jueves, 28 de febrero de 2013

Crónica del Sevilla - Atleti, o un poco de respeto, oiga




El Atleti jugó ayer un partidazo en un estadio enorme, contra un rival duro de pelar al que apoya una afición entregada. El Atleti es el tercer club de España por títulos, masa social y unas cuantas cosas más, campeón de la Europa League y de la Supercopa europea pasadas y segundo clasificado en liga. El Sevilla es un equipo con títulos nacionales y europeos, un rival de los que mete miedo cuando viene de visita y más cuando recibe rivales en su casa, un fijo en la parte alta de la tabla en los últimos años y cuna de jugadores grandes. Entre los dos clubes suman doscientos y pico años de historia, un volquete de títulos, un tren de jugadores de leyenda, cientos de miles de seguidores, una pechá de partidos para recordar, miles de socios, millones de historias.

El partido no era un torneo de pretemporada ni un encuentro anodino de mitad de liga, ni unos treintaidosavos de final de una copa desconocida. El partido era una semifinal de la Copa del Rey, ese torneo que es importante cuando lo ganan unos y una competición a descartar cuando esos mismos unos pierden en una eliminatoria temprana con la excusa de que es mejor centrarse en otras competiciones de más relumbrón.  El partido era la vuelta de la eliminatoria, la segunda entrega de un partido celebrado en Madrid que acabó con 2-1 para el Atleti, es decir, con opciones para los dos equipos de ganar y de quedar eliminados. En Sevilla el partido se planteó como una cita grande, como la oportunidad de enderezar una temporada torcida desde el inicio por, según se ve ahora, la inoperancia de un entrenador protegido por los medios: tres, cuatro partidos después de llegar el nuevo entrenador, el Sevilla de estas alturas de temporada no tiene absolutamente nada que ver con el equipo pusilánime de noviembre sino que mete la pierna, mete presión y mete miedo.

El Atleti iba al Pizjuán, territorio demasiado hostil para lo uno cree que debería ser, con los dientes apretados, los puños apretados y los machos más apretados aún. El Atleti de Simeone es un equipo aguerrido, peleón, concentrado y guerrero. El Atleti de Simeone, segundo en liga, campeón de varias copas recientes y rompe-records de victorias en Europa y en el Calderón, juega bien, mal o regular pero rara vez entrega el estandarte sin perder litros de sudor y sangre, garantiza pelea e intensidad, velocidad y fogonazos de calidad y clase. Al Atleti de Simeone le siguieron ayer mil y pico aficionados que se desplazaron a 600 kilómetros de su casa en día laborable para hacer llegar a los jugadores el aliento que enviaban cientos de miles más desde sus casas. Y al Atleti de Simeone le esperaba ayer en su casa el Sevilla, equipo peleón y guerrero como el Atleti, apoyado por una grada peleona y guerrera como la del Atleti. El Sevilla no va tan bien este año como otros, pero sigue siendo un equipo temible en su estadio, también de esos que rara vez entrega el estandarte sin perder litros de sudor y sangre.

A este auténtico partidazo de fútbol entre dos clubes centenarios le dedicaron los medios un ratito sólo, una esquinita de sus página, un poco de atención caritativa enfrascados como estaban en analizar el color de las sombras de ojos de los espectadores de los palcos vip del partido del día anterior. A este auténtico partidazo entre dos equipos de esos a los que alivia ganar y no gusta enfrentarse se le dieron las migajas informativas que quedaban en la servilleta de aquellos a los que se les llena la boca hablando de equipos ricos y poderosos repletos de estrellas de comportamiento ridículo. Este partido, que de haber sido una semifinal de la FA Cup entre dos clubes centenarios ingleses habría llenado crónicas con eso de que el estadio olía a fútbol y recordaba a las batallas históricas entre romanos y cartagineses, recibió por parte de los medios patrios una atención pequeña, una atención por compromiso, una atención de cumpleaños en casa de una tía abuela, uy cómo han crecido estos dos clubs, hay que ver que se han hecho dos hombrecitos ya, claro, tanto visitar a sus primos los hijos del concejal que no nos habíamos dado cuenta que estos dos son ingenieros de caminos ya, hala majos, tomad cien pesetas.

Para colmo de los colmos, la cadena de televisión que retransmitía el partidazo eligió un equipo de comentaristas muy del gusto del espectador no futbolero, es decir, de estilo vociferante y pseudo-cómico, ese estilo campechano con frontera en lo ridículo que ahora se lleva tanto. Los comentaristas, que parecían no tener ni la más remota idea de cómo juegan normalmente los dos equipos a los que ayer intentaban analizar, mostraban audacia suicida haciendo afirmaciones erróneas sobre cosas que cualquier aficionado a cualquiera de los dos equipos sabe.  Paradójicamente los comentaristas parecían exageradamente ocupados en hacer ver que el evento era de un extraordinario interés deportivo y mediático,  gritando cada vez que un defensa pasaba la línea del medio campo, alabando las virtudes de cualquier jugador que hacía un control de balón normalito, inflando cifras de posesión y probabilidades de vuelco en la eliminatoria sólo para mantener el interés de la audiencia, que es de lo que se trata. Si de verdad fuera un evento tan importante para la cadena, pensamos muchos, se elegiría con algo más de mimo y ojo a los responsables de la narración y el análisis. Pero tanto da, oiga, con que estos sean capaces de hacer sencillos chascarrillos tabernarios y comparaciones de alumno torpe de Paco Gandía, con que tengan la suficiente cara dura como para hablar sin saber del tema, con eso basta.

Bien haríamos las aficiones de ambos clubes en concentrar las energías en mandar solemnemente a paseo a los responsables del irrespetuoso trato que reciben nuestros equipos y el resto de los que juegan liga y copa, excepto los cansinos miembros del duopolio, en vez de en insultarnos mutuamente a ojos de todos, como dos gallos de pelea que hacen pasar el rato a los señoritos del cortijo.

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Salió el Atleti vestido de negro en casa del Sevilla, que va de blanco, y uno ya no entiende nada. El equipo, que de toda la vida ha ido de rayas rojiblancas y pantalón azul, viste ahora de diferentes tonos para evitar confusiones; cualquiera diría que, en la época de las Smart TVs de HD, cientos de pulgadas y miles de vivos colores, los partidos del Atleti sólo los vieran ancianos de remotas aldeas incomunicadas en pequeñas televisiones de tubo en blanco y negro, con una antena de esas que es una percha desmontada. Se dice que las televisiones mandan en el negocio del fútbol, pero por lo que se ve mandan como mandaban antes, imponiendo los atuendos para que no se confunda el personal; en breve, cuando la señal de los partidos del Atleti se vaya a negro, pondrán un rótulo de cartón en el que ponga “Minutos Musicales” y saldrá cantando Salomé aquella canción dedicada al Cholo Simeone que dice “desde que llegaste ya no vivo llorando, jey, vivo cantando, jey, vivo soñando, jey”.

Salió el Atleti de los partidos grandes pero con Cata en vez de Godín y con Tiago en vez de Mario, aunque esto último ya no es novedad. Cata salió porque no había más remedio y lo hizo bien; algo parecido pero distinto le pasa a Courtois, al que ahora le ha dado por salir por alto cuando no queda más remedio y no siempre lo hace bien, a pesar de que los ignorantes comentaristas de la televisión subrayaran su juego aéreo como uno de sus puntos fuertes. Jugó también Miranda, que como siempre últimamente jugó sobrado (aunque es cierto que enfrente tenía a Negredo, de nuevo inmóvil y poco participativo, torpón y sin ganas), y jugó Juanfran, que sufrió como viene siendo habitual estos últimos tiempos. Por el lateral izquierdo jugó Filipe Luis e hizo uno de los mejores partidos que uno le recuerda en el Atleti, y eso que no brilló en ataque, uno de sus puntos fuertes. Filipe Luis defendió el lateral difícil, el lado por el que entraba Navas, lo que equivale a decir el lado por el que jugaba el 50% del Sevilla. Navas dejó claro que es un jugador enorme, que ya no es el especialista en una sola cosa que era antes, y que no hay jugador a su altura en todo el ataque del Sevilla. Y aún así, con todo y con eso, Filipe Luis hizo un partido defensivo impresionante, serio, sólido y concentrado, algunas de las características que tantas veces echamos de menos en él en la era pre-Simeone.

Por delante de la defensa jugaron Tiago, que tuvo que irse a la caseta con un brazo roto por una patada, Gabi, Arda y Raúl García. Gabi, junto con Mario cuando éste estuvo en el campo sustituyendo a Tiago, anduvo algo más atrasado y menos vehemente de lo habitual, pensando sin duda en evitar una tarjeta que le privara de la final. Arda se empleó en defensa como acostumbra en los días grandes y Raúl, una vez más, hizo un partido de hombre de equipo, guardando su sitio y dejando algunos detalles estupendos como un pase a Falcao que éste remató alto por exceso de celo. Todos jugaron como se esperaba, todos cometieron algunos errores y perdieron el balón demasiado rápido en algunas fases, pero ninguno se escondió ni rehuyó la pelea, todos ayudaron a la defensa y apoyaron al ataque. Todos metieron la pierna, ninguno perdió el sitio, todos mantuvieron la sangre caliente y la cabeza fría y por ello se lo agradecemos, por ello nos descubrimos ante su partido.

Y, por delante de la media, los dos protagonistas.  A los dos los mantuvo Simeone, como hiciera contra el Espanyol en inferioridad, y entre los dos dejaron claro que son importantísimos tanto para obtener ventaja como para mantenerla. Falcao marcó un gol de delantero estrella a excelente pase de Diego Costa tras un desmarque portentoso y remate asesino; Diego Costa marcó un golazo que solucionaba muchos problemas tras una maniobra de mucha calidad y un tiro ajustado. Entre los dos pudieron hacer hasta otros tres o cuatro goles, entre los dos mantuvieron al Sevilla más pendiente de no encajar que de marcar, más pendientes de guardar la ropa que de nadar.

Y si entre los dos consiguieron echar al Sevilla atrás y alejar el balón de Courtois, Diego Costa consiguió forzar 8 faltas y dos expulsiones y de paso desquiciar a todo el equipo contrario. Y eso que Diego Costa pareció ayer más comedido que en muchos partidos, o al menos esa impresión dio por la televisión. Aún así, medio equipo rival pasó buena parte del partido buscando pelea, como siguiendo instrucciones para sacarle del partido, quizás buscando una reacción violenta que no llegó, al menos a ojos de los que no estábamos en el campo.

Diego Costa ha generado una fama de conflictivo que no es injusta que parece haberle convertido en una buena coartada para malas actuaciones rivales; en el caso del Sevilla, equipo que tiene una tendencia excesiva a incendiar partidos que no necesitan fuego, eso pareció. Medel, jugador excelente pero con poca autoridad moral para dar lecciones de comportamiento, acabó expulsado tras iniciar un jaleo con Diego Costa como protagonista; se fue enfurecido y sobreactuado, rompiendo sillas y agarrado por su entrenador, como clamando al cielo por la injusticia de tener que jugar contra un jugador peleón, él, sí, él, Medel. Lo mismo le pasó a Kondogbia, a quién quizás se le pueda disculpar por su juventud, pero que de ser el que suscribe su entrenador se iba a acordar muchos años del error de ayer. Negredo,  muy gris en los dos partidos, terminó por decir poco menos que la culpa de todo la tiene Diego Costa por provocador. Fazio le puso de vuelta y media a ojos de todos en cada corner, y hasta Rakitic, tipo frío y con aspecto de no haber robado nunca un donut, pareció irritadísimo por culpa del brasileño. Muchos parecen señalar a Diego Costa también como culpable de la muerte de Manolete, del asunto de los sobres de la calle Génova y de la desaparición del bar tradicional español y su sustitución por insulsas franquicias de aire mediterráneo y nombre saludable. Es difícil no acabar pensando que a ciertos jugadores les es más fácil señalar a Diego Costa como el representante del Maligno en la Tierra antes que asumir sus propias malas actuaciones.

Y es que últimamente se diría que Diego Costa es algo así como el Yoko Ono de los equipos que pierden contra el Atleti, la verdadera razón de cualquier contratiempo y a la vez el maquillaje que cubre la propia miseria, el clavo ardiendo al que agarrarse cuando las cosas no van bien, el disolvente universal. Entre tanto, Diego Costa crece como jugador mientras sus rivales se pierden en pedir justicia divina para justificar errores. Bien saben los que siguen estas plúmbeas páginas que no hay nadie más crítico que el que suscribe cuando Diego Costa ejerce de macarra de bolera, una actitud del todo aborrecida en estos lares; eso sí, no parece esta vez la ocasión propicia para defender que Diego Costa fuera el demonio que ha intentado pintar alguno sobre el marcador de ayer, para disimular otros elementos. 

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El Atleti llega a la final de Copa tras dejar atrás a un buen equipo con excesivas malas pulgas, nocivas para sus propios intereses en la humilde opinión del que suscribe. La clasificación, cree uno, es además justa viendo no sólo la eliminatoria sino el resto de la temporada. Produce muchísima pereza pensar en lo que queda por delante, en las semanas de hagiografía cansina sobre el otro finalista, en los rumores que empezarán en breve sobre el inminente fichaje de las figuras del Atleti por el otro equipo grande de la capital. Pero produce aún más rabia la falta de respeto hacia el partido de ayer, hacia la entidad del rival, hacia el partidazo y el ambientazo del Pizjuan, hacia el Atleti, el Sevilla y los aficionados de ambos.

Un poco más de respeto, oigan, y quédense Vds con su clásico y sus complejos en un rinconcito, sin molestar al resto.

lunes, 18 de febrero de 2013

Algunas reflexiones tras el Valladolid – Atleti, o el honor de un brigadier



Llegaba el Atleti a Valladolid tras unos partidos más bien malos en los que se habían encajado más goles de los deseables y se había dado una imagen que pensábamos olvidada tras la llegada del Cholo, aquél día del descenso de los cielos rojiblancos directamente al banquillo del Calderón entre el sonido de trompetas celestiales y bandoneones de barrio. El Atleti de este año nos traía malacostumbrados, habituados a partidos asombrosos y golpes de autoridad, a batallas controladas desde el principio o perdidas con honor y salvando banderas y estandartes, a ver jugadores condenados al deshecho de tienta llevar galones y medallas para sorpresa de todos. Pero en los últimos partidos (Bilbao, Vallecas, en el Calderón contra el Rubin Kazan y algún otro) volvimos a ver al equipo sosaina y sin personalidad que jugaba semanalmente en el Calderón hace unos años, cuando aún contábamos con Torres y con un equipo formado clara e inequívocamente para desesperarle y venderle encogiendo los hombros encogidos y expresión de qué le vamos a hacer, los jugadores juegan donde quieren, no pudimos retenerle aunque quisimos pero, eso sí, sacamos lo suficiente para forrarnos el riñón de oro puro. En los últimos partidos una lucecita débil pero molesta nos cegó y nos hizo caernos del Dos Caballos, y se  nos apareció ese Atleti sin sustancia de Ibagaza, Novo y Musampa, el Atleti malaje de Luccin y Maniche, el Atléti pusilánime y caótico de Manzano y hasta el Atleti rotativo y sin forma de Quique Flores y su bufanda, o quizás fuera de José Luis y su guitarra o incluso de María Jesús y su acordeón.

Pero la memoria, como el café americano, es floja y la costumbre, como las vacaciones, hace que veamos las cosas de manera diferente a como realmente son en cuanto se repiten unos cuantos días. Porque ese Atleti asombroso que ha batido records recientes de victorias en Europa, de victorias en casa y de lunes mirando por encima del hombro a los compañeros de oficina estaba formado por los mismos jugadores que a inicios de la temporada pasada nos parecían un batallón cochambroso destinado a pelear como mucho por entrar, de refilón y metiendo barriga, en el pasillito estrecho de la Europa League. Hace no muchos meses Filipe Luis Filipe era un jugador pusilánime y posiblemente acabado, Mario Suárez era la fuente de innumerables cabreos, Arda desaparecía y hasta nos recordaba en ocasiones, por lo disperso, a Reyes.  Juanfran era un extremo que no se sabía muy bien qué hacía en el equipo, Godín era una garantía de disparate por partido, Gabi un repescado que no generaba ninguna ilusión, Koke un canterano que no rompía ni parecía que pudiera romper, Diego Costa un jugador inclasificable salvo para psicólogos y/o parapsicólogos y  Falcao, anunciado en los video marcadores antes incluso de arreglar el papeleo, un delantero voluntarioso y torpón que debía justificar el dineral pagado por él en una operación turbia forjada en los bajos fondos (de inversión).

Algunos de estos fantasmas, que pensábamos exorcizados por el Cholo en plan Padre Pilón rojiblanco, se han vuelto a aparecer en los últimos partidos. Juanfran, en un año malo (por más que contra el Valladolid dio algún motivo para creer en la resurrección) parece lejos de ser quien fue hace tan solo unos meses; Filipe Luis ha estado a punto de recuperar el Luis inicial tras varios partidos más grises en los que sólo ha jugado medio tiempo al nivel que nos tenía acostumbrados. Godín ha hecho pareja con el Cata y, vistos los resultados, hay quien les recomienda dedicarse al cobro de impagados en el sector del hilo de cobre robado. Falcao anda triste tras la lesión, Mario ha perdido el sitio con Tiago, Arda ha hecho partidos para el olvido desde que se postuló a jugador de equipo campeón de Europa y Adrián no es ni la sombra de su propia sombra en día nublado y anda despistado, sin fuerza ni mordiente, en parte aterrorizado y en parte desmotivado.

En el fondo, lo que ha ocurrido es que el equipo ha mostrado sus costuras tras varios meses con el pecho hinchado hasta el máximo de su capacidad pulmonar. Tres competiciones son quizás muchas para una plantilla como la del Atleti, que cuenta con un segundo portero más que desafortunado, un central de repuesto que da tanto miedo al delantero rival como al aficionado propio,  un lateral izquierdo suplente de circunstancia y sin pompa y unos cuantos jugadores más que impiden que, sin los titulares y con los rotados, el equipo sea la sombra de sí mismo. El bache del Atleti no es una sorpresa, porque lo realmente sorprendente es la enorme temporada hecha hasta ahora. El Atleti ha dado mala imagen en los últimos partidos, sí, pero casi diría uno que hasta se lo puede permitir. Segundo en liga con unos puntos que le harían candidato serio al título en una liga normal y con opciones de pasar a la final de Copa (sufriendo, eso seguro), el Atleti ha flojeado lastimosamente en la Europa League y ha visto como un equipo limitadito y en pretemporada le ha casi sacado de la competición de la que es campeón. El bajón, por cierto, coincide en el tiempo con el bajón de otros años porque, como saben bien los atléticos de pro, en los últimos años Enero y Febrero son meses en los que al Atleti le cuesta especialmente ganar puntos y se le da bien echar por la borda el trabajo hecho hasta el momento (dicen las malas lenguas que por problemas a la hora de cobrar). Confiemos en que no sea así este año.

De los irregulares partidos de las últimas semanas quedan varias cosas claras: no hay plantilla para jugar al mismo nivel todos los partidos, es necesario más y mejor banquillo para poder responder en todos los torneos, el equipo es competitivo (¡y a qué nivel!) si juegan los titulares y, aún con ellos, fuera de casa se sufre de lo lindo cuando el rival es sólido y peleón. También hay otras conclusiones: con lo que hay dentro y fuera del banquillo, la temporada que está haciendo el Atleti es simplemente fantástica y el responsable lleva corbatita fina, el pelo muy corto y el cutis craterizado.
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En estos días de zozobra atlética, que confiemos hayan acabado gracias al partido de Valladolid, han emergido dos protagonistas por los que hace no demasiado tiempo el que suscribe daba bastante menos de un duro; con gusto procede éste a la ingestión de sus propias palabras en los próximos párrafos.

El primer protagonista es Diego Costa. Diego Costa, jugador de fútbol con cuerpo de jugador de balonmano y cara de malo de película de Sergio Leone (copyright Dr Caligari) lleva años jugando en equipos españoles, luciendo estilo embarullado en el control del balón y malos modos en la relación con los rivales. Diego Costa tiene cara de haber salido del mismo penal que el Cata Díaz y quizás esa cara de malo y la poca esperanza de no tenerla aún vestido de marinero o pastorcillo le han hecho creerse un super-villano del área, un jefe de Mara guatemalteca, un sicario de familia mafiosa de medio pelo de Newark, New Jersey. Cuando Diego Costa traslada al campo su vocación de hacer ofertas que los rivales no puedan rechazar copa los telediarios con escupitajos, amenazas, pérdidas de papeles y tarjetas de varios colores. En esos momentos a nosotros, que somos de Gárate, Diego Costa nos da vergüenza ajena y nos irrita, nos inflama y nos molesta, nos dan ganas de mandarle de portero al Bada Bing y quitarle la licencia de futbolista.

Pero hay otros días en los que Diego Costa, quizás por no haber cenado picante o por llevar ropa interior más holgada, por haber leído sonetos de contenido místico o églogas bucólicas (o pastoriles) se centra en lo que se centra y entonces se convierte en un jugador vital. Esos días Diego Costa se enseña a los compañeros y busca una y otra vez entrar por una banda, por otra, llevarse el balón a trompicones o en carrera. Retiene el balón de espaldas a la portería y ya pueden venir tres o cuatro centrales armados con aperos de labranza prestos a quemarle en una pira que Diego Costa no suelta el balón y espera a un compañero. Diego Costa facilita a Falcao el espacio, de igual forma que Falcao facilita el espacio a medio equipo gracias a su poder magnético para los marcadores; también ayuda a la segunda línea a llegar con más opciones, retrasa la salida del balón del contrario y deja sin aliento a los centrales tras veinte minutos de juego. Esos días Diego Costa sí nos gusta, sí nos aporta, sí nos vale para nuestro equipo y hasta Gárate, la referencia que hay que buscar en todo dilema moral, pondría en su equipo al Diego Costa combativo pero lejos de la delincuencia que vemos en algunos partidos.

Esos días se diría que Diego Costa, niño acomplejado por tener cara de malo desde el día del bautizo y hacer llorar a las monjas el día de la Comunión, adolescente atormentado por crear el pánico entre sus primeros amores de barrio, joven inadaptado emperrado en hacer pagar al mundo el hecho de tener cara de llevar poncho mexicano, sombrero de ala ancha y comer judías directamente del puchero con una cuchara de madera, topó por fin con la horma de su zapato: un entrenador que antes fue jugador de mandíbula apretada, choque fácil, temperamento incendiario y unas ganas de ganar mayores que sus ganas de pelea. También en esto hemos tenido suerte, oiga.
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El segundo protagonista es Gabi, nombre que se antoja corto e insuficiente para Gabriel Fernández Arenas, capitán del Atleti, ahí es nada. Gabi, que es del Atleti desde chico, no ha sido hasta hace bien poco el Gabriel con todas las letras que ahora tira del equipo en los momentos malos no sólo a fuerza de casta y carácter, sino también de calidad cuando hace falta.

De Gabi llevamos oyendo hablar en el Calderón mucho, muchísimo tiempo, y durante un buen puñado de años le vimos lejos, en Zaragoza, y no habríamos apostado en ese momento por su importancia actual para el equipo, sus galones y su fiabilidad. Gabi, que destacó en las categorías inferiores del Atleti y jugó en las mismas categorías de la selección española estuvo llamado durante varios años a ser el tipo que daría al centro del campo una referencia de la casa. Nunca lo consiguió, aunque le esperamos, nunca se hizo con el sitio ni convenció del todo a la grada, que esperaba de él al heredero de los centrocampistas colchoneros de oficio y calidad de los ochenta. A Gabi le pasó lo que parecía que le podía pasar a Koke hasta esta temporada, que no encontrase su lugar en el equipo sin saber muy bien por qué, que no terminara de romper, de soltarse, de dar lo que podía.

Gabi se fue al Zaragoza y ahí, poco a poco, fue cogiendo confianza y madurez pero nosotros no lo vimos en directo, sólo en resúmenes, sólo de vez en cuando en los partidos de casa. El último año en el Zaragoza fue capitán y jugador importante, y pensamos que ahí había tocado techo. Y entonces volvió, y cuando volvió no nos hizo demasiada ilusión y el que suscribe, que es tonto, le llamaba Grabi. Nos sonó a relleno, a fichaje de circunstancias, fichaje de no nos queda otra, no crean que a nosotros nos ilusiona, ya quisiéramos nosotros traer a Rosicky o a otro igual o mejor que Rosicky, oiga. Y volvió Gabi y, poco a poco, nos dejó claro que había vuelto hecho y derecho, con oficio y con personalidad, lejos quizás del futbolista fino y pinturero que en su momento esperábamos pero cerca del jugador curtido y con presencia que el equipo necesitaba.

Y con Simeone, como Koke, como tantos otros, Gabi fue el Gabi del que ahora no podemos prescindir. Gabi es el primero en la presión y en la recuperación, el primero en dar voces a los compañeros para que no pierdan el sitio, el primero en recordarle al árbitro que el rival que acaba de hacer falta ya lleva tres. Es también el primero cuando el equipo visita una escuela de fútbol o un hospital infantil, el primero en llegar a la bronca monumental que acaba de formar Diego Costa, el primero en celebrar como loco un triunfo, como lo celebraría un hincha más. Gabi roba balones y entra al choque a cortar contraataques, y a veces lo hace de forma acelerada y le da un pase fácil a un rival y corre como un loco a solucionar el problema que acaba de crear. Gabi no es el apuesto teniente recién salido de la academia que duda en momentos cruciales, sino el capitán experimentado y cascarrabias que cuando la cosa se pone fea agarra el estandarte y saca de la trinchera a patadas en el culo a toda una compañía, que se lanza tras él donde él diga. Gabi, en fin, con sus fallos inoportunos y sus buenos pases largos, con sus momentos de aceleración y sus arengas en pleno partido llamando a la presión de todos los compañeros como quien se juega el honor de la brigada entera, actúa como algo que hace tiempo que no se veía en el Calderón: como un capitán.

Gabriel Fernández Arenas, Gabi, que no es el más talentoso ni el más pinturero, ni el más mediático ni el más popular, es un capitán con todas las letras de la palabra Gabriel, que es más larga que Gabi de aquí a Zaragoza. Todo el respeto del mundo para Gabi, todo.