lunes, 25 de enero de 2010

Breves reflexiones desde la portería del Atleti

Jugó el Atleti un nuevo partido lamentable ante otro rival que dejó en evidencia plantilla, técnico y jugadores.


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Uno: Getafe, población a la que uno no sabe bien si referirse como pueblo o como ciudad, está cerca de Madrid; así lo dicen los mapas de carreteras, el Atlas universal y algunos compañeros de oficina. Dos: la proximidad es una buena razón para ir al fútbol, como lo es para ir a un bar, a una gasolinera o a un satélite determinado; así lo dice la experiencia, el sentido común y los conductores de autobuses de peñas. Tres: la afición del Atleti, como bien saben Vds, ven en el equipo una excusa estupenda para juntarse y tomar cañas, hablar de fútbol, plantear tácticas alternativas, descubrir perlas de la cantera, justificar filias y fobias por equipos extranjeros y jugadores propios y ajenos, comentar lo bien que se come en poblaciones manchegas y lo caro que está el vino tinto; así lo dicen cientos de miles de personas en miles de bares.

Combinando estas tres verdades absolutas uno tardaría poco en concluir que la afición atlética se desplazó en masa a Getafe a ver a su equipo aprovechando la proximidad. La conclusión resulta ser otra si uno añade un factor adicional originado en la propia voluntad del equipo anfitrión: el precio de las entradas. Cincuenta euros pedía el Getafe por una entrada para ver al Atleti, cincuenta. Cincuenta euros, ocho mil pesetas, mil seiscientos duros. Si uno va con un amigo, cien euros, si uno lleva a dos niños, ciento cincuenta, si uno no sabe sumar que compre una calculadora solar. En Getafe pusieron precios de partido grande y uno no sabe si lo hicieron para inflar el ego de la afición visitante y así hacerles pagar el oro y el moro o si fue fruto de la ignorancia, de la audacia o de la querencia al timo y la estafa. Si por juego se tratase, hay veces que al aficionado atlético habría que pagarle las cervezas del partido, el transporte en calesa, una caja de aspirinas y un plus de bochorno y rubor. Es más, si un economista de renombre y grandes gafas de pasta se pusiera a calcular, con la ayuda de cardiólogos, neurólogos, futurólogos y callistas, el coste económico del previsible disgusto dominical colchonero, quizás concluiría que habría que regalar a cada aficionado colchonero una caña de lomo ibérico y un Ford Fiesta al final de la temporada.

Pero así no funcionan las cosas, amiguiños, y el aficionado es hoy más que nunca un cliente más, un mero pagano con poca voz y menos voto que únicamente vale para dar los datos de su cuenta bancaria y para que se le diga con insuficiente antelación a qué hora jugará el equipo (normalmente mala para él y buena para la tv), cuánto tendrá que pagar por cada evento no matemáticamente previsible y que no tendrá entradas para los partidos extraordinarios a menos que vuelva a pagar. Si gracias a los horarios el Club ingresa más, el aficionado se queda sin llevar a los niños, clientes futuros en los que el Club no alcanza a pensar por ser comercialmente miope y éticamente nulo. Si gracias a los horarios y los convenios con las televisiones la inmensa mayoría de los partidos de interés son a horas intempestivas y el aficionado no puede ir por vivir lejos, ahí se pudra con su problema que nadie en el Club devolverá un duro. El aficionado es un cliente cautivo que paga por adelantado por un producto que ni conoce ni tiene derecho a probar, paga por ver un equipo cuyas estrellas se venden a mitad de temporada, por partidos que no puede ver por culpa de los horarios, por un asiento que está mugriento y un baño que parece de barracón de prisión turca. Paga por cariño a unos colores a gente que no tiene cariño más que al color del dinero. Al timo institucional propio se le suman además los equipos a los que se visita, como el Getafe; la oferta y la demanda, majos, dirán unos y no les faltará razón. Pero es una mala noticia para la gente. Una mala noticia para el ambiente en las gradas y para el apoyo al equipo. Una mala noticia para el fútbol. Una buena noticia para los bares, eso sí, algo es algo.

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Salió el Atleti en Getafe y la afición, congregada en exclusivos clubes privados, country houses, chill outs, lounges, boleras, spas, disco pubs y tascas mugrientas no entendía nada. La afición ya venía con cara de no entender nada desde el jueves pasado, día en el que Quique sacó de titulares a un lateral convaleciente y a un recién llegado que resultó ser el mejor, y la cara se les quedó igual o peor al ver el equipo titular.

Salió De Gea de inicio, que es algo que quizás se viniera venir tras los últimos partidos de Asenjo y su general trayectoria este año. De Gea hasta el momento había hecho buenas paradas y alguna pifia sonada, había salvado puntos y entregado otros, había dejado buenas sensaciones y sembrado algunas dudas. Dudas, sobre todo, sobre la capacidad de la dirección deportiva, capaz de fichar un portero joven para tapar a otro, capaz de gastarse el dinero en estropear dos jugadores de proyección e incapaz de gastarse el dinero para lo que realmente hace falta. Salió De Gea y jugó bien, hizo paradas de mérito y blocó varios balones, algo cada vez más difícil de ver en la portería del Atleti. Quizás los balones modernos vuelen más que los antiguos, más pesados y de trayectoria más recta y previsible; quizás Asenjo guste de la parada en dos tiempos, que es como se llama ahora al lance en el que el portero no consigue atraparla a la primera pero tampoco despeja, sino que recibe un pelotazo en las manos que queda cerquita de su cuerpo. Sea por lo que fuere De Gea, una de las pocas buenas noticias de la semana, salió por alto, blocó balones y transmitió la seguridad que no ha conseguido transmitir Asenjo, la misma seguridad que la defensa se ocupa de destrozar con cuatro patadas al aire y tres errores de marca a los dos minutos de partido. Salió De Gea y se convirtió en el protagonista de la crónica así, sin sospecharlo, fíjense qué cosas pasan.

Porque por delante de De Gea salió un monumento al desconcierto. Plantado De Gea desde su sitio, miraba al campo y le entraba un escalofrío por la espalda. Miraba De Gea a la izquierda y veía a Antonio López, quizás algo más entonado en los últimos partidos pero nunca una garantía de consistencia o buen hacer. Por delante de Antonio, Simao a ratos, a ratos Reyes. Cuando veía a Simao De Gea se preocupaba, ay ay ay, este defiende a veces pero no anda fino últimamente, no, como entren por su lado podemos pasarlas canutas. Cuando veía a Reyes De Gea se preocupaba mucho más, ay Dios mío, que este no defiende ná, verás como se ponga la cosa fea por esa banda, que tampoco me fío yo del todo de Antonio, no sé yo si él solo podrá con todo, a ver quién le puede ayudar.

Preocupado, miraba De Gea más al centro y respiraba hondo. Al menos delante, un poco a su izquierda, estaba Domínguez. Domínguez, que siempre cumple, que tira la línea, que da voces a los compañeros, que se adelanta por alto, que no se complica porque no debe complicarse ni alardea de cosas que le corresponde hacer. Menos mal que Domínguez, también de la casa, al que conoce De Gea, está ahí. Al menos está Domínguez, menos mal, pensaba De Gea. Y De Gea pensaba también qué cosas pasan, yo, que soy de la casa y que todo el mundo me conoce, que llevo aquí más que el la alcayata del almanaque, aquí, de titular. Yo titular en vez del fichaje rutilante del verano, un fichaje que costó una pasta y que ahora está en el banquillo porque de titular estoy yo. Que cosas pasan, la verdad. Y cuando uno piensa que del único que me fío es Domínguez, que también es de la casa y al que todo el mundo debería conocer... Domínguez titular por delante de cuatro centrales veteranos, uno de ellos también fichado este verano, en qué pensará esta gente cuando ficha, pensaba De Gea y no le faltaba razón.

Miraba De Gea a Domínguez y se calmaba y luego un poco más adelante y se calmaba más porque estaba Assunçao. Hombre, al menos está Assunçao por delante de Domínguez, eso que ganamos, Assunçao ayudará bastante, cortará balones, se dejará el pellejo. A ver si no le sacan amarilla pronto, que a veces le pasa, a ver si aguanta bien de físico, que este hombre no para, a ver si tiene ayudas a su lado, que por la banda Simao y Reyes ayudan poco. Esto pensaba De Gea, más tranquilo, cuando se le ocurrió pensar en quién acompañaba a Assunçao en la media. Miró De Gea al costado de Assunçao y le entró un frío raro, una sensación parecida a la que se experimenta al saltar de un octavo piso sin red ni paracaídas, algo en el punto medio entre la incredulidad y el pánico. No puede ser, pensaba De Gea, falta uno, he contado mal o he visto mal, no creo que sea así, no puede ser así. ¿A ver? Siete, ocho, nueve, diez y once. Contaba De Gea para ver si lo que veía era cierto y no le salían las cuentas ni le cuadraba el asunto. Pero vamos a ver, si están Kun y Forlán, ¿pero esto qué es?, no me digas que va a ser lo que parece, no me digas que con Assunçao juega Jurado, ay Dios mío, con esto no contaba yo, me esperaba al portugués nuevo o a Raúl pero no, qué va, el míster ha puesto a Jurado, no puede ser, madre del amor hermoso. A ver, a ver, calma, contemos otra vez, con la defensa y yo somos cinco, Assunçao, los de las bandas y los de delante ... que sí, que sí, que ha puesto a Jurado el tío, madre mía, pobre Assunçao, a este le expulsan, se va a pegar una panzada a correr horrorosa, madre mííííaaaa la que ha liado este hombre de la bufanda, Jurado de medio centro y ayudado en su línea por Reyes o por Simao, casi nada, un agujero del tamaño de un cráter y para defenderlo tres figuras Montaplex. Ay Dios mío, Jurado ahí, menos mal que al lado de Domínguez estará Ujfalusi y al menos éste, por detrás de Jurado, se liará a darle voces y le tendrá en su sitio y cortará los ataques que se le cuelen a Jurado mientras corretea y da taconcitos y hace ese control con el exterior del pie que tanto le gusta a los escaparatistas y que vale para tan poco.

Pero ¿dónde está Ujfalusi? pensaba De Gea. Aquí no está, que está Perea, imagino que le habrá puesto de lateral y Tomás al centro con Domínguez, que al menos me dará un poco de paz ... Pero es que no le veo, Ujfaluuuuuusssiiiii Ujfaluuuuuussiiii, ¿dónde andas, criatura? Mira que esto empieza ... ¡pero si no está! ¡si ha puesto a Perea de central! ¡La madre que me parió! ¡Perea otra vez de central, pobre Domínguez! Yo es que no entiendo al Míster, otra vez Tomás de lateral ... ah, no, espera, que tampoco ¡¡que tampoco!! ¡Que está Valera! No, si ya éramos pocos, ahora Valera ... este hombre quiere que no perdamos un partido y para defender la parcela derecha están a ratos Reyes, Jurado, Perea y Valera... Madreeee, ay Dios mío de mi vida, ay Dios mío, a ver si estos del Getafe juegan al menos todo el rato por la izquierda, como se vuelquen a la derecha apañados vamos... apañados vamos en cualquier caso, pero como piensen un poquito en el regalito que les ha hecho el míster por este lado, ya ni te cuento.

Pero bueno, ¿y por qué no ha sacado a Ujfalusi?, se preguntaba De Gea. Será para reservar gente para la Copa, ah, debe ser eso, sí. Ahora que lo pienso, quizás tenga razón: hay que asegurar la Copa, hay que llegar a la final y ganarla o al menos rezar por que la juguemos con un equipo que vaya a Champions, el Sevilla, vaya. No sé, será eso. Pero, espera un momento, pensaba De Gea. Si la idea es reservar gente para la Copa .... ¿por qué saca el míster a Agüero y Forlán? ¿no estaba Forlán tocado? Es más ... ¿no debería ser Forlán suplente, que no sólo está tocado sino que no da una últimamente? ¿No sería mejor que se quedara tranquilito en el banquillo y saliera Ibrahima, que tampoco es que sea Georgie Best pero al menos se parte el alma y no aporta menos que el uruguayo? No entiendo nada, no lo entiendo ... va a dejar Quique ahí solo al Kun con Cata Díaz, el pobre... porque qué cara tiene Cata Díaz, parece de una mara guatemalteca, si me lo cruzo por la acera me meto en un portal, qué miedo más grande.

No entiendo a Quique, pensaba De Gea. No entiendo nada, no entiendo el equipo que ha sacado, no entiendo el planteamiento. No creo que juguemos en rombo porque los interiores no defienden, jugaremos con dos medio centros y uno de ellos no vale más que para salir en la foto oficial y el otro acabará agotado o expulsado o ambas cosas, que no sería la primera vez. Vamos a jugar con dos puntas sabiendo que uno va a estar más solo que la una y otro medio lesionado y fuera de forma. Vamos a jugar con un lateral derecho que ha demostrado ser el peor de la defensa de lejos y, para ayudarle, con un central diestro que ha demostrado ser el peor de la defensa de lejos. Vamos a querer tener el balón con cinco tipos que la tocan y no defienden, con lo que a poco que decidan no correr se partirá el equipo como siempre, como pasa desde Aguirre, como pasó con Abel y como pasa ahora. No entiendo a Quique, no me fío del equipo, no me gusta lo que veo pero me callo, que esto empieza, a ver si hay suerte, a ver.

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En el mismo momento, según empezaba el partido, un sabio seguidor pronunció, como una profecía, unas palabras que ya no nos sorprenden.

- Hoy palmamos seguro.

El resto ya lo conocen Vds.

viernes, 22 de enero de 2010

De gradas distintas y equipos que avergüenzan

Jugó el Atleti un partido que se presumía plácido y acabó con la cara pintada, el futuro gris y la afición resfriada.


En una noche fría, más fría de lo que parecía, y húmeda, más húmeda de lo que permite la ley, la costumbre y la jurisprudencia, se concentró la afición del Atleti en el Calderón. Quizás no fuera al campo la afición de siempre sino la afición que no va tanto: los horarios inconvenientes, las entradas regaladas y el espejismo de que algo gordo podría volver a pasar ayudaron a que el Calderón casi casi se llenara para ver un partido contra un Segunda, y eso que mucho socio de todos los domingos se quedó en su casa. La gente pensó que iban a ver a su equipo ganar por goleada y marcar con paso firme el camino hasta la final y, de paso, el macabro espectáculo del despiece y posterior subasta de las mejores presas del visitante; lo que vieron, eso sí, no fue eso sino casi lo contrario.

Y es que de no haber dado una cierta buena pinta el equipo contra el Recre, quizás muchos de los que suelen acudir al Calderón se habrían quedado en casa viendo la tele y tomando caldito, que tampoco es mal plan. Pero el Atleti tiene lo que tiene y a la mínima que hace prende una chispa de ilusión de la parroquia y convierte lo que iba a ser una barbacoa entre amigos en la falla de la plaza del Ayuntamiento. Así, sin esperarse el follón, llegó el aficionado al campo con la hora pegada y se sorprendió de la cantidad de gente que había en los alrededores. Pero bueno, y estos quiénes son, de dónde ha salido tantísima gente para ver este partido, si yo creía que íbamos a ser catorce. Decidido, entró el aficionado al campo y lo primero que se encontró en los tornos una montonera más propia de San Fermín. Mire, cómo se pasa por aquí, tengo una entrada que me ha regalado un cuñado, ¿la corta Vd? Yo qué voy a cortar, oiga, haga Vd el favor de meter el código de barras en esa ventanita con lucecitas rojas, así no, a ver, así, así, ahora, que está verde, pase Vd. Como a cada invitado había que explicarle el mecanismo de los tornos, el aficionado que acude al campo con asiduidad y que, por conocer las costumbres de la hinchada, se permite acceder a la grada con la horita pegada, entró tardísimo.

Y es que el aficionado de todos los días tiene calculado el tiempo de entrada al campo con la precisión con la que los ladrones de banco calculan el lapso que transcurre entre el momento en que el vigilante gordito acciona la alarma y la llegada de los Hombres de Járrelson vestidos de samuray y con ese palo gordísimo que usan para derribar la puerta. El aficionado conocedor de las mecánicas del estadio apura los plazos de acceso y espera tranquilo en las afueras a que llegue el momento de entrar. Según la ubicación y tras tomarse el último botellín, el aficionado espera con precisión suiza hasta siete, cinco o hasta tres minutos antes de la hora de inicio para dirigirse a su localidad. El socio habitual confía en la pericia y consiguiente fluidez en la entrada de sus compañeros de grada que normalmente le permiten, en tres minutos, pasar el torno, comprar una almohadilla, visitar el excusado, salir por el vomitorio, subir la escalera, levantar a la fila entera dando las buenas noches y pidiendo perdón, llegar hasta su sitio, darle dos besos a Rosa y sentarse antes de que empiece el partido no sin antes limpiar la mugre del asiento, ajustarse la bufanda, mandar un sms a un amigo que está enfrente dando un pronóstico del resultado, cerrase la chaqueta, ponerse los guantes y gritar VAMOHMARIANO por lo menos una vez. Ayer, empero, por ser día en que mucho aficionado atlético poco habituado a la mecánica del estadio y mucho visitante celtiña se dieron cita en fondos y tribunas, los ritmos fueron más lentos y estuvo entrando gente hasta más o menos el minuto veintitrés.

Y es que la llegada masiva de aficionados invitados tiene una consecuencia adicional sobre el aficionado habitual. Este último, acostumbrado a encontrar su asiento por referencias naturales - de igual modo que el piel roja encuentra la guarida del coyote o el marino experto encuentra el paso seguro por el arrecife - se encuentra perdido cuando cambia el paisaje humano en el que normalmente se desenvuelve. Porque el aficionado que va a diario sabe que lo que tiene que hacer es subir la escalera del vomitorio, torcer a la izquierda, subir unos escalones y, a partir de ahí, levantar la cabeza, localizar a un señor con gafas que suele llevar gorra de tweed, contar tres a la izquierda, localizar a un aficionado calvo con cara de malas pulgas, una morena imponente de nariz valiente y enorme bolso, un niño igualito que su padre, que está a su lado, y un señor que, cual especie en extinción, sigue escuchando un transistor con antena pegado a la oreja. Entre ese mapa humano hay dos sitios, los del aficionado habitual, quien además ya sabe por qué fila hay menos gente para pasar, o qué aficionados tienen los pies más grandes y por tanto dificultan el paso por el estrecho pasillito que hay entre las filas, o quién es amable y afín en el respeto por los jugadores comprometidos con la camiseta o, por el contrario, rival en las filias futbolísticas, partidario de la directiva, admirador de Jurado o fan de Indy.

Y es que todas estas referencias naturales se pierden en día de visita masiva como lágrimas en la lluvia, como diría ese que vio atacar naves en llamas más allá de Orión. En días como el de ayer sale por el vomitorio el aficionado ya apurado por el retraso en el torno, agobiado por escuchar los sonidos de la grada con el partido ya comenzado, y sube la escalera de siempre dando grandes zancadas para llegar antes. Y sube la mirada donde siempre y en vez de ver un señor con gafas y gorra de tweed ve tres adolescentes con gorra de beisbol y pendientes de brillantes en las orejas. Dejando al lado consideraciones estéticas y aparcando las ganas de llamar a un guardia con bigote para que despoje de las joyas a los nuevos inquilinos de los asientos y de paso les multe por ofensa al buen gusto, busca el aficionado desorientado al señor calvo, a la morena de la personalísima nariz, al niño y a su padre y no ve más que dos rubias comiendo grandes bocadillos, un señor con aspecto de ordenanza que lleva una gran chistera rojiblanca y un tipo de mirada huidiza y pinta de espía que se rasca la barbilla. Paralizado, el aficionado habitual nota que encima molesta al resto por estar de pie en la escalera, que él mismo provoca lo que tantas veces critica y su agobio sube y sube hasta perder la noción del tiempo y el espacio y dudar de si está donde debía.

Y es que esa angustia no se alivia hasta que, oh milagro, ve el aficionado habitual entre la multitud de caras desconocidas la antenita del transistor del señor mayor de siempre. La visión reconforta al aficionado habitual, es aquí, es aquí, yo estaba en lo cierto, no es otro campo ni otro día ni es un bautizo masivo de Testigos de Jehová, es un partido del Atleti y yo estoy donde debo. Con una mezcla de alivio, alegría e irritación y algo de la frustración que embargó a Charlton Heston cuando entendió, gracias a una Estatua de la Libertad semienterrada, que estaba en su propio planeta y no en otro y que desde ahora le tocaba vivir rodeado de monas, avanza el aficionado habitual más rápido y con menos modales de lo acostumbrado por entre la multitud desconocida y sentada. A ver, a ver, que voy a mi sitio, bueno mire, si le he pisado quizás debería valorar cortarse las uñas o quizás no volver. Incómodo entre la turba, busca casi con desesperación y al filo de perder las formas y el autocontrol hasta llegar a la altura del señor mayor del transistor, quien, ajeno a la tragedia, mira el partido mientras escucha comentarios sobre lo que él mismo ve pero encima más tarde, que es algo que nunca entendió el aficionado habitual. Cuando por fin llega a su sitio, el aficionado habitual se siente tan aliviado que se abalanza sobre el señor del transistor y le da grandes abrazos y achuchones hasta que éste, primero presa del pánico y más tarde presto a pegarle al atacante un paraguazo, reconoce al angustiado vecino y, mirándole con ojos compasivos, le dice:

- Segundo del Rácing.
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Salió el Atleti y muchos de los que estaban en el campo no lo vieron, agobiados como estaban accediendo a sus localidades. Cuentan las crónicas que hubo un penalti en el minuto uno y un gol en el minuto tres, visto por el que suscribe desde el vomitorio. Tardó tres minutos el Celta en marcar un gol y otros noventa en no marcar otro, que tuvo su mérito. Porque ayer, en un Calderón casi lleno y ante una buena oportunidad para acercarle a la afición un momento para el recuerdo, el Atleti no tuvo talento ni capacidad ni arrestos de ganar a un Segunda que malvive en su liga a pesar de la pinta de Primera que dejó en el Calderón. Y es que ayer el Celta de Vigo, equipo que pasa fatigas en la actualidad y que, a pesar de ello, trajo al Calderón un buen número de aficionados (lo que honra a equipo e hinchada), pasó por encima al Atleti, pudo ganar con holgura, arrinconó a su rival durante todo el segundo tiempo y volvió a casa molesto por no haber metido tres goles más a una caricatura de equipo de fútbol a pesar de sus estrellas, de la grada llena y de las campanas lanzadas al vuelo por la prensa y la afición, y sin que el horrendo arbitraje tuviera culpa alguna de las desgracias locales.

Salió el Atleti con De Gea, que acabó siendo el mejor, sembrando más ortigas en el camino de Asenjo, y con una defensa que empezó mal y acabó de manera lastimosa. Salió Mariano Pernía tras un accidente horroroso y una recuperación milagrosa, y salió de inicio, empresa que se antojaba excesiva para alguien que llevaba tanto tiempo en el dique seco. Pernía, de cuya vuelta el que suscribe se alegra sobremanera, dejó claro que está aún lento, fuera de ritmo y de forma, un obstáculo excesivo para sus tradicionales despistes y carencias tácticas y técnicas. Salió Ujfalusi por el otro lateral y se salvó de la quema por profesionalidad y saber estar, a pesar de ejercer de comodín. Jugó Domínguez, de nuevo el mejor de atrás, con más galones cada día, más presente en el juego y más aterrorizado cada vez que un balón se acerca a su compañero en el centro, Perea. Perea, que hace poco reconoció liarse en exceso a veces con una sinceridad que le honra, optó todo el partido por simplificar las cosas y aún así montó un lío. Perea ha perdido la confianza en él mismo, quizás la cualidad más indispensable para aquellos que ocupan esa parcela del campo. Perea perdió balones claros, hizo pases al contrario y optó por el pelotazo sin medida con demasiada frecuencia para un profesional del fútbol. Su actuación se vio más comprometida aún cuando, en un cambio antológico, salió Valera por Pernía y Ujfalusi, central diestro, pasó a jugar de lateral izquierdo; Quique podría haber elegido para esa demarcación a un delantero centro, a un portero alevín o a un perito agrícola, pero se decidió por Ujfalusi y se cargó su banda y de paso la contraria. Valera, una vez más, no dio una y dejó de nuevo la sensación de carecer de sentido de la orientación, saliendo siempre corriendo en dirección defectuosa tras cada despeje de cabeza. La defensa, una vez más, fue un desastre absoluto sólo salvado por Domínguez y De Gea, dos casi juveniles que comparten vestuario con siete defensas profesionales que suman doscientos años, cosas de la plantilla de este equipo. El asedio del Celta durante el segundo tiempo y la incapacidad de la defensa para sacudirse la presión deberían hacer pensar a más de uno, pero esto ya sabemos que pertenece a la ciencia ficción colchonera.

Por delante jugaron Raúl García y Tiago, recién llegado. Si el segundo, en su debut, dejó buenas sensaciones, marcó un gol y marcó su territorio a fuerza de presencia, tackles y gritos a los compañeros, Raúl García firmó uno de sus peores partidos justo después de ser defendido a capa y espada por el que suscribe. Uno, que es tonto, debió haber previsto esto pero no lo hizo. Raúl García apareció perdido y sin referencia, quizás echando de menos a Assunçao. Jugó en paralelo con Tiago y no encontró su sitio ni hacia adelante ni hacia atrás. En su defensa, quizás decir que su salida del campo coincidió con el hundimiento definitivo del equipo y que ni Simao ni Reyes ni Jurado ayudaron a los medios en tareas defensivas o que Camacho tampoco anduvo fino. No es excusa, ni mucho menos, eso sí; uno sigue esperando que Raúl responda a las expectativas, pero cada vez tiene menos argumentos frente a quienes se desesperan con él.

Mención especial merecen, una vez más, Jurado y Reyes. Jurado hizo un nuevo partido intrascendente, sin aporte en ataque ni mucho menos en defensa a pesar de contar nuevamente con apoyo en la retaguardia y un dibujo de equipo teóricamente ideal para sus poco conocidas virtudes. Pasó el rato mirando a sus compañeros con cara de preguntar si necesitaban algo o persiguiendo rivales a la prudente distancia de ocho metros, como acostumbra. Jurado utiliza un repertorio de controles y toques de clase para camuflar carencias gravísimas en lo relativo al compromiso, el esfuerzo colectivo, la disciplina táctica o el juego de equipo. Entre control y control Jurado trota por el campo a saltitos, con paso de protagonista de cuento, y uno lo imagina fácilmente con una cesta de mimbre, una caperuza roja y dos coletas de cuerda amarilla cantando tra-lará-larito entre medio centros que le sacan kilos y centímetros, quizás esperando ablandarles para quitarles un balón y dar un taconazo sureño. Reyes, por su parte, volvió a ser el Reyes de hace unos partidos, antes de su vuelta al mundo de los futbolistas decentes, y encendió las alarmas entre la afición. Reyes, quizás fundido, eligió sumarse a su compañero de párrafo a la hora de esconderse tras los rivales y devolver balones envenenados a los compañeros menos dotados técnicamente. Entre uno y otro terminaron por dejar al resto de la media a los pies de los caballos ante los centrocampistas rivales.

La última reflexión del día fue para Quique Flores. Quique varió el esquema y sacó un punta y medio, con el desesperado Agüero solo en punta hasta que salió Forlán en el segundo tiempo con aire de que el partido no iba con él. Si el planteamiento inicial pudo tener un sentido limitado, dada la presencia de Jurado, la lectura del partido - como le dicen ahora - fue muy deficiente. Como ha ocurrido en ya varias ocasiones, ninguno de sus cambios mejoró el equipo sino más bien lo contrario. Ni Forlán funcionó ni los retoques de la media y la defensa sirvieron más que para terminar de descomponer el equipo. Quique transmite la sensación de querer hacer cosas distintas, pero aún no consigue transmitir la sensación de ser capaz de ello.

El Atleti y su afición, habitual y/o invitada, vivieron ayer una noche para olvidar. La clasificación para la siguiente ronda de Copa es por supuesto posible pero la imagen de los dos últimos partidos siembra muchas dudas una vez más. Tiago parece que podría ser un buen refuerzo, de otros aún no opinamos. Lo que sí parece claro es que el club no presta atención al agujero que todos vemos: la defensa, los laterales en concreto, el lastre que impide cualquier variación táctica y cualquier posibilidad de pasar un partido tranquilo. El domingo, en Getafe, nueva prueba. Crucemos los dedos.

lunes, 18 de enero de 2010

De cómo se pasa de la desesperación a los cálculos de probabilidades, como siempre

Ganó el Atleti un partido en el que pudo marcar más goles sin jugar mejor que el rival: es lo que tiene contar con Agüero en filas propias.

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Se van casi por la puerta de atrás, en privado y casi como si se quisiera ocultar que ya no estarán más, como el resto. Cuando llegan, unos y otros, la prensa hace volteretas laterales, ya llegó, aquí está, es la solución a todos los males, menudo fenómeno, hay que ver lo bien que hacen las cosas estos directivos tan fetén. Y luego llegan y, la mayoría, ni fú ni fá. Unos fracasan con estruendo, otros pasan de largo sin demasiado interés, pocos aparentan tener un móvil más allá del sueldo. Pero hay algún otro, sí, hay otros que sí intentan hacer las cosas bien, entienden dónde llegaron, saben ponerse en la piel de los que llenan graderíos y bares para ver cómo lo hacen. Y éstos, que son pocos, meten el pie y juegan fuerte y corren y buscan lo mejor para el equipo, que es lo mismo que decir que buscan lo mejor para la grada y lo mejor para ellos mismos. Y éstos, con sus altos y sus bajos y sus partidarios y sus detractores, poco a poco se van haciendo con un sitio en el Club, en la gente, en el equipo. Y aguantan a veces pitos injustos y otras veces gozan de un trato más paciente que con el resto, probablemente porque se han ganado los galones y el respeto. Y la gente les exigen mucho porque saben que pueden dar mucho y que de hecho lo han dado, y tiene paciencia y respeto porque, con su juego, dieron muchas alegrías, muchas sonrisas en domingo y mucha dignidad los lunes. Y cuando estos se van, por increíble que parezca, la afición se queda sin la ocasión de al menos decirles gracias, gracias por las carreras, por meter la pierna, por tomarte en serio la rehabilitación tras la lesión, por entrar al choque, por controlar aquél balón y meter aquél gol. O gracias aunque nunca fuiste santo de mi devoción, pero reconozco que luchaste por lo mismo que yo, a veces menos de lo que yo creo que debieras, a veces menos de lo que el resto interpreta. Gracias, gracias por todo, suerte y que te vaya bien, que tengas éxito, si vuelves por aquí llama y cuéntanos cómo te va, si tienes un rato iremos a tomar cañas al bar de siempre.

Se ha ido Maxi tras cinco años en el club, tras ser Capitán del Atleti, tras muchos goles y muchos buenos partidos y una lesión terrible y también tras un último año flojo y algún detalle feo hacia la gente y el brazalete. Pero se ha ido un jugador honesto, completo, de nivel y calidad, un tipo que nos ha levantado del asiento muchas veces, un tipo al que los rivales temían y respetaban, un teórico pechofrío que se hartó de llorar el día que se iba de nuestro equipo. Se ha ido Maxi y no será fácil que llegue uno mejor o al menos eso parece. Se ha ido Maxi y no hemos tenido ocasión de despedirnos, sólo hemos podido verle llorar en una rueda de prensa después de escuchar a Cerezo leyendo una redacción sobre el Cluzz, quizás fuera eso lo que le hizo llorar desconsoladamente ahora que lo pensamos. Se ha ido Maxi, para quien un partido homenaje se antoja excesivo, sobre todo en este club en el que no se homenajea a nadie desde Capón - que tiene tela el tema - pero se ha ido sin que apareciera si quiera en el estadio para decir adiós a pesar de haber estado en las oficinas unas horas antes del partido. Se ha ido Maxi y no hemos podido desearle suerte ni el Club ha hecho nada para que la gente se despidiera. Tuvo que ser el público, en concreto el mismo fondo que hace unos años sacara una pancarta menos bonita y algo más tarde homenajeara como se debía al gran Juan Vizcaíno, quien tuviera el detalle de agradecer a Maxi los servicios prestados. Se ha ido Maxi y no hemos podido decirle adiós y gracias, gracias por robar balones y llegar al remate en segunda línea, gracias por ese gol en Anfield, por estar ahí cuando hacía falta. Se ha ido Maxi por la puerta de atrás, y esto no es más que un ejemplo más de lo poco que entienden en el club a los que, según ellos, sólo nos jugamos el dinero de la entrada. Sólo el dinero de la entrada, dice el tío. Hay que joderse, oiga.

Se ha ido Maxi y desde aquí le damos las gracias, le deseamos suerte y le decimos que nos habría gustado decírselo en directo, en el estadio, como debería hacerse cuando se va un capitán de un equipo centenario. Al menos decirle a la cara que a él, a él sí, le tenemos el respeto que otros nunca se ganaron.

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Llegó la gente al Calderón con otra cara tras lo del jueves, y haciendo cuentas como si fueran a una auditoría o vinieran de pedir un crédito para comprar la cama Restform. Si ganamos hoy y ganamos al Getafe y luego al Málaga, si ganamos al Celta el jueves y luego empatamos la vuelta, si pincha éste y aquél y el de más allá, si empatan todos todos los días menos nosotros, si la copa África dura otros tres meses por la sequía o las riadas, si Llamazares se pone turbante y le pillan en un control aeroportuario, si pasa todo eso se puede hacer algo. La afición, mustia desde principio de temporada, sólo necesita un poquito de fertilizante para hacer germinar orquídeas en las calculadoras y sacar pecho y pensar que, este año por fin sí, vivirán una nueva final de copa, ese acontecimiento que en un período fue casi cotidiano y ahora nos resulta tan lejano. La gente del Atleti, ya lo saben Vds, es lo que tiene: pasa de llamar a las barricadas a verse en Champions, pasa de criticar a todos y cada uno de los jugadores a elevarlos a los altares, pasa de estar del lado de un entrenador a pedir su cabeza en bandeja de plata. La gente del Atleti, ya lo saben Vds, es así y por eso nos gusta también, qué caramba.

Salió el Atleti y nada más salir cumplió con un minuto de silencio por las víctimas del terremoto de Haití y por un pobre chavalín del Atleti que se fue cuando no le correspondía y cuya foto apareció un par de veces en el marcador electrónico, helando la sangre de los presentes cuando pensaban en los pobres padres y familiares. Hay ocasiones en las que uno no sabría nunca qué decir, y ésta es claramente una de ellas.

Salió al Atleti y la gente, que está en todo, reparó en Indy. Indy ya no es Indy, dicen los niños; o se ha hecho un lifting o es un impostor, un doble, un imitador, ese de ahí no es Indy, sinvergüenza, que sí, que sí, lo que pasa es que se ha hecho lo de Belén Esteban. Indy ha cambiado el plumaje natural teñido por plumas sintéticas, más resistentes a los chaparrones que le dejan hecho un asco como bien sabemos. Indy ya no tiene dientes, no ha recuperado los incisivos que perdió, dicen las malas lenguas, en una pelea de bar por culpa de una mapache casada. Indy ha cambiado la dentadura por una lengua roja y ridícula que le da aspecto de rata con sed o de hamster rijoso, que es ya lo que le faltaba al bicho. Indy ya no es Indy, nos lo ha dicho el Cesid tras mucho investigar, resulta que el nuevo Indy es el hijo ilegítimo del antiguo Indy y es conocido ahora como Indy Jr. Es más oscuro, y el cambio de capa se debe a que su madre no era mapache, como el padre, sino mofeta; Indy Jr es por tanto un mapache mestizo, un mofache o mapeta. El padre, tras los ultimatums del Club para que cuidara la higiene personal y la dentadura, está al parecer en las Vegas haciendo de figurante en un musical que recrea Mars Attacks. Qué pena de mapache, dice la gente en los bares, cuando juegan a las máquinas y reco-ogen lo que les sale.

Salió el Atleti, y enfrente se encontró a un buen equipo, miren Vds por donde. Un equipo sin estrellas, con jugadores modestos y no muy conocidos que juega al fútbol siguiendo el modelo de otros equipos con plantillas de relumbrón. El Sporting, de nuevo arropado por una afición numerosa y bullanguera que siempre nos gusta que venga en tropel, jugó rápido y al ataque, dejó jugar e intentó hacer su juego, a ratos con éxito, casi siempre mejor que el Atleti. Jugó el Sporting cómodo en el centro del campo, combinando de primeras y lanzando ataques y, cree uno, no mereció llevarse tres goles. Pero se llevó tres goles, qué cosas, y si Agüero, un jugador enorme en un momento espectacular, llega a meter un par de ocasiones claras que se le fueron fuera o al larguero, se lleva cinco. Qué cosas pasan, qué cosas; qué cosa que Agüero, tras un partido inmenso, no marcara. Qué cosa que el Kun tenga más ganas de luchar, de agradar y de ganar que muchos jugadores limitados que no pueden ni por asomo pensar en acercarse a su inmenso talento. Qué jugada tras el saque de centro del segundo gol del Sporting. Qué suerte tenemos de que el Kun esté con nosotros, qué miedo nos da que se vaya, qué pena tener que resignarse a disfrutar de su juego mientras nos dure.

Salió el Atleti y lo hizo como siempre: con cuatro defensas, con dos medios centros, con dos interiores que juegan como extremos, con Agüero y con Forlán. Llama la atención que, desde Aguirre, el equipo juega igual. Alguna vez puso Aguirre un sólo delantero y le llamaron cobardica, nenaza y flojo. Abel llegó al banquillo diciendo bravatas con esa voz cavernosa de corista de Barry White y adelantó un poco la defensa, sin cambiar mucho más. Llegó luego Quique y se quedó ronco y perdió dos kilos y se puso una bufanda gorda y anunció sosiego y trabajo, y al final todo quedó igual. A Aguirre le afeaban que el equipo no defendía bien a balón parado, a Abel le afeaban que el equipo no defendía bien a balón parado, a Quique se le afea que el equipo no defiende bien a balón parado. A Aguirre le decían que el equipo estaba poco trabajado y que se replegaba sin orden, improvisando; lo mismo se achacaba a Abel y lo mismo se le achaca a Quique. A Aguirre le dijeron que necesitaba un medio centro creador, a Abel le dijeron que pusiera un medio centro creador y a Quique le dieron a Jurado y, después de verle unos partidos, le dijeron que por qué había puesto a Jurado si lo que hacía falta era un medio centro creador. El tiempo pasa, el debate continúa y ni la salida de Maxi, que coincide con la resurrección momentánea de Reyes y la posible llegada de Salvio, parece que arroje luz sobre el modelo a seguir.

Salió el Atleti y, acabado el partido, dejó claras pocas cosas. Dejó claro que las dudas que levanta Asenjo empiezan a ser del tamaño del Vicente Calderón, en especial tras el asombroso e injustificable penalti de ayer. Dejó claro que Perea ha optado por pegar patadones para evitar cometer fallos clamorosos. Que Domínguez sigue siendo de largo el central más solvente. Que Ujfalusi, que dio un sensacional pase al Kun por encima de la defensa rival y que participó con un melonazo en el segundo gol, debería jugar de central y no de lateral, por más que agradezcamos su querencia al ataque y su negativa a esconderse. Que Simão, tras el partido del jueves, debe seguir esa senda y que Reyes, más comprometido con el equipo, a veces siente la llamada del frenopático y persigue a un rival y le hace una falta de amarilla en mal sitio y mal momento sin que nadie se explique por qué. Que Forlán parece más entonado y ve puerta y que Ibrahim, todo esfuerzo, zancada, pundonor y ganas de recuperar la posición, necesita pulir su técnica por más que marcara un gol de mérito. Y dejó claro que Assunção juega más cómodo con Raúl García al lado, que Tiago aprovechó sus minutillos para dejar una buena impresión inicial y que el Atleti, que ganó un partido metiendo más goles de los que mereció encajar el rival, sigue teniendo un problema en la creación y en el centro del campo que por ahora soluciona el inmenso talento y hambre de Agüero.

Y es que salió el Atleti con la misma cara que contra el Recre salvo por un cambio importante, el de Raúl García en vez de Jurado. Contra el Recre Quique, piensa uno, quiso sacar un equipo ofensivo al máximo, algo que a uno le parecería bien si compartiera la idea de que el equipo ataca más y mejor con Jurado que con Raúl García. Jurado sigue sin encontrar su sitio a pesar de haber jugado en el Atleti casi la mitad de los partidos de Maxi, que se dice pronto; Raúl García quizás siga luchando por su sitio a pesar de dedicarse a arreglarle el sitio a otros, por más que la grada no parezca apreciarlo. Y es que Raúl García, de quien uno es admirador y partidario, ayer no hizo un buen partido; y, es más, uno se atrevería a decir que es casi imposible que Raúl García haga un partido completo cuando tiene que jugar como ayer. Raúl García puede que no sea un dandy del balón ni un excelente gambeteador, puede que deba dar más de sí y decidirse a tomar las riendas del equipo. Pero, cree uno, las carencias de Raúl García (que ahí están y no hay que ocultarlas ni negarlas) tienen su origen en un único defecto, un clarísimo punto débil en el jugador: la ausencia casi total de egoísmo. Raúl García juega en equipo y para el equipo, piensa en el equipo y no en él, tapa el agujero que dejó el compañero agotado tras intentar cinco regates a pesar de no tener fuelle para volver a su posición en caso de contraataque rival. Raúl García, que tiene defectos pero tiene también calidad y poderío físico y kilos y envergadura, podría quizás unirse a la dinámica ofensiva, buscar el brillo propio y dejar a otro a la intemperie en caso de contraataque, pero al hombre no le sale: faltar a su deber supondría darle ventaja al rival, y eso podría suponer una jugada de ataque clara para el contrario, y eso podría suponer un gol en contra, y eso sería malo para el equipo y lo que es malo para el equipo es malo para Raúl García, y eso lo tiene claro Raúl García y no lo tienen claro los demás salvo alguna excepción.Y ese celo en ayudar, esa consciencia del deber, ese poner por delante lo que el resto necesita parece una losa para el carisma y la presencia de Raúl García.

Da la sensación de que si se sometiera a plebiscito la presencia en el equipo de Raúl García sería sobre todo defendido por sus compañeros más cercanos en el campo, en especial Assunção. La diferencia entre el partido del jueves pasado, en el que Assunção se fundió de tanto correr y terminó expulsado tras defender más solo que la una por todo el campo, y el de ayer, en el que pudo hasta llegar a rematar un gol en la línea de la portería rival, quizás esté en que a su lado estaba Raúl apagando fuegos codo con codo en vez de mirando la manera en que salir en las crónicas. Quizás Raúl García daría más de sí con un centro del campo más comprometido con tareas defensivas, con un tercer compañero en su línea (dejando cuatro buenos jugadores para tres puestos arriba) que le permitiera ser el centrocampista de ida y vuelta que tanto gustaba a Aguirre. Quizás una media formada por Assunção, Raúl García y un jugador del corte que anuncia Tiago aportaría algo al equipo, pero como sabemos ningún entrenador tiene la intención de variar el dibujo que ideara el mexicano, quizás sabiendo que dicho cambio le privaría de la coartada del "esto es lo que heredé". Y quizás, también hay que decirlo, Raúl García no se haya ganado el derecho a que el dibujo del equipo se modifique para encontrarle un buen acomodo.

Y, vaya por delante, todo esto el día después de que uno se sintiera algo decepcionado por el partido de Raúl García de ayer, del que uno había esperado un partido sólido y brillante que dejara a las claras que Raúl García es un buen jugador que debería tener un papel más importante en el Atleti. Pero no fue así y, a día de hoy, uno teme que Raúl García acabe hartándose del Atleti o el Atleti de Raúl García y éste acabe formando parte de la plantilla de otro equipo que juegue más junto, más comprometido, más solidario, y si ese día llega quizás entonces echaremos de menos la solidaridad de un tipo al que la grada, cree uno, no respeta lo que merece.

- Hay que ver con qué intensidad defiende Vd a este hombre

- Es que uno, sépanlo todos, es un gran defensor de la gente con la nariz grande,

- Ya

- Bueno, todos salvo el Ramoncín pre-quirófano

- Hombre, normal.

viernes, 15 de enero de 2010

Crónica fondosureña del Atleti - Recre

En una de esas noches de las que hablaremos en el futuro para definir en pocas palabras lo que es el Atleti, el equipo remontó un tres cero y lo hizo andando sobre el alambre que separa el deber cumplido del batacazo estruendoso. Cosas de este equipo, ya lo conocen Vds.


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Sin tanto frío como en los días previos ni la lluvia de los días previos pero con la misma poca gana que da salir de casa de noche en los días de entre semana del invierno madrileño, se fue la gente al Calderón hacia las nueve de la noche. Hace una semana la inmensa mayoría de los que fueron ayer al Calderón habían jurado y perjurado que no irían al partido de vuelta de la Copa ahí les obligaran con un rifle con mirilla o un palo gordo con un clavo en la punta. Pero estas cosas son así, ya lo saben Vds y no porque lo contemos aquí día tras día sino porque es evidente y además Vds son de todo menos tontos. Hace una semana no queríamos saber nada del equipo, ya está bien, qué vergüenza, no hay derecho, no merecen llevar la camiseta y mucho menos que les animemos. Tres o cuatro días después la vergonzante desidia del partido de ida se maquillaba con un buen partido en Valladolid en el que el Atleti jugaba como juegan los equipos de fútbol, es decir, corriendo y con ganas de ganar, y la duda nacía en el corazón y la mente del aficionado atlético. Vaya, hombre, ahora les da por jugar, será porque han cobrado o será por vergüenza torera o será por mera inercia pero esta gente es capaz de remontarle el tres cero al Recre y pasar la eliminatoria de Copa, serán capaces, sí, serán capaces, sí, eso sí, yo no voy, ni de broma voy, encima a esas horas, con el frío que hará, quita, quita.

En las horas previas al partido se conocía que el camino hacia la final se allanaba, que la ocasión podía ser buena para volver a vivir un título o la posibilidad de conseguirlo en un único partido, para pasar un buen día por fin en compañía de los nuestros. No serán capaces de dejar pasar la oportunidad, deberían ganar, es un equipo de segunda, no hay excusas, hay que ganar como sea. Serán capaces de ganar, ¿y si ganan? ¿dónde lo veo yo? ¿me quedo en casa? ¿seré capaz? Con la proximidad del partido, como siempre, van aumentando las ganas de ir al campo, van tomando forma las imágenes de un triunfo en el último minuto tras mucho sufrir, va carcomiendo la moral la posibilidad de no vivir eso, con las pocas alegrías que da el equipo. A media tarde cae uno en una nimiedad: no tiene abono total, no lo renovó en señal de protesta por lo mal que hace las cosas el club y hasta ahora no había sentido el cosquilleo de ir al campo. Los principios tienen estas cosas: como los zapatos buenos, a veces rozan y hacen ampolla.
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Por todos los atléticos es sabido que en momentos de desamparo deportivo llega otro del Atleti y le hace a uno un favor. Para estas cosas estamos, hombre, no se va a quedar Vd sin ir al fútbol, yo le invito y se viene Vd conmigo. Hombre, muchas gracias, si no es molestia con gusto acepto la invitación, precisamente hoy me apetecía ir al campo y resulta que no tengo entrada así que muchísimas gracias. De nada, de nada, lo dicho, para eso estamos. Hombre, pues sí, muchas gracias. Y, oiga, ¿dónde tiene Vd la entrada? ¿En grada de lateral, como yo? ¿En tribuna? ¿En un palco para jubilados? No, no, qué va, en el fondo Sur. Anda, ¿sí? ¿En el primer anfiteatro? ¿en el segundo? No, no, abajo, tras la portería.

- ¿Con el Frente?
- Sí señor, con el Frente.
- Ah, caramba
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Llegó el que suscribe a las cercanías del estadio y apareció en el sitio convenido un poco más tarde de lo acordado, como suele ser habitual y preceptivo, y se dispuso a ir al fondo Sur, zona del estadio en la que sólo había estado hace ya unos cuantos años. El aficionado medio, esto es, el que suscribe, gusta de ver el fútbol sentado y en compañía de sus compañeros habituales de asiento y por ello es reacio a acudir a otras zonas. A cualquier otra zona pero especialmente al fondo Sur, donde se ve el fútbol de pie y dando saltos y estas cosas a ciertas edades ya son como poco naturales. Pero uno, que es tonto pero de naturaleza curiosa y afán científico, cree que es buena cosa ir a los sitios antes de hacerse una idea definitiva sobre los mismos y es por ello, y por ir en compañía de tronío y bonhomía - que son palabras precisas y que invitan a la rima - se plantó en entrada al fondo Sur.

Eligió el que suscribe un atuendo indicado para la ocasión. Uno, como ya saben, pretende ser discreto y no llamar la atención, por lo que intenta camuflarse en la medida de lo posible para así no resultar ofensivo a la vista, el oído y sobre todo al olfato. De ahí que luciera en el día de ayer un elegante terno de color azul marino con capucha, prenda popular en la zona del estadio a la que había sido invitado, y oscuro pantalón de estrecha pernera. Como calzado, comodísimas botas diseñadas por el prestigioso podólogo Dr Martínez, pontífice del tratamiento de la pisada pronadora. El atuendo, como era de esperar, no llamó la atención en absoluto y de esta guisa se presentó el que suscribe en la cola del fondo Sur con la discreción pretendida. Dicha cola es numerosa y responde en su tipología a la sub-especie llamada "cola española", esto es, más ancha de lo necesaria, menos recta de lo aconsejable y formada por muchos sujetos que están físicamente más cerca de lo que el protocolo tradicional establece, normalmente dando voces. En la cola recibió el que suscribe su entrada, irónico documento en el que podía leerse "Grada Joven". "Grada Joven". En la cola de la "Grada Joven" se situó el que suscribe con sus canas, su miopía y los achaques propios de su edad y a nadie pareció importarle. Pasó el torno de la entrada sin más contratiempos hasta llegar a la altura de tres empleados del Club que le pidieron que abriera los brazos en cruz.

- ¿Gimnasia sueca?
- No, cacheo, anormal

Cacheado el que suscribe con celo limitado y poco convencimiento, pasó a la grada.

- ¿No ha estado nunca Vd aquí?
- Sí, claro ... cuando entraba con entrada de infantil y nos metían en la esquinita ésta. Aquí mismo casi toco yo a Robi después de meter un gol, y Votava nos daba la mano
- ¿Pero cuántos años tiene Vd?
- Pues mire, los necesarios para estar en la "Grada Joven"
- Ya
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Salió el Atleti a un estadio mucho más lleno de lo que uno podría esperar en el que se cortaba con cuchillo una sensación que los jugadores parecieron entender rápido: "aquí estamos a pesar de los pesares, y si falláis esta vez preparaos a ir de cabeza al río, que además de helado está seco". Entendieron los jugadores lo que los aficionados pensaban y también lo pareció entender el rival, que salió achicado a pesar de la ventaja en el marcador y la poca solvencia del rival en lo que lleva de año. Pero el Calderón tiene estas cosas y genera a veces un campo magnético que aporta al equipo mucho más de lo que éste a veces merece, y ayer fue uno de esos días.

Salió el Atleti con De Gea, quien con sus mallas térmicas acentúa su aspecto de pipiolo que aún no ha sufrido ese ensanchamiento que nos hace ganar varias tallas a los que ya no somos adolescentes precisamente. Salió con Ujfalusi de lateral derecho, demarcación en la que se desenvuelve con soltura pero a costa de dejar el centro de la defensa cojitranca y vulnerable por la presencia en ella de Perea, ayer convertido en flan de café desde el principio de la segunda mitad. Salió también Antonio López, que ni fú ni fá como tantas veces, pero salió sobre todo Domínguez. Domínguez, que desde el principio supo aprovechar las ocasiones envenenadas y aisladas que le dieron, ha dejado en evidencia a casi todos los centrales del equipo en cinco o seis partidos. Sólo él y Ujfalusi parecen estar a la altura, querer cumplir con su misión y además ayudar al resto, poder con la presión que supone llevar una camiseta de rayas sin dar síntomas de pánico o desidia. El Atleti llevaba tiempo buscando centrales y de hecho tiene los suficientes como para formar un mariachi que acompañe a Cerezo en su yate para amenizar la travesía a Gonzalito Miró; y, miren por donde, había uno en casa y nadie le echó cuenta, quizás por que no hay traspaso por medio.

Salió el Atleti convencido de lo que tenía que hacer y el Recre sospechando que el Atleti lo sabía. Dominaba el Atleti y atacaba el Atleti y el tiempo pasaba y la sensación no era mala. A los veinte minutos se internó Forlán tras un buen pase en profundidad y metió un balón fuerte y horizontal con sabor a pase de extremo puro. Tras un leve barullo marcó Simão y el cielo se abría, el camino se enderezaba y la afición respiraba hondo. Varios minutos después Forlán hacía lo mismo por la otra banda y Agüero, un tormento para los rivales, marcaba el segundo y la grada explotaba. Veintiséis minutos, se cumplía con el objetivo previsto en el plazo deseado y, mejor aún, el Atleti daba la sensación de poder hacer lo que de él se esperaba con autoridad y sin demasiados agobios. La gente se abrazaba, los jugadores se abrazaban y el fondo Sur daba saltos al compás de la sintonía de una serie infantil.

- Y Vd... ¿no salta?
- Uy no, majo, yo estas cosas es que como que ....

Poco después, tras un córner, Ujfalusi metía un gol de coronilla mientras miraba lo que ponía en el marcador simultáneo contrario, así, como quien no quiere la cosa, y la grada lo celebró menos. Por qué no se celebró tanto es algo que no sabemos. Quizás fuera porque la gente ya iba asumiendo que las cosas se ponían mejor. Quizás porque el Atleti fuera hasta el momento ampliamente superior al rival. O quizás, y esto es lo más probable, porque la afición sabía que ahora, con la eliminatoria empatada y los deberes inicialmente exigibles hechos, empezaba lo malo. Paradójicamente, y el aficionado lo sabe, es cuando las cosas van bien cuando más riesgo hay de que el Atleti pegue un petardo. Es cuando el equipo hace lo que debe y el aficionado se ilusiona cuando suben las probabilidades de que todo acabe en catástrofe. Es cuando todo pinta bonito cuando las casas de apuestas bajan la cotización de la buena noticia del Atleti. Y esto, eso sí, siempre fue así, es parte del equipo y por eso, precisamente por eso, es el nuestro.

Durante el primer tiempo el Atleti fue muy superior al Recre, sobre todo en ataque. Forlán dió dos asistencias y se mostró activo, Agüero metió un gol y aterrorizó al rival, Reyes jugó bien, buscó el contacto y subió un peldaño más hacia ese lugar en el que se hará merecedor del respeto de la afición - y que aún le queda muy muy lejos - y Simão, que también marcó, se mostró más participativo y más parecido al Simão que tanto nos gusta. Assunção, siempre sólo, derrochaba físico, colocación y compromiso y se ganó una amarilla innecesaria que luego sería fatal. Sólo el Artista Antes Conocido Como Jurado era fiel a sí mismo, deambulando con su trote de jaca colina poco apta para el trabajo, la ayuda o cualquier otra maniobra que no implique el lucimiento personal, tirando bicicletas en sitios en los que hace falta tirar de tractor y desapareciendo de las parcelas que su compañero de media, Assunção, debía cubrir con esa pinta de camarero de restaurante lleno en hora punta que se les pone a todos aquellos que comparten medular con la eterna promesa gaditana.
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Entretanto, en el fondo Sur, un señor con gafas era muy amablemente tratado por históricos miembros del grupo de animación que ocupa el graderío de esa parte del estadio. Siéntese aquí, que hace menos frío, cuidado con resbalar, si quiere tabaco yo tengo. Poco acostumbrado a la forma en que se ven los partidos en esa zona, el infiltrado miope vivió con alegría la propuesta de uno de los locales de cambiar de zona durante el descanso para evitar el frío que trae el río a esa parte del estadio y ocupar una localidad de asiento. Sin embargo, una vez en la nueva localidad, la sangre de los inquilinos tradicionales de esa grada pudo más que los achaques del invitado.

- Yo me vuelvo ahí a ver el partido de pie, paso de verlo aquí sentado como una vieja.

Súbitamente convertido en un clon de Ángela Lansbury, el resignado invitado volvió a la zona en la que los locales ven el partido de pie y se remetió el jersey para intentar evitar el relente.

- Bien aquí, ¿no?
- Hombre, yo es que, las corrientes por la parte de la espalda ....
- Vaya tela
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Empezó el segundo tiempo y Perea decidió hacer de Perea, esto es, perder un balón imperdible y dejar un delantero sólo delante de De Gea. Hay días en los que Perea anuncia a bombo y platillo que va a cometer fallos y ayer fue uno de ellos. Atentos, oigan, que aquí llega la pifia y luego llegará otra, no lo duden. Perdió un balón fácil Perea y el fondo Sur en pleno asistió atónito al lance, no sólo por el garrafal error del defensor colombiano sino porque, en medio del silencio general, un señor con gafas con poca pinta de tener sitio en la Grada Joven se levantaba y gesticulaba y daba grandes voces criticando la incompetencia del colombiano, sus repetidos errores y el precio elevadísimo que sus despistes podrían tener en el partido según estaba. Calmaron los miembros de la grada joven la senil explosión de rabia del invitado y, colocándole una mantita sobre los hombros y dándole amistosas palmaditas de calma en la espalda, siguió su curso el encuentro. Hasta dos veces más tuvo que repetir el amable público del fondo Sur esta operación, excitado como se encontraba el invitado cada vez que Perea hacía una pifia.

El Atleti sabía que tenía que marcar, pero dudaba. El Recre sabía que tenía que marcar, pero no podía. Sabía el Recre que sólo la inestimable ayuda de Perea les permitiría hacerse con la suya, y por eso presionaban cada vez que el colombiano tocaba un balón. Perea temblaba, anunciando al mundo su inseguridad, y mientras el Atleti atacaba con menos convencimiento que antes. Quizás atenazado por la responsabilidad, atacaba el Atleti algo deslavazado, dejando huecos a la espalda. Dimitido Jurado de todo cometido en el que no luzca su cuidado peinado, Assunção se vio en demasiadas ocasiones obligado a hacer faltas excesivamente visibles para un jugador amonestado. Cuidaaaaao, decía la grada, cuidaaaaao Assunçaaaao que tienes tarjeeeeeeeetaaaaaaaa, decía la grada.

Y en estas, tras un gol anulado y un barullo importante, marcó el Atleti. Marcó el Atleti y en el fondo Sur no se supo quien había marcado: se vio a Forlán caído, se vio a Simão correteando, se vio la Kun en el suelo y luego celebrando el gol. Se vieron entonces puños al aire, compañeros de asiento dando saltos, señores con gafas abrazados a desconocidos de rico pasado en el fondo. Marcó el Atleti y se ponía por delante en la eliminatoria con media hora por delante, demasiado tiempo según los más experimentados hinchas, conocedores de batacazos históricos.

El Recre, visto lo visto, siguió intentándolo. Había perdido algo de tiempo hasta el momento, pero no mucho, y no había endurecido el partido más de lo cabía esperar. Siguió fiel a su plan: achuchar al insegurísimo Perea. Tanto celo puso el Recre en achuchar a Perea que achuchó también a Assunção, aprovechando la similitud en el pantone. Assunção, agotado tras lidiar sólo con su parcela ante la atenta mirada de Juradito, cometió un error garrafal al intentar regatear a un rival dentro del área chica. Perdió el balón y el Recre marcó. Para más inri, fue expulsado poco después por una nueva falta, falta que venía anunciando desde hacía un rato y que Quique no supo entender como el anuncio de un problema anunciado. Se fue Assunção a la calle, se quedó el Atleti con diez y con la tarea de marcar un gol en veinte minutos. Menos mal que fueron veinte.

Salió Raúl García y el Atleti se echó, con uno menos, hacia adelante. No trenzaba las jugadas el Atleti y sí acusaba el tener un jugador menos en el momento de replegarse. Se acercaba el rival, De Gea sacó un balón de la escuadra a mano cambiada y el general mordisqueo de uñas produjo una vibración perceptible en varios sismógrafos castellanos. El Kun, una vez más el picante que el equipo necesita cuando las cosas se tuercen, quería el balón y buscaba el peligro. Se iba de uno, de otro, intentaba el tiro. En una de estas fue objeto de falta pero se rehizo, buscó posición de tiro y pitó el árbitro. Falta. ¿Falta? Aplique Vd la ley de la ventaja, oiga, que ya está bien. De eso nada, falta he dicho y falta es, y no se ponga Vd farruco que va a la calle. Indicó el árbitro el sitio en el que poner el balón y a Simão, que había marcado un gol y participado en otros dos, le brilló un colmillo. Colocó tranquilito el balón Simão con el mimo de Albertini y pareció abstraerse del mundo, como en trance, poseído. Desde el fondo Sur se veía el tiro con una perspectiva inmejorable. Está para Simão, decía alguno; la barrera está mal colocada, la tiene en su sitio, no puede fallar. Un jugador del Atleti empujaba la barrera rival fuera del sitio en el que ofrecía problemas al lanzador, mejorando el ángulo del tiro. Reyes se acercaba al balón, la afición se mordía los puños y Simão permanecía quieto, ausente, concentrado en lo suyo. Pitó el árbitro y tiró Simão y desde el fondo Sur se vio la ejecución perfecta de una falta: la parábola del balón, la forma en que la bola pasaba al lado de la barrera, la estirada del portero, la trayectoria hacia la parte interior del poste, la mano del portero que se acercaba, el espesor de un papel de fumar que separaba la madera del balón, la red agitada, los puños al aire, el trueno del gol, la piña de los jugadores, los abrazos de la grada, las narices aplastadas, los dedos entrando en los ojos de los amigos del alma, las gafas volantes, los pies pisoteados, la alegría inmensa. Marcó Simão un golazo que metía al Atleti en la siguiente ronda de la Copa dejando atrás a un segunda peleón y, con ese gol, por un rato se hizo presente el Atleti de siempre, se manifestó el espíritu del Club que nos hace tener taquicardia e ilusión y rabia, sobrevoló Madrid la presencia que hacía tanto tiempo que no veíamos y tanto echábamos de menos.

Tras algún susto, alguna carrera de infarto de Valera y algún despeje bravo de Domínguez acabó el partido. El Atleti pasa ronda, el Atleti ha remontado, el Atleti ha hecho lo que de él se esperaba, y en los tiempos que corren eso es mucho. Tampoco se ha conseguido nada, sólo se ha pasado una ronda, queda mucho por más que el camino que queda por delante sea mucho más llano de lo que el equipo merece. Queda la alegría de haber pasado, la inconsciencia de las cuentas y las sumas de puntos mirando al calendario, la ilusión de llegar a una final tras tanto tiempo, el sabor de boca familiar de cuando el Atleti hacía estas cosas. Pero queda también el regusto amargo del preguntarse por qué, por qué el equipo no hace esto más a menudo, por qué se permite hacernos sufrir, por qué no se toman con la seriedad que merece el futuro del equipo, por qué no cobran de una vez por todas conciencia de dónde están (quizás porque, simplemente, no cobran). Queda todo eso, sí, y también el recuerdo imborrable de un partido precioso vivido, en magnífica compañía, desde el fondo Sur el Estadio Vicente Calderón donde, así es, acuden a millares los que gustan del fútbol de emoción.