lunes, 25 de mayo de 2009

Candombe del resultado excesivo

El Atleti jugó un partido que casi nadie pudo ver, que acabó con un resultado no demasiado justo y con el Atleti en un puesto que, visto lo visto, puede maquillar lo que el equipo muestra a veces.


Nota: como el que suscribe fue de los pocos afortunados que vio el partido entero sin conexiones a otros campos ni comentarios séxticos, es posible que en la crónica de esta semana se abuse de los comentarios personales y del relato en primera persona. Avisados quedan.
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Uno, que nunca había ido a San Mamés, llevaba ya unas cuantas temporadas pensando en ver de una vez un Athletic - Atleti in situ - nótese que el que suscribe ha escrito Athletic, que es como gustan de llamar al club en su ciudad, y no Bilbao, que es como se llama en Madrid al Athletic de Bilbao para diferenciarle del Atlético de Madrid, también llamado Atleti o Aleti, siendo esta última la forma empleada en el lenguaje verbal y cuando se dan voces tras un gol-. Finalmente, una vez visto un partido allí, a uno lo que más le llama la atención del campo es la ubicación. San Mamés está en el centro de la ciudad, al final de una calle, cerca del centro histórico y del centro comercial de Bilbao, a la vuelta de una mercería, frente a una parada de autobús y en el camino que muchos bilbaínos hacen a diario. Andando por Bilbao uno ve un monte verde al final de una calle, una ría al final de otra y un gran escudo del Athletic al final de una tercera. El resultado es que para ir al partido uno va por el centro de la ciudad, cruza las calles que cruza la gente para ir a trabajar, saluda al vecino, para en el bar en el que desayuna antes de ir a la oficina y se aprovisiona para el partido en la panadería en la que suele comprar cada día una chapata o un pan de hogaza o dos roscos medianos o una pistola o una bolsa de molletes de Antequera o, hace años, un boni, un tigretón, un bucanero y una pantera rosa. El estadio siempre ha estado allí, tanto como el resto de cosas, y eso se nota. En día de partido el centro de la ciudad está lleno, lleno de sus mismos habitantes de todos los días vestidos para la ocasión, igual que se viste de largo para las bodas, de traje para ir al trabajo, de traje regional el día del patrón y de chándal el domingo por la mañana. Para llegar a San Mamés uno atraviesa calles llenas de gente vestida de rojo y blanco que bebe cerveza y gin tonic en los bares de la zona de bares-de-todos-los-días, convenientemente engalanados también y con ventanas que comunican la barra con la calle, en cuya acera hay mesas altas y barriles de vino sobre los que apoyar la bebida y el pincho. La calle hierve y los bares más, y la afición local charla apoyada en la barra en la que se amontonan bandejas llenas de incitaciones a al menos dos de los pecados capitales: la envidia y la gula.

Acudir a los bares de Bilbao puede resultar caro, pero si uno va con un amigo de la zona resulta de lo más barato: no le dejan a uno pagar nada en ningún sitio, y si uno hace ademán de echar mano a la cartera le echan a empujones del bar mientras le dan una caña y una gilda con la otra mano. En los bares próximos a San Mamés, a los que en sábados soleados como el pasado merece la pena ir al menos dos horas antes del partido para ver el ambiente y tomar algo, casi todo el mundo lleva algo rojiblanco, también los que bajan de su propia casa con su bufanda, cerrando su portal en medio del follón. También con el escudo del Atleti, no crean, que no sólo se ven aficionados locales. Hay grupos numerosos con muchos niños, cuadrillas de amigos y más chicas jóvenes de las que uno se espera, tipos con peinados peculiares y cara de cabreo, grupos de atléticos de los de aquí mezclados con los de allí y muchos grupos de señores luciendo la seña de identidad del aficionado bilbaíno con solera, el verdadero hecho diferencial del hincha local de toda la vida, los galones del entendido veterano: el jersey al hombro. La calle está preciosa y el ambiente es el ambiente que uno quiere para todos los domingos de fútbol, el ambiente ese que uno percibe como el motivo real por el que realmente el fútbol mueve tanta gente, el ruido que confirma que el partido no es más que un motivo para echarse a la calle y pasar un rato con el personal.

San Mamés, ya lo sabrán Vds, será derruido. En su lugar no sabemos si habrá pisos o un parque o un enorme bingo simultáneo con casino incorporado. Lo que sí sabremos es que a unos diez metros de donde hoy está San Mamés estará el nuevo San Mamés. Al otro lado de una calle, en el mismo sitio, frente al mismo monte, cerca de los mismos bares, en el mismo barrio. Los aficionados cambiarán de asiento pero no de barrio, ni de costumbres ni de bares ni de ambiente y, posiblemente, mucho menos aún de identificación con lo que el equipo significa. Mientras tanto, el estadio del Atleti sin hache, el nuestro, será derruido y el nuevo estadio, que probablemente acabe teniendo un nombre que nos moleste, estará en medio de una zona nueva en la otra punta de la ciudad, una zona sin solera colchonera ni proximidad ninguna con lo que el Atleti significa. Una zona de pisos nuevos, de calles rectas y árboles jovencitos de esos que no dan ni sombra, que ni valen para candar la bicicleta. Una zona en la que nos tememos que los bares sean franquicias, los camareros sean de otro equipo y para comer no haya más que un autoservicio en el que hacer cola con una bandejita. Una zona residencial en la que no apetecerá quedarse luego para comentar las jugadas y los fichajes, cómo nos van las cosas y dónde vamos de vacaciones. Una zona que, en definitiva, nos tocará a nosotros, a los de siempre, convertir en algo parecido a una casa.
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Llegó el que suscribe a San Mamés con un abono prestado y se sentó en zona de socios en la grada rival, que es como a uno más le gusta ver el fútbol fuera del Calderón. Si, hola, buenas tardes, sí, es ahí, no, es que él no viene hoy y me ha dejado el abono, sí, desde Madrid, no, llovía un poco al salir pero luego desde Burgos hacía bueno, ¿me deja el programa?, gracias, oiga. Miró el que suscribe en torno a su asiento por ver si veía algún correligionario y no vio ninguno, claro, qué esperaban Vds. Se sentó el que suscribe y vio enfrente la grada donde se sitúan los hinchas más radicales y, sobre ella y hacia un lado, el lugar en el que se colocan los aficionados visitantes. Miró uno al césped y a las tribunas y al arco de San Mamés y recordó historias sobre atléticos mal recibidos en el campo de Bilbao y enfrentamientos e insultos y de la sensación de sentirse extraño y en casa ajena, quizás no tanto, eso sí, como ese bilbaíno al que los amigos, estando próxima su boda, llevaron a Valencia a la final de copa contra el Barça vestido de Guti. Recordó uno todo eso y no le pareció para tanto lo que veía, qué quieren que les diga a Vds.

Salió el Atleti mientras el público local cantaba su himno y daba palmas y se dispuso el espectador visitante a analizar los primeros diez minutos del partido. Gran parte de la afición colchonera coincide este año en que los primeros minutos muestran si el Atleti que ha salido es el que ganó al Barcelona o el que hizo el ridículo en Santander, como si esos minutos fueran una muestra suficiente, un bonsai del partido entero. Hoy no, dicen uno, parece que hoy sí, que han salido distintos; puede ser, de hecho así ha sido en varias ocasiones. El caso es que esta vez no salió el Atleti mal, salió cómodo y salió serio esos diez primeros minutos pero quizás no se cumpliera la regla de oro de esta temporada.

Y es que tras esos diez primeros minutos el equipo se fue relajando y los locales, con poco convencimiento y sin demasiado que ganar o que perder, se fueron creciendo. Assunçao, de nuevo entonado en defensa como en los últimos partidos, parecía ser el único que se hacía con su parcela mientras que el centro del campo del Bilbao, también llamado Athletic, se hacía con todo lo demás. Raúl García sí lo intentaba pero andaba más en apagar fuegos que en trazar carreteras, Simão no aparecía y Maxi, desaparecido toda la noche, no entraba en contacto ni con el balón ni con el juego ni con el jugador que hasta hace bien poco era. Como resultado, durante el primer tiempo no le llegaron balones a Forlán, quien a pesar del despliegue físico sólo aparecía para ayudar a defender a la media, ni tampoco a Agüero, bien defendido al alimón por Amorebieta y Etxeita, joven producto de la cantera que apunta maneras. Agüero falló por cierto un gol cantado a pase de Pernía idéntico a otro fallado hace una semana contra el Valencia, qué cosas. La defensa, por su parte, respondía con una solvencia desacostumbrada a los arreones de los locales, empeñados con razón en buscar faltas laterales (algunas fueron, otras no) y centros al centro del área para sus centrales, sus medios centros y Llorente, todos sobrados de centímetros. Pero Ujfalusi y Heitinga parecen haber dado confianza por arriba a Pablo, rápido en el cruce toda la noche aunque flojo al chocar contra Llorente, siempre con más fe a la hora de buscar el cuerpo a cuerpo.

Durante el primer tiempo el Atleti no conseguía jugar y el Athletic, también llamado el Bilbao, parecía ser el equipo que se jugaba las habichuelas, el que debía ganar, el que quería dar una alegría a la grada. Hacia el minuto treinta, por cierto, apareció en el fondo el grueso del grupo de seguidores atléticos desplazado desde Madrid; uno no sabe muy bien qué pasó, pero el público, tranquilo hasta entonces, se volcó en su contra, llenó el aire de improperios contra los recién llegados y contra unos cuantos más, ya de paso, y el club local subió un punto la velocidad. Al que suscribe, por cierto, no sólo no le dijeron nada sino que un vecino de localidad de notoria exaltación pro-bilbaína y con porte de segunda línea all-black le pidió que no tomara en cuenta lo que se decía, son cosas que se dicen así, ya sabe Vd. No, ya, si al fin y al cabo es lo que también se escucha en casa, qué me va Vd a contar.

Tras el descanso, momento idóneo para comprobar que aunque San Mamés es un campo viejo que no es cinco estrellas ni nada tiene mejores baños que el Calderón, siguió la tónica del final del primer tiempo. Empujaba el Athletic, el Atleti no parecía enterarse de todo lo que se jugaba en los cuarenta y cinco minutos que quedaba. Consciente de que los locales tienen un equipo apañado pero que no puede aspirar a pasar por encima con solvencia a ciertos rivales, la grada apretó. Gritó al unísono San Mamés, lanzó las bufandas al cielo y el equipo entendió lo que le querían decir los aficionados experimentados. A por ellos, están arrinconados, tienen dinamita arriba pero andan más pendientes de capear el temporal que de otra cosa, si marcamos ahora no van a poder reaccionar. Reculaba el Atleti, empujaban los locales y más empujaba la grada, sacaban los centrales balones como quien achica agua un rato antes de un naufragio y, tras lo que pareció el único error de Ujfalusi en la noche, falta según los que lo vieron desde un mejor punto de vista, Llorente falló un gol cantado tras dos ocasiones muy claras paradas antes por Leo Franco, uno de los responsables de que el Atleti no fuera a remolque durante todo el partido. De haber marcado Llorente la película podría haber sido otra pero fue la contraria; Pernía, aprovechando quizás la suerte que le desearon sus fans en el hotel, más numerosos por cierto que los del resto de jugadores excepto Forlán y el Kun, daba su segundo pase de gol de la noche y Raúl García marcó un golazo con la zurda que hizo saltar a los pocos atléticos que andaban por la zona del que suscribe.


Saltó también el que suscribe y, como el resto, se dio cuenta en pleno salto de que estaba en zona rival. Moderó su ímpetu, miró a su alrededor para comprobar si alguien se había molestado y se volvió a sentar tan tranquilo. Ni un reproche, ni una mala mirada, nada raro. Bien. El caso es que el Bilbao, también llamado el Athletic, seguía convencido de sus posibilidades y también siguió así la grada. Tiró al palo el equipo local, siguió apretando y forzando corners y faltas laterales. Marcó Etxeita de cabeza, claro, algo previsible tras mucho ir el cántaro a la fuente y San Mamés siguió apretando. Miró el que suscribe la clasificación, hizo cuentas para ver si valía el empate, repasó mentalmente los goal averages particulares, se giró hacia allí donde había visto saltar algún otro tras el gol de Raúl García y preguntó si alguien tenía una radio. Gana el Villarreal dos a uno, dijo alguien, gracias oiga. Tan nervioso estaba uno, tanto se había significado en su alegría y su miedo tras el gol, que se giraron los aficionados de la fila de delante, quizás hartos de tanto nervio, blandiendo una bota.

- ¿Queréis vino, majos?
- No, muchas gracias
- No beberás vino tú, a los jóvenes ya no os gusta, ¿no?
- Claro que bebo. Es que estoy comiendo chicle
- Pero a quién se le ocurre, hombre

Con uno a uno empezaba todo de nuevo, el Villarreal ganaba pero esa no era la cuestión, la cuestión verdadera es que el Atleti había marcado cuando menos lo merecía y que se había dejado empatar. La cuestión es que Maxi no estaba y Simão estaba poco, que Agüero andaba muy vigilado y que no llegaban balones arriba. Un señor con voz de solista de orfeón gritaba Athletic esperando la respuesta al unísono de la grada, "Bien, bien, bien, alabín, alabán". "Esto no se ha acabado, aún no ha marcado el rubio", dijo alguien con acento de Madrid una fila más atrás. Dos minutos más tarde llegaba Forlán a un balón, se cruzaban los centrales, quedaba el balón botando entre ambos una fracción de segundo y el uruguayo, que sólo necesita ese momento para salvarle la temporada al un club de ciento y pico años, marcaba. Con la izquierda, desde fuera del área, tras un barullo. Gol, gritan varios desde la grada del fondo sur, gol grita el que suscribe con la misma potencia con la que grita gol en el Calderón. Madre mía, dice un señor, este tío mete todo lo que toca. Tres minutos más tarde se va Forlán en carrera y marca de nuevo, marca el gol que da la seguridad de que, por más que el Atleti sea el Atleti, mucho tiene que pasar para que cambie tanto las cosas. Gol, gritan los de antes, gol grita el que suscribe con la misma potencia con la que grita gol en el Calderón. Un señor se levanta y se va a su casa, no se vaya enfadado, hombre - como no me voy a enfadar, si son muy malos, hala majo, adiós.

Abel mete a Perea, el Kun se va y lo hace lentamente, demasiado lentamente. Si vais uno tres, por qué te vas así, dice alguien, y el que suscribe está de acuerdo. Aplaude el Kun a los desplazados, se para en su salida para perder tiempo, la grada le increpa, el Kun responde y dice algo, la grada se viene arriba molesta por la respuesta innecesaria del Kun, hay cosas que habría que evitar, piensa uno. El partido parece resuelto pero hay un uruguayo que quiere ser bota de oro, que no se cansa, que le da igual si el resto del equipo apoya y si el rival aprieta o no: él tiene una misión y las condiciones para llevarla a cabo, con él que no cuenten para echar la siesta. Se vuelve a ir de la defensa con una facilidad inaudita a estas alturas de la temporada y el partido, se resbala, se cae y el árbitro pita penalti. Ruge la grada, protestan los locales, un defensa se le acerca a Forlán y le dice que no se tire, Forlán dice no me tiré, me resbalé, no es penalti pero no he sido yo quien ha pitado. Si Forlán no se jugara nada, si Forlán no necesitara el gol uno habría esperado de Forlán que tirara el penalti fuera y que se fuera de San Mamés como aquél que renunció a su tercer gol por honradez y respeto. Pero había cosas en juego y uno entiende a Forlán, un jugador que no se tira ni engaña. Lanza Forlán, marca y no lo celebran los atléticos que antes cantaron gol como posesos, si acaso se dan la mano o cruzan miradas para no molestar en casa ajena cuando se encaja un gol que escuece, y eso le alegra al que suscribe.

Acaba el partido, el Atleti ha ganado el partido que debía ganar por más goles de los merecidos y Forlán ha dado otro recital. Es pichichi por ahora, también bota de oro y uno de los pocos jugadores de la historia capaces de marcar tres goles en Bilbao como visitante. Se despiden los vecinos, adiós majos, hasta otro ratito, enhorabuena. Adiós, adiós, gracias. Se acercan los correligionarios, se charla en la escalera, menos mal, este tío es increíble, Forlán es ahora mismo el 90% del equipo, lo único que nos diferencia de equipos que están mucho más abajo en la clasificación. Intervienen en la conversación los aficionados locales que se van, sí señor, qué jugador, es la diferencia con el resto, estamos de acuerdo; el Atleti no tiene mucho, nosotros tampoco, pero con este tipo en este estado de forma es difícil que no marquéis. Si queréis tomar algo ahora, lo mejor son las calles de un poco más allá, hay varios sitios buenos para comer, eso sí, no pidáis pimientos de Gernika, que no es época, ahora son de invernadero y no es lo mismo. Por esa zona, por cierto, se verían luego bastantes seguidores atléticos departiendo con los de casa, cantando el himno por la calle, gritando uruguasho uruguasho y diciendo aquello de que puede que no sea una estrella, pero yo me veo incapaz de criticar a Mariano, qué quieren que yo les diga.


Si el Atleti hace lo que debe, que no es mucho, estará en Champions el año que viene, algo increíble y de justicia discutible. Sin jugar bien, el equipo ha remontado posiciones, ha aprovechado los errores garrafales de los rivales directos y ha conseguido algo que a mediados de temporada parece lejano. Responsable principal de ello, un uruguayo con más ambición y profesionalidad que la mitad de la plantilla junta, con más instinto matador que el resto de delanteros de la liga y con más abdominales de los permitidos por las recientes resoluciones de la UNESCO. Una vergüenza.

martes, 19 de mayo de 2009

Un marcador de mentira

Por Jesús Doggy.

(En algunos equipos los suplentes son mucho mejores que los titulares y, cuando el partido se complica, salen los primeros a hacer lo que los segundos no son capaces. He aquí un ejemplo. )

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Dubitativa y temblorosa llegaba la hinchada colchonera al denominado Partido del Año. El Atleti recibía en su estadio a su más directo rival para meterse en la Liga de Campeones, el anunciado objetivo de la temporada, que algunos, rememorando el ya extinto pasado glorioso, consideran si acaso un objetivo mínimo, mientras otros, marcados a fuego por más de una década de ridículo deportivo, están dispuestos incluso a celebrarlo como un triunfo. A unos y a otros –y a usted también, en cualquier caso- les atenazaba un cierto rigor muscular en los glúteos, semejante a un calambre, cuando trataban de imaginar que Atleti saltaría al césped del Vicente Calderón el domingo a las 9 de la noche. Esto fue lo que pasó antes, durante y después de dicho partido de fútbol.

EL PREPARTIDO

Llegaba el Atleti con moral al denominado Partido del Año, tras tres victorias consecutivas, la última de ellas lograda en casa, con diez futbolistas derrochando coraje y corazón, ante una hinchada, de nuevo, entregada a su equipo. Con la moral alta y con bajas de consideración. Llegaba el Atleti al denominado Partido del Año sin ningún lateral derecho disponible; sancionado Perea por un codazo gratuito a un contrario, sancionado igualmente Johnny Heitinga por acumulación de tarjetas amarillas y ausente un griego desahogado que, a estas horas, probablemente esté disfrutando cerca del Mar Egeo del millón doscientos mil euros que le ha regalado la SAD para que deje de reírse de una afición, un escudo y un sentimiento que nunca le importaron gran cosa. Ni al griego, ni a los egipcios.

Jugaba Abel al despiste en los entrenamientos -que si ahora pongo a Sinama-Pongolle, que si ahora le doy un peto verde a Miguel de las Cuevas, que si ahora convoco a un chaval de Toledo que se llama César Ortiz y que está muy ilusionado- aunque el propio Abel sabía, desde siete días antes del denominado Partido del Año, que ahí, en el lateral derecho, iba a jugar nuestro Mariscal de Campo, Tomas Ujfalusi, el de la aterradora sonrisa.

En la capital del Turia, en la previa, la preocupación era mayor si cabe. El Valencia, tras una temporada especialmente convulsa incluso para un equipo y una afición acostumbrados a vivir entre convulsiones, tracas y petardazos, se presentaba al denominado Partido del Año sin su mejor futbolista: David Silva. Curiosamente el jugador más ansiado –y solicitado- por un entrenador mejicano cuyo segundo apellido no era ¡Vete Ya!, aunque durante más de dos años, incomprensiblemente, lo haya parecido. En fin, que en Valencia tampoco tenían las cosas muy claras, obligados a visitar a un rival directo, en el denominado Partido del Año, sin el Bueno (Silva), el Feo (Vicente) y el Malo (Marchena).

El entrenador del Valencia, de nombre Unai y cara de estreñimiento crónico, rabiaba por lo bajini y preparaba un encuentro típico de su manual: ocho a defender con mucha presión en el medio y achicando en bloque. Lo debe dar la tierra, de Ranieri a Quique Flores, pasando por Héctor Cúper o (¡¡ah, blasfemia!!) por Rafa Benítez. La figura, tácticamente, se llama “Robo y rápida transición defensa-ataque en banda para resolver en tres toques” y se traduce en uno que quita o corta, llámese como se llame, otro, llamado Baraja, que lanza al espacio lateral a Mata o a Pablo Hernández y un tercero, llamado Villa, que remata en el centro. El papel lo aguanta todo.

En eso debían estar pensando, con los glúteos acalambrados, la gran mayoría de los 55 mil aficionados que casi abarrotaron el coliseo rojiblanco. Entre ellos, unos dos mil seguidores valencianistas, muchos de ellos notablemente ebrios, que llenaron buena parte del segundo anfiteatro del fondo norte. Desde aquí nuestro reconocimiento, como diría nuestro querido Anfitrión. Quién, según algunas versiones, a esa misma hora tomaba posiciones frente a un televisor de plasma en un pub de Bayswater, Londres.

EL PARTIDO

Lucía el Vicente Calderón como en las grandes ocasiones, nutrida la grada, el ambiente festivo y el Fondo engalanado con un tifo tan espectacular como feo, todo sea dicho. Muy feo. Y en esas, como diría el otro, salió el Atleti. Un Atleti serio, concentrado y, ¡oh, sorpresa!, con las ideas muy claras. El Atleti pareció un equipo solidario y generoso en el esfuerzo, tirando la línea muy arriba, con Raúl García y Assunção mandando en el centro, con Simão, siempre elegante, buscando sus huecos, con Forlán recorriendo millas por todo el frente del ataque, con un Agüero incisivo y batallador, con un Maxi trabajador llegando siempre al balcón del área, con un Pablo imperial en la marca y al corte, con un Domínguez serio y en su sitio y con un Leo Franco tranquilo y con poco trabajo. Sí, faltan dos. En el lateral derecho, lógicamente, jugó Ujfalusi y la grada decía ¡Oh! Y también ¡Ah! Incluso ¡Fíjate! Porque Tomas Ujfalusi, el de la aterradora sonrisa, hizo un partido soberbio, un partido maravilloso, un partido sencillamente espectacular. Y unos cuantos se acordaron del desahogado griego y unos cuantos más se acordaron de los egipcios, mientras el propio griego disfrutaba de su aumento patrimonial y de sus cosicas cerca del Mar Egeo y los egipcios, ora daban vueltas a la M-30, ora se trasegaban otro ron con Coca Cola. Entre tanto, en un pub de Bayswater, Londres, un grupo de atléticos, concretamente siete, brindaban con cerveza negra por Mariano Pernía, el futbolista que completaba el once.

El fútbol es curioso. A veces se ganan los partidos desde la banda, a veces desde la pizarra, a veces se ganan por aplastante superioridad, a veces se ganan sin bajar del autobús, a veces se ganan por un detalle y otras veces se ganan de chiripa. A veces se ganan porque se es mejor que el rival, a veces se ganan por aprovechar la que tienes y otras veces, incluso, se ganan por el árbitro. Por último, hay ocasiones en que se gana un partido porque once hombres que forman un equipo asumen sus responsabilidades, se creen capaces de ganarlo y ponen lo que hay que poner para hacerlo sin ahorrar esfuerzos alentados sin desmayo desde la grada. Esto último fue lo que hizo el Atleti el domingo pasado, borrando totalmente del campo a un Valencia tan trabajado como pusilánime, que mereció salir holgadamente goleado del Vicente Calderón. Todo lo demás es cuento.

Ahora yo, si quieren, les cuento que el mejor jugador del partido fue el portero visitante, que acabó desquiciado de repeler balonazos, de saltar de puños, de dar voces a sus compañeros, al árbitro y a Sergio Agüero. Tanto se crispó el buen hombre que, en un momento dado, le pegó un patadón a un cartel publicitario. Si quieren les cuento que Maxi, batallador y esforzado, no estuvo preciso en el remate, pero que se entendió bien con Ujfalusi por la banda y que ofreció siempre una alternativa de remate. Les puedo contar que Forlán se multiplicó, se ofreció, cayó a ambas bandas, apoyó a sus compañeros, tiró millas y que estuvo extrañamente impreciso en el último remate. No obstante, el uruguayo de envidiable abdomen lanzó un penalti como mandan los cánones: fuerte, abajo y colocado. Fue gol, claro. Les podría narrar que Simão tuvo una ocasión tan clamorosa, tras pase interior maravilloso de Domínguez, que tiró al bulto, tal vez por verlo tan fácil. Les podría explicar que el Kun se tiró a la piscina una vez dentro del área y se decretó un penalti que no era tal, aunque, paradojas del fútbol, le hicieron otros dos penaltis clarísimos que no le pitaron. Uno de ellos le valió tarjeta amarilla. Puedo también explicar, si ustedes quieren, que Raúl García abrumó a Baraja, primero, a Edu, después, y, finalmente, a un tal Míchel. Podría decirles incluso que Paulo Assunção, en un derroche de facultades sin precedentes, dominó una franja enorme del terreno del juego, acogotando a todos sus rivales, ¡sin hacer una sola falta! Podría contarles que Mariano Pernía se ofreció una y otra vez, que perdió varios balones especialmente bobos y que le puso al Kun Agüero en la frente un centro maravilloso, potente y colocado, que se fue fuera por poquísimo. En ese momento, en Bayswater, Londres, siete personas gritaron ¡¡¡Uy!!! al unísono. Esto es, a la vez.

EL POSTPARTIDO

El entrenador del Valencia, de nombre Unai y con un rostro que proclama que no visita con la regularidad deseable el inodoro, apareció en la sala de prensa del Vicente Calderón con cara de funeral. Soltó cuatro tópicos, hizo un mohín, se ajustó la corbata y proclamó: “El Atlético de Madrid nos ha superado en todo”. Abel Resino, encantado de conocerse y hablando invariablemente en primera persona del singular, pero esta vez sonriendo, dijo: “el Vicente Calderón ha vivido una de sus grandes noches”.

En la zona mixta, un enjambre de periodistas espera la aparición de los protagonistas. Ujfalusi exhibe su aterradora sonrisa cuando un novato le pregunta que si Abel le ha dado indicaciones sobre cómo jugar en la banda. Domínguez recita lugares comunes de futbolista, intimidado por cámaras, micrófonos y grabadoras. No llega al punto de “hay que seguir trabajando para seguir trabajando” pero está a punto. El pobre. Raúl García, muy serio, se para y sentencia: “El vestuario ya está pensando en San Mamés”. De fondo se escucha a la afición valencianista gritar “¡Villa quédate!, ¡Villa quédate!, ¡¡Viiiiiiiiiiiiilla quéeeeeeeeeeeeedate!!”, mientras el propio Villa, con el típico rictus del amanecer chungo en el parking de la Heaven, se encamina cabizbajo al autobús del que, por ahora, es su equipo. A esa misma hora, en un pub de Bayswater, Londres, un individuo de pelo cano pide siete pintas de cerveza negra y exclama: ¡Por Mariano!


CODA

Lunes 18 de mayo de 2009. Un nutrido grupo de aficionados rojiblancos y de paisanos bolos en general se reúnen en la plaza mayor de Corral de Almaguer, Toledo, España. Frente a ellos un gigantesco bocadillo de 283 metros de longitud, hecho con más de 280 barras de pan rellenadas con seis productos de las industrias locales, como queso, jamón, chorizo y otros embutidos fabricados en el municipio, que suman un total de 200 kilos. El desmesurado bocata, confeccionado en la Peña Atlética Corral De Almaguer, Toledo, España, lleva el nombre de Johnny Heitinga, como autor del primer gol del Atlético de Madrid en la temporada 2008-2009. Se celebran las fiestas patronales de la Virgen de la Muela en Corral de Almaguer, Toledo, España, y dos mil ochocientas personas, incluidos tres emisarios del Libro Guinness de los Récords, están invitadas a una porción del bocata Heitinga, acompañada por un refresco.

Forza Atleti!

lunes, 11 de mayo de 2009

Alegrías del mal rato

Jugó medio tiempo un equipo tontorrón y desesperante que se fue perdiendo cero dos al descanso, y el otro medio tiempo lo jugó un equipo encastado y rabioso capitaneado por un uruguayo empeñado en hacer él sólo lo que deben hacer once.

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El peatón madrileño, de quien hemos hablado varias veces en estas páginas, une a su tradicional audacia y desapego por la vida la virtud de cruzar los pasos de cebra de una forma característica. La conducta común a todos los peatones cruzacalles es salir por sorpresa entre los coches para cruzar por donde el código de la circulación lo prohíbe o bien cruzar por donde debe, pero en mal momento: el instante ideal es justo cuando el semáforo va a ponerse en verde para los coches, o bien directamente cuando está en verde hace rato y el conductor que se aproxima conduce su vehículo a una velocidad considerable. Además de lo anterior, el conductor madrileño sabe por la forma en que el peatón se arroja a la calzada mucho más sobre este último de lo que éste sospecha.

Así, cuando el peatón cruza en grupo y chilla y da saltitos y carreras con risilla histérica al advertir la proximidad del coche que se dispone a aplastarle como un gato, el conductor sabe que se acaba de cruzar con una manada de peatones hembra en edad adolescente. Cuando los que cruzan en mal momento van agarrados del brazo y la llegada del amenazante vehículo produce risa y la emisión del sonido uuuy, se trata de peatones hembra de mediana edad. La peatón joven y de buen ver cruza corriendo con elegancia y torpeza a la vez, luciendo tipazo y dejando claro que correr no es lo suyo, sujetando el movimiento de su pecho con un brazo y preocupada de perder la compostura aunque esto le cueste la vida, sin sonreir ni mirar hacia el coche que se aproxima para evitar el contacto visual, que es algo que la madrileña guapa evita si puede. La peatón hembra de edad avanzada cruza sin mirar más que al suelo, normalmente llevando un carro de la compra o un par de bolsas de plástico de las que asoma un puerro como un baobab, y le da igual si le pitan o si frenan porque años de cruzar por donde le da la gana le han demostrado que el conductor acaba frenando y, como mucho, le dice Señora, mire Vd. por donde va, señora; vamos, que le compensa.

El conductor, que conoce todos y cada uno de los genotipos anteriores, sabe sin embargo que el más temible peatón es el macho de cualquier edad. El peatón madrileño, que para eso es madrileño, cruza por donde y cuando le da la gana, faltaría más, y esto lo sabe con doce y con noventa años. Cruza con formas taurinas, casi citando de lejos y marcando él el momento y la distancia, dejando claro quién manda en ese trozo de calle. Cruza midiendo la llegada del vehículo que embiste, al que no mira más que de reojo, dejando claro al conductor que tiene todo bajo control aunque por dentro vaya muerto de miedo. Anda el peatón y no corre, eso nunca, correr nunca. Como mucho, si el bicho se le viene encima con más velocidad de la que parecía y pita, da dos elegantes zancadas tras un leve respingo mientras masculla para sus adentros, pero con volumen suficiente para que los que esperan su turno reglamentario al otro lado del paso de cebra escuchen eso de vale vaaaale, si te da tiempo de sobra, métete el pitito donde te quepa. Si el peatón tiene el día pinturero hace lo mismo, pero hablando encima por teléfono móvil: ahí es nada.
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Que el Atleti es un tormento es algo que a estas alturas nadie discute. Que ejerce sobre nosotros una fascinación y una autoridad casi hipnótica tampoco parece discutible. Que este final de liga está siendo especialmente cruel con los aficionados hartos que han tomado la determinación de quitarse de en medio de una vez, visto el juego del equipo, sus vaivenes emocionales, la podredumbre de la directiva y la desorientación de la masa social, también es claro. Porque cuando el Atleti de ayer perdía cero dos al descanso y unos cuantos habían tomado la firme determinación de romper el abono y renegar de todo y pasar los domingos leyendo a los clásicos frente a la ventana llegó un tipo rubio y nos puso a todos en nuestro sitio, uno por uno, cogiéndonos por las solapas, pero bueno qué es eso de bajar los brazos y de renunciar a ser lo que somos, qué es eso de dar por bueno un cero dos en casa, qué es eso de no aguantar hasta el último momento y el último aliento y el último gramo de energía, siéntese, oiga, siéntese ahora mismo en ese sitio tan sucio y grite, hombre, que es lo que tiene que hacer Vd. Hombre ya.
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Llegó la afición al estadio con atuendo primaveral madrileño, esto es, pantalón corto, chanclas, chubasquero, forro polar, bufanda, paraguas y pai-pai, y lo hizo tras pasar el día dando paseos de terraza en terraza y de bar cerrado en bar cerrado. Parece que hace bueno, sí, sal ahora, cuidado, ahora no que cae un chaparrón, ya escampa, ¿salimos entonces? mejor no. Llegó la afición tras ver gran cantidad de meteoros sucederse en el cielo y con la engañosa idea de que por delante quedaba un partido plácido de esos que se ganan sí o sí. Llegó la afición a su grada y observó que entre las lluvias recientes y las grandes cantidades de materia orgánica ancestral almacenada bajo sus asientos, un año más tribunas, gradas y anfiteatros volvían a ser testigos del milagro anual de la germinación de especies botánicas. Aquí ha nacido un olivo, gritaba un señor sentado en el lugar donde se situó la afición del Betis hace unas semanas. Esto es un naranjo, dijeron desde la zona donde se sentaron hace año y pico los del Valencia. En la tribuna en la que se acomodó la familia real saudí salió una palmera real y lo mismo ocurrió en la zona en la que se situó, hace ya lustros, aquella peña del Elche. En dos puntos del estadio han crecido varios secuoyas gigantes gracias a los programas internacionales de intercambio universitario y cerca del palco lucen orondas varias matas de tomates, plantadas por la resistencia con la idea de aprovisionarse de proyectiles por si algún día la protesta llega a más. En la zona en la que se sienta un servidor, en la que por cierto tienen por costumbre sentarse los especialistas botánicos (a quien se puede reconocer fácilmente por llevar lupa y regadera), se abre paso entre los asientos un raro espécimen de conífera alpina, árbol con gafas de nombre científico Galliana Altíssima, de corteza talismán según la tradición de ciertas comarcas de Lombardía.



Salió el Atleti y no se sabía si iba a haber bronca o lanzamiento de pétalos de rosa y ni una ni otra ni tampoco todo lo contrario. La gente no supo reaccionar al estar anonadada gracias a la nueva audacia del Forza Atleti, cuyo portadista ha dejado para el final de año su repertorio más arriesgado. Salió pues el Atleti y la gente actuaba como si el partido fuese a ser cómodo vaya Vd a saber por qué. Tan tranquilo andaba el Atleti en sus cavilaciones y tal era la profundidad de sus pensamientos abstractos que no cayó en que enfrente tenía un equipo de fútbol obligado, al menos en teoría, a intentar ganar el partido. El instinto sesteador del equipo no fue mayor problema hasta que, llegando a la media hora, Perea se cruzó con Chica en un lance que invitaba a hacer muchos chistes pero no a intuir lo que se venía encima. Cayó el rival, llegó el árbitro a ver si había pisado una piel de plátano o algo, y al ver que sangraba el hombre expulsó a Perea sin haber pitado falta. Un hito histórico que encima, añadido a la tarjeta de Heitinga, deja la defensa del Atleti en cuadro ante el partido más importante de la temporada. Sin central, la grada debatía sobre si era mejor quedarse con tres defensas y bajar a Assunçao o bien hacer entrar a alguien para el centro de la defensa. Abel pensó lo segundo y sacó a Pablo, quitando a Maxi, el atacante con más papeletas para el cambio cuando toca sanear y recortar las puntas.

Dos minutos después Mariano Pernía, aclamado por la grada en desagravio de las protestas del último partido en casa, cometió su enésimo penalti innecesario dejando un borrón en un partido por lo demás correcto. Marcó el Espanyol y sin dar tiempo al Atleti para reponerse del uppercut, volvía a recibir un gol Leo Franco, otra vez a balón parado en falta lateral, esta vez tras despejar hacia atrás Raúl García, irregular ayer y con menos presencia de la que nos gustaría. En pocos minutos dejaba el Atleti ir todo el esfuerzo de los últimos partidos y todas las esperanzas de apañar la temporada quedando cuarto, que tampoco es un puesto para tirar cohetes pero así están las cosas últimamente, oiga.

Se fue el Atleti al descanso y se fue la grada al baño, a lamentar la imagen ofrecida y a maldecir la estampa del que les metió en esto, a renunciar definitivamente a toda esperanza, a dejar claro delante de todo el mundo que este año sí, que este año ya está bien y que deja definitivamente este tormento de rayas rojas y blancas que nos arruina los domingos. Eso dijo la afición por los pasillos del estadio, y para olvidar alguno hasta se atrevió a beberse un engendro de nombre Mixta con el que nos torturan desde las barras. Harta, la afición volvió a su sitio y se sentó en su asiento con cuidado de no dañar el patrimonio botánico de la grada y pensando que, por este año, no quedaban más que cuarenta y cinco minutos de disgustos, cuarenta y ocho como mucho.

Pero hete aquí que, como en los cuentos, hubo un tipo que no se quiso conformar con la forma en que se había escrito el final. Lleva el 7, es uruguayo y tienen una forma física espectacular a pesar de lucir barriguita cervecera.

- Me parece a mi que no
- Hombre, Sr Off, hacía tiempo que no aparecía Vd, ¿qué tal su señora?
- Pues muy bien, gracias, sin novedad que no es poco, gracias por preguntar.
- De nada, majo.

Decíamos que el uruguayo de marras, aficionado a las empanadillas y a los miguelitos de la Roda, decidió él solito que con él no contaran para que pasara lo que todo el mundo hubiera firmado que iba a pasar. Forlán ayer hizo él sólo de Atleti, de equipo entero, de filosofía de vida y de ejemplo para los demás. Como varias veces antes en la temporada, él solito metió al equipo de nuevo en el partido gracias a un cañonazo de esos a los que nos tiene ya acostumbrados. Marcó Forlán y la grada entendió lo que había tras ese gol y respondió al unísono. A partir de ese momento el estadio sintió un escalofrío hondo, notando en sus cimientos la familiar sensación, cada vez más escasa, de que el Calderón rugiendo achica a los rivales y agiganta a los propios. Tras el gol de Forlán tardó poco en volver a marcar el Atleti, esta vez por medio de Agüero tras un tiro a puerta de Pernía que acabó siendo un pase fuerte y profundo. Marcó Agüero, rugió la grada con el rugido de las grandes ocasiones y en la cara de Mariano Pernía se leyó el alivio y la alegría, cosa que nos agrada.

Algo debió ver el Espanyol en la cara de los rivales, algo nunca antes oído debió oír desde la grada porque en pocos minutos se le mudó la color. Empezó a tener sudores fríos, reculó unos metros y rezó porque la cosa no fuera a mayores, porque Forlán se agotara con tanta carrera y porque Assunçao perdiera la concentración al menos un par de minutos. La grada vio lo que pasaba y redobló los gritos, también lo vio Abel y metió a Banega por Raúl, ayer en versión grisacea, para intentar así reforzar la creación y el ataque, algo que aún no sabemos si puede hacer Banega. Lo notó también la nutrida representación perica de la grada, que ya se había hecho notar durante la mañana en los bares y terrazas más escogidos del centro de la ciudad, lo que dice mucho en favor de su gusto. Bajaron los visitantes el tono de sus cánticos y empezaron a arrepentirse de los descorteses olés dedicados al rival durante el primer tiempo a la vez que, ya puestos, culpaban a Aguirre del repliegue de su equipo, algo muy socorrido en estos casos.

Cuando quedaba poco tiempo el Atleti notaba el esfuerzo. Forlán, ayer el primero en llegar a tapar al rival en varios contraataques y el primero en lanzar varios contraataques propios, el primero en mostrarse en cada jugada además de ser el último en rematar jugadas de ataque y el primero y el último en recuperar balones en el centro del campo, se doblaba con síntomas de agotamiento tras cada carrera. Agüero, que resistió envites rivales con solidez granítica y trabajó lo suyo intentando desbordar a la defensa rival también notaba el cansancio, lo mismo que Simão, siempre trotando por donde más daño puede hacer. El tiempo pasaba, el Atleti llevaba demasiado tiempo con diez y sólo la falta de autoestima del rival y la ausencia del sustituido De la Peña invitaban a pensar que el Espanyol no iba a llevarse el partido. Pero, de nuevo, Forlán no estaba de acuerdo con las tablas. Aún agotado, no paró de tirar desmarques y diagonales, de ayudar al defensa que sprintaba contra un rival y al centrocampista que buscaba un rematador. Ya en el descuento, con la última caloría, tiró un desmarque de esos que sólo ven los buenos y que requieren un pase de los que sólo los buenos pueden dar; lo vio Simão y pasó Simão y Forlán, en contra de toda lógica, no la pegó a romper. Tampoco puso cara de Cristo yacente y se tiró al suelo haciendo grandes aspavientos de mártir populista. No. Forlán, agotado tras un partido enorme, fundido tras una última carrera rapidísima dejando atrás un defensa, recibió un balón perfecto de Simão y tuvo la calidad, el talento, la profesionalidad, la inteligencia, la torería y la asombrosa capacidad de pararla y pensar, mirar, templar, mandar y marcar el gol que devuelve al Atleti a la pelea que cuarenta minutos antes tuvo perdida. Forlán celebró el gol como si fuera el del triunfo en una final, la grada celebró el gol como si fuera el último gol de todos los tiempos y el consejo de administración de Corporación Dermoestética celebró la celebración de Forlán como si les hubiera tocado el gordo, qué ironía.

El Atleti se juega apañar la temporada a un partido, el domingo contra el Valencia. Lo hará con la defensa en las últimas, sin Perea ni Heitinga y posiblemente sin Antonio López, aún tocado. Lo hará frente a un rival complicado al que es difícil marcar un gol y que tiene varios jugadores incisivos y difíciles de parar. Pero lo hará en casa, frente a una afición que ayer se sorprendió a sí misma por ver una faceta de su personalidad que hacía tiempo que no salía con esa vehemencia, ante una hinchada que no consigue despegarse del equipo en esta temporada rara en la que cada triunfo propio y cada derrota ajena hacen la función del palo y la zanahoria. Y lo hará con un futbolista enorme en sus filas, un tipo rubio empeñado en llevarse al equipo aunque sea a rastras hasta un lugar digno, un jugador que en dos años en el club parece haber dejado ya mucha más huella que otros que estuvieron muchas más temporadas y que pasará a la historia como el tipo que consiguió que gran parte de la grada se pusiera a hacer la dieta de la alcachofa justo antes del verano.

viernes, 8 de mayo de 2009

... y parásitos


Hay secretarios técnicos que saben todo lo posible sobre jugadores. Quizás no tanto sobre fútbol, pero sí sobre jugadores. Pasan las 24 horas del día viendo partidos de todas las ligas gracias a antenas parabólicas orientadas a todos los satélites. Algunos son ex-jugadores y otros simplemente ex-forofos. Conocen las jóvenes promesas iraníes, el curriculum de los entrenadores de la segunda división tanzana y a los agentes de alevines kurdos. Si les preguntas por un buen lateral izquierdo te dicen cuarenta y uno, si les pides una virtud y un defecto de cada uno de ellos te dicen cuarenta y dos de las primeras y tres de los segundos, pero éstos garrafales.

A veces saben tanto de futbolistas que saben poco de fútbol. Acaban pensando que el fútbol es un deporte que consiste en saber muchos nombres y muchos datos sobre muchas ligas y utilizar muchos términos inventados sin un sentido claro ni una explicación fácil, como carrilero de largo recorrido, interior de contención y creación parcial a balón parado, zurdo que progresa por banda pero con frecuencia ve abortada su iniciativa por obra de su instinto defensivo demasiado desarrollado por culpa de una figura paterna dominante y un vecino boy scout de sexualidad cuestionable. Saben la fecha de nacimiento de los internacionales eslovacos y cuántos centrales brasileños tienen un regate hacia afuera con la pierna mala, pero a veces no son capaces de contestar a preguntas simples como "¿este Banega es un poco bluf, no?" sin dar larguísimas explicaciones sobre la filosofía natural del cinco argentino, la necesidad de madurar en las ligas europeas, la psique como motor del músculo isquiotibial o su coartada favorita: el entorno. Ven fútbol sub-21, sub-17 y sub-14 y cuando alguien despunta en la segunda división francesa dicen que ya le vieron en el mundial infantil de Abu Dhabi, aunque jugando más adelantado, eso sí.

Hay otros secretarios técnicos, sin embargo, que no se sabe muy bien a qué se dedican. Viven a la sombra, sólo salen a la palestra cuando se lo piden sus empleadores ante la amenaza de revolución de la hinchada, y no cuentan nada de lo que hacen en su día a día. No tienen ni idea sobre la identidad y la historia del equipo para el que trabajan, cuentan sus decisiones por fracasos que enmascaran hablando de la madurez psicológica del jugador, de su tendencia al corte capilar fashion y, naturalmente, del entorno. Viajan por todo el mundo durante semanas viendo a jugadores a los que fichar, pero a su vuelta sólo traen el nombre de tres o cuatro jugadores que todo el mundo conoce ya en casa y tres o cuatro kilos de más, y no sólo en el contorno abdominal. Descubren a los jugadores a la vez que el resto de aficionados, es decir, en las eliminatorias de Champions y en las Eurocopas, aunque presumen de manejar informes de todos los futbolistas habidos y por haber. Tienen un trabajo que a muchos apasionaría pero se lo toman sin pasión ni interés más allá de su lucro personal, porque la profesionalidad y el prestigio del club y la felicidad de la afición y la exigencia de la historia se la traen al pairo en el momento de recibir un cheque. Más que buenos futbolistas para el club buscan futbolistas de cualquier nivel con un agente amistoso que garantice una buena comisión en el traspaso. Así, venden buenos jugadores a la vez que traen jugadores mediocres o incluso muy malos, comprados a precios exagerados a clubes con los que han desarrollado extraños vínculos comerciales. Como saben que la gente no es tonta pero sí maleable, tienen contactos en medios impresos y radiofónicos con instrucciones de hablar estupendamente del petardo que viene de camino, al que comparan con jugadores históricos aunque en realidad sólo puedan compararse con honrados conserjes de finca urbana, y no necesariamente en la honradez. Visten traje de marca, llevan gafas a la última y peinan melenita, a veces con gomina y a veces no. A veces son ex futbolistas, a veces buenos y otras veces lamentables. Entre estos últimos hay hasta quien, por agradar a la mano que le da de comer en canino plato de oro, se permiten el lujo de criticar a la afición del club del que cobran pero para el que no trabajan. Y se lo permiten sin tener ni idea ni categoría suficiente para hablar de ella, pero eso les da igual. Y tanto les da igual todo mientras cobren, tan poco entienden de todo lo que no sea dar volteretas cada vez que su jefe toca las palmas, que hasta se permiten arremeter contra jugadores de talla mundial obligados a salir del club a cuya afición engañan por, entre otras cosas, su nefasta gestión. Y arremeten contra ellos sin que les preocupe no llegarles a la altura del taco más largo del talón de su bota de repuesto, sin preocuparle lo que ese jugador represente para la afición, sin preocuparle el lugar que uno y otro ocuparán en la historia de la entidad, sin preocuparle mostrar públicamente y sin rubor, poca inteligencia, poca honestidad y poca vergüenza.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Mofetas

Hay jugadores de fútbol que no tienen ni idea de dónde juegan ni de lo que el equipo representa para sus seguidores. Hay jugadores demasiado jóvenes o demasiado limitados para entender que lo que ellos hacen tiene un impacto en varios miles de personas, incluidos niños que los ven como héroes, jóvenes que les ven como modelos, quinceañeras que los ven como príncipes y cuarentones que los vemos con envidia. Hay jugadores que entienden lo anterior, pero les da igual porque lo único que les importa es su propio ombligo, su propio pendiente y su propio bólido, como si eso les fuera a durar siempre.

Hay jugadores a los que dan igual los valores que representa y defiende su club y su afición, que se limitan a hacer lo suyo en busca de un futuro mejor sin que les importe mucho dejar cadáveres en el camino. Hay jugadores que no respetan a sus colegas de profesión, ni a sus compañeros de equipo, ni a sus entrenadores ni a sus rivales. Hay jugadores que se dejan llevar por accesos de ira, de locura pasajera y patean a un rival cuando se acaban de dar cuenta de que han metido la pata hasta el mismo fondo, y hay otros que se burlan del rival vencido sacándole la lengua cuando están a una distancia prudente y separados por varios defensas centrales de noventa y pico kilos. Hay jugadores que juegan en un equipo enorme y que celebran los goles contra un equipo chico burlándose de la grada y poniendo cara de tonto, dejando claro quién es quién en cada situación. Hay jugadores que escupen a los rivales, que les recuerdan en cada corner que ganan mucho más que ellos, que les dicen que su mujer está con otro mientras él juega al fútbol y que ellos son más guapos y más listos.

Hay jugadores magníficos que producen irritación y desprecio por su permanente búsqueda de protagonismo y halago. Hay jugadores que sólo buscan la cámara y el aplauso, sin importarles compañeros, seguidores, aficionados de viejo cuño y nuevas generaciones. Hay jugadores que fingen lesiones, que se tiran al suelo cada vez que hay un roce, que buscan engañar al árbitro, al público y al sentido común revolcándose por el suelo con cara de mártir sufriente cada vez que nota que se acerca un rival. Hay jugadores tramposos, sucios, ventajistas, engañadores, ladrones y sinvergüenzas. Los hay que dejan el pie cuando no les ven para hacer caer al rival, los hay que pisan la cabeza al rival caído, los hay que buscan humillar al contrario tocándole en ciertos sitios cuando no son capaces de imponerse de igual a igual y aún así se convierten en ídolos de masas embrutecidas.

Hay también jugadores con condiciones para jugar al fútbol que simplemente no tienen interés en hacerlo, aunque con ello se ganen la vida estupendamente y sin mucho esfuerzo. Hay jugadores que echan a perder su talento empeñados en rehuir el compromiso y dejarse barriga y papada, y que gritan a sus entrenadores que quién se creen ellos para decirle tal o cual cosa, si el mister nunca empató con nadie y él, sin embargo, viene de un equipo campeón. Hay quien no escarmienta a pesar de las multas y los abucheos porque saben que en el fondo trabajan para una empresa en la que nunca pasa nada, en la que nadie es quién para exigir decencia, en la que el más tonto hace un reloj. Hay jugadores que son lo suficientemente mezquinos como para celebrar un despido con champán en vez de morirse de vergüenza, y hay quien abandona el lugar de trabajo con sus enseres en una bolsa ridícula, con un gorro aún más ridículo y una sonrisa digna de figurar en el top tres histórico de cosas ridículas.

Y, después de esto, ya viene Cristiano Ronaldo.

lunes, 4 de mayo de 2009

Coplas del equipo infame

Ganó el Atleti un partido importante, pero lo hizo así como de rebote, sin jugar bien, pasando miedo y gracias a que Forlán ha decidido llegar a su meta con la ayuda o sin la ayuda de sus compañeros.


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Durante el otoño austral, nuestra primavera, tiene lugar uno de los espectáculos naturales más asombrosos del planeta: la migración de la anchoa. En cardúmenes de millones de individuos que se mueven al unísono sin que ningún científico haya llegado a entender por qué, las anchoas llevan a cabo un viaje migratorio de miles de kilómetros siguiendo las corrientes frías ricas en nutrientes que nacen en el Polo Sur y suben hacia el norte en paralelo a la costa oeste africana, desde Namibia hasta Mauritania y finalmente hasta su destino último, Santoña. Tras los millones y millones de anchoas agrupadas en manchas opacas visibles desde satélites, estaciones y apeaderos espaciales, suben también hacia el norte albacoras, melvas, atunes, delfines, tiburones, rorcuales y aves marinas que se alimentan de estos pescados azules, especialmente apreciados por los depredadores marinos por su alto valor nutritivo, acción limitadora del colesterol, alta concentración en ácido Omega 3 y audaz contraste de gusto con el otro pilar de la alimentación de estas especies, el vermouth de Reus.

Pero la anchoa tiene otro depredador, quizás el más peligroso y cruel: el hombre. Desde tiempos remotos las poblaciones de los territorios vecinos a la procesión anchoil han basado gran parte de sus reservas alimenticias en la pesca de este simpático pariente del boquerón durante los meses de migración. Hay documentos que revelan, ya en la edad de bronce, el uso de técnicas de captura que derivaron en el perfeccionamiento del arte de pesca tradicionalmente usado en estas regiones. Este método, utilizado desde Sudáfrica hasta Portugal, se basa en el uso de un palillo de madera o mondadientes, preferiblemente plano, que, sumergido en el agua en medio del cardumen, atrae a la anchoa; ésta, leal y sumisa, procede a ensartarse en el palillo sola, sin ayuda de nadie, bien por la parte media de su ágil cuerpo o bien por dos puntos, uno cercano a la cola y otro pegado a las branquias, flexionando la anchoa toda su espina central para asegurar que el palillo la fija firmemente, evitando así caídas. Esta técnica tradicional, común a ambos hemisferios, tiene algunas variantes enriquecidas en algunas comarcas en las que, para atraer con más vehemencia a la anchoa, sumergen el palillo con una cebollita, guindilla o piparra pinchada en el mismo, lo que al parecer refuerza la confianza del pez. Ambas técnicas, tanto la llamada de mondadientes mondo como la segunda, llamada “pesca a la Gilda”, si bien eficaces y sostenibles, tienen como desventaja el requerir mucho trabajo para pocas capturas y en producir en el pescador la deshidratación de manos, si bien esto es corregible con crema nivea de esa de lata azul.

Otro sistema tradicional, empleado sobre todo en los países de la cuenca mediterránea, consiste en sumergir en el centro del cardumen un palangre del que penden un número determinado de aceitunas sin hueso, unidas al barco de pesca por medio de un sedal transparente que se ensarta en la oliva por el agujerito estrellado de su parte trasera. La anchoa, pez gregario pero con un fuerte sentido de la propiedad privada e inclinado a poseer su propio espacio con armarios vestidos, siente una irresistible tentación de meterse en la aceituna hueca, enrollándose sobre sí hasta ocupar por completo el interior del cubil. Una vez acostadita dentro, el pescador no tiene más que tirar del sedal y meter la aceituna con su nueva inquilina en una lata. La forma y tamaño de la aceituna permite el almacenamiento de varias unidades en el mismo recipiente, siendo recomendable para alargar su duración el sumergir los frutos de la pesca en agua salada.

La antaño numerosa anchoa, empero, está en la actualidad amenazada por la voracidad y falta de escrúpulos ambientales del hombre. La tradicional pesca por medio de palillo y aceituna ha dado lugar a técnicas de pesca industrial consistentes en sumergir en medio del banco latas de metal de diferentes tamaños. Las anchoas, disciplinadas y admiradoras de la austeridad y el orden militar, tienden a introducirse en dichas latas por su propia voluntad, haciéndolo además en orden, en fila de a uno y dejando poco espacio entre individuos. Cuando las anchoas se han dispuesto dentro de las latas los pescadores proceden a su izado y almacenamiento, diezmando así los bancos e inundando las baldas de los hipermercados de estos amables peces, del género salado y orden aperitivos. En nuestra mano está evitar la masacre renunciando al consumo indiscriminado; eso si, siempre que no sea a la hora del vermouth.

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Se reunió la afición colchonera frente al televisor para ver el último partido del día y, lejos de hablar de lo que iba a ver, hablaba de lo que vio. Hablaba sin parar del prodigio visto el día anterior, el día en el que un equipo con seis canteranos de inicio y unos cuantos más en el banquillo bordó el fútbol de clase, toque, fuerza y compromiso y metió seis goles en un campo en el que tanteos de ese porte estaban reservados al Atleti grande, que ya es decir. Hablaban también del pinchazo de los rivales y de la posibilidad, real a la par de asombrosa, de que si el Atleti hace lo que debe en los próximos partidos pueda meterse en Champions, algo no muy justo a tenor del juego del equipo. Pero hablaba, aún, sobre todo, todavía, principalmente, de lo vivido en el Calderón el último día de partido: de la modélica protesta en el primer tiempo, de la lastimosa forma en que lo conseguido se echó a perder en el segundo, de la inconveniencia de poner en bandeja a la directiva la posibilidad de desviar una vez más el tiro hacia los jugadores, evitando así recibir el manguerazo de forma frontal y siendo únicamente salpicados por las gotitas que rebotan. Hablaba la afición también de daños colaterales, de tratamiento injusto, de exigencia imprescindible y sorna evitable, de que peor para ellos, de que va en el sueldo, de papel de fumar empleado para coger sálvese la cosa aunque, eso sí, unos hablaban de una cosa y otros de otra. La afición colchonera, que gusta de negros y curiosamente también de blancos, tiene problemas a la hora de situarse en los grises y reduce con facilidad el debate a la disyuntiva esto-o-lo-contrario, y así puede discutir durante días repitiendo y repitiendo lugares comunes, frases ya escuchadas, datos que sólo subrayan su postura y nunca la opuesta, opiniones basadas muchas veces en lo que dice la prensa que ella misma desprecia salvo cuando le da la razón. La afición, no obstante, parece haber tomado consciencia finalmente del problema que todo lo empapa y que todo los disparos consigue desviar, gracias a veces a periodistas afines, gracias otras a la torpeza o desidia de la propia afición. Pero algo va cambiando, algo nuevo se vio en el primer tiempo del partido contra el Sporting, algo en lo que, tras mucho discutir y mucho dar vueltas sobre el mismo tema, muchos aficionados coinciden que es el camino.

Tras estas sesudas reflexiones se dispuso la afición a ver el partido que cerraba la jornada sin mucha esperanza ni mucha fe. El Atleti, sabe la afición, cuando tiene una ocasión pintiparada suele echarla por tierra y dar aire de nuevo a los rivales. Si el Atleti, hace cuentas la afición, hubiera evitado dos o tres derrotas intolerables en casa, tendría puntos suficientes para estar tranquilito viendo cómo el resto pasan fatigas. Pero no, el Atleti es como es y tiene lo que tiene y no más, menos mal que hoy vamos a casa del Betis, que viene a ser casi lo mismo, el número dos en el arte de complicarse la vida.

Salió el Atleti vestido de Atleti y el Betis vestido de Betis, y esto de por sí ya es noticia tras ver los atuendos que lucen los nuestros en ciertos campos y, más en concreto, el modelito con el que compareció el Betis en el Calderón en la primera vuelta. Salió el Atleti sin Agüero, al parecer con molestias, y también con tres medio centros y dos interiores y un solo punta, ese dibujo que tanto irritaba al respetable cuando el que lo sacaba era Aguirre y que por cierto funcionó más o menos bien cuando se usó. Salió Banega para gozar de su enésima oportunidad de demostrar si vale o no, y salió Miguel de las Cuevas, poco brillante y quizás gafado desde que el Forza Atleti le sacara en esa portada memorable. Salió también Pernía ante la ausencia de Antonio López y ante la ausencia del público del Calderón, y jugó como suele hacerlo, alternando algunos fallos garrafales con acciones de mérito. Pero de Pernía, ya lo saben Vds, intentaremos no hablar aquí hasta que meta el gol que algunos queremos que meta.

En el Betis, enfrente, estaba Juanito. Esto no tendría ninguna relevancia si no fuera porque Juanito será con toda probabilidad jugador del Atleti el año que viene. Juanito, que no es un jugador que a uno le agrade especialmente, vendrá al Atleti con 32 años y sin demasiado que enseñar a los defensas jóvenes del club, cuya trayectoria puede que ralentice un año más. La llegada de Juanito sólo se explica si sale de la plantilla otro central, algo que no nos parecería mal si en su lugar llegase otro jugador joven de calidad y proyección. Pero no, llegará Juanito sin que sepamos muy bien por qué, y lo hará formando parte de la lista anual de jugadores que vienen a reforzar la plantilla en Julio y que en Noviembre están ya en la lista de transferibles. Fichajes de esos tenemos todos los años por lo menos cinco o seis, y de todos ellos se ocupan Gil Marín y su pantalónapitillado escudero Pitarch, a quien no se le ha pedido ninguna responsabilidad por los troncos fichados ni por los sobreprecios pagados por algunos jugadores válidos, ni por taponar la subida de canteranos al primer equipo gracias a fichajes incomprensibles. Eso sí, Pitarch, en cuando vio que el próximo en la lista de broncas de la grada podía ser él, dio un paso adelante y apartó del equipo a Maniche y Seitaridis, ahí es nada, un tipo que se viste por los pies este Pitarch. Menudo es Pitarch, dice la gente en los mercados, en cuanto uno se mueve monta una zapatiesta y le pone firme, así es como hay que gestionar la plantilla, sí señor. Qué bravo es Pitarch pero qué poquitos reflejos tiene, dicen los médicos armados con ese martillito con el que le dan a uno debajo de la rótula para que pegue patadas al aire: hace un año que ya nos pudimos quitar a Maniche de encima (gracias a Dios decimos esto en tono metafórico) pero acabó volviendo con fanfarrias de campeón, besuqueo de escudo, vítores de la afición recientemente exigente y esperanzas de renovación por dos o tres años con un aumento de sueldo, el tío. Temporalmente salvado Pitarch, respira Gil Marín al ver que resiste el muro de su tercera línea de defensa y renueva a Pitarch otro año más por los servicios prestados; mientras tanto, el personal pita a Luis García antes de salir a calentar. Es lo que hay.

Cuando el aficionado intentaba entender quién jugaba dónde y por qué lo hacían de ese modo y no de otro, marcó Forlán. Marcó Forlán a pase de Maxi, quien recibió el pase de Raúl García. Maxi, trabajador como siempre y no excesivamente brillante como le pasa últimamente, no lo hizo mal. Mejor lo hizo Raúl García, especialmente en los últimos veinte minutos, cuando el resto del equipo parecía haber perdido el sentido de la orientación. Assunçao no lo hizo bien, ni tampoco Banega, empeñado en dar más toques de los que la situación requiere demostrando así una interpretación preescolar del juego, siempre más pendiente de regatear cuantas veces mejor antes que de hacer llegar el balón al sitio adecuado lo antes posible. Y entre todos estos centrocampistas, Forlán. Forlán jugó de único punta y también de media punta. A ratos jugó de medio centro y otros ratos, de central. Despejó balones, corrió de banda a banda a por más balones, subió balones y remató balones. A ratos recordó a otro jugador que pasó por aquí hace poco, que también era rubio y también llevaba diadema y al que se le pasaban pocas. Forlán marcó el primero y el segundo, se metió en la pomada del pichichi y tiró del equipo con la fuerza que nadie más quiso ponerle al asunto. En un partido horroroso, con un Atleti que no sabía a qué jugaba y casi ni por qué jugaba, ni siquiera la salida del Kun empañó la presencia de Forlán, quien, él solito, metió al equipo donde no quería estar.

Y es que antes del segundo de Forlán, el equipo hizo lo mismo que otras veces. Con uno cero y nada decidido contra un rival flojo pero no muerto, hizo lo que no debía. Recular, dudar, perder peso en el centro del campo. Perder balones, dudar en el área y, lo peor de todo, ceder corners y faltas laterales, el recurso que los entrenadores de párvulos recomiendan a los rivales del Atleti. Entre Ujfalusi y Perea hicieron pensar en el penalti que no debía cometerse y el Atleti pasó un cuarto de hora de angustia viendo cómo se podían ir por el desagüe los puntos que tanta falta hacían. Y todo eso hasta que, en diez segundos, Heitinga sacó un pase digno de Márquez que Luis García controló con calidad y cedió de tacón a Forlán para que éste, con maneras de asesino a sueldo, acabara con la enfermedad de una patada.

El Atleti ganó cero a dos y se mete a un punto de la Champions, quién nos lo iba a decir tras el día del Racing. Recibe al Valencia en casa, con lo que aparentemente depende de él mismo, quién nos lo iba a decir hace un mes. Los rivales son tan torpes que aquellos aficionados que a estas alturas soñaban con haberse quitado de encima el peso de tener que ver los infames partidos del equipo en espera de un nuevo verano de promesas incumplidas, medianías recibidas con honor de general victorioso y decisiones traumáticas tomadas por el palco cuando la grada ya no puede pronunciarse, no pueden renunciar aún a seguir viendo lo que hace el equipo y, con el rabillo del ojo, lo que hacen los rivales. Porque el Atleti, contra la lógica, sigue en la pomada. El Atleti ha cogido ese mal cuerpo que tan bien funciona que se le pone a uno en las ferias. Duerme poco, bebe mucho, come mal y a destiempo, pierde las llaves y olvida dónde aparcó el coche. Se retira tarde a casa, pasa lo poco que queda de noche mal e inquieto, se levanta sin voz y jura ante todo lo jurable que ese día no sale, ese día se queda en casa, se bebe tres litros de agua y no come más que fruta y alcachofas. Pero no. Siempre llama alguien, siempre hay alguno que hace al feriante caer en la tentación de ducharse y ponerse una camisa limpia y echarse a la calle y tomarse esa primera cerveza que da tanto miedo. Como el feriante tras la primera cerveza, el Atleti se repone cuando debería descansar, sigue adelante con una cara malísima y la convicción de que el día que pare la resaca será de espanto. Pero ahí sigue. Como la feria al feriante, el Atleti de este año lleva al aficionado con un palo y una zanahoria hacia al campo y el peiperviú cuando lo que le apetecería es quitarse de en medio y dedicarse a organizar las vacaciones. Pero nada, ni en esas tiene piedad el equipo de nosotros. Qué cruz.