viernes, 6 de julio de 2012

Dos apuntes sobre la Eurocopa




Minuto ochenta y tantos, el resultado es 4-0 y la inmensa parte de la grada, que apoya al equipo que ha perdido y debe volverse para casa, eliminado, se dispone a pasar los últimos minutos en el campo. Las cosas no han ido como le hubiera gustado a esa parte de la grada, quizás sí como hubiera esperado algún observador externo. El equipo al que apoya la mayoría es claramente inferior al rival, un equipo plagado de estrellas y con una de cinco puntas sobre el escudo, el equipo que a la postre será el campeón. La pelea se planteaba desigual ya desde el principio y quizás otra afición no habría llenado un campo para ver una masacre, pero ellos sí, porque ellos son irlandeses y el resto no.



El rival se ha puesto por delante muy pronto. A los pocos minutos un tipo alto, rubio y con pecas roba un balón frente a la portería, se va de un defensa con potencia y rompe el balón por la escuadra. Más tarde, un tipo fino metería un gol de tipo fino y el mismo tipo de las pecas volvería a alardear de potencia metiendo un segundo gol, esta vez pegándole fuerte y abajo junto a un poste. La afición mayoritaria no tenía ninguna esperanza de ganar, pero sí la esperanza de no ser goleada en exceso. Un cuarto gol celebrado con rabia les quita también esta posibilidad y sólo queda esperar el pitido final.


Una afición acostumbrada a las victorias por decreto habría montado un escándalo, una afición que se creyese más de lo que realmente es se levantaría con cara de no me merezco yo esto, oiga, e iría a desaparcar su coche en segunda fila llamando burros a sus jugadores. Una afición humillada y humillable habría bajado los brazos y habría mirado al suelo, una afición malcriada habría cargado contra el árbitro, el seleccionador, el responsable de la megafonía, el inventor del parabrisas. Una afición agradecida habría aplaudido a los suyos a pesar de la derrota, una afición entendida habría sospechado lo que iba a pasar y habría asistido silenciosa al desenlace, una afición bullanguera habría hecho chistes sobre lo ocurrido y ahí habría quedado la cosa. Una afición de esas nuevas de gran acontecimiento habría hecho lo imposible porque les sacaran vestidos de gitana, guardia civil y torero ante las cámaras del estadio, una afición pequeña habría pedido autógrafos a los aficionados rivales. Una afición moderna habría permanecido en silencio sin saber qué hacer, porque las aficiones modernas están compuestas por turistas japoneses, hombres de negocios, agentes de futbolistas, invitados a palco con jamón, aficionados ocasionales invitados por clientes con corbata, chicas despampanantes con problemas para sentarse en fondo y grada, expertos de boquilla que no entienden la regla del fuera de banda y cuarentones ávidos de encontrar un vaso ancho para una copa larga.


Pero ahí no había nada de eso, no era eso lo que poblaba las gradas y las teñía de verde. A diez minutos del final, con un cuatro cero en contra y un billete de vuelta para casa, con la sensación de haber sido pasados por encima y el cuerpo lleno de cerveza negra, la afición verde se puso a cantar. Fields of Athenry cantaba y cantaba la afición, como si cantando echasen abajo el muro de goles que le habían levantado delante los españoles, como si lo importante fuera estar ahí y cantar y no dejar de cantar, más allá de ganar o perder. Con el equipo muerto y las esperanzas enterradas, en la situación en la que muchos habrían hecho exactamente lo contrario, la afición irlandesa cantó durante diez minutos seguidos Fields of Athenry, la canción que habla de la hambruna en Irlanda y de la cárcel para los que robaban grano a los ingleses, el himno oficioso de la isla según las gradas de rugby y fútbol. Diez minutos o más estuvieron cantando, y cada vez que terminaban la única estrofa que repetían, empezaban con más fuerza la siguente vez, loooow liiiiiiie the fiiiiiields of Athenry, dándose fuerza los unos a los otros, llamando la atención del resto del estadio, de los espectadores que veían el partido por televisión, de los periodistas que narraban el encuentro, del resto del mundo. Loooow liiiiiiie the fiiiiiields of Athenry, cantaban los irlandeses, y la traducción no literal pero exacta es aquí estamos nosotros, aquí estamos juntos, habéis perdido el partido pero da igual porque aquí estamos y aquí estaremos, ganéis o perdáis, aquí estamos todos y estamos orgullosos de vosotros y de que seáis de los nuestros, porque es mucho más importante ser de los nuestros que ganar o perder o dejar de respirar.


Loooow liiiiiiie the fiiiiiields of Athenry cantaban los irlandeses y, cantando, lograron uno de los momentos más emocionantes de la Eurocopa. Cantando consiguieron lo que los suyos no pudieron conseguir jugando, cantando fueron las gradas protagonistas en un torneo de estrellas en el césped y políticos en los palcos, un torneo de un deporte que cada vez cuenta menos con las gradas. Cantando, sólo cantando, qué cosas.


Hay aficiones que en ciertas situaciones no tienen comparación. O sí la tienen, ahora que lo pensamos, porque todo esto, a casi todos Vds les suena ¿no?


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Minuto ochenta y tantos, el resultado es 3-0, en breve el equipo que va ganando será Campeón de Europa por segunda vez en cuatro años y el primer equipo de la historia en conseguir dos Eurocopas seguidas con un Mundial por medio. El equipo ha jugado bien contra un rival superado y con mala suerte en las lesiones, queda poco tiempo y no hay nada que hacer, la suerte está echada y la historia está escrita.


El tercer gol lo ha metido un tipo alto, rubio y con pecas que ha sido titular y suplente alternativamente durante el torneo, un tipo criticado hasta la patología psíquica y defendido hasta el duelo a florete. El tipo de las pecas ha pasado un mal año pero ha remontado la temporada en los últimos compases, ganando un solemne título nacional y el título internacional más prestigioso, pero en ambos casos con un cierto regusto amargo, sin ser indiscutible ni protagonista, debiendo subir cuestas empinadas donde a otros se les despliegan alfombras rojas en cuestas abajo. En el torneo, el tipo de las pecas ha jugado menos de lo que le habría gustado y, a pesar de que va a ser de nuevo campeón y va añadir un nuevo título a su curriculum deslumbrante, quizás no esté todo lo contento que debería. El tipo de las pecas es un jugador extraordinario, un jugador asombroso que ha marcado en varias finales internacionales. Aún así, en ese equipo está cara la presencia entre los titulares: juega en una selección en la que forman muchos de los mejores jugadores del mundo, el entrenador prefiere variables que no le hacen imprescindible y la indiscutibilidad se reserva a pocos, a veces a los que cuentan con el apoyo de la prensa.


Pero el tipo de las pecas, que llevaba dos goles hasta el partido final del campeonato y que no ha sido titular en la final, ha metido un gol nada más salir, definiendo con esa clase tan suya tras una potente arrancada de esas tan suya, encontrando un hueco en la defensa gracias a esos movimientos inteligentes tan suyos. Con ese gol, el tipo de las pecas lleva tres e iguala a los mejores goleadores del campeonato, todos grandes estrellas que han tenido mucho más tiempo que él para meter el mismo número goles. El tipo de las pecas, que es un delantero de nivel mundial, no es un depredador del área, no es un jugador que únicamente se dedique a esperar en el punto de penalti y buscar remates y meter goles, no es un asesino en serie de esos que se dedican a tirar a puerta y exigir al resto que le den el balón al pie para que poder meter más goles. Aún así, sabe que al final se le exigen goles, se le valora por los goles, los goles son lo único que el gran público, poco dado a ver lo no inmediatamente visible, tiene en mente a la hora de decir si un jugador es bueno o malo. El tipo de las pecas, que lleva en esto mucho y que es mucho más listo y maduro que muchos rivales y compañeros, lo sabe y sabe que tiene tiempo de meter otro gol y deshacer el empate, de pasar a la historia una vez más, de ser el único en marcar en dos finales y quizás de ser uno de los pocos jugadores de la historia que marquen tres goles en dos finales de torneos de selecciones. El tipo de las pecas lo sabe y lo va a buscar.


En un momento dado, el tipo de las pecas hace otro de esos movimientos tan suyos, aprovechando huecos entre la defensa de un equipo que juega con diez pero defiende con todo a esas alturas del partido. El tipo de las pecas tira un desmarque y le ve un compañero, que le mete un balón profundo. El tipo de las pecas ve cómo llega el balón y sabe que lo va a recibir con cierta comodidad. No le viene perfecto para sus condiciones, le viene para pegarla con la izquierda, que no es su pierna buena pero que es mejor que la pierna buena de la mayoría. Sabe que no pasará nada si falla: el partido está decidido, si marca será una leyenda para los próximos siglos, si falla no echa nada a perder. También ve que el portero rival, un fenómeno, ha intuido el movimiento y se acerca a él rápidamente, cubriendo el ángulo de tiro. El tipo de las pecas sabe que no pasa nada si el portero llega a parar el balón: es su pierna mala, ya ha metido un gol, el partido está decidido, es un gran portero ... puede darse el gusto de tirar a puerta e intentarlo, no pierde nada, gana todo, gana más gloria aún de la que ya tiene.


Pero el tipo de las pecas, durante el micro segundo en el que piensa todo lo anterior, también ha visto que detrás de él viene un compañero corriendo. No es un compañero cualquiera, además, sino un compañero de su mismo club, un tipo bajito y con cara de niño con el que ha pasado todo el año anterior, un compañero que ha sido su amigo durante sus horas más bajas. El tipo bajito, su compañero, ha sido titular todo el año en el club, mientras que el tipo de las pecas alternaba banquillo y campo, a veces cuestionado, a veces desesperado. El tipo bajito ha sido protagonista en los títulos de su equipo y ha sido nombrado mejor jugador de su club, ha sido el protagonista todo el año y con su buen hacer se ha llevado, sin quererlo, el protagonismo que muchos atribuirían al tipo de las pecas; aún así, ha sido un apoyo vital para el tipo de las pecas, siempre le ha defendido, siempre le ha deseado lo mejor y ha alabado su juego. El tipo bajito, en fin, ha tenido un año excelente pero, ay, no ha jugado durante el torneo cuya final está acabando. La selección histórica que juega la final está formada por jugadores de leyenda, centrocampistas de calidad casi infinita, velocistas de banda, tipos valientes capaces de tirar un penalti si el grupo lo requiere aunque se jueguen la reputación, tipos que piden respeto para el rival goleado, jugadores con miles de partidos dificilísimos a sus espaldas; por todo eso no es fácil hacerse hueco, no es fácil tener minutos. Además el tipo bajito es un centrocampista de toque y visión como muchos otros del banquillo, es protagonista en su club pero no en esta selección extraordinaria donde es casi uno más, carne de banquillo, un peón en una alineación llena de alfiles, caballos y Torres.


Llegados a este punto, el tipo de las pecas puede tirar a puerta y marcar para hacer aún más historia, y así lo esperan los aficionados que le ven maniobrar y acomodar el cuerpo. Puede tirar, pero no lo hace. En el último momento, con el portero ya encima esperando el balonazo, el tipo de las pecas prefiere no hacer ese tiro a puerta con la izquierda que le daría aún más de lo que tiene y que no le quitaría nada. En su lugar, prefiere amagar, simular un disparo, mover el cuerpo hacia la izquierda y doblar el tobillo derecho hacia fuera, alejando de sí la pelota, dejando un pase franco y claro, un balón fácil para que su compañero, el tipo bajito que ha brillado todo el año pero que no ha tenido presencia en el torneo, meta un gol en una final tras sólo cuatro o cinco minutos en el campo y pase a la historia también.


Quizás cualquier otro habría tirado y nadie podría haberle dicho nada, quizás cualquier otro delantero, amparado en aquello de que el egoísmo es un vicio feo en el resto pero una virtud necesaria en los nueves, habría buscado su gloria y le habría dicho al compañero que no le había visto, que le había visto pero que le entendiera, que él lo necesitaba más o que había tirado porque le había dado la gana y que le den pomada, oiga. No fue así. El tipo criticado, el que venía de pasar un año de perros, el que tenía la ocasión de marcar y liarse a dar cortes de mangas hasta el mes de abril de 2016, giró un tobillo y le dio un pase a un amigo para que metiera un gol. Así de sencillo.


Quizás otro en su lugar, consciente de lo hecho, habría buscado compartir la gloria, habría hecho aspavientos a la grada, habría dejado claro que él era un gran tipo con un gran corazón y que por tanto era justo que le dieran parte de la gloria, que le regalaran un porcentaje elevado del gol, que promovieran su canonización. Quizás otro habría pedido al compañero bajito que le sacara a hombros, que le señalara con el dedo, que firmara un papel por el que se comprometía a regalarle un coche rojo, un reloj de oro y un chalet en Alicante. Otros habrían reivindicado su valía y se habrían señalado el muslo buscando la cámara que le sacara el perfil bueno, o se habrían señalado el dorsal con los pulgares de las dos manos, o habría buscado compañeros compinchados para hacer el baile de la cucaracha brasileña, el baile del canguro inadaptado, el baile de la rata sobreactuada, el baile de la mofeta omnipresente o el baile la bacteria Mycobacterium leprae, causante de la lepra.


Tampoco fue así. El tipo de las pecas, recién convertido en Campeón de Europa por segunda vez, recién nombrado mejor goleador del torneo, reciente su enésima demostración de que no caben las críticas donde no caben y de que no merece ninguna de las constantes faltas de respeto que recibe, hizo el pasillo al rival vencido, recogió su medalla, celebró el alzamiento de la copa, se fue a la grada, levantó los brazos y se llevó en volandas a una niña con coletas y un niño con chupete. Se fue al centro del campo, se hizo cargo de la muñeca de su hija cuando ésta se cansó de llevarla, le dio un balón a su hijo y se dedicó a tirar confetti, junto con su mujer, a los niños del resto de jugadores.


Todo tan sencillo. Todo tan increíblemente extraordinario.