domingo, 3 de enero de 2016

Crónica con gafas del Atleti - Levante

Estimados lectores:

Debido a la presión ejercida por un insistente lobby de gente llamada en su mayoría Marisa, hoy hay crónica.

Gracias.

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En día raro en el que hacía más frío a las 6 de la tarde que a las 11 de la noche, llegaba al Calderón el Levante; eso sí, compareció debidamente vestido de empleado de la limpieza pública, en un guiño reivindicativo por la excesiva suciedad de la capital y la precariedad del empleo en las contratas de limpieza; todo un detalle.

El Levante es un equipo raro que tiene todo para caer bien, pero se diría que se esfuerza por caer mal. El Levante es un equipo modesto de barrio peleón, de esos que nos gustan, y tienen en su misma ciudad a ese equipo eternamente enfadado, sobreactuado y fatalista, ruidoso en la victoria y quejica y denunciante en la derrota, amigo de las teorías de la conspiración y de la comparación continua, odiador de árbitros y rivales y que ha hecho del grito “buuurrrooo, buuuurro” su seña de identidad, su tarjeta de presentación, su “You´ll never walk alone” fallero.

- Tampoco se pase Vd.
- Tiene Vd razón.
- Pues retírelo.
- Ni hablar.
- Vaya.

El Levante tiene una cruz de las gordas teniendo un vecino mucho más grande y muchas veces antipático, y se sabe equipo pequeño y quizás ascensor como máxima meta; nada más que por eso a uno le caería bien el Levante. Pero algo tiene el Levante que le hace querer ser antipático también, al menos con el Atleti: la desproporcionada celebración de la victoria que le podía quitar el título de Liga al Atleti hace dos años, los malos modos hacia la afición colchonera en los partidos en Valencia (probablemente causados por alguna falta de respeto previa de esos que se arrogan el derecho de representarnos en muchos campos sin que nadie se lo haya pedido) y las formas marrulleras de muchos de sus jugadores han conseguido que el Levante, que de ser un equipo inglés de ciudad industrial a la sombra de un club poderoso sería nuestro ojito derecho en las Islas, no nos caiga ni la mitad de bien que debería. Quizás se pueda reconducir el tema, quién sabe, quién sabe, oiga.

Y aun así, con esas cosas, el Levante ha tenido hacia el que suscribe dos gestos inolvidables: el primero, alinear temporada tras temporada a Ballesteros, de quien ya hablamos en su momento. Ballesteros, jugador rudo con cara de guardaespaldas de capo mafioso de Chicago y cuerpo de luchador canario, fue profesional del fútbol durante muchos años y, por ellos mismo, ejemplo y guía para muchos de nosotros, jugadores de gran tonelaje y físico más indicado para la cata de guisos de cuchara que para el deporte rey. Ballesteros fue para muchos un ejemplo, un rayo de esperanza, un espejo en el que mirarnos cuando otro espejo, en concreto el de nuestro baño, nos aconsejaba dejar el fútbol y dedicarnos en cuerpo y alma a la dieta hipocalórica durante al menos dos años.

Pero es que, ya sin Ballesteros, faro de fondones y paladín de centrales de barrio con movilidad reducida, ayer el Levante sacó otro jugador llamado a ser leyenda: Ángel Trujillo Canorea, “Trujillo”, madrileño con gran experiencia en Guadalajara y ex del Almería, salió ayer al campo con gafas. Con gafas, sí, con gafas. Hay quien dirá que era una máscara protectora, hay quien dirá que era un sofisticado dispositivo de protección de las córneas y hay quien dirá misa, pero la realidad es que Trujillo salió con gafas de pasta negra como de notario antiguo, y en ese momento muchos miopes nos pusimos en pie y agradecimos a Trujillo, que además tiene nombre de compañero de clase con gafas, ese homenaje público a tantos y tantos pelotazos en la cara con fractura abierta de montura. Si en vez de unas gafas tan molonas llega a llevar unas normales de pasta reparadas con papel celo, la lágrima se habría convertido en llanto; si además llega a llevar una lente tapada para corregir el ojo vago, ya le sacamos a hombros.

Gracias por tanto, Levante. Gracias, Ballesteros. Gracias, Trujillo. ¡Viva San Gabino, mártir!
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El Atleti volvió a ganar jugando ese partido que parece que va a empatar y, si hay mala suerte, perder. Le cuesta al Atleti últimamente meter goles, sobre todo en el primer tiempo, y parece dejar para el último momento el arreón, como los malos estudiantes ante los exámenes finales.

El Atleti volvió a jugar un partido gris con buen resultado, algo que permite al equipo estar en lo más alto a pesar de no andar carburando aún con todos los cilindros. Apabullador e impreciso, el Atleti empujó en el primer tiempo al Levante hasta meterlo en su campo, agolpándose pues jugadores propios y rivales en demasiados pocos metros como para que los delanteros puedan tener el espacio suficiente para maniobrar. Recuerda en esto el Atleti al Chelsea de hace un par de años, ese equipo que empujaba y empujaba al rival hasta lograr una sensación de agobio general parecida a la de los últimos charcos de barro llenos de carpas que quedan en tiempo de sequía, con sobrepoblación tanto para la defensa que achica balones sin cesar como para los delanteros, incapaces de girarse, moverse o chutar sin tener cinco oponentes encima.

En varias ocasiones hemos tenido esta misma sensación en casa: equipo visitante que viene con idea de no atacar si no es de carambola, dos líneas claras en campo propio, balón entregado al Atleti y planteamiento consistente en limitarse a ocupar los diminutos espacios que quedan libres entre tantísima gente. Los rivales conocen al Atleti y parece que son varios los entrenadores que han llegado a la conclusión de que la única forma de hacer frente al cambiante dibujo del Cholo, que pasa en un santiamén del 4-3-3 al 4-3-2-1 o al 4-1-4-1 con cambios de banda incluidos, es atrincherarse en el área propia y hacer acopio de agua, leche condensada y frutos secos a la espera de que pase el Blitzkrieg (bop).

Estas situaciones, complicadas de gestionar, eran siempre más llevaderas cuando estaba en el campo Tiago, el único jugador de la plantilla capaz de mantener la calma y esperar el pase, de hacer de vértice del poliedro montado entre jugadores atléticos y rivales y repartir juego hacia los lados hasta encontrar un pase hacia dentro. Con Koke más centrado este año en tirar la presión, ni Gabi ni Saúl tienen la flema del portugués para abrir latas rivales, centrándose el primero en buscar pases verticales difíciles para los delanteros y el segundo en entrar por fuerza, rompiendo la línea como los centros irlandeses, lo que no siempre es sencillo.

Y ahí es donde se echa de menos a los delanteros. Jackson, mejor ayer en el inicio del partido y progresivamente insustancial hasta la nada absoluta a ratos, no tiene una misión fácil con tanta gente cerca. Tampoco la tiene Torres, por cierto, pero el mayor empuje y garra de éste hace que Jackson nos siga pareciendo claramente inferior en prestaciones al Torres más torpón. Correa y Griezmann, y hasta Vietto, parecen ser de un corte más adecuado para abrir galerías bajo las empalizadas, pero tampoco lo suelen hacer. Su presencia en el equipo trae además otros problemas: el primero, que la media de altura del equipo baja con ellos 15 centímetros, lo que es un problema en los córners propios y extraños;  lo segundo, que ninguno de ellos aporta el trabajo necesario cuando la situación lo requiere, algo que sólo justifica Griezmann con su increíble capacidad para meter un gol en cada balón que toca. Correa - ayer perdido en las dos o tres posiciones en las que jugó -, Vietto – aka Viettecito – y Griezmann no hicieron ayer nada que refrende la teoría de que con ellos y su buen juego el Atleti debería poder ganar con solvencia a los equipos que se cierran; Jackson, con un par de buenos detalles y esa desidia general que desprende, tampoco dejó  claro si su aportación es valiosa en lo futbolístico o simplemente en lo cromático.

Pero el claro protagonista de la noche fue, de nuevo, Thomas. Con el equipo partido tras la salida de Koke y el centro del campo perdido en favor del rival, que tiene narices la cosa, el partido pedía como el comer la salida de un centrocampista del Atleti, y ese fue Thomas. Thomas corrigió el 4-2-4 tan del Vasco Aguirre con el que el Atleti jugó un rato, y de paso fue un tormento para el Levante. Presionando algo más arriba de la zona de medios, impidiendo la salida del Levante (y eso que tenían un jugador con gafas) y robando tres, cuatro balones vitales, Thomas se permitió además irse para delante y meter un gol vital, tirando a puerta tras varios regates y conducciones y viendo como el balón entraba, casi pidiendo disculpas, para meter al Atleti primero, con un partido menos que el Barça.

Thomas se está ganando poco a poco el derecho a jugar más partidos que ni Óliver ni Saúl están sabiendo aprovechar del todo, y se muestra como una posibilidad más que real de apuntalar el centro del campo, tan huérfano desde la lesión de Tiago. Thomas, además, tiene un nombre que invita al chiste fácil y en las próximas jornadas seguramente presenciemos una catarata de chascarrillos y un festival del humor muy así como de Cerezo (tipo “qué Thomas? - pues un bacardí con cola, chata”) que ríanse Vds de nuestro presidente en el palco de un teatro de revista, oiga.
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Visto lo visto (con gafas), hay a estas alturas de la temporada cosas buenas y cosas malas que resaltar. El Atleti, en efecto, no está jugando bien y los partidos se le resisten. No marca con facilidad y entre los delanteros sólo Griezmann presenta buenos números. El juego no es fluido y no se rematan los partidos cuando se debe, dejando los deberes para tarde como regla general. Hay dudas en el centro del campo y dudas en la delantera, donde Torres, voluntarioso pero sin tino de cara a puerta, es por ahora el que más aporta como compañero de Griezmann sin que Correa, Vietto o Jackson hayan respondido a las expectativas. En el centro del campo, además, ninguna de las apuestas más jóvenes parecen haber cuajado al 100%: ni Saúl ni Óliver están mostrando su enorme capacidad y Carrasco, incisivo, valiente pero algo alocado, parece más titular que el resto pero tiene el enorme hándicap de ser un especialista de banda.

Y, sin embargo, se mueve: este Atleti que juega feo y mete pocos goles, el Atleti que aun no ha conseguido encajar todas las piezas ni brilla entre los demás, le saca dos puntos al Barça si bien puede quedar fácilmente un punto por detrás en cuanto el Barcelona juegue el partido que le queda. El Atleti recibe pocos goles y algunos de los que recibe, como los de Coruña o Málaga, son fruto de fatalidades o fallos inusuales; sin ellos, el Atleti sería líder aún con el Barça a igualdad de partidos. Oblak es más que fiable, Godín (ayer de nuevo espectacular) manda la defensa con brillantez y los laterales  no dejan dudas respecto a su juego. El otro central, sea Savic o Giménez, funciona con solvencia y el resultado está ahí. La defensa del Atleti sí es una máquina afinada que, hoy por hoy, sostiene con solidez al equipo y espanta rivales sin demasiados problemas.

El Atleti pues es vice líder con únicamente 6 cilindros de 11 (esto es, Oblak, 4 defensas y Griezmann) trabajando al ritmo esperado. A poco que se afine el resto, a poco que la media (repentinamente reforzada con Thomas, Augusto y Kraneviter) se consolide y Koke pueda ser más Koke y menos apagafuegos, a poco que el delantero que acompaña a Griezmann afine puntería y siempre y cuando la defensa sigua igual y los jugadores sigan interpretando con lucidez los continuos cambios de dibujo que desde el banquillo se ordenan, el equipo puede empezar ahora a crecer desde una base muy sólida.

En breve empieza la segunda vuelta, que tiene un primer tramo temible: si el Atleti es capaz de salir vivo de esa enorme cuesta arriba, si las continuas rotaciones del Cholo llevan a los jugadores a alcanzar en buen pico de forma y con el sistema engrasado el último tercio del campeonato (o más bien de los campeonatos), ojo a lo que puede hacer el Atleti. Ojo vago, incluso, como el de Trujillo.