Fue el Atleti a Sevilla a demostrar que estaba en la lucha por los primeros puestos y volvió con un ojo morado y un montón (aún mayor) de dudas. Planteó Aguirre un partido para demostrar que moviendo fichas de ajedrez puede aspirar a medirse al ordenador Deep Blue y volvió con la idea clara de que si acaso debería medirse a un ábaco. Llegó la afición al final del fin de semana con la esperanza de llevarse una alegría y se metió en la cama sin hablar con la parienta y refunfuñando en arameo. Como cuando el Atleti fue a Valencia, por cierto.
El Sevilla es, hoy por hoy, un buen equipo inmerso en un ciclo que recordarán sus aficionados como un momento impagable de su historia. El Sevilla, que compartió temporada en Segunda División con el Atleti hace unos años (momento en las injustas y desafortunadísimas declaraciones de Caparrós sobre el ascenso ex lege del Atlético) ve como pasados estos años mira al Atleti a distancia en lo que a juego y logros se refiere. El Sevilla ha construido en ese tiempo un buen bloque que mantiene a pesar de haber vendido a sus elementos más preciados (Ramos, Baptista, Reyes) y uno intuye que el mérito es de su dirección deportiva, concentrada en fichar lo que el equipo requiere en vez de en calcular cuánto dejaría de comisión este o aquél desconocido. El Sevilla es en esto un ejemplo para muchos equipos, incluido el nuestro, si señor.
Pero el Sevilla, fiel a la dualidad que rige todo lo que pasa en su ciudad, tiene un lado oscuro que no es ejemplo para nadie, sino más bien lo contrario. Vive el Sevilla su momento de esplendor con un desprecio por las buenas formas que debería evitar. Desde que abrazó el bilardismo y su versión 2.0, el alfaro-caparrosismo, vive el Sevilla en una dinámica de malos modos que ha desembocado en el actual delnidismo gracias a un presidente que recuerda a los peores momentos de ese otro que tuvimos nosotros y que en este agujero nos metió a golpe de camisa sahariana y pelotazos urbanísticos. Si directivos, jugadores y afición sevillista (quizás no todos, sí, esto está claro) adoptasen las formas de sus responsables técnicos (uno, por cierto, insigne colaborador de esta casa) otro gallo cantaría. Porque esos jugadores gesticulantes, esos recogepelotas adiestrados en la ocultación de balones, esos delegados de campo que devuelven balones pinchados, esos aficionados exaltados hasta la exterminación de todo resquicio de fair play dejan en muy mal lugar a ese pueblo acomodado al Sur de la Gran Bretaña al que cantaba un sevillista insigne como fue Silvio Fernández Melgarejo, el gran Silvio, el inigualable Silvio.
___
Salió el Atleti con una alineación rara y el aficionado se puso a hacer cuentas: si salimos con tres medios centros, Mista y dos delanteros… ¿quién se hará cargo de las bandas? Algunos iban más lejos y se preguntaban que si la banda derecha del Sevilla, con Alves y Navas, parece lo más peligroso … ¿por qué está sólo ahí Pernía, que además de ser insuficiente está en un momento de forma fatal? Y cuando estaba en esto el aficionado, en menos de un cuarto de hora, llegó Alves y pasó a Kanouté y metió un gol y se nos quedó a todos cara de decir “ah, claro”. Y cuando se nos quitó esa cara llegó Alves y metió otro gol, y la cara ya se nos quedó así toda la noche. Porque el Sevilla, sin hacer demasiado, ganó con autoridad al Atleti ya desde el minuto 14, y a pesar de estar con uno menos desde el minuto 40. Y es que si el partido dura dos días más nos ganan igual.
Y entre todos los jugadores, tres. Dos de ellos y uno nuestro. El nuestro, Agüero, que parece, como ya hemos comentado, que se encuentra más cómodo en estos partidos trabados con defensas agresivas. Hizo regates, mantuvo el balón y porfió con la defensa, provocando dos penaltis de los que sólo se tiró uno. A su lado Torres, algo desdibujado y con una preocupante cara de desesperación la mayoría del tiempo. Del resto del Atleti poco hay que decir, porque decir que Seitaridis defiende mal, o que el centro del campo es blando como una funda nórdica, o que por qué no se ocupa alguien de ensayar la defensa a balón parado o que al salir Galletti al campo deberían poner dos rombos en la esquina de la pantalla equivale a decir lo que venimos diciendo una y otra vez y no es plan de ser reiterativos, que demasiado largas nos salen las crónicas ya.
Y por parte del Sevilla, dos jugadores por encima de los demás. El primero Kanouté, con dos golitos (aunque el segundo es mérito de la defensa estilo ninot-indultat que tanto gusta a Aguirre en los corners), muy peligroso, acertado y trabajador. Y el segundo, claro está, Alves. Alves simboliza el Sevilla actual en lo bueno y en lo malo. En lo bueno porque rara vez juega mal y muchas veces lo hace muy bien, tanto por raza como por calidad. Ayer pudo él solito con su banda, en la que él pone levadura, harina y huevos y Navas pone las guindas. Defiende, ataca, regatea y ayer hasta metió un golazo, aunque éste no sea su fuerte esta temporada. Se basta él sólo para sembrar el pánico en ataque y amarrar al rival en defensa, y todo ello con una regularidad envidiable.
Pero, como el Sevilla, también Alves tiene un lado oscuro que le lleva a hacer entradas feas, a encararse con rivales cuando menos a cuento viene, a aprovechar que el árbitro no mira para soltar un sopapo a uno que pasa por ahí, a jugar al borde de la trampa. “Picardías de futbolista, muchos lo hacen, no es para tanto”, dirá alguien. Y esto se podría hasta admitir (a regañadientes) si no fuera por que cuando es él el que recibe una falta o un sopapo no reacciona con la gallardía del que admite que si él hace una cosa debe estar dispuesto a sufrir la misma en sus propias carnes. Recibe una falta Alves y salta como si pasara por un plinto, da muestras de dolor insoportable, pide justicia al árbitro y que venga el Doctor House. Cuando ve que ha provocado una amarilla el dolor desaparece milagrosamente y a otra cosa mariposa. Bueno, no, más bien hasta la próxima falta en la que describe un doble mortal con tirabuzón antes de caer de bruces, pone cara de gárgola gótica y hasta pide que venga un cura. Y la llama de la tragedia prende en el público que también demanda una tarjeta roja con gritos desgarradores y manos a la cabeza, y pide también que se ajusticie al culpable en plena plaza del Salvador y algunos se rompen la camisa y se ofrecen para llevar a Alves al hospital, o para donar su sangre o hasta un riñón si hace falta. Y el árbitro saca amarilla y, oh milagro, Alves recupera la salud por intervención divina y el público se santigua y alguno hasta cree ver una luz cegadora que sale del túnel de vestuarios.
Pero volviendo a la realidad de nuestro equipo, partidos como el de ayer, o el del Valencia, contribuyen a que se manifieste el Aficionado Hipotético. Éste es aquel (como Raphael) que no ve más que lo que pudo ser, pero rara vez lo que es, viviendo en un mundo potencial de cosas que podrían haber sido y, que de haber en efecto sido, habrían cambiado el curso de los partidos. El Aficionado Hipotético no se resigna a la derrota como si tal cosa, y todo lo explica en la fatalidad, formulando preguntas retóricas en cadena. “¿Y si Agüero mete la que tuvo? ¿Y si el árbitro pita el penalti de David cuando íbamos 2-0? ¿Y si a Alves no le sale ese tirazo?” El Aficionado Hipotético se crece en su análisis del futuro y va más allá, elevando su hipótesis a lo imposible: “¿Y si Pernía las metiera como lo hacía el año pasado? ¿Y si Maniche volviera a ser el que parecía que iba a ser? ¿Y si a Jurado le salieran los regates y tuviera fuerza y prestancia? ¿Y si Mista volviera a meter veinte goles por temporada?” Analiza y analiza el Aficionado Hipotético lo que debería haber sido, lo que no fue, lo que injustamente fue y lo que no debería haber sido. Perdido en este marasmo de conjugaciones verbales el Aficionado Hipotético no ve la realidad, sino que ve una mano invisible, como la de Adam Smith, que conspira para que el Atleti no esté donde debería estar.
Y ante éste cándido, surge otro tipo de aficionado escéptico al que no llamaremos Aficionado Realista porque siendo del Atleti sonaría fatal. Éste, más prosaico, menos dado a culpar a las conjunciones planetarias de lo que le pasa al equipo, aprovecha el tirón y adopta el mismo estilo inquisidor contestando con una batería de interrogaciones retóricas al Aficionado Hipotético, que a estas alturas ya está culpando de la derrota al inepto Villeneuve. Y pregunta, así como no quiere la cosa, “¿Y si el Atleti tuviera una plantilla bien hecha y compensada? ¿Y si el entrenador ensayase las jugadas a balón parado? ¿Y si nuestra secretaría técnica se dedicara a ver vídeos? ¿Y si tuviéramos un centro del campo de calidad y fuerza? ¿Y si tuviéramos jugadores que sintieran algo por este Club y esta afición? ¿Y si alguien les enseñara lo que esta camiseta significa para tantos y tantos aficionados?”
Y al igual que le pasa al Aficionado Hipotético, el más escéptico se crece y hace preguntas más hondas, más pertinentes e infinitamente más incómodas de responder: “¿Y si se planearan las cosas a varios años? ¿Y si el objetivo cada año fuera mejorar en lo deportivo, como parece que la lógica indica? ¿Y si se siguieran criterios deportivos para planificar la confección de la plantilla, como parece que ha hecho el Sevilla? ¿Y si el Club se gestionara como un Club de fútbol en vez de cómo una máquina para generar ingresos a corto plazo?”… y deja ya para el final la pregunta más difícil, la más incómoda, la más certera: “¿Y si tuviéramos una directiva a la que lo que de verdad le importase fuera el Club y no lo que éste puede aportar a sus cuentas bancarias?”
1 comentario:
A mí el Sevilla, ¿Que quiere que le diga?.
A mí el Sevilla me cae fatal.
Publicar un comentario