jueves, 23 de diciembre de 2010

Crónica y encuesta del Atleti - Espanyol

Ayer se marchaba Simão y al menos la gente pudo despedirse. Y lo hizo bien, con una ovación sentida, un detalle grande y un cántico sorprendente.


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En Madrid, cuando hace frío hace muchísimo frío y cuando hace calor se muere uno de sed y de congestión. Cuando hace bueno hace buenísmo y cuando llueve, al menos últimamente, llueve que da gloria verlo. Desde hace un tiempo llueve más en Madrid, y hay quien diga que es cosa de los ciclos atmosféricos y quien opine que es cosa del calentamiento global; mientras tanto, en Madrid han salido humedades en las paredes de las tascas y la gente tiene paraguas sólido y de calidad, que son cosas que hace unos años no pasaban. Madrid con lluvia está tristón y si llueve muy seguido se hacen unos charcos gordísimos y profundísimos que le engañan a uno a la hora de pasar por ellos en vespa, o le hacen a uno recibir una ducha en forma de oleada de la cubierta del Titanic cuando pasa por su lado un coche sin sentimientos. Algún día dejará de llover en Madrid y entonces a ver si nos dicen cómo andan los pantanos, que cuando están secos bien que nos asustan por la tele diciendo que hay que regar las plantas con el agua de ducharse, pero cuando están llenitos hasta los topes y con los peces pidiendo hacer pie, aquí nadie dice nada.
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Llegó la afición al campo, y no eran muchos pero tenían mucho mérito. En día de lluvia y tráfico invernal moverse por Madrid es una aventura y lleva el doble de tiempo de lo tolerable, así que ir al fútbol por la noche es mitad ejercicio de paciencia, mitad de constancia. Pero aún así llegó la afición al campo y lo hizo provista de chubasqueros, paraguas, capas de agua, aspirina masticable y bombas de achicar. Parte del fondo Norte llevaba manguitos, en grada de lateral era casi imposible sentarse al llevar muchos socios burbuja de corcho rosa fijada a la espalda y en el segundo anfiteatro abundaban los flotadores con pato, los trajes de neopreno, los expertos en apnea y los buzos federados, dejándose caer estos últimos de espaldas sobre los huecos de los vomitorios, lo que les acarreó graves problemas de espalda y produjo grandes risotadas de los vecinos.

Salió el Atleti y miró a la grada y dijo pero dónde está esta gente, a ver si nos hemos confundido de hora, oiga. Entornó los ojos el Atleti en pleno y vio, con alivio, que la afición de los anfiteatros estaba congregada bajo los palcos y que la de fondos y grada estaba a cubierto, sentada en lo que siempre se llamaron "los bancos de madera" en la época de los bancos corridos de cemento con aluminosis sobre los que tantísimas horas pasamos; ahora no hay forma de llamarlos así, que todos los asientos son de infame plástico pero Vds ya me entienden. Salvo en el fondo Sur, en el que la gente se mantuvo firme a pesar del aguacero, se agolpó la afición bajo viseras y voladizos y tejadillos y plásticos y, con este panorama tan poco glamouroso recibió Diego Forlán el enésimo premio a su brillante carrera, discutida por alguno todavía.

Salió el Atleti, decíamos, y la gente volvió a mirar a Quique Flores. Godín, titular indiscutible desde que llegó, volvía a estar en el banquillo mientras que Domínguez, al que el técnico acusó de tener un entorno malaje y sobrepeso poco profesional, estaba en el campo; Mario Suárez, titular indiscutido por el banquillo durante unos partidos tampoco estaba de corto, como Raúl García, y Assunçao, desaparecido unos partidos sin motivo aparente ni público, era titular. Quique, concluyó la afición, gusta de hacer cambios continuos y disfruta haciendo permutaciones sin repetición. No sabemos si también disfruta haciendo variaciones con repetición de m elementos tomados de n en n o si lo suyo son las combinaciones de n elementos tomados de m en m o si, directamente, lo que le pasa es que no se aclara, que duda, que prefiere tener a los jugadores en tensión para que no se acomoden y entrenen menos o si lo la realidad es que está loco por crear situaciones que provoquen preguntas capciosas de los periodistas a las que pueda responder utilizando su adorada palabra, "sensaciones".

El caso es que salió el Atleti y, al poco tiempo, se lesionó Forlán y salió Diego Costa. En fin. Forlán, que no jugó en el partido anterior, sí salió en éste cuando era duda por fiebre, se fue lesionado al ratito y quedó Diego Costa en el campo junto al que, a la postre, sería el mejor de la noche. A pesar del cambio de planes respecto al equipo inicial, el Atleti empezó bien y pareció más cómodo que el Espanyol en un campo rapidísimo, complicado para los jugadores. El Atleti funcionaba sin demasiado peligro claro, mientras que De Gea salvaba algún balón complicado hasta que el árbitro, horroroso toda la noche, pitó un penalti a favor del Atleti que en el campo pareció fuera. Lanzó Simão en su último partido con el equipo y marcó su último gol con el Atleti antes de irse a mitad de temporada, qué cosas nos pasan, la verdad.

El partido se presentaba bien, parecía relativamente viable seguir asediando al Espanyol y buscar al menos un dos cero que casi asegurara el paso de ronda. Pero aquí entró en juego una de esas variables que el Atleti debe gestionar incluso cuando a nadie se le ocurriría meterla en la ecuación. Dátolo derribó a Reyes y le pegó un pelotazo una vez en el suelo. Un jugador flemático habría dado una lección de comportamiento, un jugador listillo habría creado una noticia de portada, un jugador honesto habría reaccionado bien y quizás en todos los casos Dátolo habría sido expulsado; Reyes se levantó, embistió al rival con maneras de vaquilla manso-miope y consiguió ser expulsado él mismo, qué tío. Casito Perdido de Utrera siempre está ahí y de vez en cuando (al menos cinco veces, con más frecuencia que marcando goles) aparece y mete en un lío al resto. Reyes no tiene solución: es fácil de provocar y los rivales lo saben, es fácil de expulsar y los árbitros los saben, es imposible de controlar y eso lo sabían ya en su guardería, en la que posiblemente era ya inmune a los estímulos castigo-premio.

Con diez, el partido parecía que podía ponerse feo pero no lo fue tanto, sobre todo gracias a dos jugadores. El primero, De Gea, acertadísimo en varias ocasiones y dando muestras de haber vuelto a su senda. Paró varios balones complicados, sobre todo uno con el pie y otro inverosímil tras un cabezazo del incomodísimo Osvaldo, jugador que juega al límite, algo odioso pero muy peligroso y peleón. De Gea salvó los muebles en portería propia mientras que, frente a la rival, Agüero hizo un partido gigante. Sin parar un minuto, Agüero asumió su condición de líder en solitario y peleó con los rivales, robó balones, provocó una expulsión y se creó él solito varias ocasiones de gol. No tuvo suerte, se le fueron los balones muy cruzados y no marcó y eso nos disgustó especialmente, porque merecía haberlo hecho, merecía haber culminado con un gol todo su esfuerzo y el derroche de talento, mereció meter él solo al equipo en la siguiente ronda de Copa. Lástima.

Agüero consiguió expulsar a un jugador a los 66 minutos y así las fuerzas se equilibraron. La grada veía el partido y reclamaba un cambio, algo que permitiera rematar el partido, meter un segundo gol que reforzara la débil posición con la que ahora va el equipo a Barcelona. Pero Quique no lo entendió así. La gente miraba a Quique y Quique buscaba sensaciones y palabras esdrújulas sinónimas, buscaba gestos, bufandas y colirio, pero no llamaba a nadie para hacer cambios. El partido avanzaba, un gol parecía posible y el Atleti, o más bien su banquillo, no tuvo ambición. Raúl habría aportado músculo y Fran Mérida podría haber aportado calidad, pero el primero salió en el minuto 83 y el segundo, en el 90. El banquillo, haciendo pequeño al equipo, parecía querer perder tiempo sin darse cuenta quizás de que la vuelta sería mucho más placentera con el Espanyol obligado a marcar tres goles. Qosas, con Q, de Quique.

El partido acabó con uno cero cuando debería haber acabado con un marcador un poco más amplio que seguramente echemos de menos el día de la vuelta. Y el gol lo marcó Simão en su último día. Simão fue sustituido y se llevó una larga ovación, vio pancartas que le daban las gracias y presenció un hecho inaudito: la afición del Atleti le sacó un cántico propio casi en el mismo minuto en que se iba. Así son las cosas, oiga, así son las cosas. El cambio climático ha elevado dos grados la temperatura de los polos, pero ha enfriado el micro clima del Calderón en tres y ahora nos congelamos en la grada; de igual forma, las aficiones cantan a sus ídolos al poco de despuntar, pero la nuestra no. Cuatro años ha tardado la nuestra en sacarle un cántico a este hombre; pues mire, justo lo hacemos hoy, cuando se va, cuando le quedan cinco minutos en el club; así somos nosotros, ya lo saben Vds, al que no le guste que no mire. Simão fue obligado a salir de nuevo a los medios por las ovaciones de la afición empapada, en especial el Fondo Sur, enorme ayer en el detalle. Simão se llevó una ovación merecida y sentida, al menos se llevó la despedida que la directiva ha privado a otros y puede contar ahora por esos mundos de Dios que en el Calderón la gente sí es justa, sí sabe, si responde cuando debe. Gracias Simão una vez más, gracias y suerte, mucha suerte.
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Encuesta:

Tras un reciente viaje a Argentina del que alguno de Vds ya conocen detalles, el autor de El Rojo y El Blanco se siente huérfano y apocado por no tener un apodo a la manera de los grandes jugadores argentinos. Dado que no se decide por ninguno, agradece a los lectores que se manifiesten sobre el apodo que más indicado crean de entre los siguientes:

1. El "Turco" Fuentes

A pesar de parecer descendiente de irlandeses cebados, el que suscribe tiene raíces marroquíes. "Turco" llaman en Buenos Aires a todo aquél que venga de un sitio (a) no excesivamente lejano de Turquía o (b) en el que se hable árabe. "El Turco Fuentes" suena exótico y arabizante, contundente y exclusivo. La marcha de Simão al Besiktas dota a este apodo de doble valor, si bien la presencia en ese mismo país de cierto ex jugador del equipo de Toñín el Torero de sorprendente parecido con Pepe Oneto lo hace poco recomendable. Vds verán.

2. El "Topo" Fuentes

Junto con la rebeca gris con coderas y el amor por el vermouth, la miopía y las correspondientes gafotas son seña de identidad del que suscribe, cegato orgulloso y fundador del primer Club de Rugby con Gafas del planeta, futura disciplina olímpica. "El Topo Fuentes" hace justicia a la cortedad de miras del autor, a la vez que resulta útil porque da valiosas pistas sobre su manía de entornar los ojos para ver el nombre de las calles, aún a corta distancia.

3. El "Cano" Fuentes

Tan característico para el autor como la miopía, la poca resistencia al frío y la pasión por los Piononos de Santa Fe es su tradicional pelo canoso, azote del Grecian 2000 y verdadero responsable de su decrépita imagen. "El Cano Fuentes" no sólo hace justicia a tan - literalmente - gris personaje sino que, dicho de corrido, puede inducir al error, ventajoso para el mismo, de emparentarle con cierto legendario navegante natural de Guetaria. "El Cano Fuentes" es además más digno que el apodo alternativo correspondiente al color de su ralo cabello, "El Peli-Cano Fuentes", dado que este último podría interpretarse bien como referente a su creciente papada o bien como reflejo de su admiración por el Atleti de Radomir Antic.

Vds deciden, Señores. A votar, que es Navidad.
¡Y Felices Fiestas!

martes, 14 de diciembre de 2010

Nombres

Simão

Igual que Maxi, ahora se va Simão: por la puerta de atrás, sin que se le dé opción al público para despedirse (a menos que salga en el último partido en casa), sin hacer ruido, dejando en el banco del vestuario un brazalete que antes significaba muchísimo y que últimamente no se sabe bien para qué vale.

Simão llegó al Atleti por una cantidad excesiva, más de veinte millones, con la misión de justificar, junto con Forlán, el supuesto salto de calidad del equipo tras la salida de Torres. Alguno dice que no fueron veinte sino veinticuatro, oiga, que ya se sabe que las cifras de los fichajes bailan, y más en este club en el que Cléber fue comprado por seis un día y por uno otro. Veintipico millones, veinte y moneda que dirían en Buenos Aires, parecen aún hoy muchos por un buen jugador, tan caro como Forlán y casi tan caro como el Kun, pero eso es cosa del Club, el mismo Club que ahora lo deja ir gratis, sin rebañar ni un piquito para pagar el tinte a la mascota o algo, sin más que unas declaraciones del presidente durante una cena con vino, café, copa y puro (sobre todo uno que se ve a su retaguardia) que de nuevo le dejan en un lugar cuanto menos sospechoso.

Simão no era un desconocido cuando llegó, que para eso había estado en el Barça de jovencito y era un fijo de la selección portuguesa, ni más ni menos. Y durante los años que ha estado en el Atleti, que no han sido muchos pero sí los suficientes para ser el capitán de esta plantilla interina, Simão no nos ha defraudado a pesar de haber sido caro. Simão ha sido titular siempre, ha sido una referencia en su banda con todos los entrenadores, ha dado varias lecciones de fútbol, ha metido goles importantes (incluido el 4.000, como sucesor de Marina) y ha jugado bien. Simão, en sus mejores días, era habilísimo, rápido, desbordaba con facilidad y tenía un tiro de media distancia de esos que mejor tener de tu lado que enfrente. En sus días más bajos, no tan bajos como algunos dicen, Simão sigue siendo de los más listos del campo: encara sólo si puede, corre cuando hay que correr, se para cuando hay que parar el ritmo del partido. Protesta al árbitro con cara de tener más galones que él en el campo, pone firme al rival con esa costumbre tan suya de irse hablando con cara de malas pulgas tras el primer encontronazo. Sin estar en su mejor momento físico, Simão cambia de ritmo y se va de jugadores más veloces con el codo en alto, impidiendo que el otro le gane la posición y sin ceder centímetros a pesar de pesar poco, haciendo esas cosas que se aprenden tras muchos partidos siempre y cuando se tenga una cabeza que funcione, cosa que no abunda en el fútbol de hoy en día.

De Simão se ha dicho que en los últimos tiempos se escondía, no ayudaba, iba andando, era un jeta. El que suscribe no es de esta opinión. Quizás no fuera el de hace tres años, es cierto, pero Simão seguía siendo válido, posiblemente mucho más válido que muchos de sus posibles sustitutos. Pero se va Simão, como antes Maxi, de nuevo de sopetón, de nuevo sin poder despedirse en condiciones, esta vez en medio de declaraciones delirantes del presidente del Club. Se va Simão cuando no hay recambio para él y viene en su lugar un tal Elías, un melón por catar proveniente del descansado fútbol brasileño, curiosamente perteneciente a la misma agencia que Simão. Y le echaremos de menos. Echaremos de menos esa forma suya de correr de puntillas, ese aspecto de falso frágil, ese porte de fondista magrebí. Y su forma de leer los partidos, su inteligencia a la hora de participar en el juego, sus gestos de pillo y sus faltas a la escuadra, al alcance de muy pocos. Echaremos de menos su nombre de superhéroe vestido de civil, con la misma inicial para nombre y apellido, y probablemente nos acordemos de él en más de un partido, cuando las cosas vayan mal y haga falta un tipo que entre hasta el pico del área aprovechando la amarilla de su lateral, o que píe tras cada falta para mantener el orden, o cuando nos piten una falta a favor con el partido casi terminado y empate en el marcador, como aquél día tan frío de Copa.

Gracias Simão por los buenos ratos, por las carreras y las lecciones de fútbol, por las pillerías y los goles, por los destellos de inteligencia en partidos soporíferos. Gracias por la calidad y por la astucia. Gracias por todo y suerte.

Quique S. Flores

Últimamente, uno espera ver las alineaciones del Atleti para así analizar qué nueva sorpresa nos prepara Quique Flores, el enjuto aprendiz de inventor que se sienta en el banquillo del Atleti. Primero fue Forlán, después Assunçao y Raúl García, luego Domínguez, el último día Godín. Quique parece disfrutar tomando decisiones poco previsibles, ya saben, esas cosas que tanto gustan a los entrenadores para dejar claro que ellos sí que saben de esto y no Vd, ni Vd, ni Vd, sí, sí, Vd, el de el chaleco de lana y el reloj de cuerda, Vd, deje Vd inmediatamente lo que esté haciendo y escuche esto, oiga.

Quique toma decisiones poniendo ojos llorosos necesitados de colirio en esa cara que tiene a mitad de camino entre el Dr House y Héctor Quiroga, y las suele comentar luego en público con esa solemnidad tan suya, con esos mensajes a medias, esas esdrújulas y esos términos psicoanalíticos que tanto gustan a los que no tienen un mensaje claro que dar. Quique, con sus decisiones en los últimos tiempos, va sembrando una inmensa duda sobre sus capacidades para gestionar la plantilla, precisamente la virtud que todo el mundo le atribuía el año pasado cuando terminó ganando dos títulos que ahora parecen más el resultado de una conjunción astral que del trabajo del entrenador.

Quique, siempre tan solemne y siempre tan abrigado, ha visto como desde el principio de esta temporada se ha ido su jugador-navajasuiza Jurado y un titular indiscutible como Simão, además de posiblemente un joven poco utilizado como Camacho y un veterano que nadie sabe bien qué hace aquí como Juanito. No nos constan quejas amargas hacia la directiva ni plantes por dignidad. No sabemos bien qué hará a partir de ahora, si meterá en el equipo al enigma Elías o si cambiará de sistema, metiendo tres centrocampistas y tres atacantes. Posiblemente no lo haga, dado que es lo que la inmensa mayoría de la afición cree conveniente, más tras la salida de Simão; para eso es él quien sabe de esto, no como Vd, ni Vd, ni Vd, sí, sí, Vd.

Marcel Domingo

No tengo recuerdos de Marcel Domingo. Miento, tengo recuerdos de Marcel Domingo, recuerdos indirectos. Cuando el Atleti llegó a la final de la Recopa contra el Dínamo de Kiev, el que suscribe invirtió todos sus ahorros (todos) para comprar una entrada y un billete de autobús a Lyon en la agencia de viajes de desconcertante nombre "Viajes Valesa", y se fue al partido con un compañero de colegio, días antes de los exámenes finales.

Tras un viaje de veinte horas (o al menos eso parecía, si no más) con parada en Zaragoza y poco más, tras un baño monumental y tres goles en contra frente a un equipo que uno recuerda como de los mejores que ha visto, el viaje de vuelta fue un funeral. Veinte horas de vuelta sin descansar, justo tras el partido y tras una paliza en contra dan para muchas reflexiones y muchas críticas. Las críticas más audibles, y por lo que recuerdo más autorizadas, venían de un tipo sentado junto a nosotros, al otro lado del pasillo del autobús. Unos quince años mayor que nosotros, con loden verde, tendría ya edad de recordar bien el fútbol del Atleti campeón del 70, el de Marcel Domingo. Durante muchas de las horas del viaje nos habló de Marcel Domingo, del contraataque, de su forma moderna de entender el fútbol, del esperar, presionar, robar y salir al galope por las bandas, del Atleti que se le quedó grabado a fuego a aquellos que lo vieron. Desde entonces, y tras leer algunas cosas y escuchar otras, uno tiene a Marcel Domingo entre los grandes de la historia del equipo. El domingo nos sorprendió el anuncio de su muerte, justo antes del minuto de silencio.

Descanse en paz pues uno de los grandes, uno de los que dieron carácter a ese Atleti de leyenda de los 70. Descanse en paz Marcel Domingo.

Ayala

En Buenos Aires, ciudad en la que el que suscribe ha estado recientemente y en la que ha sido testigo el amanecer de una nueva era (coincidiendo éste con el descubrimiento de la cerveza Quilmes negra), no se ven camisetas del Atleti. Hay quien dice que sí se ven muchas en el campo de Independiente, pero el que suscribe, que vivió desde dentro la celebración por la Sudamericana en el obelisco, no vio ninguna. Se ven de otros equipos españoles (casi todas de Messi), de la selección española (pocas, casi todas de Iniesta) y de absolutamente todos los equipos argentinos habidos y por haber, pero no del Atleti.

Uno, que como saben es tonto, habla con todo el mundo y en Buenos Aires, en todas las conversaciones sale el fútbol y, por supuesto, el Atleti. Los porteños, sean del equipo que sean, conocen bien al equipo aún sin llevar su camiseta y hablan del Kun, de Forlán, de Simeone, de Perea, de Coloccini y hasta de Pernía. Pero del que más hablan, por supuesto no los jovencitos, es de Ayala. También de Panadero Díaz, pero sobre todo de Ayala, de Rubén Hugo Ayala Zanabria, de aquél fenómeno de melena y bigote que tanto nos llamaba la atención de chicos, tanto como a él Pereira, del que dijo recientemente que era el mejor jugador que nunca había visto. De Ayala recuerdan su melena, su hambre, su calidad y su vocecita, con la que decía en un anuncio de botas de fútbol de la época "en Europa no se consiguen".

Grande Ayala, grandísimo.

Lopera

Lopera y sus secuaces parece que se han ido del Betis de una vez. Tras vídeos ridículos, una gestión desastrosa y un daño quizás irreparable a un grande, parece que al final se ha ido. Ya era era hora, ya era hora.

En su lugar llega un histórico del club, un lateral de medias caídas que hizo que se nos cayera el alma a los pies cuando fichó por el equipo de Fofito. Pero al fin y al cabo él sí es de la casa y algo más sabrá del Betis, algo más le querrá, menos querrá sacar de él. Enhorabuena a los béticos y la mejor de las suertes, de corazón.

Morente

"Cuando arrancaba, parecía desafinado; pero nunca, jamás lo estaba. Cuando arrancaba uno no sabía por dónde podría seguir, porque tenía una voz prodigiosa que le permitía subir y bajar y volver a subir y cantar en medios tonos sin perder la entonación ni el compás. Una pesadilla para el tocaor que le acompañaba, y a la vez una bendición. Un no saber dónde poner la cejilla, y al mismo tiempo una lección cada vez". Esto me contó de Morente un tocaor aficionado que había compartido juergas con él en el Sacromonte. Me lo contó en Katmandú, que ya da como para escribir una novela, pero esto no es lo importante ahora.

Se ha muerto Morente por una tontería, no hay derecho. No hay derecho a que se muera cierta gente, y menos antes de tiempo. Morente, al que no todo el mundo conoce como debiera ni da el valor que tiene, ha sido un revolucionario de esto, un pionero armado de un conocimiento vastísimo del flamenco y una voz fabulosa de niño seise. Un rompedor, arriesgadísimo y triunfante casi siempre. Los aficionados más inmovilistas le tenían por un hereje, un intelectual chocante que se metía donde no debía; aquellos a los que tocaba una fibra, se convertían en morentistas convencidos; los que le hemos visto en directo, también en fans del personaje. Rompió con todo, como Camarón, desde el conocimiento profundísimo de los palos más clásicos, más antiguos y más perdidos. Más arriesgado aún en los últimos tiempos, tuvo el valor de ser siempre vanguardia, de ir siempre a pecho descubierto y de tomar siempre el riesgo de hacer lo que él creía que debía hacer ya fuera contracorriente o contra el mundo. Un ejemplo.

Al que suscribe no le gusta todo lo que hizo Morente, pero otras cosas le fascinan. La primera vez que escuchó el Omega, comprado sin oír por aquello de ser fan de lo que en ese disco se juntaba, uno recuerda sentarse en un sofá con una ceja levantada y cara de decir "esto va a ser un petardo". Tras oírlo, la expresión era la de aquél que acaba de ser golpeado con un rodaballo de siete kilos en plena cara. Varias audiciones después, el entusiasmo.

Se ha muerto Morente pocos días después que Mario Pacheco, que ya es puntería, y no mucho después de los 30 años de "La leyenda del tiempo"; "Despegando", por cierto, es del 77, como el punk. Se ha muerto Morente y nos hemos quedado con la misma cara que tras escuchar por primera vez el Omega, pero esta vez sin el brillo de los ojos del que ve que tiene algo buenísimo por descubrir. Esta vez no, esta vez nos hemos quedado callados y nos hemos acordado de eso de que el mundo da muchas vueltas y ayer se cayó una torre. Se nos ha caído una torre enorme, se nos ha muerto Morente. Descanse en Paz.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Crónica del Atleti - Aris, por Little Nemo.

Little Nemo, sí, el de Winsor McCay


Salió el aficionado colchonero del estadio y lo hizo con tal cara de cabreo que la policía montada le hizo un pasillo, guardando silencio y mirándose entre ellos con cara de mejor no decir nada, que se éste se come una yegua. El Atleti acababa de hacer el ridículo en casa contra un equipete griego, el equipo estaba prácticamente eliminado de la competición que él mismo había ganado hace unos pocos meses y hacía más frío del aguantable. No estaba el horno para bollos, no apetecía hablar del tema, mejor irse a casa del tirón. ¿Se toma Vd una caña, oiga? No, no, gracias, me voy para casa. Tómese una, oiga, no se vaya así. ¿Para qué? ¿Para hablar de lo mal que hacemos las cosas a veces? ¿Para hablar del partidito de De Gea, de la asombrosa actitud de un equipo que piensa que ya ha ganado cuando aún no ha jugado? ¿Para tirarnos de los pelos pensando cómo nos puede remontar un equipo de mediocre al que se va ganando sin mucho esfuerzo a los quince minutos? Quite, quite, tómese Vd una a mi salud que yo me voy a casa a tomar sopa de letras y meterme en la cama. Pues no le falta a Vd razón, la verdad, este equipo le quita a uno las ganas de todo, casi me voy yo también, ahora que lo pienso.

Se fue pues el aficionado atlético a casa con esa cara de entre cabreo, desesperación y vacío que le deja a uno el Atleti con demasiada frecuencia y, en cuanto llegó, se hizo una sopa. De sobre, una sopa de sobre, claro. De letras. Se sirvió un plato hondo de sopa y un vasito de vino. Como todo ciudadano de bien que come sopa de letras, el aficionado atlético miraba si las letritas de pasta formaban aleatoriamente alguna palabra. "Luccin" leyó el aficionado atlético entre trocitos de zanahoria y peregil. No jodas ... Se retiró un poco, se limpió las gafas y se las ajustó. Volvió a mirar. "Luccin", ahí estaba de nuevo. Hay que joderse con las casualidades soperas, pensó para sus adentros. Luccin ni más ni menos, ya es casualidad, vaya puntería. Se acabó la sopa tomándose primero el caldo y dejando la pasta para el final, como Dios manda. Dejó el plato en el fregadero, se fue al dormitorio y se puso un pijama. Un pijama azul clarito con ribetitos oscuros por cuello y puños, un pijama estupendo que le había regalado su señora, dormida desde hace rato. Un pijama magnífico, un pijama reglamentario. El aficionado atlético desconfía de los que no duermen con pijama y de hecho echó una vez de su casa a su hijo menor por dormir con camiseta de publicidad de una marca de teodolitos y, de no intervenir su mujer y prometerle hacer bacalao con tomate tres domingos seguidos, no le vuelve a dejar entrar.

Se metió en la cama y tardó un poco en dormirse. Daba vueltas a lo visto hace un rato. Un estadio medio vacío, mala entrada para un partido que podría ser importante. Normal, pensaba; un partido fácil en día de frío, frente a un equipo ramplón, con televisión en directo. Mucha gente se habrá quedado en casa, es normal también. Pensó en la grada del fondo Norte, medio fondo amarillo y negro. Pero estos griegos ... ¿no estaban en crisis galopante? Hay que ver qué tíos, si han venido tres mil, no deben andar tan achuchados. Pensó también en lo frío del ambiente y en el primer minuto de juego. En la pifia de De Gea, en los rebotes que llegaban siempre a los pies de los rivales, en el gol nada más empezar el partido. Pensó en la cantidad de goles que le meten al Atleti en los primeros minutos, en si es tolerable que esto ocurra, en si habría estadísticas sobre estas cosas. Pensó en quién haría esas estadísticas, en quién se ocupa de contar tantos datos, tantas cositas. Se imaginó una sala llena de ordenadores y señores con gafas, casi todos bajitos menos uno muy alto y de Castellón, todos procesando datos, todos haciendo estadísticas. Pensó en que no sabía bien por qué habría uno de Castellón entre todos esos estadísticos pero le quedó claro que así debía ser, que en algo debe destacar Castellón y probablemente sea por la mente analítica de sus naturales. Pensó en la primera vez que vio al Castellón en el Calderón, en que le llamó la atención el número en rojo de la camiseta blanca y negra, y pensó en los tiempos en los que un equipo como el Castellón o como el Aris, jugando bien o jugando mal en el Calderón, se llevaban dos o tres y no metían ni un gol. Pensó en lo bueno que está el arroz en Castellón, y eso que nunca había estado en Castellón, aunque le consta que hay un bar magnífico y muy bonito llamado Spoonful. Llegado a este punto, como ocurre con frecuencia, el aficionado atlético se preguntó ya casi dormido cómo había llegado a pensar en bares de soul de la cuenca mediterránea e invirtió el proceso y volvió a revivir, más brevemente, el número rojo del dorsal del Castellón, en la habilidad estadística de los naturales de la zona, en la facilidad del Atleti para encajar goles en los primeros minutos y en la cara de pasmado de De Gea tras el primer gol de la noche.

Sin saber ya muy bien si estaba dormido o despierto, el aficionado atlético disfrutaba del calorcito y de la oscuridad hasta que escuchó un ruido y vio una luz. Una luz redonda que le atraía, como cuando en las películas se muere un señor y se ve a sí mismo desde arriba. La luz le llamaba, le invitaba a mirar más de cerca y no sabía bien por qué. Se acercó el aficionado atlético a la luz y, al asomarse, vio una figura familiar. La figura giraba y giraba sobre su eje, poseído.

- ¿Luccin?
- Se pronuncia Lucsán
- Ah, perdone

Delante de él, Luccin giraba y giraba con un balón entre los pies, sin conseguir controlarlo. El aficionado le miraba con la misma cara de sorpresa mechada de irritación con la que le miraba desde la grada.

- No sé para qué gira Vd tanto, si nunca le valió para nada.
- Ya, pero me siempre me pagaron bien por ello. Así me hice millonario. Y si me canso, me saco una muela, me voy a casa una temporada y sigo cobrando. Así funcionan las cosas, c'est la vie.
- Pues nada, nada, siga

Pensó entonces el aficionado atlético en la sopa de letras, en el mensaje con sabor a avecrem enviado por el destino. Mira que es casualidad, debo estar soñando, son estas cosas que pasan, que oyes un nombre un día y sueñas justo con ese nombre esa noche. En esto pensaba cuando notó que el piso cedía, que se hundía, que caía en un agujero, un tobogán que describía parábolas por el que cayó largo rato, preocupadísimo por no manchar el pijama. El tobogán acababa en una gran piscina, llena de gente. Toda la gente era igual, rubia, con pelo lacio y cara extraña. Miró a uno de los clones fijamente.

- ¿El Pato Sosa?

Al unísono, todos los ocupantes de la piscina le miraron. Unos dos mil Patos Sosas se giraron hacia el aficionado atlético, que percibió rápidamente cierta hostilidad, como aquél aficionado al que este ánade tuvo a bien atizar a la salida de un entrenamiento. Saltó de la piscina y emprendió la huída, perseguido por cientos de Patos Sosas que le tiraban tarascadas a los tobillos. Por suerte había balones por la zona por la que huía, y todos los Patos Sosas, sin excepción, los pisaron y cayeron de culo, como en su presentación.

Corrió el aficionado atlético con su elegante pijama dejando atrás un campo lleno de escombro uruguayo y llegó a un prado verde, llano, como un campo de fútbol, en el que había gente aquí y allá. Oyó una voz.

- Hola
- Hola, ¿quién es Vd?
- Soy el portero de la Puerta 26, nos conocemos del torno. Me corresponde enseñarle a Vd la salida. Le tocaba hacerlo a Ibagaza pero, como renovó hace dos días, ya no sabemos dónde está.
- Anda. Oiga, ¿y quién es toda esta gente? ¿Dónde estoy?
- ¿No les reconoce? Mire, ahí al fondo está Musampa echando la siesta bajo un peral, no sé si le ve. A su lado, Novo haciendo tests psicotécnicos. Ese de la coleta que derriba un muro a pelotazos es Eller, y el vozarrón que escucha a lo lejos es el de Abel Resino diciendo bravatas. No me diga que no les suena esta gente.
- Sí, sí, claro.
- El que cata polvorones en esa gran mesa es Maniche; si se fija lleva en el hombro una ardilla, su mascota, fiel consejero para las decisiones difíciles y asesor en materia de gorras de punto. El que simula una lesión más allá es Seitaridis; hace dos días trajo la baja por haberse clavado las llaves del Masseratti en las nalgas, ahora dice que tiene fobia a los espacios abiertos, sobre todo los verdes.
- Pero bueno, y toda esta gente ... ¿no habían despedido a la mayoría? ¿no se habían ido? ¿qué hacen aquí?
- Ah, pero ¿no lo sabe? Aquí siguen todos, no se han ido. No aparecen en público, pero de vez en cuando se manifiestan. Ayer mismo, contra el Aris, salieron todos a jugar. Pensé que lo sabía, que al menos lo había notado.
- ¿Y Quique?
- Está ahí, es el que hace cola en la sala de espera del médico. Está tan demacrado y chiquitito ya que el último virus, en vez de infectarle, le hizo una llave doble Nelson, le fracturó una vértebra y le robó la bufanda.
- Pero ... ¿y los buenos?
- Ah, los buenos, los pobres buenos ... mire ahí al Kun. Sí, es ese de ahí, el que está rodeado de gatos, peinando muñecas y meciéndose al son de una caja de música. Está desquiciado el hombre, no sabe bien qué hace aquí ...

Notó el aficionado atlético una mano en la espalda, un zarandeo.

- Despierta, estás soñando. Nada bueno por cierto
- ¿sí? ¿qué? Perdón, sí, estaba soñando algo raro, una pesadilla.
- Sí, casi delirabas ... ¿qué hizo anoche el Atleti?¿qué tal?
- Mal, mal. Lo de siempre, lo de antes. Lo de hace unos meses, lo de hace unos años. Perdimos igual que contra el Espanyol, jugamos sin ganas como tantas otras veces. Quique no se entera, se ha cargado el equipo que funcionaba en sólo tres meses. Pero vamos, que el equipo en cualquier caso no era tan bueno, cualquiera que lo viera con frecuencia tendría claro que no jugaba a mucho y que lo de las finales del año pasado fue un poco carambola. Y aún así, aún sin entrenador habría que haber ganado a esta gente, era un equipito muy limitado.
- Ya, ya .. vamos, lo mismo que hace uno, dos, tres, cinco años, lo de siempre ... bueno, déjalo. Duérmete mejor, anda.
- Si, mejor será .. . una cosa ...
- ¿Sí?
- No compres más sopa de letras.