La última visita al Calderón de la temporada, justo después del 0-6 del Barça, dejó sensaciones similares a la del partido anterior. Hubo más protestas, sí, pero insuficientes. Lo que no vimos por ningún lado fue siquiera un rastro de lo que antes llamábamos Club Atlético de Madrid.
Partido a vida o muerte en el Calderón, decía la prensa, la que se ha pasado la semana contándonos las bondades de los conceptos asociados a la marca y sus jugadores. Otro más, ya van treinta y uno este año, decían los aficionados de viejo cuño, los de los abonos de cupones que se pagaban a un cobrador que venía a casa y te llamaba por tu nombre y te decía lo que habías crecido desde el año anterior. Otra conjura de esas, van veinte, decían también los que siendo más recientes en su militancia han tenido un mentor que les contara lo que este equipo era, lo que ya no es y lo que volverá a ser algún día si es que le dejan. Hay que animar hoy más que nunca, juntos podemos conseguir el Sueño Europeo decían los más permeables a la teoría del sufridor simpático y entrañable, los que llegaron al campo con el descenso pensando que el Calderón era un sitio al que se viene a pasar fatigas, aquellos que creen que la UEFA es un sueño inalcanzable. Entre unos y otros se medio llenó el campo y eso que la prensa había anunciado un lleno histórico para empujar a esos muchachos solidarios, populares, simpáticos y cercanos hacia ese logro sin par que supone ser sextos en la liga más floja de los últimos años.
Así que empezó el partido y el Celta, el descendido, tiró a puerta cuatro o cinco veces seguidas ante la indiferencia de la defensa. Hasta metió un gol Nené pero se lo anularon y nos quedamos tan tranquilos. El Atleti metió un golazo en medio del tedio, tan pronto como a tres jugadores buenos les dio por hacer lo que saben. Gol. Alborozo y mire usted qué bien, gol, oiga. Poco importó que Seitaridis hiciera su enésimo penalti tonto de la temporada y que Baiano lo marcara: poco después marcaba el Zaragoza y ahí si, ahí si que desgañitó parte de la hinchada con un estruendo digno de un título. Parte de la afición bailaba alborozada mientras una minoría mirábamos atónitos lo que ocurría en nuestra propia grada, incluida la retirada de una educadísima pancarta anti-directiva. Este campo es así, aquí no se permite decir nada que no sea laudatorio hacia la birria de equipo y directiva que nos ha tocado sufrir, pero se pueden dar mortales cuando marca un equipo que compite por la UEFA con el Atleti. En general, nadie dice nada. Bueno, algunos sí, algunos repartieron unas cartulinas con las palabras Directiva Culpable, pero la gente no entendía por qué había que protestar contra nada en ese partido tan importantísimo en el que optábamos a ser sextos.
Así que al descanso. A descansar todos. Descansaron los jugadores del Celta y descansaron los del Atleti cinco minutos más que los del Celta. Antes de que los del Atleti dejaran de descansar salió el balón a corner, sin que se entendiera bien por qué estaban los de azul ya jugando durante los minutos de descanso. Sacó el corner el Celta y metió un gol. Saltó un defensa del Celta entre cinco defensas inmóviles del Atleti y metió un gol sin oposición ninguna, casi sin querer. Los jugadores del Atleti tenían la ocasión de salvar una temporada miserablemente mediocre pero ni por esas, mejor estar quietos que saltando se cansa uno muchísimo.
El que suscribe se levantó atónito en medio de la grada de lateral, abriendo los brazos, pidiendo una explicación. Miró a su alrededor y se sintió imbécil, gesticulando sólo entre una multitud sentada que le miraba sorprendida, comiendo pipas, peinando a sus niños, mirando el reloj. A cincuenta metros de un servidor se había levantado otro atlético perplejo con expresión de pulpo en garaje. Veinte metros más allá, otro, éste con cara de levantarse de un coma profundo en el que había estado desde los tiempos en los que los corners los defendía Arteche. Un poco más abajo, un tercero con cara de todo lo anterior. El Atleti hacía el ridículo contra un equipo medio descendido, los jugadores hacían de Don Tancredo en un corner y, en medio de una grada de quince mil personas, sólo nos sentíamos molestos cuatro. Nos miramos entre nosotros, pusimos cara de habernos equivocado de sitio, nos sentamos en parte asombrados, en parte orejigachos, en parte ofendidos y seguimos viendo el esperpento.
Siguió el partido. La gente andaba inquieta, concentrada en lo que pasaba en otros campos en los que al parecer el nuevo colchonerismo se jugaba cosas más importantes. Cantaban los goles del Zaragoza, la remontada del Barça, las desgracias del vecino. Al Atleti, ni caso. Normal, es tal el tedio que provoca este equipo que la gente se fija en otras cosas. Podrían dedicarse a intentar descifrar los motivos que llevan a este Club hacia un destino fatal, pero prefieren no hacerlo. Podrían pensar en soluciones para el momento peligrosísimo que vive el equipo, pero es mejor pensar en otras cosas. Podrían incluso tomar ejemplo de otras aficiones con menos predicamento entre las agencias de publicidad. Pero no. Prefieren fijarse en otros, en los problemas de otros, como si nosotros no tuviéramos problemas.
Se fue Seitaridis y la gente le silbó un poco. Salió Agüero en cuerpo pero no en espíritu, y aunque parecía que podía darle una vuelta al tema, se quedó en ná. La poca esperanza que quedaba fue asesinada por Luccin en un nuevo alarde de inutilidad. El lunes pasado presumía de interés por parte del Barça y el sábado se quitaba de en medio en un partido para el que al parecer la plantilla se había comprometido a dar lo mejor de sí. Gracias, hombre. Se fue Luccin y no escuchó una bronca histórica, no, se oyeron unos pocos pitos y gracias. Total, poco después marcó de nuevo Baiano y ya no merecía la pena ni gritar ni nada, mejor pensar en irse rápido que luego hay muchísimo tráfico y verás a qué hora llego a casa.
Parte del fondo sur se había ido, harta del bochorno. Algunos de estos se fueron al palco a reclamarle al presidente y ad-láteres, a pedirle explicaciones, a mostrar su monumental cabreo. Uno, que es tonto como saben, pensaba que éste iba a ser el detonante de una protesta en toda regla que pusiera las peras al cuarto a todo empleado del club. Se oyeron algunos gritos desde el fondo sur, algunos más desde la grada de lateral. Ahí quedó el tema. La gente seguía a lo suyo, a partidos de terceros equipos que se disputaban en Zaragoza y Barcelona. En el palco, y según muestra la televisión, el Presidente del Club Atlético de Madrid se dedicaba a increpar a sus propios aficionados por tener la osadía de pedirle que haga algo. El Presidente hacía de menos a los que cuando pierde el equipo no cenan del disgusto, a los que se avergüenzan cada lunes por cosas que otros hacen, a los que hacen socios a sus hijos antes de nacer. Se giraba parte de la afición al palco no sólo en ejercicio de su perfecto derecho sino cumpliendo con su deber, y el Presidente, el que debe velar por ella, les mandaba a paseo. Lo que nos faltaba.
En el campo, diez almas en pena y condenadas (salvo dos de ellas, Torres y Maxi, aún con esperanzas de vida eterna) hacían las delicias de la afición del Celta, que no se esperaba el regalo de los nuestros. La afición del Atleti, la que suponemos nuestra, mientras tanto callaba y oía la radio y volvía a peinar al niño. Mientras en Sevilla se montaba la de San Quintín por un cero a cinco, la afición del Atleti seguía con interés al Zaragoza; ya habían soportado un cero a seis en silencio, como los de los anuncios de Hemoal, así que no iban a molestarse por tres golitos de nada marcados por un equipo casi descendido, especialmente ahora que el Zaragoza jugaba en casa. El partido acababa con otro gol de Maxi y con un nuevo ejemplo de indiferencia de la mejor afición del mundo, herida por el mazado del gol de Van Nistelrooy sí sí, no por los goles de Baiano sino por los goles de otros. Al pitar el árbitro sonó el himno a mucho más volumen de lo habitual, acallando cualquier silbido por tímido que fuera: en el Atleti actual, el que controle el mando del volumen de la música controla a esta afición incapaz, salvo excepciones, de forzar una cuerda vocal para defender una institución de más de 100 años.
Al salir del estadio, aturdidos, los cuatro aficionados que nos habíamos levantado tras el segundo gol y algunos otros cientos, quizás incluso un par de miles, nos preguntábamos qué hacíamos allí. Qué había pasado, de qué campo salíamos, entre qué afición nos habíamos sentado. Qué equipo era ese que llevaba la camiseta del nuestro, qué criterios seguían esos aficionados que se sentaban cerca de nosotros, por qué preferían seguir escuchando la radio en vez de rabiar mientras nuestro Atleti se hundía. En definitiva, nos repetíamos una pregunta que llevamos tiempo haciéndonos: ¿es esto el Atleti?
Ahora viene otra pregunta, la de cada verano, la de la indecisión, la de la pugna entre lo que te crees que debes hacer y lo que quizás no debas tolerar: ¿Debemos seguir abonándonos a este espectáculo? ¿Debemos contribuir a la pantomima de los últimos años? ¿Merece la pena esto? ¿Tiene sentido no abandonar definitivamente este sinsentido? Si nos vamos de la grada, ¿ocupará nuestro asiento un aficionado de los que escuchan al Zaragoza mientras nuestro equipo pierde prestigio? ¿Es más importante conservar el número del abono que nos regalaron en nuestra infancia o dejar de ser coartada de esta situación? Difícil decisión. Durante los próximos días, algunos harán cálculos de probabilidades sobre el Mallorca, el Nástic y el campeonato. Otros daremos vueltas a estas preguntas y nos sentiremos como el que inspiró Girlfriend in a coma. Maldita sea.
2 comentarios:
Los aficionados, por su pasividad, culpables. Los ¿propietarios? del club y su nefasta gestión, culpables. Los jugadores, salvo honrosas excepciones, con su indolencia y mediocridad, culpables. La prensa, que pega duro a otros clubes cuando les van mal las cosas, pero que a nosotros nos toman a chufla (y lamentablemente los peores son los que se definen como "atléticos", con sospechosos intereses con la actual junta directiva), culpables.
Lo del sábado pasado fue lamentable, ¿no visteis como se encaró Pablo Ibañez con la gente cuando fue sustituido? ¿Os habéis fijado bien en la cara de desolación de los niños (nuestros hijos) que van al estadio? Y la gente que saca pecho diciendo que lleva 30, 40,50 años como socio, termina el partido y te dan una palmadita en la espalda y te dicen, "no te lo tomes así macho, que esto es el atleti". Vamos no me jodas.
La única solución pasa por la marcha de los Giles y los Cerezos.
Además, la afición debe reaccionar ya. Esta anestesiada.
Debemos seguir la lucha para devolver la grandeza a nuestro club
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