El miércoles pasado, cuando el Atleti era
eliminado de la Champions por el tercer equipo de la capital (tras el Atleti
B), una nube negra se posó sobre la ciudad, nublando la vista y ocultando el
paisaje, oscureciendo la luz de las farolas y llenando de hollín las hojas de
los árboles.
Científicos
desplazados a la ciudad tomaron muestras del desagradable polvo en suspensión y
analizaron su contenido en laboratorios y universidades utilizando potentes
microscopios, programas informáticos de última generación, tecnología molecular
patentada por la NASA y grandes gafas de culo de vaso. Tras hacer reaccionar
las muestras con compuestos químicos que pudieran dar una pista de su
composición y hacer reposar precipitados y mejunjes en probetas y vasos de
nocilla, las conclusiones de la investigación fueron viendo la luz en las horas
siguientes.
-
Ya lo
tenemos, Profesor
-
Pues dígalo
ya, oiga, que es Vd muy pesado
-
Hombre,
tampoco se ponga Vd así.
Lo que los
científicos miopes con bata blanca de laboratorio y muchos bolígrafos en el
bolsillo superior de la misma habían encontrado no tenía precedente, pero no
resultó del todo soprendente para muchos de ellos. El polvo negro en suspensión
que irritaba gargantas y ennegrecía futuros, el hollín que amargaba momentos y
llevaba a los amargos a arrastrar a otros en su vorágine fatalista y
catastrofista estaba compuesto de diferentes tipos de malos humos.
Entre los
compuestos presentes en el vapor flotante los científicos descubrieron un gran
volumen de gas sabihondo, el residuo que produce el ego cuando actúa
enjuiciando con petulancia las obras de los que saben más que uno. La
repetición excesiva de la frase “se ha equivocado Simeone” produjo además una
acumulación de polvo de rencor, extracto de bilis y otros sólidos en suspensión
que producen ceguera temporal, alteración en la percepción de la realidad y
cara de tonto. Entre estos humores pestilentes había también acumulaciones
peligrosas de deseo de revancha, vapor de envidia, extracto de ajuste de cuentas,
arrogancia en partículas, miedo a la burla en la oficina, resignación ante la
necesidad de tragarse las palabras propias pronunciadas en un momento temerario
ante vecinos que profesan religión con despertador en el pecho, rabia por no
ser uno entrenador de fútbol diplomado sino simple oficinista, esencia de
persona pequeña, fiebre por querer ser popular en las redes sociales,
mezquindad en polvo y zumo de prepotencia. Todas estas miasmas provenían, cosa
curiosa, de las campanas extractoras de domicilios de ambos signos en los que
se había visto el partido de Champions.
Sobre todo,
los químicos detectaron enormes cantidades de falta de respeto condensado en
pequeñas gotas, que una vez inhaladas o tocadas eran causantes del delirio con
el que se expresan estos días propios y extraños que quieren convertir un
partido de fútbol perdido (y bien perdido) en el fin de una época que aún no ha
acabado, en una mancha en el historial gigante de un equipo que seguirá
aplastando tópicos unos cuantos años más y que, si no lo hace, pues tampoco
pasa nada. Las autoridades aconsejan huir a toda costa del contacto con este
fluido por producir alteraciones de humor, deudas futuras a costa de las
opiniones disparatadas vertidas en el presente y serias consecuencias para una
vida social sana.
En medio de
esta nube tóxica amaneció al ciudad el jueves, con adultos amargados incluso ante
la perspectiva de revancha inmediata en la oficina, y niños medio dormidos.
Muchos de esos niños, que no pudieron ver el final del partido como en aquél cuento de Sacheri, se levantaron con sueño, se fueron a la cocina, se sentaron
en una silla y esperaron al colacao. ¿Cómo quedamos?, preguntaron, y sus padres
les dieron la mala noticia. Tragaron leche, masticaron sin ganas los cereales,
se bajaron de la silla y se fueron a su cuarto. A los dos minutos, volvieron.
-
Papá, ¿Puedo
ir hoy con la camiseta del Atleti al cole?
-
Pues claro
La presencia
masiva de niños con camisetas, mochilas y anoraks del Atleti en las estaciones
de autobús a la mañana siguiente del sofocón fue poco a poco diluyendo la nube
negra y radiactiva que sus padres y los
padres de sus rivales en el colegio habían generado con su idiocia el día
anterior. Sabiendo que iban a pasar un día duro, muchos niños de los que no se atreven
a dar lecciones de táctica a entrenadores profesionales, que no dudan de la
calidad de los jugadores de su equipo porque simplemente son sus ídolos y a los
ídolos no se les cuestiona nada, que no saltan a twitter a demostrar al mundo
que eso que no funciona ya lo habían advertido ellos hace tres meses en unos
treintaidosavos de Copa contra un Segunda B, que no viven el fútbol con la
amargura del que se resiste a vivir el momento presente con la felicidad que
merece porque ello supondría reconocer que su pomposa opinión sobre tal o cual partido
era simplemente errónea, que no entienden la pertenencia a una afición más que
como una fuente de alegría e identidad que se forja también – o quizás sobre
todo – en los días malos, cogieron la camiseta del Atleti para asombro de
adultos refunfuñones y amargos y se fueron directos al avispero, sin saber – o
quizás sí – que el chaval que iba a pasar un día duro en el colegio
defendiéndose de una multitud burlona iba a volver a casa siendo alguien mejor.
____
Un par de
días después, en el Calderón, 10.000 de esos niños que dieron lecciones a
muchos adultos del Atleti y que debieron hacer sonrojarse (y admirar hasta la
envidia) a muchos forofos de equipos rivales estaban en las gradas viendo cómo
el equipo de la Intercontinental, el que perdió una final de Copa de Europa en
el último minuto sólo para seguir ganando y ganando títulos los años
posteriores en la época en la que los adultos malhumorados y revanchistas de
hoy eran niños que pedían dormir con la camiseta del Atleti en los días
señalados, hacía el saque de honor en el
estadio en el que todos querríamos jugar un partido grande.
La prensa,
que nos sigue sorprendiendo muchas veces por su capacidad para no enterarse de
nada de lo que ocurre en la grada del equipo cuyas vicisitudes sigue a diario,
esperaba un plebiscito, un referéndum, un examen a Simeone. En su lugar se
encontró con una grada feliz que hacía la ola, con 10.000 niños cantando y
saltando, con un estadio entregado a los que ganaron tantas copas en el pasado
y al entrenador que ha llevado a este equipo ya legendario que juega día tras
día en el Calderón, con la afición del Atleti dejando claro, una vez más, que
aquello que otros verían previsible para nosotros no es sino impensable.
¿Realmente
esto sorprende a alguien que sepa lo que pasa en esta grada? ¿Qué mueve a
alguien, aparte del deseo de venganza, a incitar un plebiscito en el Calderón
en esta situación? ¿Es que alguien del Atleti esperaba otra cosa? ¿Alguien del
Atleti habría silbado a unos jugadores que cayeron en el minuto final de unos
cuartos de Champions con el mismo estruendo con el que antes se caía en
treintaidosavos de Copa contra el Jaén? ¿Alguien del Atleti se siente con la
necesidad de afear algo al Cholo y los suyos? ¿Alguien que vaya con frecuencia
al Calderón se sentiría bien si eso hubiera pasado? ¿Es que no hay nadie en
ciertos medios que entienda lo que pasa en la grada?
Pero, sobre
todo … ¿Hay alguien que no sea un niño del Atleti capaz de ir al cole con la
camiseta de su equipo el día después de la debacle?