domingo, 26 de abril de 2015

Cosas de críos




El  miércoles pasado, cuando el Atleti era eliminado de la Champions por el tercer equipo de la capital (tras el Atleti B), una nube negra se posó sobre la ciudad, nublando la vista y ocultando el paisaje, oscureciendo la luz de las farolas y llenando de hollín las hojas de los árboles.

Científicos desplazados a la ciudad tomaron muestras del desagradable polvo en suspensión y analizaron su contenido en laboratorios y universidades utilizando potentes microscopios, programas informáticos de última generación, tecnología molecular patentada por la NASA y grandes gafas de culo de vaso. Tras hacer reaccionar las muestras con compuestos químicos que pudieran dar una pista de su composición y hacer reposar precipitados y mejunjes en probetas y vasos de nocilla, las conclusiones de la investigación fueron viendo la luz en las horas siguientes.

-        Ya lo tenemos, Profesor
-        Pues dígalo ya, oiga, que es Vd muy pesado
-        Hombre, tampoco se ponga Vd así.

Lo que los científicos miopes con bata blanca de laboratorio y muchos bolígrafos en el bolsillo superior de la misma habían encontrado no tenía precedente, pero no resultó del todo soprendente para muchos de ellos. El polvo negro en suspensión que irritaba gargantas y ennegrecía futuros, el hollín que amargaba momentos y llevaba a los amargos a arrastrar a otros en su vorágine fatalista y catastrofista estaba compuesto de diferentes tipos de malos humos.

Entre los compuestos presentes en el vapor flotante los científicos descubrieron un gran volumen de gas sabihondo, el residuo que produce el ego cuando actúa enjuiciando con petulancia las obras de los que saben más que uno. La repetición excesiva de la frase “se ha equivocado Simeone” produjo además una acumulación de polvo de rencor, extracto de bilis y otros sólidos en suspensión que producen ceguera temporal, alteración en la percepción de la realidad y cara de tonto. Entre estos humores pestilentes había también acumulaciones peligrosas de deseo de revancha, vapor de envidia, extracto de ajuste de cuentas, arrogancia en partículas, miedo a la burla en la oficina, resignación ante la necesidad de tragarse las palabras propias pronunciadas en un momento temerario ante vecinos que profesan religión con despertador en el pecho, rabia por no ser uno entrenador de fútbol diplomado sino simple oficinista, esencia de persona pequeña, fiebre por querer ser popular en las redes sociales, mezquindad en polvo y zumo de prepotencia. Todas estas miasmas provenían, cosa curiosa, de las campanas extractoras de domicilios de ambos signos en los que se había visto el partido de Champions.

Sobre todo, los químicos detectaron enormes cantidades de falta de respeto condensado en pequeñas gotas, que una vez inhaladas o tocadas eran causantes del delirio con el que se expresan estos días propios y extraños que quieren convertir un partido de fútbol perdido (y bien perdido) en el fin de una época que aún no ha acabado, en una mancha en el historial gigante de un equipo que seguirá aplastando tópicos unos cuantos años más y que, si no lo hace, pues tampoco pasa nada. Las autoridades aconsejan huir a toda costa del contacto con este fluido por producir alteraciones de humor, deudas futuras a costa de las opiniones disparatadas vertidas en el presente y serias consecuencias para una vida social sana.

En medio de esta nube tóxica amaneció al ciudad el jueves, con adultos amargados incluso ante la perspectiva de revancha inmediata en la oficina, y niños medio dormidos. Muchos de esos niños, que no pudieron ver el final del partido como en aquél cuento de Sacheri, se levantaron con sueño, se fueron a la cocina, se sentaron en una silla y esperaron al colacao. ¿Cómo quedamos?, preguntaron, y sus padres les dieron la mala noticia. Tragaron leche, masticaron sin ganas los cereales, se bajaron de la silla y se fueron a su cuarto. A los dos minutos, volvieron.

-        Papá, ¿Puedo ir hoy con la camiseta del Atleti al cole?
-        Pues claro

La presencia masiva de niños con camisetas, mochilas y anoraks del Atleti en las estaciones de autobús a la mañana siguiente del sofocón fue poco a poco diluyendo la nube negra y radiactiva que sus padres  y los padres de sus rivales en el colegio habían generado con su idiocia el día anterior. Sabiendo que iban a pasar un día duro, muchos niños de los que no se atreven a dar lecciones de táctica a entrenadores profesionales, que no dudan de la calidad de los jugadores de su equipo porque simplemente son sus ídolos y a los ídolos no se les cuestiona nada, que no saltan a twitter a demostrar al mundo que eso que no funciona ya lo habían advertido ellos hace tres meses en unos treintaidosavos de Copa contra un Segunda B, que no viven el fútbol con la amargura del que se resiste a vivir el momento presente con la felicidad que merece porque ello supondría reconocer que su pomposa opinión sobre tal o cual partido era simplemente errónea, que no entienden la pertenencia a una afición más que como una fuente de alegría e identidad que se forja también – o quizás sobre todo – en los días malos, cogieron la camiseta del Atleti para asombro de adultos refunfuñones y amargos y se fueron directos al avispero, sin saber – o quizás sí – que el chaval que iba a pasar un día duro en el colegio defendiéndose de una multitud burlona iba a volver a casa siendo alguien mejor.

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Un par de días después, en el Calderón, 10.000 de esos niños que dieron lecciones a muchos adultos del Atleti y que debieron hacer sonrojarse (y admirar hasta la envidia) a muchos forofos de equipos rivales estaban en las gradas viendo cómo el equipo de la Intercontinental, el que perdió una final de Copa de Europa en el último minuto sólo para seguir ganando y ganando títulos los años posteriores en la época en la que los adultos malhumorados y revanchistas de hoy eran niños que pedían dormir con la camiseta del Atleti en los días señalados, hacía el saque de  honor en el estadio en el que todos querríamos jugar un partido grande.

La prensa, que nos sigue sorprendiendo muchas veces por su capacidad para no enterarse de nada de lo que ocurre en la grada del equipo cuyas vicisitudes sigue a diario, esperaba un plebiscito, un referéndum, un examen a Simeone. En su lugar se encontró con una grada feliz que hacía la ola, con 10.000 niños cantando y saltando, con un estadio entregado a los que ganaron tantas copas en el pasado y al entrenador que ha llevado a este equipo ya legendario que juega día tras día en el Calderón, con la afición del Atleti dejando claro, una vez más, que aquello que otros verían previsible para nosotros no es sino impensable.

¿Realmente esto sorprende a alguien que sepa lo que pasa en esta grada? ¿Qué mueve a alguien, aparte del deseo de venganza, a incitar un plebiscito en el Calderón en esta situación? ¿Es que alguien del Atleti esperaba otra cosa? ¿Alguien del Atleti habría silbado a unos jugadores que cayeron en el minuto final de unos cuartos de Champions con el mismo estruendo con el que antes se caía en treintaidosavos de Copa contra el Jaén? ¿Alguien del Atleti se siente con la necesidad de afear algo al Cholo y los suyos? ¿Alguien que vaya con frecuencia al Calderón se sentiría bien si eso hubiera pasado? ¿Es que no hay nadie en ciertos medios que entienda lo que pasa en la grada?

Pero, sobre todo … ¿Hay alguien que no sea un niño del Atleti capaz de ir al cole con la camiseta de su equipo el día después de la debacle? 

miércoles, 15 de abril de 2015

Uno a uno ante el partido-a-partido que nos queda (III): los de delante


Mandzukic: peleón, bravo, casi fiero.  Lento, tosco, algo torpe. Todo coraje, capaz de jugar con la nariz rota, con la ceja abierta, con el pómulo hinchado. Insoportable, mal encarado, más pendiente muchas veces de ganar su pelea personal con un defensa que de contenerse y hacer lo que el equipo necesita, desesperante cuando se pone burro. Desafiante con rivales y banquillo, desconectado del juego a ratos, enfadado con el mundo incluso cuando eso supone perjudicar a los suyos. Todo eso es Mario Mandzukic, todo eso. 

Mandukic, delantero con hechuras de potro bretón de la caballería pesada y carácter de mil demonios, llegó en verano al Atleti con la doblemente complicada misión de suplir a Diego Costa. Doblemente complicada o aún más porque Diego Costa venía de hacer un temporadón en el año en el que el Atleti fue brillante campeón, y porque las características de Costa (arrancada poderosa desde lejos, carrera con balón, tiro cruzado, pelea constante) no tienen mucho que ver con las de Mandzukic salvo en lo relativo a los malos humos y los malos modos con propios y extraños, en su incapacidad para controlarse cuando hace falta y en su gusto por las peleas subterráneas, sobre todo cuando el rival es de similar ralea. 

La llegada de Mandzukic condicionó en buena medida el juego del medio campo, quien, acostumbrado a buscar en largo las galopadas de Costa en cuanto se recuperaba un balón, tuvo que adaptarse a la nueva realidad, tratando de llegar tocando hasta más cerca de la línea de tres cuartos para llevar el balón a Mandzukic a espacios donde éste pudiera bien rematar, bien preparar el balón para la segunda línea. Ausente Griezmann durante buena parte de la primera vuelta, Mandzukic se vio en muchas ocasiones más solo que la una y aún así, con sus limitaciones técnicas y su desapego por la estética y el pintureo, mantuvo él solo el ataque del equipo mientras Griezmann se empezaba a enterar de la película y gracias a que Raúl García, chico para todo que tanto aporta al equipo, se ocupó de las tareas a las que Raúl Jiménez era incapaz de llegar. 

La llegada de Torres entre vítores y pétalos de rosa no pareció gustar demasiado a Mandzukic, que vio peligrar su puesto titular y entró, según parece, en una espiral de gruñidos y mostrar de dientes hacia el Cholo. Tras unos recientes partidos en los que mostró sin disimulo poquitas ganas de agradar, una acertada rueda de prensa de Simeone, junto con un período de descanso por una aparente lesión de tobillo, devolvió a la normalidad a Mandzukic durante la ida de cuartos de Champions, partido en el que mostró todo lo que es: pelea, presión, juego subterráneo, brechas, apósitos, betadine, corners disputados como peleas de bar y balones bajados para la llegada de la segunda línea. La vuelta de Mandzukic en uno de los partidos más importantes del año es una magnífica noticia y la constatación de que, hoy por hoy, es indispensable cuando las cosas se ponen feas. 

Griezmann: refuerzo de lujo de la presente temporada, Griezmann llegó con vitola de estrella en ciernes y necesitó 5 meses para llegar a la altura que la máquina de precisión que opera a tope de revoluciones de Simeone necesita. Simplemente desfondado en los primeros compases de liga, Griezmann reconoció no llegar al nivel físico en los entrenamientos, lo que se tradujo en ausencias continuas en los equipos titulares y una dosificación inteligente desde el banquillo, consciente del enorme cambio que suponía para el francés pasar de ser la brillante referencia de un equipo loable pero con aspiraciones modestas como la Real Sociedad, donde la soldadesca trabajaba para su rubio y liviano almirante de campo con zapatos negros de hebilla grande y medias caladas, a ser un simple brigada (eso sí, con bigote como mandan los cánones) con mochila y cara pintada en un comando de élite en el que hasta el más talentoso de los miembros trabaja con tesón de minero pagado por kilo de turba extraída en busca de metas más altas. 

Tras cinco meses de bajada al suelo, Griezmann pareció haber dejado de ser el espadachín impertinente que sólo aparecía en los momentos favorables de Anoeta a ser uno más de la jauría, en su caso el especialista encargado de la estocada final pero, como el resto, responsable de acarrear sus propios aperos, afilar sus armas y cocinar el rancho cuando las circunstancias lo requerían. Y, a partir de ahí, del partido de Bilbao y del año nuevo, Griezmann empezó, esta vez sí, a parecerse al jugador que puede llegar a ser.

Preciso y acertadísimo en el uno contra uno cuando se queda en carrera frente al portero (no así a la hora de elegir estilismo capilar), fino y con clase para mover el balón en tres cuartos y cazador oportunista gracias a su carácter vivo, Griezmann marca goles y desatasca partidos como ningún otro delantero del equipo y mantiene gracias a sus fogonazos al Atleti en la pelea en casi todos los partidos. Pero a ratos, y a veces en partidos enteros, Griezmann rehuye esa pelea que sus compañeros no discuten y desaparece, trotando tras un balón al que mira de lejos y se diría que sin demasiadas ganas de recuperar. Rápido y listo, a veces parece desconectado y cansado, salvando las estadísticas con un trotecito ligero, casi de puntillas, con el que completa kilómetros y kilómetros que muchas veces no valen para demasiado, sobre todo cuando el partido se pone feo y los defensas rivales, espoleados por la tarea de zapa de Mandzukic, aceptan en envite de ir al cuerpo a cuerpo. En esos partidos ásperos, en esas ocasiones grandes, Griezmann no siempre está a la altura que nos gustaría a pesar del entusiasmo con el que se recibe cada cosa que hace Griezmann, ojito derecho del autoproclamada ala en-posesión-de-la-verdad de la afición.

Poseedor del talento que en el equipo sólo tienen Arda y Koke para abrir defensas y cambiar el sentido de las cosas, Griezmann debe aprender a estar concentrado todo el partido para sacar resultado a sus fantásticas condiciones, a asumir que el esfuerzo no se negocia para nadie y en ningún momento, a tomar por los cuernos el toro de la responsabilidad que su potencial y el equipo en el que está conllevan. El día en que Griezmann no se achique en los partidos más duros ni desaparezca a ratos demasiado largos en otros partidos más cómodos, el día en el que definitivamente evite esas pérdidas de balón innecesarias, estaremos hablando de un jugador maravilloso; con el Cholo vigilando, no tenemos duda de que será así en breve. Griezmann tiene aún margen de mejora y para estas cosas de mejorar jugadores no hay nadie como Simeone. 

Torres: llegado en el mercado de invierno con merecidos honores de Héroe de Guerra, Torres llegó a su casa con la clara idea de venir a sumar, desde el banquillo o desde donde le pusieran. Titular unos pocos partidos, suplente en la mayoría, la llegada de Torres ha servido sobre todo para que la aletargada legión de partidarios y detractores que hablaban de oídas durante años - pontificando sobre partidos en ligas extranjeras que casi nadie veía - vuelvan a tener la posibilidad de hablar horas y horas sobre un jugador que, según al menos una de estas congregaciones, no merece que se hable tanto de él; cosas de la contradicción humana y por tanto loable consecuencia con balsámicos efectos psicológicos para muchos, entendemos. 

Torres, nada más llegar, asombró por su estado físico, si bien este asombro sólo se produjo entre aquellos que opinaban sin ver, que creían a pies juntillas lo que la prensa decía. Es curioso cómo parte de la afición colchonera, tan combativa con los periodistas y tan dada a tildar de mentirosos a todos los que opinan sobre el equipo cualquier cosa que no sea favorable, creyó hasta la última palabra de los que anunciaban la vuelta de un jugador acabado, de un muerto en vida, de un holograma. Tres arrancadas sirvieron para que estos mismos llegaran a la conclusión de que Simeone había conseguido el milagro de la recuperación física de un jugador que, a aquellos que sí veían los partidos, nunca pareció ni mucho menos acabado. 

Desde que llegó, Torres ha alternado goles fantásticos a rivales de peso y partidos anodinos cuando no directamente malos, arrancadas intimidatorias y controles torpones, fases amargas perdido en presiones ante equipos cerrados y ratos de disfrute dejando atrás defensas que pensaban, tras tanto leer la prensa y los foros, que el Niño rubio que se fue hace demasiados años había vuelto convertido en un anciano con andador. Por más que guste a muchos escuchar que Torres no aporta nada, aquél que vea los partidos con el fanatismo guardado en un cajón de la cómoda y las gafas de ver de cerca bien puestas habrá visto, además de esos defectos y errores que tan rápidamente invaden el ciberespacio, el poder intimidatorio de un jugador que envía diez, quince metros atrás a las defensas por el simple hecho de aparecer en el campo. La salida de Torres al campo ha supuesto, en algunos casos,  varios cambios de dinámica en el equipo en partidos cerrados como el de Sevilla o el de cuartos de Champions,; en otros, la aparición de su zancada poderosa se ha traducido en el caos, en el desorden de defensas ordenadas súbitamente incómodas ante la simple caída a una y otra banda de un tipo al que acostumbraron a ver en los posters de las entregas de copas. 

Pero resulta complicado pedir objetividad a la hora de opinar sobre Torres, un patán sobrevalorado para muchos aficionados rivales que no soportan que la leyenda la hagan jugadores que no pertenecen a los dos equipos ricos, un traidor que se fue cuando más se le necesitaba (olvidando por tanto todo lo que hizo hasta el momento de irse y las innumerables muestras de atleticismo posteriores) para muchos atléticos que parecen preferir no ganar nada con tal de tener razón, un arcángel caído del cielo para devolver el orgullo al aficionado en el momento más bajo del club para algunos otros que, como el que suscribe, tampoco consigue ser objetivo. Pero intentando dejar de lado las cosas que nos dice la parte irracional (de la que tanto presumimos los del Atleti) y haciendo abstracción del odio absurdo y las opiniones pueriles de adolescente despechado de muchos, la llegada de Torres parece haber sido más que positiva para el equipo. Torres, hoy por hoy suplente, ha quitado minutos agotadores a Mandzukic y quizás haya ayudado a que Griezmann deje de lado la indolencia, ha marcado goles importantes, ha revitalizado al equipo en momentos malos y ha marcado un penalti crucial con la calidad de un jugador jefe y la frialdad de un asesino en serie. La presencia de Torres, por más que quieran decir lo contrario los aficionados jajajá, supone para los rivales un elemento perturbador, una preocupación, un problema. Lo asombroso es que tenga el mismo efecto en algunos de nuestros correligionarios. 

Raúl Jiménez: jugador desconocido proveniente de una liga poco seguida en España, Raúl Jiménez vino con una etiqueta prendida en la ropa: por un lado marcaba su precio, caro para lo que se conocía de él; por el otro, la etiqueta llevaba una ristra de tweets de esos que en el Atleti antiguo quizás sirvieran para echar atrás el fichaje. Twitter, ya se sabe, es lo que tiene: la gente dice lo primero que se le viene a la cabeza con gran confianza y aplomo, y luego pasa un montón de tiempo queriendo borrar las conclusiones que quedan en el tiempo. Algunos lo hacen intentado pasar desapercibidos y otros, campanudos, tratando de sepultar las opiniones que avergüenzan con un montón de explicaciones sesudas que suelen avergonzar aún más. 

Raúl Jiménez, que tiene físico de delantero potente y apellido de compositor de corridos aficionado al tequila reposado, se vendió como un delantero centro al uso que debería competir con Mandzukic por la titularidad. Nada de eso se cumplió: ni se sirve de su físico, ni compone corridos, ni tiene cosas de delantero clásico ni compite con Mandzukic, entendemos que ni por coger sitio de aparcamiento; es más, nos tememos que sea más de bitter kas que de tequila en vasito. Raúl Jiménez, que ha jugado bien poco pero más de lo que sus condiciones sugieren como justo, ha dado muestras sobradas de estar lejos del nivel físico y técnico que su puesto en el Atleti demanda y, cosa rara en un mexicano, no ha mostrado la personalidad que se supone a los jugadores de su país. Fuera de sitio, tirando desmarques al lado que no es y continuamente superado por los defensas, Raúl Jiménez sólo ha hecho unos cuantos minutos aceptables al final del partido de Málaga, quedando el resto de su paso por liga y copa como una mera anécdota de esas que repetiremos dentro de unos años, cuando hablemos de Nimni y Juanchi González. 

Si el Atleti y Raúl Jiménez quieren que su paso por el club se quede en algo más que en la sospecha de que su llegada fue moneda de cambio por algún negocio en tierras mexicanas, quizás la mejor solución fuera que el chico saliera cedido a un equipo en el que tuviera minutos, en el que se pudiera acostumbrar al ritmo de la liga española, en el que pudiera retomar la confianza que, ahora mismo, nadie le tiene en la grada salvo algún cuñado suyo (o, si acaso, un vecino de escalera). 

lunes, 13 de abril de 2015

Uno a uno ante el partido-a-partido que nos queda (II): los del medio

Gabi: quizás lejos del impresionante estado de forma del año pasado, pero no tan lejos como alguno comenta con insistencia, Gabi sigue siendo imprescindible en el centro del centro, por delante de los centrales, tras los jugadores más creativos. Algo más impreciso que el año pasado, perdiendo más balones de los que en él era habitual el año en el que se consiguió la Liga, con quizás algo menos de fuelle, es posible que Gabi haya acusado su complicada situación judicial y el hecho de que los jugadores y entrenadores rivales hayan analizado meticulosamente el sistema de juego del Atleti y el papel fundamental del capitán, lanzando la presión y adelantando toda la línea a su toque de corneta gracias a un fondo físico de maratoniano, una determinación de conquistador extremeño y un compromiso de legionario con tatuajes.

Quizás la carrera de Gabi, larga y compleja por haber sido entrenado para ser un talentoso creador de juego y lanzador de ataques teniendo que convertirse con los años en un pulmón defensivo con un carácter de roca, empiece a declinar; aún así, hoy por hoy y asumiendo que no está en el maravilloso momento del año pasado, Gabi sigue siendo un jugador magnífico muy útil para el equipo y, visto lo visto, sin sustituto de garantías.

Tiago: magnífico en lo táctico, entrenador en el campo y dueño de los tiempos y los espacios, Tiago está haciendo una temporada espectacular sólo lastrada por sus propias limitaciones físicas y algún partido en blanco difícilmente explicable. Tiago, que parece mucho mejor jugador que cuando llegó, manda en el centro del campo y resuelve en corto y algo menos en largo, desahoga a centrales y centrocampistas, ocupa los espacios con sabiduría de arquitecto urbanista y soluciona problemas con la eficacia del Señor Lobo. Por si esto fuera poco, ha sido clave en la estrategia de córners a favor y muy importante para defender los saques de esquina en contra, ha marcado goles importantes y ha sido la parte principal en muchas de las buenas actuaciones del equipo: se diría que cuando Tiago está bien, el equipo es más sensato, menos vulnerable, lee mejor los partidos, las fases de los mismos. Con Tiago el Atleti es más sereno, tiene las ideas más claras; con Tiago el Atleti es más preclaro, gana los debates televisados sin dar voces, se acuerda de los cumpleaños de todo el mundo y nunca aparca fuera de los límites de la plaza de garaje.

El problema al que se enfrenta Tiago es doble: por un lado su físico, nunca demasiado exuberante, que le pasa factura por cosas de la edad y por estar en un puesto en el que a menudo tiene que emplearse en defensa recuperando posiciones tras carreras largas; por otro, alguna que otra inexplicable ausencia de espíritu a pesar de estar físicamente en el campo, en ocasiones en las que ha sido incluso sustituido al descanso. Hasta en eso Tiago es sensato y profesional: si no está, queda claro a los tres minutos. Eso sí, hoy por hoy eso es lo excepcional y han sido mucho más numerosos los partidos en los que Tiago ha sido la materia gris y el gestor del Tetris ofensivo y defensivo del equipo que un jugador desbordado. Hasta ahora,  Tiago es indispensable en la media y un jugador con muchísimo peso en el juego del equipo.

Koke: una de las estrellas del equipo, uno de los orgullos de la cantera y la afición, un jugador que, a pesar de estar en un nivel altísimo, sigue mejorando casi día a día. Koke, que en un momento dado hace dos años lanzó señales de que quizás no sería capaz de llegar donde todos queríamos, recogió el guante y se lanzó con ganas y acierto a convertirse en un todocampista asombroso, notable alto en todo, completo en cada fase del juego. Hábil, técnico, con muchísima facilidad para el pase largo y para salir en corto, Koke además ha aprendido cómo ser casi inaccesible para los rivales que intentan quitarle el balón, que se topan con un experto en mantener la bola controlada en situaciones complicadas al que antes no conocían. Potente aunque no rápido, con muchísimo despliegue físico y mucha calidad técnica, a Koke sólo le falta un punto de mentalidad asesina para hacerse con los galones de Capitán General en el Atleti y la selección. Y ya empieza a mostrar esa personalidad, con ese gesto característico con la mano de pedir a los compañeros que espabilen para lanzar la presión.

Con una puntuación de 8,5 sobre 10 en prácticamente todo,  si Koke convierte más goles por temporada será sencillamente un jugador de leyenda que esperamos que pase toda su carrera en casa. Su presencia en el equipo, tan valiosa como añorada los partidos en que ha estado lesionado, se antoja imprescindible sobre todo en los días más complicados.

Arda: rara vez un tipo ha conectado tan rápido con grada y equipo, rara vez un tipo pone a todo el mundo de acuerdo en tan poco tiempo, rara vez un tipo tan simpático se hace tan simpático sin hablar una palabra del idioma local. Culibajo, con andares de ánsar y aspecto de gran jugador de dominó, Arda oculta con su físico lo que realmente es en el campo: un filigranero, un jugador de talento y pellizco, un bailarín, un artista. En el comando de asalto de Simeone, Arda es el encargado de abrir las cerraduras y cajas fuertes que ni los explosivos plásticos más potentes son capaces de dañar, y lo hace con facilidad, usando un cortaplumas y un clip deformado y además muerto de risa. Es el encargado también de hacer brillar la insiginia del capó de un equipo hecho de acero industrial y mentalidad de alto horno, de levantar murmullos de admiración en la grada, de llevar la sonrisa a la afición que ve el partido con mandíbula apretada y mirando el cronómetro, de hacer felices a los gruñones.

Arda tiene, como los toreros grandes, el don de parar el tiempo al recibir el balón, de que los aficionados despistados reciban un codazo del vecino cuando la bola se acerca a su zona de influencia, de generar la sensación de que en cualquier momento puede pasar cualquier cosa y uno debe estar atento para decir "yo estuve allí". Excesivamente barroco en algunos casos (algo que se jalea desde ciertos sectores normalmente refunfuñones pero irremediablemente entregados a la causa turca con pasión de viuda joven y ceguera de adolescente enamorada), ausente en muchos tramos de muchos partidos, Arda se hace perdonar todo por varios motivos: su sorprendente fiereza al tirarse al suelo rebañando balones, su sonrisa gamberra cuando la pifia, su indudable carisma y conexión con la grada, sea regateando rivales, pelándose en un vestuario tras obtener una Copa o bailando cerca de Neptuno con sus gafas redondas de sol, su barba de califa y su sonrisa de tipo que sabe que hace feliz a los niños. Por todo eso, pero sobre todo por ser un futbolista diferente y magnífico, Arda es claramente titular en los partidos grandes, quizás suplente en los más asequibles para preservar así fresco su talento, con el mimo con el que se preservan las orquídeas.

Mario Suárez: Mario Suárez el Raro, el sorprendente, el desesperante, el jugador inexplicable. Con buen físico, buena técnica, buenos mimbres y una cabeza imprevisible, Mario alterna grandes actuaciones en partidos complicados con fases desastrosas en partidos cómodos. Mientras que en las ocasiones en las que no tiene tiempo y debe emplearse con contundencia parece siempre metido en el partido y capaz de sostener él solo la media, la relajación en la que entra en las fases más sencillas de los partidos más cómodos le convierten con frecuencia en un problema inesperado para el equipo. Capaz de dar un pase medido al contrario (algo recurrente en él) en el peor  momento posible, de perder balones en esos momentos en los que hay que hacer cualquier cosa menos perder el balón, de intentar corregir un error haciendo una falta clarísima y anunciada con estruendo antes de que ocurra que no hace más que empeorar las cosas, Mario es muchas veces un jugador desesperante.

Llamado a disputar el puesto a Gabi y/o Tiago y al menos a quitar minutos a estos dos, en la práctica Mario no consigue transmitir nunca fiabilidad o solidez en una posición en la que estas dos cosas son clave. Dado al pase horizontal arriesgado, capaz de llevarse un balón por calidad y fuerza y meter un fantástico balón profundo para, cinco segundos después, dudar a la hora de entrar al choque y provocar una contra peligrosísima en medio de un partido plácido, Mario desespera a la grada (y entendemos que al banquillo) con esa actitud displicente, fría, de quien se cree quizás mejor de lo que realmente es.

Mario, capaz de conseguir con sus propios errores el milagro repostero de pasar de helado a flan en dos minutos, no parece capaz de hacerse con el puesto en el equipo de sus amores, al que pertenece desde pequeñito. Y eso a pesar de la afición, que no desearía nada más en este mundo que ver a uno de los suyos llevando los galones en una media íntegramente canterana con Gabi, Koke y Saúl a su vera. Pero Mario, el Milagro Repostero, no parece haber convencido a casi nadie, ni a sí mismo probablemente, de que se su lugar en el mundo está en la posición de 5 argentino del equipo del Calderón. Una pena.

Raúl García: socorrido blanco de las iras de los amantes del xogo bonito y las cortinas de cretona, Raúl García parece haber recompuesto su complicada relación con la grada en los últimos tiempos, por más que haya siempre un grupo de irreductibles encantados con recordarle al Planeta Tierra en pleno que a ellos nunca les gustó Raúl García cada vez que falla un pase, para hastío del resto de la Humanidad. Raúl, importantísimo para el Cholo por su entrega, versatilidad e incapacidad para decir no ante cualquier desafío, por feo que sea, ha jugado una buena parte de los minutos en la primera mitad de temporada, si bien últimamente parece haber pasado a un segundo plano.

Poco estético en ocasiones, desesperante a fogonazos, valiosísimo en muchos más casos de los que a algunos les gusta reconocer, Raúl marca goles y defiende su parcela con solvencia, hace pases fantásticos y falla otros facilísimos, juega en punta y en banda y, si hace falta, se pelea con el administrador de la finca, acompaña a la madre de un compañero al dentista y cambia una rueda pinchada en medio de la tormenta de nieve, en manga corta, mientras el resto del pasaje tirita y reza a San Miguel Arcángel. Si no está bien y se le sienta, no protesta; si marca un gol importante, no se señala el número y pide un homenaje. Si hace falta jugar de segundo delantero lo hace, si hace falta jugar de medio centro lo hace, si hace falta jugar de interior lo hace. De central nos pareció verle un rato y no lo hizo mal, de portero probablemente se defienda, al parecer es bueno arreglando grifos y no hace nada mal el arroz con leche. En los (no escasos) días que está gris, normalmente, oh coincidencias, suele hacer un muy buen partido el lateral al que ayuda a cubrir banda y el día que está bien, qué cosas, hasta mete goles como si fuera un delantero.

Importante en los partidos feos en los que hay que salir a empujones de las montoneras e incómodo cuando la grada pide juego en letra Palmer de caligrafía inglesa, Raúl ha ido progresivamente cayendo en el feo vicio de protestar todo por costumbre, de irse al suelo en cada encontronazo, de llevarse las manos a su nariz, mascarón de proa de toda Navarra, de enzarzarse en discusiones eternas con rivales y árbitros, desconectándose a veces del juego. Lesionado tras jugar gran parte de un partido con una fisura en un hueso del brazo, a Raúl García no se le echó cuenta en un buen rato, en parte por haber acostumbrado él mismo a la grada a quejarse mucho, en parte porque de un tipo que sale a jugar a diez bajo cero en camiseta se espera que una fisura en un codo no sea ni motivo de comentario. Ahora que el equipo está inmerso en el tramo final del campeonato, con muchos partidos duros contra rivales complicados ante los que no hay que arrugarse, la presencia de Raúl en un puesto cercano al primer o segundo cambio - si no la titularidad en algunos casos - se nos antoja imprescindible por más que esto irrite a la inflexible Real Academia del Juego Bonito Según Nuestro Criterio, Que Es El Bueno. Por más que a veces nos desespere con malos controles y pases fáciles errados, por más que su juego no entre en el Canon de Pachelbel de la filigrana y la posturica, nos gusta que Raúl García esté en nuestro y equipo y, más aún, que sea uno de los nuestros.

Saúl: joven, algo impetuoso, demasiado arriesgado a veces y también talentoso, bravo y poderoso, ese es Saúl, joya de la cantera que por fin parece haber dado con la tecla para convertir su potencial en realidad, evitando un nuevo caso de oportunidad perdida. Hasta hace bien poco, sobre Saúl sobrevolaba una nube de dudas, como esa nube negra que sobrevuela a los tristes y los cenizos en los tebeos antiguos; últimamente, sin embargo, se ha hecho el sol sobre el cráneo de Saúl y sus últimas intervenciones llevan a pensar que se finalmente se acertó con la forma de gestionar su personalidad, a veces demasiado fogosa, y sus propias características de juego, tan generosas que hacen complicado encasillarle en un único puesto bien definido. Tras su paso por el Rayo, Saúl ganó presencia, experiencia y contundencia pero se desempeñó en tal cantidad de puestos que ahora parece más complicado reconvertirle en un único puesto. Saúl parece capaz de jugar de medio centro y también más echado a una banda o de centrocampista llegador: el perfil al que debería tender está a medio camino entre un Koke menos hábil y un Raúl García más selecto, más dinámico que el primero y más talentoso que el segundo, algo así como un centrocampista box to box de esos que tanto gustan en Inglaterra y tanto nos cuesta etiquetar por estos lares. A poco que Saúl siga creyendo en el trabajo que han diseñado para su progreso, tenemos buen centrocampista para rato y un muy buen recambio para varios puestos de la media en esta temporada.

Cani: sin puntuar, Cani ha jugado poco, incluso cuando lo más lógico parecía que jugara. Titular sorprendente en un partido, sorprendentemente en el banquillo durante todos los minutos de otros, Cani llegó con cartel de jugón (como no podría ser de otra manera) y el precedente del Principito Sosa. Simeone le ha utilizado hasta ahora menos que a Sosa, no sabemos si porque no pidió su llegada o porque no le convence. El caso es que sabemos de buena tinta que subirse en  marcha al tren lanzado que Simeone puso en marcha hace un par de años, en especial para jugadores finos acostumbrados a que el resto de jugadores hagan más trabajo sucio que ellos mismos; que se lo pregunten si no a Griezmann. 

domingo, 5 de abril de 2015

Uno a uno ante el partido-a-partido que queda (I): los de detrás


Llegados a abril, y por tanto al tramo final del campeonato, podemos decir que el Atleti está donde queríamos que estuviera: en zona Champions, clasificado para la siguiente ronda de esa competición, con el valle físico aparentemente ya pasado. Nos gustaría más que fuese líder destacado, que hubiera pasado ya la desagradable eliminatoria de cuartos de Champions y que el Vicente Calderón estuviese limpio como la patena, claro está. Puestos a pedir, nos gustaría que la Directiva hubiera dado paso a un nutrido grupo de socios que dirigieran la entidad con cariño y dedicación, que Reyes nunca hubiera pasado por el Club y que Indy fuera una mascota decente y no un mapache pendenciero con afición por los licores y rebuscar en las basuras de las tabernas del centro.

Pero estamos donde estamos y podremos estar mejor si el equipo mantiene el hermetismo defensivo de los partidos grandes y recupera algo del punch que el año pasado sirvió para abrir partidos trabados, esos que hoy en día cuesta más desbloquear. Para ello, Simeone cuenta con un grupo excelente en un momento irregular que encara el último cuarto de la temporada con sensaciones generalmente buenas.

A grandes rasgos, así ve el que suscribe a la plantilla en este momento de la temporada.

Moyá: correcto hasta ahora, y cumpliendo con creces lo que uno esperaba de él, Moyá se ha lesionado y son muchos los aficionados que casi lo han visto con alivio. Siendo fieles a la filosofía de Simeone, Moyá, que venía respondiendo, era inamovible en la portería: el equipo funciona, el portero no ha cometido indisciplinas ni hecho tonterías, hasta ahora había cometido errores pero quizás no determinantes para sacarle del puesto. Además, Moyá trasmite sensatez cuando hablaba en público y tiene porte de dandy, que siempre ayuda. Y, sin embargo, Moyá trasmite una creciente sensación de inseguridad: inmóvil en muchas salidas, faltas de entendimiento con los centrales en balones de cara, reacciones aparentemente tardías a tiros lejanos. Moyá ha hecho algunas buenas paradas y también ha cometido errores que han supuesto puntos al equipo (Celta, Valencia, etc): lo primero es lo exigible a un portero que está en un equipo de alto nivel, lo segundo es bastante imperdonable. Ante el tramo clave de la temporada, Moyá quizás deba dejar paso a su suplente y estar en cualquier caso listo para saltar de nuevo al campo en cualquier momento. A Simeone corresponde hacer la transición, si lo cree oportuno, sin menoscabar la confianza del Moyá; al ser este veterano – condición que gusta a Simeone, entendemos que precisamente porque los jugadores más mayores gestionan mejor estos momentos de crisis – esperamos que sea posible sin mayor problema.

Oblak: llegó al Atleti con precio alto y muchas esperanzas, y nada más llegar se lesionó y dejó paso a Moyá, que aprovechó la ocasión. Salió de titular en Champions y le fue mal; algo parecido le pasó en Copa. Mostraba dudas y un cierto distanciamiento, como si no estuviera metido en los partidos, y en la grada había un runrún ante la posibilidad de ver a Oblak como último hombre entre el desastre y la gloria. Pero, curiosamente y al contrario de lo que pasaba con Moyá, Oblak trasmite una sensación de seguridad difícil de explicar tras los goles encajados en jugadas aparentemente fáciles. La planta, la frialdad, la rapidez en movimientos a pesar de la altura … Oblak tiene cosas de portero grande y parece que únicamente la confianza que dan los partidos las sacarán a la luz con más frecuencia. La oportunidad que brinda la lesión de Moyá y un penalti parado en Champions pueden haber sido el detonante para la irrupción definitiva de Oblak en la portería del Atleti. Hoy por hoy, el que suscribe le alinearía de titular en lo que queda de temporada.

Godín: tremendo por arriba, contundente al corte e imperial cuando saca el balón, Godín está haciendo de nuevo una temporada excelente. Godín tiene cosas de central antiguo y de líbero descatalogado, y quizás por eso sea más sencillo hacer comparaciones con otros centrales históricos del Atleti. Hay quien dice no haber visto un central igual desde Griffa, hay quien piensa que si Eusebio hubiera tenido una personalidad más fuerte habría sido un Godín, hay quien cree que está ahí ahí con Luiz Pereira para hacer la pareja histórica de centrales del Atleti precisamente por ser diferentes pero complementarios. De Godín, indiscutible, faro en defensa y capitán in pectore, no hay prácticamente nada malo que decir y sí mucho bueno. Y una cosa más: la presencia de Godín puede ser muy beneficiosa para cualquier central joven que quiera fijarse en cómo hacer las cosas, y de esos tenemos uno, uruguayo, y otro cedido, también uruguayo. Una suerte tener a Godín entre los nuestros.

Miranda: sea por el conato de espantá del verano pasado, sea por la amenazante presencia de Giménez a su lado, sea por lo que sea, Miranda no está como estaba. Miranda ha hecho partidos excelentes, como en él era habitual, y ha cometido unos cuantos errores impropios de un tipo de su aparente frialdad y saber estar. Miranda, jugador rápido que se mueve lento, sigue siendo imbatible cuando se trata de cuerpear y usar los brazos, pero ha tenido algunos despistes imperdonables, como en Mestalla, y ha hecho alguna que otra barbaridad, como la del día del Espanyol, que han costado puntos al equipo. Miranda, autor de uno de los goles que más hemos celebrado nunca, tiene pinta de querer cambiar de aires a final de temporada y dejar definitivamente el sitio a la locomotora que viene lanzada desde atrás, reclamando su sitio: Giménez.

Giménez: una fuerza de la naturaleza, un futbolista con cuello de boxeador y peinado de abubilla, un chaval con actitud y aplomo de veterano de mil guerras, un tipo al que le da igual jugar un solteros contra casados que un Mundial sin haber salido al campo en toda la temporada. Giménez, cuyos fallos sorprenden a todos por lo escaso y lo rápidamente resueltos, no da sensación de crecer porque trasmite la sensación de saberlo ya casi todo. Si las cosas no se tuercen y las decisiones que se toman son las correctas, puede que haya central para muchos, muchos años. Hoy por hoy, parece titular junto a Godín.

Juanfran: llegó como interior tirando a extremo habilidoso y llamándose Franjuan y con el tiempo ha terminado de carrilero de categoría gracias a la intuición de Simeone que, cosas de la audacia y el exceso de presión sobre las sienes que produce la gorrilla de tractorista, se atribuye Manzano. De driblador atolondrado pasó a lateral cumplidor con algo querencia a la indisciplina y, de ahí, a incisivo oportunista cuando el peso del ataque iba por la banda de Filipe Luis Filipe. Emigrado el brasileño, Juanfran ha cogido sin dudarlo los galones que implican llevar el peso del ataque y, quizás para darle más solemnidad, se ha dejado una barba que le confiere, junto a su delgadez, aspecto de caballero de cuadro del Greco. Juanfran corre más que nadie y aguanta corriendo más que nadie, y suple con esa velocidad y resistencia de lobo los despistes que a veces comete en ataque, cuando su instinto de extremo le hace olvidar que él es el responsable de cerrar la banda. Pero Juanfran, que sabe que tiene centrales que cierran lo que haga falta con hermetismo de tupper-ware, corre y corre siempre hacia su sitio, sacando fuerzas de donde otros sacan un peine y una pinza de depilar. Pocos jugadores se han identificado tanto con el Cholo, pocos jugadores tan atléticos sin ser atléticos de cuna. Un buen tipo y un excelente jugador, Juanfran.

Siqueira: fichaje de relumbrón, y de los caros, para la banda izquierda, Siqueira ha resultado ser un personaje. Siqueira tiene físico y velocidad, tiene regate de fútbol-sala y tiene la capacidad de llegar a la línea de fondo y meter unos pases excelentes. Y, con todo eso, no parece valer para el puesto a menos que cambie de forma de ser y de pensar, que es lo complicado. Siqueira, al que el auto-corrector del ordenador llama acertadamente Siquiera, es atolondrado e imprevisible, y lo mismo se echa a correr como un conejo huyendo de un galgo que se para e intenta un regate imposible en mal momento. La afición, que esperaba mucho de él, ha perdido la paciencia con Siqueira y le llama “Chorlito” Siqueira y hay hasta quien recomienda que salga a jugar con cencerro, para que así sea más fácil para sus compañeros conocer sus impredecibles movimentos. Siqueira, que lo tenía todo para ser titular, ha terminado siendo suplente y nos parece de lo más normal. Resulta complicado, además, no decir dos o tres veces por partido “Siqueira” con el tono del comentarista en el gol de Abreu al reprocharle el fallo al delantero.



Gámez: fichado aparentemente para hacer eso que se llama “fondo de armario” para suplir a Juanfran en el lateral derecho y, si fuera necesario, jugar de central, Gámez va a más, incluso a mucho más. Gámez, cosas de la temporada, ha terminado jugando de lateral izquierdo siendo lateral derecho toda la vida, quitándole el puesto a Siqueira y cuajando muy buenos partidos a excepción, comprensible, del partido en el que le tocó enfrente un Messi en estado de gracia. Gámez, tipo experimentado y difícil de amedrentar de los que gustan a Simeone, lleva tatuado en su brazo algo que intuimos que es su nombre en élfico, algo extraño por ser Gómez y no Gámez el apellido más común entre los elfos. Hoy por hoy el Elfo Gámez, que llegó de tapadillo y esperó paciente su oportunidad, lo está haciendo estupendamente y es titular por méritos propios. ¡Bien por Gámez!

Ansaldi: finalmente, el Expediente X de la defensa. Ansaldi, que quitó el puesto a Siqueira, fue yendo a más según tenía partidos. Diestro, es capaz de usar la izquierda como si fuera zurdo y poner pases medidos al centro de la defensa. Fuerte y rápido, suplía con su energía los jardines en los que a veces se metía. En general parecía mucho más sensato que Siqueira y y su titularidad parecía asegurada hasta que, allá por noviembre – diciembre, tuvo una lesión que no parecía grave. Debía serlo, porque no ha vuelto: desde entonces Ansaldi ha entrado en convocatorias pero no ha jugado, ha sonado para titular pero no ha salido, ha perdido el sitio hasta con Gámez, que juega por un lado que le es totalmente nuevo. Lo más que hemos sabido de Ansaldi es que discutió con un Policía Municipal (algo no infrecuente en Madrid, que cuenta con la policía local más maleducada del globo terráqueo) y que terminó en comisaría; alguien en twitter aprovechó para pedirle a la Policía un cambio de rehenes, Ansaldi a cambio de Siqueira, pero no funcionó. El caso es que Ansaldi, que tenía buena pinta y aspecto de titular, ha desaparecido de la faz de la tierra y tiene pinta de que el Cholo ha visto algo que no le gusta lo más mínimo. Algo pasa con Ansaldi.

De Lucas Hernández no hablaremos porque le hemos visto poco, aunque lo poco que vimos nos pareció la mar de bien. Central normalmente pero con capacidad de jugar de lateral, Hernández tiene buena pinta para el futuro aunque por ahora sea muy complicado para alguien como él hacerse un hueco en el equipo.

- Hala, hasta aquí

Pero oiga, ¿y los medios y delanteros?
Esos otro día, que se aproxima la hora del vermouth.