaban los jugadores rivales, tranquilos que algo dirán, al final no será culpa nuestra, sino suya. Algo inventarán los de la ouija para justificar el repaso, con algún Estudiantes de la Plata compararán a este equipo que nos acaba de pasar por encima sin dejar ninguna duda. De alguna manera justificarán los nuestros que después del partido nos fuéramos de karaoke para celebrar el cumpleaños de este de las cejas, el mismo que volvió a hacer un partido nefasto, el mismo que perdió el 90% de los balones una vez más, el mismo que con 3-0 se puso en una banda a hacer un regatito de esos suyos con pasos de jota manchega para, tres toques después, dar un pase atrás de 8 metros que hasta alevín habría dado de primeras, sin complicaciones, sin alardes, sin hacer tontunas. Porque, como bien dijo un señor en la grada tras el lance, “lo que a este chico le pasa es que no tiene sentido del ridículo”.

Una vez más el Atleti dio un puñetazo en la mesa, una vez más pasó por encima a un equipo, esta vez flojete, en un  momento importante. Una vez más el Cholo demostró que lo suyo es un prodigio futbolístico, táctico, de motivación, de identificación con una idea, y no la caricatura que sucesivamente, partido ganado tras partido ganado, intentan dibujar sus detractores. Ni patadas, ni recursos pobres a balón parado, ni catenaccios ni estudiantes de la plata: lo que el Cholo y los suyos, los nuestros, han vuelto a hacer es explicar a la vociferante masa acomplejada cuál es la diferencia entre el orgullo y la arrogancia. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Crónica británica desde el Bajo Deva


Si uno tuviera que elegir un equipo favorito (además del Atleti, claro está) en esta liga de gigantes millonarios, clase media enfadadísima con todo el mundo y equipos en manos de directivas que no suelen caer en que los clubes de fútbol los formó la gente y que sin la gente no tienen sentido, tendría dudas entre dos. El primero, el Rayo y sus increíbles gestos hacia la gente de su barrio y la gente que les hizo grandes desde el campo, aumentados por los gestos que la gente del barrio, y en concreto esa señora admirable, les devuelve en forma de dinero recibido pero no usado para que otros sufran un poco menos. El segundo, claro está, es el Éibar.

Que Éibar, municipio de 27.000 habitantes, tenga un equipo en Primera sin más apoyo que el de sus propios vecinos es ya para recibir a jugadores y sobre todo aficionados con honores de Jefe de Estado. Que estos aficionados llenen un campo para 5.000 personas (que es casi el 20% de la población) resulta asombroso. Que los goles se celebren al sonido de la sirena de la fábrica que durante años despertó al pueblo es sencillamente fabuloso. Que Éibar sea el pueblo de las Lambrettas y de Gárate hace que a uno le sea imposible no ser un gran admirador del Éibar.

Y a todo esto el Éibar, con un presupuesto diminuto y, eso sí, ni una sola deuda, marcha pasada la primera vuelta cerca de los puestos europeos, lejos de los puestos de descenso en los que casi todo el mundo contaba con verle a estas alturas del campeonato. Y es que el Éibar, con buena parte del bloque que jugó en Segunda B y unos cuantos refuerzos modestos pero atinados, juega bien y puntúa en sitios donde no todo el mundo lo hace, no cose a patadas a los rivales, tiene jugadores interesantes y otros, como Arruabarrena, directamente admirables.

Vivimos con normalidad en una liga de periodistas desquiciados y aficionados contentos de desquiciarse con ellos, de peleas infantiles sobre detalles absurdos, de leyendas urbanas y campañas mediáticas de limpieza o embarramiento de la reputación de quién convenga según convenga, de jugadores de Lladró que hacen bailecitos y tiran besos para luego saltar con cara de herido de muerte cuando un rival pasa a menos de un metro de sus espinilleras de Swarovski, de conjuras y ouijas, de remontadas y excusas sonrojantes si las cosas no salen como se calculó desde la sala de reuniones del comité de dirección, de bulos irresponsables y llamadas a la exaltación que terminan en el recibimiento a botellazos del autobús visitante en nombre de la historia, el honor y esas cosas tan chocantes cuando caen en manos de predicadores y acomplejados. Y en esta liga que, puesta en perspectiva, resulta ridícula, sobreactuada, sobrecomercial e infantil, el Éibar brilla con luz propia gracias a su grada chica y baja, a los balcones llenos de gente de los edificios que rodean al estadio con la bandera colgando del alféizar, a su campo embarrado y su peña escozesa con zeta.

Uno desea al Éibar lo mejor de lo mejor y no puede evitar sonreír con cierta envidia al ver a ese equipo con aire de club setentero del Norte de Inglaterra en los 70, orgullo de zona industrial de las de hierro y carbón, club modesto pero honrado que ni debe dinero ni lo necesita para nada más que para pagar sueldos y no convertir los vestuarios en spas sino, como mucho, para reparar la sirena de la fábrica Alfa, si es que alguna vez se estropea. En esta liga de estrellitas e inversores extranjeros, un club de pueblo financiado por su gente que conserva a sus jugadores como si fueran joyas y a su sirena como si fuera un Stradivarius es aire fresco, un ejemplo, un lujo, una alegría. Una auténtica maravilla.

Aunque, bien pensado, a lo mejor lo que pasa es que es el Club de Gárate; quizás eso lo explique todo.

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Conectó la televisión con Ipurúa y lo que se veía era un campo embarrado con aspecto de sembrado a medio labrar y una cuarta de agua en algunos puntos estratégicos. De inmediato,  en las redes sociales (más bien en una, la del pajarito) no se leían más que críticas: menudo patatal, ahí no se puede jugar, qué vergüenza de campo, decía la muchachada enfadadísima desde el sofá, tecleando en su tableta de nosecuantas pulgadas. Mientras tanto, sin embargo, a los aficionados que recordamos el secuestro de Quini como un evento la mar de preocupante, se nos puso una sonrisa de medio lado.

Ipurua ayer, en efecto, parecía una anomalía en esta liga de campos perfectos, verdes con drenajes casi linfáticos, césped rasurado y con depilación brasileña y con pantone homologado por la LFP y las televisiones; y sin embargo, lo que ayer había en Ipurúa no era más que un campo de fútbol de los de toda la vida, un campo de rugby en invierno, un terreno de juego como aquél de Atocha. Y la nostalgia que nos entró a algunos no venía tanto por eso, que también, sino por vernos a nosotros mismos jugando en campos embarrados – de tierra cuando jugábamos al fútbol, de un césped teórico que era peor que la tierra cuando jugábamos al rugby, como el de Cantarranas – con camisetas empapadas, botas cuarteadas, cal en la frente tras despejar de cabeza en un córner y los lagrimales llenos de barro hasta un par de horas después de la ducha.

Los menos jovencitos recordamos haber jugado mil veces en campos similares con balones Mikasa, prodigio de la industria deportiva que cuando conservaba la cubierta impermeable era de una dureza comparable a las balas de cañón que hundieron en Trafalgar al icónico navío San Juan Nepomuceno, y que cuando la perdía tenía una capacidad de absorción de agua muy superior al de la esponja natural y la bayeta Vileda juntas, dándole un peso y densidad comparable al de una Enana Marrón, capaz por tanto de lesionar gravemente unas cervicales en un despeje o de dejar la marca de la costura durante días cuando uno tenía la mala suerte de recibir un pelotazo en un muslo en día de frío. Al ver el partido de ayer uno recordaba las tardes dándole grasa de caballo a las botas y al balón que, en el caso de ser el celebérrimo “Wallaby” de rugby, lo revestía de una película viscosa y resbaladiza que hacía imposible atraparlo sin que a uno se le escurriera entre los dedos, como si fuera una trucha vivita y coleando recién salida del río, y las medias de lana gruesa, atadas con un trozo de cordón de las botas, que con el agua  se iban empapando y empapando, bajando poco a poco por la pierna hasta dejar claro que ahí ninguno jugábamos con espinilleras, hombre por Dios, con lo molestas que son y para lo poco que sirven.

Y no se crean que hablamos de los años 30, oiga, que eso era así hace bien poquito. Lo que pasa es que tanta camiseta dry-fit, tanto baloncito de playa, tanta bota de colorines de plasticucho flexible y tanto campo de césped artificial han terminado por ablandar a los futbolistas de barrio y hacerles pensar que en un césped como el de ayer, en el que se ha jugado al fútbol y al rugby durante cien años, no vale para este deporte de tiquismiquis que tanto dinero mueve hoy en día. Les llega a oír Arteche, oigan, y no tienen sitio donde esconderse.
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Salió el Atleti al campo vestido de gris hormigón aluminósico y entre la lluvia, la grada y el barro aquello parecía una escena de una película de Ken Loach; y algo así les debió decir a los jugadores el Mono Burgos, porque el Atleti salió con oficio y disciplina de minero galés, que era lo que requería el partido. Cuando tras el primer toque el balón se quedó clavado en una zona en la que parecía que podía correr, y cuando tras el segundo el balón salió disparado cuando el espectador en pantuflas esperaba que se clavase, todos supimos que el partido podría ser una trampa y de las gordas.

En el Atleti, con cambios en la alineación forzados por la sobrecarga de partidos de algunos y las amarillas acumuladas en vísperas del importante partido del próximo día 7, jugó Moyá, bien peinado y pinturero incluso bajo el chaparrón guipuzcoano, y una defensa en la que sólo Godín pertenece al grupo de los indiscutibles: Giménez quizás no juegue cuando estén Godín y Miranda, Gámez es suplente de Juanfran y Siqueira es suplente de sí mismo. De Godín y Giménez no había dudas, porque por oficio y ganas trasmiten que lo mismo les da jugar a las tres de la tarde en Agosto que bajo una nevada en Aberdeen. Ambos lo hicieron bien y se desenvolvieron con especial comodidad en las montoneras que se formaban en los córners, verdaderas aglomeraciones que daban más sensación de multitud por quedar la grada de Ipurua bien pegadita a la portería. Gámez, de quien uno podía esperar un partido serio incluso en las condiciones climáticas escocesas con las que se jugó en Éibar, hizo un buen trabajo y mostró ganas, físico y capacidad de desborde hasta el final del partido, confirmando que su fichaje no fue ninguna tontería sino  más bien un refuerzo inteligente. Siqueira, por último, hizo de Siqueira y alternó esas carreras suyas con gesto de desconocer a qué distancia está el barranco con algunos controlitos y regates de fútbol sala, la mayoría inocuos, y una de sus especialidades: la falta inoportuna en mal sitio y mal momento, un lance que empieza a conocerse como la Siqueirinha o Golpe Franco Asiqueirado. Siqueira, enloquecido a ratos  y contumaz en su locura a otros, volvió a reivindicar la titularidad pero no propia, sino la de Ansaldi. Qué tío, Siqueira.

En el centro del campo salieron Raúl, Koke, Saúl y Tiago, todos en teoría indicados para un partido de brega y choque en la marisma salvo quizás Tiago. Tiago, jugador con poco físico que gusta de bajar el balón a tierra y levantar la cabeza en corto en día de sol mediterráneo y campo seco, no parecía el más indicado para un partido en el que hay que mirar el balón con cuatro ojos para evitar que se pare en mal sitio y se vaya donde quiera, un partido teóricamente de fútbol industrial, de alto horno. El resultado de esta apuesta ya lo conocen: Tiago fue el mejor. Inteligente, buscando siempre el espacio adecuado tanto para situarse como para pasar el balón, Tiago se manejó por el pantano con maneras de aligátor. Listo, oportuno y cabal, volvió a demostrar que cuando él está el equipo gana en sensatez y control del partido, en lectura de los tiempos y espacios, en fútbol al fin y al cabo. En un año en el que estamos viendo un Godín estelar, un Juanfran brillante (salvo en los últimos partidos), un Turán cegador y un Griezmann que empieza a funcionar al nivel que de él esperamos, quizás sea Tiago quien marque más veces la diferencia desde su puesto de mando camuflado en lo alto de la colina, no tan a la vista como las estrellas, pero tan importante como ellas a la hora de elegir cómo jugar los partidos.

Junto a él jugaron Koke, que mostró más frescura que en los últimos días, y Saúl, mucho mejor en el segundo tiempo, mostrando esas cualidades suyas de todocampista perfectamente capaz de gestionar con autoridad partidos en condiciones complicadas que debería desarrollar con modestia y tesón en vez de piar de vez en cuando, tomando como ejemplo a Koke, a Gabi, a Raúl, tipos con un peso futbolístico enorme que se ganaron ellos solitos los galones, sin refunfuñar ni desesperarse. Raúl en particular hizo ayer un partido enorme, pleno de brega y contundencia, dando un pase de gol a Griezmann tras un movimiento estupendo y huyendo, esta vez sí, de esas quejas exageradas y constantes con las que mancha sus partidos últimamente. Y eso a pesar de que Irureta se mostró enfadadísimo en un choque fortuito, uno no sabe si para sacar a Raúl de sus casillas y abocarle a esas discusiones tan suyas que duran quince minutos, o como resultado de la fama de bronquista que se ha ganado el navarro últimamente por su propia actitud rabiosa. Sea por lo que sea, bien haría Raúl en tomar nota y evitar situaciones negativas por el equipo fácilmente evitables en cuanto se ponga a ello y concentrase en actuaciones como la de ayer, algo que en Newcastle le valdría para que pusieran su nombre a una calle.

Y, para terminar, Griezmann y Mandzukic. El primero metió un buen gol tras una gran jugada de Raúl, aprovechando que por su lado no había trincheras y confirmó su adaptación al equipo y al medio; el segundo metió dos goles en un campo que se presuponía favorable a sus condiciones de juego de caballería pesada, en el que curiosamente mostró más detalles de técnica depurada que en otros terrenos más secos, para desesperación e irritación del bravo Lillo, que acabó harto del croata mientras éste disfrutaba del partido británico de lluvia, barro y lucha. Griezmann y Mandzukic, uno por la parte seca y a galope pinturero y el otro en pleno barrizal con brega de boxeador irlandés,  hicieron su trabajo estupendamente y contribuyeron decisivamente a que el Atleti cerrase el partido pronto, algo clave en un campo complicado y ante un rival bravo y peleón que, a pesar de los tres goles en contra, ni se dedicó a dar patadas ni a tirar la toalla antes de tiempo.

De nuevo tras una derrota o un revés, el Atleti dio un puñetazo en la mesa (algo que curiosamente suele ocurrir en los campos del Norte) y lo hizo dando una imagen convincente de juego, plantilla y adaptación al medio. En una semana en la que van a arreciar esas acusaciones de violencia y mal juego que el Atleti se entretiene en desmentir con hechos cada dos partidos, un golpe de autoridad y solvencia como el de ayer contra el gran Éibar es valiosísimo. Imaginamos que Gárate, en el aniversario de Luis, estará de acuerdo con esta apreciación.