jueves, 25 de diciembre de 2008

Sevillanas del colchón

(versión libre de Los Cuatro Detectives de Pepe Da Rosa)

http://es.youtube.com/watch?v=b_82SG7Be6M



¿P’arruinar un equipo de postín?,
Pregunte a Gil Marín.

Pregunte a Gil Marín si es que lo encuentra,
Miremos si se esconde tras la puerta;
Busquemos a ver si en las oficinas
O en la M-30 dando vueltecitas
Esperando una oferta.

Le importa poco si gana el equipo
Le importa mucho más el anticipo
Al fin y al cabo sabe poco de esto;
Si puede va y desaparece el tipo,
y luego tuerce el gesto.

El club ya no es un club que es una marca,
éste convierte el mar en una charca,
o un cinco estrellas en un cuchitril,
que lo que quiere es guita para el arca,
las cosas de los Gil.

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Aquí una garantía de tropiezo:
Don Enrique Cerezo.

El hombre es cineasta de carrera,
el tío tiene un look bastante hortera
no se lleva muy bien con la sintaxis
le gustaría ser de barrio pera
y coge muchos taxis.

Se pone camisetas repelentes,
suele decir cosas inconvenientes,
lo suyo es buscar el pelotazo
entre la construcción y el aguardiente,
presume de pelazo.

El abono te quita por pesao,
promete jugadores del mercao,
cuando el equipo provoca el bostezo
a más de uno le hubiera gustao
cogerle del pescuezo.

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¿Buscan entrenador de pelo cano?
Aguirre el mexicano.

Aguirre tiene dientes de dentista
Y antes que fraile ya fue futbolista,
Trata de maravilla con la prensa
y ésta que la verdad que no es muy lista
le afea la defensa.

Aguirre tiene fama de cobarde
y esto se dice más pronto que tarde,
que luego aunque el equipo va ganando,
la grada con Aguirre está que arde
y termina silbando.

Y piensa la afición más analista,
que al hombre le ficharon hasta a Mista.
y aunque tampoco sea que les pirre
termina al final por ser papista
y defender a Aguirre.

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¿Un tipo del que habla el mundo entero?
Aquí está el Kun Agüero.

Aquí está el Kun Agüero con Forlán,
y aquí cerquita anda el capitán,
y por si falta algo un portugués
que regatea con un ademán,
poesía con los pies.

En la media tenemos ya mas dudas
aunque está el de la estampa cabezuda
que defiende al derecho y al revés,
pero el hombre necesita la ayuda
del otro portugués.

En la defensa un bárbaro que es checo,
un holandés un poco contrahecho,
un griego al que le tenemos manía
y el bueno de Mariano, de Pernía,
nuestro ojito derecho.

lunes, 22 de diciembre de 2008

El partido, el presente, el futuro y el caldo de puchero

Jugó el Atleti un partido raro, con altos y bajos y dimes y diretes y metió tres goles, acabó ganando, se puso tercero y se va de vacaciones con cara de triunfador. Quién nos lo iba a decir hace unas semanas.


El partido

El Atleti jugó el sábado un partido que debía ganar y lo ganó. Lo pasó mal a ratos y bien a otros, encajó un par de goles que se deberían evitar y marcó tres goles complicados de evitar para el rival. El Atleti, a estas alturas ya lo saben, salió con aires de jefe y marcó un gol pronto; cuando el rival estaba pensando más en cómo evitar la derrota que en reponerse del gol, el Atleti se dejó ir, y no es la primera vez esta temporada. La novedad está en lo que ocurrió tras el previsible empate del Espanyol: el Atleti volvió a meterse en la pelea, apretó los dientes y la sacó adelante, a pesar de ceder un gol tonto en un momento complicado.

Varias cosas destacan del partido del sábado, al que tampoco prestaremos tanta atención visto el tiempo que ya ha pasado. Parece claro la defensa sin Ujfalusi adquiere consistencia del turrón blando y a ratos suena a matasuegras, la banda sonora de algunos despejes de Pablo el sábado y de algunas acciones de Pernía. También parece que la media sigue sin tener la solidez que debería, sigue sin estar a la altura que el equipo necesita aunque parece haber mejorado algo respecto a los últimos tiempos. Assunçao tiene claro su función defensiva y la cumple a pesar de dejar con frecuencia la creación algo coja; de ésta se encarga Maniche, más entonado en los dos últimos partidos y más participativo desde la segunda línea en ataque, menos ausente aunque mantiene sus lagunas, que para ellas sí es fiel. Aún así, falta alguien que actúe de rey y por ahora sólo encontramos un eficaz cartero real (de la corte de Baltasar) y un tipo con peinado de paje que a ratos ejerce de camello - y nos referimos al trote cansino y no a otra cosa, oiga.

La delantera es otro tema. Ahora sólo se habla de ellos, de los cuatro de delante, los cuatro magníficos, los cuatro fantásticos. Hace una semana eran los tres de delante, los tres tenores, los tres de Castilla. Hace un mes el Kun estaba desconocido, Forlán estaba enfadadísimo, Maxi estaba acabado y Simao sí estaba, ese sí. Ya no. La prensa, la afición y el Atleti tienen estas cosas, no me lo negarán Vds. El caso es que ahora hay cuatro tipos en la delantera que meten miedo. Uno fuerte, uno delgadito, uno rubio y uno chiquitillo. Uno puede hacer de decurión romano, otro de pastorcillo con chaleco de borrego y alpargatas (que no me negarán que le pega), otro de ángel con túnica azul celeste y el último puede hacer lo que le dé la gana, que lo hará bien. Uno lleva un tiempo volviendo y parece que ya ha vuelto, y de qué manera: el sábado lo dejó claro metiendo un golazo primero y un gol extraordinario después. El segundo y el tercero no tuvieron el sábado su mejor día, lo que significa que jugaron sólo bien y no maravillosamente bien. El último siempre consigue hacerle a uno sonreir cuando juega y no porque lo haga con nariz y gafas del cotillón, que tampoco estaría mal.

El Atleti es tercero, que no es un puesto para tirar cohetes pero sí para tirar de optimismo. Ha remontado puntos, está en la pelea con los equipos con los que se debería medir mientras se sigue la estela del Barça como si fuera la estrella de Belén. El aficionado más nuevo se congratula de llegar a navidades por delante del otro equipo grande de la capital y hace bromas y chincha al vecino del tercero, como si eso fuera suficiente, como si el Atleti se contentara con disputar las metas volantes. El aficionado veterano sabe que cualquier cosa puede pasar, que con dos tropiezos está de nuevo uno lejos de los puestos de interés y que hay que vivir el momento mientras se mira a metas más altas. Uno y otro, eso sí, cambiarán de año con una sensación diferente a la de otras nocheviejas recientes.

El presente

El presente del Atleti es más brillante de lo que uno podía esperar, más sólido de lo que uno se atrevía a sospechar y más halagüeño de lo que el optimista moderado podía intuir. El Atleti es tercero, que no es mucho pero es más que ser cuarto. O quinto, que es un puesto que, desde que hay Champions, molesta muchísimo. El Atleti mete una barbaridad de goles, encaja más de los que debe y entretiene más que hace años, que no es poco. En el Atleti juegan dos o tres buenos jugadores, dos muy buenos y dos fuera de serie; eso sí, algún petardo también, no crean. En el Calderón se han visto buenas jugadas y menos buenos partidos, buenos goles y pocos baños al rival. Se han visto goles en contra que no deberían encajarse y pifias dignas de Noche de Impacto. Se ha visto un equipo roto por el medio que juega volcado al ataque y una defensa numantina resistiendo en Liverpool. El Atleti es más divertido de ver que antes, gana más partidos que antes y transmite unas sensaciones alegres que hace dos años nos parecían fuera de toda esperanza.

El Atleti sigue teniendo lagunas y problemas, fallos garrafales a la hora de gestionar situaciones que debería dominar. El sábado contra el Espanyol el Atleti mostró las dos caras que tan tranquilos y tan nerviosos nos ponen: el equipo que apabulla al rival al ataque y el equipo que renuncia a matar los partidos y se acurruca en su sofá. Uno, que, como saben, es tonto, no entiende bien por qué el Atleti actúa así. El Atleti sabe que ataca bien y que defiende así-así; empero, cuando marca un gol y tiene al rival groggy tiende a conformarse con la ventaja y no agrandarla, como si tuviera una fe ciega en su capacidad de resistir asedios con torería; el resultado es que se terminan pasando fatigas cuando se debería estar invitando a vino por rondas y uno no termina de explicárselo. Se diría que si el Atleti fuera un tenista diestro y ganase un set contra un rival moralmente hundido, empezaría a jugar el siguiente con la raqueta en la izquierda, como invitando al rival a reponerse. Uno esperaba que el Atleti del sábado, que marcó pronto y con solvencia, hubiera llegado al medio tiempo con ventaja suficiente como para sestear al final del partido, pero el Atleti es más de siesta del carnero y de correr a los postres, que sienta fatal. Bien pensado esto, que es lo contrario que haría cualquier persona sensata, es lo que le pega al Atleti.

Este trastorno de doble personalidad ha terminado por dividir a la permeable afición colchonera, que forma bandos irreconciliables entre anti-aguirristas y aguirristas. Los primeros achacan al entrenador falta de valor y de trabajo; los segundos hablan de números y de objetivos cumplidos. Los primeros acusan al entrenador de ser culpable de todos los males del equipo y los segundos acusan a los primeros de no dar mérito al mexicano cuando el equipo gana. Los primeros afean a Aguirre el trato dispensado a Camacho, y ahí no hay quien les tosa; los segundos hablan del Atleti más goleador de los últimos cincuenta años gracias a que un entrenador cobarde que sale con cuatro delanteros y ahí los primeros se quedan en rojiblanco, que en blanco sólo está feo. Los primeros culpan a Aguirre de la mala colocación de la defensa, de la falta de ambición del equipo, de la querencia a dar el partido por resuelto cuando la ventaja no es suficiente y de entrenar jugando al fut-voley. Los segundos apelan a la mala confección de la plantilla, hecha a empujones (este año todos de banda, el siguiente todos mediocentros defensivos), y dicen que Aguirre hace más que suficiente gestionando un grupo limitado con brillantes excepciones de la manera que lo hace. Los primeros no soportan a Aguirre y critican su peinado, su acento y sus brillantes piezas dentales, le echan en cara ser amable e insinúan su participación en el 11-S. Los segundos se encuentran en una situación curiosa porque, sin ser Aguirre su entrenador favorito de todos los tiempos, han visto cómo radicalizaban su posición para llevar la contraria a aquellos que lo envían diariamente a los infiernos; así, han pasado de opinar que Aguirre no lo hacía bien pero tampoco mal a entrar en airadas discusiones en su favor, y hay quien hasta se ha cortado el pelo a cepillo y se lo ha decolorado, para provocar.

Uno, entendiendo en algunas cosas a los primeros se alinea no obstante con los segundos aunque, eso sí, el pelo es natural. Un pelazo, oiga.

El futuro

Al Atleti le llega un principio de mes de enero difícil, y después le llegará un valle hasta un final de febrero y principio de marzo terrorífico. Durante esas fechas, hasta que vuelva la Champions y los cuatro partidos de liga contra el Barça y los rivales directos, el equipo deberá puntuar lo suficiente como para poder permitirse algún traspiés y llegar entero a la última parte del campeonato. Desde el derbi el Atleti lleva quince partidos sin perder, ha hecho acopio de puntos con la diligencia con la que las ardillas hacen acopio de avellanas ante el invierno y está en el lío junto con algunos equipos que parecían inalcanzables hace unas jornadas.

Al equipo le falta apuntalar algún puesto y si la directiva fuera consciente de cómo funciona esto del fútbol, que esa es otra, entendería que con algún refuerzo en los laterales y un centrocampista de tronío habría equipo para mucho más que tirar una moneda al aire. Uno cree que Aguirre, consciente de que del cuerpo técnico se puede esperar poco más que gráciles fotos para la portada del Forza Atleti, dosifica la plantilla consciente de su cortedad. Raúl García ha jugado en Champions pero no en Liga, aunque últimamente haga más en veinte minutos que muchos en cuatro partidos; cuando el Kun vio algún partido desde el banquillo, ya dijo que estaba muy bien ver a todos los delanteros juntos, pero que eso debería poder hacerlo en febrero. Uno cree que Aguirre ha hecho cuentas y maneja tablas de excel y el calendario zaragozano para calcular las posibles puntuaciones de los rivales en las últimas jornadas de liga y que sabe que, si se repite lo que ha pasado hasta ahora, el equipo puede que siga en las posiciones altas unas semanas y baje luego para volver a subir. Y uno espera no equivocarse, porque si sale saldrán las cosas bien, mejor de lo que uno podría esperar. Mientras tanto, eso sí, disfrutemos.

El caldo de puchero

Ingredientes:
100 gr. de garbanzos remojados (2 horas)
2 patatas,
2 zanahorias,
1 ramita de apio,
1 puerro,
1 nabo,
hierbabuena picada,
1 pechuga de gallina,
1 hueso fresco de cerdo,
1 hueso seco de jamon,
100 gr. de tocino salado,
100 gr. de cuadraditos de pan frito,
150 gr. de jamon serrano,
1 huevo duro,
agua,
sal.


Preparación:
Pelar las patatas, zanahorias, puerro, nabo y apio. Trocearlo todo. Poner en un puchero, al fuego, con agua fría y echar en el los garbanzos y las verduras preparadas, Así como la pechuga de gallina, los huesos, el tocino y la sal. Dejar al fuego de 1/2horas a 2 horas para que cueza lentamente.
Cuando haya mermado bastante el caldo, y este todo tierno, verterlo en una sopera. Añadir la hierbabuena, los cuadraditos de pan y jamón y el huevo duro pelado y muy picado. Servir caliente a la mesa.

(Nota del autor: la receta es gentileza de La Buena Mesa. Eso sí, a mi me sobra el pan frito)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Dispersa crónica de un Atleti - Betis

Jugó el Atleti un buen partido en ataque, un partido aceptable en defensa y más flojo en el medio del campo y ganó al Betis, que jugó un buen partido en medio campo y más flojo en el resto. Al final, es lo que tiene tener buenos delanteros.


En el día en el que el público del Calderón acudía por primera vez al campo tras conocerse que la directiva del Club había llegado a un acuerdo con el alcalde de Madrid para trasladar los partidos del Atleti a la Peineta, nadie pareció hacerse eco en las gradas de que en breve ya no veríamos al equipo desde el mismo sitio. La afición del Calderón, que tanto habla de ella misma y tanto presume de ser los que aquí está y estos son, se acordó poco de su estadio en el día en el que más había que acordarse. Nula fue la presencia de pancartas mostrando el acuerdo o el desacuerdo de la decisión, y menos presente aún se hizo el debate en la grada y en los bares. A la pregunta bueno-qué-que-nos-venden-el-estadio-¿no? el hincha colchonero responde con encogiendo los hombros y pasando a otra cosa, mariposa. Uno no sabe si al final es que al Calderón le han terminado por coger manía gracias a la cantinela repetida una y mil veces de que es un campo incómodo, mal comunicado y carente de zonas vip en cada esquina, o que la gente se ha resignado a que todo se haga sin consultarles. A estas alturas parece que a todo el mundo le da igual dónde se lleven al equipo, dónde juegue el Atleti, si hay pista de atletismo o no, si el traslado está justificado o no, si el fútbol ser verá bien o mal o habrá ambiente o no lo habrá, si tanto cambio valdrá para algo o para nada en absoluto. Si acaso, parece que al aficionado le preocupa el hecho de que habrá que cambiar las canciones, que Calderón rima la mar de bien con pasión, emoción y corazón. El único que ve solución fácil a la rima que la Peineta sugiere es nuestro héroe, el portadista del Forza Atleti, pero no diremos qué tiene pensado porque estas líneas las leen niños y señores decentes.

En el día en el que el Atleti jugaba en casa y empezaba la marcha atrás oficial para el derribo de ese estadio que construyeron los que vinieron antes que nosotros abriendo brecha, la gente no se preocupaba más que de pasar en la clasificación al otro equipo grande de la capital. Y eso que no se le iba a pasar para ponerse primeros a falta de una jornada, no, que se trataba de ser quintos. Quintos. Hoy algunos aficionados colchoneros llegaban a la oficina haciendo burla a sus vecinos de departamento y entraban dando voces en el bar donde, cada día, rinden su merecido y particular homenaje al inventor del churro. Y uno, que es un escéptico y un tristón, y eso que algún lector de postín piensa que es un desmesurado optimista, no sabe qué pensar. No sabe si a la gente le da igual todo o si ha perdido el norte o si no se da cuenta de lo que de verdad importa y lo que no. No sabe si la afición tiene una miopía histórica que le impide ver de lejos y sólo ver lo inmediato, el quinto puesto del domingo, el atasco de menos cinco, el frío del invierno que, como todos los años, dará paso a la primavera. Hay veces en las que también nosotros, los escépticos, los irritados, los desengañados, los iracundos y hasta los rabiosos, nos vemos en la tentación de encogernos de hombros y decir a otra cosa, mariposa. Pero en este caso no sería mirando al cambio de estadio o a la gestión del Club, sino a la grada repleta de esa gente que, quizás con más razón que nosotros, se limitan a ver en el Atleti un pasatiempo de dos horas por semana.
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En fin, a lo que íbamos. Salió el Atleti del vestuario en una noche gélida de esas que últimamente vivimos en el Calderón y el público, vestido de esquimal, aplaudió con guantes y manoplas haciendo ese sonido sordo y hueco de las ovaciones con guantes que no son ovaciones ni son ná, qué lástima más grande. Salió el Atleti vestido de Atleti y salió el Betis vestido de cortina de baño, en tonos verdeagua y turquesa con pantalón negro. Este chocante atuendo lo completaba el bético Nelson con unas mallas negras, calcetines y botas blancas y pelo afro y gracias a semejante guisa si por la banda hubiera salido a calentar Danny Amatullo a nadie le hubiera extrañado. Tal era el despliegue cromático del rival que hasta parte de la afición bética, numerosa y alegre y afortunadamente siempre bien recibida en el Calderón, completaba su atuendo visitante de bufanda verdiblanca con un sombrero floreado que ni en Ascot, oiga.

Repuestas las córneas de la concurrencia, el partido se inició como se inician todos los partidos, esto es, con un pitido, también llamado pitido inicial. El pitido inicial es muy socorrido para los cronistas deportivos, quienes hablan del pitido inicial como si fuera un ente con vida propia que marca el antes y el después de importantes acontecimientos históricos. Un pitido es un sonido molesto y chirriante que se aloja en el oído cuando hablan mal de uno, que es algo frecuente y justificado, y especialmente impertinente cuando lo hace alguien desde un coche en el momento en el que uno se dispone a cruzar un paso de cebra y se da un susto y da un saltito y pierde la compostura. Los pitidos suenan cuando uno se pasa de la raya, cuando uno se equivoca en los tests de conducir o cuando un guardia le llama a uno al orden y le pone una multa. El pitido inicial, empero, es un señor pitido del que todos hablan, un pitido de campanillas que entra en los bares de moda sin esperar cola y que conduce un deportivo rojo sin claxon, que para eso está él. El pitido inicial es un tío, esto no hay quien lo niegue.

Bueno, a lo nuestro. Salió el Atleti a jugar y la grada sufría viendo a los suyos. Y no hablamos del juego desplegado, de la fiereza del rival o de lo complicado de la empresa, no: hablamos del pantalón corto. El Atleti jugó a una hora que invita a quedarse en casa con una manta a pesar de estar bajo techo y con una sopa, si es posible de esas con estrellitas o, mejor aún, sopa de letras. En el Calderón el invierno pega fuerte, sobre todo en los últimos quince minutos de partido, ese cuarto de hora mítico del Calderón en el que lo normal es llegar con un gol de ventaja y el equipo metido atrás sacando balones como quien achica agua en un naufragio. En el Calderón hace frío, sí, y siempre lo ha hecho, pero ahora parece que el frío de las noches de invierno es algo intolerable para el ser humano a pesar de haber sido así desde la noche de los tiempos, y es un argumento muy utilizado por los partidarios de la emigración a Canillejas, como si allí hubiera un microclima. Parte de la afición colchonera, más comodona de lo que la decencia recomienda, ve intolerable que en diciembre haga frío, como si esto fuera algo raro. Antes en diciembre se pasaba frío y nadie se quejaba por ello, y hasta había quien desarrollaba pelo de invierno, ese pelo que los novillos tiran en primavera y que aún les adorna la testuz en las primeras corridas de la temporada. Pero ahora no, oiga, ahora es intolerable que haga frío en invierno, es intolerable no poder ir al campo y aparcar justo en la puerta, de hecho parece poco tolerable que el estadio tenga gradas y asientos y no sea un estadio drive-in en el que ver el partido desde dentro del coche, calentito. Uy que frío, vámonos a otro estadio que este frío no hay quien lo aguante, vámonos pero ya, oiga, al parecer el nuevo estadio viene con calefacción, mesa camilla individual y tetera.

- yo es que soy más de caldo
- pues con infiernillo y puchero entonces, una maravilla de campo, oiga.

Bueno, a ver, que nos dispersamos. Jugó el Atleti un buen primer rato, con Maniche más presente y motivado que en otros partidos, y el resultado fueron unos primeros veinte minutos con idas y vueltas y fútbol de ataque. Con algo menos de precisión de la deseada cerraba el Atleti las jugadas, que las hubo, y el Betis miraba como pensando que o paraba a los de delante o podía pasarlas canutas. Maxi, que ya había avisado de que a él el frío como que le importa poco, marcó un bueno gol tras excelente pase de Maniche y de paso dejó claro que la vuelta que venía anunciando desde hace unos partidos es ya una realidad. Maxi participó ayer más de lo que venía haciendo y se pareció más al Maxi de siempre, al de los diez golitos por temporada, al que aparece siempre en ese hueco que él siempre ve mejor que los demás igual que el gran Antonio Ordóñez veía mejor que el resto su rincón, el rincón de Ordóñez, el rincón de Maxi.

El gol tuvo, una vez más, un efecto raro. Assunçao, más tercer central que nunca, ayuda mucho a mantener la línea defensiva pero ayuda también a dejar un enorme hueco en el centro del centro que Maniche sólo, en parte por ser más terreno del que puede abarcar y en parte por su querencia a la desaparición, no cubre. El resultado es que los centrocampistas rivales reciben el balón con comodidad, se giran, miran, evalúan las distintas posibilidades y hasta tienen tiempo de darse una palmada en la frente al recordar que no han sacado la basura y ya es tarde. El centro del campo del Betis, potente gracias a Emaná y Damiá y con calidad gracias a Capi y al pausado pero efectivo Mehmet Aurelio se hacía con el del Atleti, colocado muy cerca de su área y con una gran pradera por delante en la que Maniche, a ratos, parece un enano de jardín. El resultado fue un segundo tiempo con jugadas del Atleti y con más control del Betis, ataques contra el área local, alguna intervención destacable de Leo Franco, sobre todo una en la que solucionó con torería un mano a mano con Sergio García y algún despeje cómico de la defensa. En ésta, sólo Ujfalusi parece mantener la solvencia con regularidad y sacar el balón con comodidad cuando la ocasión lo requiere. Tanto los laterales como Heitinga transmiten dudas a la hora de subir el balón, y en las bandas cada vez que Simao o Maxi tardan en recuperar la posición se producen situaciones alarmantes mientras que, cuando los laterales se desdoblan y llegan a la línea de fondo no siempre centran con la precisión deseada. Aún así el Betis tiró poco a puerta y uno cree que si a Sergio García le acompañara un delantero rematador marcarían con más facilidad.

Mediada la segunda parte el Atleti resistía el control del Betis y cada vez que éste terminaba jugada sin resultado, la grada respiraba como si en vez de quedar veinticinco minutos quedaran treinta segundos. El Atleti, eso sí, tiene cuatro tipos por delante capaces de causar insomnio a cualquier equipo europeo y si Maniche se incorpora con criterio como hizo ayer en varias ocasiones, es cuestión de tiempo el que le den a uno un susto; cosas del destino, el Atleti, que sale rápido cuando se roba el balón en el centro del campo o que aprovecha un despeje para crear una jugada de ataque, presenta a veces síntomas de volver a jugar al contraataque, el estilo que marcó a la grada que pronto echarán abajo con una piqueta. Cualquier día, eso sí, nos dicen que la directiva ha cambiado el contraataque por una parcela con acometida de luz y la gente preguntará si se puede aparcar cerca con comodidad, que es lo importante.

El susto tardó ayer en llegar, eso sí, y fue por cierta indolencia del centro del campo y defensa por presionar, por agobiar al rival. A la primera que se hizo una presión conjunta, con Raúl García ya en el campo, se robó un balón que acabó en Forlán. Forlán, quien lanza un contraataque con mucha más facilidad y mucho más peligro que muchos de nuestros floreados centrocampistas le puso un balón al Kun para que se quedara sólo ante Casto. La misma jugada que había fallado Sergio García un rato antes y que el día anterior había parado Víctor Valdés, la jugada que es un sueño y una pesadilla a la vez para un delantero, la posibilidad de verse sólo delante de un portero y con cincuenta mil tipos que te exigen que no cometas un fallo, el ejemplo perfecto de la situación estresante, con permiso del penalty de la presentación de la serie de Naranjito. Pero Agüero, ya saben Vds, es diferente y en esas le da tiempo a mirar al portero dos, tres veces, a decidir con firmeza y determinación y no perderse en elucubraciones; a marcar, vaya, a meter gol aunque casi todos los que leemos esto, también Vd, el de la chaqueta de coderas, sí, sabemos a ciencia cierta que en esa misma situación fallaríamos estrepitosamente y acabaríamos prematuramente con nuestra carrera deportiva. Dos cero, una victoria importante en un momento importante contra un buen rival que, de haber tenido más gol, no habría puesto las cosas tan fáciles.

El Atleti es quinto, que no es para tanto, pero está a tiro del segundo puesto. El Barça parece inalcanzable y a estas alturas, si se repite la dinámica de la primera vuelta ya vivida, la liga puede acabar con una melé de cinco equipos peleando por cuatro puestos. Cuando llegue ese momento harán falta todos los jugadores, todos los de arriba, los que marcan la diferencia. Hará falta tener claro qué se quiere, qué se merece y qué se debe conseguir. Hará también falta la grada y su aliento, la fuerza que transmite, y no valdrá para nada la grada que se contenta con hacer burla cinco minutos a su vecino de escalera, la que mira hacia otro lado cuando le dicen que no volverá a ese campo en el que hace tanto frío y se jugaba al contraataque cuando las cosas eran de otra forma.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿A quién venimos a ver?

(escrito el 6 de Noviembre de 2007, publicado el 11 de Diciembre de 2008)

Cuando ya no éramos tan pequeños y nos salió un poco de bigote y alguna espinilla y se nos quitó la cara de niño pero no la de tonto, nos hicimos socios. Hasta entonces comprábamos las entradas infantiles por cien pesetas en la planta de deportes de El Corte Inglés, en un chiringuito que ponían al final de una planta para que no se viera apenas. La zona del estadio reservada a los niños estaba en el fondo, tras el corner que está debajo de la parte del estadio que queda abierta sobre la M-30. Nos sentábamos cerca de la valla, que no había foso ni nada aún, casi a ras de campo para ver mejor a los jugadores. Y veíamos a Aguinaga de espaldas, y a Pereira, y a Dirceu, y a Leal, y a Robi, y a Rubio, y a Marcos, y a Arteche, y también veíamos a Votava corretear con su bigote y nos hacía mucha gracia.

Nos hicimos algo mayores pero no más sabios y nuestros padres nos regalaron el carnet de socio, ese que se renovaba pagando al cobrador que venía a casa y nos preguntaba cómo iban los estudios. Ya no íbamos al fútbol en autobús porque nos llevaba Manuel, que ya tenía 18 años el tío, y que sigue viniendo en coche a pesar de que desde hace 30 años se queja de lo mal que se aparca en el Calderón. Íbamos en un 127 amarillo anaranjado color spontex y a veces en el R-12 de su padre, que hay que ver lo bien que andaba. Íbamos por Atocha y a veces por Mendez Álvaro, que era más rápido porque llegabas a la calle Embajadores desde la calle Áncora, que luego se llama Palos de la Frontera. Pasábamos delante del edificio de Osram, ahora un edificio oficial, uno de esos edificios preciosos que hay en Madrid y que los madrileños no vemos por esa manía nuestra de ir mirando al coche de delante o al suelo (por si pisamos algo, será). Así había menos tráfico, si no el túnel de Atocha se ponía a reventar si es que ya había túnel, que con la demolición del excalextric me lío.

La forma de llegar al estadio era más importante de lo que podría parecer a simple vista. El itinerario oficial pasaba por la esquina de la calle Ibiza con Menéndez Pelayo, donde recogíamos a Jesús, que esperaba siempre con una bufanda al cuello, bufanda que no lleva desde hace unos años posiblemente en protesta por la horrible gestión del club que un día ayudara a gestionar su padre - quien al parecer nos lee aunque no nos lo merezcamos. De allí elegíamos si íbamos por Atocha o por Méndez Álvaro dependiendo de los resultados anteriores; si tirábamos por el túnel de Menéndez Pelayo, alguien en el R-12 nos recordaba que la última vez que no fuimos por Atocha acabamos empatando con el Athletic de Bilbao en el último minuto. Tomábamos entonces rumbo al atasco de Atocha y veíamos coches con las bufandas por fuera, y gente oyendo la radio, y madres abrigando a sus hijos. Si ganábamos, volvíamos por Atocha hasta que había una debacle y volvíamos a ir por Méndez Álvaro, cosas de la superstición que siempre ha acompañado al campo a una buena parte de la afición colchonera.

Llegábamos al estadio un rato antes del partido y aparcábamos en unos descampados que parecían sacados de “La Busca” y que había al lado de las vías del tren que ya no están. Entrábamos entre barro, subiendo el coche por las aceras como si fuera un todo-terreno: hay que ver qué buenos eran los 127 y los R-12. Nos pedían cinco duros unos tipos que pululaban por los solares con aspecto desasosegante, y aunque yo era jovencillo y tan tonto como ahora, ya me daba cuenta de que lo que de verdad nos venían a decir es que si no les dábamos cinco duros nos rompían el cristal del coche. También había un solar en el Paseo de Pontones, enfrente de la Mahou, al que se entraba por un vado y en el que también te cobraban el impuesto revolucionario. Pagábamos pero daba igual: había poco sitio donde aparcar, no había mucho tiempo y al final a lo que íbamos era a ver al Atleti, que era lo importante.

Antes de entrar al campo nos tomábamos una coca-cola, luego un café cortado, luego, con la edad, un pacharán. O un sol y sombra, como el que se pidió Icho un miércoles europeo ante la asombrada mirada de su hermano, en la época en la que quedábamos un rato antes en el bar “Los Caracoles” de la calle Toledo, los mejores caracoles de Madrid y casi de España, oiga. Bajábamos hacia el estadio y parábamos en los bares que están en la esquina de Paseo de Pontones con Paseo de los Melancólicos hasta que una temporada a la policía le dio por pedirle a todo el mundo que se disolviera, como si fueran un alka-seltzer, y no volvimos. Íbamos al estadio desde ahí cumpliendo con el ritual que cada temporada nos auto-imponíamos. A veces íbamos por la acera izquierda, otras veces entrábamos por una puerta y no por otra, un año entero fue el que suscribe con un jersey de lana gorda talismán, incluso a los partidos de mayo, pasando calores y fatigas. Ahora, el último rito, siempre compramos en el mismo puesto, a la misma chica, Eva, variando el producto (pipas, chicles de menta, regalices o caramelos) según la racha del equipo.

Al principio teníamos el abono en el primer anfiteatro del fondo Norte, De ahí bajamos a grada de lateral, cerca del fondo también. Nos sentábamos los de siempre: Jesús, Manuel, Miguelito, el gran Antonio (que en paz descanse), Carlos (que en paz descanse también), luego Icho y sus primos y Chufa y Pablo y alguno más de los que me olvido y mañana me arrepentiré de haberlo hecho. De tanto ir al mismo sitio, de tanto abrazarnos sin conocernos para celebrar los goles, acabamos siendo amigos de los vecinos de sector: los hermanos, Paco y Víctor, y ese señor mayor a quien le tiró las gafas en una avalancha un vecino de localidad igualito a Moncho Borrajo. Y de un señor bajito con gorra de mayoral y aspecto de irlandés de película de John Ford al que bautizamos Smitie, y de esos dos señores, padre e hijo, que compartían auriculares (cada uno un casquito en una oreja) y comentaban el partido a voz en grito, hecho que les valió para llevar el sobrenombre de Matías Prats Sr y Matías Prats Jr. Y de un señor muy mayor que un buen día no volvió; tres semanas más tarde se hizo un minuto de silencio por uno de los socios de mayor edad recién fallecido, minuto en el que todos cruzamos miradas pensando que sabíamos quién era ese atlético venerable. Luego pasamos a un asiento más centrado, cerca de la línea de medio campo, y ahí seguimos casi todos, salvo los que se han ido y los que no quieren volver por manía a los Gil, o por hastío, o como protesta contra la venta de Torres. El resto, aún presos, seguimos renovando y este año nos alegramos de haberlo hecho, ya era hora.

En la época en que el Atleti solía ganar y volvíamos contentos a casa escuchando a Juan Carlos Aguilera entrevistando a los jugadores a la altura del atasco de vuelta del túnel de Atocha. Últimamente no volvemos juntos, que cada uno vive en una punta de Madrid y unos van en moto y otros van en metro. Pero igual nos juntamos en el estadio, siempre en el estadio, dónde mejor que en el estadio. Lo hicimos cuando tenía bancos de hormigón y no tenía foso, lo hicimos en la época de la aluminosis y las almohadillas de Purolator y lo hacemos ahora que nos sentamos en sillas de plástico que nadie limpia. Lo hicimos cuando no había marcador electrónico y ahora que anuncian locales de reputación dudosa entre corner y corner. Lo hicimos cuando íbamos vestidos de Meyba, y de Puma, y de Reebok y de Nike, cuando el estadio iba vestido de ladrillo, cuando iba de rayas rojiblancas y ahora que va vestido de azul cristal. Nos sentamos juntos el día del Doblete, en el que nos hartamos de llorar a ojos de todos, y el del 0-6 de la temporada pasada, en la que nos hartamos de llorar por dentro. En el estadio vimos juntos el 4-3 de la remontada al Barça, y a Indy pisar el aspersor, y los controles de Alemao y las carreras de Dirceu y el gol de Vieri (bueno, yo no, que vivía en el extranjero y casi me muero del susto al escuchar los gritos del mensaje que me dejaron en el contestador automático), y también estuvimos el día en el que se coreó el nombre de Fernando Torres tras fallar un penalti y se nos puso a todos la carne de gallina. En el estadio, siempre en el estadio, dónde mejor que en el estadio.

Ahora las cosas van medio bien y la gente va contenta al campo. Hace tan solo unos meses ir al Calderón no era tan atractivo, el espectáculo era un horror, la imagen del equipo era una traición a la historia, no veníamos a ver al juego desplegado sino que veníamos a vernos los unos a los otros en un entorno conocido. En uno de esos días, en el bar del Paseo de Pontones en el que ahora paramos, escuchamos una frase de las que hace reflexionar.

- Bueno, ¿y hoy qué?
- Ya ves, lo de siempre, aquí, a ver a estos mantas.
- Yo ya no vengo a ver a éstos, yo vengo a ver el estadio.

No nos damos cuenta pero quedan pocos, muy pocos partidos en el Vicente Calderón. Disfrutemos y maldigamos.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Del fútbol propio en casa ajena

Entre esas cosas que a uno le gustan está ir de vez en cuando a ver al Atleti fuera de casa. Entre esas cosas que a uno le vienen bien para la salud está ir de vez en cuando a Asturias. Adivinen Vds dónde ha pasado el puente el que suscribe.

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Entre los grises funcionarios en nómina de la administración hay un especialista, un hombre con una misión, un tipo entrenado por profesionales duchos en el arte del camuflaje. Nos referimos a Él, el más perverso y retorcido, aquél que imparte lecciones en la especialidad de inteligencia despista-espías, el encargado de no dejar rastro ni pistas, el responsable de que los perseguidores no den con el objetivo. Él, cuyo nombre no puede decirse en voz alta si uno no quiere que se le borre el disco duro del ordenador, trabaja ahora para la DGT y tiene una misión clara. Él, que nadie sabe a ciencia cierta quién es, es el encargado de llevar a cabo las operaciones más arriesgadas y trascendentes, el que garantiza el anonimato y el misterio, el que, dicen, asesoró a Roldán hasta que terminó por traicionarle e hizo lo mismo con el Dioni.

Nos referimos, claro está, a Él, al responsable de señalizar los desvíos provisionales por obras, aquél que te hace salir de tu camino con la promesa de una solución simple a los cambios en tus planes y termina por llevarte al infierno. Aquél que sitúa carteles explicando con claridad hacia dónde ir hasta que el viajero, inocente cual cordero lechal, se confía. Entonces desaparecen los carteles, llegan las rotondas, las múltiples posibilidades igualmente herméticas para quien no conoce la zona, los desvíos falsos, los cruces, las indicaciones contradictorias. Es entonces cuando se pierde el viajero, cuando suena una carcajada como la de Vincent Price, cuando se ilumina un piloto rojo en una sede secreta de la DGT, y cuando Él, vestido con abrigo largo y sombrero de ala ancha, aparece en la puerta diciendo la contraseña secreta, presto a cobrar su recompensa. Él es el misterioso señalizador burlón de la DGT, el responsable de tantos y tantos kilómetros hechos en balde y el que suscribe, en nombre de tantos y tantos conductores perdidos, aprovecha estas líneas para desearle una dolorosísima caries.
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Uno, quizás ya lo sepan o lo imaginan algunos de Vds, gusta de ver el fútbol en campo ajeno y entre la hinchada rival. A uno le gusta ver cómo otros ven lo que unos, los nuestros, estamos cansados de ver, de discutir y de analizar. Uno tiene la sensación de que al darle muchas vueltas a las cosas es muy fácil terminar por complicarlas en exceso hasta el punto de perder totalmente la perspectiva. Tanto vemos al Atleti, tanto hablamos y tanto analizamos todo lo que pasa que, al final, puede que estemos tan lejos de lo que realmente ocurre como aquél que no tiene ni idea de quién es Coupet o de cuánto costó Sinama. Tantas cosas afirmamos, tantas patas metemos que al final es posible que acabemos más empeñados en defender lo que en su día dijimos que en ver la realidad. Ahí es cuando, cree uno, viene bien tomar distancia, volver a las primeras sensaciones y dejarse de complicaciones.

Por obra y gracia del gremio de señalizadores de desvíos provisionales, al que deseo una cesta de navidad escasa y con las peladillas y la piña en almíbar como productos estrella, el que suscribe no llegó a tiempo al partido. Llegar tarde a un partido es algo bastante común y con frecuencia vemos en las gradas del Calderón a un tipo que sube por la escalera con el partido empezado, buscando con la mirada a sus compañeros de grada para ver si su sitio ha sido ocupado o no. Llegar tarde a un partido, que es algo que al que suscribe aún no le había pasado a pesar de ser experto en llegar tarde a casi todo, incluida la sensatez, sirve también para otra cosa. Acercarse a un estadio lleno con un partido empezado es una sensación extraña, la sensación de ir solo por una calle tristona en la que queda claro que algo gordo ha pasado hace un rato, la sensación de andar solo entre botellas y papeles y periódicos hechos trizas por gente que se lo pasó muy bien mientras uno estaba en un atasco. El estadio lleno al que uno se acerca ya no tiene aspecto de edificio, sino de bicho. De bicho con vida propia y ganas de decir lo que piensa que respira y se queja y protesta y dice HALAAAA y dice NOOO y dice GOOOOL. Y hasta dos veces dijo el bicho “gol” en el rato en el que quien suscribe se acercaba a la puerta del estadio, una en alto y otra más bajito; el Atleti tiene estas cosas, y ahora le ha dado por hacer de los primeros minutos una parte clave en todos los partidos, qué le vamos a hacer. Así, mientras uno buscaba su puerta escuchaba los rugidos del animal en cuya entraña iba a meterse, escuchaba broncas y lamentos y gritos de ánimo hasta topar con su puerta, a cuya altura el bicho en cuestión dejó claro que era aficionado a Pipi Calzaslargas.

- Debe ser aquí
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La afición del Molinón, a pesar de estar enfadadísima con el árbitro, es muy amable.

- A Vd le parece todo el mundo muy amable
- Sí, es un defecto que tengo

La afición del Molinón, o al menos la que al que suscribe le tocó cerca y la que luego conoció en los bares y con la que cruzó algún comentario futbolístico, es amable y parlanchina. Habla de su equipo y de los árbitros, habla del Atleti y de las aficiones de otros equipos. Le cuenta a uno lo malos que son los árbitros y lo contentos que están por haber vuelto a primera e ir abriendo brecha con los equipos de abajo. Le habla a uno de lo que valoran a los jugadores que lo dejan todo aunque no tengan suerte o clase de nivel mundial y de lo flojo que es su equipo en defensa. La afición del Sporting pide fuera de juego con vehemencia y luego se sienta y pregunta si lo fue o no, que es lo que hacen todas las aficiones, y aplaude a su equipo para animarle cuando el Atleti le mete el segundo, que es algo que al que suscribe le parece especialmente bonito.

Uno, que es parlanchín e intenta ser amable, le dice al vecino de localidad que la defensa del Atleti no es para tirar cohetes tampoco, y eso que a principio de temporada parecía que los centrales daban más garantías que las que muestran en el partido. Le habla uno de Heitinga y le dice que le ve flojo, con precauciones físicas, poco confiado, y le habla con grandes palabras de Ujfalusi aunque en el partido del Sporting le viera alguna debilidad poco común en sus actuaciones. Le habla mal de Seitaridis y le habla bien de Mariano Pernía y esto último le parece lo más normal y justo al vecino de localidad y el que suscribe le da un abrazo. Habla entonces uno de la media y de lo importante que es Assunçao para defender aunque menos para atacar, y entonces el vecino le dice que si Assunçao fue quien le hizo el pase al Kun en el gol de Maxi y entonces uno dice ah, pues sí, vaya, tendré que intentar ver las cosas de otra forma. Habla uno entonces de Maniche y lo hace enfadado y levantando un dedo, agitándolo con la vehemencia de un parlamentario de principio de siglo de esos con monóculo y traje negro. Mira asombrado el vecino de localidad y al terminar el discurso pregunta el asturiano que quién es Maniche y uno le dice que el de la melenita que trota sin sentido y entonces dice ah, sí, aquél que se esconde tras el calvo, sí, ese al que ahora cambian y encima se va con aire enfadado, como si hubiera hecho algo, ou. Dice ou el vecino de localidad para subrayar su opinión y a uno le parece excelentemente subrayado, ou.

Cuando uno se dispone a darle la lata al vecino glosando las maravillas de la delantera, toma él la palabra. Donde sí que tenéis un equipazo es de mitad para arriba, dice. Este Simao es un fenómeno, de Kun ni hablo que cada vez que coge el balón se nos encoge el corazón. Fíjate Maxi, no para, siempre está donde más daño puede hacer, ou, no entiendo que no le valoren más, yo creo que sería titular en muchísimos equipos grandes. Ahora, el que es un fenómeno es Forlán, que maravilla, qué pesadilla, qué tío, no para, cómo muerde, qué ambición, como le des dos centímetros te la lía, tira con una pierna, con otra, regatea, corre y se desmarca, juega de nueve y de diez y de siete y de once también, el tío, parece de por aquí, ou. Con un poquito más en el centro del centro, con Raúl García mismo que mira qué quince minutos ha hecho, más que el Maniche ese enfadado en todo el partido, no habría quien os parase. Y Aguirre tiene fama de salir siempre a amarrar, pero yo no lo veo así. Mira, cinco metísteis, cinco, sin hacer gran cosa y todo por esos cuatro o cinco de delante, qué bárbaros, si no salieran cinco atacantes no meteríais cinco goles. Y te digo una cosa, aunque el árbitro estuvo mal no me importó perder, tenéis un muy buen equipo, de lo mejor que hemos visto por aquí este año y ya pasaron unos cuantos, a ver si os va bien que yo creo que equipo tenéis, oye. Ahora, para impresionante la afición, mil y pico tíos, ou, y sin parar de cantar ni un minuto, lo que debe ser allí. Por aquí también vino la afición del Betis y colocaron una pancarta enorme que ponía “bienvenidos a primera”, buena gente también los del Betis, pero lo de la afición vuestra es increíble, oye, nunca vi algo así, ou.

Se marcha el aficionado gijonés aunque él dijo “marcho”, no “me marcho”, y antes de irse le estrecha a uno la mano y uno tiene la sensación de que le ha atrapado un cepo de osos. Y uno se queda con una media sonrisa tonta, entre aturdido por el resultado y reflexivo por haber visto las cosas en perspectiva durante un rato. Salir de casa y hablar con el rival tiene estas cosas, imagina uno, qué bien. Así que al día siguiente se da uno un paseo por Gijón y todo le parece estupendo, también los aficionados del Atleti que, delatados por las bufandas o por el acento, llenan las calles y los bares. Y gusta oír cómo hablan del equipo de uno los que ven un gran escudo del Atleti pintado en la arena de la playa, y gusta sobre todo saber que la calle en la que están los bares buenos en los que tomarse una caña mirando al mar responde al colchonero nombre de “Cuesta del Cholo”.


jueves, 4 de diciembre de 2008

Santos Mirasierra o el ¿difícil? punto medio

Leemos y leemos estos días sobre Santos Mirasierra, el hincha del Olympique de Marsella detenido y encarcelado en Madrid por los sucesos que terminaron con el cierre del Calderón poco después de que el Atleti volviera a jugar Liga de Campeones.

Uno, que es del Atleti y trabaja en una empresa francesa, lee la prensa patria y ve cómo se habla de los hechos con una autoridad aplastante, cómo se insinúa una mano negra de la UEFA con Platini al frente y se culpa al acusado y sus compañeros de viaje de vandalismo y falta de respeto. Y uno, que no presenció los hechos de cerca y en primera persona, ha recabado información procedente de muchos presentes que habla de mal comportamiento de los hinchas del OM, de escupitajos y gestos poco amables hacia la parroquia local y de lanzamiento de objetos a los vecinos de localidad, y uno no puede estar más en contra de estas cosas. Estas mismas fuentes, que no son expertas en seguridad ni en sociología pero han pasado mucho tiempo en los estadios, también hablan, y con sorpresa, de la actuación policial. Es común la impresión de que fue más contundente de lo que uno pudiera esperar visto lo visto en el campo, algo por desgracia no desconocido en el Calderón tras los últimos partidos europeos. Si fue proporcionado o no es algo que no se entra a valorar en este artículo, que de eso sólo saben los responsables de seguridad.

Cuando uno, que como casi todos no conoce los detalles de lo que ocurrió, ve lo que el fiscal pide para el acusado se sorprende: ocho años (por más que sea lo que se pida, no la condena final) parece mucho a tenor de lo que parece que pasó, que no es más que lo que lamentablemente pasa con frecuencia en nuestros estadios sin que tenga consecuencias graves, aunque esto no sea coartada para no actuar. Uno, cuando lee lo que la prensa patria dice en vísperas del partido de vuelta y del juicio, no sabe si asustarse o enfadarse; puede que hayan llegado serias amenazas de muerte a los hinchas visitantes que acudan al Vélodrome, o puede que unos cuantos exaltados de los que habitan el ciberespacio hayan tenido a bien desahogarse mandando mensajes a los que hay que dar la importancia que tienen y no más si es que no se quiere producir un pánico injustificado. Y ante todo esto uno no puede dejar de sentir un cierto rubor y una cierta rabia por ver cómo se echa gasolina a la hoguera.

Uno, que trabaja en una empresa francesa y es del Atleti, lee la prensa del otro lado de los pirineos y ve cómo en ella se habla de injusticias históricas, de afrentas nacionales y casi de cuestiones de Estado. Se habla de la policía española como un cuerpo casi cruel que actúa de forma arbitraria y provocadora, y llama la atención que se le llame "Guardia Civil" quizás con intención de despertar ecos de un pasado sobre el que en Francia tienen una opinión ya formada. Se habla de la justicia española como poco fiable, caprichosa y casi medieval en su ejercicio, y todo ello resulta casi ofensivo. Se habla de un público que resulta ser el del estadio al que uno acude cada domingo y que más o menos conoce tras veintipico años de abonado, y se le pinta como violento y racista y zafio y provocador y uno, al verse poco reconocido, no sabe bien si habla de su estadio o de otro. Se habla de maltrato a los disminuidos físicos, de insultos a los de otras razas, de acusaciones muy graves hacia aquellos que van al campo domingo tras domingo, aquellos que saben bien que, como en todos los campos y todos los campings y todos los atascos y todos los hospitales, al Calderón acude gente encantadora y tipos indeseables, familias respetables y candidatos al destierro, buenas personas y también alguna mala. Y, aquí si lo tiene uno más claro, como en casi todas partes los malos son muchos menos que los buenos, pero hacen más ruido y molestan más y llaman más la atención y consiguen, con poco esfuerzo, eso de que paguen justos por pecadores. Algo viejo como el mundo, que parecemos nuevos.

Uno, que lleva yendo al fútbol desde que le salió el primer diente y a pesar de ello o precisamente por ello no entiende nada del fenómeno ultra, ve cómo grupos de seguidores de Sevilla, Madrid o La Coruña hacen frente común con este tipo de Marsella y se sorprende por los motivos, igual que se asombra de las recientes rivalidades entre equipos que tradicionalmente se han limitado a jugar sus partiditos sin ir más allá. Cuando uno ve los cruces de acusaciones y comentarios de aficionados de unos y otros equipos vertidos en páginas de Internet al abrigo del anonimato y la distancia se abochorna y hasta se plantea si todo esto tiene sentido. A uno le parece bien que cada cual defienda a los suyos, pero cuando ve que la única manera de hacerlo es el insulto y la ofensa generalizada, ya no le parece tan bien.

Uno, que va al fútbol y no se mete con nadie, ve con la distancia del apuntador del escenario cómo el caso de Santos Mirasierra se eleva a la categoría de ejemplo perfecto tanto para los que reclaman mano dura contra cualquier comportamiento poco correcto como para los que denuncian el excesivo celo policial. Unos quieren que se pudra en la cárcel sin saber si quiera si hay pruebas o no de lo que se le acusa, otros quieren que salga inmediatamente y sea elevado a los altares como mártir de la lucha contra el poder sin saber tampoco si hay motivo o no para condenarle; es igual, la decisión está tomada de antemano por unos y por otros, poco importa lo que sea razonable, lo importante es confirmar las propias convicciones caiga quien caiga, la justicia es secundaria aunque estemos en el siglo XXI y en el occidente cultural y en un Estado de Derecho.

Y si uno, como el que suscribe, piensa que puede que Santos Mirasierra no sea un angelito pero habrá que probarlo y que la forma de probarlo es ante un tribunal fiable, como son los españoles, pero que la petición del fiscal parece exagerada, entonces es un tibio que no se posiciona, un comodón sin opinión a pesar de haberse intentado informar sobre el tema en cuestión desde ambos puntos de vista, en el convencimiento de que en algún punto medio estará la verdad.

Y uno, que es del Atleti y trabaja en una empresa francesa y va al fútbol de toda la vida y no se mete con nadie, no entiende nada de lo que pasa. No entiende la facilidad con la que unos y otros vierten acusaciones tan serias ni cómo lanzan de esa forma tan inconsciente a los menos reflexivos a la guerra cuerpo a cuerpo. No entiende por qué con tanta frecuencia los viajes a ver a tu equipo, que deberían ser días bonitos en los que conocer otras ciudades y otras gentes y otras formas de ver el fútbol acaban convirtiéndose en pesadillas para unos y otros. Y no entiende que las cosas tengan que verse siempre o negras o blancas, o de un extremo o de otro, y por qué hay tanto irresponsable que, desde las portadas de los periódicos de más tirada, siembran cizaña y pánico y odio entre gente ya de por sí dispuesta a atender poco a razones cuando se trata de insultar al adversario. Mal ejemplo, mala opción si de lo que se trata es de vender más periódicos. Mala cosa. Mal camino.

URL del artículo http://es.eurosport.yahoo.com/04122008/47/santos-mirasierra-dificil-punto-medio.html

lunes, 1 de diciembre de 2008

De esos partidos con frío en los que acaba haciendo calor

Con un frío a caballo entre lo horroroso y lo insoportable jugó el Atleti un partido que acabó en goleada pero que pudo no acabar así. Y es que el Racing, mucho tiempo con diez, hizo un partido de mérito y Forlán, que hizo casi más que los otros diez, más.



El Calderón en día de invierno es todo un desafío para la ropa de abrigo y para el cálculo volumétrico. Cuando el aficionado, convenientemente embutido en capas y capas de tejidos calentitos, se sienta en su asiento de siempre lo primero que nota es que éste ha menguado. O que el vecino ha engordado. O que él ha engordado. El Calderón, que nunca tuvo asientos business class, se queda estrecho cuando la afición en pleno saca del armario camisetas, jerseys de lana, chalecos anti-humedad, plumíferos, chaquetones de gore-tex, guantes de nieve, bragas de forro polar, gorros de estibador y orejeras de peluche. Perdone, ah lo siento, es que no cabemos, póngase Vd ahí, le noto a Vd más gordo, mire que si me da a mi por acordarme de su padre de Vd tenemos aquí un disgusto, bueno, no se ponga Vd así, hombre, es que el comentario tiene guasa, no me dirá.

En pleno partido gira el aficionado hacia la derecha para ver un desmarque de Forlán y sufre tortícolis al intentar seguir el contraataque rival, obstaculizado en su giro de 180 grados por el vecino de localidad quien, ya de por sí orondo, se ha vestido con traje ignífugo, casco de apicultor y chaleco salvavidas. Se levanta de un brinco un hincha porque le ha sonado el móvil y por toda la grada se oye "¡pop!", el sonido que hace al abrirse el cerrojo de alambre de las gaseosas. El aficionado atlético, que llega al campo luciendo estampa y andares de pingüino emperador y multiplicando tres veces su volumen normal, habla girando todo su cuerpo, y no solo el cuello, para evitar abrir rendijas en su equipamiento por la que pueda entrar una traidora ráfaga de aire helado, gentileza de algún lanzador de cuchillos meteorológicos. El aficionado sabe que al principio parece que no es para tanto, pero que al llegar el medio tiempo dará saltitos para ver si ahí siguen los dedos de sus pies y que cuando queden veinte minutos la punta de su nariz y sus rodillas le avisarán sutilmente de que la capa protectora traída desde casa empieza a hacer aguas. Esos días de frío en el Calderón son no obstante días importantes para alguno en especial, días para que el que siempre es centro de la mofa busque fuerzas en los momentos bajos, días para que el que siempre vuelve a casa preguntándose por el sentido de la vida lo haga con sonrisa de triunfador y mirada de Carlos Gardel. Porque esos días, sólo esos días y por mucho que les extrañe a Vds, más de uno y más de dos, aunque sea por un brevísimo espacio de tiempo, desearían ser Indy.

En medio de una noche gélida pues, salió el Atleti al Calderón pero no se ganó que se hable de él hasta dentro de un par de párrafos, que por ahora hablaremos del Racing. Salió el Rácing de verde y negro, que así es más Racing que el Racing que salió el otro día en París, y marcó al poco tiempo gracias a un penalty tonto, y ya van varios, de la defensa del Atleti. Esta vez fue Heitinga el encargado de llevar las flores y los bombones al rival, y tanto se enfadó la grada que uno supo de inmediato que el árbitro, que como casi todos los árbitros fue malo y además estuvo orgulloso de serlo, acabaría por echar a un tipo del Racing para compensar. Y así lo hizo, pero no lo hizo para compensar sino por justicia, porque la entrada de Navas sobre Assunçao fue de esas que hacen que los bares en pleno griten uff y oojj y vaya tela y qué animal, y que las señoras se tapen los ojos y que los lesionados en ligas municipales cuenten con todo lujo de detalles cómo ellos, protagonistas durante un cuarto de hora de gloria, fueron lesionados de igual forma. Desde la grada la entrada pareció al tobillo y criminal, y en la repetición de la tele pareció a la rodilla y doblemente criminal; tanto, que a estas alturas nadie se explica cómo Assunçao siguió jugando, el tío.

Se quedó con diez el Racing y esperando el chaparrón tras el empate maravilloso de Simao, y fue ahí donde se ganó el derecho a encabezar la crónica. Jugó el Racing muchos minutos con diez y cualquiera diría que estaba con once, y eso a pesar de haber jugado UEFA el jueves. Ordenado y agresivo en la presión, puso en apuros siempre al jugador atlético que sacaba el balón desde atrás y obligó a los locales a pegar patadones hacia adelante. Con dos delanteros rápidos y pequeños, Munitis y sobre todo Pereira, se encargó de aparecer por el área del Atleti con más peligro del que uno podría esperar viniendo de un equipo con un jugador menos. Si bien no tuvo la pegada necesaria para llevarse el partido, sí pareció controlar el medio campo y se mantuvo fiel a sus ideas. Esto, quizás suicida, es de agradecer en los tiempos que corren aunque haya quien diga que, a la postre, el Racing, a pesar de que hizo un buen partido, acabó llevándose cuatro goles y figurando en las estadísticas al mismo nivel que otros equipos menos audaces y con menos mérito que han pasado este año por el Calderón. Así que, desde aquí, nuestros respetos a los de verde.

El Atleti, piensa uno, fue otra cosa. El brillo de los de delante no debería cegar al que intenta analizar la calidad de los de detrás y los del medio. El Atleti jugó incómodo durante todo el partido, sin saber cómo sacar el balón de atrás en cuanto el rival apretaba un poco. Con diez, el Racing dejó durante muchos minutos con el culo al aire al equipo local con el riesgo que implica llevar la retaguardia poco abrigada en los fríos días de noviembre. A la presión respondía el Atleti con pocas luces y pocos recursos excepto el pase atrás a Ujfalusi para sacar de pase largo o asumiendo riesgos, y Leo Franco terminó sacando de puerta buena parte de los balones en posesión de los locales. Que Assunção juega como un tercer central es algo que sabemos, y también sabemos que aporta mucho para defender y dar estabilidad al equipo; eso sí, no parece que sea él quien tenga que sacar el balón desde atrás. Que los laterales no son los más adecuados para subir el balón es algo fuera de toda duda, de igual manera que la duda, así en abstracto, parece empezar a impregnar la figura de Heitinga, que desprende mucha menos seguridad ahora que hace tres meses.

El engranaje llamado a unir a una defensa poco dotada para sacar el balón jugado con una delantera asombrosa debería ser Maniche, pero Maniche no está por la labor. Maniche ha mejorado últimamente mucho en varios aspectos característicos de su juego, ya conocidos desde hace unos años: el camuflaje funcional, la delegación de responsabilidades, el seguimiento de su marca cuando debiera ser al contrario y el gesto tribunero. Debe sacar el balón el Atleti y Maniche ya no está, y sólo el observador minucioso repara en que su piel ha cambiado de color y de textura con la maestría del pulpo abisal, y ahora es igualito que Colsa, calva incluida. Obligado por las circunstancias, sale Maniche finalmente de su escondrijo tras zafarse Colsa de su rémora y recibe un balón y se lo devuelve a quien se lo dio de primeras y sin líos, no sea que le pidan hacer cosas que puedan manchar su hoja de servicios. Eso sí, cuando las cosas van bien y el rival deja espacios, Maniche deja de ser Predator y aparece melena al viento, con su característico trote de caballo lusitano pura sangre, y hace un pase de dos metros mirando al tendido o se atreve finalmente a hacer esos cambios de juego largos que puede y sabe hacer. Y todo ello para que le tiren pétalos de rosa después, cuando se dirige hacia la caseta, cansino, con cara de héroe que ha hecho su trabajo, aprovechando que media grada le ovaciona en pie mientras la otra media se pregunta si será verdad eso que dicen de que es Maniche el elegido para rodar la segunda parte de Zelig.

Lo de delante, ya lo saben Vds, es otro cantar. Al que suscribe le parece que Maxi va recuperando poco a poco el sitio que merece, y aunque no es aún el Maxi de antes ha vuelto a recuperar el olfato, la querencia a aparecer en ese hueco en el que los defensas rivales no tienen claro si el que tiene que defender es él o el compañero. Simao, el mejor en muchos partidos este año, sigue siendo siempre una referencia válida, el jugador a quien darle el balón en apuros, el tipo al que buscar cuando se quiere lanzar el ataque. Además de su gol, un golazo con la pierna con la que no se espera que marque uno con esa facilidad, Simao dejó en algunos momentos la sensación de que es capaz de conservar el balón durante el tiempo que quiera, rodeado de quien sea, en una zona o en otra. Agüero también marcó un gol con la facilidad de siempre, con ese aire del que hace algo que no tiene ningún misterio y casi ningún mérito, y en un par de ocasiones se intuyó que quería responder a la exhibición de Messi del día anterior dando lecciones de cómo utilizar el cuerpo, cómo salir entre cuatro jugadores o como crear ocasiones de la nada. Agüero, a quien la prensa le encasquetó una crisis por no haber marcado en un mes ni más ni menos, está volviendo y la Asociación de Defensas Centrales de Cadera Poco Flexible amenaza con llevar el tema al Tribunal de Estrasburgo.

Y para postre, Forlán. Sonará quizás exagerado pero a uno le compensa el frío y los pies helados de ayer por ver el partido de Forlán. Dos pases de gol, uno de ellos con la cabeza en un lance marca de la casa que pocos son capaces de hacer y menos son normalmente capaces de entender; el otro, de pase al hueco digno de un centrocampista organizador de los de toda la vida. Dos goles, uno de tiro largo y potente previa increíble colocación del cuerpo, todo instinto y saber hacer; el otro, de cabeza, de delantero centro matador, sabiendo exactamente dónde colocar el buen pase de Seitaridis, ayer tan bien en ataque como mal en defensa. Forlán no es sólo el goleador y el mejor amigo de los otros goleadores, es también el tipo que siempre ofrece una alternativa a Maniche y Assunçao, la alternativa que siempre está ahí además de la que, también siempre, ofrece Ujfalusi. Forlán juega de extremo y de nueve y de media punta y despeja los corners y si se lo pide alguien, recomienda un asador, cambia las bujías y recita sonetos sin trastabillarse. Si en algún partido se aburren, que no es raro, dedíquense a seguir a Forlán y verán no sólo la cantidad de kilómetros que hace, sino a qué velocidad los hace, con qué criterio y con qué sentido de equipo. Forlán, que volvió a hacer ayer un partido completísimo, es uno de los jugadores más completos que hemos visto últimamente por el Calderón. Y ahí queda.

El Atleti ganó pues el día en el que otros perdieron, y poco a poco se va acercando a su sitio. El equipo, empero, sigue dejando dudas: ¿qué pasaría si el centro del campo contribuyera al ataque además de defender? ¿cómo sale el Atleti de la presión adelantada del rival? ¿es normal que se hagan tantos penaltis tontos? ¿qué ocurriría si los de delante se hartan y se van a un balneario? Por ahora son dudas amables, que para eso ayer ganamos, pero son dudas al fin y al cabo. Y otra duda más, se me olvidaba: ¿por qué estaban ayer sospechosamente limpios los asientos de grada de lateral?