lunes, 26 de octubre de 2015

Partido grande, resultado corto

Salieron los Pumas al campo y formaron para escuchar el himno y se agarraron de las camisetas y apretaron la mandíbula y algo fue igual a otras veces pero también fue distinto. Recordando el impresionante momento del himno frente a los irlandeses uno recordaba también el impresionante ritmo de los primeros minutos, la furia desatada y a la vez controlada del ataque argentino a pesar de tener enfrente ni más ni menos que a Irlanda, el golpe de autoridad al principio del partido y la inevitable obligación posterior, por el lado irlandés, para ir apagando los incendios que los Pumas encendían a su paso en cada parcela del campo.

Si bien en el partido contra los australianos vimos lágrimas argentinas y camisetas apretadas y protectores bucales al borde de la fractura, algo era diferente. Si los irlandeses parecieron algo inseguros y casi intimidados ya a las alturas del himno en el partido de cuartos, los australianos parecieron seguros, tranquilos y conscientes de cuál era su misión, sabiendo cada uno qué tenía que hacer. Serios y calmados, parecieron encontrarse frente a unos Pumas inseguros y faltos de concentración, la tortilla volteada: dos fallos clamorosos en el primer minuto terminaron en un ensayo en contra y una mochila difícil de sobrellevar en la larguísima cuesta arriba que los australianos iban a plantear en el campo.

Liderados por la deslumbrante pareja Pockok – Hooper, rapidísimos en todas la fases, concentrados y generosos a la hora de entrar con la cabeza por delante en el avispero que los Pumas formaban en cada abierta, y fríos a la hora de decidir una vez se recuperaba el balón, Australia simplemente fue mejor. Aguantó en melé (quizás gracias a los consejos de Ledesma), se batieron el cobre en las contadas ocasiones en las que se montó la línea y demostró ser capaz de imponer un ritmo infernal a la hora de llegar a los rucks, donde se decidió el partido. En ningún momento mostraron superioridad los argentinos, que desde el primer cuarto de partido parecieron ir sin resuello tras los rapidísimos y contundentes terceras rivales. Algún fallo más, varios balones perdidos en rucks y algún golpe evitable dieron a los australianos la ventaja suficiente para llegar a la final, algo ganado a buena ley, con una pizca de suerte (a favor y en contra) en el partido contra Escocia, algo que parecía poco probable hace unas semanas para expertos, recién llegados, casas de apuestas y analistas internacionales. La dureza del camino que han recorrido los Wallabies se refleja con facilidad en una de las imágenes del partido: aquella en la que un ensangrentado y agotado Pockok daba la enhorabuena a los rivales sacudiendo la cabeza con gesto de “madre mía, la que nos habéis dado”.

Los Pumas se quedan fuera de la final y, al contrario que en 2007, la sensación es de oportunidad perdida. Si en ese Mundial había clima de gesta histórica y satisfacción plena ya por haber llegado a semifinales, sólo dos mundiales después los argentinos se quedan con cara de póker por jugar la final de bronce, ni más ni menos. Quizás lo más admirable de este equipo sea precisamente esa falta de resignación, esa ambición, ese espíritu. Tras jugar un grupo previsible y hacer frente a los All Blacks en un sensacional partido jugado en Twickenham, los Pumas firmaron uno de los mejores partidos que uno les recuerda contra Irlanda en Cardiff. Tras unos 20 primeros minutos eléctricos, los Pumas aguantaron el tsunami verde que se les vino encima  a pesar de las notables ausencias del pack irlandés y desplegaron unos últimos 20 minutos para el recuerdo en los que se llevaron por delante con claridad a la potentísima selección irlandesa. Los aplausos de los aficionados de verde al final a pesar del disgustazo de una nueva ocasión perdida (y eso que aún no sabíamos lo de Maureen O’Hara) dan una idea clara de la autoridad con la que los Pumas pasaron de ronda.

Los Pumas cierran así otro Mundial memorable en el que aún pueden ser terceros, igualando el hito de ese equipo asombroso que aún conserva algunos jugadores clave en estos Pumas con futuro que nacieron bajo el ala de Hourcade, roto en lágrimas ayer ante la evidencia de que se les iba quizás la oportunidad más clara de meterse en una final mundial. En 2019 volveremos a ver a esta Argentina agigantada tras su paso por el Rugby Championship, probablemente aún más reforzada por su presencia en el Super Rugby y el impulso que recibirá a su vuelta esta nueva generación privilegiada de rugbiers argentinos, cuyo único elemento preocupante es saber si podrán poner freno a ciertos ramalazos futboleros en celebraciones y cánticos. Gracias Pumas por las lecciones, por la emoción del himno, por el rugby total que va más allá de la entrega y los riñones. Un ejemplo, estos Pumas.

Por el otro lado del cuadro, se plantaron en la final los que todos esperábamos. Los All Blacks demostraron, en un durísimo partido contra Sudáfrica, que si toca sufrir y emplearse en las agrupaciones, que si los rivales plantean partidos cerrados con candado y rugby de kilos, que si lo que corresponde es remangarse y jugarse las cejas, ahí están ellos también. Tras el apabullante partido contra Francia y la demostración de rugby de ataque que convirtió a los franceses en sparring juvenil ante un equipo sobrado, tocaba bajar la cabeza y meter el hombro en vista del durísimo partido que plantearon los Sudafricanos. Sudáfrica quizás no sepa jugar a mucho más, pero claramente saben ser casi los mejores a lo que juegan. Duros, jugando por dentro, sin concesiones ni prisioneros, los Boks se encontraron con una muralla defensiva, un equipo agresivo y valiente que en ningún momento rehuyó el contacto, el placaje o la producción industrial de sudor, con una delantera dedicada con devoción a cumplir su deber y un Ma’a Nonu gigante. Nueva Zelanda llega a la final con sólo 3 ensayos en contra y una defensa granítica, pero con vitola de equipo de ataque y juego a la mano. La conclusión: quizás estemos hablando de uno de los equipos más completos del firmamento rugbístico, una máquina de atacar y defender, un prodigio físico, técnico y táctico, un monumento al deporte erigido por un país de 4 millones de habitantes. Una maravilla con botas negras y pómulos hinchados, un memorable equipazo de rugby, una máquina de ganar que celebra con contención el pase a la final porque sabe que el trabajo aún no está hecho. Un prodigio.
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Salió el Atleti al campo justo en el momento en el que la afición se preguntaba, por decimosegunda vez, si hacía frío o calor. Octubre en Madrid tiene estas cosas: en camisa uno se hiela, pero si se pone uno una chaqueta se asa. A primera hora está nublado y uno saca del armario un abriguito de entretiempo, como Gracita Morales. A medio día dan ganas de tomar vermouth en las terrazas, después de comer empieza a hacer más fresco, a media tarde uno ya no tiene claro si es verano o es invierno. Al campo va uno abrigado no sea que le coja el frío en la última media hora, como es tradición en el Calderón; pero luego uno se sienta en la grada y no corre el aire y no hace frío ninguno y se pasa uno el partido con el abrigo sobre las rodillas como una vieja, y cuando celebra los goles lo agarra no sea que se le caigan a uno las llaves y queden atrapadas por la flora autóctona que crece lozana bajo los asientos de la grada y no las vuelva uno a ver ya más nunca en la vida. El Calderón tiene estas cosas, y con este microclima no nos extraña que entre sus butacas prosperen plantas crasas propias de desiertos y altiplanos y orquídeas y otras monocotiledóneas propias de climas selváticos en un festival botánico que ríase Vd de la cuenca del Orinoco.

Volvía el Atleti a casa en Liga tras el partido de San Sebastián, que fue malo pero bueno, según se mire, y tras el partido del Astana, que fue bueno porque no podía ser de otra manera, oiga, que los pobres eran una panda de chiquillos altotes pero poco experimentados en esto del fútbol. Si el partido del Astana sirvió para pasar un rato tranquilo de una vez por todas, que falta hacía, el partido de San Sebastián sirvió para  que los críticos, que últimamente abundan, se rasgaran la camisa por el juego desplegado. Sirvió también para que los entusiastas, que también los hay aunque andan últimamente más tapaditos ante el aluvión de expertos enmienda-cholos que hablan a voces por las tabernas, dijeran eso de clín clín caja y otros tres puntitos y vamos p’alante y ya llegarán los tiempos del oropel, el brillo y el vino bueno.

Total que en esto, como quien no quiere la cosa y sin tener muy claro si hacía frío o hacía calor, llegó el Valencia al Calderón. La visita del Valencia suele resultar incómoda: a veces porque el equipo plantea partidos serios y duros que hacen que el Atleti las pase canutas; otras, porque el Valencia rasca premio al filito del final, como ocurrió el año pasado, cuando un arreón y un golpe de suerte en los últimos  minutos hicieron volar dos puntos en un partido que estaba controlado. Otras veces la llegada del Valencia resulta incómoda porque su entrenador, que tiene cara de malo aturbantado de “La Momia”, hace declaraciones de esas inoportunas que irritan a los que están en su casa tan tranquilos tomando café con leche y hacen ver fantasmas a los más brutos del lugar, que terminan tirando botellas al autobús del Atleti o insultando a los aficionados del Valencia que pasan por la calle camino de una tasca. El Valencia es un equipo con querencia natural al enfado profundísimo y el despecho por ofensas que uno no llega nunca a entender bien de dónde salen y a dónde van, y eso lo sabe bien Nuno. Nuno, que se parece bastante al enemigo de David el Gnomo, ha asumido con naturalidad ese papel de malo de película que azuza al pueblo contra una amenaza ficticia y en las ruedas de prensa desliza, entre eses líquidas fuertemente pronunciadas, denuncias y agravios que sólo él detecta. Lo sentimos por él, que debe tener una existencia triste entre tantísima ofensa, y lo sentimos por los seguidores de su equipo que montan en cólera al escucharle; pero, sobre todo, lo sentimos por nosotros, que no nos merecemos un señor tan pesado en la liga.  

Ante un Valencia descremado, mucho menos incisivo que otros años (posiblemente por la descompensación del equipo-granja de Mendes y la exigencia de jugar Champions), el Atleti jugó uno de los mejores partidos de lo que va de año, si no el mejor. Al menos sí fue el mejor primer tiempo de los tiempos recientes, superando por activa y por pasiva al endeble Valencia que ayer apareció por el Calderón. Sólido atrás y, sobre todo, poderoso y dominador en el centro del campo, el Atleti de ayer se pareció al Atleti que queremos ver este año y al que los más críticos habían dado por imposible tras el segundo partido en casa, en ese arrebato enmienda-cholos que ha poseído a algunos desde hace unos meses.

El partido tuvo varios protagonistas, pero uno por encima de todos: Tiago. Tiago, que lleva una serie de partidos monumentales, ayer fue un paso más allá y firmó un partido gigante, pleno de colocación, autoridad, pausa y criterio. Listo a la hora de llegar a los espacios, inteligente a la hora de repartir juego y acertadísimo en casi todas sus  acciones (desde la grada contamos un único error no forzado en un pase), Tiago sacó varios balones de cabeza en el área pequeña, recuperó posesiones, paró cuando tuvo que parar y aceleró cuando lo que había que hacer era dar velocidad. Tiago jugó y corrió y se tiró al suelo, pidió intensidad a los compañeros y también les pidió calma. Paró, templó, mandó y dejó claro que es, hoy por hoy y desde hace mucho tiempo, el centrocampista con más criterio que tiene el equipo, el jugador más sensato del medio campo y, lamentablemente, el único que no tiene recambio. Si Gabi, muy bien ayer en la recuperación y la brega, puede ser en cierto modo sustituido por la mejor versión de Saúl, no parece haber recambio para Tiago. Kranevitter, que vendrá en enero, tendrá primero que acostumbrarse a la liga y a los chistes sobre su nombre de embajador chiquitistaní; y aún si lo logra en poco tiempo, parece que su corte de juego recuerda más al de Gabi que al de Tiago. Koke, al que se suponía que el Cholo iba a echar al centro buscando esa misión, sigue en el mismo puesto que otros años y Óliver Torres, talentoso y con futuro, parece excesivamente inexperto no ya para ese puesto clave, sino para ser titular en el Atleti.

Es por esto por lo que la afición reza y reza para que Tiago, que ya tiene edad de acordarse del secuestro de Quini, no se lesione. Cada vez que Tiago va al suelo, la grada tiembla; si se queda dolorido en el césped, aunque sea un minuto, la grada deja de respirar. Tal es la importancia de Tiago y tan preocupante su falta de recambio que la afición empieza espontáneamente a organizarse para evitar riesgos. Así, varios aficionados de Salamanca se han ofrecido a hacerle la compra por turnos, evitando así que lleve bolsas con peso y pueda resbalar en el descansillo. En Madrid se han organizado patrullas ciudadanas para acompañarle al banco, acudir con él a las reuniones de vecinos, ordenarle los altillos, ir a recoger a sus niños al colegio. Un reputado bajista de blues monta guardia en el portal de Tiago desde hace unos días e impide el paso a todo vecino que lleve botas de suela rígida y objetos afilados. La Peña Atlética Jerez (apoyada por la Peña Unipersonal Numantina de la misma localidad) se ofrecen a enviar tuppers con guisos cinco veces con semanas para evitar que se queme con el vapor de la olla exprés, mientas varias asociaciones de aficionados de la zona de La Mancha preparan turnos para ir a planchar a casa de Tiago y evitar que le caiga la plancha en un pie, como a Busquets padre. Hacia el jueves llega a Madrid un contingente de la División Acorazada Brunete que acampará ante la casa de Tiago, desplegando un perímetro de seguridad a prueba de resbalones, libre de pieles de plátano y de canicas traidoras. Todo sea porque no se nos lesione Tiago, el Grande.

No sólo Tiago jugó bien ayer: todo el centro del campo fue fiable, sólido y hasta brillante. ¿Todo? Uhmmm, quizás todo no: Óliver Torres, que salió con el partido controlado y cerca del final para tener el balón y evitar sustos, ni tuvo el balón ni evitó sustos. Sustituyó además a una de las sensaciones de la noche, Ferreira Carrasco, autor de un golazo y baza fundamental en el primer tiempo para desbordar primero una banda y luego otra de la defensa del Valencia, mucho menos solvente de lo que ciertos medios pregonan. Ferreira Carrasco, a quien no sabemos si llamar Ferreira o Carrasco, se atrevió, corrió, desbordó y regateó, marcó un golazo y se entendió bien con el resto del centro del campo y la delantera. También con su lateral, pero eso es otro tema.

Porque el segundo protagonista del partido, junto a Tiago, fue Juanfran. Entonadísimo, rapidísimo y hábil, Juanfran lleva ya muchos partidos jugando con un notable alto, siempre metido en los partidos, siempre en su sitio y en el de su interior, cuando le toca por delante algún jugador menos aficionado a ayudar en defensa como Ólivier o el propio Griezmann. Juanfran hizo un partidazo una vez más y junto al resto de la defensa, con un Godín estupendo que cometió dos fallos tontos en el tramo final del partido, hicieron aburrirse como una ostra a Oblak, quien pudo perfectamente jugar leyendo una novela de Estefanía entre ataque y ataque, y se la hubiera acabado sin problemas.

El Atleti jugó una primera parte estupenda y una segunda algo menos brillante en el que se pusieron de manifiesto algunos aspectos que Simeone aún debe pulir: Óliver no parece aportar todo lo que su enorme talento ofrece, Jackson empieza a marcar pero aún queda lejos de lo que debe aportar un delantero centro en este equipo, Torres anda pletórico de fuerza pero acelerado e impreciso. El equipo no parece saber matar los partidos en el momento en el que todo está de cara, como pudo ayer haber pasado al final del primer tiempo, y quizás se venga demasiado abajo cuando hay un contratiempo; sólo eso explica que se pasara un cierto nerviosismo al final de un partido que podría haber sido perfectamente de 3 ó 4 cero al principio del segundo tiempo. Si el equipo retuerce su colmillo un poco más, si Jackson empieza a carburar al ritmo al que juega el resto, si Griezmann, como ayer, está más activo y presente y Koke continúa siendo la placa base que permite al resto de elementos estar a su nivel más alto, contemplaremos con alegría como la legión de tristes que llevan unas pocas semanas rasgándose las vestiduras por lo mal que va todo, se relajan.

El partido de ayer, además, marca el final de la empinada cuesta del primer cuarto de liga que el calendario regaló al Atleti como quien regala un lagarto venenoso. De aquí a diciembre, en principio, el Atleti tiene un calendario menos exigente que permitirá a los nuevos ir encontrando su sitio y a los de siempre ir pasando lo que saben a los recién llegados. Si es así, ojo a este equipo dentro de unos partidos, ojo.

martes, 6 de octubre de 2015

Reflexiones con retraso (mental) sobre el Mundial y el derbi


Los australianos pegaron, por segunda vez en la historia, un Twickenhamazo. Inglaterra, favorita en todas las apuestas para llegar a la final al menos, se quedan en la fase de grupos para decepción infinita de la afición local, volcada a lo futbolero en este Mundial de rugby en el que Londres, e intuimos que toda Inglaterra, se llenó de carteles y anuncios publicitarios dando a los jugadores de su selección el status de estrella absoluta. Quizás en eso el rugby, cada vez más convertido en espectáculo, siga siendo inmune a la influencia del fútbol.

A uno, que es un antiguo, le gustaban las camisetas con cuello blanco y sin marca publicitaria y le horripila el espectáculo de fuego y pirotecnia a la salida de los jugadores. Uno se emociona con los himnos y la banda militar y hasta con el cañonazo de Murrayfield, pero no con el “Start me up” atronador al principio del partido, la cuenta atrás coreada por la gente y el “Tom Hanks” a todo volumen tras cada ensayo. Aún se queda uno petrificado ante el silencio del estadio cuando patea un rival o ante la ovación atronadora cuando sacan lesionado a un visitante, con el pasillo de los jugadores que ahora tanto sorprende a la gente que no sabe que se lleva haciendo toda la vida.

Quizás sean esas cosas de rugby añejo las que evitan que una selección como la inglesa, preparada para ganar en casa el deporte que se inventó en casa por más que las impertinentes colonias se empeñen en elevar a niveles inalcanzables para las potencias tradicionales, no está preparada para soportar la inmensa presión que  impone la victoria sí o sí, algo inherente al fútbol (sobre todo el de clubes) pero no tanto al rugby, deporte que siempre supo que, en el fondo, el que gana es sólo el mejor. El rugby fue como casi siempre justo e Inglaterra perdió ante una Australia deslumbrante en melé, quizás su punto menos fuerte hasta que llegó Ledesma y les puso a jugar como si fueran de Tucumán en vez de de Perth o Brisbane. Australia, con la victoria deslumbrante de Twickenham, eleva la voz y apunta, en caso de ser primera, a una semifinal por el lado bajo del cuadro que muy pocos habían previsto. Con esa tercera línea, todo es posible. Veremos.
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Sudáfrica volvió a ser Sudáfrica, y eso que los escoceses muestras signos de evolución positiva. Pero, por más ganas que tengan los de azul de jugar bonito y a la mano, por más que quieran demostrar que la última cuchara de madera fue, esta vez sí, excesiva e injusta viendo el torneo, Sudáfrica queda aún lejos de sus posibilidades. Fuertes, con mucho oficio, al borde del reglamento y del fuera de juego en muchas ocasiones, los Boks se deshicieron con más facilidad de la deseada en Edimburgo de los chicos de azul, aún excesivamente inocentes a la hora de hacer golpes cerca de su línea de ensayo. Las cosas vuelven a la normalidad en el grupo B, una pena para Escocia.

Argentina, que presume y con razón de haber enseñado una de las mejores melés del campeonato, perdió prácticamente todas las melés contra Tonga. Argentina reservó jugadores para cuartos, previsiblemente contra Irlanda, y acabó ganando el partido, pero dejó algunas dudas. Ni la melé fue tan fuerte ni las ideas fluyeron con claridad ni la sensación de autoridad que dejó en el partido ante Georgia se repitieron. Si Tonga llega a jugar a un rugby más científico en vez de dedicarse a placar y correr para echar la tarde y si su apertura afina con el pie, el resultado habría sido aún más preocupante. Pero el campeonato es largo y es normal que surjan dudas, la clave está en ver si se resuelven. Un consejo para el bravo equipo argentino: que alguien explique a Maradona cómo se celebran las cosas en el rugby. Si no lo entendiera o no quisiera entenderlo, mejor escóndanlo en algún sitio incomunicado durante los partidos.

Y, por último, Irlanda. Irlanda había jugado sólo un par de partidos suaves y la llegada de Italia no parecía que le fuera a plantear problemas; sin embargo, los planteó. Italia perdió casi todas las touches, hizo golpes de castigo de juveniles y mostró algo del caos que mostraron un rato antes argentinos y tonganos. Aún así, Irlanda no consiguió estar cómoda en ningún momento, por más posesión que tuviera. Ni la melé funcionó ni su fantástica tercera línea estuvo a la altura de otras veces ni el back three, que tan bien se lo pasó contra Rumanía, no disfrutó. Irlanda ha jugado dos años como una máquina de rugby y tuvo un par de sustos en los test matches previos que le han debido servir para mejorar. Esperemos que también mejoren tras el partido contra Italia o su previsible cruce con los argentinos puede ser, una vez más, un obstáculo insalvable ante semifinales.
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El Atleti empató en casa fallando un penalti y teniendo varias ocasiones claras y, aún así, la sensación al salir del campo era buena. ¿Cómo puede ser que la gente salga contenta por haber empatado un partido que se pudo perfectamente ganar? De haber visto la cara de la afición a la salida del Calderón, un observador que no conociera el resultado habría apostado por la victoria local. Sólo el examen pausado del resumen del partido le habría hecho ver que, tras tener dos, tres ocasiones claras y haber fallado un penalti, la cara de satisfacción no se correspondía con lo ocurrido.

Y es que el partido contra el otro equipo grande de la capital, ese que presume de estadio-templo y luego resulta que en la esquina tiene un Juteco, sirvió para muchas cosas. Sirvió para ver, de nuevo, un Atleti excesivamente echado atrás durante los primeros minutos del partido, los que sirvieron al rival para marcar un gol en el que su delantero centro apareció excesivamente solo en posición de remate. Sirvió también para ver que Filipe Luis sigue sin el punto de forma con el que le recordamos, lo que le convierte en un jugador mucho menos interesante que aquél que nos asombraba partido sí y partido también en los no muy lejanos días de la temporada en la que se ganó la liga.

El partido también sirvió para confirmar que el experimento de poner a Griezmann en la banda, si bien tuvo su lógica, no funciona. Griezmann, que tiene ya una querencia natural a no jugar los partidos complicados, deja de poder usar sus enormes cualidades cuando le toca no ya pegarse a una banda, sino emplearse en defensa como exige el sistema de Simeone. Griezmann parece únicamente cómodo de segunda punta, con un delantero que le sustituya el desgaste y le permita revolotear de un lado a otro para aprovechar ese talento suyo para aparecer donde debe y cuando debe. Fuera de esa posición, más cómoda pero en la que brilla incluso en partidos malos, es un jugador con poca trascendencia, demasiado lejos de donde le gusta estar, demasiado involucrado en tareas para las que no está hecho, demasiado blando para hacer ayudas al lateral, que sufre mucho cuando el que está delante es Griezmann.

El partido también sirvió para alimentar las dudas sobre Óliver Torres. Blandito, como Griezmann, a la hora de guardar la banda y por tanto un problema adicional para el lateral que le cubre la espalda (que las pasa canutas teniendo que defender al suyo y al de Óliver), Óliver Torres no termina de estar cómodo pegado a la cal ni de desplegar ese fútbol tan suyo de pase corto, alivio y visión desde un lado del campo. Como en el caso de Griezmann, sus virtudes se diluyen en la banda y su carácter le impide jugar con oficio los partidos duros. Para su desgracia, no le pasa lo que le pasa a Griezmann, que se ha convertido en insustituible: mucho nos tememos que en cuanto vuelva Koke al que empezaremos a ver menos es a Óliver Torres.

Más cosas que dejó el partido: las buenas sensaciones que emanan de Correa, y eso que no termina de encontrar su sitio exacto en el complejo 4-4-2 con aspecto de 4-3-3 o hasta de 4-1-4-1 de Simeone. Correa ha aprovechado los minutos que ha tenido y hoy por hoy parece firme candidato a la titularidad cuando vuelva Koke. Un problema: si es así, ¿jugará echado a una banda para que Griezmann pueda hacer su juego de puntillas por el frente de ataque? ¿quitará el puesto al 9 y convencerá a Simeone para jugar con dos bajitos delante? ¿conseguirá forzar la muñeca del entrenador para jugar con un 4-3-3 más clásico? Veremos.

El partido también sirvió para confirmar lo que todo el mundo comentaba ya en verano, por más que ahora parezca que la reflexión es propiedad exclusiva de la solemne corriente de opinión atoropasadista que analiza en redes sociales y medios cada movimiento del Cholo con la autoridad que da el saber de esto mucho más que el entrenador y manifestarlo desde el ordenador de su mesa de la gestoría, entre expediente y expediente.  El centro del campo del equipo tiene demasiadas incógnitas y juventud (Saúl, Óliver Torres, Correa, Ferreira Carrasco) como para transmitir la seguridad de que el equipo no terminará rompiéndose por la bisagra cuando a Tiago o a Gabi se les acabe la gasolina. Tiago volvió a demostrar que su aportación en cuanto a colocación, experiencia y sensatez es vital para el equipo mientras que Gabi, generoso en el esfuerzo pero impreciso en los pases (algo que solivianta en exceso, cree uno, a la excesivamente segura de sí misma afición del Calderón), da muestras de necesitar suplente. Saúl pareció poder hacer bien de Gabi contra el Getafe, pero un partido desastroso contra el Benfica activó las alarmas. Tiago, sencillamente, no tiene suplente y sería importante darle descansos en partidos más cómodos para ir rodando a otros (se Thomas o sea Kraneviter cuando llegue) en el convencimiento de que será importantísimo en los partidos grandes. Sin refuerzos en la zona, el riesgo de que el equipo termine partido en dos como en los lejanos tiempos de Aguirre y más tarde QSF (cuatro defensas, dos pivotes desbordados, cuatro atacantes poco interesados en defender) se agranda; lo que pasa es que en ese equipo, que terminó ganando la Europa League, los medios defensivos eran Assunçao y Raúl García, que nunca había jugado ahí y terminó por conseguir, a fuerza de generosidad y disciplina, que el equipo funcionara a pesar de los pitos que le dedicaba esa grada corta de vista que ahora le añora cuando le ve en Bilbao. En fin.

Una de las mejores cosas que dejó el derbi, además de confirmar que el equipo rival tiene a dos jugadores cómicos (uno con matrícula de Ciudad Real, el otro con barba y discurso prepotente que contrasta con su incapacidad para dar un pase hacia adelante) fue la sensación de que, frente a lo visto contra el Benfica, el equipo no ha olvidado cómo dar arreones y golpes de riñón en ciertos momentos. Y lo mejor es que ese arreón vino cuando estaban en el campo Ferreira Carrasco, Vietto y Jackson, tripleta multimillonaria que hasta ahora no había demostrado nada. Vietto marcó a pesar de no hacer nada reseñable y eso debería bastarle para perder el pánico que parece que le da el Calderón. Jackson dio el pase de gol y casi marca, y con eso debería bastarle para tranquilizarse y, de paso, cambiar su ritmo tropical y avallenatado por una carrera constante como la que brinda Torres, muy desafortunado en los controles el domingo pero de nuevo peleón como el que más. Por último, Ferreria Carrasco, jugador con nombre doble como si fuera un despacho de agentes de aduanas de La Coruña, mostró que puede ser útil cuando por su lado hay un lateral lamentable con ínfulas de espartano. Por desgracia, jugadores tan malos no abundan y es posible que Ferreira Carrasco no tenga tantas oportunidades para destacar.

El Atleti está a dos puntos de los teóricos candidatos tras un “rush” de partidos complicados que podría haber acabado mucho peor y sólo un poco mejor. Sin jugar bien, el equipo parece ir encontrando ese equilibrio entre más toque y no menos sangre que el Cholo, la afición y la confección de la plantilla requiere. Quedando la duda del centro del centro, también queda la esperanza de que, una vez se pase definitivamente el pico del calendario (quedan en breve Valencia y Athletic de Bilbao) se pueda terminar con los ajustes que ahora mismo el equipo requiere. Optimismo moderado, por tanto, en la certeza de que Simeone ha dado casi con la tecla.

jueves, 1 de octubre de 2015

Camiseta suplente, carácter de filial

El Atleti salió vestido de suplente en casa y ya con eso habría que haber suspendido el partido, mandar a la gente a casa y organizar una protesta ante la Unesco. Dado que no se hizo, quizás habría que haber respondido a la irresponsable y maleducadísima porción de la afición portuguesa que se dedicó a tirar bengalas al público (algo que uno nunca había visto en el Calderón, toda una vergüenza) para acotarles y sacarles del campo con dirección al cuartelillo. Hay cosas intolerables y una es esa de tirar cosas ardiendo al personal; nos tememos, además, que la cosa acabará con el Atleti sancionado.
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Salió el Atleti vestido de azul marino, extraño en su propia casa, y jugó un partido igual de extraño, bueno a ratos, malo a otros, catastrófico en lo relativo al resultado y muy preocupante en lo que se refiere a las sensaciones que deja el equipo tras el mal partido de Villarreal y el próximo partido en casa, el partido que menos le gusta a uno.

Salió el Atleti con el portero bueno y la defensa buena y esa variante que hemos visto en el medio y delantera, esa que consiste en jugar una especie de 4-4-2 que es a ratos un 4-3-3 cuando Griezmann sale de la zona del centro del campo y un 4-1-4-1 cuando Correa (o quien corresponda) se agolpa en la zona central, a veces superpoblada.  En el mutante dibujo de la parte alta del equipo estaban Gabi y Tiago, los de siempre, además de Óliver, Griezmann, Correa y Jackson Martínez, ese enigma. El equipo, sobre el papel, resultaba valiente y agresivo ante un equipo bien plantado como el Benfica, con la defensa cerquita del portero y muchos kilos y muchos centímetros por la zona del área, buscando la salida fulminante a la contra sobre todo si es Gaitán el que lleve la iniciativa.

Y así se plantó el Atleti y, qué cosas pasan, lo hizo bien. Durante muchos minutos de la primera media hora de partido el Atleti combinó y combinó, llevó la iniciativa, se impuso en el medio campo (al menos en la parcela central) y tiró a puerta: primero, en dos córners jugados al pie y frente al primer palo, uno de ellos con posible penalti tras tiro de Tiago. Luego, en jugadas con combinaciones entre varios jugadores que terminaban con pases desde los lados para que Jackson, que parecía entonado, tirase desmarques y se situase entre los centrales para rematar, algo que consiguió, sin fortuna, en tres o cuatro ocasiones. Óliver parecía cómodo, más cómodo que nunca durante el rato que combinó bien con Filipe Luis, que pareció volver a ser el de siempre. Correa buscaba su sitio y encontró un remate clarísimo que se le fue alto tras un rechace del portero y un gol que ponía por delante al equipo. Durante un buen rato el equipo pareció divertirse, con todos los jugadores enchufados: de habernos preguntado a cualquiera cómo veíamos el partido, todos sin excepción habríamos apostado por una victoria relativamente cómoda del Atleti, no por menos de 2-0, quizás por 3-0 en cuanto se diera un poco de suerte o el Benfica flojeara al final del partido.

Pero, cosas que no veíamos hace tiempo, pasó algo y tampoco fue tan raro: el Benfica metió un gol. Algo tan previsible y probable como un gol en contra fue a la postre mucho más que un gol, mucho más que un lance. Con un gol, sólo con un gol y con el aderezo posterior de bengalas, protestas en la grada, tangana gana-tiempo y visita al vestuario, el equipo se descosió, se deshizo en hebras, se convirtió en estatua de sal.

La grada esperaba un equipo resuelto y convencido de la victoria tras una bronca en las duchas, un equipo con ganas de recuperar el control del partido y hacer el mismo fútbol que la primera media hora. Sin embargo, se encontró con la aparente lesión de un contrario tras el choque con su propio portero, con la consecuente salida de asistencias médicas y un fisioterapeuta gordísimo vestido de naranja que llevaba un maletín-nevera en el que probablemente llevase cuñitas de queso y un melocotón, y ya de paso con un parón de 4 minutos. Aún con el lesionado en la banda, un contraataque portugués acabó con un gol en contra. Otro gol en contra, dos goles en dos fogonazos, en dos contraataques de esos que uno no se puede explicar por la facilidad con la que llegaron los rivales a estar cerca de Oblak.

Con mucho partido por delante y tiempo de sobra para empatar y remontar, el Atleti se deshizo. Quizás presionado por ir vestido de visitante, quizás amnésico tras el golpe recibido y olvidados los primeros minutos del primer tiempo, quizás simplemente desbordado, el equipo se apagó. Dejó de funcionar Jackson, que sin haber funcionado mucho al menos mostró recordar dónde juegan los de su puesto durante el primer tiempo y por primera vez en muchísimos minutos. Dejó de funcionar Óliver Torres, especialista en arranques de partido con brío y brillo para pasar al rato a dar la impresión de ser un alma en pena, un juvenil desbordado cuando las cosas no son exactamente como a él le gustaría. Dejó de funcionar Filipe Luis, que había empezado más cómodo al tener cerca a Tiago y Óliver y poder desplegar ese juego fino tan suyo que le llevó en su última temporada en el Atleti a entrar y entrar por su banda con ademanes de espadachín de salón, pasando el segundo tiempo por un imitador deprimido del fabuloso lateral izquierdo campeón de Liga.

No llegó a venirse abajo Vietto porque directamente ni compareció, escondido siempre tras un marcador a la manera del mismísimo Maniche, maestro del camuflaje y el escapismo, nerviosísimo, sufriente como un San Sebastián aseteado. Tampoco pudo darse el lujo de venirse abajo Saúl, quien firmó quizás el peor partido que uno le recuerde y eso que estuvo sólo un rato en el campo, unos minutos en los que consiguió hacer prácticamente todo mal para sorpresa de los que le vimos jugar con solvencia ante el Getafe. Tampoco se vino abajo Griezmann por la sencilla razón de que, una vez más cuando el partido no va del todo de cara, prefirió no comparecer, no participar, no sentirse involucrado al no ser la posición de su agrado, al preferir jugar con alguien cerca que no sea Correa, al ver que la cosa no iba del todo bien, al ser mes con R.

Seguramente Simeone cometió errores. Cometió probablemente el error de poner por delante de Juanfran y Filipe Luis a dos centrocampistas, Óliver y ayer Griezmann, que implican la renuncia a cualquier juego de ataque de los laterales; ese sistema parece funcionar si el equipo entero está enchufado, pero en cuanto se desentiende Griezmann o se desmorona Óliver, los laterales se desbordan y se produce un efecto dominó que hace temblar al resto. Seguramente, o sin ningún género de dudas, se confundió Simeone en los cambios: otra vez tarde a la hora de meter a Torres, otra vez raro al retrasar la decisión de sacar del campo a Griezmann, esta vez desacertado por meter a Saúl a jugar con dos pivotes más y Vietto, el ausente, por delante. Quizás el estilo ultra exigente del Cholo sea excesivo para según qué jugadores, lo que explicaría que sólo los más veteranos, independientemente de tener el día o no, de estar más o menos acertados, mantienen la posición cuando se desata el vendaval. Quizás los jugadores no aguanten tanto tiempo bajo la estricta mirada de Simeone y el Profe Ortega, aunque esta teoría se desmonta cuando se comprueba que son los que más tiempo llevan en la casa, junto con el portentoso Giménez, quienes mantienen el pulso. Quizás no haya conseguido inculcar aún a Jackson, Vietto y Ferreira lo que se espera de ellos a pesar de haber costado una fortuna; la inversión, a día de hoy, se antoja disparatada al ver que hasta ahora no parece servir para reforzar el centro del campo y únicamente ha dado algo de aire al ataque.

Seguro que Simeone lo pudo hacer mejor, pero el que suscribe cree que no fue el único en derrapar, ni tampoco el máximo responsable del derrape. En una segunda parte lamentable, sólo la vieja guardia aguantó el tipo: Godín, Giménez, Juanfran, Tiago y Gabi hicieron lo que saben hacer. Del resto, sólo Correa, y a ratos, estuvo a la altura. Ni Jackson ni Vietto ni Saúl ni Filipe Luis ni mucho menos Griezmann parecieron ser jugadores capaces de revertir una situación a pesar de su calidad, experiencia y precio, y son demasiados y demasiado caros. Siendo Simeone un experto en convertir simples jugadores de fútbol en futbolistas, queda aún la esperanza de que Vietto, Ferreira y Jackson se reencuentren con su propio yo pasado y vuelvan entre nosotros, los vivos; eso sí, por ahora no está pasando, así de simple.


Mientras tanto, el Atleti parece haber perdido eso que tenía hace bien poco y que no sabemos definir, ese algo que es parte casta, parte oficio, parte estudio y trabajo previo, parte fe ciega en uno mismo. El Atleti, y sobre todo algunos jugadores de los más finos y caros, parece haber perdido el carácter que lo convertía en admirable para los propios e insoportable para los rivales, ese plus del ganador, ese elemento que olíamos y notábamos en la piel al entrar en el Calderón y que últimamente sólo se hizo notar en Sevilla. La temporada acaba de empezar y los fans del medio plazo aún consideramos que es pronto para sacar conclusiones definitivas, a diferencia de los analistas atoropasadólogos y agoreros que pueblan Twitter; aún así, las cosas no van como debieran, algo irritante viendo un equipo titular viste de suplente y muestra carácter de filial. Y, también aún así, algunos seguimos con la fe intacta.