domingo, 25 de septiembre de 2011

Maneras de perder

Una de las cosas que más han alimentado la molesta leyenda del colchonero sufridor y amante de las derrotas fue cierto verso en cierto himno encargado a cierto tipo de Úbeda. No se refería, entendemos, a la forma en que el Atleti perdió el sábado.

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El sábado a las diez y media de la mañana, que es día y hora de estar durmiendo o, como mucho, de estar tomando café con magdalenas, Francia jugaba contra Nueva Zelanda en la fase de grupos del Mundial de Rugby. A Francia le interesaba perder por aquello de los cruces de la segunda fase y, como ya hizo en el Europeo de Baloncesto, perdió. A Francia le está gustando esta cosa tan italiana de poner en la balanza el honor y la astucia, añadiendo al platillo de la segunda unos kilos de pragmatismo que dejen claro qué decisión es mejor tomar. Querer perder va en contra de la lógica deportiva pero a veces es lo aconsejable según la lógica competitiva, porque una derrota hoy facilita un camino que puede llevar a grandes metas mañana. A veces es mejor perder que ganar porque ganar implica casi necesariamente perder luego, y el orden cronológico del uso de los verbos tiene lo suyo; a veces por ganar antes se vuelve uno a casa antes (de tiempo) mientras que por perder antes se va uno a casa después y quizás con una copa.

El caso es que Francia salió a perder un partido para el que, en cualquier caso, tenía muchas papeletas de salir perdedor. La decisión, simple en teoría, era algo más complicada. Una derrota escandalosa quedaría escrita a fuego en la historia del rugby para vergüenza del equipo con palabras de amañe y letras de bochorno. Una derrota abultada haría que el equipo se resintiera en su autoestima y, quizás, se volviera definitivamente contra su excéntrico y discutido técnico, probablemente fuera de la selección cuando acabe el Mundial. Una derrota excesiva condenaría a la afición francesa a pensar que nunca se repetiría una victoria sobre los All Blacks como aquella del último mundial, con los jugadores sudando sangre mientras resistían durante una eternidad y a cinco metros de la línea de ensayo un tsunami neozelandés vestido de gris, o como aquella histórica victoria francesa del 99 que hizo tambalear la leyenda de los de negro. La derrota, la derrota deseada y previsible, podía gestionarse de diferentes maneras y de la suerte del seleccionador y la sabiduría de los pesos pesados del equipo, que verían el primer choque de delanteras desde el banquillo, dependía que se perdiera con dignidad o al menos con provecho.

Salió pues Francia con un equipo semi-suplente y con Morgan Parra de apertura y no de medio melé. Tras la haka (con corte de garganta incluido, el final de la Kapa O Pango que tantas críticas provocó desde su primera interpretación), Francia empezó jugando. Jugando a la mano, rompiendo la línea y haciendo que los neozelandeses levantaran mucho las cejas al ver que ese equipo suplente se atrevía a desafiarles. Cinco o seis minutos duró la insolencia y, veinte más tarde, cuatro ensayos All Black recomponían la escena y la lógica. La lógica, por cierto, indicaba que si los neozelandeses seguían jugando a ese ritmo y Francia seguía fallando placajes, el tanteador sería un escándalo. No lo fue tanto; tras el descanso (y a pesar de un ensayo local inmediato) hubo cambios en Francia y las fuerzas se igualaron. La delantera francesa funcionaba, el equipo tenía medio de apertura y la tercera dejaba claro que, de haber salido el primer equipo, el partido no habría sido el paseo plácido del primer tiempo. Hasta dos veces llegaron a ensayar los franceses en el estadio del rival, la primera con una celebración exagerada que no sentó demasiado bien a los locales, dadas las circunstancias, el tanteador y el planteamiento tramposo de los franceses.

Francia perdió, y lo hizo de forma astuta. Poco honorable, eso sí, sobre todo tratándose de rugby, pero ahí está la astucia. En la mente de los All Blacks quedó claro que el equipo suplente de Francia es más que asequible, pero también les quedó claro por qué son suplentes y no titulares. De haber salido el equipo entero, piensan hoy, quizás las cosas no habrían sido iguales. De vernos más adelante en el torneo, piensan hoy los All Blacks, las cosas no serán tan fáciles, no bastará con intimidar a los menos experimentados abriendo mucho los ojos y sacando la lengua mientras se hace el gesto de cortar cuellos, habrá que vérselas con Imanol Harinordoquy y compañía y eso ya es otro cantar. Francia perdió el partido que sabía que iba a perder y que quería perder, pero, como hizo con España en baloncesto, sembró una duda para el futuro que le puede venir bien más adelante.

Veintitrés horas más tarde, que el partido fue a las nueve y media y la mitad ni nos enteramos, Escocia se jugaba contra Argentina las posibilidades de seguir vivos en el torneo. Argentina había perdido recientemente contra Inglaterra en un partido igualado en el que los ingleses, a mitad de camino entre la astucia y la perfidia, lesionaron tres Pumas en cuarenta minutos. La delantera argentina hizo la vida imposible a la inglesa, y sólo los cambios en la primera línea de los que aquel día vistieron impertinentemente de negro, permitió a Inglaterra subir una velocidad al final del partido y terminar ganando un partido que dejó un sabor de boca amargo en los de celeste y blanco.

Escocia acudía al partido con un equipo limitado, sin demasiado talento pero con una delantera peleona. Lo suficientemente peleona como para llevarse el partido con cierta holgura ante los feroces georgianos, tipos duros que visten de blanco y rojo cuando no visten de rojo y blanco. Escocia sabía que los ingleses, sus odiados rivales y aquéllos contra los que se las tendrán que ver en la última jornada de la fase de grupos, habían sudado sangre en la pelea con la delantera argentina y, aún así, centraron ahí sus esfuerzos. Tampoco tenían otra. Ni la calidad de su línea ni la lluvia aconsejaban un juego brillante de pase y carrera, así que plantearon un partido trompicado de mucha pelea entre delanteros. Argentina, cómoda sobre el papel con esa apuesta, no lo estuvo en la práctica ni un minuto. Los argentinos parecieron sufrir más que contra la delantera inglesa y, gracias a dos golpes transformados y dos drops escoceses, a siete minutos del final perdían de seis. Sólo podía entonces hacerse una cosa, sólo una, y se hizo. Amorosino marcó un ensayo histórico, dramático, de esos que hacen rugir los bares y protestar a los vecinos que, en esos momentos, mojaban churros en café con leche. Contempomi transformó y, en los minutos finales, Escocia buscó un drop y forzó una touche a un metro de la línea de ensayo argentina. Con el tiempo cumplido jugó Escocia casi tres minutos eludiendo el golpe y buscando el milagro con un dramatismo casi teatral, casi guionizado. No llegó a conseguirlo.

Argentina ganó de un punto y se medirá, si no pasa nada raro, a los All Blacks en cuartos. Por su parte, Escocia perdió un partido que podía desde luego perderse, y lo hizo peleando hasta más allá del último minuto. Escocia perdió el partido pero ganó un punto de confianza en la casi imposible misión de ganar a sus antipáticos vecinos de camisa blanca; si los argentinos les tuvieron contra las cuerdas, ¿por qué no nosotros? ¿Habría algo más bonito para nuestra gente que dejar fuera a los ingleses? Podrán recriminarnos la falta de vistosidad y de talento, pero nadie podrá decir que no vamos a dejarlo todo, así que si los ingleses no tienen el día, ¿por qué no? En la mente de los delanteros escoceses se repite desde la derrota de hoy la misma cantinela, como un mantra: si yo fuera inglés, Dios no lo quiera, no dormiría tranquilo antes de jugar contra nosotros. Si caemos será dando guerra y si no están dispuestos a dejarse la piel en el campo, serán ellos los que caigan. Escociá perdió y, aún perdiendo y viendo cerca la posibilidad de ser el primer equipo en la historia de la camiseta del cardo que no pasa la fase de grupos, sacó de la derrota motivos para apretar aún más los dientes.


En medio de estas dos derrotas, el Atleti perdió por goleada su partido del sábado y ahora toca ver qué conclusiones sacamos. Algunas habrá que sacar, eso está claro. La primera conclusión es que el Barcelona, cuando juega a esto y sobre todo cuando se le deja jugar, es prácticamente imbatible. No imbatible del todo, que algún partido ha perdido y hace poco tiempo empató contra un Valencia no demasiado brillante, pero casi imbatible. La superioridad que el Barcelona muestra en casi todos los partidos hace que en aquellos en los que no va ganando cómodamente a los diez minutos su afición se inquiete, es lo que tiene estar mal acostumbrado. Que el Barcelona, que sigue jugando como los ángeles y sigue queriendo ganar a pesar de haberlo ganado todo, le gane al equipo de uno entra dentro no ya de lo lógico sino casi de lo inevitable. Inevitable pero no aburrido, como se dice últimamente. Si el juego del Barça resulta aburrido, como dicen algunos, es por la enorme cantidad de partidos casi perfectos que le hemos visto en muy poco tiempo. De igual manera que el jamón bueno empalaga si uno se come dos platos al día, tanto partido del Barça hace parecer cargante esa facilidad para hacer veinte veces por partido lo que en algunos estadios se ve una vez por temporada. Pero, en el fondo, todos sabemos que algún día no ya tan lejano este equipo maravilloso dejará de funcionar tan bien y entonces echaremos de menos estos partidos que hoy parecen aburrirnos, igual que entrada la noche uno lamenta no haberse comido ese último langostino de Sanlúcar que despreció unas horas antes, ahíto tras comerse una bandeja entera y tres copas de manzanilla.

La segunda conclusión, digna de Perogrullo, es que al Atleti le queda aún mucho tiempo para ser el equipo que debería o podría llegar a ser. Los últimos partidos, contra equipos modestos de la liga española y un grande de la modesta liga escocesa, dejaron una buena impresión que tocaba confirmar en Barcelona. Demasiado pronto llegó ese partido, piensa ahora la parroquia colchonera, que habría visto con mejores ojos un partido así dentro de unas jornadas. Hasta la fecha, el Atleti había enseñado una idea futbolística más distinguida que otros años, con más toque y menos pelotazos, con más jugadores más cerca los unos de los otros. Nada de eso se vio en Barcelona, donde el Atleti sólo pudo defenderse del vendaval, subiendo la guardia, cerrando los ojos y apretando el protector dental. El Atleti no sólo perdió el partido, sino que lo más grave es que no lo jugó. Nada hizo el Atleti, ni un pase, ni una combinación, sólo un tiro lejano de Tiago que se fue al larguero. Diego, la referencia incuestionable a la hora de crear juego, no tocó el balón y menos aún lo tocó Falcao, la sensación rematadora de los primeros partidos. No le costaría mucho a Perogrullo llegar a la conclusión de que un rematador no tiene mucho que hacer si no le llegan balones que rematar, así que no debió ser complicado explicarle al equipo lo que deben hacer en los próximos partidos si es que quieren que marque algún gol Falcao.

Otra duda que merodea por la cabeza de los aficionados el día después de la paliza tiene gafas y apellido frutal. Hasta la fecha, Manzano parecía haber inculcado una idea en el equipo y a su mano atribuíamos la diferencia de actitud y planteamiento de los últimos partidos. Frente al Barça sacó un equipo de esos que los expertos consideran ni chicha ni limoná, ni físico ni técnico, ni de toque ni de contraataque, un equipo que bastante tuvo con ir apagando los fuegos que con facilidad pasmosa iba encendiendo el rival. El técnico optó por no arriesgar nada, pero sin plantear una defensa numantina. Optó por Mario Suárez como medio centro por delante de los centrales, sabiendo todo el mundo que un jugador tan frío y tan blando no es lo más adecuado contra un centro del campo monumental como el del Barça. Dispuso al equipo de forma que nadie achuchaba a Xavi, una elección que en lo futbolístico equivale a jugar a la ruleta rusa con seis balas en el tambor. Quitó a Domínguez y puso a Godín, que casi no había jugado, y quitó a Filipe Luis Filipe y puso a Antonio López, que reclama a gritos un lateral izquierdo que le quite definitivamente de jugar este tipo de partidos. Puso al cómodo cordero de sacrificio Perea como lateral derecho y éste se comió un balón por alto nada más empezar el partido que acabó en gol, si bien tiró de velocidad alguna vez para evitar una masacre mayor. Jugó Tiago y dio sensación de estar para otros partidos y también lo hizo Gabi, que no dio abasto. Jugó Diego y no aportó nada más que la duda sobre su estado físico y jugó Reyes, lo que equivale a decir, una vez más, que el Atleti jugó con diez.

Planteó por tanto Manzano el partido con más miedo que otra cosa, y ahí uno se pierde un poco, la verdad. Porque al Atleti, ayer, nadie le pedía ganar, ni si quiera empatar. Han sido ya tantas las goleadas y tantos los disgustos, tantos los partidos no peleados y tanta la apatía reprochada, tan poco el tiempo que ha tenido el técnico y tan descomunal el equipo de enfrente, que nadie pedía nada.

Manzano pudo haber planteado un partido de equipo chico, con todos atrás y marcajes duros y al hombre de los buenos jugadores del rival, sacrificando el fútbol de ataque por la posibilidad, remota, de conseguir un empate. Dado que el botín, además de escaso, habría sido improbable, no parecía buena idea. Manzano al menos descartó esta opción vergonzante, indigna del escudo que luce en su camisetita de entrenamiento y en su gorra de tractorista. Pudo, eso sí, optar por lanzar al equipo al ataque, apostando por el fútbol de toque del que quiere presumir, arriesgándose a que le metieran cinco. Dado que la goleada era posible, podía al menos intentar alimentar la autoestima y fomentar el desparpajo, confirmar las ideas propias y la convicción en la apuesta presentada ante Racing y Sporting, lanzar la carga de la Brigada Ligera contra el equipazo de enfrente a riesgo de caer con honra o sorprender y ganar crédito siguiendo el ejemplo del Betis del año pasado. Tampoco lo hizo. Manzano sacó un equipo tibio con un planteamiento soso como su discurso, con jugadores sin espíritu, quizás acomplejados desde el vestuario viendo la poca ambición y convicción del técnico. Lo que había conseguido hasta ahora, esto es, transmitir la sensación de que las cosas habían cambiado y que el protagonismo del equipo recaería sobre los jugadores de talento y la idea de grupo, quedó erosionado tras el partido pequeñito del sábado por la noche.

La afición, o al menos algunos, esperaban el partido del sábado para sacar algunas conclusiones. Nadie esperaba una victoria, pocos esperaban un empate, muchos querían pensar que la sorpresa era posible, algunos preveían una goleada. Ninguno está contento hoy. El Atleti perdió con contundencia un partido que era muy difícil de ganar, pero la sensación que tras el partido ha quedado está muy lejos de la euforia que invadió la grada tras los primeros partidos. Queda por ver qué aprenderemos de esta derrota tan ácida y tan poco peleada, si servirá para solucionar problemas, para decantar hacia un lado claro la idea a la que el equipo quiere acercarse. Lo que parece claro es que, con lo de ayer, ni se ha sembrado la duda que Francia quiso sembrar, ni se ha encontrado el motivo para apretar la mandíbula que encontraron los escoceses. Por ahora, quizás haya valido para sembrar el desánimo, pero eso, los optimistas a sueldo, no nos lo podemos permitir.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Alegre crónica del Atleti - Sporting de Gijón

Se hizo de día el jueves 22 de Septiembre de 2011 y a la calle salió un montón de gente sonriendo. Todos, eso sí, del Atleti.


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Llegaba al Calderón el Sporting en día de entresemana y la parroquia rojiblanca, que no llena la grada con las apreturas de otros años - a pesar de que en el Club dicen que hay una lista de espera y que para pedir el nuevo abono hay que presentar una solicitud escrita con cinco años de antelación, por triplicado y en papel timbrado con póliza de dos pesetas en favor de los huérfanos del Ejército - tenía antes de entrar una sensación agradable. La afición venía contenta por lo visto contra el Racing y venía también contenta acordándose de que, hace un año más o menos, el Atleti volvió a casa tras ganar la Supercopa y jugó un lunes también contra el Sporting, le metió cuatro y se puso líder dos semanas. Aquel Atleti, luego desmembrado y reducido a escombros gracias a la calculadora del palco, la inoperancia del banquillo y las rabietas de algunos jugadores, hizo presumir a la afición colchonera durante unos días, igual que el Atleti de hoy mismo. La historia de aquel Atleti ya la conocen ya Vds y la de éste, la de este Atleti nuevo de toque y confianza, de mimo por el balón y recuperaciones rápidas, de un brasileño finísimo, un turco paticorto y talentoso y sobre todo un colombiano descomunal, aún no la sabemos.

Ya saben Vds, oiga, que el que suscribe ha decidido este año ser optimista en lo relativo al Atleti para así mejorar la salud de su hígado, recuperar el color de la tez (hasta alcanzar el verde pálido entreverado que la caracteriza) y volver a casa con apetito en día de partido. Y hay algo que es necesario comunicar ya a estas alturas, por sorprendente que parezca: no nos está resultando tan difícil ser optimistas, oiga, no tanto.
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Llegó la afición al campo y, como es menester en día de diario, unos iban con corbata y otros no. A unos les había dado tiempo a ir a casa y ponerse una camiseta rojiblanca y otros venían de La Coruña con traje y ordenador. Unos traían bocadillo de su casa y otros un hambre horrorosa por culpa del puntual cumplimiento del convenio colectivo. Unos venían corriendo y solos y otros en pandilla y paseando, y hasta hubo alguno que trajo invitados y llegó tarde, dejando a los nuevos solitos en la grada un rato. La efeméride del día la protagonizaron estos últimos, padre e hijo y ninguno del Atleti; lamentablemente para ellos, son hinchas de otro equipo de Madrid aunque vivan fuera. El padre es ya un caso perdido y al menos la naturaleza le ha compensado su poco gusto futbolístico con un distinguido pelo cano. El niño es otro cantar: el niño no es del Atleti o al menos no lo era hasta ayer y ayer iba a su primer partido de fútbol. El niño, excelente jugador de fútbol y gran matemático a pesar de no ver casi nada si no se pone de puntillas, tenía hasta ayer claro cuáles eran sus colores y no tenía tan claro quiénes eran sus rivales. Gracias a Falcao y a la grada, terminó haciendo la ola y dando botes al son de una cancioncilla poco apreciada por el resto de miembros de su familia. Si el niño a esta hora no es ya del Atleti será un milagro, y si lo es, que casi seguro que lo es, probablemente pida para Reyes una camiseta con nombre de colombiano feroz.

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Llegó pues la afición al campo, decíamos, y algunos conocieron a algunos otros y otros conocieron por fin a unos y fue todo la mar de agradable. Hombre, yo soy yo,¿y Vd? no me diga, ¿es Vd Vd? Así es, pues no sabe qué alegría me da conocerle. Las presentaciones en persona son muy útiles para ponerle la cara a un nombre y ver si las expectativas se cristalizan.

- Le hacía yo con gafas más gordas

- ¿No me estará llamando Vd hipermétrope, verdad? Mire, si ha Vd venido a provocar elija padrinos, lugar y color de paraguas (no plegables) y solucionemos esto como caballeros.

- No he querido ofender, disculpe; nunca dudaría de su miopía.

- Ah bueno. ¿Quiere una cerveza? Invito yo ... lo siento, es que estoy irascible, en mi última revisión me han dicho que he perdido media dioptría en cada ojo y en mi casa no me hablan.

(Como todo el mundo sabe, las gafas dan mucho juego a la hora de reconocer a alguien, como ocurre con el pelo).

- Pues no es Vd tan calvo como yo pensaba

- ¿Calvo yo? ¡Pero si tengo un pelazo! Pelazo cano, pero pelazo al fin y al cabo. Mire, si ha venido Vd a provocar elija padrinos, lugar y color de paraguas (no plegables) y solucionemos esto como caballeros.

- Deje, deje, que ya he oído lo de antes. Le invito yo a la cerveza y nos ahorramos las explicaciones.

- De acuerdo, pero acepto única y exclusivamente porque es Vd de Cuenca.

(Y opinen Vds más, no me sean perezosos)
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Salió el Atleti al campo y salió a su lado el Sporting de Gijón, ese equipo que nos cae tan bien y al que nos gusta recibir en casa. Al pobre Sporting de Gijón le vistieron de un color insustancial, el color de la mente de los que no se acuerdan de nada en los exámenes, el color de la gente con mala salud o avergonzada, el color de la poco futbolística carne de merluza. Al Sporting de Gijón le recomendaríamos cambiar de equipación suplente, pero como no somos nadie para recomendar nada a nadie y menos al Sporting de Gijón, aquí termina este tema.

Por el lado del Atleti salió un equipo diferente al que salió contra el Racing, cosa de las rotaciones, esa cosa nueva que se ha hecho toda la vida y de la que todo el mundo habla. De salida, a uno se le dibujó una sonrisa en la cara: en el equipo titular estaban Assunçao y Koke. Uno tiene un aprecio especial por Assunçao, un tipo honrado y trabajador que se ganó su puesto centímetro a centímetro hasta ganar kilómetros de credibilidad y que lo perdió de un plumazo sin demasiadas explicaciones. También tiene aprecio por Koke por aquello de ser de la casa y despuntar en las categorías inferiores, por representar a la cantera y tener desparpajo y por apellidarse Resurrección, que es apellido de libro de García Márquez y de futuro rojiblanco. Entre que uno decidió un día ser optimista y que empieza los partidos con una sonrisa, ya no hay quien le reconozca.

- Ah, es Vd, no le reconocía yo. Le veo diferente, le veo como calvo e hipermétrope

- Mire, si ha venido Vd a provocar ...

La segunda buena noticia de la tarde fue que el Atleti salió con cinco nuevos jugadores respecto al partido, pero la intención pareció la misma. Silvio, Grabi, Salvio, Koke y Assunçao salieron de titulares y el Atleti jugó a lo mismo que los días en los que no estuvieron. El Atleti, al menos por ahora, va dejando claro que quiere tocar el balón, que no quiere pelotazos y que quiere que todo el mundo se sienta a gusto en el equipo. Filipe Luis Filipe tira caños y devuelve paredes, Salvio se pelea y corre tras los balones con su achaparrada estampa, Koke la quiere y Silvio más. En el compromiso y la claridad de ideas de los que salen, sean o no titulares todos los partidos, uno ve la mano del entrenador. Hasta ahora uno, optimista por contrato, era públicamente escéptico y reticente con Manzano y hacía chuflas por su parecido con Flanders sin bigote, pero el cambio que ha notado en el equipo le indica que las cosas pueden ser diferentes respecto a los tiempos en que en el banquillo se sentaba su ojeroso antecesor. Este año el ambiente parece mejor, los nuevos parecen enchufados y los antiguos están más contentos; a balón parado pasan cosas, los capitanes son de la casa y parece que hay una idea más clara de en qué equipo y con qué aspiraciones se juega. Entre los capitanes hay uno nuevo, eso sí, Grabi, pero Grabi es otro cantar. Grabi ha vuelto de Zaragoza empapado de recia convicción baturra y corre y la pide y da voces y pases y pesa en el equipo como no pesaba en sus etapas de antes. Falla algunos pases fáciles, sí, y algún día nos costarán un disgusto, pero su presencia en el juego es constante y muy de agradecer por los compañeros, que siempre le encuentran cuando hay apuros. Grabi es ahora uno de los capitanes de la plantilla y, siendo de la casa y siendo veterano, puede que sea importante a la hora de decirle a los recién llegados en qué club están.

Otra de las buenas noticias tiene nombre de señor y de marisquería y se llama Domínguez. Domínguez fue capitán y metió un buen gol y remató a puerta y se entendió bien con Miranda. Se le vio más confiado y sonriente, con la confianza y la sonrisa que le quitaron el año pasado a golpes de bufanda anudada y sensaciones del entorno. Quizás su alegría tenga nombre de señora con tocado de frutas y de pueblo burgalés y se llame Miranda. Miranda, que dejó a muchos una buena impresión en Valencia y algunas dudas a otros, pareció cómodo con Domínguez y se sumó al ataque en los balones parados, estuvo cómodo en su zona y sacó el balón jugado con pinturería en algunas ocasiones. De ser uno no ya optimista sino positivista exaltado, se atrevería a decir que Domínguez y Miranda se entienden bien y están cómodos, pero ya se sabe que dentro de un par de partidos pueden hacer una pifia y se nos derrumba la sociedad, sobre todo una vez hemos comprobado que Courtois, Cuantró en grada de lateral, a veces tiene pequeñísimas dudas. En breve veremos la solvencia de la parte defensiva del equipo, defensas (3 por cierto al final del partido de ayer) y medios incluidos, que la tropa ofensiva ya va presumiendo por el paseo marítimo y guiñando el ojo a las jovencitas. Por ahora, uno sí reconoce al menos la musicalidad del nombre conjunto y las inmensas posibilidades que ofrece: Miranda y Domínguez, abogados, Miranda y Domínguez, detectives, Las Aventuras de Miranda y Domínguez en el Oeste, Miranda y Domínguez, asociados.

- Con eso de la hipermetropía no ha hablado Vd de Turan ni de Falcao

- ¡Ya está bien! ¡Saque su paraguas!

En ausencia de Diego, los ojos ávidos de fútbol de toque y último pase se fijaban en Turán. Turán jugó más hacia la izquierda, aunque luego se iba al centro, a la derecha también, un poco a su aire. Cuando Turán la toca deja claro que sabe y que crea peligro. A ratos sestea y desaparece, pero si la coge asusta. En ocasiones defendió corriendo hacia su campo y varias veces creó corriendo hacia el campo rival y en horizontal. Encima contaba con el apoyo atrás de una línea de tres de lo más ortodoxa esta vez, con Assunçao por delante de los centrales barriendo lo que lllegaba, y contó también por delante la referencia que cualquier centrocampista querría: Falcao. Falcao hizo un partido monumental, rematando a puerta todos y cada uno de los balones que pasaban cerca de él. Se las vio a veces con Botía, que de espigado ha pasado directamente a posible flanker, y de los choques salió airoso o por los suelos, trompicado o mirando a puerta pero nunca haciendo teatro ni protestando ni lamentando nada que no fuera su propia imprecisión. En varios momentos salieron ambos del embroque (en su acepción taurina) y se estrecharon las manos, un detalle que gusta en ciertos blogs que tienen como referencia histórica un delantero centro de buen juego aéreo y mejores modales con los rivales.


Del partido de Falcao poco diremos, que ya lo han dicho todo los medios de comunicación, que al ingenioso grito de Falcao Maravillao destacan, incluso en portada (excepciones de hoy que eran regla antes), el partido del colombiano. Lo que no ha trascendido son una serie de llamadas telefónicas que tuvieron lugar tras el tiro a la escuadra de Falcao. A punto estuvieron de producirse las mismas llamadas tras el remate de cabeza que anuló el árbitro-vedette Iturralde y tras el primer gol, finalmente de Lora tras remate dificilísimo de Falcao. Pegó el balón en la escuadra y ya no pudieron más, los teléfonos quemaban. Mañana reunión urgente, convoquen a todos los comerciales, esto puede ser un problema. A las siete de la mañana del día de hoy estaban de bote en bote las salas de reuniones del Corte Inglés, el Decathlon, almacenes Fuentes-Guerra (de Córdoba) y Modas Barcelona. Las instrucciones a los dependientes eran tajantes: desde ahora, los balones se ponen en una vitrina cerrada con candado. Nada de balones sueltos en la tienda, nada de niños botando pelotas. ¿La razón? Muy clara: Falcao puede andar cerca, y si es así remata y fijo, como poco, que rompe el espejo del probador y no está la cosa como para hacer reformas. Las llamadas no pararon ahí y las marquesinas del autobús, puertas de garaje y cualquier otro espacio rectangular del entorno urbano han sido declarados zonas de alto riesgo en las que está prohibido botar balones, llevar globos terráqueos o portar sandías. Falcao es un peligro público, puede andar cerca y pegarle un pelotazo a un guardia. Falcao remata todo y casi todo bien, y si no es por Iturralde ayer vuelve a irse con tres goles a su casa, tan contento y tan modoso.

El Atleti jugó y ganó un partido con sabor a partido antiguo, de esos a los que la afición sabía que iba a ver una victoria y la única duda era por cuánto. Por ahora hay motivos para la alegría, sin perder de vista experiencias previas que hacen ver fases de goleadas en casa y días de juego y rosas como pasos previos a esas épocas desesperantes por las que equipo siempre ha pasado. Pero algo ha cambiado claramente. El ambiente que llega desde el césped, por ahora, es distinto al del año pasado y los jugadores parecen más implicados. No hay patadones constantes y cuando hay alguien en apuros aparecen pronto los compañeros. La ocasión a balón parado ya no pertenece a la categoría de lengua muerta a la que la relegó Quique y se buscan combinaciones y desbordes donde antes se buscaban pases apresurados a los de delante. El sábado, claro está, tendremos la piedra de toque, un partido importantísimo en el que por supuesto el resultado es importante, pero lo es más la imagen que deje el grupo y la actitud con la que se enfrente. Bonito partido el sábado, disfrutemos.

Y, por si había dudas, está claro que no, el que suscribe no hizo la ola.

lunes, 19 de septiembre de 2011

De mejoras visibles y retos futuros

El Atleti jugó bien contra un rival facilón y dejó claro que este año ha optado por tocar el balón en vez de por pegar pelotazos. Si es capaz de hacerlo contra un buen equipo es algo que aún no sabemos.


Coincidiendo con el final del verano, y tras advertir numerosas irregularidades en la técnica empleada por la mayoría de los usuarios en gran cantidad de países de ambos hemisferios, la UNESCO - y más en concreto su Comisión de Postres Veraniegos Excepto El Flash Golosina - editará en breve el esperado y necesario texto que desde hace tanto tiempo reclaman heladeros, padres, usuarios de camisas de colores claros y en general todo el personal que no suele llevar pañuelitos de papel en el bolsillo. Se trata, naturalmente, del "Libro Verde del Consumo del Bombón Helado", también llamado "Guía Útil para el consumo responsable y sin lamparones del helado de palo con base de leche y cubierta de chocolate crujiente".

El Libro Verde (que en un principio iba a ser Libro Blanco pero cambió de color ante las multitudinarias protestas de todos aquellos que tradicionalmente hemos identificado el color blanco con la suciedad extrema) es una útil guía de consumo que contiene instrucciones detalladas para asegurar un correcto enfoque a la hora de encarar el rey de los postres de chiringuito. Ha sido elaborado por numerosos estudiosos, usuarios voluntarios, científicos y analistas estadísticos que, desde todos los puntos del Globo, han llevado a cabo sesudos estudios y experimentos encaminados a mejorar el grado de disfrute del consumidores de todas las edades y condiciones sociales. Los puntos fundamentales sobre los que gravita el contenido de la magna obra son los siguientes:

• Por su naturaleza y carácter, es del todo inútil y desaconsejable chupar un bombón helado recién sacado del congelador. Sencillamente, no sabe a nada: es como pasar la lengua por un tablón congelado. La correcta técnica se basa en el mordisco audaz y táctico, dejando el rechupeteo para fases posteriores a la fase inicial o Fase De Apertura de La Cubierta Chocolateada.

• El mordisco inicial es clave para una buena gestión del consumo: un mordisco temprano podrá resultar en dolor de incisivos por aplicación de frío, un mordisco demasiado tardío puede producir una rotura importante en la cubierta rígida, desprendiendo grandes bloques de chocolate con alto riesgo de mancha en la pechera. El mordisco inicial ha de darse ni muy pronto ni muy tarde, sino en su justo momento: cuándo llega éste es algo que sólo la experiencia permite saber.

• El riesgo de desprendimiento de cubierta y consiguiente (a) pérdida de un trozo estupendo de chocolate por caída al suelo o (b) mancha indigna durante toda la tarde y consiguiente ruina de la prenda, es constante durante todo el consumo del producto. Son especialmente sensibles las zonas laterales del helado, que presentan un alto índice de rotura y desprendimiento de coberturas laterales con ángulo de parte de la capa ventral o posterior del helado. Su caída produce una mancha atroz, pero las consecuencias son aún más graves: la pérdida de los listones laterales supone una merma en la estructura general del helado que producirá con seguridad ulteriores desprendimientos de cubierta en momentos posteriores.

• El ritmo, como en casi todo, es clave para el correcto disfrute del helado. Si bien en un principio éste puede ser más lento - pudiendo el usuario gustarse en el paladeo de las partes desprendidas del tronco central - a medida que pasa el tiempo y se acelera el proceso de fusión o deshielo, el ritmo debe hacerse más vivo para contrarrestar el efecto del recalentamiento global. Un consumo remolón y pastueño puede provocar el efecto bautizado como "Churrete Jackson" en honor a su descubridor, consistente en la fusión descontrolada de la parte interior cremosa del helado y la formación de un río de nata y chocolate fundido que, avanzando polo abajo, puede llegar a alcanzar la mano y, en ocasiones trágicas, incluso muñeca y codo.

• La parte final o de Fase de Remate presenta un punto positivo y uno de riesgo. El positivo, la posibilidad de acceder a un estupendo trozo de chocolate macizo adherido al palo mayor o viga maestra que sostiene todo el sistema cobertor; el riesgo cierto se presenta para aquellos con fobia al contacto de los elementos de la cavidad bucal con la madera de que se está hecha el palo mayor. Dicho contacto ha sido estudiado debidamente en cierta universidad de Iowa y es comúnmente denominado por la comunidad científica "Repelús Welch".

La publicación del Libro Verde ha sido acogida con entusiasmo y alivio por asociaciones de consumidores y madres de mellizos, si bien ha contado en ciertos países con la oposición activa del lobby de la lejía y el cebralín. Una vez más, amigos, nunca llueve a gusto de todos.
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Llegó la afición al campo la mar de contenta por la hora, que era decente, y por la temperatura, que no era demasiado alta. Llegaron niños en tropel, lo que hizo que el ambiente fuera mucho más agradable que en esos partidos de noche en los que no se ve ni una coleta ni un potito ni un señor subiendo la escalera con su niño en brazos, que es lo que debería ser, lo que siempre fue, lo que permitió que fuéramos al campo desde chico y entendiéramos lo que es el club, el equipo, la liga y todo aquello que la mercadotecnia se empeña en destrozar, empezando por las córneas de los que padecemos botas verde con cordones azules y botas moradas con cordones rosas.

Llegó pues en tropel la afición al campo y el tema de conversación era variado. Muchos hablaban de lo bien que sienta eliminar a los franceses en la Copa Davis y lo bien que sentaría ganar a los franceses en la final del Eurobasket, como luego ocurrió. Otros hablaban de que, en efecto, daba mucha alegría eliminar a los franceses pero que Morgan Parra, "Parrita", medio melé con nombre de banderillero, había metido prácticamente todos los golpes de castigo que había tenido a tiro esa mañana contra Canadá, desmontando la teoría de que el balón del Mundial vuela raro y por eso Sexton y Wilkinson no dan una. Hablaba también la gente del maravilloso partido de Irlanda contra Australia, del partidazo de Healy y el resto de la primera línea irlandesa, de los dotes de mando de O'Connell, del arrojo defensivo de O'Driscoll y de los inolvidables cinco últimos minutos, la presión en el 22 irlandés, el pase de fantasía innecesario de Cooper, la intercepción de Bowe y la carrera eterna, el placaje increíble de O'Connor a cinco metros de la línea de ensayo, el pitido final y la calle Alcalá llena de camisetas irlandesas y pintas de Guinness a las 12 de la mañana. De esto hablaba mucha gente, sí, pero la mayoría, la inmensa mayoría, no hablaba de otra cosa que del ascenso del Rugby Atleti, verdadera noticia bomba de un fin de semana en el que el Atleti goleó y España ganó el Eurobasket y llegó a la final de la Davis. El Rugby Atleti está en Segunda, y esta frase, que fuera de contexto quizás no diga mucho, suena a música celestial en los oídos de muchos.

Salió el Atleti al campo y lo hizo de nuevo vestido de Atleti, sin publicidad en la camiseta y con las medias rojas y con vuelta blanca y aquello ya pintaba bien. Antes salió otro Atleti, el de balonmano, heredero de carambola de ese histórico Atleti sin espinilleras que tan orgullosos nos hacía, y ofreció la supercopa a la afición. Mención especial merece la alegría que se advertía en la cara de Hombrados, claramente uno de los nuestros presentando un título a los suyos, la ilusión de todo atlético; dado que la mayoría sólo podríamos presentar como mucho un título de propiedad de un pisito hipotecado (lo que no carece de mérito en estos tiempos, oiga), la cara de Hombrados produjo alegría y envidia.

Al lado del Atleti salió el Racing de Santander y, cosas de las lesiones, el que suscribe no conocía a ni uno. Bueno a uno un poco, este me suena, ah, sí, ya sé quién es éste y poco más. En estas situaciones hay quien piensa que hace falta un experto en fútbol internacional, un socio del Racing o un cronista nacido en Potes para que le cuente quién es quién en el rival, pero se equivocan. Lo realmente útil, lo que le da al cronista aficionado toda la información necesaria para identificar rivales poco conocidos de equipos poco mediáticos no es un gurú radiofónico ni un obseso del fútbol por parabólica sino un niño de unos diez años que esté haciendo el álbum de la liga. Los niños, a fuerza de cambiar cromos y abrir sobres comprados en los kioskos, saben una barbaridad de fútbol y son capaces de reconocer al juvenil Ledesma, recién llegado al rival desde el Hércules Promesas, con sólo ponerse el peto y dar dos carreritas. Si uno es capaz de conseguir que el niño en cuestión (sobornado con polos y chicles de fresa) le diga a uno al oído el nombre de los desconocidos, uno queda como un erudito ante el resto de la grada, asombrada del conocimiento que de las plantillas de todos los equipos tiene el sobornador, a la sazón inductor de una caries de consecuencias imprevisibles.

Salió el Atleti, decíamos, y lo hizo con un dibujo levemente distinto a aquél que sacó ante el Celtic. Salió una línea de cuatro atrás, que tuvo poco trabajo, con dos mediocentros delante que controlaron al flojo rival sin demasiados problemas. Por delante de estos últimos salió con la batuta Diego, que dejó claro que de esto sabe y que por ahora quiere. A su lado, dos electrones libres, Turan y Reyes, completando la línea de tres encargada de darle balones a Falcao, solito en punta y sin demasiada necesidad de compañeros, que él solo se basta por lo que parece. A pesar de que (como en el caso del Celtic) lo limitadísimo del rival impide sacar conclusiones tajantes, por ahora parece una cosa clara: el Atleti quiere jugar a tocarla, tratando de olvidar el patadón a los de delante de temporadas pasadas. El Atleti la saca jugada o al menos lo intenta, y cuando el balón llega a los medio centros, primero Diego y luego Turan se la piden y piensan en algo que hacer que no sea mandarla lejos. Parece que la idea, por ahora, ha sido entendida por los jugadores o al menos es lo que vimos en la última media hora de Valencia y en los dos partidos posteriores. Veremos si dura y si funciona, veremos.

Courtois y los centrales no tuvieron mucho que hacer, por lo que diremos poco de ellos. De los laterales diremos más. Filipe Luis Filipe tuvo para sí toda la banda, toda vez que había poca gente haciendo coberturas de defensa el primer tiempo. Tampoco hacía mucha falta: el Racing no asustaba mucho. Filipe Luis Filipe subió sin esprintar y trotó de vuelta, se mostró a veces a regañadientes y cuando ganó la línea de fondo o sus inmediaciones, dejó claro que está más cómodo haciendo pases cortos como el del penalti que colgándola a la olla. Perea, por su parte, repitió como lateral y subió al ataque cuando pudo. En parte por no ocupar el puesto durante mucho tiempo, en parte por ser él mismo consciente de que conducir el balón y colgarla luego no es lo suyo, y en parte por el run-rún a mitad de camino entre la sorpresa, el cariño y chufla que se levanta cada vez que sube, hizo un buen partido. Servidor, ya lo sabe, ve con buenos ojos a Perea y quizás aprecie su contribución en partidos en los que otros ven un zote trotón, así que decidan Vds cómo jugó el colombiano. El que suscribe, ya sabe, si fuera árbitro no sería capaz de sacarle una tarjeta amarilla y, como mucho, le sacaría tarjetas-regalo por honrado y por discreto.

En el centro jugaron Mario y Tiago, los tibios centrocampistas que desentonaron junto a Grabi, más sólido, en el partido de Valencia. No lo hicieron mal porque tampoco tuvieron mucho que hacer, pero algo más aportaron. Tiago sacó un buen tiro a puerta que luego remató Falcao en fuera de juego, Mario estuvo cómodo todo el partido. Parte de su comodidad se debió, naturalmente, a Diego. Diego, de cuya calidad nadie puede dudar, está por ahora mostrando una actitud muy positiva que llama a la esperanza. Diego se enseña siempre, la pide, mira, piensa y si no hay alternativa la devuelve y vuelve a pedirla para volver a empezar. Recuerda a Juninho en esa vocación por buscar la forma en que hacer daño al rival, no recuerda tanto por su físico, mucho más completo que el del diminuto Osvaldo Giroldo. Diego, jugador cedido de futuro incierto, mostró el camino a todo el mundo, lideró el ataque, se asoció con los buenos y pidió pases fáciles a los no tan buenos y provocó un penalti tras buen pase de Filipe Luis Filipe que en el campo no pareció y en la televisión se vio claro. Se fue a la caseta al medio tiempo y su misión la pasó a desempeñar Turan, también entonado y fino. Turan tiene cosas de jugador artista y planta de monosabio contrahecho, con las piernas cortas, los hombros estrechos y la cabeza gorda, pero claramente sabe de qué va esto. Es fino en el regate, el pasecito y el pase largo y se entiende con Diego, Falcao y Adrián sin demasiados problemas.

Con Reyes es otro cantar. Reyes, que se las prometía muy felices a principio de año con su diez a la espalda, con la salida de las estrellas del equipo y con la prensa pidiendo su vuelta a la selección (sin especificar de qué deporte) pareció enfurruñado por jugar con unos cuantos nuevos que no sólo son capaces de hacer lo mismo que él, sino que cuentan con esa vértebra cervical tan útil que permite levantar la cabeza cuando se lleva el balón controlado. Reyes ha perdido protagonismo y puede optar por recuperarlo haciendo regatitos interminables de patio de colegio o jugando en equipo. De optar por la primera opción, que conociéndole nos parece la más probable, nos preguntaremos rápidamente si su puesto no debería ocuparlo Adrián, un jugador mucho más solidario, listo y generoso con detallitos de calidad cuando hace falta y sobriedad el resto del tiempo.

Y, para terminar, Falcao. Falcao es un jugador curioso: fuera del área parece torpón con los pies y poco dotado para el control y el regate. Se resbala, se choca y parece que únicamente se fía de él para devolverla en corto cuando anda por el centro del campo. Eso sí, en el área es otra cosa. No necesita mucho para ver puerta, siempre tiene claro dónde tiene que tirar y le da igual estar de espaldas que de frente que entre dos centrales grandísimos. Falcao, que no protesta ni se tira ni pide salir en la portada de las revistas de depilación como algún otro, tiene pinta de meter cinco o seis de cada diez que tenga. Ayer metió tres, le sacaron una y le anularon otra. Si recibe pases hay jugador para inflar las cifras de ataque, si se las tiene que fabricar solo sufrirá mucho, algo que saben bien algunos de los grandes delanteros que han pasado últimamente por el Calderón. Lo que claramente se ha ganado por ahora es el título de Rey del Videomarcador, la herramienta elegida para el anuncio de su fichaje sin transfer y ayer anuncio de su cuenta de Twitter. El videomarcador del Calderón está que echa humo este año; si antes servía para anunciar cafeterías en las que Julio Prieto hacía las veces de gerente y más tarde locales de dudosa reputación de la carretera de Burgos, ahora anuncia cosas extraordinarias y la gente no pierde ojo por si se hace pública la fórmula de la cocacola, el verdadero sueldo de Gil Marín o la solución a los sudokus más inaccesibles.

El Atleti ha dejado buena imagen contra equipos fáciles y una imagen algo más gris contra el pobre Valencia de hace una semana. Sí parece haber tomado la decisión de tocar y tocar el balón antes de pegar pelotazos y se nota la mano del entrenador en ese aspecto. Eso sí, por ahora los buenos partidos han sido contra equipos limitados y el sábado que viene vendrá la oportunidad de saber dónde estamos, el test que dará la medida del equipo en el inicio de liga. Entre tanto, la afición seguirá rumiando el dilema del domingo en el Calderón .... ¿qué hemos hecho en esta vida para terminar queriendo que Torres marque a De Gea en vez de estar vitoreando a ambos en los partidos de casa? Qué cosas, señor, qué cosas.

PS: el que suscribe anda preocupado por lo que parece la definitiva desaparición del Forza Atleti. Los partidos no serán los mismo sin la aportación de su chisposo portadista. Si se confirma la tragedia, tan nociva además para los fabricantes de medicamentos contra la disfunción eréctil, le dedicaremos la atención que merece.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Crónica huertana del Valencia - Dos Atletis (dos)


Ya saben Vds que el que suscribe gusta de ir a ver partidos del Atleti a otros campos, y siempre en zona de aficionados locales, lejos de la grada en la que se juntan los aficionados del Atleti desplazados al evento. Las razones para ello son muchas: ver cómo ve el fútbol la afición local, ver cómo ve al Atleti y los atléticos la afición rival, cambiar de aires para no ver únicamente al equipo rodeado de los nuestros, consciente de que con el tiempo desarrollamos filias y fobias que quizás no sean objetivas y, por ello, sean más fáciles de relativizar cuando se está rodeado de aficionados que rara vez pisan el Calderón.

El riesgo de esta práctica es casi nulo, pero no inexistente: no hay riesgo de que le den al aficionado visitante un sopapo si este se comporta con discreción de ordenanza de oficina antigua y lleva gafas de párroco, como es el caso. Tampoco hay riesgo de entrar en discusiones acaloradas que acaben con la invitación al desplazado a irse a tomar viento cuando uno es de naturaleza escéptica, comedida y poco dada a la sentencia e intente ver las cosas con distancia y sin forofismo. Eso sí, sí existe riesgo en Mestalla de acabar en un hospital cuando uno merienda un bocadillo de blanco y negro con habas, por lo que éste es un deporte de riesgo que cedemos a estómagos más intrépidos. Y también existe riesgo, eso sí, de verse abochornado cuando la propia afición desplazada canta esas tonadas ofensivas con los anfitriones que van tan poco con el carácter de uno y hacen que se giren los locales hacia el miope invitado, como diciendo "vaya tela".

Si bien, como hemos visto, los motivos y los riesgos de ver el partido entre aficionados rivales son muchos, la razón suele ser una, única y constante: la cesión gratuita de un abono por parte de un amigo local, práctica también conocida como "gañote". Siempre es un placer ir al fútbol con los amigos pero si encima éstos le invitan a uno su localidad, le organizan comida, cena y más comida en sitios escogidos (algunos repletos de patos), le llevan y le traen a los mejores sitios de la ciudad y encima se quedan casi agobiados cuando el Atleti pierde, ya, ni les cuento. A riesgo hacer que el que suscribe parezca Roberto Gómez (y no sólo en perímetro abdominal), no sería de recibo hacer esta crónica sin esta mención agradecida a los anfitriones.

La visita a campo rival con amigos conlleva una obligatoria práctica vecina: hablar de fútbol casi todo el rato, tanto con los amigos como con los amigos de éstos y sus vecinos de localidad. Hablar de fútbol con socios de otros clubes que ven tantos partidos como uno - pero de otro equipo - es una experiencia enriquecedora en tanto se da uno cuenta de que en todas partes, como en el kiosko de Mestalla en el que la afición compra bocadillos hipercalóricos, cuecen habas. Las verdades absolutas a las que creemos llegar los que poblamos las gradas del Calderón son parecidas a las verdades absolutas - pero contrarias - a las que llegan los que pueblan las gradas de Mestalla o, imaginamos, cualquier otro campo de España. Para sorpresa del que llega a campo ajeno, el aficionado rival habla maravillas de un jugador local al que el visitante casi nunca vio jugar y al que tiene en poca consideración; para sorpresa de los propietarios de la grada, el recién llegado confía ciegamente y eleva a la categoría de esencial a un jugador al que ellos no sabrían situar en la foto oficial de la plantilla. Donde el recién llegado ve un jugador tosco y tribunero con aciertos contados y errores de bulto, los locales ven un ídolo sobrado de precisión y arrojo para el que piden la selección absoluta, la titularidad y el premio Príncipe de Beukelaer. Igualmente, donde la afición visitante (y no toda, que quede claro) ve un jugador con gran calidad y embrujo que aporta el pellizco artístico que le señala como paisano de Fernanda y Bernarda de Utrera, los locales ven un holgazán desnortado sin participación en el juego y no entienden cómo una grada supuestamente entendida puede reclamar a Del Bosque - y no Andy y Lucas - el no contar con él para su próximo proyecto.

Partiendo de estas premisas, hablar de fútbol puede ser un placer y también puede ser un tormento. Puede ser divertido, respetuoso y enriquecedor, puede ayudar a que uno despeje dudas sobre las características de ese portero al que vio jugar pero no conoce bien o aprender sobre el nuevo fichaje que deslumbra por su poderío físico. Puede servir para descubrir que su equipo da más miedo del que uno, que ve sus miserias y virtudes día a día, podría llegar a pensar o para constatar que una operación oscura con un fichaje ultra millonario presentado ante quince mil personas hace levantar las cejas con desconfianza a ambos lados del Cabriel. Hablar de fútbol sirve también para que algunos liberen la tensión de la semana poniendo la cabeza como un bombo al visitante con sus encendidos argumentos sobre el trato injusto de la prensa hacia los prometedores fichajes locales, la sobrevaloración de las estrellas rivales, la corrupción impune de la directiva colchonera o el error que supusieron los Decretos de Nueva Planta y la división administrativa impuesta por los Borbones ignorando la tradición jurídica huertana y el sentir de los valencianos, como si el visitante, en vez de ser un tipo que vino a pasar la tarde, fuese el depositario de todos los valores de la Real Chancillería de Castilla, la Real Inquisición y el gremio de peritos contables. Compartir cervezas tiene también estas cosas, y si sirve para que la gente se desfogue y cuente el lunes a los compañeros de oficina que se despachó a gusto con un pobre señor con gafas que acabó escapando hacia una puerta de entrada del estadio, pues también está bien.
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Llegó la afición atlética al estadio y, una vez más, se dio cuenta de la cantidad de camisetas rojiblancas que se ven por los alrededores de Mestalla en los partidos de liga. La miopía y la falta de luz debido a lo tardío de la hora pudo hacer que algunas de las camisetas suplentes del Valencia, cuatribarradas y con canesú azul, fueran tomadas por camisetas rojiblancas de aquella temporada en la que, gracias a que las letras eran amarillas sobre fondo azul, la equipación del Atleti parecía el uniforme de una heladería. Fuera como fuere, fueran camisetas del Atleti o del Valencia de la época de Solsona, el ambiente en el estadio hacía pensar al aficionado colchonero que había muchos de los suyos compartiendo la empinada grada de Mestalla, lo que ayudaba a sobrellevar con dignidad el vértigo de moverse por la tribuna vertical sin miedo a caer despeñado.


Salió el Atleti al campo y la afición colchonera pensó tres cosas: la primera, qué bonita es la camiseta sin publicidad. La segunda, qué bonitas son las medias rojas con la vuelta blanca, como toda la vida. La tercera, por qué juega el Atleti con un pantalón rojo cuando el rival va de blanco y negro. Los árbitros exigen últimamente que los equipos cambien sus equipaciones para así no confundirse en cuando los jugadores luchan por un balón. Una reflexión superficial sugiere que, dado que un árbitro de fútbol debe tener buena vista para decidir fueras de juego por escasos centímetros o si un balón rebotado con violencia pasó la línea de fondo, un señor que sea capaz de confundir a un tipo de rojo, blanco y azul con uno de blanco y negro quizás sería mejor que se dedicara a otra profesión, como por ejemplo revisor de tren o encargado de cafetería. En fin.

Salió el Atleti al campo pero, una vez concluido el partido, quedó claro que al campo salieron dos Atletis, uno para no perder, que perdió, y otro para ganar que no pudo ni empatar. El segundo salió en el primer tiempo y parte del segundo, el primero salió al final del partido y el lío ordinal fue ya completo. El primer Atleti salió con tres medio centros de contención, poca creación y menos presencia, el segundo salió con un turco habilidoso que dejó buena impresión y un brasileño que encendió las luces.

Jugó Courtois, portero del Atleti que no es del Atleti, y dio muy buena imagen. Alto, sobrio y ágil, hizo alguna parada difícil sin que pareciera que le costara mucho. Courtois tiene buena pinta, lo que hace que uno se preocupe por Joel y por el futuro del propio Courtois, más cerca del barrio de Chelsea que del de Carabanchel. Jugó Silvio, muy activo en ataque y hábil a la hora de centrar al área, más audaz a la hora de subir que de bajar pero bien en líneas generales a pesar de que Piatti y en ocasiones el interesante Jonas parecieron cómodos al encararle. Salió Filipe Luis Filipe y, sin hacer su mejor partido, estuvo un poco mejor que en sus peores tardes, que tampoco es mucho.

Jugaron también Domínguez y Miranda de centrales y se llenó el centro del área de preguntas, cuidado, ahí hay una pregunta que resbala, tenga ojo Vd no la pise, espere que ahí hay otra. Algunas de las cuestiones pretendían aclarar si Domínguez pasa un bache o si el año en blanco del año pasado no tiene solución a corto plazo; otras, qué demonios ocurre con Godín. Otras preguntas se centraban en Miranda, el joven central de la escudería Mendes. En el campo Miranda gustó y pareció contundente y serio; comentarios procedentes de aficionados que vieron el partido por televisión hablan de fallos, falta de solidez y un partido flojo. En el campo pareció no tener demasiados problemas para controlar al aspaventoso Soldado, pero aquellos que vieron el partido por televisión hablan de su inocencia en el gol del Valencia, con toquecito artero en la espalda. Ya se sabe que la televisión permite ver ciertos detalles e impide ver la foto general de la disposición en el campo, por lo que esperaremos un tiempo para hacernos una idea definitiva sobre un jugador que, tras lo poco visto ayer, parece que podría valer.

En el centro del campo convivieron los dos Atletis. En el primer tiempo salió eso que ahora se llama trivote, término que sugiere una pequeña embarcación que, a pesar de sus reducidas dimensiones, tiene tres palos y vela latina y luego resulta que son tres señores jugando al fútbol. Jugó Mario más cerca de los centrales, Gabi a su derecha y Tiago a su izquierda. De todos ellos, sólo Gabi lo hizo bien, y eso sin brillar. Gabi se fue del Atleti dejando la sensación de esperanza frustrada que, por blandito, nunca llegaría a ser lo que pudo ser; tras su partida y especialmente tras su paso especialmente por el Zaragoza (de Aguirre), Gabi ha vuelto hecho un señor serio y solvente que corre, tapa, la pide, asume responsabilidades y, si hace falta, pone las peras al cuarto a los comerciales de Telefónica que llaman a la hora de la siesta de un sábado a ofrecer una tarifa ventajosa. Su seriedad contrasta con la blandura y frialdad de Mario, impropia de un jugador que ocupa algo parecido al vértice más atrasado de un rombo (sobre todo con centrales no excesivamente dinámicos ni contundentes). Mario hizo un partido ñoño durante el cual pudo aprender de la agresividad de aquellos que tuvo enfrente, siempre superiores. Aún así, no fue el último en el ranking de centrocampistas desafortunados de la tarde, que fue liderado por Juanfran, cada vez más acelerado, desacertado y torpe a la hora de tomar decisiones, y por Tiago.

Tiago sigue imparable en su declive, cada vez más evidente. Tiago llegó como refuerzo imaginativo para la media y en los primeros partidos pareció cumplir con su misión. En su momento se pensó que sería él la referencia en torno a la que armar un equipo que jugase al fútbol y no diese patadones, como acostumbraba el equipo. Sin embargo, poco a poco ha ido perdiendo físico, presencia e ideas y cada vez parece más el espíritu penante de aquél que jugó al principio. Tiago se mueve perdido por el campo, incómodo a la hora de colocarse en defensa y en ataque, cansino y lento en el repliegue, huérfano de referencias y sin muchos recursos para entrar en el juego a excepción de los destellos de la calidad que nadie le discute y que le permitió hacer un precioso pase a Adrián que casi termina en gol. Pero la presencia de Tiago se diluye cada partido y su papel en la media ha pasado de protagonista y gran esperanza blanca a secundario sin presencia rolando a figurante sin frase, algo así como el papel que desempeñaba Quique en la pandilla de Verano Azul. En un equipo que tuvo a Milinko, en el que estuvo luego un centrocampista portugués con gorro que bien pudo haber llevado el apodo de Fofo (sin tilde) y que ahora tiene a Gabi, Tiago parece haber asumido el rol de Rody, el miembro del clan de los payasos de la tele que nunca nadie supo bien qué pintaba ahí, si era payaso o asesor financiero del grupo, si había que esperar de él chistes y chascarrillos o el contrapunto sensato y cascarrabias que guardan para sí los clowns sin maquillar y con chaqué. Si alguien, por cierto, puede aclarar qué hacía Rody en ese grupo, se agradecería la información, que esta cuestión nos atormenta desde edad temprana.

Cuando marcó el rival y el banquillo cayó en que el equipo no había creado peligro, salió Arda Turán y el Valencia reculó unos metros. Poco después salió Diego y con él salió también el sol. Retirados del campo Mario (por un desacertadísimo Juanfran) y Tiago, el centro del campo cambió radicalmente. Del cansino esperar y el pensar lento del principio se pasó a un juego mucho más vertical y rápido, gracias sobre todo a Diego. Diego, jugador con enorme calidad y curriculum preocupante, necesitó tres toques para dejar claro que es el tipo más dotado del equipo para mover el balón y el equipo. Muy presente, siempre mostrándose y muy cómodo manejando el balón incluso entre varios rivales, cambió la foto del equipo en poco tiempo. Ayudado por Turan, más vertical y listo de lo esperado y tan habilidoso como nos habían contado, metió casi solito al Valencia en su área y lideró el asedio, tardío, con el que el Atleti quiso empatar el partido. Provocó un penalti que en el campo pareció claro y no se pitó, sacó a los medio centros de su sitio, se coló entre líneas y en diez minutos encendió una llamita de esperanza entre la afición, a esas horas en parte intoxicada por obra del bocadillo arriba mencionado. De haber sido esa la dinámica desde el principio del partido y no cuando se perdía de un gol contra un equipo serio y con oficio, las cosas podrían haber cambiado.

Del ataque del Atleti, poco que decir hasta que salieron Diego y Arda Turan. Poco porque poco pudo hacer la delantera, desconectados todos del medio campo tristón que jugó hasta el minuto 60. Adrián volvió a mostrar buenas maneras e inteligencia a la hora de tirar diagonales para ayudar al equipo y fue sustituido quizás por haber sido el último en llegar y no por merecerlo más que otros. Reyes hizo otro de sus partidos intrascendentes y a ratos irritantes, lo que probablemente contribuya a esa leyenda de jugador imprevisible y de arte que tan perplejo nos tiene a algunos. Y Falcao, debutante, vio cómo no le llegaba ni un solo balón en condiciones, en parte por la inoperancia de su retaguardia y en parte por el buen hacer de los centrales del Valencia, sobre todo Rami, un portento físico e intimidador que tuvo a un educadísimo señor colombiano vecino de grada con el corazón en un puño por si partía en dos al bueno de Radamel. Como piropo a este último, decir que a pesar de la inoperancia de los compañeros, la soledad en el área y los palos recibidos, no se vio ni uno mal gesto ni un reproche salir de su boca. Y estas cosas, en tiempos de estrellitas quejicas y reivindicativas cuando le hacen un hat trick a la Gimnástica Segoviana, a uno le gustan.

El Atleti perdió un partido contra el Valencia menos fuerte de los últimos años, cediendo puntos en un campo importante, puntos de los que sin duda nos acordaremos más adelante. El equipo dejó numerosos motivos para la preocupación (principalmente, que los destacados son jugadores cedidos con papeletas para irse del club si las cosas salen bien) y algunos para la esperanza. Como este año se ha tomado la firme decisión de ser optimista en el blog, nos quedaremos con los últimos. El Atleti, mal planificado y con refuerzos de último minuto, tiene aún el beneficio de la duda: es pronto para juzgar. Lo visto en el campo desde la entrada de Diego y Arda Turan y lo visto en el pasado en Falcao debe ser tomado como algo positivo. Lo enseñado por Courtois, el dinamismo de Silvio y el aplomo de Gabi también animan un poco. Todo lo demás siembra dudas, pero, si se consigue que se centre en el equipo alguien capaz de cerrar bares en Wolfsburgo La Nuit, quizás hayamos dado con la tecla.