domingo, 29 de septiembre de 2013

De derbis bien ganados que saben a poco (o quién nos iba a decir esto, María del Carmen)

El día 29 de Septiembre de 2013, festividad de San Miguel Arcángel, San Rafael Arcángel y San Gabriel Fernández, toda la hinchada colchonera se encontraba exultante. ¿Toda? ¡No! Una minoría irreductible renuncia a la tentación de disfrutar de la felicidad absoluta. ¿El motivo? Las ganas de ganar y el convencimiento de que estas metas no son sino etapas hacia algo más gordo. ¿El responsable? Diego Pablo I, Patriarca de la Iglesia del Sur.



El Atleti ganó en el estadio del otro equipo grande de la capital por primera vez en catorce años y segunda vez en cuatro meses: esta es una estadística absurda para el común de los mortales que para el Atleti es algo así como normal. Ya saben que este equipo nuestro no es capaz de hacer las cosas a poquitos, no puede hacer lo que hacen otros, es excesivo para todo. No puede ganar una vez cada dos años, oiga, no esperen esto de nosotros. El Atleti, ya deberían saberlo Vds a estas alturas, gana cuando quiere, no cuando lo indica la lógica. El Atleti pudo pero no quiso ganar aquél partido en el que Forlán pegó un palo y casi marca otro y acabamos empatando, pudo pero no quiso ganar aquél partido en el que Agüero marcó junto al palo nada más empezar, pudo pero no quiso más que empatar con aquel gol de Albertini que nos pone la sonrisa siempre que lo recordamos y nos hace cerrar el puño al ver, justo después de ver cómo el balón entra en la portería, cómo hacía lo propio Luis Aragonés. No, así no es el Atleti, el Atleti gana cuando quiere y gana como quiere y al que no le guste que no mire y no hay más tutía, oiga.

El Atleti esperó un montón de años para ganar un título en el estadio del rival más desagradable, contra ese mismo rival desagradable y poniendo en evidencia la faceta más desagradable de una de las etapas más desagradables del ya de por sí desagradabilísimo rival. Cuando la irritante hinchada rival, esa que no se calla ni cuando les han callado la boca a pelotazos, hacía chascarrillos sobre un contador que volvía a ponerse a cero para marcar otra larga época de sequía en rojo y blanco, volvió el Atleti al estadio del otro equipo grande de la capital y ganó, ganó bien y dejó al rival tocado e incómodo. Pero el Atleti, imprevisible, dueño de su propio destino y caprichoso como es, se conformó con un resultado normal, un resultado de día de diario, un resultado con jersey de pico y el periódico bajo el brazo en vez de una victoria con chaqueta de húsar y sable abrillantado, botas de caña alta y espuelas de estrella. El Atleti es así, oiga, ya se vestirá así cuando él quiera.

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Tras la final Copa, partido bien ganado en el que la suerte estuvo del rojiblanco lado de los buenos, el Atleti ganó esta vez sin suerte. Con un pelo más de acierto, con un poquito de suerte, con un larguero que se hubiera estirado un poco al tirar Koke con la zurda, con un control un pelín más adelantado de Diego Costa en un mano a mano, con un cabezazo un poco más bajo de Tiago, el Atleti habría metido tres o cuatro goles en un partido que pudo ganar cómodamente por esa diferencia. No fue así. El Atleti ganó 0-1 en un partido que pudo ganar fácilmente 0-3, pudo dar un puñetazo en la mesa y, ya de paso, otro de esos que daba Bud Spencer de arriba abajo en la cabeza del rival para atolondrarle durante un buen tramo de liga.

Al igual que tras la Supercopa y el partidazo del equipo en Barcelona, hay quien está orgulloso del equipo y se queda tan contento y hay, cada vez más, quien mira un poquito más lejos. La Supercopa dejó un excelente sabor de boca pero, a la vez, la rabia sorda del que ve que se le va un título, por simbólico que sea. El partido de ayer dejó la sensación de haber visto un equipo muy superior a otro marcando un solo gol cuando mereció más, de ver otro resultado histórico como aquél 0-4 en sábado lluvioso que dejó una bandera del Atleti en la Cibeles hasta el domingo por la mañana.

Sin quitar un ápice de alegría al partidazo, uno nota cómo este equipo sólido en el que destacan pocos porque destacan todos va metiendo poco a poco el gusanillo de la ambición, de las ganas de ganar, de romper el tedioso duopolio de la Liga. Sin querer echar las campañas al vuelo, el equipo empuja a querer más, a dar por buenas las victorias pero mirar más allá de ellas, más lejos, más alto. Hubo años en los que el Atleti casi daba por buena la temporada si hacía un papel digno en liga, ganaba el derby en casa y puntuaba fuera. Parece que esos modestos objetivos, indignos de un club como el Atlético de Madrid, se van viendo cada vez menos satisfactorios, más exigibles. Si vuelve la exigencia al Calderón y sigue el Cholo al frente del equipo, quizás los tiempos vergonzosos de los derbis no disputados, de los partidos planteados con los brazos bajados, de los sustos en los cinco primeros minutos y la impotencia en los últimos nos resulten tan extraños como desesperantes nos resultaban entonces.

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Resulta difícil destacar jugadores en este Atleti compacto y homogéneo, disciplinado y seguro de sí mismo como una unidad militar de élite. Resulta complicado no caer en el tópico de que este equipo está por encima de los jugadores, pero es casi obligado resaltarlo en estos tiempos de futbolistas-estrella presentados ante multitudes como el mejor del mundo aunque provengan de un equipo aspirante a Europa League y cuya importancia para el equipo radica en la facilidad para vender camisetas con su nombre. Frente al irritante equipo del Norte el Atleti hizo su juego conjunto de presión e intensidad, de solidaridad, disciplina y esfuerzo no negociado. Frente a esa unidad de choque y asalto el rival presentó un grupo de esgrimistas de salón, vestidos a la manera de Fointainebleu y perfumados al estilo Juteco. El resultado fue que el rival, acostumbrado a medirse a equipos pequeños en una liga mediocre, confiados en que con el peso de las letras de su dorsal baste para marcar una, dos veces por partido, plantó poca cara.

Uno habría esperado al menos un gol del rival, ese equipo habituado a ganar con mal juego por obra y gracia de un destello de uno de sus multimillonarios repeinados, incluyendo en esta categoría (sin lo de multimillonario) a cierto colegiado colaboracionista. Pero en vez de un equipo de retales con ganas de pasar cuanto antes el trance de ser apuntillado en público, el equipo de millonarios de ceja depilada se encontró un equipo de fútbol. El resto lo conocen bien Vds. Uno no sabe mucho del vecino, pero le resultaría curioso saber en cuántos partidos como local no han marcado ni un solo gol, y contra quién. El Atleti, comandado por un tipo llamado Fernández, un chavalín apellidado Resurrección y un delantero con aspecto de polizón de buque bananero panameño, se merendó al pseudoglamuroso y nuevo rico equipo de espíritu en tonos Lladró y ordinario reloj Bvlgari tamaño sartén con muchos brillos y zirconitas. Pocas cosas podrían enorgullecer más a la afición del Atleti, pocas cosas podrían ser más cómicas en el fondo.

Siendo por tanto complicado destacar a un jugador, el que suscribe se atreve con uno. No nos referimos a Koke, de nuevo enorme, lleno de talento en el pase del primer gol y en su tiro al larguero, inmenso en el despliegue físico y táctico. Tampoco a Diego Costa, autor de otro gol en el estadio-mall, pesadilla constante de la defensa rival y balón de oxígeno para todo el ataque atlético. Ni Arda, trabajador, talentoso y bien colocado y haciendo de capitán al amenazar con cara de asesino en serie a Diego Costa cuando éste se jugaba una tarjeta roja. Tampoco a Gabi, enorme capitán incansable en las ayudas, siempre cerca de quien está en apuros, siempre a la salida del regate del rival presionado por los nuestros, siempre concentrado. Además de todos estos, al que suscribe le llamó poderosamente la atención el partido de Tiago, jugador poco habitual pero que viene haciendo partidos estupendos siempre que sale. Tiago, que llegó al Atleti aportando luz y esperanza, se fue diluyendo poco a poco, perdiendo presencia y limitando su aportación al equipo según avanzaban las temporadas. A menudo lento y frío, Tiago empezó a llenar de dudas el casillero de su crédito hasta que, como en tantos otros casos, llegó Simeone. Tiago, suplente del frío y a veces desesperante y otras veces admirable Mario Suárez, hizo ayer un partido excelente en un puesto exigido. Siempre en el sitio, siempre viendo bien el juego de frente, siempre cerca de los compañeros para ayudar y sacar el balón hacia los centrocampistas más dinámicos, fue clave para sostener con autoridad el centro del campo. Mucho mérito es suyo en una victoria aplastante forjada en el centro del campo.

En el (leve) lado negativo, la desconexión de Villa del resto del equipo, lejos de zonas de remate en los contraataques y lejos también de su estado físico óptimo, limitado a mantener su espacio y taponar la salida del rival. Algo negativo resultó también el partido de Courtois. Courtois hizo  un paradón a tiro tardío desde el área pequeña, pero se mostró algo inseguro blocando balones que botaban cerca y protagonizando una jugada tontísima en el último minuto que pudo costar un disgusto y al parecer le costó un dedo hinchado: algo llamativo en este porterazo que tantas alegrías nos da siempre.

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El Atleti hizo un partido magnífico que, cosas de Simeone, ya no sorprende. El Atleti y su afición hacen bien en centrarse en el mantra del partido-a-partido, pero resulta casi imposible ceder a la tentación de mirar un poquito más allá, de ponerse de puntillas y levantar la vista y apoyar la nariz en la parte alta de la valla para ver qué hay más allá. El Atleti pinta bien y su juego, su determinación y su eficacia no son ya una sorpresa. La prueba es que ganar 0-1 cuando se puede ganar 0-3 produce el olvidado efecto de sentir un puntito de rabia en medio del mar de orgullo en el que nos tiene sumergidos Simeone. Curiosamente, esa sensación de felicidad no plena le hace a uno estar doblemente orgulloso: cosas del Cholo. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Memento mori (o “despierte, oiga”)


Jugaba el Atleti en moderno horario infame de esos que la Liga impone para que se pueda ver fútbol a todas horas en Asia, América y Oceanía, las televisiones paguen más y así los dos equipos más ricos cobren aún más, fichen aún más, hagan la brecha con el resto aún más grande. El aficionado de a pie últimamente tiene que ir al fútbol a las once de la noche en verano, a las diez de la noche en día de semana de septiembre, a las cuatro de la tarde de día del Veranillo de San Miguel y a las doce de la mañana de invernal día de guardar.

El aficionado, ya lo saben Vds, pinta más bien poco en este circo y bien lo saben los directivos: los directivos saben que cuando las cosas van mal, siempre pueden decir aquello de que no es momento ahora de criticar sino de empujar, callen oigan, no sean malos aficionados, lo que hay que ver, oiga, lo que hay que ver, criticando ahora porque el equipo va último y lo hemos arruinado, no tiene corazón esta gente. También saben los directivos que cuando las cosas van bien la gente se calla, aplaude a rabiar, compra camisetas en la tienda del club y renueva el abono a ciegas, sin saber si se vende a la plantilla en pleno o se compra un catacrack. El aficionado, preso de los colores que su abuelo le grabó a fuego en la médula espinal, anima a su equipo para que este no se venga abajo y encima lo hace pagando, en hora que no conviene, desde un asiento sucio y sin derecho a decidir nada de lo que pasa. Los que deciden los horarios, mientras, se ajustan la corbata, cambian de discurso, dicen cosas que ellos mismos negaron dos meses antes, aparcan dentro del propio estadio, suben por un ascensor con azafata a la que miran de reojo con gesto de Arturo Fernández y hacen negocios en el palco de autoridades mientras ven el espectáculo que en la grada ofrece la afición pagana y maltratada. Y por si fuera poco, con ese  dinero que deja la liga gracias a esos horarios ridículos, a las ojeras de la afición, a las combinaciones imposibles de transporte público y a renunciar a que los niños puedan ir al estadio, los que dirigen reparten ese dinero de forma que los dos equipos más grandes se enriquezcan y refuercen: se aseguran así de que el año que viene - en un horario mejor, eso sí, dado que juegan los grandes en horarios de prime time - cuando los ricos visiten al equipo de la afición desvelada, no tengan problema en golearles para alborozo de los nuevos aficionados asiáticos que compran camisetas, gracias a los fichajes estratosféricos pagados, entre otros, con el esfuerzo de la grada rival. Muy lógico y honesto todo, oiga, todo muy cabal.

Salió el Atleti al campo con varias novedades, quizás no tantas como había anunciado Simeone, pero sí con un equipo no visto hasta ahora y con Insúa y Baptistao en el equipo titular. Salió el Atleti y vio con sorpresa que en vez del Osasuna salía un equipo fosforescente, verde-chaleco reflectante, poco rojillo y poco Osasuna. Oiga, perdonen, no sé si se han equivocado de campo, aquí tenía que venir el Osasuna. No, no, si el Osasuna somos nosotros, pero qué me dice Vd, oiga. Lo que oye, fíjese cómo nos han vestido, fíjese qué colorinchi, qué sinrazón. ¿Se acuerdan Vds cuando algunos años nosotros, el Osasuna, vestíamos de Osasuna y Vds venían igual pero al contrario, camiseta azul y pantalón rojo y no había forma humana de distinguir a uno de otro en los corners? Pues debe ser por eso, fíjese como nos han vestido este año, como para que nos confundamos, como para disimular, que parece que hemos pinchado ahora todos la rueda al mismo tiempo o que vamos a regar la calle, es que no hay derecho, y encima a las diez de la noche, menos mal que así no nos ven nuestros hijos. Eso sí, algo es algo, bueno, al lío, ¿Cara o Cruz? Cara, Cara ¿Cara? Le hacía yo más de Cruz, fíjese. Yo Cruz.

Salió el Atleti con la defensa titular menos uno, con la media titular menos uno y con la delantera titular menos uno o ya veremos. En la defensa salió Insúa por Filipe Luis y dejó dudas y preocupaciones por si a Filipe Luis le pasa algo. Insúa, que lleva tiempo sin jugar, mostró falta de rodaje, falta de confianza, algunas maneras esperanzadores y un corte de cuerpo que a ratos recordaba al Toto Salvio. Insúa no subió su banda como lo haría Filipe Luis y eso puede uno comprenderlo; mostró también muchas dudas a la hora de encarar, de buscar hueco y crear espacio. Hasta ahí, todo normal. A ratos, sin embargo, mostró también falta de cabeza al jugar balones a pelotazos cuando el partido exigía guardarla, lució una aceleración excesiva y algo de despiste. Falló en el gol de Osasuna, permitiendo que se colara un rival, aunque no fue el único. Si estas son cosas que se puedan solucionar con más partidos es algo que aún no sabemos. Lo que sabemos a día de hoy es que, mientras la banda derecha parece cubierta por Juanfran, Manquillo y Alderweireld (en adelante, Aldecoa), por la izquierda parece que el suplente de Filipe Luis no está para desempeñar la labor utilísima que hace el brasileño. Quizás viendo la debilidad de esa banda Simeone quiso al final del partido reforzar la izquierda con el Cebolla y su furia; si así fue, señal de que tampoco en el banquillo el partido de Insúa trajo tranquilidad.

El otro debutante fue Baptistao. Baptistao tiene zancada de mediofondista kenyata y físico liviano a la manera de Djokovic, lo que con espacios le hace un jugador valioso. Eso sí, hoy por hoy el espacio en el Atleti es cosa de Diego Costa, que atraviesa un momento espectacular en lo físico y eclipsa a rivales y propios, incluido Baptistao. Baptistao estuvo despistado a ratos, fuera de sitio otros y bien colocado y solidario, volviendo al sitio y ayudando a la recuperación gracias a su velocidad en otras ocasiones. Hizo una buena jugada a la que no respondió Costa pasándole el balón cuando tenía un tiro fácil, y en otras ocasiones pifió al tirar el desmarque. A Baptistao le falta tiempo y por ahora parece que un partido entero es excesivo para él, sobre todo ante equipos como Osasuna, un grupo tipos grandotes de los que no es fácil irse. Tendrá sitio en partidos en principio más sencillos o menos exigentes, pero no parece por ahora en situación de hacerse con un hueco en el equipo. Y eso que la delantera, ante partidos como el del sábado que viene, plantea varias  cuestiones. ¿Jugará Simeone con un único punta, como contra el Barcelona? ¿Tirará a Diego Costa a la banda, dejando un solo jugador en punta? Si es así, ¿será Villa quien se quede en punta, o su estado físico plantea dudas? ¿Debería jugar Diego Costa solo en punta, con Raúl García o incluso Tiago en la media, junto a Mario, Gabi, Koke y Arda?

Si en la delantera hay alguna cuestión, viene por el estado físico de Villa, las habilidades de Raúl García o las posibilidades de Baptistao, porque  lo que viene estando claro desde hace ya meses es que Diego Costa crece y crece como jugador y por ahora no ve el techo. Diego Costa ha moderado su odioso carácter provocador y ha afinado su físico hasta convertirse en una locomotora capaz de arrasar con todo. Diego Costa cabecea, dispara, hace goles y centraliza todo el ataque del Atleti, hasta el punto que cuando el Atleti recupera un balón, todos los aficionados levantan instintivamente la cabeza esperando el desmarque en diagonal del de Lagarto. A Diego Costa, como a todos, le faltan algunas cosas que pulir, en concreto esa a veces excesiva fe en su potencia y capacidad de desbordar. En varias ocasiones por partido Diego Costa hace lo que en la grada de lateral ya se conoce como “la Lagarterana”, su jugada emblemática y con denominación de origen consistente en salir en tromba desde medio campo con el balón controlado a duras penas, bajar la cabeza, seguir avanzando a trompicones, porfiar en buscar tiro ignorando si vienen compañeros cerca, seguir acelerando con la mirada baja a pesar de que cada vez quede menos campo, continuar arrollando rivales, balón y césped, liarse solo por la presión del defensa rival y la aceleración excesiva, terminar cayendo o estampándose contra el cartel de Castellana Wagen que adorna el fondo Norte, en una preciosa metáfora de cuál será el próximo objetivo de su furia desbocada. Lagarteranas aparte, Diego Costa está en un momento increíble y cuando, además de todo, decida levantar la cabeza en ciertas ocasiones, el Atleti ganará un gol por partido.

El Atleti hizo ayer posiblemente el peor partido de los últimos tiempos, con un segundo tiempo a subrayar como uno de los menos afortunados de la era Simeone. No pasa nada, empero: se ganó, se puntuó, se pasó mal y se capeó el temporal. Se probaron nuevos jugadores, algo siempre importante, y se dio descanso a otros. Esperemos que el partido sirva para corregir el desbarajuste defensivo a balón parado (incluso teniendo en cuenta la altura y tonelaje del Osasuna), para recordar al equipo que es mortal y que los tres puntos contra el Osasuna valen tanto como los que se puedan conseguir en el estadio del otro equipo grande de la capital. A ratos, el Atleti pareció dormido, confiado en que el dos cero conseguido gracias a Diego Costa bastase para cerrar el partido, sesteando triunfalmente sobre los laureles amasados hasta ahora. El partido valió para recordar que este equipo, sin concentración ni intensidad, sin hambre ni humildad, puede pasar fatigas contra equipos bastante más modestos. También sirvió el partido para confirmar el momento dulce de Koke, la trayectoria ascendente de Juanfran, la fiabilidad de Tiago, sobre todo tras la lesión de Mario, también más entonado últimamente. El partido confirmó el valor que tienen las ayudas constantes de Gabi, la necesidad de pulir a Miranda en su empeño a veces excesivo en jugar balones largos, la furia desatada del Cebolla siempre que sale.

El Atleti ganó un partido más pero esta vez lo hizo pasándolo mal, algo que es cada vez menos frecuente en el Calderón. Quizás el equipo, como la grada, pensaba tras el dos cero en que el sábado se visita el campo del tercer clasificado en un partido importante al que hay que ir afinado más que en lo que quedaba de partido. La grada cantó durante el final del segundo tiempo para calentar un partido que se jugará dentro de 4 días, y seguro que de ello tomaron nota los jugadores; el entrenador no necesita que se le recuerden estas cosas, que sabe bien lo que el sábado nos jugamos. Como nosotros. 

jueves, 19 de septiembre de 2013

De la vuelta de los tiempos que nunca debieron haberse ido



Debutaba el Atleti en Champions tras la excelente temporada anterior y buen inicio de la presente, y en los alrededores del Calderón había una extraña placidez. No había tensión ni había demasiados gritos, no había nervios ni sensación de día grande, había más bien de partido de trámite, de los de hoy también ganamos, de los de cómo lo ve Vd, yo bien, bien, hoy lo solucionamos fácil, oiga. Puede ser que la mayoría de la afición del Calderón no conociera los peligros potenciales del Zenit (tampoco el que suscribe, que sí tuvo a bien informarse unos días antes para llegar a la conclusión de que lo que venía no era una perita en dulce), o bien que la solidez del equipo, la entrega, los buenos resultados y la solvencia con la que se despachan partidos complicados en los últimos días haya calado lo suficientemente hondo en la afición del Atleti como para llevarla a otros tiempos. Porque el ambiente que había ayer en el Calderón no era el de un estadio que va a ver a su equipito medirse con los mayores, ni el de una afición dispuesta a convertir cada partido de Champions en una fiesta de las de no olvidar por si la cosa dura poca. La gente no fue al campo a ver un partido que era ya de por sí un premio, ni a hacerse fotos en las que se viera el logotipo de las estrellas para conservarlas en el cajón de la mesilla, junto a las entradas de los días grandes, la tarjeta de claves del banco y la medalla de oro que le regaló el abuelo el día del bautizo. No. La gente fue al campo tranquila y confiada, a ver ganar al Atleti, con la misma actitud, predisposición y sensación que teníamos los que, de niños, íbamos siempre a ver al Atleti ganar, rara vez empatar, ocasionalmente perder contra equipos que lo merecían y alguna vez con alguno que no. La afición va a ver al Atleti, sea a la Champions o a la Liga, con la misma sensación que teníamos en los tiempos en los que colgaba esa pancarta que ponía “Hoy también ganamos”, con confianza en el equipo y con la certeza de que, para ganar al Atleti del Cholo, Gabi y Koke hay que hacerlo muy bien, sudar sangre, tener suerte y contar con que los nuestros tengan un día extrañamente deslucido.

Salió el Atleti al campo la mar de tranquilo y salió el Zenit con una camiseta que unos veían azul y otros verde. Es azul, decían unos, no, es verde, decían otros; es azul tirando a verde, como aquella camiseta hecha de cortina de baño que una vez trajo el Betis, decían algunos con gran memoria cromática; es verdeazulada, como las algas cianofíceas, ideales go-gó, decían otros, declarados fans del Chico Más Pálido de la Playa de Gros. La discusión se zanjó al sacar un señor una pantonera de bolsillo y no se volvió a hablar del tema. El Zenit vino pues así, aturquesado, si bien más azulada vino su afición, agrupada en un fondo reservado sólo para ellos como si fuera una zona de seguridad, y también en grupos sueltos por las gradas, dos allí, tres allá, cuatro acullá. La afición rusa se mostró amable y correcta, y esto uno no sabe bien si se debe a su voluntad deportiva y visitante o al mismísimo carácter ruso, todo un misterio para el que suscribe, que es tonto. Un ruso aislado resulta raro de tratar, no me lo negarán, y no sabe nunca uno si está enfadado o de un humor buenísimo, si es cordial o le importa un pimiento agradar al resto, si ha bebido vodka o lo hará en un rato. Sin en vez de un ruso hay tres o cuatro la duda se multiplica y ante la visión de un grupo de rusos, uno sólo alcanza a confirmar la clasificación capilar de la raza rusa: rusos sólo hay calvos, como Gorbachov, con pelazo como Stalin o con pelo lacio y churriguetoso como Karpov. Pocos rusos escapan a estos tres genotipos, hay pocos rusos con entradas, casi ninguno con cortinilla, son escasas las coronillas encubiertas y sí son frecuentes las calvas totales, los pelazos ondulados con textura de capa de jabalí y los flequillos desvaídos y grasientos. Y esto no lo digo yo, que lo dicen los científicos de la prestigiosa Russian Traditional Hairstyle Preservation Society.

La afición rusa se mezcló en algunos bares con la afición local, y esta última les miraba con una mezcla de curiosidad y prevención, esa mezcla que producen los rusos fuera de Rusia, sobre todo a los pueblos latinos. Inquietantes, algunos rusos cenaron jamón, café con leche y zumo de naranja, que lo vio el que suscribe sin saber bien si alertarle al ruso de que normalmente eso por estos lares se toma de desayuno o hacer un vídeo de tres minutos. El ruso se acabó el café, pidió la cuenta, pagó con un billete de 500 euros y se fue tan campante al hotel a pensar en Rusia y su futuro, desvelado hasta las tantas por el relajante café con leche. Esta impactante imagen se repetirá en la memoria de todos los que asistieron al inusual ágape durante años, y posiblemente sirva como referencia para recordar el cómodo partido de ayer dentro de muchos años. El Zenit, sí, dirán los aficionados, el Zenit vino al Calderón vestido así como de verdecito y creo que ganamos fácil, no sé si dos cero o tres uno, sí, un partido cómodo pero sin historia, aunque, eso sí, luego algunos vimos a un ruso cenar jamón, café con leche y zumo de naranja y al menos tres si no cuatro tuvieron que ir a un psicólogo durante meses.

El Atleti empezó controlando el partido y empujando a los rusos hacia su área, lejos de la portería propia y buscando huecos por donde no los había. El Atleti salió con Villa solo arriba, con Adrián a un costado y Arda al otro y con Gabi y Koke por delante de Mario para evitar que ningún un jugador rival estuviera tranquilo. Gran parte del primer tiempo transcurrió cerca de la banda derecha rusa, donde Adrián se enfrentaba a un lateral rubito con pinta de enterarse poco y de cenar café con leche. Acertó el Atleti planteando el partido hacia ese lado, porque en el segundo tiempo quedó claro que el lateral izquierdo del Zenit era bastante mejor que el derecho, qué cosas tiene Simeone, no da puntada sin hilo este hombre, oiga.  Cerrado el equipo ruso atrás, la única vía de agua visible era el lateral derecho y ahí todos los ojos se fijaron en Adrián. Adrián, una vez más respaldado por el Cholo y por la grada – salvo a ratos, algo comprensible – demostró que lo suyo es más un problema de cabeza que de fútbol. Adrián alternó regates y carreras de las de hace dos temporadas con rehúses y dudas de las del año pasado. Falló pases fáciles y evitó que Filipe Luis le doblara, se escondió en algunos lances y con frecuencia se giró y buscó un pase cómodo en vez de arriesgar; en otras ocasiones, cuando tuvo que pensar menos y actuar más mecánicamente, desbordó al rival, buscó huecos y presumió de arrancada. Esto último no le bastó para coger la confianza necesaria hasta bien entrado el partido y, cuando mejor estaba, fue sustituido por Baptistao, que metió un buen gol en su primera acción y dejó la cabeza de Adrián llena de manchas de Rorschach  y de dudas que esperemos se despejen.

Con el Atleti volcado hacia adelante y hacia la izquierda durante el primer tiempo, Mario y Gabi tuvieron una presencia más testimonial que otra cosa, dando protagonismo a Koke. Koke asumió la responsabilidad con un partidazo en lo físico y en lo táctico, recuperando balones y apareciendo por todas partes, tapando su zona y la de aquellos que cometían un error, poniendo balones perfectos a la cabeza de los compañeros: suyo fue el pase del gol de Miranda, suyo fue el pase que dio lugar al barullo previo al segundo gol y de haber estado algo menos impetuoso Godín, habría aprovechado para marcar algunos de los pases de Koke, fuertes y medidos, pases a los que basta poner la cabeza para, sin dar impulso, conseguir que el balón salga como un obús. El despliegue físico de Koke tuvo continuidad en Gabi durante el segundo tiempo. Gabi se dosifica y mide y, cuando queda media hora de partido, está dos puntos físicos por encima de los rivales. Gabi entonces es clave, soluciona errores cometidos por los compañeros, hace ayudas en defensa, aparece donde no se le espera, sale el primero a la presión y roba balones para alimentar a la delantera. Entre Gabi y Koke, y el buen partido de Mario, el medio campo ruso pudo hacer más bien poco a excepción de un ratito. Y eso que no pintaba mal, con Danny, jugador fino, Witsel, de estilismo capilar claramente poco ruso y Hulk. Hulk, todo hay que decirlo, pareció pasado de romana y algo lento, lejos de ese jugador eléctrico y potentísimo que hizo enmudecer el Calderón en el pasado. Hulk abusó de irse al suelo, fue superado varias veces en carrera por Mario y mostró una silueta abeyoncesada que supuso todo un desafío para el tallaje de sus pantalones cortos. Aún así, metió un golazo tras tiro potentísimo que nos recordó que todavía es peligroso a pesar de los blinis.

Sólo durante un ratito tuvo el Zenit la iniciativa en el partido, unos quince minutos al principio del segundo tiempo en los que el Atleti perdió presencia. Más lejos unos de otros de lo que es habitual, con más protagonismo la banda izquierda del rival, los jugadores del Atleti no encontraron su sitio. Pero con el partido empatado, Turan metió un gol de esos que uno no se espera que meta él, de esos que debería meter quizás Villa, quizás cualquier otro. Turan, que está haciendo un principio de temporada magnífico, mostró además de calidad y clase una rabia para marcar que hace dos años nadie habría creído. Para el que suscribe pocos jugadores han encajado en lo que la grada del Calderón espera de un jugador así como Turan: talentoso, carismático, salao, inexplicable, con un punto gamberro, despistado y desastre. Más atlético, difícil.

Obviando el buen partido de Filipe Luis, la aparente mejora de Juanfran y la seguridad ya clásica pero no por ello menos asombrosa de Courtois, merece un ratito el partido de Villa. Villa, que lleva poco tiempo en el club, parece estar aún en proceso de engranaje, en rodaje antes de encajar en la máquina que ha creado Simeone. Físicamente no se le ve a la altura del resto de compañeros, verdaderos portentos en muchas fases del partido, y cuando juega solo en punta pasa malos ratos al hacer la presión, algo normal para cualquier delantero que juegue con ese dibujo agotador y frustrante para los goleadores. Villa combina maravillosamente bien cuando juega al primer toque y busca la pared, alivia a los compañeros y crea espacios para él o para otro; cuando conduce el balón se echa de menos más potencia, algo que resuelve a veces con la picaresca de buscar una falta, como ayer. Cuando el equipo recupera en campo propio, aficionados y jugadores buscan instintivamente la carrera en diagonal de Diego Costa, galopando en la lejanía; cuando éste no está Villa es más conservador, consciente de que le es complicado a estas alturas encarar con garantías una carrera de treinta metros perseguido por uno o dos rivales, la especialidad de su compañero de ataque. Incómodo en el partido de ayer por el planteamiento de acumulación de gente por el centro del Zenit, sobre todo en el primer tiempo, Villa sacó algunas faltas de listo y buscó buenas combinaciones. Irá a más, esperamos, por más que el librillo del Cholo parece indicar que, este año, a falta de Falcao y su pelea interminable, el gol está llamado a repartirse entre centrocampistas y delanteros.


El Atleti ganó con solvencia a un equipo al que hizo parecer peor de lo que era, por más que en defensa sí dejó bastante que desear. La grada se ha acostumbrado a este equipo intenso, duro, que recupera el balón con furia gracias a concentración total, apoyos constantes y solidaridad de todos, desde los estilistas más finos a los tractores más potentes. El Atleti rocoso que recupera la bola y sale rápido y con calidad recuerda a ese equipo que se nos clavó en el alma, ese equipo al que íbamos a ver ganar, rara vez empatar, ocasionalmente perder contra equipos que lo merecían y alguna vez con alguno que no. Lejanos quedan los tiempos en los que todos y cada uno de los equipos de primera división nos jugaban de tú a tú, en los que los pequeños venían al Calderón a puntuar, en los que el bochorno era la seña de identidad y los empates en el último minuto contra el Mallorca se celebraban haciendo la ola. Más cercanos se ven los tiempos de narices torcidas y centrales con bigote, de victorias brillantes y victorias sin brillo pero por aplastamiento, de rivales dubitativos y asustados, equipos encerrados y visitantes deseando que pasase cuanto antes el infernal rato de visita al Calderón. Lejos quedan los tiempos oscuros, cerca parecen los tiempos que nunca debieran haberse ido y la razón es una, única y nacida en Buenos Aires el 28 de abril del 70, año en que el Atleti ganó la liga.