lunes, 26 de mayo de 2008

DE MUCHA CATEGORIOTA, por Ismael

Verán, tengo un amigo, de por aquí de mi tierra, quien cuando quiere dar énfasis abundante a su valoración, de cualquier cosa que se le antoja, exclama con profunda voz:

“Eso es de mucha categoriota”.

A ustedes les puede parecer banal, pero a mí me da mucha risa, con su expresión de asombro cuando la lanza. Que me parto, vaya.

Y ustedes dirán, ¿de qué nos está hablando, aquí el valenciano este?, pues de eso quiero hablarles, de algo de mucha categoriota. De un Palacio, de la Meca de la mayor categoriota que puedan concebir:

El restaurante (léase Restó, se lo ruego, que queda más fino) del Bernabeu. Puerta 57.

Como imagino que algunos de ustedes sabrán, me tocó asistir a un evento (palabra suave para definir una comida, con gente de trago largo, de mi pueblo), en ese lugar donde las estrellas gravitan sobre las más finolis y elegantes viandas. No me juzguen precipitadamente, puesto que circula la leyenda de que, el mismísimo maestro, el apoderado del blog, llegó a comer allí, en cierta ocasión. Sí señores, sí, el amo de la cosa en el Bernabeu. Vivir para ver.

En todo caso, coincidirán conmigo en que, solo habiendo estado en tan mítico lugar, se puede abarcar el tamaño de la cuestión. El tamaño galáctico, se entiende. Fue abrir yo la boca y comentar algo al respecto, y zas, cierta tirana que nos gobierna en este blog, me ordenó que escribiera sobre esa plaza. Y, ya saben, cualquiera desobedece a un Teniente.

Así que, aquí me tienen, versándoles sobre el Palacio de las Cosas de mucha categoriota. Desde luego que, un cierto rebote de acidez de estomago, me va a quedar ante el solo recuerdo, pero ¿qué se le va a hacer? El miedo y la obediencia es lo que tienen.

Imagino que, muchos de ustedes no visitarán esa mansión de lujo y glamour en toda su vida. No se ofendan, no es que yo les considere de ningún modo, amigos míos, ni que piense que algo les impida frecuentar esos Casinos de Opulencia, no se vayan a pensar, sino más bien todo lo contrario: Que no creo que así, a sangre fría, se metan ustedes en el corazón vikingo, a desperdiciar euros a troche y moche. Al menos sin provocación, vamos.
Así que les distraerá que les verse un poquito sobre lo que allí se cuece, y de paso les ayudo a pasar el rato. Venga.

Lo primero que se van a encontrar en la puerta famosa, es a un grupo de japoneses despistados, mirando para todos lados, como con cara de esperar que salga Mijatovic para hacerle una foto, en el hipotético caso de que sepan quién es Mijatovic, claro. Que no lo saben les dará idea, el que a mí, que iba de riguroso traje azul marino, me hicieron más de 10 fotos. Un buen preámbulo me pareció aquello, a qué negarlo.

Una vez dentro, se deslumbrará el visitante con la cantidad de gente trajeada que ocupa la plaza. Vamos, que te parece que te has colado en una boda, así como diciendo:

“Que soy amigo del novio, oigan”. Yo, a bote pronto, no me explico para que se pone la gente traje, para tomar cañas, pero bueno, ellos sabrán.

La barra es sensacional, llena de viandas marisqueras, de camarones ordenaditos como si fuesen el cuerpo de regulares de Melilla, o mejor aún una caja de bombones. Hasta da pena comérselos, de lo monos que están. El resto se lo imaginan: pantalla de plasma, mantelitos cada dos por tres, cubiertos a cada dos minutos, etcétera. Eso sí, al César lo que es del César, la cerveza la tiran de cine, las tapas son de bandera (de bandera vikinga, vaya) y el servicio es buenísimo.

Después de haberte sometido a una cuenta (¿qué se debe aquí, oiga?), que te deja caminando como Chiquito de la Calzada, te metes en el Restaurante, propiamente dicho. Zas, impacto al canto, vistas al campo con su colorcito azul en los asientos (por cierto, el mismo azul sí, el que degustamos en el blog, el mismo), con su letrero que pone Real M…, hay, hay, no me hagan escribirlo, oigan.

¡Qué bonito! ¡Qué aura de vikingolandia!, y todo lleno de lo que denominaríamos “caballeros solventes”, como con pinta de poder fichar cracks mediáticos en cada mesa. Tendrán que ampliar los vestuarios, con tanto as de relumbrón, digo yo.

Las instalaciones son comodísimas, eso hay que reconocerlo, como con mesas amplias, y tal. Aspecto este, por otro lado, absolutamente necesario, dado el tamaño de las panzas de los comensales que frecuentan este Palacete, dicho sea de paso.
Mucha joya en las mesas, digo, pero buen servicio, y una carta fetén, repletita de platos finolis tipo “chopitos caramelizados al aroma de vino fresco”, cuando, de repente leo asombrado:

Plato del día: Fabada Asturiana.

No pude reprimir el exclamar: Dios mío que ordinario, que se presente de inmediato El Bulli, a poner orden, oiga. Pero un compañero de mesa responde con agilidad:

“Que no te enteras, empanado, ¿qué no ves que ya dan por fichado a Villa? Se estarán aclimatando, hombre de Dios.

Y tiene razón, soy tonto, y es que un paleto como yo, por mucho que se atavíe con un traje, sigue siendo un paleto, que le vamos a hacer.
Así que me callo, mientras abren una tras otra, botellas de vino, sin ni siquiera preguntar a los comensales. Será que aquí se lleva el derramar ríos de tinto, una mina oigan, como las Bodas de Camacho. O, miren que gracioso me siento hoy, como las Bodas de Canadá, que decía un conocido mío (por cierto, socio del Madrid).

Bien, veo que no les está sorprendiendo nada de lo que leen. Vale, eso es porque ustedes no han visitado los Aseos de semejante Taj Majal.

Tras atravesar una zona de densa niebla, donde se vislumbran unas mesas con más caballeros solventes, que me explican que es el comedor de fumadores. Yo no lo niego, pero tampoco lo juro, la verdad, que bien podría tratarse de una escena del Regreso de los Templarios, vamos.

Pero volvamos a los Servicios. ¡Que cracks estos tíos! y no me refiero a lo limpio y pulcro, a lo moderno y Art Deco del lugar, no, el shock te lo llevas cuando, tras lavarte las manos, te enfrentas a una Máquina con pinta aeroespacial, en la que al introducir las manos (cada una en su agujerito, no crean) se activa un huracán de aire caliente, que te deja seco como la mojama. Solo falta que emita una melodía, “control de tierra al Comandante Tom…”. Ah, y sin frotarse las manos ni ná, sin andar haciendo gestos raros debajo del tradicional secador, que solo actúa si te frotas como un avaro, y fuerte, oigan. Con una maquina así, ¿cómo no van a ganar títulos, los tíos?

Así que ya ven, anonadado ante tanta opulencia, iba yo por el recinto, como si fuese la Cenicienta en el baile del Príncipe, esperando encontrarme a La Posh en cualquier recodo. Mientras, un amigo mío, comensal también, que es del Madrid, no paraba de pavonearse de la ínsula de lujo en que estábamos instalados:

“A ver si montáis un Burguer King, en la Peineta, já, já, já, decía el jodido”. Muy gracioso el muchacho.

Lo cierto es que, debía reconocer que estábamos muy bien servidos, y la comida era excelente.
“Son gente muy atenta, aquí”, iba yo pensando, desde el fondo de mi pesar y desamparo, cuando sucedió un milagro.

Si, si, lo han oído bien, un milagro. Un verdadero milagro, que me sacó del pozo en el que estaba cayendo, y me transportó al éxtasis, y que eliminó de un plumazo el pánico que sentía ante la llegada del momento de enfrentarme a la cuenta. Nada, nada, que me vine arriba, y me pude pavonear como un Sultán ante tanto fasto principesco. Sucedió así:

Junto al comensal vikingo, del que ya les he hablado, se sentaba un amigote más, que es del Barça. Como podrán suponer, él también estaba sufriendo de lo lindo. Incluso intentaba replicar ante cada maravilla, diciendo aquello de:

“…pues en el palco VIP (léase viaipí) del Barça, también, también…”,

Cuando, no se le ocurrió otra cosa, que pedirle cierta bebida espirituosa al ángel que nos estaba atendiendo, con una frase del tipo:

“Señorita, haga usted el favor de servirme tal bebida, a ver si supero el malestar que me provoca el estar aquí, que yo soy del Barça”.

Con gracia sin par, firmeza, desparpajo y tono orgulloso, contesto la celestial camarera:

“Anda este, nos ha jo… el tío, mire usted, que yo soy del Atleti, oiga, y tengo que sufrir a estos vikingos a diario”.

No me levanté a besarla por decoro y educación que, ganas me entraron, me entraron. Pueden imaginar que fui feliz el resto de la tarde, con mi orgullo repuesto, y la autoestima por todo lo alto.

Creo que, incluso, cuando salí me llegué a dirigir a los Japos, que seguían revoloteando por la puerta a la búsqueda de algún Mijatovic:

“Váyanse, váyanse, que les han engañado. Que aquí no van a ver al Kun Agüero”.

Lo dicho, un lugar de mucha Categoriota.

lunes, 19 de mayo de 2008

Crónica de las 4 Aes (¿o quizás As?)

Hay días en los que es complicado escribir una crónica, y uno no sabe bien si es por aburrimiento, por abulia, por animadversión o por antipatía. Hoy es uno de esos días, me van Vds a perdonar.

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Al parecer comenzó como un simple rumor en algunos bares de la capital, como una crítica velada y privada, aislada, apagada y moderada. Poco a poco, como quien no quiere la cosa, se fueron sumando aquellos que lo habían escuchado así de soslayo, sin querer oírlo pero pegando la antena. Éstos se lo dijeron a otros y estos últimos, a otros más. Y en poco tiempo se añadieron algunos nuevos partidarios a la opinión, nuevos miembros de la nueva fe, tipos que veían en la cada vez más numerosa masa la confirmación de que estaban en lo cierto. Se añadieron a la creciente cifra de críticos algunas asociaciones de estudiantes y amas de casa, algunos foros de Internet, asociaciones cívicas y ONGs de ultramar, grupos indígenas y sociedades secretas. La opinión cobró aún más fuerza cuando se sumaron a los anteriores miembros destacados de los claustros universitarios asturianos y afamados ebanistas burgaleses. Lo que empezó como un simple apunte, una mera pregunta retórica, se convirtió en una ola de opinión, en un tsunami general y profundo. La afición colchonera, muchas veces dividida y cainita, terminó por unirse en una demanda clara y meridiana: por Dios, que alguien recomiende a Eller que se quite esa coleta.
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I. Apatía

Salió el Atleti vestido de suplente y cara de sobrao y volvió al vestuario con un ojo morado y sin el balón nuevo que le habían regalado por la comunión. Pensó el Atleti que por tener todo hecho podría salir con cara de preguntar a qué hora se cena aquí y resulta que se encontró al Valencia enfrente y éste ya había cenado. Y ninguno de los dos se jugaba nada más que la honrilla, y quizás se la jugara más el Valencia, pero el Valencia se lo tomó más en serio y metió tres goles, y no metió más porque Abbiati y la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia pero socorridísima para según qué cosas, lo impidieron.

Salió el Atleti con una defensa de esas para aprender de memoria y recitar en las cenas de los amigotes para que se monden, y así nos fue. Salió Valera, a quien el que suscribe respeta y desea lo mejor, pero lo hizo jugando por un lado que no es el suyo y a Joaquín le dio por dejarle en evidencia. Salieron Zé Castro y Eller en el centro con el cometido de parar a Villa en plena fase de rehabilitación previa a la Eurocopa, que viene a ser lo mismo que encomendar la tarea de evitar la fuga del Solitario a las Hermanas Hurtado; aprovechando la ocasión fue Villa y metió dos goles, el tío. Sacó Zé Castro un balón que entraba ya y en el remate acrobático se lesionó o más concretamente se eslomó, que es como denominan los aristócratas a la acción de caer sobre el hueso sacro o rabadilla, que es algo que duele muchísimo pero tarda un poco en doler, que justo después de caer no duele pero uno sabe que el dolor va a llegar, como el milenarismo, y sí, sí que llega el tío y al poco se queda uno doblado y si tiene suerte le da tiempo a esconderse tras un perchero para que no se le vea la cara desencajada. Salió Seitaridis, a quien como Vds saben uno tiene una inquina molestísima, y se metió un golazo en propia meta que despertó una carcajada general en la grada; si en vez de ser un partido sin ningún interés ni trascendencia resulta que el Atleti se juega algo uno estaría a estas alturas jurando en griego clásico y maldiciendo al inventor de la moussaka. Menos mal, oiga.

Salió Raúl García y también salió Cléber, y salió Simao y salió también Miguel y uno se alegró de ver a este último un partido entero, que el hombre se lo merece; no salió Reyes, al parecer lesionado tras intentar leer un libro. Salió luego Joshua, debutante y jovencillo a quien Antonio López y Mariano parecieron cuidar durante el descanso, jugando un rondito relajado para quitarle presión al chaval en un gesto que honra a ambos. Salió Forlán con cara de querer irse a su casa y Mista con cara de no saber bien cómo se llega a la suya, y cuando le cambiaron le aplaudió el público de Mestalla y eso a uno le parece un detalle muy bonito, como el de Ángel Nieto con Rossi. Falló Forlán dos ocasiones de esas que él no falla y uno no va a criticar a Forlán y, lo que es más, fíjense lo que les digo, uno no va a permitir que se critique a Forlán en su presencia, hombre, sí, lo que faltaba, criticar ahora a Forlán, vamos hombre ya, oiga.

Salieron los jugadores y cuentan que jugó el Atleti, pero de esto último no nos enteramos hasta que salió el Kun, quien solito, así sin ayuda, metió un golazo y pegó un tiro al palo y dejó en la grada la sensación de que había pasado por ahí un jugador grande, uno de esos jugadores de los que presumiremos en el futuro, un jugador para contar batallitas a los nietos y decir yo ví jugar al Kun, yo le ví, qué suerte tuve, póngame otra, hombre, que les voy a contar ahora el gol que le metió al Valencia en esa tarde lluviosa y tristona en la que salió un equipo vestido como el Atleti pero que no era más que un grupito sin corazón ni ganas de nada que no fuera irse a la ducha.

Y a estas alturas del ladrillo se preguntará el lector, ¿y la apatía de la primera A? Pues aquí llega, hombre de Dios, sea Vd un poco paciente que tampoco llevamos tanto. Y es que caló la lluvia la grada y también lo hizo la apatía. Hablamos, claro, de la apatía de los jugadores del Atleti, quizás comprensible pero difícilmente tolerable toda vez que se había desplazado a Mestalla una buena representación de la hinchada colchonera, como suele ocurrir en Mestalla, todo sea dicho. Y, todo sea dicho también, la afición del Valencia suele ser agradable y hospitalaria con la hinchada colchonera que se acerca a su estadio y esto es algo que a uno, que como saben es tonto, también le parece bonito. Pero lo peor de todo es que se hizo patente también la apatía de la afición, con pocas ganas de ver lo que intuía y que confirmó un rato después, empapada a pesar de ir debidamente vestida con innobles capas de agua de plasticucho de colorines. La temporada se ha hecho larga, y fea a ratos, y la gente estaba casi deseando que acabase el mal rato y cuando pitó el árbitro dijo la gente hala pues y adiós muy buenas y ya era hora y menos mal. Ah, y ahí se quedan.

II. Aguirre

Acabó el partido y salió Aguirre, que últimamente andaba con cara de malas pulgas, y dijo que se quedaba. Un año más me quedo, oiga, que me lo he ganado y es lo que pone el contrato, aquí lo dice, mire, aquí en pequeño. Sabemos que la directiva andaba dividida sobre si mantener o no a Aguirre, y también sabemos que García Pitarch, El Hombre Con Los Pantalones Más Estrechos De Occidente, le tiene manía y le saca la lengua cuando se gira y le desea mal fario y que le salga eczema. Pero Aguirre se queda, fíjense Vds por donde.

Uno, que no es muy de Aguirre, no sabe bien qué pensar. Uno achaca a Aguirre la falta de identidad en el juego del equipo, y la escasa presencia de la cantera, y el no imponer su criterio a la hora de confeccionar la plantilla y de tragar carros y carretas con tal de no enfrentarse a directivos y usuarios del pantalón pitillo. Más de una vez se ha desesperado uno viendo cómo el equipo reculaba tras obtener un mísero gol en el minuto diez, y se ha preguntado con frecuencia cómo es que el Atleti defiende tan mal las jugadas a balón parado y saca tan poco provecho de faltas y córners, o por qué en cada repliegue vuelve cada jugador por su lado, llegando al área en caótica desbandada, cada vez uno y nunca el mismo.

Pero por otro lado uno piensa que Aguirre, que ha contado con una plantilla contrahecha y con mal tipo, con los hombros anchos, la cabeza fiera, las patitas finas y el tórax enclenque, ha metido al equipo allí donde se le pidió. Este año hemos visto algunos ratos de buen fútbol y otros lamentables, pero el nivel ha sido algo mejor que otras temporadas. Quizás sea mérito de los jugadores, quizás el entrenador haya colaborado haciendo que los jugadores estén más comprometidos con el equipo. Quizás, quizás, quizás.

Lo que parece claro es que, venga quien venga, el Atleti tiene una serie de problemas estructurales que hacen muy complicada la tarea del entrenador. Con plantillas diseñadas según la colección primavera-verano de los intermediarios y agentes de jugadores más influyentes, se antoja difícil plasmar el sello personal en un equipo. Con un cuerpo técnico poco hábil y con poco interés en conseguir un proyecto deportivo a la altura, piensa uno que sea Aguirre o el mismísimo Filipo el Grande quien se siente en el banquillo, el equipo depende tanto del azar, la casualidad y la carambola que pedir responsabilidades y cabezas cortadas al final de cada año no es más que una anécdota que contribuye a perpetuar en la poltrona al perverso sistema que nos gobierna. Así que ante este panorama no parece mal que se quede Aguirre: ojalá, claro está, nos calle la boca y construya un equipo campeón que destierre de estas páginas el escepticismo atávico que las impregna.

III. Abbiati

Acabó el partido y Abbiati, que lleva un año en el Club, protagonizó uno de los detalles más bonitos de la temporada, quién se iba a esperar eso de ese tipo que da tanto miedo. Abbiati ya había saludado a la afición desplazada a Valencia después de que ésta enseñara una pancarta con tipografía italianizante y un bonito mensaje de agradecimiento: Gracias Abbiati, eres uno de los nuestros.

Acabó el partido, pues, y Abbiati se quitó los guantes por última vez como portero del Atleti. Y cruzó el campo entero Abbiati y se dirigió a la afición desplazada, a esa afición acostumbrada a ver nada tras hacer muchos kilómetros y que digiere con dificultad el hecho de que los jugadores nunca se acuerden de ellos ni agradezcan su aliento ni recompensen su esfuerzo. Se dirigió Abbiati a los hinchas que tantos kilómetros han hecho al final de la temporada y les dio las gracias y se señaló el corazón y les aplaudió en agradecimiento mientras la grada le aplaudía a él. Abbiati, que no es el mejor portero que ha pasado por el Atleti ni es mucho menos tan malo como muchos piensan, era el único jugador que parecía entender lo importante que es para un aficionado que se valore su esfuerzo. Abbiati, que lleva sólo un año en el club, parece saber mucho mejor que muchos lo que el Club significa y debe significar, lo que la afición siente y debería sentir, lo que los otros jugadores deberían valorar y agradecer.

Estaba saludando Abbiati a la afición del Atleti con gestos de agradecimiento y decencia cuando escuchó una ovación demasiado fuerte para ser para él, demasiado local para un portero forastero. Y vio Abbiati que la afición del Valencia aplaudía con fuerza a su rival y compañero Cañizares, que recibía la ovación en el centro del campo. Y al ver Abbiati que estaba en medio de una celebración ajena se giró hacia el compañero que también decía adiós y se unió a la ovación también y, poco a poco y con discreción, como hace las cosas Abbiati, se quitó de en medio y se hizo a un lado y dejó toda la gloria para el destinatario del homenaje y se fue, tranquilo y dando lecciones de saber estar y de saber, así a secas. Y, por ese gestito, por esa demostración, Abbiati, que hasta ahora nos caía simpático y nos desesperaba cuando despejaba al punto de penalti y nos maravillaba con sus reflejos de gato en cuerpo de portero de discoteca, nos cae especialmente bien y le deseamos que le vaya estupendamente y que vuelva algún día a ver un partido al Calderón o a donde quiera que nos toque jugar en el futuro.

IV. Aficiones

Ganó la Liga el otro equipo grande de la capital y fue el presidente a que los socios le aclamaran por la gesta pero resulta que éstos recibieron de uñas y le pusieron como un trapo y le llamaron cara dura y engañabobos, reclamando una política deportiva más acertada y más honesta y más respetuosa con los aficionados.

Quedó el Barça tercero y cayó en semifinales de la Champions y a pesar de eso el público montó un escándalo y pidieron dimisiones y que rodaran cabezas y que se fueran a paseo todos por tener poca vergüenza y menos acierto a la hora de hacer felices a los socios que sostienen la identidad de equipo y club.

Ganó el Valencia la Copa del Rey y el público despidió al equipo con pancartas que ningún guardia jurado retiró y que decían qué vergüenza y váyanse Vds por donde han venido y hay que ver qué petardo han pegado Vds, no nos vendan milongas y vendan sus acciones y déjennos en paz.

Quedó el Atleti cuarto en una liga mediocre y la gente se subió a una fuente y bailaron la conga y pagaron rondas y besaron a sus niños.

Quizás deberíamos pensar un poco.

lunes, 12 de mayo de 2008

De dípteros y dioses del mar

Ayer el Atleti se clasificó para Champions y unos lo celebraron como si fuera el fin o el principio de una era, otros como si fuera el mayor logro de la historia y algunos como si fuera únicamente un trabajo bien hecho.


Ayer se anunciaba lluvia y luego salió un día estupendo, y esto al escéptico aficionado atlético nunca sabemos si le parece el presagio de una buena noticia o la prueba definitiva de que los días redondos sirven para que llegue el Atleti y los eche a perder. Como el Estu se quedaba en la ACB, subía el CAI y el Sporting lo tiene bien, el seguidor atlético que, como el que suscribe, simpatiza con estos tres equipos y hace de sus buenas noticias motivo de alegría miraba al partido del domingo por la noche sin tener muy claro si se iba a completar el catálogo de buenas nuevas o ser la excepción que confirmara varias reglas de esas de las que tanto hemos hablado en estas páginas.

- Qué bufanda tan finita
- Es que es de verano
- Anda

El caso es que en los alrededores del Calderón había antes del partido un ambiente de lujo, ambiente de grandes ocasiones y de fiesta mayor de esos que hacen arquear las cejas a más de un colchonero con años de grada y cicatrices varias. Y el motivo, claro, es que el Atleti se podía asegurar la participación en la Champions, más bien en la previa de la Champions, por delante de los equipos que venían achuchando en las últimas jornadas. Y venía el Depor, equipo que tras empezar de aquella manera había recuperado posiciones y juegos y datos y estadísticas, lo suficiente para meter miedo. Y esto no dice mucho porque el enclenque juego del Atleti durante todo el año ha provocado que nos de miedo todo el mundo aún a riesgo de resultar tan ridículos como esos elefantes de los cuentos que se asustan una barbaridad de los ratones. Pero jugar mal es lo que tiene, y estar siempre al límite también, y es lo que tiene también esta extraña personalidad irregular de nuestro equipo, capaz de ganar en Sevilla y perder en casa contra el Betis como si tal cosa.

El partido tuvo poco que contar, que no es algo infrecuente cuando el que juega es el Atleti. Hubo un solo gol que marcó Forlán, lo que, como siempre, nos alegra, sobre todo porque fue tras una buena jugada de Maxi a pase de Mariano. También hubo alguna jugada de mérito y alguna pifia. Hubo un pase magnífico de Antonio López que bajó el Kun en un pañuelo y hubo algún slalom de Agüero de esos a los que ya nos tiene acostumbrados. Hubo un equipo enfrente que empujó al Atleti en su campo y hubo también un jugador rival, De Guzmán, que hizo ayer más kilómetros que varios de los nuestros en todo el año junto. Hubo un equipo, el Depor, que no fue tan fiero como se esperaba aunque tampoco pudo el Atleti con él. Hubo un tiro al palo cuando quedaba muy poquito que nos hubiera dejado con cara de recién timado, pero que no entró. Hubo una internada cómica por la banda con caída incluida a cargo de Pablo, quien también hizo un remate a propia meta bastante cómico aunque en general jugara bien. Y no lo hizo mal tampoco Eller, y lo hizo bien Maxi, ayer de nuevo en el papel de jefe de la sala de máquinas, quien se llevó una ovación cerrada que no sabemos bien a qué sonó. Hubo poco y si el partido no fuera aquél que metía al equipo en Champions no hubiera sido un partido fácil de comentar, ni sencillo de soportar ni agradecido de glosar, pero esto no es nuevo y los que hacemos estas crónicas lo sabemos bien y nos agarramos a cualquier clavo, por mucho que queme, para rascar algo que decir.

Terminó el partido y la gente se abrazaba y los niños sonreían y los fotógrafos hacían fotos, que es lo que hacen los fotógrafos casi siempre, que para eso les pagan. Uno estaba contento por la victoria y por la clasificación para Champions pero también con la mosca tras la oreja, esa mosca que llevamos unos cuantos pero no todos, esa mosca que nos dice verás tú ahora, que ahora va a parecer que hemos ganado la Intercontinental otra vez y nos van a contar lo bien que lo hacen todo cuando nosotros, los que convivimos con la mosca, sabemos más o menos lo que hay.

Esperó la gente en la grada a que salieran de nuevo los jugadores, aclamados como héroes por cumplir con su trabajo, bien remunerado por cierto. Salieron unos y otros no, algunos se fueron rápidamente a la ducha como si con ellos no fuera la cosa y otros, sobre todo Camacho, saltaban tan contentos y a uno eso le parece bien. Saludaron los jugadores, se hizo fotos la afición y pusieron los grifos a punto los bares de la manzana esperando una avalancha que se produjo un rato después. La afición estaba contenta y eso nunca puede ser motivo de disgusto, pero incluso en estas ocasiones la mosca sigue insistiendo y le dice a uno al oído que hay que ver y fíjate tú con lo que éramos y mira ahora cómo se celebran como extraordinarias cosas que antes se consideraban normales, o regulares, o casi obligadas. Fíjese Vd, decía la mosca, fíjese lo que esto va a traer, fíjese que llegan días de triunfalismo y prendimiento de medallas en las pecheras justo encima del lugar en el que deberían darse golpes los responsables, días de declaraciones altisonantes de un señor con pelo fosco. No me extrañaría, decía la mosca, que la gente fuese hasta a Neptuno, que por lo visto lo han dicho en las radios que gustan de hacer la cobertura a la directiva. No diga que no se lo advertí, decía ceremoniosa la mosca y uno empezaba a preocuparse porque uno, que en varias ocasiones ha hablado con moscas, a las que considera de conversación interesante y educada, nunca había hecho tanto caso a las palabras de una de ellas. Las había escuchado, sí, incluso había contestado, pero nunca había visto tanta sabiduría en las palabras de un díptero, y ni siquiera de un lepidóptero, aunque sí reconoce que una vez invirtió en bolsa por consejo de un coleóptero y no le fue mal del todo.

Partió el que suscribe, con su satélite - mosca en busca del vehículo que habría de trasportarle de vuelta a su domicilio o, lo que es lo mismo, se fue uno a por la moto. La insistencia de la mosca tuvo su fruto y lo que en un principio era simple escepticismo y un poco de vergüenza ajena se iba convirtiendo en cabreo supino, que para estas cosas del tocar en mal sitio las moscas son unas fenómenas. Emprendió uno el camino de vuelta aturdido por el zumbido de la mosca dentro del casco y con un estado de ánimo propio de Agustín González, mirando con desdén y altivez a cada uno de los coches que pitaban y a cada pasajero que agitaba una bufanda rojiblanca por la ventanilla, pensando hay qué ver esta gente la que monta por ná, así nos va, si además hay que jugar la previa y no sé yo y en cualquier caso vamos a tener que fichar a siete u ocho para no hacer el ridículo en cuanto nos toque un buen equipo enfrente. Miraba uno a un coche y luego a otro y se daba cuenta que no era un tipo aislado el que pitaba, sino que había unos cuantos. Miraba uno al interior con cara de no aprobar lo que hacían los ocupantes y estos devolvían la mirada con sonrisas y vuelo de bufandas y ganas de que el que suscribe levantara los pulgares o lanzara el puño al aire y, al no recibir la respuesta esperada, alguno de los pasajeros ponía cara de decir “este es el típico que va molesto porque lleva una mosca dentro del casco” y no le faltaba razón, al tío.

Siguió el que suscribe camino de Atocha, donde los coches pitadores eran más numerosos, y comprobó que el sonido de las bocinas acallaba el zumbido. Si bien la mosca se afanaba por dejar claro que estas cosas no se celebran a pitidos sino con un simple apretón de manos y cara de trabajo bien hecho como mucho, el alegre clima le hacía a uno fijar la atención en otras cosas. Ya por el Paseo del Prado se veían grupos de chavales vestidos del Atleti que subían andando hacia Neptuno y coches con los techos descubiertos desde los que salían niños con caras de no haber sido nunca tan felices, y caras de al fin mañana no me tosen en el colegio, y caras que reconocemos porque en su momento también las pusimos. A uno, metido en su papel de Agustín González, lo que le apetecía era decir pero vamos hombre Vds dónde van, no ven que esto no es un triunfo sino una obligación sobre todo en esta liga tan pobre y así nos va si celebramos estas medianías como si fuera un triunfo, a ver si se han creído Vds todos los anuncios que les han puesto estos pocos años y no se han preocupado por entender la historia. Pero luego veía las caras de las señoras mayores con su bufanda y de los padres con sus niños chicos desgañitándose y de los chavales con cara de que ese, ese y no otro era el día más feliz de su corta trayectoria como seguidores atléticos y, a la altura de la fuente, dejó de escuchar a la mosca.

Confuso por no estar feliz sino ausente y casi enfadado en medio de toda esa felicidad, incómodo por comprobar que la pésima gestión del club podría acabar incluso por ensombrecer las pocas alegrías que a la afición le quedan y orientado al comprobar que lo que pasaba es que muchos de los que estaban alrededor de la fuente no tenían edad para haber vivido ningún día grande, a uno le dio por pensar. Y pensó que es normal que nos alegremos por clasificarnos para la Champions, tan normal como que nos choque la celebración exagerada por un cuarto puesto en una liga más bien mala. Pensó que nadie puede culpar a esos atléticos que viven con rabia cómo se vende como gesta un mísero papel en una liga floja, y que tampoco nadie puede culpar a esos chavales que nunca han visto la celebración de un título y se echan a la calle a bailar por aquello que antes era norma y hoy es excepción. Pensó también el que suscribe que resulta paradójico que a fuerza de ser tanto de un equipo acabe uno por no alegrarse cuando debe o al menos cuando se alegra el resto de la afición, tan atlética como uno mismo y con tanto derecho a tener su opinión y exteriorizarla, por chocante que nos resulte a algunos. Y pensó finalmente que estas cosas no pasarían si el Atleti fuera un club como Dios manda, pero que es lo que es y hay que intentar que mejore pero eso no es óbice para que nos alegremos cuando las cosas salen. Y que unos se alegran dando voces y otros, más escépticos, guardamos esas voces para los verdaderos triunfos, aunque también nos alegremos como el que más.

viernes, 9 de mayo de 2008

Señales

Se jugaba el Atleti el quitarse al menos de momento la presión del Sevilla y acercarse un poco más a Champions y le salió bien, en parte gracias a Agüero y Forlán y en parte gracias a que el Espanyol no estaba por la labor de complicarle la vida a los de rojo y blanco.

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Ya saben Vds que en este blog no hablamos nunca de política porque nos parece complicadísima y sobre todo nos aburre, pero el otro día se murió CS, que es un señor que nos caía muy simpático, y nos ha apetecido recordarlo. CS se murió sin dar ni un problema, que no es poco, y por ello es buen momento para comentar el respeto que sentimos por ese señor con aspecto de haber salido de una viñeta de Mingote. Y le teníamos aprecio por su fino humor imperceptible y su porte británico y su aire tristón pero sobre todo por haber pronunciado una frase para la posteridad: “Soy un pedante y no lo puedo remediar”. Para que luego digan que era soso. Descanse en paz.
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Se jugaba mucho el Atleti ayer y la afición no se fiaba. No es que no quisiera fiarse, no es eso, no, es que no se fiaba, así de simple. Ya han sido varias las ocasiones este año en las que el equipo pifiaba cuando las cosas se ponían interesantes y ayer, cuando se notaba la presión del Sevilla, la afición no se fiaba.

- No sé, no me fío yo, no crea
- Bueno, pues lo de siempre
- Eso

La afición no se fiaba porque últimamente, quitando el cómodo partido contra el pobre Recre, el equipo daba muestras de cansancio físico y agotamiento psicológico, que es como llaman en la prensa deportiva a estar fundido y a estar con ganas de acabar e incluso estar ya jarto de tó. La afición las no tenía todas consigo y aunque aún perdiendo el equipo estaba en Champions y esas cosas, no me negarán que la cosa no invitaba al optimismo sino más bien al escepticismo, el catastrofismo y hasta el solipsismo.

- Yo es que no me fío, oiga
- Que sí, que sí, que ya, vale

Iba el Atleti a jugar contra el Espanyol, cuya hinchada recibía a los suyos en medio de un ambiente raro. El equipo, tras una primera vuelta deslumbrante gracias a un grupo de futbolistas con calidad y compromiso, vaga últimamente por esos campos de Dios sin rumbo ni opciones de encontrarlo y eso a la gente le ha sentado como un tiro. La afición perica había llamado al desplante general, a ignorar a los jugadores y afearles su falta de compromiso, todo ello en uso de su soberano derecho de exigir que no les den gato por liebre. Y habían previsto hacerlo en el estadio, dando la espalda al equipo y para que les viera bien el presidente, como mandan los cánones. Y a escuchar la protesta fue el presidente del Espanyol y se sentó ayer en el palco junto al presidente del Atleti, formando un cuadro que a buen seguro hizo las delicias de los amantes de los pelazos foscos, de los fabricantes de crecepelos y de los vendedores de cepillos de recia cerda.

Veía el presidente del Atleti cómo protestaba la hinchada local y le decía a su homónimo que qué hacían esos señores tan enfadados, y que cómo les permitía a esos quieroynopuedos mostrar su disgusto en público y que cómo es que no se dirigía a ellos saludando de forma burlona y mostrando su cartera, como hacía él. Y el presidente del Espanyol no sabemos qué le diría pero a lo mejor le dijo que a él no le extrañaba que la gente protestase cuando las cosas no van como deben, pero que sí le extrañaba mucho que él, su homónimo, brindara su cara una y otra vez para que se la rompieran en público mientras que su oculto socio andaba por ahí en yates cerrando acuerdos a sus espaldas y dando vueltas en grandes coches por la M-30; pero esto no lo tenemos claro y a lo mejor se dedicaron únicamente a hablar de lo bonito que es Barcelona y de si habían venido en AVE, que todo puede ser.

El caso es que llegaba el Atleti a Barcelona en medio de un ambiente hostil hacia el equipo local y los que somos de este equipo hace tiempo tenemos claro que cuando a alguien las cosas no le van bien lo mejor es que llegue el Atleti por ahí para enderezar el rumbo a aquél que lo había perdido. Así que la afición no se fiaba.

- Yo, qué quieren que les diga, no me fío
- Que yaaaaaaaaa

Salió pues el Atleti a un campo medio vacío, con la grada despoblada y harta, con grandes carteles en los fondos para disimular la vergonzante ausencia total de público. Salió el Atleti a un campo con pista de atletismo en el que la distancia entre la portería y la grada se antoja larga para las virtudes atléticas de Seitaridis, es un poner; un estadio en el que no se sentía el aliento ni el calor de la afición sino más bien la desesperación, la hartura y la desidia. Miró el Atleti al equipo rival y vio un grupo harto de jugar y de no hacerlo bien, con cara de querer irse a la ducha y de no tener ilusión por ná.

Y ocurrió algo. El Atleti vio todo eso y debió ver el futuro, su propio futuro, y se preocupó. Tampoco se preocupó así como para rasgarse las vestiduras o hacer esfuerzos sobrehumanos o sudar sangre, pero algo sí se debió preocupar. Uno, a quien le interesan las ciencias que versan sobre la condición humana, gusta de ver el fútbol con un psicólogo para que comente estas cosas y ayer el especialista invitado comentó que el equipo había sufrido el Cuadro de Ansiedad Causada por la Visión del Futuro Previsible que Resulta Mucho Peor de los que Uno Hubiera Imaginado Cuando lo Ve Así de Cerca, también llamado Síndrome de las Barbas a Remojo. El Atleti, que no su presidente (que andaba muerto de risa en el palco), intuyeron que ese inhóspito estadio vacío con triste pista de atletismo y afición hasta el gorro de ser quien paga siempre el pato podía ser su propio estadio y su propia afición dentro de no mucho tiempo y decidió hacer algo para evitarlo. No mucho, no crean, pero algo sí.

Empezó el partido y el Atleti vio que el equipo contrario no estaba. Estar estaba, pero no actuaba como si estuviera, no sé si me explico. Jugaba el Atleti regular y avanzaba a trompicones y cometiendo errores y los jugadores del Espanyol les dejaban pasar y enmendaban los desaguisados ajenos con errores propios. Tome, oiga, que se le ha ido este balón descontrolado, mire, aquí lo tiene, vaya con ojo que cualquier día pierde Vd la cabeza, hombre de Dios. El Atleti, sin hacer mucho controlaba el partido, tenía el balón y la iniciativa y lo hacía con sorprendente comodidad. Raúl García parecía más entonado que en las últimas ocasiones, Forlán era durante el primer tercio del partido el Forlán de los tres primeros cuartos de la liga, Maxi confirmaba que su anunciada vuelta está ya aquí y el Kun hacía lo de siempre: volver loca a la defensa rival, esta vez mucho menos solvente que cuando por ahí anda Jarque. Marcó Agüero precisamente dentro del área pequeña tras pelear un balón Pablo con sorprendente ambición y rabia y el Atleti parece que lo vio claro.

- Ya se fía más Vd?
- No crea

El Atleti volvió a marcar, esta vez gracias a Forlán, que ya saben Vds que por aquí nos alegra especialmente. Se ve que el Espanyol había visto durante la semana vídeos del Atleti y Lafuente se había fijado con atención y afán imitatorio en la endémica forma de despejar de los porteros colchoneros. El resultado fue un baloncito por el área que Forlán metió gracias a un buen gesto. Cero a dos, el Atleti respiraba tranquilo, parecía que el tema se encarrilaba.

- ¿Y ahora que?
- Ahora sí, bueno, no sé, a ver si van a marcar pronto ellos y verás …
- Cenizo
- Un poco sí, para qué vamos a negarlo.

Siguió el partido pero ya no se jugó al fútbol. Salió Seitaridis por el bueno de Mariano y uno, aficionado a las lenguas clásicas y que gusta de ver el fútbol con alguien que hable latín y griego de manera fluida, preguntó al especialista invitado ayer qué hay de cierto en ese rumor que apunta a que la traducción literal del nombre del lateral es “Más Cara que Espalda” pero no supo responderme. Se lesionó luego Perea, que encima cumplía ciclo, y salió Eller tocado con su coleta al estilo Daniel Boone y no tuvo demasiado trabajo. Raúl García no vio tarjetas y podrá jugar contra el Depor (a menos que tanto comité y tanto recurso digan lo contrario), y eso que parecía que el partido podría acabar como el rosario de la aurora a juzgar por las patadas de los primeros minutos. Nada ocurría, pues, y eso era buena cosa porque suponía que el Atleti no pasaba apuros.

Tranquilo andaba el partido y ausente andaba la afición hablando de la crisis inmobiliaria cuando Maxi remató a puerta de volea un pase lejano y cruzado de Luis García y el balón pegó en larguero y poste y si llega a entrar es el gol del año, o casi. Para celebrarlo el que suscribe, interesado en las leyes de la física y sobre todo en la termodinámica de fluidos y que gusta de ver el fútbol con un especialista en la materia, envió a este último a pedir más bebidas a la barra, que las que adornaban la mesa estaban calientes. Ver el fútbol con un psicólogo, un filólogo clásico y un termo-físico con habilidad para llevar varios vasos a la vez sin derramar una gota tiene muchísimas ventajas y es algo que recomiendo encarecidamente a los lectores.

Acabó el partido y lo hizo de forma estupenda para los intereses de nuestro intermitente equipo rojiblanco. Una victoria contra el Depor en la siguiente jornada, algo que muchos dan por hecho pero que no debería venderse hasta no haber cazado el oso o ver los errores de los rivales, metería al Atleti en Champions. Cuartos en un campeonato mediocre, poca cosa pero importante para este equipo limitadillo. Qué quieren que les diga, no sería lo que uno desearía pero al menos poco a poco nos acercaría al lugar que nunca debimos perder. Si se consigue se habrá dado un pasito que nos venderán como el salto de Bob Beamon, que ya sabe Vds cómo las gastan en el departamento de comunicación del club. Sólo faltará que alguien luego tome buena nota de las señales que el espíritu de la Navidad futura mandó ayer a nuestro Atleti en forma de campo vacío, grada cubierta con carteles y afición harta de un equipo pusilánime y de una pista de atletismo sórdida y aislante. Pero eso, visto lo visto hasta ahora, quizás sea demasiado pedir.

jueves, 1 de mayo de 2008

Comuniones, por María José Navarro

A falta de triunfos, entrega y fútbol del equipo, la hinchada coge el toro por los cuernos y se lanza a llenar los tiempos vacíos entre disgusto y disgusto hablando de esas cosas que tanto nos gustan. A falta de alegrías por parte de quien deberían dárnoslas, al menos quedan aficionados con gusto y buena prosa que nos alegran los ojos. Gracias.

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Antes del sábado pasado, yo no conocía a Martín. Conozco a otro Martín, que es un niño del Betis por el que estaría dispuesta a vender mis campos de algodón mañana mismo. Éste Martín, del que les hablo, tomaba la primera comunión hace ya una semana. ¿Ven cuánta coma? Pues soy incapaz de saltarme esa teclita que está al lado de la M. Un vicio como otro cualquiera. Desde que el Maestro me dijo que la diferencia entre un hombre y una mujer, escribiendo, se nota, fundamentalmente, en las comas, trato de evitarlas. Y me las cuento. Y me enfado si pongo muchas, y me alegro si son pocas al final, y acabo con un dolor en los hombros horroroso de la tensión comática, que es como la insaculación de Bono, pero en tontuna gramatical.

A lo que voy. Que estaba yo de comunión de mi ahijada, que me suena entre cándido y provinciano, pero que me hizo muy feliz, ya ven. Primero: porque me encanta mi ahijada. Yo no le gusto mucho a ella, pero la entiendo, porque en su lugar a mí me pasaría exactamente lo mismo. Ángela es altísima, muy alta para su edad. Qué chiquilla más hermosa y tal. Comentario familiar al uso. Ángela tomó la comunión con un vestidito, blanco roto, con un pelín de tutú, pero con la planta de un pivot de la Cibona. Paseaba Ángela por la iglesia con el mismo encanto que Tomislav Zubcic entraba a canasta, cuando apareció el cura. De esos curas que se llaman Carles y tienen el careto del número dos de la lista de los verdes por Tarragona. Carles nos ofreció, sin embargo, una selección de canciones marianas que necesitarían urgentemente un cover de Joey. Estabamos a punto de echarnos un pegaillo*, de esos fugaces y discretos, cuando de pronto oímos una voz, pero no conseguíamos ver a nadie. El caso es que el chaval leía que era un fenómeno, pero no veíamos a nadie. Dónde está ese señor que lee que da gusto, oiga. Y cuando se fue a su sitio, le vimos. Y le vimos con su pantalón marrón, su camisa blanca, y su chaqueta con coderas granate. Válgame la moda Fuentes, cómo cala, por Dios.

Martín resulta ser un niño muy pequeño pero parece muy mayor. Padece una de esas enfermedades en las que la naturaleza estaba de vacaciones, la normalidad pinchaba en un bareto aquel día en el que Martín nació, y las proporciones al uso se tomaban días propios. Martín es un crío, pero jurarías que se le ha agotado la vida ya. Martín tomó su primera comunión y su mamá se pasó la ceremonia tratando de contener una indisimulable emoción. Una mamá estilosísima y preciosa. La mamá de Martín subió al altar para contarnos lo difícil que es educar a un niño y las dudas que acechan a los padres sobre todas las decisiones que se toman. Lo hizo la mamá de Martín conteniendo una lagrimilla mientras su campeón la miraba orgullosísimo, con ese orgullo que te hace crecer un palmo y pechito de superhéroe. Estaba Martín abandonando la iglesia de la mano de su mamá cuando uno de sus familiares le cogió del hombro en medio del pasillo.

-Qué tal tu Atleti, Martín.

Y Martín, que no se fiaba del Almería, abrió un regalo enorme que resultó ser una equipación rojiblanca chiquitita, y que allí mismo, sin salir de la iglesia, se colocó. El Kun Agüero más lindo del mundo.

-Hola, Martín. Que si me das un beso que yo es que también soy del Atleti.

Ángela acabó harta del tutú y le hicieron daño los zapatos. Así que tuvo que repartir sus regalos descalza y con aspecto de haberle peleado un balón a Marc Gasol. Flores. Repartía flores y a mí me tocó el Amaranto, que no me digan Vds que no es sospechoso que, entre tantas, me vaya a tocar una con nombre de central colombiano fallón. El papá de Ángela es del Atleti. Y también todos sus hermanos. Son de Cebolla, Toledo, y abonados en el Calderón. La mamá de Ángela es de Pepino, Toledo, y aquel día se levantó de la mesa para agradecernos la visita y para recordar a una hermana de su chico a la que el cáncer se había llevado hacía apenas unos meses. Así que el papá de Ángela lloró, la mamá de Ángela también, y todos los abonados en el Calderón. Hasta que uno de ellos, encontró la fórmula para remontar y darle a Ángela la alegría perdida. Cantó el himno del Atleti. Y yo me acordé de Martín, ese crío al que éste equipo le debe, cuanto antes, una satisfacción de verdad. El pequeño Martín. Como diría el dueño de éste blog: qué tío más grande.

* Nota del Anfitrión: "Pegaíllo": en la Mancha, dícese de la siesta de corta duración, necesidad imperiosa y reparadores efectos súbitos.