El Atleti salió vestido de suplente en casa y ya con eso
habría que haber suspendido el partido, mandar a la gente a casa y organizar
una protesta ante la Unesco. Dado que no se hizo, quizás habría que haber
respondido a la irresponsable y maleducadísima porción de la afición portuguesa
que se dedicó a tirar bengalas al público (algo que uno nunca había visto en el
Calderón, toda una vergüenza) para acotarles y sacarles del campo con dirección
al cuartelillo. Hay cosas intolerables y una es esa de tirar cosas ardiendo al
personal; nos tememos, además, que la cosa acabará con el Atleti sancionado.
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Salió el Atleti vestido de azul marino, extraño en su propia casa, y jugó un partido igual de extraño, bueno a ratos, malo a otros, catastrófico en lo relativo al resultado y muy preocupante en lo que se refiere a las sensaciones que deja el equipo tras el mal partido de Villarreal y el próximo partido en casa, el partido que menos le gusta a uno.
Salió el Atleti con el portero bueno y la defensa buena y
esa variante que hemos visto en el medio y delantera, esa que consiste en jugar
una especie de 4-4-2 que es a ratos un 4-3-3 cuando Griezmann sale de la zona
del centro del campo y un 4-1-4-1 cuando Correa (o quien corresponda) se agolpa
en la zona central, a veces superpoblada. En el mutante dibujo de la parte alta del
equipo estaban Gabi y Tiago, los de siempre, además de Óliver, Griezmann,
Correa y Jackson Martínez, ese enigma. El equipo, sobre el papel, resultaba
valiente y agresivo ante un equipo bien plantado como el Benfica, con la
defensa cerquita del portero y muchos kilos y muchos centímetros por la zona
del área, buscando la salida fulminante a la contra sobre todo si es Gaitán el
que lleve la iniciativa.
Y así se plantó el Atleti y, qué cosas pasan, lo hizo bien.
Durante muchos minutos de la primera media hora de partido el Atleti combinó y
combinó, llevó la iniciativa, se impuso en el medio campo (al menos en la
parcela central) y tiró a puerta: primero, en dos córners jugados al pie y
frente al primer palo, uno de ellos con posible penalti tras tiro de Tiago.
Luego, en jugadas con combinaciones entre varios jugadores que terminaban con
pases desde los lados para que Jackson, que parecía entonado, tirase desmarques
y se situase entre los centrales para rematar, algo que consiguió, sin fortuna,
en tres o cuatro ocasiones. Óliver parecía cómodo, más cómodo que nunca durante
el rato que combinó bien con Filipe Luis, que pareció volver a ser el de
siempre. Correa buscaba su sitio y encontró un remate clarísimo que se le fue
alto tras un rechace del portero y un gol que ponía por delante al equipo.
Durante un buen rato el equipo pareció divertirse, con todos los jugadores
enchufados: de habernos preguntado a cualquiera cómo veíamos el partido, todos
sin excepción habríamos apostado por una victoria relativamente cómoda del
Atleti, no por menos de 2-0, quizás por 3-0 en cuanto se diera un poco de
suerte o el Benfica flojeara al final del partido.
Pero, cosas que no veíamos hace tiempo, pasó algo y tampoco
fue tan raro: el Benfica metió un gol. Algo tan previsible y probable como un
gol en contra fue a la postre mucho más que un gol, mucho más que un lance. Con
un gol, sólo con un gol y con el aderezo posterior de bengalas, protestas en la
grada, tangana gana-tiempo y visita al vestuario, el equipo se descosió, se
deshizo en hebras, se convirtió en estatua de sal.
La grada esperaba un equipo resuelto y convencido de la
victoria tras una bronca en las duchas, un equipo con ganas de recuperar el
control del partido y hacer el mismo fútbol que la primera media hora. Sin
embargo, se encontró con la aparente lesión de un contrario tras el choque con
su propio portero, con la consecuente salida de asistencias médicas y un
fisioterapeuta gordísimo vestido de naranja que llevaba un maletín-nevera en el
que probablemente llevase cuñitas de queso y un melocotón, y ya de paso con un
parón de 4 minutos. Aún con el lesionado en la banda, un contraataque portugués
acabó con un gol en contra. Otro gol en contra, dos goles en dos fogonazos, en
dos contraataques de esos que uno no se puede explicar por la facilidad con la
que llegaron los rivales a estar cerca de Oblak.
Con mucho partido por delante y tiempo de sobra para empatar
y remontar, el Atleti se deshizo. Quizás presionado por ir vestido de
visitante, quizás amnésico tras el golpe recibido y olvidados los primeros
minutos del primer tiempo, quizás simplemente desbordado, el equipo se apagó.
Dejó de funcionar Jackson, que sin haber funcionado mucho al menos mostró
recordar dónde juegan los de su puesto durante el primer tiempo y por primera
vez en muchísimos minutos. Dejó de funcionar Óliver Torres, especialista en
arranques de partido con brío y brillo para pasar al rato a dar la impresión de
ser un alma en pena, un juvenil desbordado cuando las cosas no son exactamente
como a él le gustaría. Dejó de funcionar Filipe Luis, que había empezado más
cómodo al tener cerca a Tiago y Óliver y poder desplegar ese juego fino tan
suyo que le llevó en su última temporada en el Atleti a entrar y entrar por su
banda con ademanes de espadachín de salón, pasando el segundo tiempo por un
imitador deprimido del fabuloso lateral izquierdo campeón de Liga.
No llegó a venirse abajo Vietto porque directamente ni
compareció, escondido siempre tras un marcador a la manera del mismísimo
Maniche, maestro del camuflaje y el escapismo, nerviosísimo, sufriente como un
San Sebastián aseteado. Tampoco pudo darse el lujo de venirse abajo Saúl, quien
firmó quizás el peor partido que uno le recuerde y eso que estuvo sólo un rato
en el campo, unos minutos en los que consiguió hacer prácticamente todo mal
para sorpresa de los que le vimos jugar con solvencia ante el Getafe. Tampoco
se vino abajo Griezmann por la sencilla razón de que, una vez más cuando el
partido no va del todo de cara, prefirió no comparecer, no participar, no
sentirse involucrado al no ser la posición de su agrado, al preferir jugar con
alguien cerca que no sea Correa, al ver que la cosa no iba del todo bien, al
ser mes con R.
Seguramente Simeone cometió errores. Cometió probablemente el
error de poner por delante de Juanfran y Filipe Luis a dos centrocampistas,
Óliver y ayer Griezmann, que implican la renuncia a cualquier juego de ataque
de los laterales; ese sistema parece funcionar si el equipo entero está
enchufado, pero en cuanto se desentiende Griezmann o se desmorona Óliver, los
laterales se desbordan y se produce un efecto dominó que hace temblar al resto.
Seguramente, o sin ningún género de dudas, se confundió Simeone en los cambios:
otra vez tarde a la hora de meter a Torres, otra vez raro al retrasar la
decisión de sacar del campo a Griezmann, esta vez desacertado por meter a Saúl
a jugar con dos pivotes más y Vietto, el ausente, por delante. Quizás el estilo
ultra exigente del Cholo sea excesivo para según qué jugadores, lo que
explicaría que sólo los más veteranos, independientemente de tener el día o no,
de estar más o menos acertados, mantienen la posición cuando se desata el
vendaval. Quizás los jugadores no aguanten tanto tiempo bajo la estricta mirada
de Simeone y el Profe Ortega, aunque esta teoría se desmonta cuando se
comprueba que son los que más tiempo llevan en la casa, junto con el portentoso
Giménez, quienes mantienen el pulso. Quizás no haya conseguido inculcar aún a Jackson,
Vietto y Ferreira lo que se espera de ellos a pesar de haber costado una fortuna;
la inversión, a día de hoy, se antoja disparatada al ver que hasta ahora no
parece servir para reforzar el centro del campo y únicamente ha dado algo de
aire al ataque.
Seguro que Simeone lo pudo hacer mejor, pero el que suscribe
cree que no fue el único en derrapar, ni tampoco el máximo responsable del
derrape. En una segunda parte lamentable, sólo la vieja guardia aguantó el
tipo: Godín, Giménez, Juanfran, Tiago y Gabi hicieron lo que saben hacer. Del
resto, sólo Correa, y a ratos, estuvo a la altura. Ni Jackson ni Vietto ni Saúl
ni Filipe Luis ni mucho menos Griezmann parecieron ser jugadores capaces de
revertir una situación a pesar de su calidad, experiencia y precio, y son
demasiados y demasiado caros. Siendo Simeone un experto en convertir simples
jugadores de fútbol en futbolistas, queda aún la esperanza de que Vietto,
Ferreira y Jackson se reencuentren con su propio yo pasado y vuelvan entre
nosotros, los vivos; eso sí, por ahora no está pasando, así de simple.
Mientras tanto, el Atleti parece haber perdido eso que tenía
hace bien poco y que no sabemos definir, ese algo que es parte casta, parte
oficio, parte estudio y trabajo previo, parte fe ciega en uno mismo. El Atleti,
y sobre todo algunos jugadores de los más finos y caros, parece haber perdido
el carácter que lo convertía en admirable para los propios e insoportable para
los rivales, ese plus del ganador, ese elemento que olíamos y notábamos en la
piel al entrar en el Calderón y que últimamente sólo se hizo notar en Sevilla. La
temporada acaba de empezar y los fans del medio plazo aún consideramos que es
pronto para sacar conclusiones definitivas, a diferencia de los analistas
atoropasadólogos y agoreros que pueblan Twitter; aún así, las cosas no van como
debieran, algo irritante viendo un equipo titular viste de suplente y muestra
carácter de filial. Y, también aún así, algunos seguimos con la fe intacta.
5 comentarios:
Buenas tardes, Maestro, dice usted, para rematar artículo, que sigue con la fe intacta, pero leyendo todo lo anterior no da esa impresión. Le veo demasiado pesimista. Tal vez tenga usted razón, que estaba allí y lo vio con sus propios ojos y no a tirones, en un ordenador casi obsoleto y con narración y comentarios en perfecto ruso.
Más allá de su crónica del partido, con la que estoy bastante de acuerdo, creo que resultó decisivo el error de Kalbo, que se come muy malamente el segundo gol lisboeta, que nunca debió entrar.
Parece mentira como la ausencia del navarro, al que ayer supongo que todos echamos mucho de menos, ha mermado el carácter del equipo. No obstante, yo creo-espero-deseo que se trate de algo coyuntural. Dos derrotas seguidas que generan dudas y, para despejarlas, órdago a grande.
Crucemos los dedos por el regreso de Koke del domingo y porque Petardo Martínez regrese al que, por el momento, parece su hábitat ideal: el banquillo.
PD: Discrepo en lo de Antoine, conste.
Y, por cierto, ayer nos comimos el "famoso" cabrito, por cortesía del orondo vikingo barbudo.
aquí se encuentran los datos del traspaso de Falcao:
http://football-leaks.livejournal.com/4554.html
Buenas,
Pelín escueta su crónica Sr. Libros Mondo. Pelín escueta.
Dígales al ciervo cocinero y señora que el pepinacho no sale, no-sale–en–casa. En fin. En Semana Santa les buscaremos para para depurar la cosa porque sabe demasiado a pepino.
A la espera de la crónica del partido de ayer, lo mejor fue el ole-ole-cholo-simeone acabando el partido, la recuperación del espíritu guerrero del equipo cuando olió la sangre y que tenemos un 9. Una pena lo de Koke, con él los hubiéramos pasado por encima. Lo peor es que hay sensación de peligro cualquiera que sea el equipo que nos ataca –sobre todo los balones al segundo palo–, intercambiar camisetas es feo y que, salvo recuperación milagrosa, Gabi ha de ser un recurso puntual pero no una solución. Ayer hasta le hacían aclarados en ataque.
Un cordial saludo,
Maqrol
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