lunes, 31 de agosto de 2015

De despedidas y victorias importantes (completo)



1. Adiós, Mr Will Kane

De sopetón, un poquito antes de que empezara el partido, nos enteramos de que Raúl García no se vestía de corto. Qué raro, qué sorprendente, a ver si es verdad eso que decían de que el Athletic de Bilbao le había hecho una oferta y que, por primera vez desde que llegó al Atleti, se planteaba irse. La sospecha se convirtió en rumor y éste en runrún en las redes sociales y finalmente en posibilidad más que probable, en noticia, en confirmación oficial, en anuncio de los clubes y en disgusto para buena parte de la parroquia colchonera.

Raúl, que así a lo tonto llevaba 8 temporadas en el Atleti jugando unos 50 partidos por año, deja estadísticas de jugador grande y un saco de títulos en esta época dorada en la que sólo él ha estado presente cuando se han conseguido las 7 últimas copas. Deja también imagen de guerrero, de hombre de club, de maravilloso compañero de sus compañeros, de buen profesional, de tipo dispuesto a romperse la crisma en un partido de treintaidosavos de Copa con la misma fe que en una final de Champions. Deja duelos a cara de perro con rivales odiados y advertencias a los que se han atrevido a menospreciar la camiseta o el compañero, deja odio en alguna grada rival y el respeto y casi temor de todos los equipos contra los que ha jugado, que coinciden en que Raúl mejor al lado que en frente, mejor sentado que jugando en contra, mejor lejos del campo propio que mostrando malas pulgas en las visitas. Raúl deja goles importantísimos, partidos imponentes, algún fallo clamoroso, miles de kilómetros recorridos, cientos de choques en el cuerpo a cuerpo, muchas (quizás demasiadas) quejas al árbitro, algunas malas formas con rivales, sustos a la grada cada vez que se quejaba de haber recibido un golpe en su prominente nariz navarra. Deja también destellos de clase, tiros brillantes con las dos piernas, goles importantísimos, litros de sudor y horas con la mandíbula apretada con el único objetivo de hacer ganar al Atleti.

Y lo más admirable es que deja todo esto con brillo de jugadorazo pero en silencio, sin quejas cuando no jugó, sin declaraciones demagógicas cuando lo hizo bien, sin aspavientos cuando las cosas fueron bien o fueron mal. Raúl se va del Atleti con números de jugador histórico y modales de jugador antiguo de esos de barro en las medias y botas negras, sin alardes, sin reproches, sin tontunas. Raúl jugó donde se le pidió que jugara, le viniera bien o mal, y siempre cumplió, a veces con mucho esfuerzo, otras con brillo. Fuera de su sitio lógico, compartió doble pivote con jugadores limitados o directamente caraduras, apagando fuegos lejos de donde le gusta estar pero sin escatimar una carrera o poner una mala cara. Cuando Simeone le puso más cerca del sitio donde mejor funciona marcó goles e hizo partidazos y ningún momento se señaló el número ni reclamó gloria ni exigió su titularidad ni hizo guiños cómplices a la grada para poner en el disparadero a un compañero o al entrenador. Cuando jugó en una banda siempre coincidió con un buen partido de su lateral, incluso a costa de su propio brillo; cuando jugó de segundo delantero marcó y se fajó con todos, cuando tuvo que jugar de único punta mantuvo al equipo rival agobiado en la salida de balón. Cuando tocó defender Raúl era el primero, cuando un compañero estaba en apuros Raúl era el primero, cuando nacía una tángana con los rivales allí llegaba Raúl, con la nariz por delante, desafiando a que alguien osara tocársela.

Raúl ayudó siempre al equipo y ayudó, sin que la grada se diera cuenta, a que la grada entendiera que no todo son filigranas y portadas de periódico, que no todo son regates y rabonas, a que recordara lo que era un jugador de Club, a que entendiera más de fútbol. Raúl pertenece a ese grupo de jugadores al que la grada del Calderón, vehemente para lo bueno pero también para lo malo, criticó con crueldad cuando su cometido no era brillar sino echar carbón a la caldera. A Raúl se le ha pitado en el Calderón sin medida y sin razón, se le han negado méritos y resaltado defectos, se le ha afeado un mal control en el minuto 80 tras haber hecho un partido serio y competente hasta ese momento. La grada, injusta y cabezota, atribuyó con demasiada frecuencia a la suerte cada buena acción de Raúl, sin reconocer una calidad con las dos piernas que sorprende en un tipo de su arrojo y envergadura. La grada, no toda, despidió a Raúl en muchas ocasiones con pitadas generalizadas entre las que se distinguían, como flores en medio de un parking, a diez, doce, veinte, treinta tipos en pie aplaudiendo al que todos denostaban.

Pero con el tiempo, y con el Cholo, Raúl fue mostrando lo que siempre había sido y algunos no veían, hasta el punto de que, cuando las cosas se ponían feas, no era raro escuchar cómo los mismos que silbaban hace años  reclamaban la salida de Raúl al campo. Raúl y sólo Raúl, con el apoyo de los compañeros y el Cholo, convirtió el calvario de los primeros años en la admiración general e incluso el respeto, a regañadientes y muchas veces obligado por la fuerza de lo obvio, de los más críticos, de los más voceras, de los defensores de ese fútbol superficial que ensalza ídolos a los dos días de llegar sin mirar quién estuvo en los talleres desde el primer momento hasta que el carro se convirtió en bólido.

De pedir su venta a grandes voces a pedir su ayuda cuando entraban los malotes al bar, la afición fue poco a poco cambiando de opinión, lo que honra a Raúl por conseguirlo y al Calderón por hacerlo. Raúl se va ahora y deja una enorme sensación de vacío, la duda de a quién acudiremos para un roto o un descosido cuando los partidos se pongan duros, cuando se lesione un jugador con mal repuesto, cuando haya que hacer frente a las intimidaciones de los rivales. Se va Raúl y deja una buena papeleta a los compañeros: ¿quién asumirá su papel, sus galones? ¿Quién será capaz de transmitir al resto la confianza que daba el navarro? ¿A quién recurrirá el entrenador para las misiones complicadas, esas que requieren meterse tras la línea enemiga sin comida ni brújula armado con un sacacorchos? Y, sobre todo … ¿quién tendrá los santos cojones de salir a jugar en un campo helado a siete bajo cero en manga corta?

Se va Raúl y el que suscribe, que siempre mostró su admiración por el navarro, se lleva un disgusto y a la vez se queda contento. Disgusto por la pérdida de un jugador valiosísimo que nunca dejó de hacer lo que debía incluso en los momentos más difíciles, porque se va el mascarón de proa del equipo del Cholo, el que indicaba con la nariz dónde estaba la siguiente ola que había que romper a cabezazos. Contento por la despedida de la gran mayoría de la afición, por el sentimiento generalizado de respeto y agradecimiento que se vio en las redes sociales, porque se va al Athletic de Bilbao, donde muy mal se tendría que dar la cosa para que no sea feliz e importante en un club con esa solera y ese empaque, para disfrute de muchos amigos.

Se va Raúl y a uno le apetece despedirle con una ovación cerrada y en pie, viendo cómo incluso aquellos que se cebaron en sus defectos y tardaron en ver sus virtudes por puro orgullo o ignorancia, muestran en silencio su respeto como esos lugareños acobardados que no apoyaron al sheriff cuando llegaron los malos y ahora comprenden que fue él quien terminó por salvarles la vida. Y es que es el Will Kane de Zizur, el sheriff el que ahora se va, como siempre sin alardes, casi tímido, abriéndose paso entre una multitud vestida de rojo y blanco que se queda a la vez un poco más vulnerable y un poco más orgullosa por haber compartido años con un jugador honrado.

Gracias por todo, D. Raúl García Escudero. Fue un placer verle jugar con nosotros, fue un orgullo que se sintiera de los nuestros, fue una fuente de alegría saber que estaba siempre ahí dispuesto a ayudar para que nosotros disfrutáramos de las Copas. Mucha suerte en el futuro, vuelva Vd cuando quiera y llame de vez en cuando, que los chavales le echarán de menos. 





2. Suerte, oficio y ganas

Llegaba el Atleti a Sevilla a jugar el primer partido gordo del complicado inicio de liga que el bombo tuvo a bien señalar, y se encontró con un Sánchez Pizjuan remodelado y la mar de bonito, rojo rojísimo como San Mamés, estadio del que es difícil no acordarse cuando se ve el nuevo Nervión. El Sevilla ha tenido a bien darle un lavado de cara al estadio, como también ha hecho el Atleti, y ha aprovechado para poner entre los graderíos unas frases rimbombantes, muy del gusto del aficionado que en los últimos tiempos atribuye y espera del fútbol una solemnidad repentina que no se explican los psicólogos.

De un tiempo a esta parte se diría que hay una furia solemnizadora del fútbol que uno no se explica bien. Desde hace unos años los nuevos himnos son rimbombantes, tan rimbombantes como antes pero sin esa cosa inocente de los alabín alabán y rá-rá-rá sino con un deje un poco chocante a medio camino entre los comics de espada y brujería y las hermandades secretas. Los himnos de los centenarios de buena parte de los clubes de la geografía patria hablan de leyendas antiguas, de inscripciones en piedra en monumentos funerarios enterrados, de héroes con coraza y espada, de pueblos señalados por el dedo divino. Los equipos parecen de repente obsesionados con obtener en poco tiempo y por obra de la mercadotecnia la solemnidad y tradición que tienen los equipos ingleses, sean grandes o modestos, gracias a una cultura de conservar las tradiciones que aquí nunca se ha tenido. Así, de pronto, todo club saca pecho del pasado y hace guiños a su historia cuando nunca la respetó, y recupera escudos añejos, reclama copas desconocidas, hace aparecer por arte de birli birloque costumbres que nadie recuerda y llena su estadio y su web de frases campanudas y desafiantes.

Ayer podía leerse en el Pizjuan “Nervión no regala puntos” y “Dicen que nunca se rinde”, frases que sin duda proceden de himnos y tradiciones recientes que, a fuerza de poner en lugares destacados, el Club (entiende uno) quiere convertir en leyendas heráldicas de la afición sevillista. Otros clubes probablemente estén haciendo lo mismo y no nos extrañaría ver en breve leyendas similares: “Mestalla no paga traidores”, “Riazor bien vale una misa”, “Os quedáis con Las Gaunas”, “Los Pajaritos por aquí, Los Pajaritos por allá, lálálá lá”. Todo esto, que nos parece muy bien, nos resulta también algo infantil: las tradiciones son fantásticas, pero siempre que sean tradiciones, no decisiones recientes envueltas en un halo épico para enardecer a los más inocentes.

Querer convertir en solemne lo que siempre se ha considerado un pasatiempo de fin de semana puede resultar artificial; querer convencerse de que los equipos de cada uno son los Tercios de Flandes que defienden el honor de la ciudad frente a hordas bárbaras puede resultar peligroso y sobre todo ridículo (algo en lo que por cierto la afición del Atleti es bastante puntera). Sobre este tema, no viene mal ver qué han hecho en Twitter al respecto los aficionados del Celtic de Glasgow, uno de los equipos con más tradición e identidad del mundo, de los que no necesitan recordar a cada minuto lo auténticos que son para serlo en realidad, al recibir amenazas por Twitter de los aficionados del Fenerbahce. Para ello, consulten el hashtag #ThatsNotAKnife.
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Salió el Atleti la mar de guapo vestido y si no fuera por la cantidad de pegatinas blancas que lleva la camiseta suplente, se diría que iba vestido de infante de marina en traje de gimnasia, de sobrio azul oscuro y medias rojas. Hacía tiempo que el Atleti no tenía una segunda equipación azul oscuro liso, un color bastante atlético que Aquél Que Diseña Las Camisetas tiene a bien ignorar año tras año decantándose por ejemplo, como el año pasado, por un gris Panza de Burro en velado homenaje al color de pelo del presidente de la entidad. Desde nuestra modesta atalaya de control cromático damos la bienvenida a la nueva equipación, que además nos trajo suerte.

Porque el Atleti, hay que decirlo, tuvo suerte. No tuvo suerte al repeler el arreón inicial del Sevilla, que mostró ambición y fuerza durante los primeros diez minutos del partido, sino que  el Atleti se hizo con el control del partido por tesón y solidez, firmando un magnífico primer tiempo, serio y solvente. Sí tuvo algo de suerte en el primer gol, en el que Griezmann peleó como se espera de él un balón desde el suelo para, tras un rebote, sacar de punterita una pelota que le llegó cómoda a Koke, que se había incorporado tarde. También tuvo suerte en el segundo gol, a tiro lejano de Gabi que rebotó en el fantástico Krychowiak, eficaz todo el partido y que sin embargo contribuyó a la derrota por no apartar el lomo antes, qué cosas pasan. No tuvo tampoco suerte en el tercer gol, en el que Beto dejó claro que no está a la altura del resto del equipo y Jackson Martínez que tiene tiro de lejos, algo que no abunda en el Atleti de este año.

Y aún así, con suerte en dos de tres goles y con un rival con muy buena pinta, no puede decirse que el Atleti no mereciera ganar. Quizás no por 0-3, quizás de forma más ajustada, pero un empate se habría antojado muy corto aunque una amplia mayoría de seguidores rojiblancos lo habrían firmado antes del partido. Y es que el Atleti, que hasta ayer había dado la impresión de estar aún de pretemporada y sin ritmo para jugar partidos duros, mostró una imagen mucho más seria, más compacta y solvente de la que muchos esperábamos precisamente contra un buen equipo que ya había empezado su competición oficial unos días antes, en un estadio complicado en el que pasarán muchas fatigas los equipos grandes de la liga.

Y es que el Atleti hizo un partido poderoso, rechazando con autoridad el envite inicial del Sevilla, tomando luego el control del partido, gestionado la ventaja de un gol con solvencia y capeando el temporal de los primeros veinte minutos del segundo tiempo, en los que el Sevilla dio una muy buena imagen. Y todo esto, ¿por algo en especial? …. Pues sí y no. Porque el Atleti, en general, jugó bien y porque todos sus jugadores lo hicieron estupendamente. Lo hicieron bien los centrales, con mucho trabajo vista la idea del Sevilla de hacer llegar balones a Llorente, recién aterrizado en la liga y demasiado blando como para hacer dudar a la pareja uruguaya del centro de la defensa, y eso que llevaba Wonderbra. Jugaron bien los laterales y jugó bien Tiago, pero el resto jugaron aún mejor.

Gabi, y estas son grandes noticias, parece que vuelve a ser el Gabi de hace dos años, ese portento físico y agresivo que tira la presión, recupera balones y sale jugando. La presión de Gabi y la capacidad de Koke y Óliver Torres para recuperar y no perder balones convirtieron en un tormento para el Sevilla cada intento de salir jugando; por si esto fuera poco, la constante pelea arriba de Torres, incansable y solidario en su nuevo (aunque no desconocido) papel de portor de la estrella del tirabuzón y el triple mortal, y las bajadas a combinar de Griezmann cerca del centro del campo le dieron al Atleti el control del partido cuando hacía más falta, minando la moral del Sevilla, que vio reducidas sus posibilidades de éxito a un juego más directo y menos elaborado en el que Godín y Giménez están la mar de contentos.

Sumando las ganas de Óliver Torres a la hora de recuperar balones y hacer coberturas, la mayor implicación en el juego de Griezmann cuando andan cerca Koke y el propio Oliver y el poder intimidatorio de Torres primero y Jackson después, parece que el Atleti tiene grandes posibilidades de recuperar esa presión alta infernal de hace dos años, con una diferencia: si el año en que se ganó la liga el principal recurso era el balón largo a Diego Costa, con el plantel actual parece que a esa furia recuperadora le puede seguir un juego más combinativo y fino, más de toque y posesión entre los centrocampistas de más toque y Griezmann, que una vez más se antoja importantísimo en el esquema. Si se cumple lo visto hasta ahora en él, esto es, una mayor implicación en el juego a la hora de recuperar y esa gracia divina que le hace estar donde más peligro genera en cada jugada, el Griezmann de este año nos puede hacer ver al del año pasado como un burdo boceto.



El Atleti ganó pues con autoridad en un campo en el que no será fácil ganar para nadie. El Sevilla tiene muy buena pinta y con algo más de contundencia atrás y un portero más constante será un rival temible. Mientras tanto, el Atleti vuelve a casa con una papeleta aún más complicada, el Barcelona, que no parece en su mejor momento pero sigue teniendo a los mejores jugadores de la liga en muchos puestos. Para ese partido, eso sí, no estará el homenajeado en todos los goles de ayer, el 8, ese gran tipo al que  el Club ha dejado marchar porque se ha merecido, con los servicios prestados, poder elegir su futuro y contar con todas las facilidades desde el Atleti. Le echaremos de menos el próximo partido, que es de los duros, pero ahí estaremos, como siempre estaba el 8.

domingo, 23 de agosto de 2015

Crónica epistemológica del debut liguero



Debutaba el Atleti en casa y la gente acudió en tropel al campo, para sorpresa de casi todos, poco acostumbrados a los llenos agosteros del estadio. ¿Será cosa de la crisis, que la gente no sale de vacaciones? ¿Será cosa del prestigio del Atleti, que atrae a los visitantes? ¿Será el atractivo del equipo, de sus estrellas, de su juego ofensivo, de sus nuevos fichajes, de la esperada reforma del estadio? Uno no tiene ni idea, pero el caso es que a 22 de agosto el campo estaba de bote en bote y la afición tuvo que soportar para entrar más colas que en una semifinal de Champions. Uno no se explica bien por qué se tarda tantísimo en entrar al campo, pero sospecha que es cosa de los lectores del código de barras, diseñados por un humorista que gusta de ver cómo la gente intenta dar con la inclinación adecuada de la entrada o el abono sin éxito, hasta que un operario cuya única misión es precisamente poner entradas en ángulos apropiados ayuda al espectador para desesperación del resto de la cola.

Sea como fuere, la afición entró al campo y se puso en su sitio  e hizo las reflexiones clásicas de cada principio de temporada. Anda, no está ese señor tan antipático que se mete siempre con Raúl García, a ver si hay suerte y no ha renovado el abono; uy, ese tipo con aspecto de funcionario de correos tan gris este verano ha sufrido una metamorfosis, ahora lleva pantaloncito pesquero y pulseritas de colores, como Aznar; caramba, la niña de la fila catorce se fue infante y ha vuelto hecha una mujer fatal; ay mi madre qué gordo se puso Torralba, debe haber estado tumbado todo agosto.

Lo segundo que hizo la afición agostada fue reparar en la cacareada reforma de las tribunas, anunciada a bombo y platillo por los medios de comunicación: sepan Vds, aficionados, que a partir de ahora se sentarán en asientos limpios y nuevos, como las personas decentes. La reforma fue, eso sí, un chasco. Nada de asientos nuevos, sino los de siempre pero pintados a pistola y con un numerico. La reforma ha consistido por tanto en pintar los asientos, algo que está muy bien, pero sin desmontarlos ni abonar, airear, desbrozar o pegar un repasito a la manta vegetal que desde hace años se desarrolla feliz bajo las nalgas de la afición colchonera. Como resultado, los operarios han procedido a pintar directamente la capa orgánica que produce cada primavera el milagro de la germinación espontánea de plantas terenbitáceas, en su mayoría de la especie Cotinus Coggygria o “Árbol de las Pelucas”, especie que únicamente se desarrolla en la zona china del Himalaya y en las tribunas del Calderón, ese prodigio botánico que debería ser considerado Reserva de la Biosfera, como tantas veces hemos denunciado. En el huequecito que hace las veces de sumidero del asiento se almacenan ahora cáscaras de pipas, hojas marchitas y otros restos vegetales pintados convenientemente de azul o blanco, según el caso. Esperamos para la próxima primavera, por tanto, una excelente cosecha de hortensias.
Los asientos azules de grada de lateral están ahora mechados de asientos blancos que forman las palabras “Atlético de Madrid” y los aficionados de pedigree rezaban porque no les hubiera tocado uno. Al que suscribe, como no, le han puesto un asiento blanco, hay que joderse. Probablemente sea encima la tilde, uno tiene un destino ligado a la ortografía que se manifiesta constantemente de manera irritante.

Sentados en sus asientos repintados, la afición se dispuso a ver el partido y reparó, ya puestos, en que la línea de fuera de banda está este año – al menos aparentemente – más lejos aún de los asientos. Desde la llegada del conocido entrenador griposo Quique Sánchez Flores, en grada de lateral la afición tiene la sensación de que el campo se va estrechando, alejándose hacia la tribuna y dejando un espacio cada vez mayor entre la valla que separa al público y los jugadores. Será quizás un efecto óptico, quizás cosas de la edad o el desarrollo imparable de la miopía pero el caso es que entre que hay jugadores nuevos y desconocidos y la línea se ve cada vez más lejos, la afición entornaba los ojillos para, camuflados entre los numerosos asiáticos visitantes de la grada, saber si ese del pelo cortado con media americana era Saúl o era Carrasco, si ese era  Vietto o Lucas Hernández o era al revés, si el del traje era el Mono Burgos o un espejismo.

Una vez acostumbrada a la nueva distancia, la afición colchonera se dispuso a ver el partido y presentar sus respetos a los aficionados rivales, que acudieron en buen número al estadio, algo que nos alegra una barbaridad. Tras los partidos de pretemporada y los análisis sesudos de periodistas y blogueros, la afición esperaba un equipo armado que jugueteara plácidamente con un recién ascendido, una orquesta perfectamente encajada que ejecutara con brillantez una de las complejas sinfonías de Johan Sebastian Mastropiero. Sin embargo, el Atleti pareció más un equipo aún en pretemporada, incapaz de alardes sinfónicos, humilde combo de cumbia epistemológica como mucho, más cerca del tarareo conceptual del mismo autor y de su “Aria Agraria”, culmen artístico de este valiente estilo musical.

La afición esperaba ver alguna de las variantes tácticas que la nueva plantilla permite, pero Simeone sacó el equipo que todo el mundo hubiera esperado hace dos años, cambiando a Óliver Torres por otro jugador que en la época jugaba en el Atleti y ahora está de vacaciones hasta enero riéndose por lo bajini de sus hagiógrafos y fans, y a Jackson Martínez por otro jugador también emigrado, esta vez a Londres, donde recientemente se ha peleado con un entrenador pesadísimo que parece no desaparecer nunca de nuestras vidas. Ni Koke al centro (como tanto se ha hablado, eso sí, en teoría durante la pretemporada), ni 4-2-3-1, ni 4-1-4-1 ni nada que no hayamos visto. El Atleti salió con un 4-4-2 la mar de clásico, con Gabi y Tiago en el doble pivote, con Koke echado a un lado corriendo más de lo que debería y Olivier Torres a otro aunque cambiando posiciones con Koke a ratos, con Jackson de 9 y Griezmann de segundo delantero. Lo de siempre, oiga, tampoco  nos vamos a extender mucho más.

Entre los nuevos, a Filipe Luis Filipe le consideraremos veterano y así se desenvolvió, sin que diera en ningún momento la sensación de no haber estado aquí siempre y no haberse ido un año con ese entrenador tan pesado que se llevó al jugador, aparentemente, para que no lo tuviera el Atleti, como esos niños ricos que prefieren romperle el juguete al vecino y joder a la pandilla entera con tal de que el protagonista no sea otro. Por tanto, empezaremos por el más nuevo de todos: Jackson Martínez.

Jackson Martínez, 35 millones del ala, no parece que pueda ser otra cosa que titular y nos parece bien. De físico impresionante y mentón de la dinastía de los Austrias, Jackson parece aún despistado y alejado del ritmo frenético que el equipo debería alcanzar en breve, esperemos que a tiempo para el durísimo principio de liga que el bombo nos ha regalado. Algo torpón y poco participativo, Jackson hizo más bien poco pero también es normal. Ni el poco tiempo pasado en el equipo, ni el césped catastrófico, ni la carga de trabajo físico que posiblemente haya programado el cuerpo técnico ni la forma en que se plantó en el Calderón Las Palmas, con tres centrales y dos laterales, más tres medios más defensivos por delante, ayudaron al debutante; tampoco ayudó por cierto a Torres, torpón en un par de acciones a pesar de mostrarse más agresivo y confiado que el despistado colombiano en los minutos que estuvo en el campo. Esperaremos un poco más de tiempo para hacernos una opinión sobre Jackson El Del Potente Mentón, el Habsburgo Negro, el 9 titular del Atleti según vamos viendo.

Óliver Torres, la gran esperanza de todos nosotros, era el gran centro de atención. Todos esperamos mucho porque todos hemos visto grandes detalles y todos esperamos también que corrija esa querencia  a perder balones en mal momento por exceso de complicación que tanto irritan a Simeone. Dos de esos balones perdió en los primeros diez minutos, para desesperación de los que creemos en él. Más adelante, es cierto, dejó pinceladas de jugador diferente, de tener capacidad de cambiar las cosas, de ser ese jugador que hará falta para acelerar o dormir el partido cuando las cosas se pongan feas, para oxigenar zonas en las que el rival presione, para guardar el balón cuando haya que controlar el tiempo. Aún queda mucho por ver y Óliver debe demostrar que acepta el guante que le arrojó Simeone; el partido de ayer no sirve para sacar conclusiones, pero vistas las pérdidas de balón no extrañaría que aún no salga de titular cuando los partidos sean más duros.

El Atleti jugó un partido soso ante un buen rival con poca pinta de recién ascendido, con gusto por el toque y que  no pegó ni un pelotazo ni una patada. No mostró la fluidez que le hará falta contra equipos más fuertes ni la pegada que la inversión en atacantes sugiere, ni tampoco esa solidez defensiva absoluta que empieza en los medio centros gracias a la presión de los de delante. De hecho, si Oblak no hace un paradón estaríamos hablando de patinazo de los gordos. Y todo ello a pesar de una aparente mejoría de Gabi, de la magnífica colocación acostumbrada de Tiago, de las buenas sensaciones que dio Correa, de los solventes y acertados minutos de Raúl García y de la inspiración de Griezmann, fiel a su gol: a Griezmann parece que no le hace falta ni estar en contacto con el balón ni excesivamente involucrado en el juego para marcar goles clave, en el caso de ayer de falta con rebote. Griezmann, jugador con aire de bailarín, parece definitivamente tocado por la varita de Ester Píscore.

El Atleti dejó por tanto una sensación algo decepcionante, como si el equipo estuviera aún en pretemporada o esta no hubiera sido todo lo intensa que debería. Pero estas cosas tienen remedio y se solucionan planificando y trabajando, eso que hacen tan bien Simeone y el Profe Ortega, con lo que sería injusto e ilógico no mantener la fe en lo que vendrá y creer que cualquier mala imagen tiene remedio.

Lo que no tiene remedio es lo de Rabinovich, oiga. Nos llevamos un disgusto con lo de Saza pero en cierto modo era esperable; lo que ha sido un sofocón es lo de Rabinovich. Que Ester Píscore le guíe en su nuevo espectáculo. Mientras tanto, confiemos en que el Atleti empiece a carburar y encare la próxima cuesta arriba del calendario con ganas de epistemologar rivales.