Mucha de la gente
que va al fútbol lo hace, aparentemente, para poder insultar en público y a
voces. Es bien sabido que si uno insulta a gritos a un deportista profesional
de un metro ochenta y cinco en medio del bulevar de la calle Ibiza, es un
poner, es muy posible que acabe comiendo sopa con pajita durante un par de
meses. Esto no es tan probable cuando uno insulta desde una grada o desde el
interior de un coche, que esa es otra, pero aquí hablamos de estadios de
fútbol.
Esa gente tan
desconcertante que disfruta insultando a diestro y siniestro en la seguridad de
que el insultado no subirá a saltos por la grada para medirle el lomo, no hace
lo mismo cuando va al cine: no insulta al vampiro por morder al a víctima, ni
al espía por olvidarse un microfilm en un ambigú. ¿Es el insulto a voces propio
de cualquier espectáculo? Parece que no. No es propio de los espectáculos de
masas per se, porque ni en los toros ni en el baloncesto ni en el ballet es
común insultar a voces a toreros, pivots o primeros bailarines. Tampoco es algo
característico de las gradas de estadio: en el rugby, que llena estadios del
tamaño de los de fútbol, ni se insulta ni se falta al rival, sólo se anima al
propio. ¿por qué el fútbol tiene esa
cosa tóxica, villanizante y ponzoñosa, que hace que una persona comedida en su
día a día se vuelva loca de atar y se acuerde de la madre de los visitantes y
de los ancestros de su localidad de origen única y exclusivamente cuando está
en la grada de un estadio de fútbol? ¿qué tiene el fútbol?.
En el rugby, como
saben, es tal el respeto por el visitante que cuando éste patea a palos para
hacer puntos contra el equipo local, la grada calla para facilitarle la tarea
incluso en su propio perjuicio; es toda una lección de fair play. Es cierto que
esta preciosa y cívica práctica se está perdiendo y se conserva sólo en los
países con más tradición, en los que nunca se abuchea o silba al pateador. Ante
esta ola de malas formas, en algunos estadios se recuerda por megafonía que es
tradición local guardar silencio cuando los pateadores, local o visitante,
necesiten concentración. En el colmo de los buenos modos, en una ocasión el que
suscribe escuchó este aviso por la megafonía del Aviva Stadium, antes Lansdowne
Road, de Dublín; la multitud, irritada porque se les recordara algo que
cualquier irlandés bien educado sabe desde pequeño, silbó y abucheó al propio
aviso por inoportuno, innecesario y ofensivo para la decencia del respetable para
luego, durante todo el partido, guardar silencio sepulcral cuando los
pateadores, local y visitante, necesitaban concentrarse.
¿Viviremos algo
así por nuestros campos algún día? Mientras esperamos, el sábado empieza el 6
Naciones: Dios bendiga a Brian O’Driscoll.
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El Calderón es un campo en el que se insulta bastante, sin duda mucho más de lo que a uno le gustaría. En todos los campos se insulta, dirán Vds, y tendrán razón. En Balaídos, el Salto del Caballo, los Cármenes, el Nou Camp y San Mamés se insulta, es cierto, pero esos campos no son aquellos en los que el que suscribe pasa tantas horas. Por tanto, uno ni se siente capacitado para decir cuánto se insulta allí ni lo que allí se grita le preocupa tanto como los insultos que se producen en el Calderón, que al fin y al cabo son los que se oyen en nuestra casa, los que oyen nuestros invitados, aquellos de los que nos sentimos responsables por venir de las gradas donde se sientan los nuestros. Y eso que uno, ya lo imaginan Vds, es poco de insultar a menos que se le tutee, que entonces pierde el oremus: desde hace siglos, el linaje Fuentes tiene claro que, si se insulta, al menos que se insulte de usted.
En el Calderón,
hay que reconocerlo, se insulta mucho y casi nunca de usted. Quizás se insulte
más en otros sitios pero ni lo sabemos ni se trata aquí de hacer un campeonato
de mala educación, que para eso ya hay tertulias deportivas en casi todas las
cadenas de tv. En el Calderón, esto es así, se insulta a coro y se insulta a
título individual, se insulta desde tribuna, fondo y grada, desde el primer
anfiteatro y también desde el segundo. Se insulta al equipo rival, se insulta a
jugadores visitantes y a veces también se insulta a jugadores propios. Se
insulta al equipo contra el que se está jugando y también a otros contra los
que se juega de vez en cuando. Se insulta a ciudades y a colectivos, a
inmigrantes y catalanes, a vascos, valencianos y granadinos. A algunos
visitantes se les llama paletos (qué cosas, oiga), a otros se les dice que su
país no está en Europa y a los portugueses se les dice que Portugal es español,
con musiquita de fondo. A veces los insultos conllevan un desafío gramatical,
otras veces de acentuación: en ocasiones se cambia el género del insultado para
conseguir la rima, a veces se acentúa la última sílaba de una palabra llana
para lograr meter la palabra en su compás. Eso sí, en raras ocasiones se
recurre al hipérbaton, la anadiplosis, el zeugma o la paragoge en la rima
tribunera, en esto andamos cortos de recursos.
Cuando uno va al
Calderón con un invitado del equipo rival, como acostumbra el que suscribe, lo
hace con un punto de desconfianza y una ceja levantada, sabiendo que, bien la
masa o bien algún exaltado, acabará por insultar al equipo, procedencia, ciudad
de origen, sistema foral, tradiciones ancestrales, plato típico, apellido más
común, acento característico, monumento representativo, baile regional,
literato predilecto, general romano fundador, santo patrón, dulce local, escudo
de armas, torero nativo, palo flamenco endémico o alcalde pedáneo de la
localidad de la que procede el rival. Al Calderón, eso sí, uno va más tranquilo
cuando el invitado mide dos metros cuatro y es segunda línea de los Springboks;
en ese caso uno se asegura de que el insulto vendrá de unos cuantos metros más
allá, mientras que los vecinos de localidad, incluidos los molestos Nuevos
Abonados, mantendrán las distancias y las formas para mantener así, de paso,
todas las piezas dentales. Si en cambio uno va al fútbol con un invitado bajito,
ahí la cosa cambia.
Por todas estas
cosas, el Calderón es a veces desagradable. Es especialmente desagradable
cuando se insulta con saña y sin gracia, como es casi siempre el caso en estos
últimos años. Más desagradable aun cuando se insulta a los muertos, esa línea
que se sigue cruzando por más que a uno le asquee y asombre como el primer día.
Hay quien piensa que insultar desde la grada es parte del fútbol, una forma de
desconcentrar al rival, de meter presión. Uno, por el contrario, cree que la
pasión, la presión y el ambiente, obviamente parte del fútbol y el espectáculo,
pueden conseguirse sin faltar al respeto a nadie. En esto, como en tantas otras
cosas, uno se siente cada vez más un marciano. Como en lo de insultar de usted.
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Tanto se insulta en el Calderón, al parecer, que uno oye hablar de insultos gravísimos en el estadio incluso cuando no se producen. En los últimos tiempos uno ha escuchado en tertulias y redes sociales amargas quejas y airadas denuncias sobre insultos intolerables vertidos en el Calderón que uno, presente en el campo, nunca escuchó. Ocurrió por ejemplo en los dos últimos partidos contra el Sevilla en casa, en los que hubo denuncias sobre cánticos contra Antonio Puerta que uno nunca oyó en el campo (y gracias a Dios, porque pocos cánticos le resultan a uno más vomitivos que ese). Quizás alguien gritara, pero no fue en absoluto audible, ni común, ni mucho menos mayoritario. Quizás un insensato pegó unos cuantos alaridos cerca de un micrófono de ambiente y en la televisión dio la impresión de que había un fondo entero cantando. Quizás alguien quiso oír algo que le irritara y, a pesar de no escucharlo, dijo en un foro o en una red social que él lo oyó perfectamente y a ver quién demuestra lo contrario: esto es como poner en cuestión a aquél que afirma haber visto trabajando a Gonzalo Miró, a ver quién es el guapo que es capaz de presentar pruebas.
En los últimos
tiempos parece fácil atribuir al Atleti y a su grada comportamientos de rufián,
se produzcan o no. Aficionados y medios parecen salir de inicio con la idea
clarísima de que el Calderón es un campo de tipos odiosos, así, sin más, porque
sí. En buena medida es una mala fama que
se ha ganado la propia afición, quizás por seguir el juego a los más radicales,
quizás por no acallar con suficiente vehemencia a la porción minoritaria que
suele encabezar los comportamientos más reprobables, quizás por insultar a sus
propios jugadores en ocasiones. Pero entonado el mea culpa en lo que a cada uno
corresponda, parece exagerado e injusto convertir a la afición del Atleti en el
paradigma de afición antipática, verbalmente violenta y ofensiva en sus
comportamientos. Cómico, no ya exagerado ni injusto, resulta mantener que el
Atleti es un equipo de pasado noble y presente macarra como hizo hace bien poco
un periodista de El Mundo con vocación de fiel sirviente en castillo ducal;
tampoco dedicaremos más tiempo al fulano, que ya le cayó lo suyo en su momento
sin que tuviera demasiado arte para salir del paso.
A algunos, por
cierto, ya nos ha tocado dar explicaciones que no nos corresponden cuando vamos
a estadios de otras ciudades, algo altamente incómodo e irritante. Hagan pues
el favor los de insulto fácil de pensar en los correligionarios a quienes toca
emplearse a fondo para limpiar con lejía la buena imagen de la afición, el
patrimonio de todos. Hagan también el esfuerzo los simplistas a la hora de
catalogar visitantes, aquí y en todas partes.
Salió el Atleti
al Nuevo San Mamés vestido la mar de mal, con un atuendo inapropiado para un
día de estreno en ese estadio tan bonito al que aún le falta un trozo. Salió el
Atleti con un equipo raro fruto de bajas notables: ni Tiago, capital en muchos
de los partidos complicados del último tramo de liga, ni Arda Turán llegaban al
partido por lesión. Para colmo de males, se lesionó nada más empezar uno de los
jugadores más en forma y más importantes, fijo en su puesto y clave a la hora
de salir hacia adelante, Filipe Luis; en su lugar salió Insúa, rodeado de dudas
y dejando unas cuantas más por el camino.
Salió el Atleti
con una media diferente, con Raúl García y Cebolla además de Gabi y Koke y con
Diego Costa delante (más bien en un costado durante mucho rato) junto con
Adrián, y la afición se preguntaba cómo iba a resultar el inédito invento
cholero. El partido se antojaba duro, y duro fue. El Athletic, convencido de lo
que quería y revestido de esa energía extra que el nuevo San Mamés le viene
dando, hizo un primer tiempo intensísimo, sin dejar respirar, sin fisura. El
Atleti por su parte, como viene siendo habitual en los últimos partidos, esperaba
más atrás que en la primera vuelta de la liga, sin presionar tan arriba;
jugando así, cuando roba, tiene por delante demasiados metros como para llegar
con efectivos suficientes al ataque. Excepto, claro está, si se roba pronto y
el que se va hacia adelante es Diego Costa.
Así ocurrió en el
primer minuto, cuando Costa falló un gol de esos que suele marcar (también por
mérito de Herrerín, que sacó bien el pie) y de nuevo casi acabando el partido,
aunque esta vez sí marcó. Costa encaró al portero, le regateó y celebró el gol
mandando callar al público, que es algo que está feísimo por antipático y
prepotente y por ser propio de jugadores de esos que se señalan el número
cuando andan rabiosos. El gesto, tela de feo, quizás fue la reacción de Costa
ante los gritos de un número indeterminado de aficionados locales, no sabemos
si mayoría o minoría, no sabemos si solo unos pocos cerca del micrófono de
ambiente o toda la grada de lateral, no sabemos si en justa represalia por el
partido de ida o envenenados por inconscientes que llaman al odio desde medios
de comunicación sin medir bien las consecuencias más allá su minutito de gloria,
no sabemos, en fin, si maleducados aficionados del Calderón disfrazados de
bilbaínos, que se dedicaron a llamarle “hijo de puta” durante casi todo el
partido. Qué feas cosas tiene el fútbol, y no sólo el Calderón.
Entre el fallo
inicial de Costa y el gol final de Costa se vivió un partido de esos bonitos
pero sin brillo, de pelea y táctica, un partido antiguo jugado con ganas y
miedo a la vez, intenso bajo una manta de agua. El Athletic honró la
competición peleando hasta el mismísimo último minuto, cuando quizás ya no
tenía sentido, y el Atleti honró a su vitola de equipo duro y peleón de oficio,
mandíbula apretada y determinación en cada choque, encajando como una roca
cuando no puede revolotear como una mariposa y picar como una abeja. Si al
Atleti le salvó Courtois gracias a un par de paradas prodigiosas y una salida
de puños que casi acaba con Godín en el hospital, Herrerín sacó también algún
balón complicado. Aduriz marcó de cabeza en un lance de esos que para el que
suscribe no es falta (quizás sí para el árbitro, pero sólo cuando es en el
centro del campo) y Raúl García volvió a marcar un gol importantísimo, esta vez
con la zurda en remate mordido tras un disparo justo antes, también con la
zurda, que paró bien el portero. En definitiva, un buen partido de fútbol
vivido con ambiente y tensión de partido grande, que es lo que debe ser un
Athletic – Atleti de Copa.
Con la victoria visitante
en el Nuevo San Mamés, la primera que la grada inconclusa de Bilbao ve, el
Atleti cierra con nota un mes de Enero complicadísimo. Tras empatar con el
Barça y el Sevilla (este último quizás el resultado que más escuece por haber
significado no ser líder en solitario), sigue adelante en Copa tras eliminar ni
más ni menos que a Valencia y Athletic. Entre tanto, sigue el ritmo en liga
gracias a victorias de menos relumbrón pero igualmente valiosas. Enero,
fantástico, da lugar a un mes de febrero que da miedo: Real Sociedad en casa,
semifinales de Copa y enfrentamiento liguero contra el tercer equipo de Madrid,
eliminatoria de Champions contra el Milan. El equipo, con varios lesionados y
mucha carga física, sigue manteniendo el tipo en todos los frentes y lo hace
con nota gracias a la fe ciega en el partido-a-partido
que muchos ya aplicamos en la vida diaria.
Hace dos meses
mirábamos con pánico el calendario de enero, sabiendo que el equipo entraría en
el valle físico esperado. Hoy, asombrados con el resultado, ya no sabemos si
volver a mirar con pánico a febrero o, de una vez por todas, acabar de
convencernos, como el Cholo, de que así podemos llegar a donde Gabi nos lleve.
7 comentarios:
No me parece mal salir de amarillo y azul, aunque sin rayas.
Huy! Lagarto, lagarto... Yo estoy con el Maestro: ese eskyjama es horrible.
Y los del Bilbao unos paletos!
Hola,
Lo de los insultos lo doy por perdido la verdad. Se insulta mucho. Madre mía lo que decía mi padre que le caía a Alberto. O a Salcedo con sus córners. Me gustaría saber qué diría ahora con lo de Raul García.
Ahora bien, desde canijo siempre he dicho Aleti y no Atleti (que es el Bilbao) y, reconociendo que soy un poco cagón, sí que amenazo quien al Aleti le llama Atleti porque como bien es sabido quiero ser del Aleti en lugar del Atleti.
Creo que es una cosa perdida la verdad.
Un cordial saludo,
Maqrol
Hablando de insultos: http://www.mundodeportivo.com/20140131/futbol/diputado-general-de-bizkaia-cerezo-me-dijo-que-les-habiamos-pasado-el-muerto_54399766089.html
"Hijo de puta hay que decirlo más".
Parece que vuelven Diego y Banega...
Y Oliver qué?
qué disgusto lo de Luis
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