viernes, 17 de febrero de 2012

Un gesto, sólo un gesto


Iban 18 minutos de juego y la cosa pintaba bien. El Atleti tenía el balón y jugaba en campo del Lazio. Aún no se había pasado la fase de tanteo y estudio de cada rival, pero parecía claro que el Atleti buscaba la forma de hacer daño y el Lazio la forma de que no se lo hicieran, señal de que había un equipo mejor que el otro.

En una de las pocas veces que el Lazio llegó a campo contrario, Candreva buscó un tiro lejano. Una, dos veces seguidas, buscando ángulo para tirar, desplazando un poco a su marcador para hacerse hueco. Cualquier jugador acostumbrado a tapar la zona del campo que queda por delante de la defensa espera más un pase que un tiro, y sabe que si el rival busca tiro desde tan lejos es porque tira muy bien. Cualquier delantero que juegue con un compañero que tire bien de lejos va instintivamente hacia la portería, buscando el rebote, en cuanto el lenguaje corporal del compañero indica tiro. En un equipo que hasta ese momento había mostrado poco, la posibilidad de un tiro lejano parecía una excelente opción de hacer algo de daño. Klose salió corriendo nada más ver el gesto, el disparo salió largo y duro, a punto de botar cerca de las manos del portero. Incómodo, Courtois despejó la pelota, probablemente al pensar en la última fracción de segundo que sería difícil coger el balón que justo iba a botar en el campo helado ante sus dedos. Despeje tímido del portero a la bota de Klose, gol del alemán, primer gol en contra para el Atleti desde que llegó el Cholo.

Por asombroso que le pueda parecer a aquellos que dejaron de ver al Atleti con Manzano, el Atleti no estaba ya acostumbrado a recibir un gol. Primer gol en el séptimo partido gracias a un buen portero, a unos centrales resucitados y a dos laterales que hacen lo que se pide a los laterales e incluso un poco más en el caso de Juanfran, entre otros. El Atleti de Simeone, que defiende desde Falcao y que no deja pensar a los rivales, que presiona arriba y vuelve y muerde cuando se pierde un balón, que ve cómo llega el marcador a tapar al rival y, si éste sale, hay siempre un compañero en la ayuda que permite recuperar el balón rápidamente, se había llevado un gol y además tras fallo de uno de los que casi nunca fallan, Courtois. Los jugadores se quedaron con cara de no saber bien qué hacer, los jugadores se miraron los unos a los otros, los aficionado pusieron una cara de sorpresa que a ellos mismos, acostumbrados en los últimos tiempos a ver cómo el equipo regalaba continuamente goles tontos en malos momentos, le sorprendió a su vez. ¿Sorprendidos porque al Atleti le meten un gol? Esto no era así hace unas semanas, era más bien lo contrario ... el gol dolió y la sorpresa, curiosamente, fue agradable: si nos sorprende un gol en contra, es que las cosas son distintas ahora, son mejores.

Desorientados, los aficionados miraron a la pantalla de la tv. Desorientados, los jugadores miraron al banquillo. Y entonces llegó el gesto, sólo un gesto que resumió, con dos manos y unas cejas arqueadas y un labio apretado, lo mismo que expresa la frase, tranquilos, tranquilos, qué más da. Miraron los jugadores a Simeone y miró la cámara a Simeone y el realizador tuvo a bien mostrar a Simeone haciendo el gesto. Un gesto, sólo un gesto que significaba no pasa nada, no pasa absolutamente nada. Han marcado, muy bien, pues enhorabuena al goleador, nosotros seguimos igual. Sabemos lo que tenemos que hacer y lo estamos haciendo bien, fiaros de mí como yo me fío de vosotros, hagamos lo que venimos haciendo en el resto de partidos y entrenamientos. Calma, decía el gesto de Simeone, confiad, decía. Tranquilos, decía Simeone con las manos abiertas y los hombros subidos, con las cejas subrayando la mirada de confianza, con los labios diciendo, sin abrirse, seguimos igual, confiad, estas cosas pasan, ¿y?

Imaginamos que los jugadores entendieron el gesto de Simeone y se calmaron y confiaron en el entrenador y en ellos mismos. Lo imaginamos no sólo por lo que vimos luego, sino porque también nosotros, en sofás y oficinas y sillas de enea y asientos de pub, en barras de bar y en casas de abuelos, nos tranquilizamos todos. Anda, dijimos todos, mira Simeone, lo tiene claro, no se descompone, no se asusta por esto. Parece que se fía de los suyos, del trabajo, de la idea de juego, de que cada uno haya comprendido la situación y haya asumido como propia la tarea que el entrenador le encomienda. Con un gesto Simeone dejó claro que se fía de los suyos y de su idea de juego, que conoce lo que debe hacer el equipo para ir a más y ganar.

Y el equipo ganó, ya lo vieron Vds, y lo hizo a lo grande, aunque los tres goles casi fueron lo de menos. El Atleti volvió a jugar a lo que venía jugando estos últimos días, y ni se arrugó por el gol en contra ni por tener enfrente al tercero de la liga italiana ni por el frío ni porque unos días antes hubiera jugado en ese mismo césped Castrogiovanni. El Atleti corrió, peleó, presionó y cuando robó el balón jugó y jugó bien. Jugaron bien todos, por más que en un fútbol aguerrido y de mucha concentración y espíritu queden a mitad de pista Mario y Filipe Luis. No el resto, no Falcao, que volvió a vaciarse y a mostrar que es el primer engranaje de la máquina defensiva y el último diente de la mandíbula que muerde. Ni Adrián, que hizo un partido de estrella, ni Koke, que volvió a reclamar minutos y protagonismo. Jugó bien Diego, creativo y peleón, y jugó bien Gabi, siempre en su sitio y sin rehuir nunca la pelea. Jugaron bien los centrales y jugó de maravilla Juanfran, enorme en el esfuerzo y en la presencia, demostrando que está contento de haber encontrado su sitio en un equipo que funciona.

Y aún así, el que mejor jugó fue el equipo. Juntos, con las ideas claras, rápidos. Buscando más y más, presionando en tres cuartos contrarios cuando quedaban cinco o seis minutos, queriendo ganar en todas las parcelas y en todas las estadísticas. El Atleti jugó como ese otro Atleti del que nos íbamos olvidando, el que también llevaba un número oscuro sobre cuadrado blanco en el dorsal y llevaba, eso sí, el bendito pantalón azul. El Atleti de verdad apareció en Roma y, en el único momento en el que se pudo temer por su presencia, un gesto solo, un gestito, puso todo en su lugar. Quién nos lo hubiera dicho hace un par de meses.

lunes, 13 de febrero de 2012

Por lo visto hasta ahora

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Por lo visto hasta ahora, señores, hay Torneo. Ni los favoritos ganan sobrados ni los débiles son tan débiles. Por partes.

Por ahora, Gales acumula méritos para ser favorito. Gales juega bien en casi todas las fases. Ataca y defiende bien en estático y a la mano, y cuando las cosas no van bien a palos, llega Halfpenny y lo soluciona. Contra Irlanda jugó el que es por ahora el mejor partido del Torneo. Gales ganó en el último minuto al convertir un golpe que acabó en sin bin polémico por excesivo, unos minutos después de un placaje de sin bin polémico por insuficiente. Gales ganó en el último minuto, quizás con la fortuna que no tuvo en el Mundial, en aquel partido contra Francia que recordaremos muchos años. Pero lo verdaderamente importante de ese partido que ganó Gales a Irlanda fue que Irlanda, como en el Mundial, jugó muy bien y aún así perdió. Los irlandeses defendieron como leones, no le perdieron la cara al partido en ningún momento y fueron mandando en el marcador. Y aún así, ganó Gales y ganó bien. Los dos equipos nos regalaron un partido precioso con una intensidad constante y derroche de recursos, sobre todo por el lado galés; los irlandeses, que pudieron ganar un partido clave para llevarse el torneo, felicitaron al rival por medio de su capitán y todos nos alegramos en ese momento de ser aficionados a este deporte.

Irlanda dejó una buena imagen contra Gales, aunque perdiera, y una imagen aún mejor contra Francia, aunque no jugara. Con un estadio lleno, con veinte mil irlandeses en la grada después de pagar un billete de avión y un hotel, se suspendió el partido entre Francia e Irlanda porque el césped del estadio parisino estaba helado. Uno no recuerda nada así en un seis ni un cinco naciones, pero quizás haya pasado antes; los que saben, empero, dicen que no. Uno ha jugado en campos congelados, en los que los tacos de aluminio suenan como zapatos de claqué y en los que las caídas suponen cortarse la piel de las rodillas con las marcas de los tacos del partido anterior, congeladas y rígidas. Uno recuerda cómo, tras un rato, se va rompiendo la superficie congelada y aflora un barro helado que hace complicado, pero no imposible, jugar aunque fuera con un Adidas Wallaby, prodigio escapatorio en campos mojados. Por eso uno no se esperaba la suspensión del partido de París aunque sí se hubiera esperado, de haber existido, un sketch de los guiñoles irlandeses mofándose de la situación. Cuando se anunció la suspensión del partido salieron los franceses, con Parrita al frente en pantalón corto, y salieron los irlandeses, con O'Callaghan en camiseta y sin medias siquiera. Los primeros se volvieron al vestuario y los segundos hicieron un partidillo, un tocata para la afición desplazada y desesperada, un gesto al menos hacia los suyos; lo sentimos, no es cosa nuestra, nosotros habríamos jugado, les agradecemos haber venido a apoyarnos y lo único que se nos ocurre hacer es por lo menos un partidito para que les sea esto menos amargo, oiga. Bien por Irlanda, una vez más.

Un rato antes, en Roma, Italia e Inglaterra habían jugado en un campo nevado con setenta y dos mil espectadores, ahí es nada. El partido sirvió para varias cosas. Una, para demostrar que la mitad del equipo inglés no tenía frío, porque iba en manga corta. Otra, para demostrar que tampoco tenían frío los que llevaban manga larga, a juzgar por las nubes de vapor que despedían las melés. La última y más importante, para demostrar que a los italianos, hoy por hoy, hay que ganarles en Roma para querer hacer algo en el torneo, y que en Roma no se gana sólo con el peso de la historia. Aguantaron los italianos al soso equipo inglés, en el que Farrel y Hodgson parecen los encargados de hacer puntos, uno pegando patadas a palos, el otro tapando patadas rivales. Inglaterra no demuestra demasiado con un equipo nuevo y poco conjuntado, pero lleva dos victorias aunque, eso sí, contra los dos equipos teóricamente más asequibles. Italia gana crédito y habría que esperar alguna victoria italiana en Roma este año.

La sorpresa más agradable, por ahora, es Escocia. Escocia ha perdido sus dos partidos, pero no ha dejado mala sensación. Escocia viene de unos años complicados, parece no haber asumido el salto al rugby profesional con la misma solvencia que irlandeses y galeses. En muchas escuelas de Escocia en las que antes era obligatorio el rugby ahora se juega al fútbol y eso lo nota el equipo, al que llegan menos jugadores de primer nivel que antes. Aún así, Escocia discutió la Calcutta Cup al ejército del orgulloso Lancaster y contra Gales perdió por dos ensayos concedidos cuando contaba con dos jugadores menos por obra y gracia del sin bin. En contra de lo esperado, Escocia jugó a Gales a la mano, saliendo desde atrás y buscando a los tres cuartos ante un equipo teóricamente más cómodo en ese juego. El partido, si bien se notaba la superioridad galesa, fue divertido y disputado, con muchas jugadas abiertas y con series largas los escoceses, como una que terminó tras veintiuna fases a un metro de la línea de ensayo. Gales hizo dos ensayos ortodoxos y Escocia un ensayo de pillo; un partido estupendo.

El Torneo, pues, está abierto aunque huele a dragón y puerro. Uno apostaría por las sorpresas y por derrotas de ingleses y franceses en partidos que esperan ganar. El Torneo podría decidirse en la última jornada: Irlanda juega el último partido en Londres el 17 de marzo mientras que Gales juega en casa contra Francia ese mismo día. Roguemos pues a San Patricio por un resultado favorablemente verde en territorio enemigo en su día, Lá Fhéile Pádraig y a San David, Dewi Sant, por un buen resultado en Cardiff. De comer alcachofas a la romana mientras se escucha Flower of Scotland nos ocuparemos los allí presentes.
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Por lo visto hasta ahora, señores, hay motivo para la esperanza. Los que antes parecían no valer parecen ahora haber despertado, y los que claramente valían están mejor. El Atleti empató en Santander y, aunque nos dio una rabia horrorosa durante el partido y el cabreo no se nos quitó hasta un rato más tarde, ahora estamos extrañamente contentos. Quizás debería haber ganado por goleada en Santander y debería haber ganado por la mínima al Valencia, pero el equipo es otra cosa, es otra cosa, oiga.

Desde que llegó Simeone, han cambiado pocas cosas pero han cambiado muchas cosas. Ha cambiado el entrenador y se ha ido un único jugador con sonrisa y manga larga. El resto es lo mismo pero es distinto, con lo que sólo nos queda concluir que la responsabilidad, el mérito, es de Simeone. Desde su llegada el equipo ha cambiado, el equipo juega mejor, juega a algo. El equipo presiona arriba, busca desactivar al rival y no sólo esperar, los jugadores acaban los partidos cansados, sin fuelle, lo mínimo que se puede exigir a un futbolista profesional, lo que buscan los futbolistas de barrio para no sentirse culpables al pedir la tercera cerveza.

Desde la llegada de Simeone, el equipo defiende. El equipo, decimos, y no sólo los defensas y los centrocampistas con menos calidad. Defiende Falcao el primero, encimando al central que intenta subir el balón, permitiendo por tanto que el resto de jugadores defiendan en su sitio y no tengan que salir de su zona a hacer ayudas. Defienden Arda y Diego, jugadores llamados a crear y que también defendían con Manzano aunque casi más por iniciativa propia que por instrucciones tácticas, según parecía desde fuera. Defiende Gabi, casi siempre bien colocado aunque fallón, y defiende Tiago y hasta Mario si este se lesiona. Defienden los laterales, y he aquí posiblemente uno de los logros de Simeone además de la agresividad general. Juanfran ha entendido que ésta puede ser la suya y corre y corre y llega arriba y vuelve a bajar, generoso; algo más timorato, Filipe Luis Filipe también se ha unido a la tónica general y el equipo, con laterales que ocupan espacio y dos centrocampistas por delante de la defensa, está mucho más compensado y juega de forma más lógica con sus cuatro jugadores más creativos y ofensivos. Los centrales, claro está, también defienden y lo hacen más arriba que antes y también de forma más contundente, anticipándose ahora en situaciones en las que antes esperaban.

El equipo defiende, pues, pero también ataca. El equipo presiona arriba y busca robar y salir rápido, buscando a Adrián y a Falcao, llegar al remate rápido. Arda y sobre todo Diego conducen más el balón y buscan últimos pases que faciliten el remate, y si el equipo rival es flojete como el Racing Diego se da un homenaje y lo pasa en grande regateando y creando huecos corriendo en horizontal y diagonal, esperando desmarques, mirando de reojo a la grada, mamá, mira qué bien juego con mis guantes de forro polar. Contra el Racing el equipo llegó seis o siete veces con toda claridad y pudo marcar varios goles fáciles: tuvo uno clarísimo Adrián que se fue al portero, tuvo un remate claro Falcao que se fue al poste. El resto de ocasiones fueron bien resueltas por los rematadores pero mucho mejor resueltas por Toño, el portero rival al que de aquí damos la enhorabuena; en un momento dado, dio la impresión de que el Atleti podría haber tirado otras veinte veces, y veinte veces habría parado Toño el balón. Qué tío este Toño.

Independientemente de las ocasiones falladas, independientemente de que hay que ganar estos partidos, independientemente de que nos podremos acordar mucho de estos puntos, el equipo lo hizo bien. El Atleti jugó bien y, sobre todo, dio de nuevo esa sensación antigua, casi perdida: la sensación de dar miedo al rival, de ser él quien marca el ritmo del partido y no al revés. Aquí mando yo, dijo el Atleti, y lo dijo con una voz lo suficientemente convincente como para achantar al rival, que se limitó a aguantar el chaparrón sin querer hacer daño al contrincante, no sea que se enfadase y fuera peor. El Atleti dejó sensación de equipo serio con el que es mejor no hacer chistecitos, muy lejos de la imagen de presa fácil de la primera vuelta. Si no hace tanto el Atleti llegaba a campos de recién llegados con cara de ser víctima propicia para el timo del tocomocho o incluso de la estampita, a Santander, como antes a San Sebastián o Pamplona, llegó con cara de fiarse de sí mismo, sin mapa ni frío ni paraguas ni nada, a ver, dónde se juega aquí, muy bien, hala árbitro, empiece que venimos con una misión, déjese de tontunas, al lío, oiga. Dio gusto ver al Atleti apretando los dientes y marcando territorio, dio gusto, con todo el respeto para el rival, ver cómo el Racing reculaba y miraba a otro lado cuando el Atleti le sostenía la mirada, dio gusto ver a Diego jugando y haciendo jugar al resto. Qué lejos parece ahora ese Atleti blandito y blandengue con propensión al resfriado y al flato de hace pocas jornadas, qué poco tiempo y sin embargo qué cambio más grande. Qué sensación, mitad alivio, mitad ya era hora, mitad bien, Cholo, bien , qué sensación más buena tenemos todos.

Por cosas de esta liga absurda en la que, a finales de Enero, ya parecía claro que poco había que discutir sobre el campeón, el Atleti se ha metido en la pelea de la clase media acomodada, su resignado sitio actual. El Atleti lleva varios partidos con la portería a cero, ha empatado tres y ha ganado tres partidos desde que está Simeone. No ha encajado ningún gol y, sobre todo, parece haberse dado cuenta de que corriendo y mordiendo es más fácil jugar a este deporte en el que ni los solteros ni los casados acaban los partidos tan descansados como lo hacía el Atleti de hace unos meses. El mérito, hasta ahora, del Cholo; la alegría, hasta ahora, de todos.

domingo, 5 de febrero de 2012

Nosotros, que somos de Torres


Nosotros, que somos de Torres, somos de Torres desde hace muchísimo tiempo. Ya no sabemos muy bien desde cuándo somos de Torres, la verdad, porque tenemos la sensación de que Torres, que sólo tiene 27 años aunque tenga aplomo de ministro de transportes o de cirujano jefe, lleva con nosotros toda la vida. Y en el fondo casi es así, que Torres lleva con nosotros 11 años de profesional y unos cuantos más antes de serlo, saliendo cada día de la semana en los periódicos, cada dos días en las teles, cada media hora en las conversaciones de bar y cada fin de semana en nuestros brindis nocturnos, cuando toca acordarse de lo importante.

Nosotros, que somos de Torres, empezamos a ser de Torres en diferentes momentos. Algunos nos hicimos de Torres cuando vimos un chaval con pecas y el pelo a tazón que, banderín en mano, cumplía en partidos de fútbol 7 con los rituales de los capitanes de brazalete verde sobre camiseta de algodón de nuestra infancia. Otros se hicieron de Torres al verle liderar la selección sub-16 en aquel Europeo de 2001, marcando en la final y siendo el mejor jugador del torneo; otros, al verle liderar la selección sub-19 en aquel Europeo de 2002, marcando en la final y siendo el mejor jugador del torneo; otros, más tardíos, se hicieron de Torres al verle marcar el gol de la final de la Eurocopa de 2008, aquél gol picando el balón sobre el portero a pase de Xavi que todos hemos visto mil veces y podemos ver otras cien mil, aquél remate fino dejando atrás a su marcador en un derroche de potencia y clase que, aún cerrando los ojos, podemos describir a la perfección. Algunos se hicieron de Torres en aquel partido al que llegaba cuestionado, como no, y en el que terminó siendo el mejor jugador de la final, dando a España con su gol su primer título importante. Nosotros, que somos de Torres, sentimos especialmente nuestro ese título que marcaba el triunfo de un estilo y de un grupo, de un equipo cuestionado por enfrentamientos cainitas, el triunfo de un entrenador cercano, Luis Aragonés, al que la prensa había linchado durante meses por no cumplir con las expectativas oficialistas y apostar por ser él mismo, sin plegarse a lo que hubiera sido más fácil. Ese mismo año, el de la Eurocopa, hace sólo tres años y pico, Torres había destrozado todos los registros de un debutante en la historia del Liverpool y de la Premier, había recogido premios y marcado goles, había desembarcado en una ciudad sabia en fútbol con el aura de un mesías y había conseguido que nosotros, los de Torres, fuéramos aún más numerosos y aún más orgullosos. Eso sí, no nos hicimos de Torres por ninguna de las cosas descritas en este párrafo, por ninguna de ellas, no.

Nosotros, que somos de Torres, no nos hicimos de Torres por ser un jugador de fútbol extraordinario ni una estrella mundial. Lo que nos hizo hacernos de Torres no fueron sus goles en remates acrobáticos de esos que cuando los mete otro son históricos y sale repetidos en los telediarios pero cuando los mete Torres no, ni su facilidad por clavar en el suelo centrales experimentados con regates imprevisibles, no, no fue eso lo que nos hizo ser de Torres. No nos hicimos de Torres por sus diagonales y galopadas, por sus remates de exterior como aquél de Mallorca, por la espuela ante el Alavés o el puñado de goles increíbles ante el Barça. No nos hicimos de Torres por el gol ante el Betis a pase de Jorge Larena, ni por el gol a Bélgica a pase de Reyes, que tiene guasa la cosa. No nos hicimos de Torres por su clase, su zancada o su enorme repertorio de remates, ni por su decisión a la hora de fajarse con defensas corpulentos sin miedo ni complejos. No nos hicimos de Torres porque fuera mejor goleador español de Primera División dos años seguidos a pesar de jugar en un equipo con jugadores muy por debajo de su calidad y méritos, no. Todo eso son razones suficientes para ser de Torres, sí, pero entonces quizás haya unos pocos jugadores enormes de los que también podríamos ser si fuera sólo por eso. Pero no, no, no fue eso lo que nos hizo hacernos de Torres a nosotros, nosotros, que somos de Torres.

Nosotros, que somos de Torres, tampoco nos hicimos de Torres por llevar la contraria, aunque, no vamos a negarlo, eso ayuda. Ayudó para hacernos de Torres el ver que, desde el principio de su carrera, se le comparaba con jugadores inferiores con camisetas más populares, se subrayaban sus defectos, se magnificaban sus fallos. No nos hicimos de Torres por la rabia que nos daba ver que cada racha de cinco partidos sin marcar se convirtiera en noticia generadora de comentarios jocosos mientras que otros jugadores, depositarios de una fracción mínima de talento de Torres, fueran ensalzados tras meter dos goles a un Segunda B rematando cómodos un balón en el área pequeña. Ayudaron para hacernos de Torres, no lo vamos a negar, las críticas constantes, los deseos de muchos de verle fracasar, la comparación con jugadores de su misma edad y currículum pigmeo tras cinco buenos partidos de estos y una mala racha de Torres. Ayudó el ver cómo se cuestionaba constantemente a un jugador que en otro país sería ídolo nacional, ayudó el ver cómo los medios deseaban una pronta recuperación a compañeros de demarcación en la selección mientras que afirmaban sin reparo que Torres, con una lesión incómoda y sólo veinticinco años, probablemente no volvería a ser el mismo, probablemente tendría que renunciar a su juego de siempre. Ayudan para ser más de Torres las críticas a ciegas, las reflexiones sobre momentos de forma que vienen de gente que obviamente no ve los partidos de Torres, esas afirmaciones audaces de ignorantes y forofos que destilan un odio que únicamente puede tener un origen. Todo eso ayuda a ser de Torres, sí, ayuda, pero no es por eso por lo que somos de Torres, tampoco es por eso, no.

Nosotros, que somos de Torres, vimos con rabia y con pena pero también con comprensión cómo Torres se iba al Liverpool. Nosotros, que somos de Torres, nos quedamos sin faro ni guía y con un poco de angustia, tanto por nosotros, que somos de Torres, como por el propio Torres. Torres se fue a Liverpool por una millonada, con todos los focos sobre él, de la mano de un entrenador que fiaba a Torres todo el crédito de un equipo con un historial impresionante. Cuando Torres fue a Liverpool nosotros, que somos de Torres, entramos en los foros de los aficionados de su nuevo club y contestamos a las dudas, a las suposiciones, a los prejuicios. Entramos, eso sí, sin miedo porque nosotros, que somos de Torres, teníamos ya entonces una fe ilimitada en sus posibilidades y en su talento, pero sobre todo en su compromiso y capacidad de trabajar para el equipo. Va una estrella, sí, dijimos, pero sobre todo va uno más del equipo, el que más corre, el que más busca, el que aprieta más los dientes cuando el resto de compañeros bajan los brazos. Torres, que hizo lo que todos sabíamos que iba a hacer, se convirtió en el ídolo de un estadio experto en pocos meses, rompió récords, trajo el orgullo y la esperanza. Tardó poco en hacerse uno más, en dar su primera rueda de prensa en inglés, en identificarse plenamente con una de las gradas con más historia del fútbol. Nosotros, que somos de Torres, fuimos a Liverpool y nos quedamos asombrados de la devoción que despertaba, aunque luego vimos que sólo se le juzgaba con justicia, justo lo que no se hizo aquí. Gracias a Torres los aficionados del Liverpool, a los que siempre estaremos agradecidos, nos recibieron con los brazos abiertos y la complicidad del que sabe, como uno, que tiene la suerte de ver cada domingo a un fenómeno que juega al fútbol como un ángel y lo vive como un aficionado. Nosotros, que somos de Torres, disfrutamos esa época aunque Torres no jugara en nuestro equipo y siempre tendremos un recuerdo especial para la gente del Liverpool, los que tan bien nos trataron por ser ellos también, como nosotros, de Torres. Pero, eso sí, no es por sus números en Liverpool ni por su salto a la condición de estrella de la Premier por lo que somos de Torres, no, nosotros no.

Nosotros, que somos de Torres, vimos con cierto asombro y también con cierto extraño alivio cómo Torres se iba del Liverpool. El equipo perdía elementos importantes y no parecía levantar cabeza, el tiempo pasaba y el futuro perdía color rojo. Por culpa del fútbol moderno y los inversores extranjeros, por culpa de los proyectos a medio y largo plazo, por culpa de los insuficientes proyectos a corto plazo, Torres decidió irse del Liverpool para buscar un club que ofreciera estabilidad en la parte alta de la clasificación y en la Liga de Campeones, una competición que alguien como Torres no puede ver por la tele. Nosotros, que somos de Torres, lo sentimos por sus seguidores en Liverpool, tan fieles a Torres y tan amables con nosotros, que somos de Torres, porque entendimos que a Torres no le quedaban muchas opciones. Lo sentimos por ellos pero comprendimos lo que empujaba a Torres a cambiar de aires, cruzamos los dedos pidiendo que hubiera acertado, que el equipo fuera lo que necesitaba; que los compañeros le recibieran como uno más y no como la estrella que venía a hacerles sombra, que le dieran balones y no se jugaran todo ellos por no engordar la leyenda del que venía con vitola de estrella mundial. Las cosas, por ahora, no han ido todo lo bien que nos habría gustado. Torres llegó a un equipo en cambio, con un estilo de juego que le va poco, en el que los espacios no abundan y las ocasiones escasean. Torres se encontró en un equipo que transmitía la sensación de estar formado por clanes, con figuras asentadas que deciden lo que ocurre, que no quieren competencia en las alineaciones titulares ni en las fotos de la tienda oficial.

Nosotros, que somos de Torres, hemos visto que Torres lo ha pasado mal en el Chelsea, mientras era mirado con lupa por todo el mundo dado el precio del traspaso; Torres ha marcado pocos goles, se le ha visto incómodo en el campo, poco integrado en un sistema de juego que no es el ideal para sus extraordinarias condiciones. Aún así, Torres ha ido cambiando, se ha ido adaptando. Tras una buena racha de cuatro goles en seis partidos, Torres fue al banquillo en una decisión que no se entiende si no es por la presión que algunos jugadores ejercen sobre el entrenador. Últimamente nosotros, que somos de Torres y hemos visto casi todos los partidos que ha jugado en su carrera, vemos bien a Torres, jugando más de centrocampista de delantero, más de pasador que rematador, más de portor que de trapecista estrella, como ya le pasara en algún momento del pasado. Aún así, Torres no está marcando todo lo que debería, no tiene muchas ocasiones y, en las que le llegan, tampoco tiene ese punto de suerte que lleva al balón un poco más abajo del larguero, un poco más a la izquierda de un poste. Y mientras nosotros, que somos de Torres, vemos las críticas que vienen de gente que no ve ni un partido, que confunde fútbol con goles, que concibe este como una colección de resúmenes de domingo por la noche y no como una sucesión de partidos completos, vemos cómo estos hacen risitas y chascarrillos y pretenden hacer sangre comparando a Torres con jugadores de equipos que juegan con menos presión y más ocasiones, con situaciones incomparables. Pero eso ya sabemos que está ahí porque siempre lo ha estado, lo sabemos bien desde hace tiempo, lo sabemos nosotros, que somos de Torres, y no es la responsabilidad de defender a Torres de las críticas lo que nos hace ser de Torres, tampoco es eso.

Porque a nosotros, que somos de Torres, lo que nos hizo ser de Torres fueron cosas más sencillas y en los días que corren, mucho menos habituales que un gol por la escuadra o un anuncio en Thailandia. Lo que nos hizo ser de Torres fueron carreras para presionar a un rival mientras el resto del equipo se desentendía de la responsabilidad, fue la sensación de que en el campo había uno de los nuestros, tan del Atleti como nosotros, tan de los nuestros como los nuestros. Nos hicimos más de Torres cuando le vimos tan destrozado como nosotros tras un cero seis que no dibujó ni una cara de disgusto en la mayoría de jugadores que por aquél entonces faltaban al respeto a las rayas rojiblancas, porque era el único jugador que hacía a los niños que iban al estadio estar orgullosos de la camiseta maltratada por el club, la camiseta que todos pedimos a los Reyes Magos en cuanto tuvimos la ocasión. Nos hizo hacernos de Torres ver cómo dejaba claro una y otra vez que su sitio estaba entre nosotros aunque no jugase aquí, que Torres, como nosotros, era del Atleti por delante de cualquier otra cosa, que nunca se iría al equipo al que ninguno de nosotros se iría nunca a pesar de que esa frase le iba a pesar como una losa a ojos de la prensa y de la afición más forofa e irracional. Nos hicimos muy de Torres cada vez que le escuchamos hablar, siempre respetuoso con rivales y compañeros, siempre humilde a pesar de ser una estrella, sin reclamar atención ni dar escándalos ni decir “me lo merezco” cada vez que le hacía un gol a un equipo modesto. Nos hicimos de Torres cuando dijo que el día más importante de su carrera deportiva fue aquél en que escuchó al Calderón corear su nombre tras fallar un penalti. Nos hicimos más de Torres cuando celebró esa Eurocopa y ese Mundial que casi le cuesta una pierna con una bandera del Atleti, sacando medio cuerpo del autobús para hacerse una foto en Neptuno con la Copa del Mundo entre cientos de camisetas del Atleti porque aquel día fuimos ahí a verle muchos de nosotros, que somos de Torres.

Nosotros, que somos de Torres lo somos por todas estas cosas, que son muchas y distintas pero poco repetibles y altamente inusuales entre los futbolistas modernos. Nosotros, que somos de Torres, somos muchos y somos desde bluesmen aficionados al boxeo a jefes de prensa que esperan niña torrista, desde editores de gran futuro y gran pasado con bigote rubio y olivar podado a oscenses de camisa azul y corazón rojiblanco, brillantes abogados de gafa de pasta y reloj suizo, zaragozanos exiliados en Madrid, madrileños exiliados en busca de tierras verdes con sidra y gallettes, expertos en estadística y ases de la hemeroteca, italianos de Rosario Central, miopes con rebeca, ilicitanos aficionados a las Lambrettas, concejales de cultura, asturianos con porte de ala-pivot, marineros de tierra jerezana, manchegas dispuestas a retar a bolsazos al que ose hacer un chistecito de esos que últimamente se hacen por Internet, flankers con residencia en El Escorial, informáticos escépticos, bloggeros constantes, bloggeras inconstantes, periodistas de grandes y pequeños medios, equilibristas de las ondas, eremitas de Zizurkil y agentes secretos. De Torres somos también quinceañeras enamoradas, mamás que querrían un yerno así, porteros de finca urbana y de discoteca de polígono, vividores, ascetas, monjes benedictinos, filósofos positivistas, intelectuales de gafa gruesa y biblioteca extensa, vendedores de sofás, cocineros vascos, cicloturistas aficionados a la polifonía, ladrones de obras de arte, distinguidos portugueses, zurdos con canas, entomólogos, asesinos del área, investigadores del virus del cólera y gaiteros escoceses; todos esos, todos, somos nosotros, que somos de Torres.

Y nosotros, que somos de Torres, somos de Torres porque debemos mucho a Torres. A Torres le debemos el no habernos fallado nunca, el haber presumido siempre de lo que es él, que es lo mismo que somos nosotros pero con menos regate y zancada. Le debemos el haber salvado una generación de atléticos sin referentes y de habernos dado motivos para el orgullo en tiempos de sequía deportiva y vergüenza institucional. Le debemos las carreras desesperadas que sólo nacían del escudo, el no dudar ante la responsabilidad de echarse a la espalda el inmenso peso de un club histórico en sus horas más bajas. Le debemos los partidos en que corrió por tres y jugó por ocho, los puntos conseguidos gracias a él y sólo a él, los brincos desde el asiento por un remate lejano o un regate en carrera. Le debemos el buen recibimiento en Liverpool, el tener tema de conversación con todos los taxistas de Buenos Aires y la sonrisa cuando vemos su camiseta en cualquier lugar del mundo. Le debemos el orgullo especial de la Eurocopa y la sonrisa y las llamadas y los mensajes entre nosotros cuando volvió a aparecer el escudo en ese autobús descapotado en 2010. Todo eso le debemos a Torres nosotros, que somos de Torres.

Y por eso nosotros, que somos de Torres y que por conocer a Torres esperamos que también triunfe en el Chelsea y en la próxima Eurocopa, tenemos clara una cosa: que nos da exactamente igual que se critique a Torres, que nos da exactamente igual que se digan idioteces sobre Torres, que nos da exactamente igual que se hable de los partidos de Torres sin verlos, que se hable de los números de Torres cuando son malos y se oculten los buenos, que se compare a Torres con medianías. Que nos da igual todo eso porque tenemos claro quién es Torres y lo que Torres significa, y que, de hecho, aún sabiendo que no será así, nos daría exactamente igual si Torres no volviera a meter un gol nunca porque, con lo que ha hecho ya, nos sobra para saber que es un jugador histórico que en cualquier otro sitio sería respetado y venerado. Porque nosotros, que somos de Torres, no necesitamos más motivos para ser de Torres ni necesitamos que demuestre nada más, que estamos orgullosos de Torres y de ser de Torres y que, por encima de todo, nosotros, que somos de Torres, lo que estamos hacia Torres es, sobre todo, eternamente agradecidos.