domingo, 17 de octubre de 2010

Bigotuda crónica del Atleti – Getafe (que se lee en más de dos minutos)

En el primer día sin Arteche el Atleti ganó un partido soso sin demasiados méritos ni problemas. Como tantas veces antes, por cierto.

Llegó la gente a la grada y lo primero que vio al sentarse fue un agujero, un cráter enorme en el centro de cada área. Un agujero en forma de número cuatro, de cuatro de color negro con un ribete negro fino, todo negro sobre un cuadrado blanco, todo enmarcado en rayas rojiblancas. Un cuatro que se veía desde lejos, como debe ser, no como esos cuatros de ahora que no se saben si es un cuatro o un ocho o un logotipo de un patrocinador, cuatros políticamente correctos y light, cuadros bajos en calorías y sin gluten. Un cuatro claro y meridiano, fácil de distinguir desde todas las gradas de todos los estadios, un cuatro que venía a decir aquí estoy yo, aquí está el cuatro, el que quiera que venga y se acerque y me diga lo que me tenga que decir, que es fácil reconocerme. Tan fácil como ver desde el aire el número de los coches patrulla, esos pintados en el techo, tan fácil como ver a un señor cambiando una rueda con un chaleco fosforescente, tan fácil como reconocer desde la grada a un jugador rubio, negro o con bigote. Aquí está el cuatro, señores, y por si había duda y no lo veían bien, lo subrayo con un bigote de brigada de la Guardia Civil que ya no deja duda alguna.

El Atleti jugaba su primer partido en casa desde que se fuera Arteche y los jugadores guardaron un minuto de silencio mientras en el fondo Sur se desplegaba un retrato de nuestro ídolo con bigote. En el minuto cuatro la gente aplaudió durante un minuto entero y se oyó el nombre de Arteche, coreado por todo el campo. Un homenaje bonito y sincero, sí, que al que suscribe le supo a poco. Se guardó un minuto de silencio más solemne que de costumbre, con más sentimiento que simple respeto, sí. Se aplaudió durante un minuto como no se había hecho antes y como esperamos que se siga haciendo mucho tiempo, sí, es cierto. Desde el día de la muerte de Arteche, las páginas rojiblancas de Internet se llenaron de bigotes, cuatros y narices torcidas, de recuerdos del partido del Betis y de aquél gol a Islandia y de esos partidos en el campo del Rayo con la selección olímpica que acababan con balones botando por la acera de la calle Payaso Fofó. En la puerta 4 del estadio, por la que entraba a su abono, había un ramo de flores y un mensaje de cariño. El Rugby Atleti, en su vuelta a la competición, salió al campo con brazalete negro y varios de sus jugadores lucían reciente bigote en honor al cuatro con más bigote. Bonitos gestos, sí, nacidos en la grada. En la grada, como siempre, no en el Club.

El Club guardó las formas y el minuto de silencio, que es casi lo mismo que hiciera un par de horas más tarde el Málaga, es un poner. El Cluz, por su parte, pareció darle menos trascendencia de la que tiene a la desaparición – sólo física – de un símbolo. El retrato que tapó parte del fondo Sur era más pequeño de lo que a los ocupantes de ese fondo nos consta que le hubiera gustado; podría haber sido más grande de haber ayudado el Cluz. La revista Media Punta tuvo tiempo de hacer una tirada con artículo y portada para Arteche, no así la mítica Forza Atleti, revista oficial del Cluz normalmente dedicada a contarnos lo muchísimo que nos hace falta una ciudad deportiva con helipuerto. Una buena parte de la gente que llenaba la grada del Calderón, que no llegaba a los treinta años, nunca vio a Arteche y sólo saben lo que representaba por lo que los más mayores le cuentan, no por lo que el Cluz haya hecho. El Club, se dice, no tenía buena relación con Arteche y eso es un sinsentido y un imposible. Otra cosa es el Cluz y que los que ocupan sus puestos directivos en la actualidad no tuvieran buena relación con Arteche, algo que casi se pudo notar en lo institucional del homenaje de ayer. En otros clubes los pasillos del estadio están llenos de imágenes de los jugadores del pasado y las gradas, las puertas y las barras de bar llevan nombres de centrales de leyenda y capitanes históricos; gracias a esto, los aficionados, aunque nunca les hayan visto jugar, conocen de memoria la cara, los rasgos y el palmarés de los más grandes. No es este el caso en el Cluz, nuestro Club, nuestro a pesar de no ser nuestro según el registro mercantil, pero nuestro y sólo nuestro cuando se trata de poner en valor lo nuestro, a los nuestros, nuestro orgullo y nuestro patrimonio.

El Calderón despidió a Arteche con un minuto de silencio sentidísimo y un minuto de clamorosa ovación, dos minutos para recordar a un jugador que se dejó el alma en el campo durante cientos, miles de minutos; un tipo que se dejó la rodilla por hacernos felices, la vida por hacernos dignos, casi la reputación por evitar que nadie se atreviera a ningunear la camiseta. Dos minutos, dos, pocos minutos para un tipo tan grande, para el protagonista de decenas de recuerdos, cientos de comentarios y kilos y kilos de motivos para sentirnos orgullosos de ir por ahí de rojo y blanco, con el cuatro a la espalda.

Si todos los minutos cuatro de todos los partidos rompiéramos a aplaudir, si todos los jugadores llevasen bigote, si todos los infantiles, cadetes y juveniles jugasen siempre con el cuatro a la espalda y si entre todos los aficionados comprásemos una fábrica de cerveza y la llamáramos “Gróninguen”, aún estaríamos en deuda con Arteche. Suerte hemos tenido de que no estuviera él cerca al dedicarle tan sólo dos minutitos: si le pilla en el estadio, nos da una paliza a todos que nos parte el lomo. Y con razón, oiga.

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Salió el Atleti al campo y, junto a él, salió un equipo al que llaman azulón vestido de verde. Los mejor pensados creyeron que el Getafe se sumaba al homenaje y salía vestido de Racing de Santander, pero la realidad era otra, menos digna, menos romántica, menos decente. La mercadotecnia futbolística tiene estas cosas, ya lo saben Vds, y entre otros efectos está el producir daltonismo entre los profesionales del ramo y ensanchar las tragaderas de la afición que ni tras contracciones pre-parto, oiga. Jugaba el Atleti contra el Getafe y el partido, antes mero partidete, ahora se llama “derbi madrileño”, qué cosas tiene decidir que la liga de uno es la mejor del mundo. Más aún, la intelectual prensa deportiva patria hacía en la previa una encuesta entre la afición para ver cuál de los dos entrenadores es más guapo. La prensa tiene estas cosas y cualquier día, cuando se reciba a los periodistas deportivos a tomatazos en bares, clínicas y notarías, se preguntará el sector cómo hemos llegado a esto.

Salió el Atleti con una alineación rara, con Ujfalusi y Perea de centrales ante la ausencia de Godín y Domínguez, con Valera de lateral derecho y Filipe Luis Filipe por la izquierda. Se preguntaba la afición qué tiene que hacer Pulido para jugar, qué tiene que ocurrir para que pruebe Quique con un canterano; antes en los partidos que se presumían asequibles y sin riesgo, como debería ser el de ayer, los entrenadores hacían pruebas y ponían a un canterano aquí y a un suplente allá, probaban con un lateral de interior y con un central de medio centro. Pero ahora se ve que eso no es posible, ahora se espera a que estén todos los titulares hechos un asco para que salga un joven. Se ve que la confianza del entrenador en el banquillo es más bien reducida, los jóvenes quedan relegados a momentos cruciales y a jugarse la carrera a una carta, en un partido clave, contra un rival con bigote y nariz torcida, solos ante el peligro. Ayer podría haber sido un buen momento o quizás no, quizás faltaba un central de los fijos para hacer debutar a un nuevo, quizás fue mejor reservarle una vez más; el caso es que no salió Pulido, sino que salió Valera y tampoco vamos a hacerle responsable al hombre, que la culpa no es suya por más que la grada la tome con él. Valera, es cierto, defiende con la vista y deja y deja maniobrar a su par, recula hasta el área y deja espacio al jugador que le encara hasta que tiene tiro; también es cierto que con frecuencia no tiene demasiada ayuda en su banda y se ve más solo de lo que le gustaría. Ayer dejó claro que su sitio, si lo tiene, es más de interior que de lateral y, tras un gran pase de Reyes, llegó a la línea de córner y dio un pase estupendo para que Diego Costa marcara el segundo. Nos alegramos por él, y por nosotros también.

En el centro del campo salió Assunção, fijo, indispensable y siempre cumplidor, del que casi nunca se habla porque casi siempre lo hace bien. A su lado, Tiago, y también Simão y Fran Mérida. No salió Raúl García, señalado como alguno se temía tras ser sustituido en el último partido de Europa League; parece que Raúl García, tras un buen comienzo de liga, empieza a ver claro que su camino hacia la titularidad es empinado y con baches, sin puestos de avituallamiento y con francotiradores en las curvas. Salió en su lugar Tiago, el cambio lógico, el tercer medio centro para dos puestos, lo normal en una plantilla compensada. Tiago jugó mal el primer tiempo, tuvo poca presencia y demostró una falta evidente de forma en algunos repliegues a velocidad de caracol moribundo; pero curiosamente en un jugador conocido por no ser un fondista y tender a jugar un tiempo y desaparecer el otro, se vino arriba en la segunda mitad y dio más pausa, más empaque y más mando en el centro del campo. La vuelta de Tiago a la buena forma sería una buena noticia y una alegría para el a veces espeso centro del campo del equipo pero, a pesar del buen final de partido de ayer, no se antoja inminente.

Por una banda jugó Simão. Simão no es el mismo que antes, puede que esto sea cierto. Encara menos, está menos fresco, ya no sorprende tanto. De Simão se pueden decir muchas cosas pero no que no sea listo; se puede decir que es chiquitajo, que tiene malas pulgas, que tiene los labios gordos y que tiene cresta de abubilla, eso sí. Ahora bien, listo lo es, y más que el hambre. Simão tiene claro cómo están las cosas y, viendo que no le es fácil encarar, ya no encara tanto; a cambio, defiende más, pierde menos la posición y hace más fácil la vida de su lateral. Ayer marcó un gol que los jugadores dedicaron tímidamente a Arteche tras tirar estupendamente una falta, calibrando el rebote en el poste para que diera en la espalda del portero, una jugada sólo al alcance de Albertini, Ronnie O’Sullivan y alguna otra estrella del snooker; qué tío.


Por la otra banda salió Fran Mérida, que dejó algún buen detalle y mucha sensación de no tener muy claro dónde y de qué juega. A su espalda sufre el lateral, a su lado tampoco se hace la luz y no mejoran los compañeros pero de vez en cuando suelta un fogonazo que aviva la esperanza y, paradójicamente, parece hacerle relajarse durante unos minutos. Su puesto parece corresponder más bien a la mítica “posición natural”, ese ente sin definir tan del gusto de los jugadores modernos en los que no se es responsable de marcar y mucho menos de defender, sino únicamente de lo que más gusta a todos: de “crear”, ese verbo traidor. De Fran Mérida esperamos mucho y le deseamos lo mejor de corazón, que para eso es del Atleti, pero debe ir despertando.

En la delantera, ausente el Kun y ausente Forlán de inicio, salió Reyes y también Diego Costa. Reyes jugó muchos buenos partidos en esa posición y a uno le parece una buena solución cuando no están los dos titulares. A Reyes, quién nos lo iba a decir, se le echó de menos en Sevilla cuando el equipo se atascaba y era necesario algo más; luego uno caía en la cuenta de que Reyes ahí no estaba por bobo y, además, visible, y la rabia que le entraba a uno era de las gordas. Ayer Reyes jugó cómodo dado lo blandito del rival y se gustó con esos slaloms tan suyos que termina sentado pidiendo falta con los brazos abiertos y llamando al árbitro y a su mamá. A su lado, Diego Costa siguió transmitiendo las mismas sensaciones que en los partidos previos: sensaciones encontradas. Despistado a ratos, se le vio desconectado del resto del equipo y demasiado andarín, poco trotón. Hizo faltas innecesarias para alegría del nefasto colegiado del partido e intentó regates trompicados que terminaban en caídas cómicas con estilo de saco de patatas. Pero marcó también un gol, que es lo que se espera de él, y ya lleva tres, que no es poco. Hasta ahora no ha deslumbrado y ha sembrado su participación de minas-duda, pero también ha cumplido en parte. Que siga así, al menos.

El Atleti ha jugado 7 partidos y suma casi dos puntos por cada uno. Las derrotas en Sevilla y contra el Barça pueden valer si no se falla en los partidos restantes. El jueves, contra el Rosemborg, deberían volver casi todos los titulares salvo Domínguez y el equipo volvería a salir con galas de candidato sin haberse dejado muchos puntos. La liga y el tiempo dirán pero, hasta ahora, las cosas parecen ir según lo previsto. Que dure.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cinco nombres propios, cinco (tras el Sevilla - Atleti)

Siempre innovando, El Rojo y El Blanco introduce un nuevo tipo de crónica futbolística: la crónica nominal perezosa. Disfrútenla.

1. Quique Sánchez Flores


Veníamos afeando a Quique en los últimos partidos su tardanza a la hora de hacer cambios y su poca inventiva a la hora de corregir al equipo para adaptarse a los cambios de dibujo del rival. Le pasó contra el Barça, que hasta cierto punto es normal, y contra el Valencia, lo que provocó que el Atleti perdiera un par de puntos y casi otro. Quique tardaba en hacer los cambios y, cuando lo hacía, cambiaba un cromo por otro.

Pero le pasó contra el Bayer Leverkusen y, esta vez sí, reaccionó bien, dando al equipo otro aire en el segundo tiempo y salvando un empatito algo mísero, y Quique se debió venir arriba. Forzado por las circunstancias, léase ausencia por lesión de Agüero y Godín y de Reyes por sanción, se atrevió en Sevilla a dar un salto mortal y cambiar todo lo cambiable, intentando de paso caer de pie y diciendo hale hop. Así, el Atleti salió con lo que ahora se llama un trivote, un interior, un media punta indefinido y un punta. Cinco centrocampistas, tres de ellos más bien defensivos, uno de banda, otro por decidir.

El dibujo del equipo era quizás apropiado, pero por los jugadores que lo formaban parecía una alineación de esas de últimos veinte minutos para guardar el balón y salvar un cero uno. En el trivote salió Assunção, que nos parece esencial; Tiago, que debe coger forma y compromiso pero nos cabe en el dibujo, y Mario Suárez. Mario Suárez no ha jugado muchos minutos y en lo poco que ha jugado no ha dejado la sensación de estar aún a gusto. Parece algo blando para ciertos partidos bravos y parece algo desconectado del resto de jugadores como para hacerle salir de titular en un partido importantísimo como el de Sevilla.

El trivote no funcionó y, como resultado, el equipo sufrió por delante y por detrás. Los centrales jugaron despistados a pesar de la alineación defensiva, en especial Domínguez, toda una novedad. Quique metió a Ujfalusi pero no alineó de inicio a Filipe Luis Filipe, lateral de los que se llaman carrileros que pueden ocupar una banda entera y así dar más sentido al trivote de marras; en su lugar salió Antonio López, algo tieso e inactivo, y así Quique puso en el once titular a dos jugadores con menos rodaje del que un partido en el Pizjuán requiere.

El resultado fue, ya lo saben Vds, malo. El Sevilla se adelantó gracias a un golazo de Negredo y entonces surgió la cuestión. ¿Y, ahora qué, oiga? ¿Cómo remontamos con el equipo que hay sobre el campo, con una hora de partido por delante? Cinco minutos más tarde, un segundo gol hacía repetir la pregunta, esta vez con mayúsculas y caja 20. ¿Y AHORA QUÉ, OIGA? Si el Atleti lograba marcar antes del descanso habría partido; si no, podía el aficionado irse al bingo antes de lo esperado. Así fue.

La lógica pedía la inclusión de Filipe Luis Filipe y de un segundo punta, que no podría ser más que Diego Costa. También, la salida de un bisoño Mario Suárez del trivote y la entrada de Raúl García. Esto ocurrió en parte tras el descanso, en todo tras muchos minutos. El Atleti tiró pues bastante partido, renunció a atacar y planteó el encuentro como un asedio numantino desde el principio, un mal planteamiento para un equipo que se las da de gallito y que quiere oler a Champions durante todo el año. Quique, poco dado a probaturas en partidos cómodos (que es cuando se han hecho toda la vida), decidió cambiar del todo en un partido incómodo y salieron las cosas mal, el equipo se resbaló y se torció un tobillo. Vaya por Dios.

2. Raúl García


Raúl García, jugador que gusta mucho a unos y disgusta muchísimo a otros, se quedó en el banquillo de Sevilla comiendo pipas Facundo. En realidad llevaba en el banquillo desde el final del primer tiempo contra el Bayer Leverkusen; en ese partido Quique quitó a Raúl García tras escuchar los pitos de la grada y ver que el navarro no era capaz de alumbrar a sus compañeros con pases y cambios de juego; eso, o que los compañeros no eran capaces de alumbrar a Raúl García con diagonales y desmarques, que también podría ser, oiga.

Ya en el pasado, Raúl García ha jugado más cómodo fuera del Calderón que en casa, donde la gente tiene poca paciencia con él y le hace saber con rapidez que le cae gordísimo. Raúl García ha escuchado los pitos que otros jugadores invisibles nunca han oído, a pesar de querer siempre el balón, de correr como el que más, de intentarlo todo y de mostrarse siempre que hay un compañero en apuros (incluso cuando es por su culpa y su afán de protagonismo). Pero Raúl García no ha caído en gracia, ya lo saben Vds, qué le vamos a hacer, y no hay ahora piedad con él a pesar de haber sido uno de los mejores jugadores en el principio de temporada. Tampoco ha ayudado él en ocasiones; para desesperación de sus partidarios, Raúl García tiene virtudes sólidas y poco vistosas muy valoradas por los futbolistas de barrio que sufren en el centro del centro (del campo) y fallos puntuales pero muy llamativos, y eso es suficiente para ser lapidado por la excéntrica afición del Calderón, ya saben Vds esto también.

Incluso si admitiéramos que Raúl García no es bueno, que no lo hacemos, o que no vale, que tampoco, o que está mal, que es algo que negamos, lo que parece claro y meridiano es que si alguien de la plantilla tenía que haber jugado el partido de ayer en el Pizjuán, ese era Raúl García. Raúl García, dicen los números, hace que el Atleti controle más los partidos, hace más incómoda la vida del rival y ayuda a que el equipo puntúe casi más que cualquier otro jugador. Ante un rival incómodo y pegón, Raúl García es un compañero necesario, esencial y valiosísimo para Assunção, para Tiago, para los centrales y para los delanteros. A uno le gustaría que lo mismo, pero mejor, se pudiera decir de Mario Suárez y hasta de Tiago, pero por ahora, a día de hoy, no es así. Ayer salió el Atleti sin Raúl García y el equipo se dobló por el centro como un papel de periódico, ante dos medio centros fuera de forma que jugaron cómodos frente a tres medio centros del Atleti y el equipo tuvo la pegada de un sobre de muestra de natillas.

Quique no sacó a Raúl García cuando lo más sensato habría sido lo contrario y no sabemos si lo hizo por apostar audazmente por Mario Suárez y quedarse con el crédito en caso de resultado favorable, por convencimiento profundo o por incompetencia suicida. Quizás lo hizo por ofrecer al pueblo, que recibió a Raúl García con el pulgar hacia abajo, la cabeza del gladiador más odiado en una pica, como ya hiciera alguna vez. Queda por ver si Quique seguirá confiando en Raúl García o en sus sustitutos, si se jugará doblar el equipo por la mitad como una oblea con tal de darle al pueblo la cabeza más preciada o si dará confianza a un jugador que siempre ha demostrado honradez, entrega y profesionalidad, cuanto menos. Menos mal que Raúl García, que para eso es navarro, es un jugador de equipo de esos que no se alegran si el rival marca con él en el banquillo.

3. Diego Forlán


En Sevilla Forlán jugo mal, que rima en asonante, y eso es evidente, que casi rima en consonante. Forlán estuvo desaparecido, desasistido y, algo es algo, algo menos protestón que en partidos recientes. Sólo, con poca ayuda de Fran Mérida y lejos de los medio centros que achicaban agua, a Forlán ni se le vio. No recibió balones, tampoco los fue a buscar, y echó de menos a Agüero. Forlán, ayer, fue un holograma de sí mismo.

Forlán tampoco es del agrado de parte de la afición del Calderón, vaya Vd a saber por qué; quizás sea por aparentar frialdad y desapego a los colores, quizás por haber reaccionado en algún caso de forma fea y desproporcionada, quizás por hacernos sentir a todos culpables cuando salimos de la ducha y, en vez de contar abdominales en el espejo, contamos curvas al estilo Anita Ekberg. A Forlán no se le critica mucho, que faltaría más, pero en cuanto no anda fino-fino sí se hacen oír voces críticas. Forlán, es cierto, transmite a veces la sensación de que, de estar implicado en el club con la intensidad con la que lo está con Uruguay, se sobrepondría a la pesada carga de jugar solo en punta partidos incómodos y tiraría de los compañeros incluso cuando van mal dadas. Pero cuando las cosas no le salen, cuando se le van los controles siete metros, cuando devuelve un melón peligroso o tira desde cuarenta metros a puerta teniendo un compañero bien colocado, Forlán muta en Hulk con tipazo y no hay quien le aguante: se enfurruña, se pelea con los compañeros, no mete el pie, no atiende explicaciones y arruga la nariz y bufa cuando alguien tiene el valor de pedirle cuentas.

Forlán, que es esencial y clave en este equipo, tiene estas cosas. Podrían repetirse los enormes méritos de Forlán, añadir enlaces a crónicas de esos partidos en los que él sólo ha tirado del equipo contra viento y marea, recordar esas veces en las que ha jugado de delantero centro, de diez, de ocho y de veintitrés ante la pasividad de los compañeros. Quizás Forlán esté pagando demasiados partidos seguidos, poco descanso tras el Mundial (y eso que vino más bajo de peso de cuando se fue, el tío) y la desesperación de jugar sin referencias. Quizás, quizás no. Pero un hecho indiscutible es que el Atleti necesita a Forlán y Forlán no puede pelearse con el Atleti y todo lo que significa cuando las cosas no le van bien, porque también le necesita. Esperemos que el tema se arregle en breve porque, ausente el Kun, es Forlán quien nos tiene que sacar muchas castañas del fuego. Contribuir a lo contrario, además de injusto, sería de una idiocia sólo al alcance de Indy (o Pitarch).

4. Diego Costa


Salió Diego Costa en el segundo tiempo y uno, con el colmillo empezando a retorcerse, se fijó en él. Primero se fijó en su aparente apatía, en su heterodoxa colocación y en sus carreras inútiles sólo en busca de una peña con su nombre. Pero, pasado un rato, Diego Costa empezó a hacer otras cosas. Empezó a correr y aparecer y llevar peligro, a recibir balones que hasta ese momento la actuación de Forlán hacían parecer inviables, a meter el cuerpo, a jugar al fútbol. Diego Costa pisó a un rival, cosa que está feísima aunque sea un rival que pisa aún más, y con ello pareció querer dejar una firma en el área: aquí estoy yo, firmado, Diego Costa.

Diego Costa recuperó en Sevilla parte del crédito que el que suscribe le había retirado, pisotones, discusiones y gestos feos aparte. Más móvil e implicado que en otros partidos, o quizás igual de móvil e implicado que en el resto de partidos pero con menos capas de desidia, Diego Costa alargó al equipo, le dio presencia en campo contrario y, esta vez sí, hizo cosas que uno espera para un tercer delantero. Y no solo el gol, ojo, no solo el gol.

5. Silvio Fernández Melgarejo

Sevillista, talentoso y salado, sigue buscando pelea. Es costumbre de este blog recordarle cuando el Atleti juega contra su equipo del alma. Quien no le conozca a estas alturas no tiene excusa posible.

¡Avanti con la guaracha!

viernes, 1 de octubre de 2010

Breves (pero larguísimas) reflexiones sobre el Atleti - Bayer Leverkusen

Sí, breves, aquí a esto se le llama "breve" ... ¿qué pasa?


El partido

Flojo. Un partido flojo. Todos los equipos tienen partidos flojos, sí, pero el de ayer fue un partido flojo, tirado miserablemente por falta de ideas y raza, un partido intolerablemente flojo, sin excusas.

El primer tiempo fue frío ante un equipo ordenadito y potente. Un partido ordenado y previsible ante un equipo más defensivo que ofensivo, cómodo, esperando que el rival fuera el encargado de hacer el fútbol; esto es precisamente lo que el Atleti aborrece y no sabe gestionar.

El Atleti, como los flamencos buenos, no disfruta de las veladas organizadas al milímetro sino de la juerga espontánea alrededor de una botella encontrada en un bolsillo, con una guitarra aparecida en un armario; así, gusta de partidos improvisados y algo anárquicos, de partidos en los que pasan cosas raras y se marcan goles que uno no espera y se pierden balones que casi nadie pierde y se expulsa a un señor por protestar cuando en realidad avisaba a un espectador de que se le caían las llaves.

El primer tiempo fue todo lo contrario: un partido previsible ante un rival en su sitio, sin alardes. La iniciativa para el equipo de casa y vigente campeón, el visitante a esperar, analizar e intentar aprovechar lo que por cerca apareciera. Lo previsible. La carga de crear juego y peligro, para los de casa. El Bayer esperaba y el Atleti debía crear. El Atleti tienen pocos creadores en el centro del campo, que es donde uno espera la creación, o tiene los suficientes, según se mire. Quizás Assunçao no sea lo que tradicionalmente se entiende por un creador, quizás Raúl sí lo sea pero algo menos de lo que la irascible y poco agradecida grada del Calderón espere. Quizás Reyes parezca válido para la tarea de crear, opinión que posiblemente no compartan sus compañeros de línea, previsiblemente hartos de su juego alocado, de sus slaloms gigantes y super-gigantes rematados en falta dudosa reclamada con grandes aspavientos y crujir de dientes. Si a esto se suma un delantero en mal momento de juego con mal humor de siesta interrumpida y otro que aún no ha encontrado la respuesta a la pregunta básica - ¿de qué quiero y sé jugar? -, entrar por las líneas del rival fue imposible en el primer tiempo. Mejor dicho, debió ser posible pero nadie dio con la tecla, dejando una sensación de impotencia y de cierta indolencia de campeón crecidito que cree que va a ganar andando, bastante molesta por cierto.

En el segundo tiempo se produjo un hecho novedoso: Quique hizo cambios que valieron para responder tácticamente al planteamiento del rival. Salió Tiago y salió Fran Mérida y el Atleti jugó más rápido, tocó más, quiso llegar arriba y al menos tiró a puerta. Mejoró el equipo el segundo tiempo pero no lo suficiente para darle la vuelta al partido, merecidamente empatado al final.

La grada

Fría, injusta a ratos, algo desesperada por fases. El Calderón no se llenó y había sensación de partido chico; quizás esta sensación fue la que hizo al equipo pensar que era un rival facilón que terminaría perdiendo, bah, total ya ganamos el año pasado y éramos los mismos o aún peores, bah, esto está chupao. La ilusión de la temporada pasada y del principio de liga parece haberse esfumado, quizás por culpa de las sensaciones transmitidas por el equipo en Grecia y el segundo tiempo de Valencia. Poco nos ha durado.

Impotente ante la realidad y poco partidaria de dar un vuelco al equipo con sus gritos, la grada fue fiel a sí misma y se comportó como viene siendo habitual en las últimas temporadas: cargando contra el que se enseña. Esta vez fue Raúl García, una vez más, el objeto de los pitos. Raúl jugó bien hasta que cometió un fallo, circunstancia que la grada aprovechó para empezar a silbar. Antes había hecho algún buen pase largo y había dejado claro, con sus gestos, que no era tan fácil entrar por donde se pretendía y que era necesaria ayuda de los compañeros. Poco importó la evidencia, y en cuanto tuvo un fallo la gente se le echó encima. No importaba si los compañeros ayudaban poco, no importaban los buenos partidos que venía haciendo hasta ahora, desde el tramo triunfal de la propia Europa League del año pasado: Raúl no ha caído en gracia y no hay más que hablar.

Cada fallo hacía incrementar la presión de la grada sobre el jugador, en perjuicio claro del equipo; a su vez, cada fallo minaba la moral y la paciencia de Raúl, harto a ratos, sin disimularlo. Raúl venía de hacer buenos partidos y ser clave en logros que echaron a la gente a la calle y a los bares, pero al tercer fallo la grada era un clamor contra él. Raúl jugó mal, sobre todo desde que notó que no se le perdona una, y Quique le quitó al medio tiempo. Para algunos, al menos le libró de una pitada si llega a retirarse durante el partido; para otros, terminó de apuntillar su autoestima tras la injusticia de la grada. Por suerte Raúl García es navarro y tiene la nariz grande, dos circunstancias que sugieren personalidad y arrestos. Esperamos que no le pesen los pitos, esperamos que sea consciente de que la grada del Atleti, lejos de saber cada día más de fútbol, sigue prefiriendo jugadores escondidos que driblan tres rivales cada diez partidos a compañeros comprometidos que no dudan a la hora de coger la responsabilidad de bailar con la más fea.

La defensa

Faltaba Godín tras su partidazo contra el Zaragoza y salió Perea de central. Salió también Ujfalusi de lateral y fue recibido con grandes fiestas por la grada tras el affaire Messi, algo que nos alegró. Junto a ellos, Domínguez, que siempre está bien aunque le toque pelearse con tipos gigantes que le sacan dos cabezas, y Filipe Luis Filipe.

La defensa, una vez más, estuvo bien. Quizás De Gea debió salir al balón del gol en el remate de Hyypia y no esperar, es probable. Por lo demás, la defensa fue solvente, una nueva buena noticia en esta línea. Perea, notable en el inicio de temporada, lució velocidad y cruce como en él es habitual y no se complicó en exceso; Domínguez, como siempre, sobrio y sin fallos de importancia. Ujfalusi, reservón el primer tiempo para lanzar galopadas a partir del minuto 55, como en él es habitual, llevó peligro y provocó la ocasión más clara, fallada por Reyes. Filipe Luis Filipe, algo menos brillante que en el debut, sí dejó la sensación de que vale para lo que se le ha fichado; hizo un remate absurdo que todo el estadio salvo él vio claramente que se iría alto y participó algo menos de lo esperado, pero funcionó. Nada que reprochar a esa línea.

La media

Parte del problema, aunque no todo, fue la media. Raúl García se enseñó, lo intentó en largo y en corto y se equivocó bastante. No encontró demasiado apoyo por el lado de Reyes, muy poco de la delantera, algo más de Simão. Su salida, triste por haberse producido tras unos pitos exagerados, trajo a Tiago y cambió el partido. Tiago aportó más sentido, algo menos de estatismo y más juego; quizás todo eso se produjo por la salida, también al descanso, de Forlán. Simão se vino arriba al final del partido y tiró del equipo más que el resto; Reyes se limitó a su juego de plaza de barrio, sin mucha aportación ni al equipo ni a la estadística pero tan agradable para los admiradores de los chupones de escuela andaluza, esos que tardan cinco años en primera para darse cuenta de que, levantando la cabeza, se ve que hay más gente en el campo y que con ellos es más fácil que gane el equipo.

Assunçao, este sí, empezó bien y acabó enorme. Al final del partido hizo valer su resistencia de fondista etíope y su concentración continua para hacerse él solito con el centro del campo y amargarle la vida a un montón de alemanes altísimos. Cuando el equipo pierde el fuelle y la fe, Assunçao tira de reserva de ambos y pasa por la izquierda a todos sus compañeros. Un titán, un seguro de vida, un tipo honrado y admirable.

Y la delantera

El Kun no fue titular y tampoco lo fue Forlán. En su lugar salió un tipo rubio que se le parecía bastante, algo distante, poco participativo, con pocas ideas y un genio insoportable. Forlán no fue Forlán, sino un compañero odioso encargado de pifiar balones y reclamar precisión al resto cuando osaban pifiar en su presencia. Quique le quitó y todo mejoró, quién nos lo iba a decir. Forlán acostumbra a empezar mal las temporadas y eso no nos preocupa; sí nos preocupa ese carácter avinagrado que ya hiciera a su padre pedir un triunfo a sus compañeros en la final de Hamburgo. "Ganen, por Dios", dijo, "si no, no habrá quien aguante a este tipo".

Por el doble de Forlán salió Fran Mérida, y no lo hizo mal. No nos atreveríamos a decir que lo hizo bien, pero mal no lo hizo. Confundido por la grada con Reyes por su tamaño similar y color de botas, provocó un penalti y aportó en jugadas de ataque. Quizás esté llamado a jugar de segunda punta en partidos abrochados, o por la banda con querencia al interior, o a conservar el balón en partidos alocados. Todo esto, ya lo saben, lo hacía otro jugador fan de El Juli con bastante poco tino hasta hace poco. Dios quiera que no les tengamos que comparar demasiado en un futuro.

Por último, Diego Costa. Diego Costa es un jugador incógnita del que la gente no sabe bien qué pensar, si bien hay quien ya empieza a tener una idea más clara de lo que realmente puede aportar al equipo. Porque Diego Costa es realmente un jugador desconcertante. Alterna fases de estatismo agudo con sprints sin sentido hacia balones a los que claramente no va a llegar; tiene cuerpo de tercera línea de rugby y toquecito de interior brasileño, pero le cuesta en exceso a veces retener un balón ante un defensa limitadito en espera de ayuda de la segunda línea; arranca con potencia y confianza ante un defensa rival, pero no tiene físico para frenar y termina saliendo por la línea de fondo, lamentando que el campo no mida cinco metros más. La aportación práctica de Diego Costa es limitada, y, si bien es cierto que ayer Forlán no ayudó mucho y que en ocasiones los compañeros le ignoran cuando lanza diagonales que le dejan en buena posición, también es verdad que muchas veces termina por perder lastimosamente balones en situaciones que, de ser gestionadas con oficio, darían ventaja al equipo. Peor aún, Diego Costa sale de titular en casa, ante su afición, en un partido que podría ser importantísimo para su futuro y, con frecuencia, transmite la impresión de estar totalmente despistado, vagando por el campo, andando, mirando a las musarañas, intentando recordar quizás las valencias del sistema periódico o la lista de los presidentes de la República del Brasil o bien de dónde viene la leyenda Ordem e Progresso de su bandera. Uno, qué quieren que les diga, espera más del tercer delantero del Atleti, del tipo que tiene que minimizar el impacto de la ausencia de Kun y/o Forlán, de alguien llamado a jugar casi enteros 15 o 20 partidos por temporada, muchos de ellos importantes. Y Diego Costa puede ser ese jugador si despierta, se involucra, no pierde la concentración y se da cuenta de lo que tiene entre manos.

La Europa League se complica, y sólo es culpa del equipo. El equipo ha salido a jugar silbando y con las manos en el bolsillo en los dos partidos que se llevan de la fase de grupo, y el resultado es más que malo. El Atleti debe ser consciente de que, si no juega a tope, si no están los buenos y si no hay intensidad no es más que un equipo del montón; el año pasado confluyeron una serie de carambolas cósmicas que no siempre se dan. Si nos lo creemos, estamos perdidos.