domingo, 18 de julio de 2010

De Mundiales y clanes


Si hace tres años nos cuentan que la selección iba a ser campeona de Europa y llevar una estrellita en el pecho, nos da un ataque de risa. Pero no, acabó el Mundial y ganó España, quién nos lo iba a decir. Ganó España luciendo menos fútbol preciosista de lo que nos gustaría, marcando menos goles de los deseados y pasando con los apuros con los que se ganan los torneos cortos: ganando uno cero, marcando cuando queda poco tiempo, sufriendo en los cruces con equipos teóricamente asequibles, viendo cómo el rival te conoce y sabe cómo hacer daño aunque no pueda hacer tanto como le gustaría. Pero España ganó, ganó bien y dejó sensaciones de equipo grande lleno de grandes jugadores. Y acabó el Mundial y la gente se echó a la calle y se pintó la cara y hablaba de la Roja, que choca un poco. La gente se olvidó de la crisis y de la situación económica y de la hipoteca y se prestó toda su atención a un pulpo, un balón volante y unas trompetas. Es lo que tiene el Mundial, y más aún cuando lo ganas.

Acabó el Mundial y algunos, algunos de los nuestros, se quedaron con cara de que no todo había salido a la perfección. A los nuestros, a nosotros, nos habría gustado que el Mundial tuviera más presencia del Atleti, claro, más allá de Forlán y Simao y Heitinga poniendo cara de no explicarse las cosas. A los del Sevilla les habría gustado que Luis Fabiano fuera el máximo goleador y que Navas hubiera metido el gol de la victoria en la final, a los del Valencia les habría hecho ilusión que Silva y Mata hubieran jugado más y los del Bilbao hubieran preferido que Javi Martínez hubiera sido titular y, ya puestos, que Toquero hubiera ido convocado. Pero aquí hablaremos de los nuestros, de los del Atleti, y si el resto quieren que se hable de lo suyo que vayan y convenzan a un blogger con gafas y cara de tonto como el que suscribe, que tampoco es tan complicado.

Los del Atleti, o al menos algunos, acabaron el Mundial contentos pero con mal sabor de boca. A los del Atleti no nos gustó que no hubiera ningún jugador del equipo en la selección, pero más o menos nos lo esperabamos y también nos lo explicamos. A los del Atleti nos molestó un poco también todo lo que se montó en torno a Luis Aragonés y sus supuestas críticas continuas hacia Del Bosque, que no parecieron ni tan descabelladas ni tan descarnadas como la prensa quería hacer ver. Luis, como de costumbre, estuvo poco afortunado en las formas y más acertado en el fondo, pero, también como de costumbre, quizás estuvo lento a la hora de frenar, espeso a la hora de callar y torpe a la hora de hablar. Con Luis ya se sabe y con la prensa también se sabe qué pasa cuando anda Luis por medio, así que tampoco fue esa la espinita clavada en el corazón del los atléticos, o al menos no la más hiriente.

El motivo de ínfimo disgusto, el vaho que empañaba el éxito, la china en el zapato victorioso fue el Mundial de Torres. Torres, a quien seguimos viendo como nuestro porque no sólo lo es sino que lo proclama a los cuatro vientos cada vez que puede, no jugó el Mundial que esperábamos. Nos habría gustado, claro, ver al Torres de la final de la Eurocopa, al Torres que arrasa defensas en la Premier, al Niño que mantuvo viva una afición mientras ésta y todo el Club hacía la travesía de un desierto que no sabemos si continuará tras el oasis de Hamburgo. La afición esperaba volver a presumir de goles en finales, de remates acrobáticos, de arrancadas dejando atrás defensas rivales y de porteros con cara de susto encomendados a San Paradón al ver que venía corriendo un tipo con pecas y brazos tatuados.

Pero Torres, recién salido de una lesión y una operación, tras una temporada complicada en la que su Club de ahora no ha dado la talla y ha sembrado muchas dudas sobre el futuro, tras semanas de rehabilitación y gimnasio y, todo sea dicho, jugando en un equipo en el que sus enormes virtudes no lucen como lo hacen en otras plantillas de menos toque y más espacio, no jugó bien. Torres estuvo impreciso, falto de minutos, presionado, algo torpón. No controlaba los balones como en él es costumbre, no arrancaba con la potencia ferroviaria de siempre, no encontraba puerta y, cuando la encontraba, había un portero portugués en estado de gracia. Torres, además de lo anterior, ha jugado un Mundial poco apto para delanteros centro, un Mundial de equipos cerrados que no favorecen su juego, de centrales grandes y medio centros aún más grandes, de equipos tácticos con pocas fisuras en su entramado, de equipos que jugaban igual que el resto de equipos, sin dar opciones al rival, sin abrirse alegremente al ataque, sólo defendiendo y defendiendo, renunciando a ganar.

Torres empezó regular, jugando su primer partido en meses justo antes del Mundial y jugando pocos minutos en el partido contra Suiza. A los pocos minutos de su aparición, Torres, o al menos eso nos pareció a los que nos fijamos en él más que en el resto, empezó a recibir críticas. Quizás justas, posiblemente excesivas. Torres no está, Torres no debería haber jugado, Torres no debería haber venido, se oía. Torres está haciendo la pretemporada en el Mundial, el sitio de Torres debería haberlo ocupado otro, qué mal está Torres, qué apático está Torres. Con los partidos, la tendencia se agudizaba. ¿Qué mal Torres, no? decía para empezar la tertulia post partido ese amigo medio tonto que todos tenemos y no entiende que molesta con ese tipo de cosas, aunque pretenda agradar. Torres está tieso, ¿a que sí?, preguntaba ese compañero de trabajo que todos tenemos y que se cree que tiene con uno más confianza de la que realmente tiene. Torres no está, Torres está consentido, Del Bosque no tiene valor para quitar a Torres, decía la prensa.

A estas alturas, esto es, mediado el Mundial, el atlético, ya convertido en Torrista lo quiera o no, sentía cada pregunta y comentario como un ataque personal, y justificaba casi todo lo que hacía Torres como si fuera un hermano, un sobrino, un íntimo amigo e intuía tras cada crítica otra crítica más profunda, un pellizco dirigido al hígado del atlético con intenciones pugilísiticas. Ya a mediados del Mundial uno vivía los partidos de España mucho más nervioso porque Torres lo hiciera bien que porque el equipo ganase. A esas alturas uno leía y releía las crónicas buscando únicamente qué se decía de Torres y ya tenía claro qué periodistas eran afines, qué periodistas son objetivos, qué periodistas son críticos hasta la injusticia y la caricatura; estos últimos, los menos, son curiosamente los que más llamaban la atención y más irritaban. Uno sabe que el periodismo del corazón, el segmento más afín al periodismo deportivo español, consiste en ver cómo unos señores medio calvos se ganan un dinerote mofándose de las asperezas en los codos de las top models multimillonarias; sin embargo, uno no asume con igual indiferencia las críticas hacia Torres. Quizás sea exagerado, quizás no.

Curiosamente, en estas circunstancias uno pasa por encima de las críticas justificadas y los mensajes de comprensión y ánimo y sólo se fija en los ladridos de los periodistas-bufón, de los que aprovechan la ocasión para cobrar cuentas pendientes que datan de épocas en que cayeron ídolos que vestían camisetas más blancas. Visto desde fuera, quizás los Torristas parezcamos integristas, forofos, fanáticos exaltados que no vemos la realidad sino un reflejo deformado, y a lo mejor no les falta razón. A estas alturas ya no teníamos en cuenta las constantes declaraciones de apoyo de los compañeros, la defensa constante del seleccionador, los piropos de su teórico rival por la atención en el ataque, Villa. No. No veíamos más, o no queríamos ver, y quizás tengan razón los que nos ven como fanáticos. Quizás. Pero quizás no.

Hasta el torrista más exaltado asume que es normal que a Torres se le exija más que al resto. Torres es una estrella, lo ha sido desde hace tiempo, ahí están las hemerotecas para los que no acuerdan sólo de lo que les interesa. De Torres se espera que marque la diferencia, que marque el gol del Mundial en la final, que nos deje en la memoria goles y celebraciones. Es normal exigir eso, al fin y al cabo lo ha hecho ya varias veces. Pero con Torres, como con otros (que no decimos aquí que sólo pase con él), no siempre se es mesurado en la crítica, quizás tampoco en la defensa. A Torres se le ve como el propietario de ese chalet enorme que antes estaba en el monte y ahora quedó en medio del nuevo barrio de pisos modestos al que todo el mundo se siente con derecho de tirar las mondas de naranja por encima de la valla. Si Torres, que es rico y una estrella de ultramar, juega mal, se le machaca; si yo sólo me puedo permitir comer naranjas, le tiro las peladuras a ese, que para eso es rico. Y Torres, encima, no sale con la recortada por encima de la valla cada vez que cae una monda, sino que no dice nada y da los buenos días cuando se cruza con el vecindario y esta actitud, lejos de inspirar respeto e impulsar a dejar los ataques, azuza al comedor de naranjas, ya borracho de vitamina C, consciente de que no recibirá un tortazo aunque se lo merezca.

Parece que poco importa que Torres haya hecho lo posible y lo imposible por estar a punto para jugar; a ojos del no-Torrista, parece que Torres hubiera llamado a la federación a decir que él iba al Mundial quisieran o no, que quería la habitación grande y no dormir con Puyol, que ronca. Parece que a Torres no le hubieran llamado, que no le hubieran pedido forzar para intentar llegar porque el seleccionador le consideraba necesario. Poco importa que Villa haya dejado claro, con sus declaraciones y sus dos últimos partidos, que jugar sólo en punta en este Mundial y en este equipo es un infierno. Poco importa que Torres, estrella mundial e ídolo de jovencitas y maduritas manchegas, no tuviera ningún reparo en hacer el trabajo sucio al resto, en permanecer en zona oscura pegándose con los defensas, en jugar, como ya hiciera en el Atleti, de portor cuando sus condiciones exige que sea la estrella. Nada importa, no se toma en cuenta, no parece merecer respeto.

Si Torres hubiera tenido un poco de suerte, si hubiera entrado su tiro en el partido de Portugal, si Pedrito hubiera pensado un poco más en el equipo en aquél contraataque o si Cesc no hubiera querido solucionar las cosas sólo en aquél otro, si a Torres le hubieran pitado aquél penalti de la mano del rival o alguno de los empujones que se ha llevado en el área, Torres habría hecho el mismo Mundial y la prensa le habría considerado fundamental para el equipo. Pero no fue así, ya lo sabíamos, ya sabemos algunos que a Torres las cosas le cuestan más que al resto, que tienen que justificarse continuamente a pesar de tener un curriculum histórico y de ser un ídolo en un par de clubes en los que algo de fútbol se sabe. Y eso que Torres, que es mucho más maduro que el que suscribe y mucho más que Vd, lector, que a estas alturas lleva un cabreo de mona recordando el Mundial, llevó las cosas mucho mejor que nosotros, o al menos eso parecía. Aunque en la televisión enfocaban su cara ofuscada durante diez segundos y no tanto sus abrazos a los compañeros que le sustituían, Torres no se inmutaba. Torres dijo que si le tocaba vivir el Mundial desde el banquillo no tendría ningún problema y animaría al resto como el que más. Torres no ha tenido malas palabras ni ha escupido al cámara que recogía su mal momento, por más que les hubiera gustado a algunos que lo hiciera y así poder comparar su mundial con alguna estrella de la pedicura. Torres asumió su papel, no dio un problema, no celebró el gol sólo con un grupito, volvió a dar lecciones. Lecciones de respeto al resto del equipo, lecciones de respeto a los que no le tienen respeto, lecciones de madurez, lecciones, una vez más.

Y no hacía falta ser premio Nobel para ver que, tras la final, algo le pasaba a Torres. Más serio de lo normal, Torres no tuvo la presencia en las celebraciones que nos habría gustado, ni tenía la cara de éxtasis de la Eurocopa. Que a Torres algo le pasaba es algo que sospechábamos, y lo confirmamos en cuanto llegó a Madrid. Torres llegó a Madrid con la cara más seria del equipo y el brillo en los ojos de los partidos grandes y si le da por silbar "The Farmer in the Dell" desde el bus descapotable, se esconden los niños a su paso en los portales. Llegado a Moncloa, Torres pidió una bandera con un escudo del Atleti y, como en la celebración de la Eurocopa, la puso en lugar bien visible. Antes de que los compañeros lucieran banderas de sus ciudades y regiones, de los que iban a homenajearles en privado unos días después, Torres se puso la de su gente. Alguien le tiró una camiseta del Atleti con el número 9 y la colgó en la valla del bus, la señal más clara, la piel de conejo en la valla de los Cinco Puntos, la misma llamada. No hizo falta mucho más. Igual que los Conejos Muertos, aquellos a los que el mensaje iba dirigido lo tuvieron claro sin necesitar más explicación. Cuando el autobús llegó a Neptuno, eran muchas las camisetas del Atleti y muchos las gargantas que cantaron lo que tantas veces se cantó en el Calderón, era claro el tono de reivindicación y muchas las ganas de que el Niño lo notara, de que respirara al menos en esa plaza, la admiración y el respeto que merece y que no siempre se le ha hecho llegar ni en este Mundial ni en muchas ocasiones antes.

Sabíamos que algo no iba bien, ahora lo tenemos claro. Quizás no sea para tanto, quizás hayamos radicalizado nuestra postura, quizás nos hayamos echado al monte. Quizás sí haya sido proporcionado, quizás nos hayamos echado al monte porque no nos ha quedado otra, quizás simplemente era lo que había que hacer y son otros los que deben reflexionar.

Y, en cualquier caso, exagerado o no, cuando un miembro del clan aúlla, el resto del clan responde. Como siempre ha sido.