Si uno tuviera que elegir un equipo favorito (además del
Atleti, claro está) en esta liga de gigantes millonarios, clase media
enfadadísima con todo el mundo y equipos en manos de directivas que no suelen
caer en que los clubes de fútbol los formó la gente y que sin la gente no
tienen sentido, tendría dudas entre dos. El primero, el Rayo y sus increíbles
gestos hacia la gente de su barrio y la gente que les hizo grandes desde el
campo, aumentados por los gestos que la gente del barrio, y en concreto esa
señora admirable, les devuelve en forma de dinero recibido pero no usado para
que otros sufran un poco menos. El segundo, claro está, es el Éibar.
Que Éibar, municipio de 27.000 habitantes, tenga un equipo
en Primera sin más apoyo que el de sus propios vecinos es ya para recibir a
jugadores y sobre todo aficionados con honores de Jefe de Estado. Que estos
aficionados llenen un campo para 5.000 personas (que es casi el 20% de la
población) resulta asombroso. Que los goles se celebren al sonido de la sirena
de la fábrica que durante años despertó al pueblo es sencillamente fabuloso.
Que Éibar sea el pueblo de las Lambrettas y de Gárate hace que a uno le sea
imposible no ser un gran admirador del Éibar.
Y a todo esto el Éibar, con un presupuesto diminuto y, eso
sí, ni una sola deuda, marcha pasada la primera vuelta cerca de los puestos
europeos, lejos de los puestos de descenso en los que casi todo el mundo
contaba con verle a estas alturas del campeonato. Y es que el Éibar, con buena
parte del bloque que jugó en Segunda B y unos cuantos refuerzos modestos pero
atinados, juega bien y puntúa en sitios donde no todo el mundo lo hace, no cose
a patadas a los rivales, tiene jugadores interesantes y otros, como
Arruabarrena, directamente admirables.
Vivimos con normalidad en una liga de periodistas
desquiciados y aficionados contentos de desquiciarse con ellos, de peleas
infantiles sobre detalles absurdos, de leyendas urbanas y campañas mediáticas
de limpieza o embarramiento de la reputación de quién convenga según convenga, de
jugadores de Lladró que hacen bailecitos y tiran besos para luego saltar con
cara de herido de muerte cuando un rival pasa a menos de un metro de sus espinilleras
de Swarovski, de conjuras y ouijas, de remontadas y excusas sonrojantes si las
cosas no salen como se calculó desde la sala de reuniones del comité de
dirección, de bulos irresponsables y llamadas a la exaltación que terminan en
el recibimiento a botellazos del autobús visitante en nombre de la historia, el
honor y esas cosas tan chocantes cuando caen en manos de predicadores y
acomplejados. Y en esta liga que, puesta en perspectiva, resulta ridícula,
sobreactuada, sobrecomercial e infantil, el Éibar brilla con luz propia gracias
a su grada chica y baja, a los balcones llenos de gente de los edificios que
rodean al estadio con la bandera colgando del alféizar, a su campo embarrado y
su peña escozesa con zeta.
Uno desea al Éibar lo mejor de lo mejor y no puede evitar
sonreír con cierta envidia al ver a ese equipo con aire de club setentero del
Norte de Inglaterra en los 70, orgullo de zona industrial de las de hierro y
carbón, club modesto pero honrado que ni debe dinero ni lo necesita para nada
más que para pagar sueldos y no convertir los vestuarios en spas sino, como
mucho, para reparar la sirena de la fábrica Alfa, si es que alguna vez se
estropea. En esta liga de estrellitas e inversores extranjeros, un club de
pueblo financiado por su gente que conserva a sus jugadores como si fueran
joyas y a su sirena como si fuera un Stradivarius es aire fresco, un ejemplo, un
lujo, una alegría. Una auténtica maravilla.
Aunque, bien pensado, a lo mejor lo que pasa es que es el Club
de Gárate; quizás eso lo explique todo.
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Conectó la televisión con Ipurúa y lo que se veía era un
campo embarrado con aspecto de sembrado a medio labrar y una cuarta de agua en
algunos puntos estratégicos. De inmediato, en las redes sociales (más bien en una, la del
pajarito) no se leían más que críticas: menudo patatal, ahí no se puede jugar,
qué vergüenza de campo, decía la muchachada enfadadísima desde el sofá,
tecleando en su tableta de nosecuantas pulgadas. Mientras tanto, sin embargo, a
los aficionados que recordamos el secuestro de Quini como un evento la mar de
preocupante, se nos puso una sonrisa de medio lado.
Ipurua ayer, en efecto, parecía una anomalía en esta liga de
campos perfectos, verdes con drenajes casi linfáticos, césped rasurado y con
depilación brasileña y con pantone homologado por la LFP y las televisiones; y sin
embargo, lo que ayer había en Ipurúa no era más que un campo de fútbol de los
de toda la vida, un campo de rugby en invierno, un terreno de juego como aquél
de Atocha. Y la nostalgia que nos entró a algunos no venía tanto por eso, que
también, sino por vernos a nosotros mismos jugando en campos embarrados – de tierra
cuando jugábamos al fútbol, de un césped teórico que era peor que la tierra
cuando jugábamos al rugby, como el de Cantarranas – con camisetas empapadas,
botas cuarteadas, cal en la frente tras despejar de cabeza en un córner y los
lagrimales llenos de barro hasta un par de horas después de la ducha.
Los menos jovencitos recordamos haber jugado mil veces en
campos similares con balones Mikasa, prodigio de la industria deportiva que
cuando conservaba la cubierta impermeable era de una dureza comparable a las
balas de cañón que hundieron en Trafalgar al icónico navío San Juan Nepomuceno,
y que cuando la perdía tenía una capacidad de absorción de agua muy superior al
de la esponja natural y la bayeta Vileda juntas, dándole un peso y densidad comparable
al de una Enana Marrón, capaz por tanto de lesionar gravemente unas cervicales
en un despeje o de dejar la marca de la costura durante días cuando uno tenía
la mala suerte de recibir un pelotazo en un muslo en día de frío. Al ver el
partido de ayer uno recordaba las tardes dándole grasa de caballo a las botas y
al balón que, en el caso de ser el celebérrimo “Wallaby” de rugby, lo revestía
de una película viscosa y resbaladiza que hacía imposible atraparlo sin que a
uno se le escurriera entre los dedos, como si fuera una trucha vivita y
coleando recién salida del río, y las medias de lana gruesa, atadas con un
trozo de cordón de las botas, que con el agua se iban empapando y empapando, bajando poco a
poco por la pierna hasta dejar claro que ahí ninguno jugábamos con
espinilleras, hombre por Dios, con lo molestas que son y para lo poco que
sirven.
Y no se crean que hablamos de los años 30, oiga, que eso era
así hace bien poquito. Lo que pasa es que tanta camiseta dry-fit, tanto
baloncito de playa, tanta bota de colorines de plasticucho flexible y tanto
campo de césped artificial han terminado por ablandar a los futbolistas de
barrio y hacerles pensar que en un césped como el de ayer, en el que se ha
jugado al fútbol y al rugby durante cien años, no vale para este deporte de
tiquismiquis que tanto dinero mueve hoy en día. Les llega a oír Arteche, oigan,
y no tienen sitio donde esconderse.
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Salió el Atleti al campo vestido de gris hormigón aluminósico
y entre la lluvia, la grada y el barro aquello parecía una escena de una
película de Ken Loach; y algo así les debió decir a los jugadores el Mono
Burgos, porque el Atleti salió con oficio y disciplina de minero galés, que era
lo que requería el partido. Cuando tras el primer toque el balón se quedó
clavado en una zona en la que parecía que podía correr, y cuando tras el
segundo el balón salió disparado cuando el espectador en pantuflas esperaba que
se clavase, todos supimos que el partido podría ser una trampa y de las gordas.
En el Atleti, con cambios en la alineación forzados por la
sobrecarga de partidos de algunos y las amarillas acumuladas en vísperas del
importante partido del próximo día 7, jugó Moyá, bien peinado y pinturero incluso
bajo el chaparrón guipuzcoano, y una defensa en la que sólo Godín pertenece al
grupo de los indiscutibles: Giménez quizás no juegue cuando estén Godín y
Miranda, Gámez es suplente de Juanfran y Siqueira es suplente de sí mismo. De
Godín y Giménez no había dudas, porque por oficio y ganas trasmiten que lo
mismo les da jugar a las tres de la tarde en Agosto que bajo una nevada en
Aberdeen. Ambos lo hicieron bien y se desenvolvieron con especial comodidad en
las montoneras que se formaban en los córners, verdaderas aglomeraciones que
daban más sensación de multitud por quedar la grada de Ipurua bien pegadita a
la portería. Gámez, de quien uno podía esperar un partido serio incluso en las
condiciones climáticas escocesas con las que se jugó en Éibar, hizo un buen
trabajo y mostró ganas, físico y capacidad de desborde hasta el final del
partido, confirmando que su fichaje no fue ninguna tontería sino más bien un refuerzo inteligente. Siqueira,
por último, hizo de Siqueira y alternó esas carreras suyas con gesto de
desconocer a qué distancia está el barranco con algunos controlitos y regates
de fútbol sala, la mayoría inocuos, y una de sus especialidades: la falta
inoportuna en mal sitio y mal momento, un lance que empieza a conocerse como la
Siqueirinha o Golpe Franco Asiqueirado. Siqueira, enloquecido a ratos y contumaz en su locura a otros, volvió a
reivindicar la titularidad pero no propia, sino la de Ansaldi. Qué tío,
Siqueira.
En el centro del campo salieron Raúl, Koke, Saúl y Tiago,
todos en teoría indicados para un partido de brega y choque en la marisma salvo
quizás Tiago. Tiago, jugador con poco físico que gusta de bajar el balón a
tierra y levantar la cabeza en corto en día de sol mediterráneo y campo seco,
no parecía el más indicado para un partido en el que hay que mirar el balón con
cuatro ojos para evitar que se pare en mal sitio y se vaya donde quiera, un
partido teóricamente de fútbol industrial, de alto horno. El resultado de esta
apuesta ya lo conocen: Tiago fue el mejor. Inteligente, buscando siempre el
espacio adecuado tanto para situarse como para pasar el balón, Tiago se manejó
por el pantano con maneras de aligátor. Listo, oportuno y cabal, volvió a
demostrar que cuando él está el equipo gana en sensatez y control del partido,
en lectura de los tiempos y espacios, en fútbol al fin y al cabo. En un año en
el que estamos viendo un Godín estelar, un Juanfran brillante (salvo en los
últimos partidos), un Turán cegador y un Griezmann que empieza a funcionar al
nivel que de él esperamos, quizás sea Tiago quien marque más veces la
diferencia desde su puesto de mando camuflado en lo alto de la colina, no tan a
la vista como las estrellas, pero tan importante como ellas a la hora de elegir
cómo jugar los partidos.
Junto a él jugaron Koke, que mostró más frescura que en los
últimos días, y Saúl, mucho mejor en el segundo tiempo, mostrando esas
cualidades suyas de todocampista perfectamente capaz de gestionar con autoridad
partidos en condiciones complicadas que debería desarrollar con modestia y
tesón en vez de piar de vez en cuando, tomando como ejemplo a Koke, a Gabi, a
Raúl, tipos con un peso futbolístico enorme que se ganaron ellos solitos los
galones, sin refunfuñar ni desesperarse. Raúl en particular hizo ayer un
partido enorme, pleno de brega y contundencia, dando un pase de gol a Griezmann
tras un movimiento estupendo y huyendo, esta vez sí, de esas quejas exageradas
y constantes con las que mancha sus partidos últimamente. Y eso a pesar de que Irureta
se mostró enfadadísimo en un choque fortuito, uno no sabe si para sacar a Raúl
de sus casillas y abocarle a esas discusiones tan suyas que duran quince
minutos, o como resultado de la fama de bronquista que se ha ganado el navarro
últimamente por su propia actitud rabiosa. Sea por lo que sea, bien haría Raúl
en tomar nota y evitar situaciones negativas por el equipo fácilmente evitables
en cuanto se ponga a ello y concentrase en actuaciones como la de ayer, algo
que en Newcastle le valdría para que pusieran su nombre a una calle.
Y, para terminar, Griezmann y Mandzukic. El primero metió un
buen gol tras una gran jugada de Raúl, aprovechando que por su lado no había
trincheras y confirmó su adaptación al equipo y al medio; el segundo metió dos
goles en un campo que se presuponía favorable a sus condiciones de juego de
caballería pesada, en el que curiosamente mostró más detalles de técnica
depurada que en otros terrenos más secos, para desesperación e irritación del
bravo Lillo, que acabó harto del croata mientras éste disfrutaba del partido
británico de lluvia, barro y lucha. Griezmann y Mandzukic, uno por la parte
seca y a galope pinturero y el otro en pleno barrizal con brega de boxeador
irlandés, hicieron su trabajo
estupendamente y contribuyeron decisivamente a que el Atleti cerrase el partido
pronto, algo clave en un campo complicado y ante un rival bravo y peleón que, a
pesar de los tres goles en contra, ni se dedicó a dar patadas ni a tirar la
toalla antes de tiempo.
De nuevo tras una derrota o un revés, el Atleti dio un
puñetazo en la mesa (algo que curiosamente suele ocurrir en los campos del
Norte) y lo hizo dando una imagen convincente de juego, plantilla y adaptación
al medio. En una semana en la que van a arreciar esas acusaciones de violencia
y mal juego que el Atleti se entretiene en desmentir con hechos cada dos
partidos, un golpe de autoridad y solvencia como el de ayer contra el gran
Éibar es valiosísimo. Imaginamos que Gárate, en el aniversario de Luis, estará
de acuerdo con esta apreciación.
De acuerdo en todo, D. Carlos. Aunque yo, ayer no sería tan duro con Siqueira, dándole la razón en el hecho de esas faltas absurdas que comete a veces.
ResponderEliminarEl caso es que ganamos muy bien en un campo en el que otros hubiesen puesto mil excusas antes de empezarse a jugar. Viene una semana muy dura (otra), de desgaste mental, como siempre que nos enfrentamos a cualquiera de los del Establishment. Prietas las filas. Nosotros a lo nuestro. No sé qué pasará el sábado pero sí tengo muy clara una cosa. Estaré muy orgulloso de este plantel y este cuerpo técnico.
Saludos.
Partidazo con olor a linimento Sloan, Maestro. Y partidazo del Atleti. Hoy no le quito ni una coma.
ResponderEliminarForza Atleti!
PD: el sábado a ganar, don Gonzalo!
Es tremendo.
ResponderEliminar(oigan)
Todo lo escrito, lo pensé yo ayer.
Pero es que si yo me pusiera a escribirlo, no me saldría así de bien.
Ni la cuarta parte de bien.
Envidia (sana) y admiración.
(oiga)
Mentalista!
ResponderEliminarMadagascaaar... Constantinoplaaa
ResponderEliminarAdmirable el Éibar y su afición inasequible al desaliento con 0-3 en el marcador. Como ya le dije, Don Carlos, incluso casi me alegré de ese gol postrero.
ResponderEliminarY por ello, no menos admirable nuestro equipo.
Cuando juegan hombres contra hombres la cosa cambia una barbaridad.
Pues a pesar de haber ejercido la suicida profesión de abogado defensor de Siqueira, tengo que decirle a don Carlos que, aparte de haberme reído a base de bien con la nueva marca registrada de la Siqueirinha, ha pecado incluso de indulgente, pues ha tenido el detalle de omitir que en el gol del Eibar Piovaccari le gana la espalda, precisamente, al susodicho.
ResponderEliminarNo seré yo quien vierta una sola palabra de halago hacia Tiago, pero estoy de acuerdo con sus apreciaciones acerca de la importancia creciente de este jugador que va para los 34. Un misterio porque, no es que su mejoría sea táctica, es que físicamente cada vez está mejor. Quizás se nota más este año porque Gabi no es Gabi.
Espléndida su rememoranza del fútbol de otros tiempos. ¡Qué nostalgia!
Hola,
ResponderEliminarDe las Lambrettas y de las G.A.C. (La G de G.A.C. viene de Gárate otro apellido que no viene al caso y luego compañía).
El estadio no es del Club, ni del Ayuntamiento ni nada de eso. El terreno es de una familia de Eibar que lo cedió en la época de las fábricas al equipo de fútbol del pueblo a cambio de nada.
Bueno, de nada, no. Pusieron una condición: si el Eibar subía a Primera, el club debía comprar el terreno y el estadio a esa familia de Eibar. Es lo que viene a llamarse una Clausula Van Halen: la que se pone en los contratos para ver si quien se lo tiene que leer se la lee; por otra parte, hace 100 años o así, parecía de imposible cumplimiento: ¿el Eibar en Primera?.
Como allí ven el fútbol de otra manera, ni clausula ni leches: la cosa se queda como está.
Un saludo,
Atienda, Dottore: http://www.lacapital.com.ar/ovacion/Angel-Correa-se-sumaria-a-Rosario-Central-si-Atletico-de-Madrid-quiere-20150202-0001.html
ResponderEliminarCorrea Canalla? anda mi madre! Y muy cierto lo del linimento Sloan, incluso del Reflex de spray
ResponderEliminaren cuanto al gol, sí: Siqueira se confía, deja pasar a su marca, éste marca (redundantemente) y Siqueira cae de culo lamentando su decisión (de nuevo) y Godín le echa una bronca histórica. Un petardo
Qué intersante lo que cuenta el Sr Borcam, y hay que ver lo que sabe Vd del Eibar! es Vd de allí?
gracias!
Lo peor de Siqueira y de sus faltas contraproducentes, es que cuando las pitan, se ríe.
ResponderEliminarViva Siqueira!!!
ResponderEliminar(Guillerme, ese humorista).
Don Dueño, que disgusto me ha dado usted! Ya no puedo ver sus trinos. Al final me voy a tener que hacer una cuenta de Twitter de esas, para que me pueda autorizar a verlos. Si es usted tan amable...
ResponderEliminarQue no, Don Libros, vuelve Chelito.
ResponderEliminarY sí, lo sé boludo. Aunque sea un chelito cascadito. El link se lo puse al descubir, para mi alegría, que Correa tiene el corazón canalla.
ResponderEliminarAguante el canalla!
Imperdible:
ResponderEliminarhttp://www.canalplus.es/play/video.html?xref=20150203plucanftb_7.Ves
Y otra:
ResponderEliminarhttp://futbol.as.com/futbol/2015/02/06/primera/1423192085_172403.html
(Por cierto, poco o nada deben pagar en AS Tv... Qué sonido, qué imagen, qué iluminación...)
Maestro, pon por escrito lo que todos sentimos en estos momentos, si es que es posible expresarlo en palabras.
ResponderEliminarQué gustito, carajo!!!
Tengo 57 amigos ciervos.
ResponderEliminarSólo uno me ha felicitado por la victoria.
El menos ciervo...
Abaaaaaaaaaaaaaaaantos!!!
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