martes, 27 de marzo de 2007

Hay jugadores

Todos sabemos que hay distintos tipos de jugadores de fútbol. Como los palos flamencos, la categoría en que encaje cada uno depende del criterio que se aplique a la clasificación, con lo que a veces el mismo jugador tiene cabida en varias clases aparentemente contradictorias. Y es que, como en el flamenco, hay jugadores festeros y otros serios, jugadores de Cai y jugadores de las minas, jugadores de ida y vuelta. Jugadores “de adelante” y jugadores “de atrás”.


De ninguno de ellos y de todos a la vez hablaremos hoy, aprovechando que no hay jornada y que la plantilla de este año es bastante paupérrima.

Hay jugadores que entienden este juego, que conocen sus secretos. Saben cuándo hay que apretar y cuándo hay que soltar, cuando hay que achuchar y cuándo hay que recuperar el fuelle. Saben quién la toca bien del otro equipo, por quién pasa el peligro. Saben también a qué jugador hay que esperar pegado y a qué jugadores es mejor darles su tiempo y su espacio, porque su propia desconfianza e impaciencia les hará cometer un error. Saben que tan importante es incordiar al que tiene el balón como complicarle la vida dejándole sin alternativas, tapando a aquellos compañeros a los que busca de manera natural, obligándole por tanto a recular, a romper la dinámica de un ataque. Obligan al rival a hacer cosas para las que no está capacitado casi sin que se note, llevándole a una trampa que le induce a intentar algo en apariencia fácil pero que nunca antes hicieron.

Estos jugadores son a veces líderes claros y meridianos, otras veces lo son de forma solapada. Sus compañeros les buscan, pero no siempre lo nota el espectador. A veces consiguen jugadas de mérito, goles espectaculares, regates para ver a cámara lenta. Otras veces juegan de forma simple, sin adornos, devuelven bolas fáciles en situaciones difíciles, desatascan equipos sin ideas, rompen defensas numantinas, abren espacios donde no los hay.

Cuando el jugador que sabe reclama protagonismo no les es difícil obtenerlo. Si busca el reconocimiento de la grada tiene multitud de ocasiones para provocarlo. Otras veces éste mismo tipo de jugador es más discreto, casi tímido, no parece un peso pesado entre el grupo de jugadores por más que todos sepan que sin él todo es más complicado. La grada no siempre lo percibe salvo el día en que no está y, no se sabe bien por qué, el equipo no es el mismo, está triste, deslavazado como una salsa sin ligar, endeble como un trío sin bajista. Si no está el equipo es vulnerable, previsible y líquido.

Una vez un servidor vio una pancarta en el Calderón cuyo texto se le quedó grabado ( muchas pancartas lo han hecho, por cierto). En un alarde conceptista inalcanzable para alguien como yo, que, como saben, necesita muchísimas palabras para decir estas tonterías que escribo, un espectador había escrito: “Pantic sabe”. Lo único que un servidor hubiera añadido en una pancarta justo al lado es “y Vizcaíno también”.

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Hay jugadores que entienden a los jugadores, que saben cómo son. Saben que hay que mimar a los nuevos, exigir a los veteranos, solidarizarse con todos. Que hay que afear la actitud del que no se esfuerza y aplaudir la del que arriesga con lógica y mesura. Que hay que animar al que acaba de fallar y mantener la tensión de los despistados. Que, en los momentos complicados, hay que dar la cara y buscar la responsabilidad, no rehuir el posible fracaso. Que hay que llamar la atención del que busca el lucimiento personal por encima del bien del equipo al completo y animar y agradecer el esfuerzo de ese que prefiere que salgan todos bien en la foto antes de ser él el de la portada.

Esos jugadores hacen cosas que otros no. Marcar al que nadie quiere marcar, jugar en la posición del que se acaba de lesionar porque nadie se ve capacitado o con ganas de hacerlo. Gritar, ordenar, mantener la disciplina y la tensión de todos en los buenos y los malos momentos. Recordar a todos que enfrente hay un equipo al que respetar, jugadores de los que hay que esperar que hagan bien su trabajo. Mantener la humildad y también el orgullo, evitar la relajación y también el miedo. Pedir el aplauso para ese jugador sin suerte pero con ganas que se va al banquillo. Celebrar las cosas con la medida que requieren, porque los goles importantes se celebran con un rugido, y los que dan tranquilidad se celebran con una sonrisa. Pero aquellos que se meten contra un buen equipo cuando aún queda mucho partido se deben celebrar de forma más contenida para no perder la concentración. Los que se marcan a un equipo ya hundido hay que celebrarlos poco por respeto, a menos que haya otras cosas en juego. Y los que hay que marcar porque hay que marcarlos casi ni se celebran, porque ese es nuestro trabajo y nuestra responsabilidad y lo que de nosotros esperan los que llenan el estadio: suya y no nuestra es por tanto la celebración.

Estas y otras cosas hacen los jugadores que saben de jugadores. Sin ellos los equipos se quedan a mitad de camino de su desarrollo porque no son un equipo sino un montón de futbolistas, que no es lo mismo. Lo ideal es tener uno de estos por línea, un líder que aglutine a los de su alrededor y sirva a su vez como el encaje perfecto con el líder de la línea contigua. Con tres o cuatro capos en el campo que piensen en términos de equipo y no de ego los equipos son imbatibles.

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Hay jugadores que entienden a la grada, que saben de aficionados. Muchas veces es porque ellos mismos lo son y su entorno vive los partidos como lo que son: mucho más que un partido. Estos jugadores entienden que lo suyo no es sólo un trabajo, sino que de su buen o mal hacer depende la dicha de muchos de los que les pagan su propio sueldo. Que los partidos no acaban cuando se van a los vestuarios sino que se prolongan en las cenas de los hogares de los aficionados, durante el resumen de la televisión, a la mañana siguiente, al entrar en la oficina o en el taller. Que de lo que ellos hagan depende el orgullo de unos, el riesgo de ser objeto de chistes y chuflas o la posibilidad de llevar siempre la cabeza alta.

Los jugadores que entienden de gradas saben, al contrario de los que no entienden nada, que no se trata sólo de jugar bien. Que deben un respeto a la afición, a la historia y a la entidad que sólo se muestra intentando dar siempre lo mejor de sí, corriendo como si todos los partidos fueran el primer partido, sacrificándose por los demás, es decir, por los compañeros que juegan en el campo y por los que juegan desde la grada. Estos jugadores tienen más tolerancia al dolor, más capacidad de sacrificio que aquellos que ven en el fútbol una vía para llevar relojes con muchos brillantes. Y eso les hace mejores, que todos hemos visto jugadores limitados asentados temporada tras temporada en equipos grandes, contando con el cariño y el respeto del socio que paga sus lentejas.

Antes, en los tiempos del antiguo fútbol, más romántico y honesto, los equipos grandes como el nuestro se nutrían de chavales de la cantera que habían mamado la identidad del Club y la personalidad de la grada y por tanto la comunión entre plantilla y masa social era más fácil. Con este fútbol que ahora nos ha tocado vivir, lleno de plantillas plurinacionales con jugadores que pasan pocas temporadas en cada club, las cosas son diferentes. Cada jugador viene de un sitio, tiene una meta, un interés que no necesariamente coincide con el de la afición. Muchos realizan su trabajo con un desinterés funcionarial en extremo irritante para la afición, que ve cómo algunos calculan al milímetro cuántas carreras entran en su sueldo para asegurarse de que no dan ninguna que no sea retribuida.

Los jugadores deberían conocer la historia de su club, escuchar las batallitas de los mayores, conocer qué piensan los aficionados ver las fotos de los socios vestidos con sus camisetas el día de la comunión y las camisetas de sus bebés para enterarse de lo que está en juego. Y si aún así no son capaces de dejarse hasta la última gota de sudor en cada entrenamiento y cada partido, entonces deberían irse porque simplemente no son dignos de vestir la camiseta que a tantos y tantos niños nos hubiera gustado llevar.

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Y digo yo, y esto es una pregunta al que visite el blog por azar... ¿cuántos de cada categoría tenemos en nuestro equipo hoy por hoy? Porque yo me pongo a pensar y se me viene el alma a los pies...

lunes, 19 de marzo de 2007

Astenia Colectiva

Nueva oportunidad para decir “aquí estoy yo” que se queda en un “oiga, ¿cuánto queda?”. Tras el quinto duelo directo fallado en pocas semanas, pocas ganas quedan de ponerse a hacer cuentas para ver si suena la flauta y nos metemos en Champions. Con este panorama a uno no le quedan ganas de ná. Y menos aún de sumar.



Yo no sé Vds, pero yo, en primavera, estoy hecho unos zorros. Estoy cansado y con pocas ganas de hacer cosas, flojo y tristón. Me siento como viviendo en un cuerpo de un señor mucho más gordo que yo, atrapado en una carcasa anatómica de otra talla, preso dentro de un traje de buzo de esos antiguos con zapatos de plomo y todo. Tiro de las piernas de un luchador de sumo para andar por la calle, levanto la mano y tengo la sensación de tenerla unida al suelo por una goma invisible. Y además, como hace bueno y los días alargan y no estoy para hacer nada, añado a este sentimiento de no poder con las cosas un sentimiento de culpabilidad por no aprovechar las horas de sol. Y, oiga, me tiene frito. Una tortura. Astenia, le llaman.

Una vez más, y ya van varias, pudo el Atleti dar un golpe de efecto y clavar su bandera en un puesto más o menos digno en la clasificación, echando a los rivales próximos al otro lado del foso. Ya han sido varias las posibilidades estos últimos días (contra el Valencia, contra el Madrid, contra el Sevilla, contra el Recreativo) y en todas y cada una de las ocasiones nos quedamos con cara de tontos. El destino, mala gente, se empeña en provocar que el resto de equipos también fallen y así llegamos con esperanzas renovadas cada fin de semana, pensando que si ganamos y el otro pierde y el de más allá empata y luego vienen a casa y más adelante juegan entre ellos, lo mismo nos metemos en Champions. Pero no, el destino se ríe de nosotros cada semana y, lo que es peor, los comparsas del chascarrillo determinista son nuestros propios jugadores, poco ilusionados con la idea de hacer un papel decente. Ellos, y esos dirigentes humoristas que tenemos y que hace unos días salían a las primeras páginas de los diarios deportivos a contar que estábamos muy bien colocados para ganar la liga. Qué salaos.

Y lo que ocurre es que a estas alturas estamos todos hartos de la pantomima. Todos. Los aficionados, los abonados, los socios y los simpatizantes. Los del fondo norte, los de grada de preferencia, los de los antiguos asientos de madera, los camilleros y hasta los del Frente. Los de la Peña Sonseca, los de la Peña Patones y los de la Peña Legazpi. Los camareros del Resines, los del Chiscón y los del Parador, los que venden las pipas ante la puerta 27 y los del Salur esos que limpian todo durante el partido y esperan a la afición a la salida, formados con sus uniformes amarillos y rojos delante de esas máquinas tan raras que usan, como si fuera una plantilla de cyber-monosabios. Todos. Hasta a Indy, y eso que es asalariado, se le nota con una desgana desconocida hasta ahora y arrastra esa cola indigna que lleva, en cuyo extremo se agolpa el relleno de goma espuma, limpiando el suelo por donde pasa. Al menos algo del estadio se limpia, eso sí.

¿Y los cronistas deportivos? Los cronistas deportivos, más.

Uno, que como ya saben Vds a estas alturas es tonto, ve los partidos con la presión añadida de tener que estar fino al día siguiente, que para eso llega la gente y visita el blog y si no les gusta lo que leen se enfadan y amenazan con irse al de Manolete. Así que mira uno el partido y toma notas e intenta retener información y diseccionar lo que pasa y desenmascarar problemas y aportar soluciones. Mira las repeticiones con cara de interesante y se limpia las gafas de tanto en tanto para ver mejor los penaltis. Y con tanto dato recopilado y las gafas limpísimas se prepara uno lo mejor que puede y se enfrenta a la tarea de contar lo que ha pasado. Eso, cuando ha pasado algo.

Por que en días como hoy es especialmente difícil hacer una crónica. Uno mira el folio en blanco y se le hace enorme, larguísimo y anchísimo, como un campo de fútbol 11 a un cuarentón desentrenado. Y piensa en echarle arrestos al tema para que la gente no se vaya con Manolete y en hacer una disección quirúrgica del partido y, así, hablar de por qué el Atleti tiene esas arrancadas de jaca andaluza y esas llegadas de burro manchego. De por qué se fía tan poco de sí mismo y por qué, aunque no esté jugando mal, se desmorona como un cómplice mafioso flojo de remos en cuanto le meten un gol. Por qué esos fogonazos de esperanza duran cuatro minutos. Por qué es un equipo apático y asténico como los aficionados, a pesar de que éstos pagan y el equipo cobra y cobra bien. Por qué los jugadores afrontan partidos importantes como si fueran la tercera jornada de liga, despistados y sin ganas, como si no se jugaran nada. O por qué el Zaragoza, que no jugó a mucho, nos ganó con comodidad. Por qué el Zaragoza, que tiene jugadores y prensa y antecedentes que invitaban a ver un partido majo, jugó tan mal y tan tristón. O por qué Eller se fue para adelante con esa alegría en la jugada del gol y por qué Zé Castro se ha vuelto tan blandengue con el tiempo, en vez de endurecerse. Por qué Jurado aporta tan poco, por qué Pernía juega tan mal, por qué los de delante están tan solos, por qué hacen tan poco aunque deberían hacer más. Por qué jamás hay un jugador del Atleti que llegue a un rechace, por qué nunca hay una segunda jugada ni alguien que llegue desde la segunda línea a apoyar a los que se fajan cerca del portero rival. Mucho por qué, mucha interrogación retórica y poca respuesta.

Lo que de verdad ocurre es que a mitad de folio se da cuenta uno de que todo esto ya lo ha dicho veinte veces este año. Esto desasosiega y aburre y el cronista piensa entonces en darle un giro a la crónica. En cómo mejorarla. Se ve tentado por hacer como Manolete y decir que el Atleti sigue de cerca a Sneijder, Iniesta y Kuijt para el año que viene aún a sabiendas de que como mucho vendrá un desconocido jugador uruguayo de treinta años. O incluso hacer como Roberto Gómez y decir que el jueves día 12 de Febrero a las diecinueve y treinta y siete, en un chalet de estilo rústico y con seto de arizónica sito en un pueblo de Soria, la directiva del Atleti se reunió con la del Barça para hablar de un trueque Perea – Messi y, ya de paso, del plan hidrológico nacional, del precio de los percebes y de los anillos de Saturno. Pero no, que uno es íntegro aunque tonto y miope y prefiere reconocer que, tras partidos como este, lo último que a uno le apetece es escribir sobre el Atleti.

Ni escribir ni nada, vaya. Ve uno al Atleti actual y se le queda el cuerpo tonto, como de enfermito. Acaba el partido y uno quiere irse a casa, al sofá, a pensar poco y hacer menos. A comer arroz blanco y pescado hervido y un yogur natural. A olvidarse del tema, a no ver el resumen, a no pensar en el Atleti, en lo que pasó esa tarde, en lo que pudo pasar y en lo que debió pasar. El Atleti de hoy ya casi ni disgusta, sólo quita las ganas de ver fútbol, de hablar de él y casi de comer. Un petardo, vaya.

En esta fase asténica estamos todos, afición, cronista y funcionarios del Salur. El Atleti ya no ilusiona, que no es nuevo, pero es que ya ni cabrea y eso sí que es grave. Cada vez más vemos al Atleti como quien ve un culebrón lleno de personajes secundarios y previsibles. Vemos el episodio entero esperando un desenlace dramático e impactante, y en su lugar sólo vemos una y otra vez un guión sosaina y manido. Al menos ahora vienen dos semanas de descanso por obra de la selección en las que podremos desconectar un poco, menos mal. Eso sí, para asegurarse de que no descansemos del todo, la afición y la prensa pondrán a Torres como un trapo juegue bien o juegue mal.


miércoles, 14 de marzo de 2007

Tostón primaveral con excesivo resultado

Salió el sol el fin de semana y el aficionado atlético se contagió de alegría y optimismo. Casi se llenó el Calderón y se esperaba un Atleti que diera las sensaciones que dio el día del derbi. Y al final, fíjense ustedes qué cosas, se ganó con algo de amplitud tras hacer un partido horrible. Y van ya muchos.


Cuando el sol sale, el cielo está azul y empieza a hacer buen tiempo, el madrileño se echa a la calle en masa y tiembla el misterio. Las aceras se llenan de peatones ansiosos de hacer la fotosíntesis después de tanto invierno y los amos de la ciudad pasan a ser ellos, y no hay moto, coche o trailer de veinte ejes capaz de disputar su superioridad.

El peatón madrileño es de naturaleza recia y audaz, territorial y expansiva. Aunque su hábitat natural es la acera, tiende a ocupar la calzada a la mínima que le dejan y lo hace con aire despreocupado o desafiante, hasta despectivo hacia las especies motorizadas que normalmente imponen su ley en la calle durante la semana. Si encima el peatón madrileño se encuentra arropado por otros congéneres durante en su anual invasión callejera, se envalentona y ya no lo para ni el más pintado. Así, en fines de semana soleados como este último, acecha en grupo a los conductores, invadiendo parcialmente las calzadas en cada semáforo, cada calle y cada plaza. Espera a los coches y motos desde fuera de la acera de forma provocativa, casi con torería, invadiendo sus terrenos y forzándoles a ir con una desconocida prudencia. Les obliga a frenar antes de tiempo cruzando por sorpresa por lugares prohibidos, apareciendo tras los autobuses y desafiando a la prudencia y el civismo. Asoma niños y carritos de bebés por entre los coches aparcados para provocar el frenazo, y cualquier día sale un señor con un lince ibérico de una correa para intimidar a los conductores con conciencia ecológica. Cuando un conductor acelera para que el semáforo no cambie y poder llegar a tiempo a su destino, se cruza un audaz peatón suicida para forzar el frenazo y hacerle parar y esperar al nuevo cambio de color, expuesto a las miradas de reprobación de sus compañeros de acera y hasta a algún capón en el techo. Lejos de lo que la lógica cabría sugerir, estos audaces peatones-forçado no son musculosos tipos de reflejos felinos, sino que a menudo son señoras mayores con rodillera, o amas de casa con muchas bolsas de esas de las que suele asomar un manojo de puerros, o un jubilado con gorra que mira al tendido y no al coche, asumiendo valiente su destino: o con mi arrojo lo paro, o me tienen que bajar con grúa de lo alto de la Puerta de Toledo. El peatón madrileño… ¡qué tío!

Se llenó el Calderón de gente que pensaba, infeliz, que iba a ver un partido de fútbol. Y tuvo mérito porque llegó en medio de un caos de tráfico de proporciones bíblicas, causado por la prohibición de aparcar en muchas zonas tradicionalmente habilitadas y por la abundancia de peatones en las inmediaciones de Atocha, animados a ver el monumento inaugurado ayer (y que parece un poco el músculo ese que tienen los mejillones pegado a la concha). Pero el aficionado lo que se encontró para empezar, al menos en mi zona, era con un estadio con la mugre de costumbre pero lleno de plantitas que han germinado entre el humus nacido de las migas y las cáscaras de pipas de varias generaciones de atléticos. Ya en su momento hablamos de un valiente arbolito que salió por el sumidero de mi asiento, cuya desaparición lloramos con resignación y rabia. Su muerte no fue en vano, empero, porque con su ejemplo marcó el camino a multitud de especies que ahora pueblan la grada, y si el Club no espabila de aquí a dos semanas se creerán los jugadores que están en el campo del Betis.

Se sentó en fin la muchachada rojiblanca y cuando aún no habían tenido tiempo de sacar los kikos ya había marcado Galletti. “¿Quién ha sido?” “Galletti.” “No puede ser, ¡si ha sido un golazo!”. Pues sí, al minutito Galletti había metido un golazo, precedido de un control de raza. Y no contento con eso fue Galletti y jugó su mejor partido de atlético hasta la fecha, dándole la tarde a Capdevilla. En el segundo gol hizo un pase meritorio tras combinar bien con Gabi, y tiró un par de veces a puerta, preso de un entusiasmo pueril. Galletti, con quien nos hemos metido a menudo, hizo un partido completo y nos calló la boca y bien que nos alegramos.

Al poco de marcar Galletti, casi marca Jurado. Jurado, Juradito, Juradete se convirtió sin querer en el protagonista de la jornada, al provocar una pitada al campo en su sustitución. Para algunos fue el mejor; para otros sólo tuvo algún detallito pero echó a perder varios contraataques por precipitado y torpe. Para unos es el único que puede crear juego; para otros, por más oportunidades que ha tenido, tampoco aporta mucho. Para unos es una vergüenza tener un jugador cedido del otro equipo grande de la capital, que parece que le ha enviado al otrora archi-rival para que se foguee; para otros, mientras lleve la camiseta es uno de los nuestros. Para algunos Aguirre demuestra que es un cobardica quitando a Jurado cuando queda poco tiempo, renunciando así al ataque; para otros Aguirre le quita porque sabe que es el centrocampista que más balones pierde y que quedando poco tiempo el riesgo de que ande pululando por su banda es excesivo. Y algo de razón tienen casi todos.

Y en medio del debate está Jurado. Jurado, Juradito para muchos, hace algunas cosas bien y hace bastantes cosas mal. Parece que sabe jugar con el balón en los pies, hace algunos regates de mérito y pedalea por alegrías de Caí al llegar al área para delirio de algunos. Pero Jurado pierde muchos balones comprometidos, se aturulla en momentos en los que un pase fácil es la mejor solución y deja al equipo vendido en defensa. Puede que no juegue en su sitio, pero puede que un buen jugador demuestre que lo es en cualquier sitio que juegue. Puede que sea el que puede dar el último pase a nuestros desesperados delanteros, pero la realidad es que ha dado más bien pocos de esos. Así que a Jurado, que está en medio del debate, se le unen muchos otros aficionados que comparten parcialmente la rabia de algunos por tener un cedido, pero que no culpan directamente al jugador sino al que firmó el contrato y aceptó la ignominia; y otros que esperan de él algo más, y que aunque ven que no rompe piensan que algo más podría aportar. Así que como ven, el espacio medio del debate está lleno de gente, como la calle madrileña en primavera.

¿Y el partido? Ah, si, el partido, que es verdad, que jugaron un partido. Pues si, el partido… a ver… marcó Galletti, luego casi marca Jurado, luego nada… el descanso… un tiro de Antonio López, luego nada… el Depor que se viene así un poco arriba… luego nada… un tostón pero con posibilidades de acabar en tragedia… luego nada … sale Mista y sale Gabi… una jugada rara, intrascendente, Gabi que lo hace bien, Galletti que centra bien y el Atleti mete un gol cuando peor jugaba y cuando menos se lo esperaba la gente. Antes del final ya se va la gente a casa, que ha aparcado muy lejos y como se llene la calle de peatones enfadados lo mismo no llegan hasta las tres de la mañana.

Y alguna que otra nota, así, por comentar algo más. Que debutó Eller, y que no lo hizo mal ni bien, que dejó sensaciones raras de jugador que corre raro, que se mueve raro, que no se sabe si se entera de todo o de nada, si tiene experiencia o no, si es de esta década o de otra. Que jugó Luccin y lo hizo bien, sobre todo al final, más entonado y combativo, también en defensa, siendo de largo el mejor del tristísimo centro del campo rojiblanco… que jugó Maniche y que cada vez uno duda más de lo que aporta… que salió Gabi y lo hizo bien, y uno se pregunta si justo es éste el centrocampista del que hay que desprenderse… que jugó bien Leo Franco, quien pareció recuperado de su despiste post implante de trencitas … que Agüero está en paradero desconocido y a ratos es preocupante. Y que el pobre Valera no tiene suerte, porque cuando finalmente parecía que podría tener una buena oportunidad de convencer a la parroquia y al entrenador de que puede suplir a Seitaridis se lesionó de gravedad tras diez minutos en el campo. Así que nos quedaremos hasta final de año con Seitaridis, ese griego que parece que quiere ser argentino por su manía de bailar el tango agarrado con todos los delanteros rivales… y al que ayer casi le pitan otro penalti tonto por esa afición desmesurada que tiene por Gardel.

El resumen más sencillo es que el Atleti, en un partido horroroso como viene siendo habitual, fue el único de los de la mitad de arriba de la clasificación que ganó. Y que está sexto, empatado con el quinto y a dos puntos de champions, que mucho es para lo que cada fin de semana vemos. Que el domingo jugamos de nuevo contra un rival directo, algo que no invita al optimismo, y que o mucho cambian las cosas o los partidos que quedan serán una tortura y un aburrimiento. Eso sí, siempre nos quedará podar con mimo las plantitas de la grada.

jueves, 8 de marzo de 2007

Simpáticos Sufridores®, Inc.

El equipo no va bien, y no lo decimos por haber salido de zona Champions. No jugamos a nada, y este año puede que volvamos a ver cómo otros juegan torneos internacionales mientras nosotros hacemos fichajes de quince en quince y a anunciamos a bombo y platillo que el objetivo es Europa, que se ficharán dos cracks y ya de paso un catacrack y que si el objetivo no se consigue se irá la directiva en pleno. Y ya van demasiados años. Eso sí, nos confirman desde el club que tenemos una marca la mar de maja. ¡Qué alivio!

Una vez más parece que la temporada puede torcerse, en línea con los últimos años. Aunque el equipo sugiere estar a un nivel algo superior al de las últimas temporadas (o bien el nivel de la liga es más bajo que nunca), sabe el aficionado rojiblanco que las cosas pueden volver a pintar mal. Huérfano de líderes comprometidos con la causa y desconfiado hasta el límite por el mal hacer de otras campañas, el atlético de corazón recibiría con los brazos abiertos y casi con lágrimas en los ojos que alguien desde el Club llamase a la calma y a apretar filas, que revolviese las conciencias de los jugadores, que transmitiera optimismo y compromiso, que entendiera a los aficionados.

Pero no. Fieles a su política de cortina de humo, la directiva trata de desviar esas miradas de cordero degollado hacia sus personas con un nuevo anuncio, esta vez tan obvio como ruidoso es el estruendo de las fanfarrias con las que lo hacen público. Hace un año fue el regalo de una acción virtual que aún esperan los socios; otro, el renacimiento de la antaño gloriosa sección de balonmano; hace poco, la inminente construcción de una ciudad deportiva con hoteles de cinco estrellas (que ya me dirán ustedes para qué les sirve un hotel de lujo a un aficionado que vive a tres kilómetros), con parking, bingo y sucursal de Cleofás; en otra ocasión, la inauguración de un restaurante en el estadio, de dudosísimo interés para el que limpia con su trasero los roñosos asientos del mismo. Ahora, ya agotada la imaginación del empleado encargado de inventar reclamos para aficionados agotados (a salvo de que aún invente una trompetilla de esas para llamar a los patos, el tío), el Club tiene que llamar la atención sobre lo que tenemos, ni siquiera sobre lo que podríamos tener. Malo.

Esta vez es la marca. La Marca. Sospechábamos hace tiempo que, para los directivos, lo que tienen entre manos no es sino un nombre comercial, pero ahora han dado el paso para reconocerlo en público, arropados por un sesudo estudio realizado por una consultora (eso sí, de nombre extranjero y largo) que habrá costado la mitad de lo que costaría un medio centro de garantías. La Marca es grande, la Marca es sensacional, no veas lo que mola la Marca. Club Atlético de Madrid, ahí es nada, peaso de Marca que tiene el club. El equipo no juega ni a las tabas y aburre hasta a las ovejas merinas de tensión arterial más baja, la institución ha perdido gran parte de su esencia y tradición, el club deambula por la liga como un borracho camino a casa y la afición está desmoralizada, casi abochornada. Pero, amigo, qué Marca tiene el club, ¡qué Marca!. Con esa Marca que quita el sentido, ¿quién necesita ganar partidos, conquistar títulos, conservar el prestigio y la dignidad?

La Marca, esa Marca sin igual, es familiar, energética y simpática. Familiar como los packs de muchos rollos de papel higiénico, energética como las barritas de biomanán, simpática como el Dúo Sacapuntas. La Marca es apreciada fuera de Madrid, al igual que las yemas de Santa Teresa lo son fuera de Ávila. La Marca cae bien, como Pocholo, o como el feo de los hermanos Calatrava, o como ese nadador africano que llega siempre el último en la olimpiada. La Marca es estupenda, y ay de quien lo dude, que lo han dicho unos señores que trabajan en inglés, que llevan traje y que cobran una barbaridad. Enrique, si lo han dicho estos señores no habrá aficionado que no de volteretas laterales al enterarse, ni atlético de pro que no se compre un pin (producto licenciado), ni periodista que no lo publique a tres columnas. Ay, qué Marca tenemos, Enrique, y no nos habíamos dado ni cuenta, qué cosas…

La Marca se basa en varios pilares fundamentales: el nombre, el escudo, los alegres colores de las rayas rojiblancas, la silueta sin esquinas del estadio que será demolido en cuanto lo de la Marca ya no cuele. Y hay otro pilar, naturalmente: la afición. Esa afición simpática, familiar y energética, la mejor afición del mundo. La que siempre apoya, la que nunca falla, la que va al campo aunque el espectáculo sea lamentable, la que se queda sin cenar cada vez que los jugadores a quien la directiva ficha deciden que ese día no les apetece correr, que al fin y al cabo cobran lo mismo y si pierden pues tampoco pasa nada. La que ve cómo equipos de historial infinitamente menor y carácter infinitamente menos formado juegan y ganan partidos europeos y hacen vibrar a los suyos. La que renueva el abono, no porque le apetezca ver el decepcionante partido de cada fin de semana, sino casi por inercia, por no perder el número, por no dejar solos a los chicos, por no fallar. La Marca se basa en esos aficionados simpáticos, familiares y energéticos, bien vistos fuera de Madrid gracias a embajadores atléticos como Torrente o Benito y Manolo, a directivos con chándal verde que daban terrones de azúcar a su caballo, a camisetas oficiales con slogans de películas tipo “Petardo Dominical (el Regreso)” o “Sopor Total 3”.

Y lo mejor es que, por la Marca, la afición hará lo que sea. Y ¿por qué? Pues porque somos sufridores, menuda pregunta, oiga, que no se entera usted de nada. Que para eso hemos venido a este mundo, a sufrir, que lo han dicho los anuncios que promocionan la Marca y deben ser buenos anuncios porque les han dado muchos premios, más premios que a otras marcas de prestigio, y además los ha hecho una agencia en la que los trabajadores llevan gafas de pasta de colores rarísimos que ustedes no comprenden ni nunca comprenderán. Unos anuncios a la altura de la Marca, oiga, que ganan campeonatos a otros tipos con gafas de pasta mostrando aficionados sentimentales y abatidos que no renuncian a sus colores aunque les vaya la vida en ello, que no protestan por mal que le vaya a la Marca, que son de la Marca contra viento, marea, directiva y recalificaciones. Simpáticos, familiares, energéticos y sufridos, claro, que eso es lo que somos, pobres imbéciles simpáticos que nos conformamos con lo que nos den por el mero hecho de llevar impresa la Marca, sea caviar o comida de perro, hoteles de cinco estrellas imaginarios o solares futbolísticos tangibles. Así somos, y el que proteste porque el producto que lleve la marca impresa no sea de la calidad acostumbrada es que es contrario a la Marca, es un mal atlético y un sinvergüenza, que se vaya a otro sitio si lo que quiere es ganar partidos. Eso es así, y será y debe ser, por más que el producto sea impresentable y nos avergüence y se rían de nosotros por los pueblos y los bares. Que se rían, que somos muy simpáticos, que lo han dicho los consultores. Y los de las gafas de pasta.

Y se pregunta el aficionado… ¿Es que no hay nadie en este Club que entienda algo? ¿Es que acaso no interesa entender? ¿Nadie a estas alturas sabe qué es ser del Atleti? ¿Terminarán los atléticos de verdad por creerse lo que les cuentan, por pensar que el Atleti es una marca como Ariel, como Pipas Facundo, como Hemoal?

Nadie desde dentro del Club salvo alguna aislada excepción parece entender que somos del Atleti, no de una marca ni de un esperpento de institución. Que somos distintos al resto, y menos, y posiblemente más complicados de entender pero más dignos y más orgullosos que el que más. Que nunca hasta ahora nuestro club había inspirado simpatía y sonrisitas (cuando no desprecio y odio), sino respeto, temor y admiración. Que no queremos cualquier cosa a cualquier precio, por más que sea eso lo que se lleve en estos tiempos y sea lo que la mayoría busca. Que somos conscientes de nuestros defectos pero que no queremos desembarazarnos de ellos si el precio es renunciar a nuestra esencia, porque nuestros defectos son nuestros y no buscamos ayuda quirúrgica para quitárnoslos, sino superarlos por nuestro propio esfuerzo. Que tenemos las cosas claras y el orgullo intacto, la paciencia al límite y las energías al máximo. Que preferimos subir andando la montaña aunque haya carretera hasta arriba y la vista sea la misma. Que no nos impresionan los advenedizos ni los nuevos ricos, porque sabemos que cualquiera puede tener un coche caro si lo paga a cómodos y numerosos plazos, pero no todos pueden tener un precioso deportivo antiguo en perfecto estado de revista. Que no buscamos el sufrimiento como haría un imbécil o un masoquista, sino que somos capaces de aguantar más de lo normal precisamente por nuestro orgullo y nuestro pasado, no por ser simpáticos y familiares y cercanos y unos simples pobrecillos. Que nos gustan las cosas claras y llamarlas por su nombre, y por tanto no nos gustan los equipos-marca, ni los aficionados-mascota, ni las meriendas-cena, ni las excusas recurrentes. Que somos del Atleti, cojones.


miércoles, 7 de marzo de 2007

La justicia y sus cosillas

Pensaban algunos que el Atleti, tras el derbi no rematado, iba a tomar nota de cómo puede llegar a ser un equipo de fútbol con algo de autoridad. Otros éramos algo más escépticos, para variar, teniendo en cuenta algunos precedentes similares. Si bien ayer el Recreativo no fue el equipo brillante que algunos esperábamos, el Atleti no fue el equipo aguerrido que queríamos. Es cierto que no hubo suerte, pero es más cierto que no hubo acierto.



Con frecuencia se habla tras los partidos de merecimientos, de recompensas, de justicia. Los locutores dicen que un gol “hizo justicia”, los periodistas dicen que un equipo “mereció más” que el otro, los cronistas hablan de objetividad y méritos y lo hacen con tanta frecuencia que ambas frases, y otras sinónimas, forman parte ya del conjunto de piezas estándar con las que se hacen las crónicas futbolísticas como quien hace un mecano. La justicia es por tanto un elemento más, intangible, que se valora a la hora de analizar un partido o un campeonato o una jugada. Lo que pasa es que es, de todos los elementos, quizás el menos mesurable y el más sujeto a la interpretación subjetiva del forofo. Lo que es justo para uno es injusto para otro, y cuando hay que hablar de justicia para compensar lo injusto de un partido anterior, ya ni les cuento.

Dicho hasta la saciedad y no por ello menos cierto: el Atleti, hoy por hoy, sólo funciona como equipo cuando está enchufado al máximo. Lo dijimos contra el Madrid, lo dijimos en casa contra el Villarreal, lo dijimos en el partido de Vigo y también en el del Betis. Como el equipo va justito de juego, tanto en la creación como en la contundencia defensiva, o sale a tope de concentración y ganas o a la mínima le hacen un roto. Sólo los dos pitones del torito rojiblanco pueden garantizar algo de peligro, y esto también lo dijimos y ya no nos repetimos más, que no es más que el primer párrafo y ya estamos pesadísimos, embarrados en la auto-cita.

Al Atleti le recibieron en Huelva con guantes, como el Ratón Mickey, en protesta por el gol ilegal del Kun en el partido de ida y eso ya indicaba por dónde iban a ir los tiros. Cualquier jugador profesional un poco avispado hubiera entendido que a la mínima el árbitro iba a intentar él solito devolver el fiel de la balanza de la justicia sitio natural, el cero. Los árbitros tienen estas cosas, y cuando sienten que la opinión pública clama por un mundo mejor, se ven obligados a restaurar las cosas a su justo punto medio ellos solitos, como si hubieran hecho un juramento hipocrático privativo de su gremio, un juramento guruzético o sanchezarminiano o incluso acebalpezónico con el que responder a la reveladora definición de “arbitrariedad” que hace la Real Academia y que tantos equívocos causa:

Arbitrariedad: Acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado solo por la voluntad o el capricho (Nota del autor: toma castaña).

En esta situación particular, a los quince minutos al Atleti le habían pitado dos penaltis, uno más penalti que otro (el segundo), uno más tonto que otro (el segundo) y ambos perfectamente evitables si los defensas hubieran tenido algo más de inteligencia, oficio y vista (especialmente el segundo). Las ansias ajusticiadoras del árbitro quedaron en nada porque el propio Recre se encargó de que el plato onubense de la balanza no pesara demasiado y Sinama lanzó fuera el segundo penalti, hacia el lado al que parecía no haber querido lanzar. De haberse hecho justicia de la buena, el que hubiera ido dentro habría sido el segundo y no el primero para así castigar la torpeza de Seitaridis, que tras lo de ayer quizás debiera entrenar toda la semana con orejas de burro. Pero no, fíjense qué cosas. De hecho el árbitro, superhéroe con pito y cronómetro, quiso seguir contribuyendo al restablecimiento del equilibrio universal no expulsando a Zé Castro por una segunda amarilla un rato después.

A todo esto, se preguntarán ustedes… ¿y el Atleti, qué? El Atleti no estaba, estaban unos señores vestidos de moros y cristianos (más bien de cristianos) pululando por el césped, viendo cómo unos de azul y blanco tiraban penaltis y cómo otros desde la grada agitaban guantes, como si la cosa no fuera con ellos. Y eso que salió con un dibujo algo distinto, provocado por la ausencia de Luccin (a quien añoramos, y a fe que esto me preocupa), sustituido por Costinha. Y con Jurado por la derecha y Antonio López por la izquierda y Maniche por todas partes, en horizontal, para hacerle llegar balones a los de la delantera, aislados del resto. Y eso que el partido contra el Madrid les debería haber mostrado el camino hacia la solución a los problemas del equipo y suponer un plus de motivación, más aún tras la anunciada reaparición de José Tomás. Pero no, qué va, la cosa era complicada ya de por sí, pero con un gol a los nueve minutos y un penalti al ratito parecía que ya daban el partido por finiquitado y tampoco querían ellos molestar a esa afición con las manos achicharradas con tanto guante y a ese colegiado de tan nobles intenciones. Así que el Atleti ni fú ni fá, a lo suyo, que es mirar cómo se seca la pintura de los postes. ¿Todos? Todos no, que Perea sí estaba metido en el partido, suspicaz ante la avalancha ajusticiadora. Así que se dedicó a correr como sólo él corre y a tapar agujeros y a quitar balones a los del Recre mientras que el resto del equipo se resignaba a su suerte. Así que Perea, ese futbolista limitado y gran atleta, se erigió en su clon Frozono y luchó él solito contra rivales, espectadores y árbitros hasta que tuvo que irse a la ducha, lesionado. Vaya tela.

En el segundo tiempo entró Gabi y el partido cambió de aires. Los jugadores cayeron en la cuenta de que había otro tiempo enterito, y entre ellos se decían fíjate tú, si hay tiempo, ¿a ver si ahora va a resultar que podemos remontar, como los niños mayores? Así que se puso a ello aprovechando que el Recreativo, en contra del espíritu que algunos le atribuíamos, se echó atrás y se limitó a esperar las acometidas. Achuchaba y achuchaba el Atleti y la afición se decía “hay que marcar, perder este partido no sería justo”. Tiraba el Atleti de él mismo sin excesivo entusiasmo ni fe, pero sí con una sensación de verse obligado a hacer algo más, pero ná. Ná de ná, el Recre pasó un mal rato pero no creo que este partido figure en su historia en un capítulo destinado a glosar situaciones similares al sitio de Numancia porque, de hecho, no creo que el partido figure en ningún historial. Para terminar con el infortunio, Torres mandó un balón de chilena al larguero en el descanso. Empate final, quizás injusto visto lo visto. Una vez más, la justicia como ingrediente de la sopa futbolera.

Así que en este lío de justicia e injusticia el Atleti, que de haber ganado al Madrid en un partido que tuvo en la mano hubiera pasado la semanita en champions poniendo cara de playboy, es ahora sexto empatado con el séptimo, y viaja en el vagón de cola del tren que lleva a Europa. Y además sin asiento bueno, sino en esos plegables al lado del baño, en el que hay un ruido del demonio y huele nada más que regular. Por detrás vienen unos cuantos con ganas de pelea, y el Atleti no puede permitirse ignorarlo. Porque hasta ahora el Atleti creía pertenecer a la pandilla de los mayores, pero estas dos últimas semanas parece que ellos han quedado por su cuenta para irse con unas turistas rubias y al Atleti no le han llamado, así que ahora sus compañeros de correrías ya no son Barça, Valencia, Sevilla y Cía, sino que le toca quedarse en la plaza del pueblo jugando a las chapas con los que antes despreciaba por pequeños. Y la realidad es que le ha pasado el Zaragoza, le ha igualado el Recre y viene por detrás el Getafe pidiéndole la bici. Y hasta Racing y Espanyol se ponen a tiro y ya no quieren ponerse de portero cuando juegan al gol regateao.

Así que, pálido, mira el aficionado atlético el calendario pensando qué le deparará el futuro, queriendo creer que los próximos partidos y los cruces entre los rivales terminarán por equilibrar en el tiempo el traspiés de estas últimas semanas. Y es que desde hace unas jornadas, el Atleti ha perdido con el Valencia, ha perdido con el Sevilla y sólo ha empatado con el Madrid en un partido que debió ganar para sacar los puntos y para creerse de una vez que tiene oportunidades; ha perdido también con el Recre y sólo ha ganado al Athletic de Bilbao, que va de mal en peor. Y ahora viene el Depor y no será fácil, porque vendrá Caparrós diciendo que teme que el árbitro pite en su contra para compensar lo del gol de Perea del otro día; y luego va a Zaragoza, donde puede que se atragante el adoquín que regalan a los hijos de las visitas. Después a jugar fuera de casa entre otros contra el Villarreal, contra la Real Sociedad, contra el Espanyol, contra el Getafe y contra el Osasuna. Y el Barça en casa, de propina. Posiblemente no sea el peor calendario de Primera, pero tampoco parece que invite mucho al optimismo, porque en esos campos de Dios es casi seguro que nos vamos a dejar bastantes puntos.

Así que, cerrando el círculo, se pregunta uno dónde debería estar el Atleti en el supuesto de que la ciega justicia repartiera a cada uno lo suyo. ¿Sería justo que estuviera cuarto, como parece que habría que exigir a la plantilla? ¿o quizás octavo, con tres puntos menos de los que tenemos? ¿juega el Atleti para jugar en Champions? O, al menos, ¿”compite” el Atleti como debería hacerlo un equipo que quiere entrar en Champions? No sé yo, no sé. Lo que parece es que hay tres arriba que no van a bajarse del burro, y que habrá una cuarta plaza para la Champions por la que habrá tortas. Veremos quién se queda en Europa y quién no esta semana, pero a estas alturas parece que Atleti, Madrid, Zaragoza y Recre deberán pelearse por meterse en la pandilla de los que ya tienen granos y pelos en las piernas. Y con las maneras de niño recién peinado y vestido de marinero que gasta nuestro equipo a veces, no será fácil.