Aunque había hecho el firme propósito de no escribir hasta 2007, lo que la prensa deportiva cuenta sobre el Atleti estos días me ha hecho reflexionar (y esto es noticia). Y en cuanto al título, poca gente sabe lo que es un portor. Normal, este es el tipo de tonterías que a mi me llaman la atención y que a otros no (y esto no es noticia, es algo bastante común, ya de paso se lo comento). Aún así, a ver si consigo hacerme entender.
El portor es aquél trapecista que, colgado boca abajo en su trapecio, espera el vuelo de la estrella para agarrarle y evitar que se mate. Un papelón, vaya.
El portor no da volteretas ni se lleva las ovaciones pero sin él las cosas serían simplemente imposibles. Es él quien fija los tiempos, quien tiene la suprema responsabilidad de agarrar al compañero que vuela por los aires describiendo espirales. Si el portor no está atinado todo se va al traste: el arriesgado vuelo del compañero acaba en ridículo o en tragedia.
El portor tiene toda la responsabilidad oscura y no tiene nada del brillo del éxito. Tiene que ensayar tanto como el otro, pero nunca se llevará las portadas de los diarios a menos que falle. Curiosa recompensa para alguien esencial: o el silencio o la vergüenza, nunca otra cosa. El portor tiene que saber tanto como el mejor, corregirle sus defectos y potenciar sus virtudes. Por ser más pesado o menos flexible o más veterano, cede el protagonismo a otro que quizás tenga menos talento o menos corazón pero tiene infinitamente más suerte. Al menos en ese momento.
El público en general ignora al portor. Se fija en el trapecista estrella, aquel que ejecuta mortales y tirabuzones. Terminada la cabriola, poco importa quién le recoja. Si el portor ejecuta su tarea con maestría, nadie repara en él. Si el portor falla, es un desastre: ha arruinado la perfecta ejecución del salto, ha arriesgado la vida del que verdaderamente vale, ha convertido una potencial obra de arte en una patochada. Ay, el portor, a ojos del gran público es algo así como el bajista en los grupos, como el líbero en los equipos antíguos. Si está y cumple con su cometido nadie repara en él, pero si falla o no está todo se desmorona y es por su culpa, sólo suya.
Pero el público más erudito, aquel que huye de lo que la masa piensa, ve en el portor al verdadero artífice de los éxitos del otro. Saben de su sabiduría, de su esfuerzo y de su lealtad. Del mérito de renunciar a todo oropel por el bien del otro, del equipo que forman, del público que lo ve. Y por eso, precisamente por eso, el público entendido ve en el un plus de mérito, un motivo más para llevarle a los altares.
En “Trapecio”, una preciosa (algo melodramática, algo triste, algo folletín pero bonita) película de Carol Reed, el portor era Burt Lancaster, ex trapecista estrella cojo y algo amargado. A pesar de los pesares, ponía todo su empeño para que la joven promesa del trapecio, un Tony Curtis blandito y repelente, llegara ha ejecutar un salto histórico. Asumía su papel secundario con nobleza y, a pesar de no poder ni ver a Curtis por culpa de Gina Lollobrigida, era su más leal aliado en su camino a la fama. El gran público adoraba a Curtis, la Lollobrigida elegía a Curtis y el atormentado portor se retiraba en el último momento, renunciando a una carrera futura, haciendo mutis por el foro, discreto y algo enfadado aunque asumiendo su destino. El público de este lado de la pantalla reconocía entonces lo injusto del trato recibido por el portor, le cogía manía a Curtis (que es algo bastante fácil de entender) y ponía a la Lollobrigida a caer de un burro por ambiciosa, por golfa y por no entender nada sobre quién es el verdadero protagonista de la historia (aunque no quedara claro quién era la misteriosa mujer que corría, encapuchada, a unirse al portor al alejarse del circo).
Estos días la prensa y el gran público parecen haber encontrado una pareja similar a la de Trapecio. Tras los partidos de Barcelona y Levante, la prensa que tanta cera ha dado a Torres ahora parece hacerle rabiar hablando y hablando de Agüero. Primero le chinchaban hablando de Villa, ahora es Agüero el protagonista. Un diario deportivo de tirada nacional entrevista al presidente del Club (ese señor que siempre lleva corbatas azules de rayas) y le pregunta veladamente si ahora el ídolo de la afición es Agüero y ya no es Torres. La respuesta es tan triste y vacía como cabía prever, de ahí este artículo.
Agüero acapara la atención por lo bien que lo está haciendo, algo de lo que me alegro sobremanera. Agüero es un tipo que cae bien por sonriente y por salao, por jugar al fútbol como si estuviera en el recreo y cantar cumbias en sus ratos libres. Empieza a funcionar y eso es una magnífica noticia que esperemos que se consolide en el tiempo al menos durante otros diez años. Para su despegue en el Atleti, en el que empieza a brillar, cuenta con la impagable aliado. Torres, trapecista estrella, lleva unos partidos ejerciendo de portor del potrero (algo que dicho así rápidamente parece impronunciable en estas fechas navideñas de vino, cava y copa larga), demostrando una vez más que es uno de los nuestros, que busca el bien del equipo por encima del propio. En el partido del Barça se vio bastante claro que, mientras las defensas sigan obsesionadas por secar a aquél que les ha amargado tantísimos partidos, el Kun puede llevarse el gato al agua. Pocos han reparado en el inmenso trabajo del Niño, y muchos, al parecer, se han brindado a denunciar celos entre ambos, malas relaciones, supuestas rivalidades.
El Niño y Agüero pueden darnos tardes de gloria. Quizás, digan algunos, no sean los complementos ideales. Puede. Dos buenos jugadores siempre son complementos ideales, dirán otros. También puede ser. Lo que no tendrá sentido, por más que algunos se empeñen, es buscar entre ambos una rivalidad que sólo puede beneficiar a la prensa y a cualquier equipo menos al nuestro. Si la afición atlética, tan fiel como crédula, entra en ese juego apaga y vámonos.
Si Torres empieza a sentirse portor aún siendo estrella, como le pasó a Bruce Foxton a la sombra de Paul Weller, malo. Ambos deben ser estrellas, y más aún, ambos deben ser portores del otro. Sin embargo si, como Lennon y McCartnery, se ven como dos líderes compatibles de la delantera, ellos mismos y consecuentemente el Atleti tendrá mucho que ganar. Y yo no esperaría menos de dos tipos que han demostrado ya algunas cosas: uno, que es un fuera de serie dispuesto a hacer de portor si las condiciones lo requieren; el otro, que en sus ratos libres su ilusión es cantar con un grupo que lleva el atletiquísimo nombre de “Los Leales”.
1 comentario:
Perféctamente explicado.
Yo con la Lollobrígida no podía.
Y con Curtis, menos
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