viernes, 22 de diciembre de 2006

De fútbol y bares

Ayer, por una inoportuna lesión del cable anterior cruzado de mi antena colectiva, fui a ver el fútbol a un bar. Fútbol, bares, fechas navideñas y frío en la calles son ingredientes de un evento para recordar, como estoy seguro que ya saben. En lo relativo al partido, entretenido, con buenos ratos y un resultado bueno para el Atleti a mi entender.


Si fuera portadista del Marca o de la revista esa que entregan en el estadio, el artículo de hoy se titularía “Bartidazo”. Dios nos libre.
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Nota del autor: Cree uno, y lo cree de verdad, que todos deberíamos tener un bar de cabecera. O dos. Yo lo tengo y estoy contentísimo. Me refiero a un bar de esos donde ya saben lo que te gusta y lo que no, donde te dan caldo si te ven mala cara, donde dejar las llaves cuando viene un pariente y tu no estás. Un bar donde a ti sí te ponen medias raciones aunque no lo suelan hacer, donde puedes pedir un cartón de leche si te quedas con la nevera bajo mínimos, donde te desvelan su secreto para cocer bien las gambas. Un bar con un camarero de esos generosos que elige las aceitunas, las paga y te las regala. Y además se aleja de la mesa cuando las pone, así, haciendo mutis por el foro, para que seas tú y no él el que se lleve el crédito ante tu compañero de mesa. “Verás que aceitunas”, dices, y si el invitado asiente te crees que el mérito es tuyo y no del camarero que, sigiloso y altruista, ya está de vuelta en la barra. Si el gobierno o el ayuntamiento funcionaran como deben nos asignarían un bar así a cada ciudadano, según nuestro distrito postal, edad, gustos y filiación deportiva. Esta idea se la regalo yo a los candidatos a la alcaldía, a ver si cuaja.

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Apostado en una mesa en posición inmejorable (aunque con cierto desgaste cervical) vio el que suscribe el partido de ayer. Y lo vio como se ve el fútbol en los bares: a medias, a voces, con cabezas que interfieren en la pantalla y nubes de humo que no se sabe si vienen de detrás de la portería o de al lado de la máquina tragaperras. Es difícil hacer un análisis de un partido desde una mesa de bar, pero lo es aún más cuando estás comiendo pinchos y pidiendo cañas. Pero como al fin y al cabo los míos no son artículos deportivos al uso, pues tampoco pasa nada.

Aún así, lo primero que hay que decir es que salió el Barça con cara de cabreo y no nos hizo un roto de milagro. Salió empujando, aunque nada más empezar Torres se encargó de recordarles a los presentes que allí estaba él. Pero el Atleti se fue echando atrás y decidió que ya que se ponía el Barça así, que jugaran ellos. Es ésta una característica de Aguirre que ni me gusta ni me tranquiliza, pero que por ahora le funciona. Que juegue el otro, que yo esperaré y ya haré lo mío. Ay. Cuando ves que son Deco, Ronaldinho, Iniesta y Xavi los que están enfrente se pregunta uno si regalarles el balón es una buena idea. Pero no salió mal, al menos en el resultado. Ahora bien, si el Barça anda atinado y mete dentro dos o tres remates claros que tuvo al principio ahora estaríamos hablando de suicidio, de racanería, de justo premio a la audacia y la iniciativa rival. Así las cosas, porfió y porfió el Barça y marcó, o más bien sopló y sopló y la casita de paja derribó. Fue sin embargo en una falta en la que pareció que con un poco más de preparación podía no haber entrado. Dos tipos del Barça en la barrera, Leo que se estira un poco tarde y gol. Claro que como para preparar faltas contra Ronaldinho, que las tira por cualquier sitio. Y encima inmediatamente al descanso.

Llega el descanso a los bares y se produce un relax cervical general. La gente se gira, mira para abajo para desentumecer el cuello hecho ya al ángulo con el que se alcanza a ver la tele. Pide otra, se relaja y deja de pensar durante un ratito en lo mal que pintan las cosas. En que Jurado no se sabe bien qué aporta, en que Galletti se podía haber pensado dos veces la faltita de marras, en que hay que ver lo que corre este chico pero para lo poco que vale la mayoría de las veces. Habla también de que Valera está mejor de lo que esperábamos, que Pablo parece que vuelve a ser el que era, que Zé Castro tiene cara de crío pero maneras de central más curtido. A estas alturas el bar es un único grupo que habla a voces, que manifiesta sus opiniones ya sin rubor, que comparte miedos y chascarrillos y cigarritos.

Y empieza el segundo tiempo. Y sale Mista y uno se pregunta porqué no salió antes. Y cree uno advertir que el Barça está echándose un poco atrás y que eso nos viene bien. Y se fija uno en Torres y piensa que se debe sentir como el ciervo medalla de oro en una montería: toda la reala detrás suya mientras los zorros y los jabalíes campan por donde quieren. Corre Torres hacia un lado y van unos cuantos detrás. Corre hacia otro y lo mismo. Pero a Torres esa estela de admiradores no le vale. Así que corre y corre y defiende y se vacía para que el resto, aquellos a los que la jauría ignora, puedan hacer algo. Y eso ocurre. Luccin, ese jugador giratorio, cambia su natural movimiento de rotación por el de translación, mira al frente y mete un pase estupendo para que Agüero meta un golazo. Con el exterior, fuerte, en carrera y con un defensa pegado a su espalda. Un golazo. ¿Por qué no jugará Luccin así más veces?

Marca el Atleti y ruge el bar. Se abrazan los desconocidos, se derraman las cervezas. Se cantan las virtudes del Kun y se vitorea a su señora madre. Alguien llama sin embargo la atención sobre las bondades del pase. Y entonces se desata el verdadero debate: unos dicen que el pase es de Luzín, otros que ha sido Lukzín. Alguno apunta que fue Luchín, otros que Lucsen. Un señor de aspecto aristocrático dice categórico que el pase fue de Lucsán. No hay más que hablar, que ese señor es de Huelva y estos días los de Huelva tienen siempre la razón. Zanjada la discusión recobra vida el bar. La gente pide más goles pero Aguirre no está por la labor, así que piden más cañas. Y raciones de calamares. Algún aficionado embravecido pide a voces una ración de anisakis, así, desafiando al destino. El Camarero de la Guarda se acerca, mesa por mesa y pregunta: “¿dos cañitas?”. “NO”, brama el cliente. “Que sean dobles”. Bares en estado puro.

Y el partido, que casi acaba. Llegan esos cinco minutitos… Maldita sea, si hubiéramos metido otro no estaríamos así. Se desesperan los jugadores del Barça, protestan con vehemencia, protestan también los de la última mesa porque se ha levantado una señora y no ven. Pero el tiempo pasa y el marcador no cambia. Empate a uno, el Atleti sigue en Champions pero siente ya la humedad del aliento del Valencia y el Zaragoza en la nuca. Veremos el año que viene, pero no estamos tan mal.

Y final. Y pagamos y nos vamos, algunos a casa y otros a otro bar. Como siempre. Y como siempre se acaba el año y, como siempre, en casa brindaremos por el Atleti de siempre, porque vuelva a ser lo que fue.

Y con esto me despido de Vds hasta 2007, que mañana no hago crónica. No está uno para hacer crónicas de pantomimas, así que feliz año y felices fiestas.


1 comentario:

Jose Ramón dijo...

Siempre a otro bar, D.Carlos.

Siempre a otro bar.