jueves, 29 de noviembre de 2012

De camisetas de manga corta y gestos de equipo grande



Imaginen Vds, si no es mucho pedir, una estación de tren parecida a la estación de Atocha, pero bastante más pequeña y con menos tortugas. Los trenes que llegan a esa estación, que suelen hacerlo tarde, son menos modernos que los que llegan a Atocha y para abrir la puerta de sus vagones hay que tirar de un picaporte como de armario empotrado, un picaporte poco tecnológico, un picaporte que bien podría ser un pomo. Esta estación, como la de Atocha, está en el centro de la ciudad pero, al ser ésta mucho más pequeña que la nuestra y contar sólo con trescientos y pico mil habitantes, la estación es casi el centro del centro, el mismo centro, el epicentro, el mediocentro.

Imaginen ahora que, al salir de esa estación, justo cruzando la calle y a la altura del Reina Sofía o del Hotel Mediodía, estuviera el Estadio Vicente Calderón, donde acúúúúúden a millares los que gustan del fútbol de emoción. Eso sí, el Calderón no sería el Calderón que conocemos sino un estadio súper moderno, cubierto en su totalidad si el tiempo lo requiere y con capacidad para casi 75.000 espectadores, que abarcaría físicamente buena parte del centro de la ciudad. Además, el estadio no es de fútbol, sino de rugby. Un estadio de rugby para 75.000 espectadores en pleno centro de una ciudad de trescientos mil habitantes, frente a la estación principal, a pocos metros del castillo, junto a las calles comerciales y el ayuntamiento, un estadio de rugby descomunal en pleno centro histórico una ciudad un algo menor que Córdoba. Si se lo han imaginado ya, están Vds de enhorabuena: acaban de llegar Vds a Cardiff, País de Gales.

Cardiff es pequeño y tiene un castillito, además de una bahía apartada que invita a los andaluces a hacer chistes sobre cómo se cocinará la urta en parte de la Bahía de Cardiff. Cardiff no es una ciudad monumental ni un prodigio arquitectónico, hay que reconocerlo, pero tiene algunos pubs notables y varias calles de interés. En una de ellas, con esa elegancia deportiva de la que normalmente carecemos por estos lares, ondean banderas de los equipos que jugarán durante la ventana de test matches de noviembre: Nueva Zelanda, Australia, Argentina, Escocia, Tonga, Fiyi ... Muestra inequívoca del buen gusto local, arrinconada y medio arrugada en una esquina, está la bandera francesa.

Sólo viendo dónde está el estadio Millenium de Cardiff le queda a uno claro que, para los galeses, el rugby no es sólo un deporte. Cuando uno pasea por Cardiff en las horas previas al partido, el centro hierve de gente aunque haga un frío horroroso y no deje de llover ni un solo minuto. Horas antes del partido se suspenden líneas de autobús, se cierran calles al tráfico, se advierte a los viandantes que es mejor no pasar por allá ni por acá a no ser que uno quiera verse arrastrado por una marabunta roja y blanca, combinación de colores perfecta para las masas distinguidas. Echarse a la calle a Cardiff en día de partido, aunque sea a las 7.30 de la mañana y bajo una tromba de agua, es parecido a meterse de lleno en una grada de estadio. Todo el mundo lleva algo de su equipo, todo el mundo deja claro a lo que viene y nadie esconde cuál es el centro de la existencia de toda la ciudad ese día. Desde primerísima hora llegan trenes llenos de espectadores con camisetas rojas y las tres plumas blancas del Príncipe de Gales y la leyenda "Ich Dien", "Yo sirvo" en el pecho, mezclados con menos tipos vestidos de negro con un helecho plateado sobre el corazón. Muchos de ellos van al estadio, otros van a los pubs de los alrededores pero no quieren perderse el ambiente. Todos, incluidas numerosas chicas y familias enteras, van al rugby tengan o no tengan entrada.

Durante todo el día, por las calles del centro, en medio del chaparrón, del viento y del frío, pasean los galeses en camiseta de manga corta, y hasta alguno va en bermudas y chanclas y no es broma, oiga. Los galeses, como otros habitantes de las Islas, son un prodigio térmico, un desafío a los elementos, una anomalía con aislante. Bajo la capucha y tras la bufanda, viendo a los galeses en camiseta, uno se explica su facilidad para invadir territorios de clima más benigno, como relata Sir Cecil Winterbottom en su obra "Crónica de la colonización en manga corta" (Revista de Estrategia Militar en Niki, 1897):

- A la orden, mi General

- Dígame, Allistair

- Han llegado los regimientos galeses, les gustaría saber cuál es el plan para esta tarde.

- Ah, muy bien, Allistair. Dígales que hoy invadiremos Bombay de cuatro a siete. Por favor, que sean puntuales: la cena se servirá a las 19.30 y el Rogan Josh frío no vale nada.



Y es que a finales de noviembre en Cardiff hace un frío horroroso y no para de llover, hace viento y los paraguas (rojiblancos en su mayoría) sólo aguantan las corrientes de aire gracias a sus varillas reforzadas con adamantium. El extranjero sureño, congelado, lleva bufanda, gorro, gabán y pijama bajo el pantalón y aún así tiene que parar cada poco tiempo en un café a tomar sopa caliente y aspirina efervescente. Al otro lado del cristal empañado, empero, pasan los lugareños bajo la tempestad vistiendo zapatilla de lona y mangas de camisa, charlando animadamente a pesar de la galerna (Nota al pie).

Dejando de lado los misterios térmico-dérmicos de las islas, volvemos a lo que nos ocupa: el rugby. Cuando se acerca la hora del partido Cardiff entero se echa a la calle y se dirige al centro, al estadio. La masa es compacta y numerosa y andar a contracorriente es una tarea dura, recompensada al llegar al estadio. El estadio es inmenso, cómodo y moderno, y cuenta con un bar excelente.

- Tres cervezas, por favor

- ¿Lager? ¿Bitter? ¿Negra?

- Uhm ... ponga tres pintas de cada, gracias.



Así es, oiga. Al ser el rugby de un deporte bárbaro con seguidores embrutecidos, no como el fútbol, en las gradas del Millenium y del resto de estadios se puede beber alcohol cuando el partido no es de fútbol. Además, si uno quiere sidra en vez de cerveza, el barman le da una botella de cristal en la certeza de que nadie se la tirará a un jugador por un doble motivo: primero, por la exquisita educación de la hinchada (a pesar de algunos silbidos en los golpes rivales y durante la haka, algo no escuchado en Dublín); segundo, por el riesgo cierto de que el agredido vea al agresor, suba a por él y se lo coma en plena grada en sashimi. Ver un partido en el estadio con una pinta de cerveza fría en la mano es un placer del que las aficiones asilvestradas del fútbol nos han privado a los señores con gafas que nunca nos metemos con nadie; en algún momento, en esta vida o en la otra, deberán pagar por ello.

Los galeses adoran el rugby y saben de rugby, y también adoran cantar y saben hacerlo. En Gales son famosos los coros polifónicos, y esa afición se traslada a la grada del Millenium antes del partido. Una banda militar uniformada con casaca roja y diferentes tipos de sombreros y cascos según la graduación y función (bearskins de gala, salacots blancos de tropa colonial, cascos dorados impolutos) interpreta piezas para que un coro multitudinario, uniformado y con un director muy serio batuta en mano, cante y cante antes del partido. Mientras el coro canta, galeses y neozelandeses calientan y el calentamiento es casi tan espectacular como un partido: ataques, cruces, placajes, percusiones, delanteros haciendo melés, tres cuartos corriendo de lado a lado. La hora del partido se acerca, las cervezas van desapareciendo y las piezas que toca la banda son coreadas por cada vez más gente. Media grada canta "Hey Jude", tres cuartos se desgañitan después cantando un clásico de las gradas de rugby, "Delilah" del Tigre de Gales, el Falcao de los Crooners. Los neozelandeses se conjuran y empiezan a recoger los bártulos antes de volver al vestuario y entonces la banda y la grada saben lo que tienen que hacer. El director del coro se gira hacia la tribuna y suenan los primeros compases de "Bread of Heaven"; la grada estalla y canta, a varias voces, uno de los himnos tradicionales del rugby galés. A mitad de la pieza los jugadores galeses, que conocen el ritual, comienzan a girarse hacia el vestuario, abandonando el calentamiento y preparándose para la batalla que en breve empezará. Los jugadores rojos se van lentamente del campo entre el trueno de la grada, en una escena que recuerda a esas despedidas de las tropas hacia el frente que vemos en las películas, algo así como suerte muchachos, estamos con vosotros, a por ellos sin dar ni esperar cuartel. La escena es increíblemente emotiva y uno entiende entonces por qué un jugador galés está dispuesto a dejarse hasta el último aliento defendiendo esa camiseta, en casa, ante los suyos. Habría que ser muy frío o muy sinvergüenza o un eterno sonriente de Utrera para no sentir ese pellizco en ese momento y morder el protector dental hasta partirlo en dos. Benditos momentos nos da el rugby.

video
Igualmente increíble es escuchar el himno galés coreado al unísono por 75.000 gargantas bien afinadas, ver las llamas que se lanzan al final del mismo, la ovación unánime de un país entero antes del partido, los equipos formados frente a la grada y la banda comandada por la mascota del regimiento, un macho cabrío enorme que no para quieto, deseoso de empitonar a Richie McCaw a la salida del primer ruck. El partido tiene poca historia, pero tampoco importa. Dos lesionados galeses en la primera jugada (uno tras cobarde y alevoso puñetazo por la espalda) marcan el partido; la increíble máquina negra de rugby que los galeses tienen en frente hace el resto. Los All Blacks están en un momento imparable, cuentan con jugadores de altísimo nivel técnico y táctico y un ritmo físico constante al que prácticamente no se puede hacer frente. Gales no aguanta ni los veinte minutos que acostumbran los rivales a mantener el tipo y los neozelandeses fríen a puntos a los rivales gracias a Aaron Cruden, preciso como un cirujano cardiaco pateando a palos. Poco interés tiene el partido, salvo ver en acción a campo completo a los zagueros, casi siempre fuera de plano en la televisión, y sobre todo a Israel Dagg, un prodigio de colocación y sangre fría que, además, manda sobre sus alas con galones de mariscal de campo y se une a la línea con una potencia y zancada que parece multiplicarse en vivo, en el campo. En un momento dado, al principio del segundo tiempo, la actitud de los galeses mirando, con los brazos bajos y la cabeza gacha, cómo Cruden vuelve a marcar indica que los de rojo están psicológicamente hundidos, convencidos de que esa muralla negra que les sale al paso cada vez que intentan algo no les permitirá anotar ni un solo tanto ante los suyos.

Finalmente no llega la sangre al río: mediado el segundo tiempo Gales ensaya tras formar un maul con casi todo el equipo metiendo el hombro, empujando a los neozelandeses hasta dentro de su línea de ensayo, jugándose un contraataque letal a sabiendas de que no tendrían muchas más ocasiones de salvar la honra. Los All Blacks levantan el pie, los galeses ensayan de nuevo y respiran, el partido acaba y la grada, medio resignada medio admirada (era común ver a seguidores locales diciendo a los hinchas de los All Blacks lo asombroso que era el juego de su equipo) va dejando atrás botellas vacías y vasos arrugados, de vuelta al las calles, a los pubs y restaurantes y a la lluvia , el viento y las camisetas de manga corta.

<En este ambiente, en este sitio, quién ganó el partido es casi lo de menos, ya lo saben.




NOTA DEL AUTOR: La explicación a por qué los galeses van en manga corta y las galesas van en sandalia y minifalda hasta en pleno y crudo invierno la dio a conocer el famoso dermatólogo polaco Dr Miroslav Mazinsky (de origen escocés según su biógrafo, siendo su apellido una deformación localista del apellido del clan McThickskin) en su tratado "Carnes de Gallina del Mundo Moderno y otros estudios médicos altamente inútiles" (Ed. El Galeno de Gales, 1950). Mazinsky o McThickskin, tras mucho estudiar los músculos horripiladores de etnias del mundo entero, llegó a la siguiente conclusión:

"La piel humana se divide en tres capas principales, epidermis, dermis e hipodermis. No es así, empero, en el caso de los naturales de las Islas Británicas, cuya piel cuenta, entre la epidermis y la dermis, con una fina capa de neopreno, otra de Thinsulate y una última de una sustancia parecida al torrezno".


___

En el día después de los partidos de vuelta de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey, a uno le quedan en la retina algunas imágenes de celebraciones de goles. Un jugador de un club grande de Primera División metió un gol desde su campo a un portero de un Segunda B y lo celebró haciendo un bailecito coreano dedicado a la grada. Un jugador de un equipo poco señor metió un gol a otro equipo de Segunda B y lo celebró poniéndose un balón en la barriga; en ese mismo partido, éste jugador llamó fracasado a un jugador rival. Un compañero suyo metió dos goles en ese mismo partido contra elSegunda B y lo celebró señalándose el escudo y mirando a la grada, en una celebración de esas ensayadas que tanta vergüenza ajena dan.

El mismo día, Raúl García le metía otro gol a un equipo de Segunda B, el Jaén. Raúl García, jugador injustamente tratado por el Calderón como tantas veces hemos dicho, se limitó a cerrar un puño y agradecer el pase al compañero con el que había estado durante la semana entrenando el movimiento que le permitió hacer el tanto. Pudo hacer aspavientos y reclamar gloria y atenciones, pero eligió una celebración que recordó a aquellas de Gárate e Irureta cuando se estrechaban la mano y se volvían a su campo para no molestar demasiado a los rivales que acababan de llevarse un disgusto. Raúl García hizo lo mismo, mostrando el respeto debido a un rival de una categoría inferior quizás deslumbrado por el estadio y los rivales.

Raúl García ya nos tiene acostumbrados a estos gestos, la verdad, así que no nos sorprende aunque nos gusten mucho. Otros gestos recientes tampoco nos sorprenden ya, y también nos gustan. Recientemente Simeone pidió a un árbitro que no expulsara al entrenador rival. Gabi intercedió en el partido de ida en Jaén para que no expulsaran a un jugador contrario tras cometer un penalti, Adrián y Raúl García contribuyeron a incrementar el cariño y el respeto hacia el Atleti con gestos que deberían ser normales y últimamente son excepcionales. El Atleti de estos días tiene un estilo añejo, respetuoso y sobrio, que nos gusta y nos hace grandes. Ahora solo falta que esa parte de la grada que confunde el ánimo con el insulto al rival y el aliento constante con la ofensa repetida, tome nota de los gestos de los nuestros y los trate de imitar. Ahí sí estará el Atleti al completo, el Atleti nuestro.

14 comentarios:

Abantos dijo...

De nuevo, qué envidia más sana me da usted con estos desplazamientos a las mecas del rugby.
Algún día, con su permiso, le he de acompañar.
Un abrazo y un poquito de suerte a todos para el sábado, que lo demás ya lo pone el equipo.

Carlos Fuentes dijo...

Será un placer. Ya sabe Vd que en los bares todos nos animamos a todo, pero en alguna ocasión hemos hablado de desplazamiento común a algún partido del VI Naciones. Habrá que hablarlo

Abantos dijo...

Sea, me muero de ganas, y estoy ahora mismo en la mesa camilla con el brasero, a por lo menos 800 m del bar más cercano.

Blutarsky dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Blutarsky dijo...

Excelente la crónica de rugby don Dueño. Me ha encantado la descripción de Cardiff. Saludetes!!

Jose Ramón dijo...

Excelente (y emocionante) crónica.
Mucha envidia por lo de Cardiff.
Siempre voy con Gales.
Tengo una camiseta que ya casi ni me pongo de lo destrozada que está.
Siempre he soñado con ir a Cardiff a un partido y nunca lo he hecho.
Después de leerle, ya no hay excusa.
Tengo la seguridad de que voy a ir.
Y pronto.
Por otra parte, muy bien explicado lo de la celebración de los goles.
Muchos jugadores dan vergüenza ajena.
(efectivamente)

Libros Mondo dijo...

http://twitter.yfrog.com/4rzb3ettzjrnwpntdloktqjzz

Dr. Caligari dijo...

La culpa es de Azerbaiyán.

Paquito dijo...

Y del pantalón rojo

Fran Omega dijo...

Efectivamente, el idiota que decidió salir con pantalón rojo en la pasarela Cibeles, ni es de Cardiff, ni sabe lo que es el Atleti añejo, sobrio, nuestro.

Dios aprieta, pero no ahoga. Es ésta semana de jajajáes ... pero hay puente.

Envidiable viaje y excelente relato, Don Dueño. Enhorabuena por duplicado.

ISMAEL dijo...

Ya sé que es politicamente incorrecto, pero a mi lo de "yo no soy Tito, yo te arranco la cabeza" me ha gustado.
Que quieren que les diga...

Fran Omega dijo...

Y la mejor prueba de que tiene Vd. razón, Don Ismael, es que ya ha salido el entrenador faltón de la acera de enfrente, a decir: "¿Quién es el Mono Burgos?".

Victor Vazquez dijo...

enganchado me hallo a sus letras...
he de ir a Cardiff a ver un partido...solo x tu descripción estoy seguro de q merece la pena...
si dejan al cholo hacer su trabajo,nuestro aleti se parecerá cada vez más al q siempre fue...no a ese descafeinado q teníamos ahora...
saludos!!

Carlos Fuentes dijo...

Un breve comentario para pasar el post de segundo centro a ala