Turín, Piamonte, Italia,
está relativamente cerca y es un sitio bastante bonito. Además en Turín juegan
dos equipos de fútbol y el Atleti se enfrentaba a uno de ellos. Esta es la
crónica de un viaje raro.
Turín es una
ciudad bien bonita. Es amplia, tiene un centro grandote y bien conservado y
desde casi todas partes se ven los Alpes, nevados en esta época del año. En
muchas calles de Turín hay soportales y casi todo el tiempo uno camina bajo
techo, con lo que a veces no ve bien la calle por la que va, los edificios, el
cielo; eso sí, cuando llueva o nieve, que debe ocurrir con frecuencia, uno no
se moja y puede ir tan contento a tomar café, galletitas y amaro. Pero el día
de autos, y como mandan los cánones siempre que juega el Atleti, el cielo
estaba limpio y lució el sol para celebrar la efeméride durante un día muy
corto en una ciudad muy al Norte en la que hace frío, sobre todo de noche con
el cielo raso.
En Turín, en día
de partido de Champions en el que uno de los equipos locales se juega ser
primero de su grupo y en el que viene a la ciudad ni más ni menos que el
campeón de Liga, no hay mucho ambiente futbolero. Por un lado, es normal que
los habitantes de la ciudad del equipo local estén trabajando en martes
laborable y no en la calle dando saltos; por otro lado, siendo el día que era,
tras los acontecimientos recientes y siendo partido de grupo, muy poca gente
del Atleti acudió a Turín. Pero hay un tercer factor más determinante y más
llamativo aún: en Turín no hay demasiados aficionados de la Juventus de Turín,
por raro que les parezca.
La Juve, el
equipo con más seguidores de Italia y el más popular entre los italianos que viven
en el extranjero, es de Turín pero poco, como si no fuera de Turín, vamos, como
si fuera de al lado, oiga. La Juve juega en Turín pero bien podría jugar en
otros sitios, en otras ciudades más al Sur, en Palermo, en Malta, en Australia.
En el centro de Turín la gente es normalmente del Torino, y te lo hacen saber
con la misma rapidez que los del Atleti confesamos nuestros colores, esto es, a
los cinco minutos de conocer a alguien, durante una entrevista de trabajo, en
el momento de recibir el Premio al Hombre Más Discreto de la Comarca, al entrar
desfondado en la línea de meta tras completar el maratón. En Turín los
camareros, los taxistas, los dependientes de las tiendas rápidamente te hacen
saber que confían en el Atleti para ganar a la Juve, para hacer callar a la
masa blanquinegra que viene altiva desde las afueras, desde las zonas
industriales, de Nápoles, de Sicilia, a pesar de no explicarse cómo no juega de
titular el ídolo local, Cerci.
La Juve es para
los turineses el equipo de los de fuera, de los inmigrantes que vinieron a
trabajar y ganarse la vida en las fábricas de los Agnelli y vieron en la
Juventus una forma de asegurarse un ratito de alegría los domingos, siguiendo a
un equipo poderoso y bien relacionado con la autoridad (deportiva y no),
evitando las fatigas de seguir a un equipo menos ayudado por fuerzas externas.
Por eso los turineses del centro ven al Torino, para algunos el equipo italiano
con más similitudes con el Atleti, como el emblema de la ciudad verdadera
enfrentado a la Juve, el emblema del poder económico e industrial de los
alrededores, el equipo del resto. Quizás por eso los del Torino vieron en el
Atleti la posibilidad de mantener en silencio a sus insoportables vecinos
durante unas horas; quizás por eso los del Atleti, a pesar de lo bien que nos
trató todo el mundo, volvemos de Turín habiendo desarrollado una simpatía
especial por el Torino y por su canción de cabecera.
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El hincha con
gafas es normalmente bien recibido en las ciudades tranquilas: esta frase
lapidaria podría perfectamente grabarse en piedra en la entrada de cualquier localidad
futbolera, para tranquilidad del visitante y de la población local, e incluso
ser el lema de alguna peña ajedrecista. Los pocos aficionados
del Atleti que aparecieron por Turín quizás tuvieran una vista excelente, pero
se comportaron como si tuvieran gafas, o al menos eso vimos por la calle. Ni un
grito, ni una mala palabra, ni un mal gesto se vio durante toda la mañana en
Turín que, por cierto, estaba bastante vacía y tranquila.
Más en concreto,
el peligroso grupo de aficionados con el que el que suscribe acudió al Piamonte
hizo un primer alto en el camino y compró unas pantuflas de lana la mar de
calentitas, una especie de abrigo loden para los pies, toda una declaración de
principios. Armado con este signo distintivo, el grupo de seguidores, a quien
desde ahora llamaremos “i Temibile Pensionati”, se dedicó a recorrer el centro
de la ciudad llevando a cabo su rosario de acciones provocativas: fotografiaron
iglesias barrocas, tomaron café por la zona de los soportales, pasearon hasta
la Molle Antonelliana, hicieron fotos al Palacio Real, bebieron cerveza tostada
(muy rica, por cierto) y comieron pasta con diferentes acompañamientos en una
trattoria antigua situada frente a una capilla preciosa. De haberse encontrado
con algún grupo rival ducho en sus mismas tácticas de guerrilla urbana y
localización de tascas, tal y como los archiconocidos Próstata Boys o los
temibles Nación Miope, habrían medido fuerzas compitiendo en actividades
propias de su tribu urbana: la petanca extrema con boliche cuasi-invisible, la
alimentación selectiva de palomas autóctonas ignorando a las razas importadas,
la supervisión de obras desde valla metálica o la disciplina reina: la
actualización lenta de cartilla de ahorros en sucursal bancaria llena de gente
con prisa, la verdadera razón de ser del Movimiento Pensionista.
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Bajada la pasta
tras un paseíto, dos cafés solos y unos cuantos amaros (Averna, Braulio,
Montenegro y uno local cuyo nombre fue imposible retener tras los pelotazos
previos), recogida la ropa de abrigo en el hotel y santificada la honrosa
tradición de la siesta (breve), el audaz grupo se dirigió al estadio de la Juve
- eso sí, en taxi, que se va más calentito, aunque el Ayuntamiento había
previsto unos autobuses gratuitos que llevaban a los aficionados españoles
hasta el estadio la mar de bien. El taxista - del Torino, claro – explicó a los
integrantes de la expedición que les llevaría directamente a la zona del
estadio por la que entran los visitantes, cosas de los protocolos de seguridad
de la ciudad.
Nota al margen: Al llegar
al campo, que está en una zona moderna, apartada, rodeado de franquicias de
restauración y grandes almacenes de electrónica, sin gracia ninguna y lejos del
centro histórico, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es cómo será
nuestra triste existencia una vez nos obliguen a ir a la Peineta. Por más que
tengamos claro que la milonga peinetera puede aún dar muchas vueltas, resulta
imposible no pensar en la suerte que tenemos al poder ir cada dos semanas al
Calderón andando desde el Madrid de los Austrias, caminando tan tranquilos desde
la Puerta de Toledo, a tiro de piedra de la Plaza Mayor, de San Francisco el
Grande, de la calle Toledo, de la Latina, de los bares, de las terrazas. Como
en otras cosas, acabaremos lamentando la tibieza de la grada a la hora de
reclamar que el Calderón siga en su sitio, el silencio, la ausencia de
protesta, el encogimiento de hombros, el comulgar con ruedas de molino. Al
tiempo.
Una vez cerca del
estadio, el taxista preguntó a un policía dónde debería depositar ai tifossi de l’Atletico di Madrid. En
una operación nunca vista antes, la policía cortó literalmente el tráfico,
detuvo el río de seguidores juventinos que iban al campo y condujo al taxi, en
contramano y por zonas prohibidas, hasta una gran puerta metálica. La puerta se
abrió y el taxi entró en un recinto vallado más extenso que un campo de fútbol
en el que los taxis y autobuses que traían aficionados rojiblancos entraban y descargaban
hinchas como quien descarga sacas de un furgón blindado, para ser encerrados
entre las vallas a continuación.
Dentro del
recinto vallado había unos cuantos aficionados del Atleti, unos cuantos
Stewards (Esteban, en castellano) y unos cuantos policías. En un extremo del
recinto vallado se recibía a los aficionados del Atleti y se les hacía pasar
por una estrecha puerta metálica. Allí se pedía la entrada y un documento de
identidad, y se procedía a cotejar entrada, documento y nombre con los datos
impresos en una lista manejada por otra Steward (Estefanía, quizás), que miraba
que todo coincidiese. Los Stewards miraban y remiraban a los aficionados, les
obligaban a deshacerse de ciertas camisetas y bufandas y a algunos hasta les
pedía quitarse las botas, no fuera que llevasen calcetines con tomates. ¿Y para
qué valía todo esto? Pues para decidir quién entraba y quién no.
En el momento de
comprar las entradas, el Club ya había advertido que en Italia, país con graves
problemas de ultras, eran estrictos con la norma que obliga a identificar a
cada aficionado antes de entrar al estadio. En términos prácticos, esto
implicaba que, de no coincidir el nombre del abonado con cuyo carnet se compró
la entrada con el nombre del portador de la misma en la puerta, la Juventus
podría negar la entrada al estadio al visitante. En otras palabras, que un
abonado, por bienintencionado que sea, no puede comprar una entrada para un
estadio italiano y regalársela a su sobrino que vive en Bolonia haciendo el
Erasmus, porque este se quedará en la calle a pesar de tener una entrada válida.
Quédense Vds con este valioso dato para el futuro.
Así le ocurrió al
menos a una treintena de personas, quince más si añadimos a un grupo de polacos
con bufandas azules y blancas que sorprendentemente (o quizás no tanto) se
agolpaban en la cola formada ante la puerta metálica rodeada de Stewards
vestidos de naranja o amarillo, esto es, Stewards de naranja y de limón.
Italianos aficionados al Atleti, chicas que habían viajado con su novio abonado
para ver el partido gracias a la entrada sacada por un amigo, un grupo de
mujeres con acento brasileño, unos cuantos chavales helados de frío y alguno de
los conocidos Temibile Pensionati se quedaron en la puerta esperando a ver si
se encontraba una solución entre unos y otros.
La policía
italiana y los stewards eran inflexibles: si el nombre no figuraba en la lista,
no se entraba. La lista, entendemos, la envió el club (el nuestro) y no era
sino la relación de los abonados que habían retirado su entrada, con su nombre
y número de socio. Como ya se ha dicho, el club advirtió de esta posibilidad y
por tanto nada hay que afearle en ese aspecto, puesto que los que fuimos conocíamos
el riesgo de poder quedarnos fuera y lo asumimos; quizás pensamos que la Juve
aplicaría un criterio más flexible viendo uno a uno a los visitantes, como
ocurrió en el pasado en otros partidos. Si el Club pudo hacer más en Madrid,
facilitando a la Juve el nombre de aquellos invitados para los que los abonados
retiraron la entrada, o en Turín, al menos enviando alguien a intentar asistir
a los aficionados desplazados en la puerta en la que discutían con los stewards
para intentar encontrar una solución satisfactoria para todos, es otro tema. La
realidad es que al final nadie del Club apareció, sólo los abonados (esto es,
los que pagan siempre, incluso antes de ver los fichajes) pudieron entrar y
quedó claro una vez más que el aficionado está a la cola de las prioridades del
Club, aunque los que pagan quizás reciban un trato un poquito mejor que los que
meramente simpatizan (por más que luego el presidente presuma de afición de
tele en tele).
Sí lo intentaron por
activa y por pasiva los policías españoles que acompañaban a los aficionados
como parte del dispositivo de seguridad, y es justo nombrarles y agradecerlo: los
policías españoles, sin ser esa su misión, trataron de convencer a los policías
locales de que la poca gente que quedaba fuera era tranquila y educada,
propusieron formas alternativas de identificación para facilitar la entrada al
campo de los que esperaban en el frío, llamaron, preguntaron, nos explicaron lo
que pasaba, se preocuparon por nosotros. El mensaje, eso sí, cambió poco por
más que lo intentaran: no pinta bien, de no haber pasado lo que pasó hace una
semana la historia sería otra, tienen órdenes claras de no hacer ni una sola excepción.
Esta idea tajante la confirmó un steward de limón con el que hablaron los
Temibile Pensionati para intentar que una chica con aspecto poco violento pudiera
entrar con su novio, que sí tenía entrada, usando la entrada de uno de los
jubilados viajeros: “no hacemos excepciones. Las órdenes son claras, a día de
hoy todo aficionado del Atleti es
considerado peligroso”. Triste. Tristísimo.
Real. Lamentable.
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Del partido, que
al final era lo de menos, poco que contar que no se haya contado. Quizás, que
el pequeño grupo de atléticos que estaban en la grada se comportó de manera
tranquila y correcta, al menos desde donde vio el partido el que suscribe, a
pesar de que al parecer hubo quien prefirió llamar la atención de fotógrafos y
comités de disciplina. También, que la grada turinesa no es tan caliente como
uno esperaba aunque suene fuerte en la televisión, y que el nuevo estadio,
cómodo y bonito, carece (como le pasa a los estadios modernos) del encanto de
los campos viejos de gradas irregulares y grises, sacrificada la personalidad
en aras de la seguridad, la comodidad, la telegenia y el contrato del promotor.
Que los aficionados de la Juve fueron la mar de amables e intercambiaron
aplausos, camisetas y bufandas con los aficionados del Atleti al final del
partido. Que durante muchos minutos la grada juventina estuvo en silencio y en
tensión viendo a un equipo agresivo y bien plantado que les puso en muchos más
apuros de los que están acostumbrados, y que de ese silencio y de esos aplausos
finales se desprendía la admiración y el respeto que el Atleti merece y que en
España no recibe, a veces por forofismo, a veces por miopía intelectual, a
veces por proteger aún más a los ya protegidos, a veces por mera idiocia
mechada de rabia. Que a ojos de la afición de la Juve, que algo de fútbol ha
visto, el despliegue defensivo del Atleti es digno de admiración, que la
facilidad para salir tocando de avisperos de los que otros salen al pelotazo es
simplemente mágica, que la agresividad del medio campo no es violencia sino
virtud, que el peligro a balón parado es un recurso formidable y no un motivo
de crítica. Que la explosión de júbilo final de jugadores como Buffon o Pirlo
dice mucho más sobre lo que es realmente este Atleti que mil palabras huecas de
la prensa enfurruñada cuando no son sus favoritos los que levantan la
admiración de los grandes. Que quizás si alguien hubiera visto la reacción del
ilustre suplente Morata a las burlas de los atléticos durante su calentamiento
post partido, el mito del señorío habría sufrido un nuevo revés. Que, incluso
quedándose fuera, incluso teniendo indeseables en sus filas, incluso en las
horas más complicadas, es un orgullo inmenso ser de este equipo gigante y de
esta afición que, con menos dificultad de la que muchos piensan, seguirá siendo
la más ruidosa, la más leal, la más entregada también cuando se extirpe el
tumor que tanto daño hace a nuestra imagen, nuestra tranquilidad y, visto lo
visto, nuestras posibilidades para pasar lejos del Calderón un día de fútbol
inolvidable en paz y tranquilidad.
Espero que disfrutase allí lo mismo que yo lo he hecho leyéndole. Interesante dato el de la mayoría de aficionados del Toro en la ciudad. Y quién diría tras verlo en tv que ese estadio no es tan caliente. Saludos rojiblancos desde Málaga.
ResponderEliminarEl delantero centro suplente de la Juve siempre me ha parecido, y más tras su comportamiento en el partido de ida, un alumno aventajado de Amaro o Gómez. ¿Puedo preguntar con qué les obsequió en Turín? Simple curiosidad. Gracias.
ResponderEliminar"a día de hoy todo aficionado del Atleti es considerado peligroso”
ResponderEliminarY sus dirigentes señores respetables de misa dominical. El mundo al revés.
¡Gracias!
Ladran, luego cabalgamos...
ResponderEliminarA mi no me dejaron entrar por ser skinhead natural, la especie más peligrosa.
ResponderEliminarOjito que jugamos con el pijamita gris perla.
ResponderEliminarPijamita talismán!
ResponderEliminarhttp://www.marca.com/2014/12/22/futbol/equipos/atletico/1419202826.html
ResponderEliminareso, talismán
ResponderEliminarCadena Cope, El Partido de las Doce: ¿Te pone el regreso de Fernando Torres?
ResponderEliminarGermán "Mono" Burgos: No quiero entorpecer nada con mi opinión, pero sería maravilloso.
Desayunos de TVE:
ResponderEliminarCerezo: "Lo de Torres no está pero no significa que no vaya a estar"
Lo curioso del tema de dejarnos fuera es que toda la parafernalia de no permitir que los tiffosi del Atleti se mezclen con los locales se va al garete.
ResponderEliminarNos dejaron en la puñetera calle y tuvimos que terminar viendo el partido en el bar más cercano que, como no podía ser de otra manera, estaba atestado de aficionados juventinos que nos miraban con cara rara. Menos mal que era gente tranquila pero nos dejaron completamente vendidos a nuestro destino.
Un placer verle, por otro lado. Aunque fuera en tan absurdas circunstancias. ¡¡Un abrazo!!
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