En tarde
tormentosa y veraniega, de esas de final de agosto en Madrid de toda la vida,
uno vuelve a casa del trabajo, hace la compra, sube a su casa, se cambia de
ropa para ponerse incomodísimo (que es lo que mandan los cánones para estar en el
salón), descongela una bolsita de guisantes, saltea un poco de cebolla y
taquitos de jamón y echa sal y pimienta blanca, corta también un poquito de
queso de Mahón. Lo pone todo en platos llanos, pone una mesa, se sienta, se
sirve un tinto de verano con poco tinto y mucha casera y hielo en un vaso de
cristal fino que coja pronto el frío. Se remanga, se relame, se lo come todo sin
apreciar lo más mínimo y completa así el proceso mixto de semi-merienda-cena, híbrido
popular ya desde antes de esta época mixta e indefinida de semitemplados,
gallifantes y mediapuntas. Recoge uno los platos, los mete en el lavavajillas,
se pregunta si eso que está en el lavavajillas está sucio o está limpio, ya no
me acuerdo, ¿a ver? esto parece limpio, esto parece limpio, esto parece limpio
también, ah, esta taza está sucia, ergo todo el resto también está sucio y hay
que lavarlo todo-todito. Ajajá, la lógica y el lavavajillas funcionan bien
juntos, ya lo saben bien las amas de casa y los solteros con vajilla y poca
memoria, que aplican este método científico elevable a dogma médico-investigativo:
hay que hacer siempre un número significativo de pruebas para llegar a una conclusión
válida. Una conclusión precipitada puede llevar a pensar erróneamente que todo
un lavavajillas está limpio sólo porque una copa, la primera, parecía limpia, o
porque un plato llano, el segundo, parecía limpio, o porque un recio vaso de
duralex color caramelo que lleva en casa desde antes de la tele de tubo en
color esa que trajo el abuelo cuando le tocó la quiniela, esa marca Thompson que
al encenderse hacía un ruido así p-shoumm, el tercero, parecían limpios. De
igual manera no se puede concluir que un medicamento es la solución para los
problemas de garganta y la ronquera crónica sólo porque el primero que lo tomó
reaccionó al poco tiempo cantando con voz aflautada el himno argentino justo
cuando empezaba un partido de los Pumas. Los científicos e investigadores, en
su inmensa mayoría, viven solos y tienen un lavavajillas y es por eso que son
tan rigurosos en sus pruebas y estudios, no
porque apliquen métodos sesudos enunciados por Newton y confirmados por
Boyle y Mariotte, esa parejita que uno siempre se ha imaginado muy enamorada,
llevando inmaculadas batas blancas de investigador y desayunando juntos con las
manos entrelazadas y mirándose a los ojos. El lavavajillas ha hecho mucho por
la Humanidad, y no sólo por las pilas de fregadero, ahora ya lo saben Vds, ya
era hora, oiga.
Recogida la
cocina, (a dónde vas, pastorcillo), se sienta uno en el sofá, coge el mando a
distancia, pasa un canal, pasa otro canal, pasa otro, otro, otro y así hasta
llegar al final del dial y vuelta a empezar, hasta que le atrapa la modorra
veraniega y el fresquito que entra por la ventana le invita a acurrucarse y
hacerse un ovillo en la esquina del sofá e ir bajando el volumen de la tele
para irse durmiendo poco a poco con la suave banda sonora del documental sobre
hienas sanguinarias devora-crías en el que el mando a distancia paró de dar
saltos de flor en flor. Y cuando la modorra se ha convertido en amago de primer
sueño placentero, cuando uno ha cogido la postura y el fresquito es el justo y
el volumen lo suficientemente bajo para permitir dormir pero lo suficientemente
alto para hacer un poquito de compañía, va y empieza el fútbol.
A las once de la
noche empieza el fútbol, a las once ni más ni menos, oiga.
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Salió al Atleti
al Nou Camp vestido con pantalón rojo y esto ya no lo entiende ni el inventor
de la salsa mayonesa, amigo de la familia. Quizás en venganza cromática por el
uniformito que trajo el Barça en su visita al Calderón, el Atleti salió con
pantalón rojo para molestar y lo peor es que ya ni nos sorprende; de hecho, lo
que empieza a sorprender es ver al Atleti vestido de Atleti fuera de casa. El
pantalón rojo, empero, no impidió que sí reconociéramos una vez más al Atleti
de otros tiempos, el de camiseta de algodón con cuello redondo, pantalón azul
cortito y medias de lana rojas con vuelta blanca, de esas que en campo
embarrado cogían un par de kilos de agua y tierra para lastrar a los jugadores.
Porque el Atleti que salió al Nou Camp sí fue el Atleti que recordábamos de la
época del colegio, el Atleti del año pasado que armó Simeone, el Atleti de
siempre que, ya podemos confirmarlo, está aquí y aquí va a seguir un tiempo
mientras el Cholo esté al frente y su idea siga calando tan honda como cala
ahora en la plantilla.
El Atleti campeón
de Copa jugaba una final contra este Barcelona exquisito que tanto hemos visto
y admirado, que tanto nos ha maravillado en los últimos años. El Atleti se
enfrentaba al brillante y repeinado campeón de Liga y lo hacía con un equipo más
limitado en lo técnico, menos piropeado en lo mediático y menos atractivo en lo
estético. Bueno, ¿y?, dijo el Atleti de Simeone a todo esto; con esa actitud de
a-mi-plín-vuestro-oropel jugó todo el partido. Poco le importó al Atleti que enfrente
estuvieran los primeros espadas de la mejor escuela de esgrima (por más que el
mejor empezara en el banquillo), los floretes más ágiles, los juegos de piernas
más rápidos. Contra armaduras florentinas decoradas con flores de lis el Atleti
salió con coraza negra de forja de establo. Contra espadas toledanas de
empuñadura damasquinada salió el Atleti con picos, palas y azadones, como ya
hicieran hace unos siglos otros tipos comandados por un Gran Capitán. Contra
postres nitrogenados y crujientes de pétalo de margarita el Atleti presentó un
potaje de vigilia y unas torrijas de leche. El resultado ya lo conocen: empate
y gracias (que debieran dar los del florete), y un chute de autoestima para los
amantes del potaje, entre los que se encuentra el que suscribe y su linaje (NB:
nótese, por cierto, el apropiado ripio cuaresmal).
El Atleti empezó
más atrás de lo normal y con Villa sólo por delante de los medios, con Diego
Costa echado al costado, como ya hiciera en la ida. El partido pareció estar
planteado por fases: primero empezamos aguantando el chaparrón; cuando éste
pase, que pasará, intentaremos salir a la contra. Si en el segundo tiempo no
hemos marcado, adelantaremos líneas de presión. Si aun así no hemos marcado y
no nos han marcado, que no deberían, buscaremos el gol como podamos en los
últimos minutos, el que pueda y tenga fuelle que corra, el resto iremos detrás
hasta que sudemos sangre. Nada parece casual en este equipo de Simeone,
trabajado y consciente de lo que hace, en el que todos los miembros reman
juntos y anteponen el grupo al individuo. ¿Todos? Sí, todos, por más que podría
pedirse más presencia a Mario dado que juega en un sitio vital, y más
participación de Villa. Sólo Villa, aislado por delante de las dos líneas
defensivas, parece no haber asimilado el sistema y el espíritu aún. En su
descargo, señalar la incomodidad de su posición y lo ingrato de su misión,
solo, poco arropado al hacer la primera presión (algo por cierto difícilmente
evaluable cuando el partido se ve en televisión y no en el campo), algo perdido
aun posiblemente por haber llegado al equipo hace poco tiempo. Aún así, hizo un
tiro excelente que, de no ser por la también excelente parada de Víctor Valdés,
habría sido el gol que diera el título. Poco a poco.
El equipo parece
fiarse al 100% de la idea que viene del banquillo y así lo demuestra en el
campo: todo el mundo sabe lo que tiene que hacer en cada momento y todo el mundo
tiene plena confianza en que el resto de compañeros también lo hará, sin dudar
y sin pensar. El Atleti puede que no
funcione como una delicada orquesta de cámara barroca, pero sí lo hace como un
grupo experimentado de rhythm’n’blues: serio, sólido, de esos que suenan juntos
y emiten un cañón de sonido despachando más que dignamente clásicos respetables.
Cuando el Atleti plantea inicialmente el partido a aguantar - normalmente ante
los rivales a los que considera mejores - el equipo funciona como un regimiento
de caballería pesada, sin cargas rápidas que busquen hacer agujeritos fugaces
en el entramado del equipo contrario sino haciendo recular la línea rival por
lo machacón de su trabajo, por lo activo de su grupo, por lo compacto de las
líneas que van ganando terreno poco a poco, al mismo tiempo que el rival va
perdiendo fuelle, brillo y fe en su audaz estilo pugilístico de picadura y
baile de pies. Ganado el pulso y el territorio, pero sólo entonces, el equipo sí
se permite salir tocando y corriendo, buscando a Arda en la salida y a Diego
Costa en la carrera desbocada.
Cuanto más
calidad tiene el rival y mejor plantado está, más tarda esto en producirse.
Ayer, al final del primer tiempo, el Atleti llegó combinando a la portería
rival y Víctor Valdés salvó a su equipo con una parada excelente a tiro de
Arda. Por aquel entonces el Barcelona y su grada, que había visto cómo su
brillante equipo estaba especialmente incómodo, sabían que lo que había
enfrente era una máquina más sofisticada que el bulldozer feote que aparentó
ser en los primeros compases. Así, en ningún momento fue el Barça el equipo deslumbrante
de otros partidos. Ni un detalle para la galería, ni una filigrana, ni un tiro
a puerta tras asombrosa combinación de cinco jugadores, como acostumbran. El Barcelona,
equipo de orfebres capaces de los damasquinados más complicados – uno de ellos,
que juega por la derecha, con mentalidad roedora -, ayer se limitó a dar capa
sobre capa de barniz. Intentaba e intentaba hacer algo pero enfrente había un
equipo verdadero, un entramado de compañeros que se ayudan de dos en dos y de
tres en tres para crear superioridades defensivas cuando el balón lo tiene un
rival, que sale jugando por el lado de Arda y que tiene delante argumentos para
preocupar a cualquiera.
El aficionado
barcelonista apelará en este punto a la excesiva agresividad del Atleti, a las
muchísimas faltas cometidas, a los detalles feos de Godín. Quizás tenga una parte
de razón, quizás el Atleti jugó fuerte y alguna vez al límite. Pero quizás el
Barça, como el fútbol español en general, se haya convertido en un grupo algo
blandengue y sensiblón, excesivamente vulnerable por excesivamente protegido,
como esos niños chicos a los que por todo se le da un antibiótico y luego,
cuando llega una gripe pequeñita y con pantalones cortos, una gripe alevín y
con pecas, no tienen mecanismos de defensa propios por culpa de la vagancia y
excesiva dependencia externa de sus glóbulos blancos, glóbulos blancos perezosos
y ruines, malcriados y consentidos. Glóbulos rastreros de color blanco: al
final, el problema es siempre el mismo.
Nada puede
justificar el pisotón de Godín, feo, mezquino y digno de algunos de los
jugadores que Vds tienen en mente ahora mismo, pero de ahí a hacer girar el
análisis del partido en torno a la dureza del Atleti va un mundo difícil de
justificar. En opinión del que suscribe el Atleti fue mejor y lo fue gracias a
la intensidad, sí, pero también a la inteligencia de conocer sus propios
límites, a la disciplina y la fe ciega en la idea y los compañeros y al
convencimiento de que para ganar hay que competir y para ello no se puede
contar con la ayuda de nadie que no sea uno mismo. El Barça, equipo de leyenda
con algunos de los mejores jugadores que uno ha visto en su vida (entre los que
no se encuentra Neymar, al que aún no hemos tenido ocasión de ver del todo), no
pudo con un equipo más limitado pero más comprometido, menos brillante pero más
generoso, más disciplinado y sacrificado.
El Barça, no lo
olvidemos, jugó contra un equipo de fútbol, no contra los Yacuza, no contra Falconetti,
Darth Vader y Pierre Nodoyuna, sólo contra un equipo. Únicamente Mascherano,
debilidad del que suscribe, hizo un partido a la altura del Barça grande de las
estrellas. Precisamente Mascherano, jugador duro y admirable, serio, poco dado
a la filigrana y el aspaviento (y eso que hizo una caída teatral tras toquecito
de Gabi) fue el que mantuvo el tipo y entró a la pelea, el que cortó todo lo
cortable atrás, el que aparecía por un lado, por el otro, ojo que ahí está
Mascherano, ojo que ahí también está, y ahí, y ahí, pero bueno ¿cuántos
Mascheranos hay?, no lo sé, oiga, yo he ido a la cocina a por cerveza y estaba
en la nevera Mascherano con el abridor, a mí me ha pasado lo mismo pero en mi
caso ha salido del maletero del coche, eso sí, con el reglamentario chaleco
reflectante. Aun así, uno acepta que en esto de la valoración de la dureza
influye quizás el color del corazón de cada uno, ya lo sabemos, y de igual
manera que aquel Sevilla victorioso y temible nos parecía a muchos un equipo
excesivamente acelerado y antipático, a sus seguidores, también a los más
cabales (que los hay y son muchísimos) no les parecía más que un equipo
comprometido y fiel a una idea y una misión. Sea como fuere y guste o no guste
en estos tiempos de fútbol sobreprotegido y teatral el Atleti de verdad está históricamente
más cerca del Atleti que ayer jugó en el Nou Camp que de los equipos de
fútbol-mariposa que ahora parecen ser los únicos apreciados. Así son las cosas,
oiga. El propio Mascherano, en la entrevista final, recalcó lo duro del rival,
lo difícil del partido, la mano de Simeone y el reencuentro del Atleti con su
historia: cuando el central del equipo rival entiende mejor a un club que su
propio presidente, mala señal.
El Barcelona ganó
un título tras dos empates en dos partidos en los que no fue mejor. El Atleti
no hizo menos méritos para merecer una Copa que no se trajo a casa. El Atleti
compitió, sí, pero no lo hizo para salvar la cara y justificarse ante la
afición, lo hizo para ganar el trofeo y, como no lo consiguió, se le quedó la
cara de póker y la rabia de haber podido ganar un título merecido. En vez de
respirar aliviado y mirar a la grada y decir no pudimos hacer más, que pase el
siguiente, el Atleti corrió a mirar el calendario, ¿cuándo jugamos con esta
gente otra vez? esta vez no se nos escapan, en la Liga nos vemos, afilen sus
floretes que les esperamos con nuestras hachas.
Si algo quedó
claro ayer, es que el Atleti ya no es ese equipo simpático e inofensivo que
llegaba año tras año al Nou Camp a intentarlo para luego siempre acabar
perdiendo gracias a un fallo garrafal de un portero, a un error cómico de un
central, a una fatalidad rushmoreña. Tampoco es, por más que nos intentarán
convencer, el Granada de Montero Castillo y Aguirre Suárez ni el Estudiantes de
la Plata del que venía éste. Aunque no muy lejanos, nos resultan ya vagamente
familiares los oscuros tiempos en los que al Atleti se le identificaba con
Torrente, Imperioso y Gonzalo Miró, con jacuzzis rodeados de mulatas en bikini
y jugadores uruguayos cayendo de culo en la presentación. El Atleti vuelve a
oler fuertemente a Atleti antiguo, a ese equipo intratable que hacía cundir el
pánico en los campos más duros y a las aficiones más leales. No imaginamos al
Cholo permitiendo una cabalgata pre-partido como aquella de los de “Sensación
de Vivir”, si acaso un desfile de la Guardia de la Noche o de tropas de la Casa
Stark en riguroso silencio. Si Roberto Verino, flamante responsable de vestir
al club cuando va de gira, hubiera sido realmente del Atleti quizás hubiera
aprovechado la ocasión para vestir al equipo con trajes entallados de solapas
grandes, pantalón de campana, camisa ajustada con grandes cuellos de pico y
corbata ancha. Habría hecho obligatorio la media melena como mínimo o el pelo rizado
de Panadero Díaz y la patilla poblada al estilo Ayala. Miranda debería llevar
collar de cuentas verdes, a Villa se le prohibiría esa crestita engominada y se
le exigiría un bigotón como Dios manda. Arda Turán podría ir como le da la gana
que ya de por sí parece de ese equipo legendario y lo mismo podría decirse del
Mono Burgos y su anorak en pleno agosto.
El Cholo ha
traído de vuelta al Atleti y éste parece dispuesto a quedarse. Tiemblen pues los
débiles de espíritu, los niños pasados de antibiótico, los espadachines de
blusa vaporosa y los mismísimos cimientos de la Liga de los Dos Ricos.
12 comentarios:
Oeeeee! ¿hay alguien ahi?
Magnífico artículo Don Carlos. El partido fué vibrante y el todopoderoso rival tuvo que contemporizar durante muchos minutos para aguantar el resultado. Se olía pánico en el choque.
Del arbitro no hablo, tan solo para decir que son tontos, muy tontos.
Perder la Copa esa, e irse a la cama con el solo disgusto de haber oido de nuevo la voz del infausto QSF hablando de sensaciones.
Grande el Cholo (pero grande, grande)
Gracias Sr. Fuentes, gracias Cholo.
Excelentes sensaciones!
Oporto, Zenit de San Petesburgo y Austria de Viena. Bien, Atleti.
Muy bien Don Carlos. Por lo demás, ya me tocaba ver un juego a las 4 de la tarde de acá, salir temprano y beber cerveza.
En honor a D. Homero (que se lo merece) podemos admitir estos horarios.
Bien el equipo.
No descarto (ni mucho menos)la presencia en Lisboa.
Dicho queda.
(oigan)
Gol de Torres.
No al futbol blandengue, que diría El Fary!
Queda también demostrado que pisar a Dani Alves, además de ser un feo gesto, tampoco trae buena suerte.
Pues muy orgulloso me siento oigan.
Esto es un equipo (por fin)
Buenos dias.
Excelso. Y qué buena referencia a ese Atleti de los 70. Gracias por su crónica, un placer leerlo como siempre.
Ayer por la tarde en el Polideportivo de la Chopera.
Niños de 10/12 años jugando un partido de fútbol-7
Camisetas.
1 del Rayo.
1 de España.
2 del Barça
3 del otro equipo grande de la capital.
4 del Atleti.
Bien.
¿Qué pasa, oiga? ¿O es que ya sólo narra usted finales?
Buona notte
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