jueves, 30 de enero de 2014

De insultos y meses asombrosos

Mucha de la gente que va al fútbol lo hace, aparentemente, para poder insultar en público y a voces. Es bien sabido que si uno insulta a gritos a un deportista profesional de un metro ochenta y cinco en medio del bulevar de la calle Ibiza, es un poner, es muy posible que acabe comiendo sopa con pajita durante un par de meses. Esto no es tan probable cuando uno insulta desde una grada o desde el interior de un coche, que esa es otra, pero aquí hablamos de estadios de fútbol.

Esa gente tan desconcertante que disfruta insultando a diestro y siniestro en la seguridad de que el insultado no subirá a saltos por la grada para medirle el lomo, no hace lo mismo cuando va al cine: no insulta al vampiro por morder al a víctima, ni al espía por olvidarse un microfilm en un ambigú. ¿Es el insulto a voces propio de cualquier espectáculo? Parece que no. No es propio de los espectáculos de masas per se, porque ni en los toros ni en el baloncesto ni en el ballet es común insultar a voces a toreros, pivots o primeros bailarines. Tampoco es algo característico de las gradas de estadio: en el rugby, que llena estadios del tamaño de los de fútbol, ni se insulta ni se falta al rival, sólo se anima al propio.  ¿por qué el fútbol tiene esa cosa tóxica, villanizante y ponzoñosa, que hace que una persona comedida en su día a día se vuelva loca de atar y se acuerde de la madre de los visitantes y de los ancestros de su localidad de origen única y exclusivamente cuando está en la grada de un estadio de fútbol? ¿qué tiene el fútbol?.

En el rugby, como saben, es tal el respeto por el visitante que cuando éste patea a palos para hacer puntos contra el equipo local, la grada calla para facilitarle la tarea incluso en su propio perjuicio; es toda una lección de fair play. Es cierto que esta preciosa y cívica práctica se está perdiendo y se conserva sólo en los países con más tradición, en los que nunca se abuchea o silba al pateador. Ante esta ola de malas formas, en algunos estadios se recuerda por megafonía que es tradición local guardar silencio cuando los pateadores, local o visitante, necesiten concentración. En el colmo de los buenos modos, en una ocasión el que suscribe escuchó este aviso por la megafonía del Aviva Stadium, antes Lansdowne Road, de Dublín; la multitud, irritada porque se les recordara algo que cualquier irlandés bien educado sabe desde pequeño, silbó y abucheó al propio aviso por inoportuno, innecesario y ofensivo para la decencia del respetable para luego, durante todo el partido, guardar silencio sepulcral cuando los pateadores, local y visitante, necesitaban concentrarse.

¿Viviremos algo así por nuestros campos algún día? Mientras esperamos, el sábado empieza el 6 Naciones: Dios bendiga a Brian O’Driscoll.
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El Calderón es un campo en el que se insulta bastante, sin duda mucho más de lo que a uno le gustaría. En todos los campos se insulta, dirán Vds, y tendrán razón. En Balaídos, el Salto del Caballo, los Cármenes, el Nou Camp y San Mamés se insulta, es cierto, pero esos campos no son aquellos en los que el que suscribe pasa tantas horas. Por tanto, uno ni se siente capacitado para decir cuánto se insulta allí ni lo que allí se grita le preocupa tanto como los insultos que se producen en el Calderón, que al fin y al cabo son los que se oyen en nuestra casa, los que oyen nuestros invitados, aquellos de los que nos sentimos responsables por venir de las gradas donde se sientan los nuestros. Y eso que uno, ya lo imaginan Vds, es poco de insultar a menos que se le tutee, que entonces pierde el oremus: desde hace siglos, el linaje Fuentes tiene claro que, si se insulta, al menos que se insulte de usted.

En el Calderón, hay que reconocerlo, se insulta mucho y casi nunca de usted. Quizás se insulte más en otros sitios pero ni lo sabemos ni se trata aquí de hacer un campeonato de mala educación, que para eso ya hay tertulias deportivas en casi todas las cadenas de tv. En el Calderón, esto es así, se insulta a coro y se insulta a título individual, se insulta desde tribuna, fondo y grada, desde el primer anfiteatro y también desde el segundo. Se insulta al equipo rival, se insulta a jugadores visitantes y a veces también se insulta a jugadores propios. Se insulta al equipo contra el que se está jugando y también a otros contra los que se juega de vez en cuando. Se insulta a ciudades y a colectivos, a inmigrantes y catalanes, a vascos, valencianos y granadinos. A algunos visitantes se les llama paletos (qué cosas, oiga), a otros se les dice que su país no está en Europa y a los portugueses se les dice que Portugal es español, con musiquita de fondo. A veces los insultos conllevan un desafío gramatical, otras veces de acentuación: en ocasiones se cambia el género del insultado para conseguir la rima, a veces se acentúa la última sílaba de una palabra llana para lograr meter la palabra en su compás. Eso sí, en raras ocasiones se recurre al hipérbaton, la anadiplosis, el zeugma o la paragoge en la rima tribunera, en esto andamos cortos de recursos.

Cuando uno va al Calderón con un invitado del equipo rival, como acostumbra el que suscribe, lo hace con un punto de desconfianza y una ceja levantada, sabiendo que, bien la masa o bien algún exaltado, acabará por insultar al equipo, procedencia, ciudad de origen, sistema foral, tradiciones ancestrales, plato típico, apellido más común, acento característico, monumento representativo, baile regional, literato predilecto, general romano fundador, santo patrón, dulce local, escudo de armas, torero nativo, palo flamenco endémico o alcalde pedáneo de la localidad de la que procede el rival. Al Calderón, eso sí, uno va más tranquilo cuando el invitado mide dos metros cuatro y es segunda línea de los Springboks; en ese caso uno se asegura de que el insulto vendrá de unos cuantos metros más allá, mientras que los vecinos de localidad, incluidos los molestos Nuevos Abonados, mantendrán las distancias y las formas para mantener así, de paso, todas las piezas dentales. Si en cambio uno va al fútbol con un invitado bajito, ahí la cosa cambia.

Por todas estas cosas, el Calderón es a veces desagradable. Es especialmente desagradable cuando se insulta con saña y sin gracia, como es casi siempre el caso en estos últimos años. Más desagradable aun cuando se insulta a los muertos, esa línea que se sigue cruzando por más que a uno le asquee y asombre como el primer día. Hay quien piensa que insultar desde la grada es parte del fútbol, una forma de desconcentrar al rival, de meter presión. Uno, por el contrario, cree que la pasión, la presión y el ambiente, obviamente parte del fútbol y el espectáculo, pueden conseguirse sin faltar al respeto a nadie. En esto, como en tantas otras cosas, uno se siente cada vez más un marciano. Como en lo de insultar de usted.
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Tanto se insulta en el Calderón, al parecer, que uno oye hablar de insultos gravísimos en el estadio incluso cuando no se producen. En los últimos tiempos uno ha escuchado en tertulias y redes sociales amargas quejas y airadas denuncias sobre insultos intolerables vertidos en el Calderón que uno, presente en el campo, nunca escuchó. Ocurrió por ejemplo en los dos últimos partidos contra el Sevilla en casa, en los que hubo denuncias sobre cánticos contra Antonio Puerta que uno nunca oyó en el campo (y gracias a Dios, porque pocos cánticos le resultan a uno más vomitivos que ese). Quizás alguien gritara, pero no fue en absoluto audible, ni común, ni mucho menos mayoritario. Quizás un insensato pegó unos cuantos alaridos cerca de un micrófono de ambiente y en la televisión dio la impresión de que había un fondo entero cantando. Quizás alguien quiso oír algo que le irritara y, a pesar de no escucharlo, dijo en un foro o en una red social que él lo oyó perfectamente y a ver quién demuestra lo contrario: esto es como poner en cuestión a aquél que afirma haber visto trabajando a Gonzalo Miró, a ver quién es el guapo que es capaz de presentar pruebas.

En los últimos tiempos parece fácil atribuir al Atleti y a su grada comportamientos de rufián, se produzcan o no. Aficionados y medios parecen salir de inicio con la idea clarísima de que el Calderón es un campo de tipos odiosos, así, sin más, porque sí.  En buena medida es una mala fama que se ha ganado la propia afición, quizás por seguir el juego a los más radicales, quizás por no acallar con suficiente vehemencia a la porción minoritaria que suele encabezar los comportamientos más reprobables, quizás por insultar a sus propios jugadores en ocasiones. Pero entonado el mea culpa en lo que a cada uno corresponda, parece exagerado e injusto convertir a la afición del Atleti en el paradigma de afición antipática, verbalmente violenta y ofensiva en sus comportamientos. Cómico, no ya exagerado ni injusto, resulta mantener que el Atleti es un equipo de pasado noble y presente macarra como hizo hace bien poco un periodista de El Mundo con vocación de fiel sirviente en castillo ducal; tampoco dedicaremos más tiempo al fulano, que ya le cayó lo suyo en su momento sin que tuviera demasiado arte para salir del paso.

A algunos, por cierto, ya nos ha tocado dar explicaciones que no nos corresponden cuando vamos a estadios de otras ciudades, algo altamente incómodo e irritante. Hagan pues el favor los de insulto fácil de pensar en los correligionarios a quienes toca emplearse a fondo para limpiar con lejía la buena imagen de la afición, el patrimonio de todos. Hagan también el esfuerzo los simplistas a la hora de catalogar visitantes, aquí y en todas partes.
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Salió el Atleti al Nuevo San Mamés vestido la mar de mal, con un atuendo inapropiado para un día de estreno en ese estadio tan bonito al que aún le falta un trozo. Salió el Atleti con un equipo raro fruto de bajas notables: ni Tiago, capital en muchos de los partidos complicados del último tramo de liga, ni Arda Turán llegaban al partido por lesión. Para colmo de males, se lesionó nada más empezar uno de los jugadores más en forma y más importantes, fijo en su puesto y clave a la hora de salir hacia adelante, Filipe Luis; en su lugar salió Insúa, rodeado de dudas y dejando unas cuantas más por el camino.

Salió el Atleti con una media diferente, con Raúl García y Cebolla además de Gabi y Koke y con Diego Costa delante (más bien en un costado durante mucho rato) junto con Adrián, y la afición se preguntaba cómo iba a resultar el inédito invento cholero. El partido se antojaba duro, y duro fue. El Athletic, convencido de lo que quería y revestido de esa energía extra que el nuevo San Mamés le viene dando, hizo un primer tiempo intensísimo, sin dejar respirar, sin fisura. El Atleti por su parte, como viene siendo habitual en los últimos partidos, esperaba más atrás que en la primera vuelta de la liga, sin presionar tan arriba; jugando así, cuando roba, tiene por delante demasiados metros como para llegar con efectivos suficientes al ataque. Excepto, claro está, si se roba pronto y el que se va hacia adelante es Diego Costa.

Así ocurrió en el primer minuto, cuando Costa falló un gol de esos que suele marcar (también por mérito de Herrerín, que sacó bien el pie) y de nuevo casi acabando el partido, aunque esta vez sí marcó. Costa encaró al portero, le regateó y celebró el gol mandando callar al público, que es algo que está feísimo por antipático y prepotente y por ser propio de jugadores de esos que se señalan el número cuando andan rabiosos. El gesto, tela de feo, quizás fue la reacción de Costa ante los gritos de un número indeterminado de aficionados locales, no sabemos si mayoría o minoría, no sabemos si solo unos pocos cerca del micrófono de ambiente o toda la grada de lateral, no sabemos si en justa represalia por el partido de ida o envenenados por inconscientes que llaman al odio desde medios de comunicación sin medir bien las consecuencias más allá su minutito de gloria, no sabemos, en fin, si maleducados aficionados del Calderón disfrazados de bilbaínos, que se dedicaron a llamarle “hijo de puta” durante casi todo el partido. Qué feas cosas tiene el fútbol, y no sólo el Calderón.

Entre el fallo inicial de Costa y el gol final de Costa se vivió un partido de esos bonitos pero sin brillo, de pelea y táctica, un partido antiguo jugado con ganas y miedo a la vez, intenso bajo una manta de agua. El Athletic honró la competición peleando hasta el mismísimo último minuto, cuando quizás ya no tenía sentido, y el Atleti honró a su vitola de equipo duro y peleón de oficio, mandíbula apretada y determinación en cada choque, encajando como una roca cuando no puede revolotear como una mariposa y picar como una abeja. Si al Atleti le salvó Courtois gracias a un par de paradas prodigiosas y una salida de puños que casi acaba con Godín en el hospital, Herrerín sacó también algún balón complicado. Aduriz marcó de cabeza en un lance de esos que para el que suscribe no es falta (quizás sí para el árbitro, pero sólo cuando es en el centro del campo) y Raúl García volvió a marcar un gol importantísimo, esta vez con la zurda en remate mordido tras un disparo justo antes, también con la zurda, que paró bien el portero. En definitiva, un buen partido de fútbol vivido con ambiente y tensión de partido grande, que es lo que debe ser un Athletic – Atleti de Copa.

Con la victoria visitante en el Nuevo San Mamés, la primera que la grada inconclusa de Bilbao ve, el Atleti cierra con nota un mes de Enero complicadísimo. Tras empatar con el Barça y el Sevilla (este último quizás el resultado que más escuece por haber significado no ser líder en solitario), sigue adelante en Copa tras eliminar ni más ni menos que a Valencia y Athletic. Entre tanto, sigue el ritmo en liga gracias a victorias de menos relumbrón pero igualmente valiosas. Enero, fantástico, da lugar a un mes de febrero que da miedo: Real Sociedad en casa, semifinales de Copa y enfrentamiento liguero contra el tercer equipo de Madrid, eliminatoria de Champions contra el Milan. El equipo, con varios lesionados y mucha carga física, sigue manteniendo el tipo en todos los frentes y lo hace con nota gracias a la fe ciega en el partido-a-partido que muchos ya aplicamos en la vida diaria.

Hace dos meses mirábamos con pánico el calendario de enero, sabiendo que el equipo entraría en el valle físico esperado. Hoy, asombrados con el resultado, ya no sabemos si volver a mirar con pánico a febrero o, de una vez por todas, acabar de convencernos, como el Cholo, de que así podemos llegar a donde Gabi nos lleve. 

7 comentarios:

Dr. Caligari dijo...

No me parece mal salir de amarillo y azul, aunque sin rayas.

Libros Mondo dijo...

Huy! Lagarto, lagarto... Yo estoy con el Maestro: ese eskyjama es horrible.
Y los del Bilbao unos paletos!

Anónimo dijo...

Hola,

Lo de los insultos lo doy por perdido la verdad. Se insulta mucho. Madre mía lo que decía mi padre que le caía a Alberto. O a Salcedo con sus córners. Me gustaría saber qué diría ahora con lo de Raul García.

Ahora bien, desde canijo siempre he dicho Aleti y no Atleti (que es el Bilbao) y, reconociendo que soy un poco cagón, sí que amenazo quien al Aleti le llama Atleti porque como bien es sabido quiero ser del Aleti en lugar del Atleti.

Creo que es una cosa perdida la verdad.

Un cordial saludo,


Maqrol

Libros Mondo dijo...

Hablando de insultos: http://www.mundodeportivo.com/20140131/futbol/diputado-general-de-bizkaia-cerezo-me-dijo-que-les-habiamos-pasado-el-muerto_54399766089.html

"Hijo de puta hay que decirlo más".

Libros Mondo dijo...

Parece que vuelven Diego y Banega...

Dr. Caligari dijo...

Y Oliver qué?

Carlos Fuentes dijo...

qué disgusto lo de Luis