Estimados lectores:
Debido a la presión ejercida por un insistente lobby de
gente llamada en su mayoría Marisa, hoy hay crónica.
Gracias.
En día raro en el que hacía más frío a las 6 de la tarde que
a las 11 de la noche, llegaba al Calderón el Levante; eso sí, compareció
debidamente vestido de empleado de la limpieza pública, en un guiño
reivindicativo por la excesiva suciedad de la capital y la precariedad del
empleo en las contratas de limpieza; todo un detalle.
El Levante es un equipo raro que tiene todo para caer bien,
pero se diría que se esfuerza por caer mal. El Levante es un equipo modesto de
barrio peleón, de esos que nos gustan, y tienen en su misma ciudad a ese equipo
eternamente enfadado, sobreactuado y fatalista, ruidoso en la victoria y
quejica y denunciante en la derrota, amigo de las teorías de la conspiración y
de la comparación continua, odiador de árbitros y rivales y que ha hecho del
grito “buuurrrooo, buuuurro” su seña de identidad, su tarjeta de presentación,
su “You´ll never walk alone” fallero.
- Tampoco se pase Vd.
- Tiene Vd razón.
- Pues retírelo.
- Ni hablar.
- Vaya.
El Levante tiene una cruz de las gordas teniendo un vecino
mucho más grande y muchas veces antipático, y se sabe equipo pequeño y quizás
ascensor como máxima meta; nada más que por eso a uno le caería bien el
Levante. Pero algo tiene el Levante que le hace querer ser antipático también,
al menos con el Atleti: la desproporcionada celebración de la victoria que le
podía quitar el título de Liga al Atleti hace dos años, los malos modos hacia
la afición colchonera en los partidos en Valencia (probablemente causados por
alguna falta de respeto previa de esos que se arrogan el derecho de
representarnos en muchos campos sin que nadie se lo haya pedido) y las formas
marrulleras de muchos de sus jugadores han conseguido que el Levante, que de
ser un equipo inglés de ciudad industrial a la sombra de un club poderoso sería
nuestro ojito derecho en las Islas, no nos caiga ni la mitad de bien que
debería. Quizás se pueda reconducir el tema, quién sabe, quién sabe, oiga.
Y aun así, con esas cosas, el Levante ha tenido hacia el que
suscribe dos gestos inolvidables: el primero, alinear temporada tras temporada
a Ballesteros, de quien ya hablamos en su momento. Ballesteros, jugador rudo
con cara de guardaespaldas de capo mafioso de Chicago y cuerpo de luchador
canario, fue profesional del fútbol durante muchos años y, por ellos mismo,
ejemplo y guía para muchos de nosotros, jugadores de gran tonelaje y físico más
indicado para la cata de guisos de cuchara que para el deporte rey. Ballesteros
fue para muchos un ejemplo, un rayo de esperanza, un espejo en el que mirarnos
cuando otro espejo, en concreto el de nuestro baño, nos aconsejaba dejar el
fútbol y dedicarnos en cuerpo y alma a la dieta hipocalórica durante al menos
dos años.
Pero es que, ya sin Ballesteros, faro de fondones y paladín
de centrales de barrio con movilidad reducida, ayer el Levante sacó otro
jugador llamado a ser leyenda: Ángel Trujillo Canorea, “Trujillo”, madrileño
con gran experiencia en Guadalajara y ex del Almería, salió ayer al campo con
gafas. Con gafas, sí, con gafas. Hay quien dirá que era una máscara protectora,
hay quien dirá que era un sofisticado dispositivo de protección de las córneas
y hay quien dirá misa, pero la realidad es que Trujillo salió con gafas de
pasta negra como de notario antiguo, y en ese momento muchos miopes nos pusimos
en pie y agradecimos a Trujillo, que además tiene nombre de compañero de clase
con gafas, ese homenaje público a tantos y tantos pelotazos en la cara con
fractura abierta de montura. Si en vez de unas gafas tan molonas llega a llevar
unas normales de pasta reparadas con papel celo, la lágrima se habría
convertido en llanto; si además llega a llevar una lente tapada para corregir
el ojo vago, ya le sacamos a hombros.
Gracias por tanto, Levante. Gracias, Ballesteros. Gracias,
Trujillo. ¡Viva San Gabino, mártir!
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El Atleti volvió a ganar jugando ese partido que parece que
va a empatar y, si hay mala suerte, perder. Le cuesta al Atleti últimamente
meter goles, sobre todo en el primer tiempo, y parece dejar para el último
momento el arreón, como los malos estudiantes ante los exámenes finales.
El Atleti volvió a jugar un partido gris con buen resultado,
algo que permite al equipo estar en lo más alto a pesar de no andar carburando
aún con todos los cilindros. Apabullador e impreciso, el Atleti empujó en el
primer tiempo al Levante hasta meterlo en su campo, agolpándose pues jugadores
propios y rivales en demasiados pocos metros como para que los delanteros
puedan tener el espacio suficiente para maniobrar. Recuerda en esto el Atleti
al Chelsea de hace un par de años, ese equipo que empujaba y empujaba al rival
hasta lograr una sensación de agobio general parecida a la de los últimos
charcos de barro llenos de carpas que quedan en tiempo de sequía, con
sobrepoblación tanto para la defensa que achica balones sin cesar como para los
delanteros, incapaces de girarse, moverse o chutar sin tener cinco oponentes
encima.
En varias ocasiones hemos tenido esta misma sensación en
casa: equipo visitante que viene con idea de no atacar si no es de carambola,
dos líneas claras en campo propio, balón entregado al Atleti y planteamiento
consistente en limitarse a ocupar los diminutos espacios que quedan libres
entre tantísima gente. Los rivales conocen al Atleti y parece que son varios
los entrenadores que han llegado a la conclusión de que la única forma de hacer
frente al cambiante dibujo del Cholo, que pasa en un santiamén del 4-3-3 al
4-3-2-1 o al 4-1-4-1 con cambios de banda incluidos, es atrincherarse en el
área propia y hacer acopio de agua, leche condensada y frutos secos a la espera
de que pase el Blitzkrieg (bop).
Estas situaciones, complicadas de gestionar, eran siempre
más llevaderas cuando estaba en el campo Tiago, el único jugador de la
plantilla capaz de mantener la calma y esperar el pase, de hacer de vértice del
poliedro montado entre jugadores atléticos y rivales y repartir juego hacia los
lados hasta encontrar un pase hacia dentro. Con Koke más centrado este año en
tirar la presión, ni Gabi ni Saúl tienen la flema del portugués para abrir
latas rivales, centrándose el primero en buscar pases verticales difíciles para
los delanteros y el segundo en entrar por fuerza, rompiendo la línea como los
centros irlandeses, lo que no siempre es sencillo.
Y ahí es donde se echa de menos a los delanteros. Jackson,
mejor ayer en el inicio del partido y progresivamente insustancial hasta la
nada absoluta a ratos, no tiene una misión fácil con tanta gente cerca. Tampoco
la tiene Torres, por cierto, pero el mayor empuje y garra de éste hace que
Jackson nos siga pareciendo claramente inferior en prestaciones al Torres más
torpón. Correa y Griezmann, y hasta Vietto, parecen ser de un corte más
adecuado para abrir galerías bajo las empalizadas, pero tampoco lo suelen hacer.
Su presencia en el equipo trae además otros problemas: el primero, que la media
de altura del equipo baja con ellos 15 centímetros, lo que es un problema en
los córners propios y extraños; lo
segundo, que ninguno de ellos aporta el trabajo necesario cuando la situación
lo requiere, algo que sólo justifica Griezmann con su increíble capacidad para
meter un gol en cada balón que toca. Correa - ayer perdido en las dos o tres
posiciones en las que jugó -, Vietto – aka Viettecito – y Griezmann no hicieron
ayer nada que refrende la teoría de que con ellos y su buen juego el Atleti
debería poder ganar con solvencia a los equipos que se cierran; Jackson, con un
par de buenos detalles y esa desidia general que desprende, tampoco dejó claro si su aportación es valiosa en lo
futbolístico o simplemente en lo cromático.
Pero el claro protagonista de la noche fue, de nuevo,
Thomas. Con el equipo partido tras la salida de Koke y el centro del campo
perdido en favor del rival, que tiene narices la cosa, el partido pedía como el
comer la salida de un centrocampista del Atleti, y ese fue Thomas. Thomas
corrigió el 4-2-4 tan del Vasco Aguirre con el que el Atleti jugó un rato, y de
paso fue un tormento para el Levante. Presionando algo más arriba de la zona de
medios, impidiendo la salida del Levante (y eso que tenían un jugador con
gafas) y robando tres, cuatro balones vitales, Thomas se permitió además irse
para delante y meter un gol vital, tirando a puerta tras varios regates y
conducciones y viendo como el balón entraba, casi pidiendo disculpas, para
meter al Atleti primero, con un partido menos que el Barça.
Thomas se está ganando poco a poco el derecho a jugar más
partidos que ni Óliver ni Saúl están sabiendo aprovechar del todo, y se muestra
como una posibilidad más que real de apuntalar el centro del campo, tan
huérfano desde la lesión de Tiago. Thomas, además, tiene un nombre que invita
al chiste fácil y en las próximas jornadas seguramente presenciemos una
catarata de chascarrillos y un festival del humor muy así como de Cerezo (tipo “qué
Thomas? - pues un bacardí con cola, chata”) que ríanse Vds de nuestro
presidente en el palco de un teatro de revista, oiga.
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Visto lo visto (con gafas), hay a estas alturas de la
temporada cosas buenas y cosas malas que resaltar. El Atleti, en efecto, no
está jugando bien y los partidos se le resisten. No marca con facilidad y entre
los delanteros sólo Griezmann presenta buenos números. El juego no es fluido y
no se rematan los partidos cuando se debe, dejando los deberes para tarde como
regla general. Hay dudas en el centro del campo y dudas en la delantera, donde Torres,
voluntarioso pero sin tino de cara a puerta, es por ahora el que más aporta
como compañero de Griezmann sin que Correa, Vietto o Jackson hayan respondido a
las expectativas. En el centro del campo, además, ninguna de las apuestas más
jóvenes parecen haber cuajado al 100%: ni Saúl ni Óliver están mostrando su
enorme capacidad y Carrasco, incisivo, valiente pero algo alocado, parece más
titular que el resto pero tiene el enorme hándicap de ser un especialista de
banda.
Y, sin embargo, se mueve: este Atleti que juega feo y mete
pocos goles, el Atleti que aun no ha conseguido encajar todas las piezas ni
brilla entre los demás, le saca dos puntos al Barça si bien puede quedar
fácilmente un punto por detrás en cuanto el Barcelona juegue el partido que le
queda. El Atleti recibe pocos goles y algunos de los que recibe, como los de
Coruña o Málaga, son fruto de fatalidades o fallos inusuales; sin ellos, el
Atleti sería líder aún con el Barça a igualdad de partidos. Oblak es más que
fiable, Godín (ayer de nuevo espectacular) manda la defensa con brillantez y
los laterales no dejan dudas respecto a
su juego. El otro central, sea Savic o Giménez, funciona con solvencia y el
resultado está ahí. La defensa del Atleti sí es una máquina afinada que, hoy
por hoy, sostiene con solidez al equipo y espanta rivales sin demasiados
problemas.
El Atleti pues es vice líder con únicamente 6 cilindros de
11 (esto es, Oblak, 4 defensas y Griezmann) trabajando al ritmo esperado. A
poco que se afine el resto, a poco que la media (repentinamente reforzada con
Thomas, Augusto y Kraneviter) se consolide y Koke pueda ser más Koke y menos
apagafuegos, a poco que el delantero que acompaña a Griezmann afine puntería y
siempre y cuando la defensa sigua igual y los jugadores sigan interpretando con
lucidez los continuos cambios de dibujo que desde el banquillo se ordenan, el
equipo puede empezar ahora a crecer desde una base muy sólida.
En breve empieza la segunda vuelta, que tiene un primer
tramo temible: si el Atleti es capaz de salir vivo de esa enorme cuesta arriba,
si las continuas rotaciones del Cholo llevan a los jugadores a alcanzar en buen
pico de forma y con el sistema engrasado el último tercio del campeonato (o más
bien de los campeonatos), ojo a lo que puede hacer el Atleti. Ojo vago,
incluso, como el de Trujillo.