miércoles, 28 de febrero de 2007

¿Peor que perder?

La lista de grandes preguntas sin respuesta de la Humanidad (¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿por qué en Madrid se abren una y otra vez las mismas zanjas?) cuenta desde el sábado con una nueva integrante: ¿cómo es posible que el Atleti no ganara el sábado? Con la serenidad que da un día entero de descanso intentaremos encontrar la respuesta.


Vaya por delante el reconocimiento de una bravuconada del que suscribe, normalmente cauto, escéptico y hasta excesivamente pesimista según los lectores: el sábado, a los cinco minutos de partido, le dije al oído a mi compañero de localidad “hoy ganamos 3-0”. Porque uno, que de fútbol no sabe demasiado, no necesitó más que cinco minutos para ver con claridad que jugábamos contra el peor Madrid de los últimos años, posiblemente el peor que uno recuerde en casa. Y voy más allá: jugábamos contra uno de los peores equipos que han pasado por el Calderón este año, y lo digo totalmente en serio.

El que suscribe, a quien no le gustan estos partidos como es público y notorio, llegaba al campo con esperanza en la victoria, pero esto es algo que siempre me pasa cuando jugamos contra el otro equipo grande de la capital. Este año, sin embargo, había dos datos que me daban aún más confianza: la ausencia de Ronaldo (que siempre nos la lía) y de Van Nistelrooy, y la defensa que sacaban los rivales, sobre todo por la ausencia de Sergio Ramos, hoy por hoy el único con físico como para plantar cara a Torres. Eso, y que Irlanda había ganado a Inglaterra de 30 puntos en el VI Naciones. Pensaba uno que si el Atleti se tomaba el partido como debiera Torres y Agüero se podían hartar de hacer encajes de bolillos, pero que dependía de si nuestro centro del campo funcionaba y era capaz de hacer lo que de ellos se espera. Y, fíjense qué cosas, que así fue y el Atleti pasó por encima a los del otro equipo, como unánimemente ha reconocido todo el mundo. Bueno, todo el mundo no, porque el partido estuvo igualado en opinión de Míchel Salgado y para Capello, ese humorista, quien dijo a la prensa que el empate era justo. Lo que no nos contó la prensa es si después de decir esa frase gritó “cugnaaattooo!!”, así, enseñando un diente.

Pues sí, el centro del campo funcionó y uno sonreía de gula y alegría mientras se tragaba sus palabras sobre la incapacidad de Galletti, sobre la falta de empaque de la pareja Luccin – Maniche y sobre la frialdad y falta de sangre de Jurado. Jugó bien Galletti, peligroso y combativo. Y Luccin y Maniche se hicieron rápido con los que tenían enfrente, un decepcionante Gago y un Gutiérrez en su línea, es decir, línea discontínua, por no hablar de Diarra, que entró en el segundo tiempo dando sopapos como un elefante en una cacharrería pero sí contuvo con más acierto el empuje de los nuestros.

Y salió Jurado con ganas de demostrar cosas, y la grada no tenía claro si era porque quería darle una alegría a la afición y asegurarse un puesto en la plantilla o para que los de su antigua empresa vieran que no es tan malo como lo pintan y así le recompren a final de año, que para eso tiene el cedente un derecho de tanteo y retracto que ríase usted de los caseros de pisos alquilados. Parece que la segunda opción puede ser válida vista la entrada que le hizo Guti, quien acaso vea a Jurado como un potencial rival tanto como centrocampista como en calidad de referencia y guía del estilismo capilar para la plantilla de Chamartín. Pero el caso es que Jurado jugó y jugó bien, aunque para limar sus méritos habrá quien diga que en su banda estaba Míchel Salgado “el locuaz”, que el sábado hizo toda una declaración de principios sobre el ocaso de su carrera. Salgado dejó claro que ya no está para estas cosas, y por su banda entraba la gente en tropel y con la alegría que da ver que te salen los regatitos con facilidad. Y junto con él otros cuantos jugadores blancos reclamaron a gritos una jubilación honrosa pero de ellos no hablaremos, porque de hablar largo y tendido de todo lo que le pasa al Madrid ya se ocupan otros medios.

En estas, Torres metió un golazo. Torres, al que la entendidísima y oficialista prensa madrileña y madridista comparaba en los albores de su carrera con Portillo, volvió a hacer un partido de los suyos y si no es por Helguera en alguna ocasión, por Casillas en varias y porque Cannavaro le frió a faltas, se harta de meter goles. No solo se encargó Torres de marcarle al Madrid (por fin) sino de dejar en evidencia una vez más al Balón de Oro y, ya de paso, a la FIFA, a la prensa especializada, a los entrenadores de medio mundo y al gremio de orfebres. Marcó Torres y el estadio estalló de alegría, un 95% por el Atleti y un 5% por el capitán, que celebró el gol de una forma que ya solita vale el precio anual del abono.

Jugaba bien el Atleti y metió un segundo gol. Y el árbitro, que para eso es árbitro, lo anuló y dejó las cosas como se esperan en estos partidos. Marcó Perea un gol legal que debió contar como gol y medio, porque también y de paso era penalti de Emerson y si esto le pasa al Sevilla se nos llena el blog de aficionados clamando al cielo. Pero para rizar el rizo el árbitro lo anuló cuando llevábamos un rato celebrándolo, alegres al 99% por el Atleti y al 1% por Perea, que se llevó el alegrón del año hasta que al árbitro le pudo el gen del hurto y esa manía que tienen los colegiados de pasar a la historia del club en el capítulo que preside Álvarez Margüenda. Anuló el gol el árbitro y se nos quedó cara de derbi antiguo, la cara que se le queda a la señora a quien le acaban de robar el bolso de un tirón.

Y ahí el Atleti cometió su error. El Atleti marcó un gol pero pensó que había marcado tres de una tacada, y se relajó un poco tras el tanto y medio anulado a Perea, pensando que ese equipo tan ramplón nunca sería capaz de marcar. Jugó el Atleti a placer pero sin el instinto matador que reclama la grada, que sabe que el Madrid tiene eso que algunos llaman “la suerte del campeón” y otros llamamos la tradicional e injusta potra blanca. Si el Atleti, que jugaba con su rival como juega el gato con un ratón medio cojo, mete otro gol otro gallo cantaría… pero ¿no lo metió acaso? ¿qué hubiera pasado si el Atleti se planta a mitad del primer tiempo con dos goles a cero? ¿qué diría el Aficionado Hipotético si se le plantea este dilema? Piensen y decidan, pero uno cree que mi bravuconada del minuto cinco se hubiera quedado corta. Sin embargo esa falta de instinto asesino, y no sólo el árbitro, piensa uno que fue el verdadero factor determinante del empate.

Pero el caso es que pasó lo que algunos nos temíamos, que no era sino que Higuaín, que hasta la fecha no había metido ni un gol, marcara ante un destello de blandura de Zé Castro. No podía ser otro, igual que no podía ser más que Cassano, medalla del mérito de la industria del bollo, quien diera el pase esta vez y quien antes marcara en el Bernabeu. Así son las cosas y el que se asombre es que lleva poco tiempo en esto. También Casillas, para variar, salvo media docena de buenas ocasiones. Asedió el Atleti en busca del tiempo perdido, lamentando no haber machacado cuando había ocasión para ello. Se vio el Madrid agobiado, más aún tras la expulsión de Cannavaro, empeñado en saltar con postura de estatua de la libertad cada vez que ve a Torres cerca. Pudo marcar Seitaridis, pudo marcar Agüero tras una jugada estupenda, pudo marcar el Atleti pero no marcó. No marcó, maldita sea.

Y final. Increíble pero cierto. Y, naturalmente, encima alguno aún habla. Habla Salgado y dice que el resultado es justo, también Capello y dice cosas y la concurrencia se mata de risa y se da palmadas en los muslos y llora y no puede aguantar la gracia que tiene el tío. Habla algún aficionado y dice entre sonrisas que si el Atleti no gana el sábado es que nunca ganará al Madrid, que ya era hora de que el árbitro les echara una mano (como si esto fuera natural), que hizo bien Mijatovic en reclamar respeto arbitral hace unos días. Ya saben, estas cositas que hacen que el Madrid sea un equipo tan querido. Tan querido como esos eczemas que molestan lo justo para amargarle a uno el domingo, que irritan sin que uno les de la importancia suficiente como para ir al médico y que algunos dermatólogos ya han bautizado científicamente como “sarpullido Roncero”.

Alguno comentaba que empatar de esta manera “es peor que perder”. Puede ser, porque la cara de tonto que se le queda en el momento al espectador es difícilmente descriptible. Pero pasado algo de tiempo uno, escéptico y pesimista como ya saben, tiene otra lectura. El equipo ha saldado los enfrentamientos seguidos con tres de los de arriba con dos derrotas y un empate en casa. Malo. Pudimos meternos cuartos pasando al Madrid y dándoles un baño también en el resultado pero no se hizo y ya se nos han ido vivos dos veces este año. Y esto es malo también. Pero el Atleti mostró una cara que sí puede valer, vio las indicaciones de un camino que le pueden llevar a un sitio más cómodo, más alto, más acorde con lo que de él se espera. A pesar la rabia que da empatar un partido así, uno vislumbra luces que pueden iluminar el futuro a corto plazo. Esperemos verlas más grandes, más brillantes tras el siguiente partido en Huelva, importantísimo. Y esperemos que los jugadores también las hayan visto, y que se lo crean, y que le pongan al asunto las ganas que requiere. Porque estos empates, en efecto, pueden ser casi peor que las derrotas. O al contrario.


jueves, 22 de febrero de 2007

Lecciones de identidad y orgullo antes de un derby

El sábado se juega ese partido que a algunos ya no nos gusta tanto y al que la prensa llama “derby”, o “derbi”, como la Campeona del Mundo. Y uno lleva unos días preguntándose qué haría en el caso de que fuera el responsable de hacer entender a la mayoría de jugadores de nuestro equipo lo que en realidad nos jugamos. Y cree que ha llegado a una conclusión.


Lo dicho. Llevaba el que suscribe unos días pensando, y eso, por infrecuente, ya es motivo suficiente para escribir un artículo. Y pensaba en lo que empezamos a pensar todos estos días: que el sábado hay fútbol, que viene a casa el otro equipo grande de Madrid, que está en juego entrar en Champions, sí, pero que está en juego mucho más. Y pensaba uno aún más cosas, y esto sí que es un acontecimiento; pensaba si los jugadores actuales, si los atléticos de nuevo cuño que piensan que los partidos de máxima rivalidad son contra equipos como Osasuna o Sevilla, si los que identifican al Atleti con la era Gil entienden de verdad lo que es un partido así y si las ediciones de este partido de los últimos años están a la altura de lo que realmente debía ser.

Y pensaba aún más, ya asombrado de mi mismo y al borde del agotamiento, qué haría yo si tuviera que convencer a la plantilla de que este no es el partido que creen, por más que hayan oído hablar de él. Porque uno sospecha que la plantilla se toma en serio el partido, sí, pero que creen que es especialmente importante porque si ganamos nos ponemos cuartos (¡cuartos! ¡como si éste fuera un puesto honorable!), porque nos colocamos para meternos de nuevo en Europa (¡como si esto no fuera una obligación para este equipo!) y, así de soslayo, porque la afición se llevaría una alegría. Intuye uno que la plantilla cree que cuando el Aleti juega de igual a igual lo hace para ponerse cuarto o quinto, que los partidos claves son otros, aquellos contra esos equipos que antes nos admiraban y ahora nos tutean y hasta nos ningunean. Piensa la plantilla que el partido del sábado es importante porque viene un equipo grande al que siempre gusta ganar y además este año, en caso de ganar, les adelantamos.

Y si así piensa la plantilla es que la plantilla no ha entendido nada. No ha entendido que no es que venga un equipo grande, sino que viene un equipo grande a casa de uno aún más grande. Ni que lo nuestro no es un tema de jugarnos tres puntos, sino que es algo personal, como lo de los duelistas de Conrad pero a escala superlativa, con más duelistas y desde hace más generaciones y con la diferencia de que durante los duelos previos los de un bando han cumplido las normas menos que los de otro. Duelos de barra de bar, de máquina de café en la oficina, de partido de barrio, sí, pero duelos al fin y al cabo. Y de los serios.

Y le daba uno vueltas a cómo hacer para que la plantilla lo entienda. Y pensaba uno en regalarles un ejemplar de “Los Duelistas” a cada jugador pero pensó que casi no, dado el perfil poco lector de la mayoría de futbolistas actuales. Y pensó entonces en regalarles un vídeo-juego de tintes épicos, que eso les iba a sonar más. O una película de héroes que defienden a sus pueblos de antipáticos invasores, o de bravos defensores de una plaza asediada, o de orgullosos indios que prefieren defender sus principios hasta las últimas consecuencias en vez de venderse por el tipi adosado que le ofrece el hombre blanco. Pensó también en hacerles llegar la colección del Príncipe Valiente para que se inspiraran en él, y en Tristán y en Sir Gawain y en el Centurión que vivía solo desde hace años sin abandonar su misión de defender el muro de Adriano, y hasta pensó en mandarles un dvd con alguna edición de la Calcuta Cup.

Y en estas tan épicas estaba uno cuando acudió a un coloquio organizado por una asociación de aficionados del Atleti al que amablemente invitaron al que suscribe, que allí se plantó a ver qué le contaban. Y el coloquio, en principio sobre los estadios del equipo y su transición de uno a otro (un prudente ejercicio de remojo de barbas, por cierto) resultó ser una amenísima charla de un atlético de pro, Don Ildefonso Ladrón de Guevara, historiador del club y personaje próximo, por familia y algo más, a la directiva de Javier Barroso. Y nos habló Don Ildefonso del Atleti de antes, de partidos ganados con tres expulsados, de encerronas salvadas a base de talento y garra, de árbitros parcialísimos, de remontadas a base de fe, músculo y orgullo. Nos habló de jugadores nobles, duros y comprometidos, de otros llamados a la gloria pero que prefirieron la farándula, de goles importantísimos celebrados con apretones de manos y dos palmadas en el hombro en vez de las actuales manifestaciones carnavalescas. Y de cómo perdió el Atleti la Copa de Europa por empeñarse en jugar al ataque al Bayern incluso al ir ganando, y si Aguirre escucha esto le da un patatús y no se recupera ni con tequila reposado en vena. Nos contó como dejó de ser socio del club de sus amores el día que escuchó a Jesús Gil insultar al presidente de otro club en la radio, en público, delante de todo el mundo, en contra del estilo que había marcado un club durante casi 100 años. Nos habló de un público exigente y vehemente, intransigente en casos de mal juego o falta de casta, y de públicos rivales que entraban al campo pálidos cuando tocaba como rival el Atleti. Y de cómo se fue del campo en un partido en Segunda cuando vio, él, que había recorrido media Europa viendo como las gradas rivales recibían al Atleti con un silencio de miedo y respeto, que el público del Manzanares hacía la ola tras meterle un gol al Badajoz.

Y todo esto lo contaba D. Ildefonso con un estilo elegante en sintonía perfecta con un porte aristocrático e impoluta vestimenta, muy lejos de las camisas saharianas y las cadenas de oro de los últimos tiempos. Y con una jovialidad, chispa y educación que ya no se llevan, alejadas también de los puñetazos, los insultos y los neologismos estentóreos. Y al irse nos dio la mano a cada uno de los asistentes y cuando le dábamos las gracias nos decía que de eso nada, que gracias a nosotros por escucharle. Encima.

Así que al salir del coloquio los asistentes hicimos lo que de nosotros se esperaba: irnos al bar. Y allí hablamos de lo que habíamos oído, y de la envidia sana que nos daba, y de la lástima que nos inspiran los atléticos más jóvenes que creen que empatar en casa con el Rácing, con todos los respetos, es normal, porque al menos alguno de nosotros sí vio a Gárate, a Leivinha, a Pereira, a Ayala, a Alemao y a Dirceu, aunque fuera de niños.

Y desde entonces piensa uno que andaba algo perdido. Que mientras yo creía que lo que hacía falta para que plantilla y afición se dieran cuenta de lo que en realidad somos era un romance épico sobre nobles bárbaros defendiendo a hacha y espada la cosecha y la familia, resulta que es mejor que venga un tipo educadísimo y cuente lo que vivió, lo que era normal hace años. Y se pregunta uno también si no debería la plantilla venir a estas cosas y entender en qué Club juegan, a qué gente y qué valores representan. Y cuanto más lo piensa más cree que es mejor lo segundo que lo primero, y también que algunos jugadores deberían escuchar estas cosas una vez por semana, e incluso que a otros como Torres, y quizás Gabi y Antonio López y si me apuran casi hasta Agüero, se les podría dar la tarde libre mientras el resto, con Pablo, Seitaridis, Luccin y Galletti en primera fila, se aprenden de memoria el palmarés del Club. Lo que no sé es si habrá tiempo antes del sábado.


martes, 20 de febrero de 2007

El Aficionado Hipotético

Fue el Atleti a Sevilla a demostrar que estaba en la lucha por los primeros puestos y volvió con un ojo morado y un montón (aún mayor) de dudas. Planteó Aguirre un partido para demostrar que moviendo fichas de ajedrez puede aspirar a medirse al ordenador Deep Blue y volvió con la idea clara de que si acaso debería medirse a un ábaco. Llegó la afición al final del fin de semana con la esperanza de llevarse una alegría y se metió en la cama sin hablar con la parienta y refunfuñando en arameo. Como cuando el Atleti fue a Valencia, por cierto.


El Sevilla es, hoy por hoy, un buen equipo inmerso en un ciclo que recordarán sus aficionados como un momento impagable de su historia. El Sevilla, que compartió temporada en Segunda División con el Atleti hace unos años (momento en las injustas y desafortunadísimas declaraciones de Caparrós sobre el ascenso ex lege del Atlético) ve como pasados estos años mira al Atleti a distancia en lo que a juego y logros se refiere. El Sevilla ha construido en ese tiempo un buen bloque que mantiene a pesar de haber vendido a sus elementos más preciados (Ramos, Baptista, Reyes) y uno intuye que el mérito es de su dirección deportiva, concentrada en fichar lo que el equipo requiere en vez de en calcular cuánto dejaría de comisión este o aquél desconocido. El Sevilla es en esto un ejemplo para muchos equipos, incluido el nuestro, si señor.

Pero el Sevilla, fiel a la dualidad que rige todo lo que pasa en su ciudad, tiene un lado oscuro que no es ejemplo para nadie, sino más bien lo contrario. Vive el Sevilla su momento de esplendor con un desprecio por las buenas formas que debería evitar. Desde que abrazó el bilardismo y su versión 2.0, el alfaro-caparrosismo, vive el Sevilla en una dinámica de malos modos que ha desembocado en el actual delnidismo gracias a un presidente que recuerda a los peores momentos de ese otro que tuvimos nosotros y que en este agujero nos metió a golpe de camisa sahariana y pelotazos urbanísticos. Si directivos, jugadores y afición sevillista (quizás no todos, sí, esto está claro) adoptasen las formas de sus responsables técnicos (uno, por cierto, insigne colaborador de esta casa) otro gallo cantaría. Porque esos jugadores gesticulantes, esos recogepelotas adiestrados en la ocultación de balones, esos delegados de campo que devuelven balones pinchados, esos aficionados exaltados hasta la exterminación de todo resquicio de fair play dejan en muy mal lugar a ese pueblo acomodado al Sur de la Gran Bretaña al que cantaba un sevillista insigne como fue Silvio Fernández Melgarejo, el gran Silvio, el inigualable Silvio.

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Salió el Atleti con una alineación rara y el aficionado se puso a hacer cuentas: si salimos con tres medios centros, Mista y dos delanteros… ¿quién se hará cargo de las bandas? Algunos iban más lejos y se preguntaban que si la banda derecha del Sevilla, con Alves y Navas, parece lo más peligroso … ¿por qué está sólo ahí Pernía, que además de ser insuficiente está en un momento de forma fatal? Y cuando estaba en esto el aficionado, en menos de un cuarto de hora, llegó Alves y pasó a Kanouté y metió un gol y se nos quedó a todos cara de decir “ah, claro”. Y cuando se nos quitó esa cara llegó Alves y metió otro gol, y la cara ya se nos quedó así toda la noche. Porque el Sevilla, sin hacer demasiado, ganó con autoridad al Atleti ya desde el minuto 14, y a pesar de estar con uno menos desde el minuto 40. Y es que si el partido dura dos días más nos ganan igual.

Y entre todos los jugadores, tres. Dos de ellos y uno nuestro. El nuestro, Agüero, que parece, como ya hemos comentado, que se encuentra más cómodo en estos partidos trabados con defensas agresivas. Hizo regates, mantuvo el balón y porfió con la defensa, provocando dos penaltis de los que sólo se tiró uno. A su lado Torres, algo desdibujado y con una preocupante cara de desesperación la mayoría del tiempo. Del resto del Atleti poco hay que decir, porque decir que Seitaridis defiende mal, o que el centro del campo es blando como una funda nórdica, o que por qué no se ocupa alguien de ensayar la defensa a balón parado o que al salir Galletti al campo deberían poner dos rombos en la esquina de la pantalla equivale a decir lo que venimos diciendo una y otra vez y no es plan de ser reiterativos, que demasiado largas nos salen las crónicas ya.

Y por parte del Sevilla, dos jugadores por encima de los demás. El primero Kanouté, con dos golitos (aunque el segundo es mérito de la defensa estilo ninot-indultat que tanto gusta a Aguirre en los corners), muy peligroso, acertado y trabajador. Y el segundo, claro está, Alves. Alves simboliza el Sevilla actual en lo bueno y en lo malo. En lo bueno porque rara vez juega mal y muchas veces lo hace muy bien, tanto por raza como por calidad. Ayer pudo él solito con su banda, en la que él pone levadura, harina y huevos y Navas pone las guindas. Defiende, ataca, regatea y ayer hasta metió un golazo, aunque éste no sea su fuerte esta temporada. Se basta él sólo para sembrar el pánico en ataque y amarrar al rival en defensa, y todo ello con una regularidad envidiable.

Pero, como el Sevilla, también Alves tiene un lado oscuro que le lleva a hacer entradas feas, a encararse con rivales cuando menos a cuento viene, a aprovechar que el árbitro no mira para soltar un sopapo a uno que pasa por ahí, a jugar al borde de la trampa. “Picardías de futbolista, muchos lo hacen, no es para tanto”, dirá alguien. Y esto se podría hasta admitir (a regañadientes) si no fuera por que cuando es él el que recibe una falta o un sopapo no reacciona con la gallardía del que admite que si él hace una cosa debe estar dispuesto a sufrir la misma en sus propias carnes. Recibe una falta Alves y salta como si pasara por un plinto, da muestras de dolor insoportable, pide justicia al árbitro y que venga el Doctor House. Cuando ve que ha provocado una amarilla el dolor desaparece milagrosamente y a otra cosa mariposa. Bueno, no, más bien hasta la próxima falta en la que describe un doble mortal con tirabuzón antes de caer de bruces, pone cara de gárgola gótica y hasta pide que venga un cura. Y la llama de la tragedia prende en el público que también demanda una tarjeta roja con gritos desgarradores y manos a la cabeza, y pide también que se ajusticie al culpable en plena plaza del Salvador y algunos se rompen la camisa y se ofrecen para llevar a Alves al hospital, o para donar su sangre o hasta un riñón si hace falta. Y el árbitro saca amarilla y, oh milagro, Alves recupera la salud por intervención divina y el público se santigua y alguno hasta cree ver una luz cegadora que sale del túnel de vestuarios.

Pero volviendo a la realidad de nuestro equipo, partidos como el de ayer, o el del Valencia, contribuyen a que se manifieste el Aficionado Hipotético. Éste es aquel (como Raphael) que no ve más que lo que pudo ser, pero rara vez lo que es, viviendo en un mundo potencial de cosas que podrían haber sido y, que de haber en efecto sido, habrían cambiado el curso de los partidos. El Aficionado Hipotético no se resigna a la derrota como si tal cosa, y todo lo explica en la fatalidad, formulando preguntas retóricas en cadena. “¿Y si Agüero mete la que tuvo? ¿Y si el árbitro pita el penalti de David cuando íbamos 2-0? ¿Y si a Alves no le sale ese tirazo?” El Aficionado Hipotético se crece en su análisis del futuro y va más allá, elevando su hipótesis a lo imposible: “¿Y si Pernía las metiera como lo hacía el año pasado? ¿Y si Maniche volviera a ser el que parecía que iba a ser? ¿Y si a Jurado le salieran los regates y tuviera fuerza y prestancia? ¿Y si Mista volviera a meter veinte goles por temporada?” Analiza y analiza el Aficionado Hipotético lo que debería haber sido, lo que no fue, lo que injustamente fue y lo que no debería haber sido. Perdido en este marasmo de conjugaciones verbales el Aficionado Hipotético no ve la realidad, sino que ve una mano invisible, como la de Adam Smith, que conspira para que el Atleti no esté donde debería estar.

Y ante éste cándido, surge otro tipo de aficionado escéptico al que no llamaremos Aficionado Realista porque siendo del Atleti sonaría fatal. Éste, más prosaico, menos dado a culpar a las conjunciones planetarias de lo que le pasa al equipo, aprovecha el tirón y adopta el mismo estilo inquisidor contestando con una batería de interrogaciones retóricas al Aficionado Hipotético, que a estas alturas ya está culpando de la derrota al inepto Villeneuve. Y pregunta, así como no quiere la cosa, “¿Y si el Atleti tuviera una plantilla bien hecha y compensada? ¿Y si el entrenador ensayase las jugadas a balón parado? ¿Y si nuestra secretaría técnica se dedicara a ver vídeos? ¿Y si tuviéramos un centro del campo de calidad y fuerza? ¿Y si tuviéramos jugadores que sintieran algo por este Club y esta afición? ¿Y si alguien les enseñara lo que esta camiseta significa para tantos y tantos aficionados?”

Y al igual que le pasa al Aficionado Hipotético, el más escéptico se crece y hace preguntas más hondas, más pertinentes e infinitamente más incómodas de responder: “¿Y si se planearan las cosas a varios años? ¿Y si el objetivo cada año fuera mejorar en lo deportivo, como parece que la lógica indica? ¿Y si se siguieran criterios deportivos para planificar la confección de la plantilla, como parece que ha hecho el Sevilla? ¿Y si el Club se gestionara como un Club de fútbol en vez de cómo una máquina para generar ingresos a corto plazo?”… y deja ya para el final la pregunta más difícil, la más incómoda, la más certera: “¿Y si tuviéramos una directiva a la que lo que de verdad le importase fuera el Club y no lo que éste puede aportar a sus cuentas bancarias?”


lunes, 12 de febrero de 2007

El Atleti de atrás hacia adelante (como se mira a los toros)

Mira el aficionado de atrás adelante al equipo para medir su trapío y, a medida que avanza por la anatomía del colectivo va perdiendo fuelle, porque de cuartos traseros flojea cada vez más y de espalda y morrillo va más que justito. Menos mal que va bien armado de pitones y, por mucho que flojee, tiene capacidad para lanzar un derrote y dejar al rival en cueros.


Cuando las cosas se ponen de cara, cuando pierden los de atrás y los de delante flojean y al Calderón llega un equipo en horas bajas, el seguidor atlético no sonríe necesariamente. Acude al campo pero espera un partido cómodo, ni ver un ejercicio de autoridad, ni una superioridad aplastante. La experiencia nos dice que la piel del oso no se vende antes de tiempo, y por se sienta en su sitio con la ceja levantada y preparado para el batacazo. Así ha sido muchas veces, y así fue ayer.

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Salía el Atleti con todo a favor, con las derrotas de Valencia, Recre y Zaragoza, con las muestras de flaqueza del Sevilla y la posibilidad de hacer del peor Athletic de los últimos años un juguete con el que pasar el rato y entretener a la afición. Pero, claro, hay otros datos que no invitaban al optimismo: la tendencia del equipo a complicarse la vida, el gusto por perder oportunidades, la endeblez en casa y, sobre todo, el mal juego que viene desplegando últimamente. El Atleti está quinto, sí, empatado con el cuarto y a dos puntos del tercero. Y a cuatro del segundo. Y ahora le toca ir a ver al segundo y luego recibir al tercero (vean qué alarde numérico). Para un equipo con fe en sí mismo y ambición la situación sería estupenda para dar un golpe en la mesa. Pero… ¿Lo será para nosotros? ¿Es el Atleti actual un equipo que sepa competir, que sepa mantener la presión en los momentos clave?

Así que empezó el partido y todos entendimos por qué no hay que ser optimista en exceso. Porque cuando en un equipo de quien se espera una solidez defensiva estadística sale con tanta blandura atrás, malo. Empezó mal Pablo y medio mal ese atleta llamado Perea, tapando sus carencias con velocidad y fuerza al cruce. Empezó mal Seitaridis pero acabó mejor, dejando claro al personal que él es defensa pero defender no le gusta, que lo suyo es irse hacia adelante. Y empezó y terminó fatal Pernía, nervioso, descentrado y mostrando una falta de confianza muy preocupante. Mal empezó el Atleti y si el Athletic está más metido en su papel y aprovecha los regalitos locales, quizás estaríamos hablando de otra cosa.

Y si mal empezamos por atrás, hacia el medio la cosa se complica. Luccin y Maniche siguen siendo fijos pero debe ser poque no hay más cera que la que arde. El primero aporta algo de criterio, pero pierde balones claros y desespera con su multitud de toques de control. El segundo sigue corriendo y enseñándose pero con menos criterio del que apuntaba. Tiene uno la impresión de que si Maniche corre tres kilómetros menos el equipo ni lo nota. Pero Maniche es así y corre que te corre como si jugara al corre que te pillo y no sólo en el campo, y si no que se lo digan a los radares móviles. Si a estos dos añadimos a Mista, que también corre y se entrega pero no marca la diferencia ni se encuentra a sí mismo en muchas fases, la cosa se complica. Y si la guinda en la tierra media la pone Jurado, malo malo. Jurado parece que sabe tratar el balón, pero le tiene tanto respeto y cariño que no le mete la puntera ni para evitar que se lo lleve un rival. Es Jurado una promesa de calidad aparente y una afirmación constante de endeblez: pierde muchísimos balones, no recupera como debiera y transmite a la grada una irritación constante, por más que algún detallito deje.

Y así el centro del campo se planta frente a otro centro del campo con pocas luces y muchas urgencias como el que vino ayer y el resultado es un despropósito. Pocas ideas, poca fuerza, poco fútbol en los medios (tanto en sentido futbolístico como taurino). A ratos son tantos y tan concatenados los errores que el balón va de un equipo a otro sin criterio ni templanza y uno tiene la impresión de que el balón se ha metido en la parte alta del ahora llamado pin-ball y toda la vida llamado “Petaco” en el barrio del que suscribe, allí donde la bola de acero rebotaba y rebotaba entre unos pilares cilíndricos rodeados de goma en los que ponía “tilt”. El primer tiempo fue una partida de Petaco entre dos jugadores novatos, y ni hubo bola extra, ni premio, ni ná.

Pero hete aquí que el toro atlético tiene otra parte que sí que nos gusta más, y es la que salió a relucir el primer cuarto de hora del segundo tiempo. Cerca del área rival el bicho tiene cara, tiene pitones, tiene arrestos y a ratos da pavor. Torres y Agüero viven por su cuenta y son conscientes de que de ellos depende que al toro no le tomen el pelo. Y es curioso cómo actúan, complementarios y diferentes.

Torres, de quien hablamos siempre, parece en un momento físico espectacular. Un par de veces en el primer tiempo se llevó de calle a unos cuantos y puso dos pases desde la derecha, uno a la cabeza del Kun (que hay que ver cómo salta) y otro a la cabeza de un señor del fondo Sur (que hay que ver qué susto se llevó). Y al principio del segundo tiempo dejó claro que ahí estaba él. Se enseña, se atreve, salta a todos los balones, corrige sus propios errores gracias a su físico y resuelve multitud de problemas. Se cruza, la pide, tira desmarques y ayuda a todo el que lo necesita. Se muestra también a la defensa rival y parece decirles que aquí está él, que no se va a esconder y que si tienen algo que contarle que se lo vayan diciendo por turnos o todos juntos, como gusten.

Agüero es algo diferente. Durante algunas fases del partido corretea ausente y parece que está pensando en dónde dejó las llaves. Se le ve trotando entre los rivales y uno se pregunta si está atento, si sabrá qué hacer cuando le venga el balón. Pero cuando menos se lo espera uno aparece fugaz en diagonal, o en horizontal o todo a la vez, y los defensas se preguntan de dónde salió este tipo. Entonces recoge un balón, y encara, y se regatea a uno y a otro y se va por fuerza y por potencia. O guarda el balón protegiéndolo con el cuerpo del asedio de un central que le saca dos cuartas. Pero Agüero la protege tan campante apoyado sobre sus dos piernas dóricas (¿o son jónicas?), y el central se desespera y le achucha y le empuja y surgen los roces y se citan para la siguiente. Y el central cree que ese chico bajito se arrugará cuando le vuelva a ver venir pero qué va, el Kun espera sonriente y cuando se acerca el central le dice algo. Y no sabemos qué es pero por cómo siguen las cosas da la sensación que debe decirles “en mi barrio desayunábamos tres como tú cada mañana. Bueno, mi hermana pequeña sólo dos”.

Así que tras quince minutos de derrotes marcó el Kun. Y marcó un golazo tras una buena internada de Seitaridis. Y si está más vivo le hubiera dado otro gol a Torres y si los del Atleti se convencieran de que en el segundo anfiteatro no hay portería hubieran marcado otros dos. Los de delante se las habían ingeniado para solucionar ellos solitos un partido trabado, y mire usted qué bien. Pero, como suele pasarle al Atleti, le entró la pájara post-gol, algo así como la tristeza post-coitum pero en futbolero.

Marca el Atleti y se pone tristón, se hace pequeño, la voz se le apitufa y ya no da miedo a nadie. Se echa atrás y el técnico hace cambios que le hacen irse aún más atrás. Sale Costinha y hace lo que sabe hacer, aunque lo hace al trote cochinero. Sale Galletti y hace lo que puede, víctima como es de un momento bajísimo. Corre, la pide e intenta ayudar, pero ni lo consigue y a veces todo lo contrario. Controla el balón y se cae, tira a puerta y tumba a Indy, frena y se lleva un fotógrafo puesto… sale Galletti, en fin, y empieza a haber un rumor medio de desesperación medio burlón que recuerda al efecto Richard Núñez y sus celebradas salidas al campo. Y en ese rato, y menos mal, el Athletic demuestra que está descentrado, en muy mal momento y bastante desesperado. Ni intentó irse a por un Atleti flojo y achicado, a pesar de que Urzáiz pidiera el balón una y otra vez. Si piensan y templan los de Bilbao nos hacen un roto. Pero no. Tres puntos, quintos empatados con el cuarto, quién lo iba a decir.

El Atleti fue ayer un torito flojo y chico con una cabeza de esas que dan pavor, un novillo cornalón que mira a la Champions. Un toro de esos que provocan la ovación cuando sale del chiquero pero que cuando se pone de lado levanta un rumor de decepción. Un toro que impresiona a algunos, pero del que otros desconfían. En las dos próximas jornadas veremos si es un toro ligero pero móvil, agil y fibroso de esos que derriban tres o cuatro caballos o si en realidad se trata de un fox terrier con dos cuernazos atados a la frente. Esperemos que sea lo primero.



domingo, 4 de febrero de 2007

Fútbol estadístico, fútbol insuficiente

Llegó el Atleti a Valencia y algunos pensaban que ahí se decidirían cosas, porque llegaban dos equipos comparables. Y volvió el Atleti de Valencia con una idea clara: si quiere codearse con el Valencia le queda aún mucho tiempo y muchos cereales que desayunar. Y es que, a pesar de que el Atleti no hizo el partido desastroso que se pudiera imaginar, el Valencia se deshizo de él sin excesivo esfuerzo ni talento. Es lo que tiene ser un equipo más entero, más formado y con más ambición.


La estadística es una ciencia muy útil, bastante de moda en nuestros días. Los periódicos, los políticos, los tertulianos de radio y de bar, los cuñados enteradillos y los aficionados al camping manejan estadísticas como quien maneja una navaja mil usos: lo mismo se usan para defender algo que para atacar lo idéntico. Las estadísticas en muchos casos se anteponen a los argumentos y así nos va. Lo que los partidarios de las estadísticas no tienen en cuenta es que únicamente son un medio para entender lo que pasa, pero no un instrumento para adivinar el futuro. Ah, y que un dato cualquiera, por el hecho de ser estadístico, no se convierte en interesante o pertinente.

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Se fue el Atleti a Valencia y, según comentaba la prensa, parecía que se temía su llegada como temen la del granizo en las comarcas fruteras. “Que viene el Atleti, el que gana fuera casi siempre”, decían, y uno se imaginaba a los aficionados del Valencia inquietos, dando vueltas en la cama, silenciosos de camino al estadio, ausentes. La prensa pintaba el partido como si a Valencia fuera Robert Mitchum con cara de pocos amigos a ajustar cuentas. Pero los que conocemos al Atleti de este año nos extrañábamos de que se le diera este tratamiento a la visita, que nosotros veíamos más bien como cuando iba Antonio Ozores a una casa a ver si vendía una enciclopedia: vamos, que podía salir bien pero lo normal es que no fuera así.

¿Y qué propiciaba esta óptica tan curiosa? Pues la estadística. La estadística decía que el Atleti podía y casi debía puntuar, y como los números son tozudos muchos pensaron que a lo mejor podía ser así. Algunos, los que vemos cada semana al equipo y achacamos su posición en la tabla al mal hacer de otros más que a los propios méritos, no lo teníamos muy claro. Pero otros, más inocentes, pensaron que los números mandan y que el Atleti iba a ganar y se paseaban el sábado por la mañana con cara de Mitchum con su señora del brazo. Algunos otros, o al menos uno, tanto creen en la estadística que se pusieron a recabar datos y a hacer matrices y programas informáticos que cruzaran todas las posibles variables y sacaran todas las conclusiones imaginables durante este partido tan estadístico que se presentaba; hablamos, naturalmente, del responsable de numerología y sumas de La Sexta.

Empezó el partido y se vio lo que iba a pasar. El Valencia, que no es tonto, sabe que el Atleti sufre cuando le toca llevar el peso del juego, porque aunque no lo hace mal a veces, en general le falta la pegada de tipo duro de Mitchum. Le dejó unos metritos y se desplegó en su ya tradicional estructura de líneas paralelas, horizontales y verticales. El Valencia, desde hace unos años, juega en líneas y desde un satélite no se sabe si es un equipo de fútbol o un calendario. Y el resultado es que no es fácil abrir el entramado con el que salen. Ayer, además, se quedó algo atrás y dejó al Atleti que manejara el centro del campo con la idea de que sus rudos medios centros, Albelda y Marchena, se comieran con patatas a sus tímidos homólogos rojiblancos. Así que salió el Atleti como sale en casa, posiblemente desorientado por llevar una camiseta de rayas en vez de esos modelitos grotescos que luce lejos de Madrid. A todo esto, el de la Sexta nos atiborraba a estadísticas: que si el Valencia es el sexto equipo de la liga que más pases hace desde la izquierda, que si el Atleti marca poco entre los minutos 10 y 12, que si Leo Franco se ha hecho un peinado para el que se necesita una densidad capilar de mil pelos por centímetro. Todo muy útil.

Y aún con estas salió el Atleti dispuesto a dar guerra. Y jugó más o menos bien el primer rato, y pudo marcar de cabeza pero Albelda no quiso que el guión se torciera. Y en el centro del campo había más igualdad de la esperada. Y todo iba así hasta que hubo un corner, ese lance que tan mal defiende el Atleti. Y el Valencia, que tiene unos cuantos tipos que pueden marcar de cabeza, aprovechó que todos los de rojo y blanco preferían ver pasar el balón, quietecitos, para ver quién remataba finalmente. Una gran idea: Ayala lo agradeció entrando sin oposición, saltando sin problemas y metiendo el balón entre un respetuoso silencio estático de la defensa (incluida genuflexión de Jurado, muy educado y bien peinado siempre).

Así que el Atleti, tras tener la iniciativa, se veía ahora por detrás. Había salido como un boxeador dispuesto a plantar cara y dar guerra, envalentonado porque el rival no parecía demasiado agresivo. Pero no reparó en que sobre la lona había un rastrillo, que pisó con fuerza, haciéndose polvo la nariz con el golpe del palo. Ahora el Valencia se veía con superioridad y sin haber sudado. Mire usted qué bien. Y el de la Sexta, encantado: que si Ayala remata mucho de cabeza (¡qué cosas!), que si Villa avanza más al galope que al trote, que si en Mestalla cabe más gente que en un cine de tamaño medio.

Tardó el Atleti en reaccionar, medio groggy por el golpe y medio abochornado por la forma en que se produjo. Pero porfió e intentó irse para adelante. Eso sí, no lo hizo bien: se empeñaba en entrar por el centro, lugar en el que habitan Albelda, Marchena, Ayala y Albiol. Vamos, algo así como colarse en la convención nacional de porteros de discoteca. Y aún así pudo marcar Mista pero saltó con maneras de grulla y desperdició una ocasión clarísima. También saltaron al alimón Cañizares y Albiol y al caer uno no sabía si la cara de despiste del portero era la suya natural o es que estaba sonado.

Segundo tiempo. Y el Atleti que sale con ganas, y Torres que se regatea a unos cuantos y cuelga un balón estupendo. Y la cosa se anima y el centro del campo se envalentona. Pero esto dura cinco minutos, lo que tardó el Atleti en perder un balón claro en el centro del campo cuando están todos al ataque (en efecto, eso que todos los entrenadores desde infantiles dicen que es precisamente lo que no hay que hacer). Contraataque sencillo, remate y dos cero. Se acabó el partido. El de la Sexta se queda sin argumentos y ofrece datos menos pertinentes: que si Antonio López ha rozado el coche en el garaje ya tres veces este año, que si Ayala está siempre con cara de enfadado porque duerme menos de 6 horas 45 minutos al día, que las mechas de Albelda distan entre ellas menos esta última vez que cuando se las puso hace dos años.

Pero no se acaba el Partido, que Mista marca. Y un golazo, oiga, a ver si se prodiga más. Y el Atleti se estira y el Valencia duda porque con un golito más nos metemos en el partido. Pero Torres y Agüero no están presentes, y al centro del campo le dan miedo los del Valencia. Y pasa lo que tenía que pasar y que ya había pasado antes: que en el centro del campo se pierde otro balón fácil, y que se vuelve a hacer un contraataque por el lado de Seitaridis (poco esforzado en defensa si no es para que le saquen amarillas), y que un pase que no parecía demasiado complicado resulta ser un balón facilísimo para Morientes, a quien Antonio López miraba atónito. Cuatro tiros a puerta, tres goles y Leo Franco pensando que en mala hora se le ocurrió peinarse así.

Y ahí sí, ahí Aguirre tira la toalla. Se va Agüero, que es quien puede romper una defensa como la del Valencia. Y entra Galletti y al que suscribe, animado por el de la Sexta, le da por contar los pases que da y cuántos de éstos son buenos y saca la conclusión de que este chico tiene estrabismo. Y entran Costinha y Gabi al final, con lo que el centro del campo cambia totalmente pero sigue dando la impresión de que no consigue jugar a nada. Y el Valencia, tan campante, aprovecha cualquier lance para perder unos minutitos y primero parece que Albiol se ha quedado cojo y luego que Joaquín tiene que irse a un asilo pero no es así.

Y final. Tres a uno y eso que el Valencia se ha limitado a hacer su trabajo. El Atleti, por el contrario, cree que pudo haber sido pero al final no fue. Y queda aturdido, y esperemos que no por mucho tiempo porque en las próximas semanas sí que nos jugamos el seguir por arriba o el volver a mirar a los de Champions desde lejos. Menos mal que vendrá el de la Sexta a decirnos cuántos primos tiene Zé Castro en relación a la media nacional portuguesa, o qué proporción de jugadores de la primera plantilla tienen una idea clara sobre la opa de Endesa, o cuantos defensas están a favor de hacer peatonal el centro de Madrid. Lo que no creo que nos diga es cuándo tendremos por fin un equipo competente capaz de pensar que ganar la liga no es cosa de otros. Eso no.