domingo, 7 de febrero de 2016

La verdad, no hacía falta.



La verdad es que no hacía falta. No hacía falta que Torres marcase el gol número 100 para llevarnos un alegrón, hubiera bastado con ver el partido espectacular que se marcó el Niño en los pocos minutos que tuvo para haber llegado a casa con sonrisilla tonta y ganas de ver los resúmenes. No hacía falta enseñar la camiseta con el número 100 para alegrarle la cara al Calderón, porque la ovación que se llevó Torres al salir corriendo desde la zona del calentamiento del fondo Sur e ir hacia la línea del medio del campo ya hubiera servido para dejar claro que, con goles o sin goles, a Torres se le quiere en el Calderón más que a nadie y con justicia.

No hacía falta tener mucha memoria para comparar el gol de la final de Viena con la primera ocasión que tuvo Torres ayer, sacando al defensa tres metros en una carrera de quince, aguantando la carga y buscando el balón picado por encima del portero, que esta vez se fue fuera. No hacía falta tener muchos años para reconocer la zancada y el poderío con el que Torres se fue ayer una y otra vez de su defensa, ni ser experto en biomecánica para confirmar que, por mucho que se haya dicho y se seguirá diciendo, el Niño sigue teniendo arrancada de búfalo y lámina de cartel de fútbol, estampa de futbolista grande cada vez que sale encarando rivales camino de la portería rival. No hacía falta ser muy perspicaz ni muy incondicional, como es el que suscribe, para darse cuenta de que Torres, nada más que por el hecho de salir al campo, ejerce un efecto intimidador en los rivales que no consigue casi ningún jugador de la liga.

No hacía falta que el gol llegara ayer ni cualquier otro día, y menos contra el bravo, limpio y valeroso Eibar, un equipo estupendo que ni dio una patada ni perdió un minuto. No hacía falta marcar el tercer gol en un partido ya ganado, pero a ello le dedicó Torres cuerpo y alma durante los 20 minutos que tuvimos la suerte de verle ayer, mostrando una ambición y determinación idénticas a la del chaval que hizo aquél gol al Betis a pase de Jorge Larena o dejó sentado en la banda derecha del fondo Norte del Calderón al mismísimo Naybet, ese jugadorazo. No hacía falta intentarlo tanto, no hacía falta buscarlo tanto, aunque, eso sí, uno a estas alturas ya sabe que Torres no puede evitar quererlo tanto.

No hacía falta esperar a este momento para sentirse de nuevo orgulloso de este chaval que ya es un tío hecho y derecho que da lecciones cuando las cosas le van mal y le van bien. No hacía falta verle entregar la camiseta al anciano entrenador que confió en él cuando era un chavalín para saber que estamos ante un tipo especial, igual que no hacía falta escuchar su enésima lección de colchonerismo el otro día, vestido de impecable traje negro, cuando puso por delante de cualquier ambición personal el bien del equipo del que somos desde pequeños.

No hacía falta que le recibiéramos 45.000 tipos en un domingo de invierno para dejar claro que el que volvía no era un jugador de fútbol sino un estandarte, no hacía falta leer las asombradas crónicas del día después para saber que hablamos de un tipo distinto y de una afición especial. No hacía falta leer a la prensa faltona y torpe hacer chanzas sobre un jugador que lo ha ganado todo para aclarar quién está en lo cierto y quién no. No hacía falta leer tampoco los comentarios a los diarios deportivos para entender que como Torres no hay muchos y que a muchas otras aficiones les gustaría tener uno.

No hacía falta esperar al gol 100 para volver la cara a los pocos aficionados atléticos que se permiten el lujo de faltarle el respeto a Torres, siempre por lo bajini y cuando la situación les da ventaja, para entender que también entre los nuestros hay algunos que no se enteran de nada. No hacía falta llegar a este momento para acordarse de los que ahí han estado en las buenas y en las malas, en Neptuno protestando el día en el que el Club anunció su venta y también en Neptuno esperando el autobús descapotado en el que paseó copas de Europa y del Mundo.  No hacía falta tampoco el vivir un gol más para ver cómo, como suele ocurrir, aquellos que se rasgaban las vestiduras con su vuelta y hablaban de traiciones y peseterismo ahora anuncian con fanfarrias lo gran tipo y gran jugador que es Fernando Torres. No hacía falta leer nada sobre la absurda y supuesta división en el seno de la afición a cuenta de la renovación de Torres y su relación con Simeone para saber que muchas veces es mejor no leer nada, aunque la celebración del Cholo dejó claras muchas cosas que hasta hace unos días parecían totalmente diferentes.

No hacía falta que pasara nada de esto para estar orgullosísimos de Torres, ni había por qué esperar a un gol más para celebrar la suerte de haberle tenido jugando con nosotros hace años, cuando todo iba mal y ahora, cuando todo va bien. No hacía falta más que verle en la foto oficial para volver a llenar el campo de niños vestidos de Fernando Torres, de adultos vestidos del Niño, de extranjeros vestidos de Torres y de atléticos deseando ver contento a Torres, porque Torres suele estar contento cuando los demás lo estamos. No hacía falta que metiera el gol 100, ni siquiera ver cómo metía el gol 100, no hacía falta absolutamente nada de esto para que nos quedara claro, una vez más, que hemos tenido la fortuna de coincidir en el tiempo y el estadio con un jugador monumental y un símbolo inmejorable de lo que es el Atleti.

No hacía falta que Torres metiera ese gol. Pero lo metió. Y nosotros estuvimos allí y lo celebramos como si lo hubiéramos metido nosotros, como siempre ocurre con Torres. No hacía falta, pero nos volvió a dar esa alegría. No hacía falta, pero nos lo llevamos de regalo, arrugado entre tantos abrazos de grada y tirones de abrigo de los amigos. No hacía falta, pero ahí lo tenemos.

Gracias cien mil veces, Fernando Torres; volveremos a decir lo mismo cuando marques el gol 200.