jueves, 28 de febrero de 2008

El hombre que nunca entendió nada

Enrique Cerezo es presidente del Atlético de Madrid. A juzgar por sus logros sería el peor presidente de su historia, pero le salva el ser precedido por uno aún peor y tener un socio aún menos acertado. Acostumbrado a abochornar a la hinchada con sus declaraciones, ayer rizó el rizo y se hizo una foto con una camiseta del otro equipo grande de la capital. Y voluntariamente, oiga.


Enrique Cerezo, ya lo saben Vds, es el presidente de nuestro equipo del alma. Cerezo goza de prestigio entre la prensa, que habla de su carácter bondadoso y desenfadado, de su querencia al chascarrillo y de su importante papel como avalista de los movimientos económicos del Club. La prensa no habla de su desastrosa gestión deportiva y económica, ni de las irregularidades cometidas en el proceso de toma de control del club, pero eso da igual porque Cerezo es campechano y habla con todo el mundo y se ofrece a hacer bromitas el día de los inocentes y a decir que Raúl irá al Atleti. Cerezo da vidilla a la prensa, hace chistes sobre su audaz estilo capilar, dice siempre las mismas cosas y la prensa agradece por tanto el tener que trabajar menos cada vez que Cerezo aparece en público.
Últimamente la prensa, que es muy veleta como todos Vds saben, habla aún mejor de Cerezo y contraponen su figura de galán de película de los 70 (producida por él mismo para ahorrar en protagonistas) con la del Director General del Atleti, Miguel Ángel Gil Marín, un tipo que en tiempos de crisis rivaliza en apariciones públicas con el Yeti. La prensa, agradecida con Cerezo y no sabemos bien por qué, le echa en cara a su socio el dejarle siempre solo ante el peligro cuando la hinchada brama, y uno no entiende bien por qué tantas ganas de proteger a Cerezo cuando últimamente la afición del Atleti, como mucho, maúlla.

Si a mi abuelo, que como bien saben los pobres seguidores de estos escritos era un atlético de los que ya no quedan, le hubieran enseñado una foto de Cerezo y le hubieran dicho que ese señor que siempre tiene la misma expresión facial y casi la misma corbata era el presidente del Atleti, no se lo hubiera creído. Le hubiera encontrado demasiado chico para el cargo, demasiado fuera de su tiempo como para representar a la entidad, demasiado poca cosa para lo que era el Atleti. Si además le hubiéramos puesto alguna declaración de las hechas a la prensa, le hubiera parecido aún más increíble: demasiadas obviedades, demasiados errores sintácticos, demasiado desconocimiento sobre el club y el fútbol, demasiadas meteduras de pata. El Atleti de mi abuelo, su Atleti, tenía presidentes como Dios manda, señores de los que sentirse orgulloso o al menos de los que no avergonzarse, tipos con ideas claras y presencia y solera colchonera que, aún así, se sometían al examen semanal de una hinchada entendida y exigente. Tanto es así que cuando Cabeza empezó a hacer sus cositas y convocó a las huestes a comerse una tortilla en vez de ir a dar voces, mi abuelo fue y se murió y muchos pensamos que del cabreo y el bochorno.

Ayer vimos en Internet la foto que hoy vemos en la portada de los diarios deportivos y que sirve a nuestros compañeros de oficina para reírse una vez más de nuestro club. Cerezo sostiene con esa chispa tan suya una camiseta del otro equipo grande de la capital, con su nombre en el dorsal. A su vera, el presidente de la Federación de Fútbol, que también merecería un articulito, el presidente del club de marras y un periodista muerto de risa. Normal. La gente ha preguntado que cómo es esto y la prensa y el club han salido al paso. Dice la prensa que no es para tanto, oiga, que Cerezo fue a comer con unos amigos por su cumpleaños, le hicieron un regalo y no se lo pudo tirar a la cara. Esto dice el Club y sus órganos de información, esa Stasi mediática que nos dice a los del Atleti lo que tenemos que pensar y decir y decidir, cuándo tenemos que apoyar al equipo y cuando nos debemos limitar a sestear para no descentrar a la plantilla. Los medios, que se mondan con Cerezo y le piden que haga de compinche para las bromas de los Santos Inocentes, se ven en deuda con este señor tan gracioso y dicen que exageramos. Cerezo no llevaba la camiseta del otro equipo, sólo sujetaba la camiseta del otro equipo (con su nombre, eso sí) así que no es para tanto, oigan Vds, qué poco sentido del humor tienen.

Yo estoy con Cerezo en que tirarle un regalo a la cara a un amigo está feísimo, faltaría más, esto lo tenemos claro los tipos chapados a la antigua y amantes de la repostería de cuaresma como yo. Pero coincidirán conmigo en que también está feísimo hacerle a un amigo un regalo que le va a suponer un problema y un ridículo: los buenos amigos suelen hacer regalos que agraden al homenajeado y no disfraces que les puedan humillar, y la gente lista sabe rechazar esos regalos sin crear un problema. Cerezo fue invitado a una comida y el pobre creyó que era de amigos, pero le trataron como al novato de la tuna al que visten de gallina en medio de la Plaza Mayor de Salamanca con esa gracia tan sofisticada que tienen los tunos. No contentos con eso los veteranos, los que se ríen del novato del Colegio Mayor hasta humillarle, le hicieron una foto. Y le sacaron en la portada de los diarios de más tirada del país, chúpate esa. Qué broma más buena, cómo nos hemos reído, y el tío tan campante, encima se creía un cachondo. Cualquier día mandan a los medios un vídeo de Cerezo subido a la Cibeles con una botella de tinto grabado con un móvil y ahí ya les da un ataque, qué tíos.

Que Cerezo salga haciendo gansadas en la portada de los periódicos es sólo asunto suyo y si acaso de sus seres queridos. El problema es que es el presidente de un equipo de fútbol, rival histórico del equipo cuya camiseta enseñaba alegre ayer, y representa a mucha gente a la que no le hace necesariamente gracia que se hagan estas cosas. Pasa además que el equipo atraviesa una nueva crisis de juego e imagen, algo ya habitual desde que Cerezo es presidente de la entidad. Pasa también que Cerezo acostumbra a hacer cosas inadecuadas, a decir que se va y no irse, a reírse el día en que el equipo encaja en casa la mayor humillación de su historia, a manchar las camisetas que los niños antes querían vestir con títulos de comedias americanas de medio pelo que Cerezo distribuye a cambio de dinero. Pasa también que Cerezo fue pillado por las cámaras insultando a un seguidor atlético que le afeaba su gestión, y que se brindó a hacer una bromita sobre la vuelta de Raúl al club del que su difunto socio echó antes de convertirse en símbolo del rival más enconado. También pasa que Cerezo vendió este verano el estadio del Atleti y a Fernando Torres, y que ante el fracaso de la última temporada dijo Cerezo que él había hecho las cosas bien fichando jugadores, esquivando cualquier responsabilidad que pudiera afectar al presidente de cualquier empresa. También pasa que durante la era Cerezo el Club ha continuado con su caída libre y su pérdida de prestigio y con el continuo escarnio mediático y hasta torrente-cinematográfico, esto es, en su propio terreno. Estas cosas pasan y también pasan otras que no tenemos tiempo de glosar para no aburrir a algunos y para no subir los niveles de bilis de otros. Y estando así las cosas, Cerezo se hace una fotito más, otra más, qué tío más gracioso.

La prensa quita hierro a los actos de Cerezo, nos ha fastidiao. También aplauden su valentía para dar la cara en contraste con el misterioso Director General que recorre Madrid en su auto en días de partido, algo así como el contrapunto bien remunerado de la joven de la curva. Una vez más Cerezo queda en evidencia, y con él toda una hinchada sometida al imperio de la resignación y el desencanto. Una vez más se demuestra que el Atleti tiene un presidente que no es del Atleti, un presidente que no está en el Atleti para hacer más grande al Atleti sino para hacer del Atleti un hazmerreír. En definitiva, un presidente que no entiende nada de nada de lo que es el Atleti, un tipo que no nos merecemos.

lunes, 25 de febrero de 2008

La paradójica reflexión (de todos los años)

Ser seguidor de un equipo de fútbol cuya trayectoria te invita a hablar de cualquier cosa menos de fútbol es una de las múltiples paradojas que vive, año tras año, el seguidor colchonero. Pero no es la única, oiga.


Ver al Atleti jugar al fútbol es muchas veces una invitación a la reflexión profunda de por qué seguimos viendo partidos de fútbol. La desesperación, la impotencia, el bochorno o la más absoluta de las indiferencias son sensaciones familiares para aquellos que intentamos seguir al equipo día tras día, partido tras partido, competición tras competición. Vemos partidos lamentables de un equipo que juega mal, dirigido de forma bochornosa en todos y cada uno de los estamentos de su cadena de poder. Aún así, seguimos viendo partidos del Atleti y seguimos preguntándonos por qué lo hacemos.

La paradoja se vuelve ironía cuando nos damos cuenta de que sólo conseguimos encontrar aquellos motivos que antes nos impulsaban a seguir a los de las rayas rojas y blancas en futbolistas que visten de otros colores. Admiramos la calidad de otros equipos, nos atrae el arrojo y compromiso de otras plantillas, vibramos con los goles y jugadas de clubes que no tienen nada que ver con el nuestro, comulgamos con la forma de entender el juego de los aficionados a otros deportes. Vemos fútbol en otros y en los nuestros no vemos nada y eso equivale a que te guste la vida de todo el mundo salvo la tuya. Vamos, lo que se llama una desgracia.

El Atleti de este año desembarcó con una cifra record de fichajes, una serie de caras conocidas y promesas de un proyecto que compensara la venta del estadio y de Fernando Torres, el símbolo de una afición a la que le queda un único canterano en el equipo. Buenos resultados con fogonazos buen juego nos hicieron pensar que podríamos haber doblado una esquina, que podíamos haber enderezado la errática trayectoria de los últimos 19 años. Diecinueve, ya veinte, ni más ni menos, veinte años de pérdida de identidad con un único punto de enganche con la historia, un Doblete que cada vez nos parece más anecdótico y más casual y si me apuran más dañino por haber sido coartada de muchos desmanes. El aficionado veía al equipo jugar y se daba pellizcos, veía al equipo ganar y meterse arriba gracias a buenos goles de dos o tres buenos futbolistas y borraba inconscientemente muchos de los malos ratos pasados por culpa de este equipo sin sustancia que pulula desde hace unos años por el césped de ese estadio que, dentro de poco, derribará un señor con un cartucho de dinamita y taponcitos en los oídos. Se ganaba, se tenía la sensación de que se iba a ganar, se recordaban los aromas de la superioridad y la confianza y la victoria, poco brillante algunas veces pero segura casi siempre, que antes inundaban los alrededores del Manzanares en día de partido.

Los escépticos, que somos unos señores pesadísimos que no sabemos disfrutar de los buenos tiempos, mirábamos con recelo la imagen del equipo y mirábamos los precedentes con aire de científico de esos que prefieren hacer mil pruebas antes de atreverse a decir que la tiza pinta sobre la pizarra. Queríamos pensar que el Atleti del 2007 / 2008 podía estar a la altura de la historia, pero no olvidábamos que otros años habíamos tenido esa misma sensación pasajera. No es la sensación de ser seguidor de un equipo campeón, no es la sensación de alegría que dan los títulos. Es una sensación más modesta, menos brillante: la sensación de ser de un equipo que hace las cosas bien, que juega como debe, que pelea como su hinchada merece. No debería ser tan difícil.

Todos sabemos ya a estas alturas que esa sensación es provisional en el Atleti de Gil Marín y Cerezo, ese Atleti postizo que viste como el nuestro pero no es el nuestro, que juega donde el nuestro pero que ha vendido el campo para desatarse ya del todo de las exigencias del pasado, que viaja por Europa con la misma camiseta que el de antes pero ya no levanta miedo ni admiración ni respeto sino la misma indiferencia que despiertan en nosotros los oscuros equipos de la liga noruega, es un poner, que a veces paran por Madrid. Sin solución, cada año el equipo y todos los que aportan algo a su existencia, incluidos nosotros los de la grada, perdemos un poco de eso que teníamos y que ya sólo existe en los recuerdos de los mayores, entendiendo por mayores no los ancianos sino los que vivieron la era pre-Gil con uso de razón.

Cuando se sienta uno ante una televisión a ver al Atleti lo hace con la disposición del que se sienta delante de una pecera, casi seguro de que no verá nada interesante, resignado a hacerlo por inercia, sin ganas y con la vana esperanza de que el equipo no le de a uno un disgusto gordo. Es mucho pedir la mayoría de las veces. Resulta curioso ver, como ayer, que a los tres minutos uno ya no tiene ninguna esperanza, que cualquier reacción o remontada es sencillamente imposible para este equipo mientras que sí espera uno que le de la vuelta al marcador cualquier rival del Atleti. Resulta triste comprobar que, transcurrido medio partido, uno sólo se identifica con un jugador de los que está en la cancha, un jugador que además sólo lleva unos meses en el equipo pero que parece ser el único que siente como propios los patinazos de sus compañeros. Este jugador, que ayer metió un golazo mezcla de ganas y rabia y corazón y calidad, esto es, la misma mezcla que antes encontrábamos en el equipo al completo, debe preguntarse a estas alturas de la película qué hace en este equipo de pusilánimes.

Ver jugar al Atleti es, un año más, un tostón, una pérdida de tiempo, una apuesta segura por la indiferencia cuando no por el disgusto. Cada vez son más los aficionados históricos que renuncian a ver a su equipo, cada vez somos menos los que encontramos razones para hacerlo. Nos asombra tener más interés es un partido de Champions en el que no juega nuestro equipo que en un partido de liga en el que nos jugamos mucho; muchas veces no nos apetece ver al Atleti, no tenemos alicientes para ello. También cuando aceptamos la tozuda realidad de nuestra dependencia del equipo y finalmente le vemos jugar nos topamos con la paradoja de que vemos en el rival valores que deberíamos ver en los nuestros sin conseguirlo. El Osasuna es un equipo modesto con un campo difícil: su gente apoya a los suyos, que a su vez corresponden a la grada con agresividad y entrega. El Atleti sale en Pamplona con aires de peso pluma que se enfrenta a un crucero, deseando que acabe el tiempo y que no le aticen demasiado. ¿Cómo puede ser esto? ¿No tiene el Atleti plantilla e historia para salir en Pamplona a dar un puñetazo en la mesa o al menos a asegurar los mismos golpes que el rival sin rehuir el intercambio? Si la actitud contra el Osasuna es la de ayer, ¿cómo sería al jugar contra el Bayern una semifinal de UEFA? ¿Por qué el Calderón no es un campo que apriete? ¿Será porque los jugadores ya no dan motivo para ello? ¿Será porque la gente anda cansada de promesas incumplidas, timos anuales, gestiones catastróficas, anuncios lava-cerebros o plantillas bochornosas? ¿Será porque no hay comunión ninguna con jugadores que no entienden ni tienen por qué entender qué está en juego cada domingo? ¿Será por el hastío que produce ver una y otra vez cómo se ríen de uno en su cara sin que pase nunca nada?

El Atleti ha dejado pasar cuatro partidos para sacar algo de moral para los próximos partidos, con visitas a los campos de muchos equipos con los que se juega las castañas. Fuera de la UEFA, también parece resignado a hacer un papel menor en la liga. Al Atleti del año del fabuloso desembolso económico, del año de la venta del campo y de su estrella más brillante, sólo le queda una competición y la pelea con la intensidad y furia de un caniche mimado. Los hechos indican que este es el techo del equipo, esto es todo a lo que se puede aspirar este año: esperar fallos de rivales, encomendarse a los cuatro o cinco jugadores válidos de una plantilla de 23, confiar en algún cambio de viento. Han vuelto las críticas anuales, pero no parece que haya lugar para la esperanza de un cambio rápido. Aquél que hace y deshace sigue oculto en su guarida, sin que nadie sepa a ciencia cierta a qué se dedica. Su reverso visible sigue diciendo las mismas cosas que ya decía hace diez años, con idéntico resultado.

El domingo llega el Barça, el equipo que el año pasado nos metió seis goles, seis, entre la indiferencia de la grada y las risitas de Cerezo. Dios nos coja confesados.
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Por cierto, el sábado jugó la selección española de rugby en el Central. Jugó contra Rumanía, un equipo potente y experimentado. Perdió. Sin embargo, la sensación general en la grada era positiva, España había jugado bien, un poco de fortuna le hubiera dado el partido, los jugadores habían echado el resto. Se perdía, pero no pasaba nada. El comentario unánime es que el equipo va a más, que se había mantenido el tipo más allá de lo esperado, que se está en el buen camino gracias a un colectivo con ganas de agradar y ganarse el respeto de rivales y aficionados.

Por la noche Inglaterra ganó a Francia en el VI Naciones, sacando un 100% de sus capacidades, peleando cada balón con inteligencia y ganas. Wilkinson hacía de estrella y anotaba puntos pero no escondía, placaba con entrega suicida a tipos más pesados y grandes que él. Los franceses reconocieron la victoria rival, los ingleses el futuro prometedor de un medio melé de 19 años y nombre poco francés, Parra. Los derrotados no sentían bochorno aunque apretaban los dientes, los ganadores estaban felices pero no humillaban al rival al que respetaban por su honestidad y entrega.

Qué lejos nos quedan algunas cosas.

viernes, 22 de febrero de 2008

El equipo huérfano

Hablaríamos del partido de ayer, pero no nos apetece. Hablaríamos de lo visto ayer en el Calderón, pero nos da vergüenza. Haremos de tripas corazón, a ver si vale de algo al menos.


No apetece, no apetece hablar de lo de ayer, no. Uno preferiría olvidarse de la imagen del equipo y de la afición y de la entidad y de los jugadores, pero quizás no sea bueno olvidar ciertas cosas ni mirar para otro lado, que demasiadas veces se hace y demasiada gente lo hace. Ayer vivimos otro bochorno en rojo y en blanco, esta vez en directo para toda Europa, así, ni más ni menos. Duele como el primero. Por más que fuera previsible y que sea algo repetido, duele aún como los anteriores si no más. Y uno vuelve otra vez a casa con cara de tonto y ganas de terminar con todo esto de una vez, y con miedo a que el domingo el equipo vuelva a ser humillado y que no pase nunca nada y que aquellos que están pudriendo el club por dentro sigan haciendo y deshaciendo ante la pasividad de unos y otros.


Podríamos hablar de la penosa imagen del equipo, o de lo triste de una grada silenciosa, o de la intolerable mala educación de la policía española hacia aquellos que, como un servidor, tienen cara de informático de las Midlands. Podríamos hablar de lo afable de la afición del Bolton en los bares de los alrededores del estadio, de la magnífica organización del viaje por parte de su club, de lo bien que hablaban de Madrid y de su cerveza y sus restaurantes. Podríamos hablar de tres mil quinientos tipos que se mueven un jueves para ver su décimo quinto partido internacional en cien años (si es que no me han engañado) y que salvo alguna rara excepción no vista en primera persona se comportaron de manera excelente. Podríamos comentar cómo se recibió a Iván Campo y de lo pesadísimo e irritante que puede llegar a ser Diouf. También podríamos hablar del juego tosco de los ingleses, de su defensa como única razón de ser, de sus medio centros de metro noventa y cien kilos y de su renuncia al ataque, sí, también, pero no apetece.

Ya puestos, podríamos hablar de las ganas que le entran a uno de agitar a Luis García cada vez que a éste le da por hacer tirabuzones donde se requieren líneas rectas, o de la irritación que produce ver a Cléber reclamando movimiento de sus compañeros, quizás para disimular su incapacidad para mover a un equipo que se enfrenta a un grupo de estibadores. Podríamos hablar de los corners lanzados por Jurado una y otra vez, flojitos y justo al sitio en el que la defensa inglesa podía despejar con toda la comodidad del mundo, o de la ausencia total de recursos de un equipo vendido como una de las próximas maravillas del mundo. Podríamos hablar también de la cómica subida al remate del bueno de Abbiati, y de lo que le pudo pasar por la cabeza cuando vio que sus preclaros compañeros aprovechaban la subida del portero para jugar un corner en corto. Podríamos preguntarnos si la lesión que sufría Luis García cuando falló un gol cantado era imaginaria o real, si la superpoblación de zurdos en la banda derecha del Atleti responde a un desplante del entrenador o es un mensaje velado en vista de las próximas elecciones. Podríamos comentar incluso la conveniencia de que Maxi, que quiere pero no puede, pase unas semanas de descanso para encontrarse consigo mismo. También podríamos preguntarnos, ya puestos, si la sensación de despertar en Reyes que vimos ayer era un espejismo o era real, si Forlán va a necesitar tratamiento tras convivir con esta plantilla unos meses más, o si una defensa en la que Pernía parece el más entonado una defensa seria. Pero no apetece, al menos a mí no me apetece, no sé a Vds.

Porque ayer vimos cómo por la boca del vestuario salió un equipito huérfano, perdido, sin rumbo y sólo encomendado a la piedad y la fortuna. Sin referencias en lo personal cuando no juegan todos los buenos jugadores del equipo, que sólo son cuatro o cinco (Agüero, Raúl, Simao a ratos, Maxi a ratos y siempre, siempre Forlán), el equipito huérfano no sabe qué hacer y mira a la grada asustado y asustado mira también al equipo de enfrente, formado en buena medida por suplentes de un equipo que lucha en la Premier por no descender. Tanto da, poco importa que muchos de los jugadores del equipito huérfano sean o hayan sido internacionales y cobren fortunas, qué más da eso ahora que nos enfrentamos a unos ingleses altísimos que han venido con tres mil (¡tres mil!) aficionados que les apoyan. No sabemos jugar, no tenemos ideas, no sabemos qué hacer para salir de este mal trago. El equipito huérfano se siente como nos sentimos los pobres pringados que fuimos a la mili después de haber sido rapados y desprovistos de identidad. Qué hago yo aquí, con lo bien que estaba en casa, ay Dios mío estos ingleses lo que deben correr. El equipito huérfano se hace pequeño nada más mirar al rival y al césped y a la grada y un escalofrío recorre su espalda. ¿Qué hacemos? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué se espera que hagamos? No lo sabemos, ese día no estuvimos en clase, no hay nadie de la casa, nadie que entienda de qué va el equipo, nadie que nos transmita qué coño hacer. Tiramos balones a la olla y los despejan, así que tiramos balones a la olla otras veinte veces a ver si alguna vez no los despejan, porque otra cosa no se nos ocurre. No sabemos qué hacer, no tenemos líder, ni patrón, ni modelo que seguir, no tenemos las ideas claras ni nos creemos lo que nos cuentan en los entrenamientos, no conocemos nuestros sistema porque nuestro sistema no existe, y nadie nos ha explicado cómo jugar contra un equipo plantado atrás lleno de descargadores de pallets de ladrillos.

Asustado y con los ojos vidriosos el equipito huérfano busca con la mirada a su mamá, y mira a la grada. Pero la grada hace tiempo que no está, que no existe, hace tiempo que no pasa las noches en casa sino que anda por ahí en los bares, alternando con moteros como Cher en Máscara, o bien duerme el dulce sueño del opio. La grada, durante un partido importante en el que el Atleti debe ganar un mísero pero importantísimo centímetro que le acerque al remoto lugar que un día dejó de ocupar, se mira a sí misma y no al equipo que busca inmerecidamente comprensión y una palmadita en el hombro. La grada mira a la grada, y la parte de la grada repleta de ingleses mira asombrada también a la grada, y todos se miran entre ellos sin reparar en ese equipito vulgar que sufre porque un inglés grandote no le deja jugar con su balón. La grada pasa, la grada se mira las uñas, la grada refunfuña pero no brama, no regaña ni anima sino que discute internamente, no hace nada que no sea mirar su reloj y apretarse la bufanda y hablar de la hipoteca y pensar en si habrá lío para salir del campo y si no será mejor irse cinco minutos antes. La grada pasa de lo que le pasa al niño, harta y ausente, presa de la depresión y del efecto de los somníferos que la prensa le receta: pastillas que le hacen ver estrellas donde hay jugadores mediocres, píldoras que le hacen ver un futuro brillante donde sólo está el reflejo de un pasado cada vez más lejano, fármacos que le hacen creer que ella no tiene nada que ver con el horrible futuro que espera a su pusilánime hijito, porque lo que a este le ocurra son cosas del destino, cosas inmutables e inescrutables, ya lo ha dicho la vecina, la mujer del Sr Rushmore. La grada consume estupefacientes y deja sus deberes de lado, y ni se ocupa de echarle una mano al niño ni de ponerle las peras al cuarto al padre.

Porque, ausente la grada, uno esperaría que el niño, ese niño tonto que nos ha tocado en suerte últimamente, al menos se girara para buscar el consejo o la autoridad de su papá. Pero su papá tampoco está. Su papá está a lo suyo, a los negocios inmobiliarios y a las cuentas anuales y cuando el niño juega en casa ni va a verle al patio del colegio, sino que se va el tío a dar vueltas por Madrid en un coche tras tomarse un pastillazo, todo un ejemplo. El padre anda por ahí, con unos y otras, con agentes de jugadores que le invitan a su yate, con periodistas que dicen en público lo que él quiere oír a cambio de invitarles a comer, con alcaldes que le digan lo que tienen que hacer para forrarse aunque sea a costa del futuro del niño. Como ni le importa el niño ni la madre ni nada que no sea su propio ombligo, el padre se dedica a hacer lo que le da la gana, eso sí, sin que se note mucho, que si algo ha aprendido de su doble vida es que a los clandestinos se les coge más tarde. Así que tiene un escudero, igual de culpable que él pero más torpe si cabe, que se dedica a encubrirle y contarle milongas a la madre y al niño: papá está ocupadísimo, trabajando por vuestro bien, no os preocupéis que todo va bien. Padre y escudero, mientras tanto, han dilapidado la fortuna familiar, han vendido la casa y la joya que les podía sacar de pobres y han comprado a cambio unas baratijas a la grada y un caballo de cartón para sacarlo al césped. Pero cuando les preguntan cómo es que el niño saca tan malas notas y va tan mal peinado no hace otra cosa que repetir la misma cantinela, el mantra que por repetido y por monótono algunos ya se han creído al menos veinte veces durante veinte otoños: que este año sí, que este año en Champions, que hemos gastado mucho y fichado bien, que el entrenador es bueno.

El Atleti va sin rumbo desde hace tiempo, y de nada vale pensar que no es así ni mirar para otro lado en nombre de la afición elegida que siempre anima. A veces da la sensación de que podemos hacer carrera de él y con tres victorias seguidas se nos olvida, al primero al que suscribe, que sus problemas son profundos y no se solucionan con una ducha y una cena caliente. Ayer volvió a dar, esta vez ante Europa, esa imagen de yonqui con chándal verde que no tiene ni idea a dónde va, ni cómo, ni para qué. Otro bochorno para una institución centenaria que no se merece el maltrato interno, ni los oídos sordos de la prensa, ni los silencios cómplices de los medios, ni los guiños interesados de las autoridades. La única esperanza es que la grada se desenganche de su adicción, que tome cartas en el asunto, que coja a su inmoral marido por las solapas y le expulse de casa a golpe de rodillo de amasar. El sueño que duerme la hinchada es profundo, y la propia hinchada prefiere pensar artificialmente en tiempos mejores que no llegarán, algo más fácil y placentero que espabilar y remangarse y coger por los cuernos el toro que se nos viene encima y que vemos llegar desde hace ya años. La pregunta es si la droga es lo suficientemente fuerte y si la afición, la que se llama mejor afición del mundo, la que se mira el ombligo y no mira al palco, se dejará embaucar un año más por nueve fichajes engordados con clembuterol mediático, por promesas de enmienda que nunca llega, por las voces de sirénidos (léase manatíes) que escupen desde los medios las virtudes de los gestores.

Por el bien de todos, esperemos un cambio. Drástico, rápido y profundo. Si no, poco futuro nos espera.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Crónicas de Albión, por Nathaniel Maris

Con retraso por aquello de el largo camino de vuelta a casa, pero como estupenda previa para el partido de mañana, nuestro corresponsal itinerante Nathaniel Maris nos cuenta cómo vivió los múltiples descalabros de la semana pasada ni más ni menos que desde Bolton y Liverpool. Disfruten Vds.


Ya me dirán ustedes, pero éso de irse de gira futbolística a la Pérfida Albión y que acabe en algo más parecido a la Odisea homérica no tiene ni pizca de gracia.

Y no por menos esperado, puede uno dejar de quejarse a los hados del destino, pues pareciese que todo ya estaba planeado de antemano, cual serie de catastróficas desdichas.

El caso es que tras aterrizar en Liverpool y salir de la zona de desembarque no sin antes ser re-contados al vuelo los rojiblancos allí presentes por la policía inglesa, la cosa ya empezó ya torcida. Me explico.

¿Que pensarían ustedes si van al mostrador de los coches de alquiler y quien les atiende es un lugareño ataviado con el pin del escudo....¡¡¡del Sevilla!!!?.

Desde luego, lo primero, es pensar que tendrá ascendentes andaluces, pero a juzgar por el acento no le veía yo carita de tomar salmorejo cordobés en verano.
Vale, pues quizás es del Liverpool o del Everton y lo lleva para hacer la puñeta a sus contrincantes pues el Sevilla seguro que habría noqueado al equipo rival...hmmm pero no, la verdad es que no recuerdo tal partido en los últimos años.

Bueno pues eliminadas las dos primeras, por obvias, razones y como el muá es bastante inocente y no quiere insinuar que el empleado utilizaba dicho escudito para provocar al personal, a uno le recorre un escalofrío por la espalda cuando insinúa para sí mismo que es posible que el hombre con toda su buena fé se adornara la solapa de la americana con el símbolo sevillano asociando las rayas rojiblancas del mismo con las de las bufandas que habría visto pasar en esos días.

Lo triste es que no fuera yo ni el único ni el primero en llegar a dicha conclusión. Y después de lo vivido durante esos cuatro días, sinceramente no me extraña.

Los ingleses, en esto del fútbol, lo tienen todo bastante estudiado, o al menos eso parece.
El estadio del Bolton es una "monada", como diría la Cheli, con sus asientos tan bien puestos, su perfil ondulante y sus centros de negocios y hotel integrados en el mismo que ríanse ustedes del mercachifle que tiene montado la marca en el Calderón.

Y es que los ingleses son únicos, hasta para designar las zonas de bebercio antes y después del match. Resulta que separan a las aficiones rivales en espacios donde hay pubs. Por desgracia el hotel donde me alojaba, estando enfrente del estadio, también lo estaba de la zona Home People (afición local) así que al verme ataviado con la rojiblanca retro 70's y mi bufanda del Metropolitano me convencieron amablemente para que me dirigiera a la zona del Away People....y tan Away, casi veinte minutos andando para llegar a los pubs asignados.

Y aquí viene la primera de las cruces, en la frente. Partido lamentable del equipo, frente a un rivel de ínfimo nivel, sin recursos y con Iván Campo en plan Schuster, con éso se basta uno para hacer la crónica del esperpento rojiblanco.
Para redondear el drama, expulsión de Agüero, que se pierde la vuelta y veremos si no más.
Poco que comentar al respecto del partido, salvo que Forlán demostró ser igual de profesional dentro y fuera del campo, entendiendo a quién se debe y lo que es llevar una camiseta con nuestra historia.

De entre todos los reproches que se podrían lanzar al equipo sin duda el mayor de ellos la poca gratitud para con los allí desplazados al retirarse del campo sin tan siquiera acercarse a saludarles. Frío y tímidos aplausos desde el centro del campo en contraprestación de los más de 90 minutos de una afición animando sin desmayo.
Pero qué se le va a exigir a un jugador cuando este equipo a lo último que huele es a fútbol.

Cambiamos, al día siguiente, el decorado y volvemos al Liverpool de los Fab four, de los docks reconvertidos es espacios culturales, de las señoritas en trajes mínimos en plena noche invernal, así con un par.
Y lo primero es visitar Anfield y alrededores. Y miren, Anfield, por fuera, no es nada bonito.
Que sí, que está la puerta con su You'll Never Walk Alone, con su monumento a las víctimas de Hillsborough, con su estatua a Shankly y demás, mas el estadio, por fuera, feo feo.
Pero fíjense, yo creo que esta ciudad, se guarda lo bonito dentro de sí, no necesita mostrarse ni adornarse sino que se reserva su belleza para el que quiera y se moleste en conocerla. Acaso que allí surgieran los Beatles o el propio Liverpool confirma dicha hipótesis. Por lo que decidí aplazar mi sentencia hasta que lo hubiera visto por dentro.

Y ahí nuevamente, en Anfield, a úno le sorprende y le supera que en un dia laborable haya tanta gente que es imposible reservar para los dos días siguientes las visitas guiadas al estadio, o el trasiego constante alrededor del "ground", o que la tienda esté repleta de ávidos consumidores. Y cuando digo tienda, digo tienda porque éso es una tienda de un equipo de fútbol y no el tenderete que han puesto en el estadio los cafres del palco. ¿Acaso no les habrán comentado que una camiseta retro no sólo aportaría dinero sino también algo de orgullo e historia?, ¿o que deberían editar libros con la historia del club, de jugadores, de entrenadores?.

Las comparaciones son odiosas, sí pero sobre todo injustas cuando lo que comparamos es un equipo de fútbol con una agencia inmobiliaria.

Y así, llegó la segunda, zarpazo del Barnsley y adiós a la FA Cup del Liverpool. Justo es decir que de 1000 partidos, el Liverpool pierde 1 como el del otro día, pues a pesar de no jugar bien hizo lo necesario para golear al equipo de Yorkshire, que venía acompañado por unos ruidosos hinchas en contraposición con el sorprendente silencio de The Kop, pero el fútbol a veces tiene estas cosas que lo hacen tan puñetero y a mí, al salir del estadio me recordó algo a ese Paseo de los Melancólicos de los últimos lustros.

La tercera, no hace falta que se las recuerde, el domingo noche, en horario prime time y con epílogo de Cerezo.

Pero la más dolorosa, las más triste ha sido el confirmar que este club ha desaparecido de Europa. Que se ha borrado de la memoria del fútbol continental todo vestigio sobre nosotros.

No nos conocían los niños que con los ojos bien abiertos y sus libretas a punto para los autógrafos de sus héroes esperaban en la puerta de los campos de entrenamiento del Liverpool en Melwood. Allí cuando veían nuestras bufandas rojiblancas y preguntaban qué equipo apoyábamos, apenas acertaban a confundirnos con los de la Castellana, no sabían NADA del club ni tan siquiera que somos el equipo de donde salió Torres, hoy en día junto a Gerrard y Carragher el ídolo futbolístico y mediático local.

No recordaban los maduritos del lugar al Atleti, el de las grandes gestas, apenas alguno nos comentaba que el padre de Reina había jugado en el Atleti en los 70 o algún que otro despistado acertaba a recordar la Recopa contra el Manchester en el 92.

O peor, estaban los veteranos, ésos que durante décadas se sentaron en The Kop, ésos que sin vacilar apuntaban a los dueños americanos de ser los responsables del desaguisado de este año, pues les acusaban de desconocer la historia y la herencia de ese club. Ésos mismos me preguntaban con extrañeza cómo iba el club y con la nostalgia del que ha vivido cientos de batallas me aseguraban que muchos años atrás el Atleti era considerado por esos lares como uno de los mejores equipos del mundo, de ésos que literalmente cuando te tocaba jugar contra ellos los veías como un rival dificilísimo.

Todo éso me contaban mientras apuraba las cervezas de un pub donde la gente cantaba a Rafa Benitez, Xabi Alonso, Torres y Reina. Un pub que miraba a las ventanas del museo de los Reds, museo en el que a modo de generosa ofrenda figuraba el último vestigio del Atleti que fué, de ése que recordaba el entrañable kopite, el trofeo Villa de Madrid del 87.

lunes, 18 de febrero de 2008

Disgusto 16.0

Una vez más el Atleti falló cuando más le favorecían las circunstancias. Una vez más el equipo muestra carencias ya conocidas y anticipadas por la afición. Una vez más planea la sombra del batacazo y el cese fulminante del entrenador. Una vez más la prensa y la afición parecen contentarse con mirar sólo hasta el punto justo en el que acaba su nariz.


A los seguidores de los escritos de un servidor, pobres, no les chocará la reflexión inicial. Son ya demasiadas las veces en las que hemos tenido esta sensación de indignación mezclada con cara de tonto. Ayer el Atleti, una vez más, demostró lo que tiene reservado para su afición: el disgusto cíclico, el anual fracaso, la perenne sensación de que no. El Atleti sigue en puestos de Champions pero tiene frente a él unas empinadas rampas que ríase Vd del Alpe D’Huez y tras él llegan frescos y potentes varios equipos que han de medir su verdadera valía en sus respectivos estadios. La cosa pinta fea, sí, para qué vamos a engañarnos.

Es conocida la habilidad del Atleti para echar a perder jornadas en las que las cosas podrían salir redondas. Habían perdido o empatado los rivales más directos por la tercera plaza, se jugaba en casa contra un equipo asequible en horas bajas, era una buena ocasión para recuperar moral y fuerza de cara al partido del jueves. Nada. Ni una, ni otra, ni la de más allá. El Atleti resbaló cuando menos falta hacía y perdió el autobús que le llevaba a una calma pasajera. Al suelo, y además con los dientes por delante. El Atleti tiene estas cosas y también las tiene el destino, cómplice del bochorno en muchas ocasiones de la historia del equipo. Ayer desayunábamos con la noticia de que el invierno estaba siendo el más seco en sesenta años, y media hora antes de que empezara el partido comenzó a llover con intensidad. Podía haber empezado un par de horas más tarde, pero no, cómo va a ser eso, ya que nos caemos lo hacemos con todo el equipo y empapados, dónde va a parar. Un guiño de los dioses que, no contentos con haber puesto el club en manos de una directiva incapaz, rebozan las ocasiones en las que el equipo hace el primo con meteoros adversos. Aún así, el que suscribe fue al campo y completó el ridículo comprando un chubasquero en un puesto de la calle. “Que no sea ni blanco ni amarillo, oiga”. Dicho y hecho. El chubasquero resultó ser rosa fucsia, y dado que el que esto escribe se lo puso sobre las piernas a modo de mantita de asilo, adquirió un aspecto parecido al del equipo: aspecto de vieja.

Salió el Athletic de Bilbao (equipo al que en Madrid siempre se le ha llamado el Bilbao), que es un equipo que le gusta a quien estas tontunas escribe (y por eso le llama Athletic, que es como les gusta en Bilbao que se les llame), y lo hizo la mar de bien vestido, vestido de equipo antiguo. Se plantó en el campo, dejó claro que muy buenos no eran y se llevó un gol a los cinco minutos. Anda, mire, gol. Esto va como la seda. Gol. Marcó el Atleti y, como tantísimas veces le ocurre, el equipo pensó que había ganado el partido ya. Tres puntos, miren, y ahora a cenar bien cenados, que da gloria cumplir tan pronto con el deber impuesto por las circunstancias y la clasificación. Pensaban esto los jugadores del Atleti y se olvidaban de que mientras tanto el partido seguía y de que enfrente había once tipos vestidos como Iríbar con la soga al cuello, agobiados ante la idea de poder ser la primera generación que manda a segunda a todo un histórico. El Athletic no está bien ni juega bien pero al menos los jugadores entienden que los partidos duran lo que duran y que los colores son los que son y que la afición merece lo que se merece, aunque lleven años pasando fatigas.

Sacó una falta Luis García, le pegó un pelotazo a un señor en la rodilla y Javi Martínez cogió el balón. Con el porte, el uniforme y la zancada del Caballo Kirwan se plantó en el campo del Atleti corriendo desde su propia área. No hizo slaloms ni zig zags, sino que le bastó con correr en línea recta, en contra de todos los cánones del deporte y de la huída frente a animales de gran tonelaje y poca vista como el hipopótamo, es un poner. A su lado saltaban alegres los jugadores del Atleti como en una coreografía de Esther Williams, posiblemente animados por el aguacero. Tras una carrera y un pase, tras cinco o diez segundos, el Athletic de Bilbao marcaba un gol. Una vez más el Atleti recibía un gol con suma facilidad, una vez más un equipo visitante se encontraba con un regalo carísimo que no se esperaba, gracias majos, qué detallazo.

El Atleti sabe que para encajar un gol no hace falta dominarle ni jugarle bien, y sabe también que su defensa es de traca. También sospecha que los partidos no se deciden por gol de oro a menos que haya prórroga, pero no lo tiene claro. Ayer, un equipo grande y serio hubiera metido uno o dos goles más en el primer tiempo, hubiera dejado el partido resuelto y hubiera invitado al rival a relajarse. De paso se hubiera relajado él, se hubiera concentrado en lo que el jueves se nos viene encima, hubiera mandado a la ducha a los pocos que corren y que deberán correr de nuevo el jueves. Ayer, un equipo práctico y con oficio, consciente de su debilidad defensiva y de la importancia del resultado en la fecha concreta, hubiera buscado la victoria con intensidad y hasta con prisa. Y ayer, un equipo formado por jugadores a quienes les importara que los suyos se empaparan en la grada hubiera intentado dar una alegría resolviendo pronto contra un equipete flojo, algo al alcance de cualquiera. Pero el Atleti de hoy no es ni grande ni serio ni práctico ni tiene oficio ni tiene tampoco la vergüenza torera de entender el significado de perder una vez más en el Calderón. Peor aún, quizás conozca sus carencias pero le da igual todo. Y le da igual todo porque nunca pasa nada, al menos nada que no haya ocurrido ya cincuenta veces.

Para colmo de males, antes del descanso volvió a marcar el Athletic y lo verdaderamente grave es que la grada lo asumió con normalidad y casi como algo previsible. Lo hizo Llorente, un buen jugador con un físico imponente, dejando en evidencia a Pablo, un jugador que va a menos con determinación y ahínco y que no sabe qué hacer con su 1.92. Pablo se desliza acelerando hacia el abismo y se ha olvidado de frenar. Despistado toda la temporada, falto de concentración y carácter, ha renunciado a sacar el balón si no es con un patadón al lateral; también ha olvidado cómo marcar y anticiparse a un rival, con lo que no se sabe bien qué puede aportar desde ahora. Frustrado, como todos los de la grada aunque él cobra mejor, pegó un codazo a un rival que pudo suponer su expulsión y sanción, y si el árbitro le pilla ya remata una serie memorable de partidos, el tío.

No sólo Pablo dio ayer un recital de lo que no hay que hacer, pero enumerar los mil y un defectos de la plantilla es algo que venimos haciendo desde que empezó la temporada y es algo que resulta ya cansino. Ayer volvimos a ver que Luis García no está ni se le espera si no es en una convención de futbolistas flamígeros, y que Jurado, que no fue el peor ni mucho menos, es demasiado blando para jugar donde se supone que juega; entre ambos perdieron multitud de balones y recuperaron uno o ninguno. Tampoco Maxi aporta ni un diez por ciento de lo que nos tenía acostumbrados y uno se plantea si no debería descansar tres o cuatro partidos. Si a esta colección de problemas añadimos la expulsión del único que parecer tener claro qué hacer por esa zona, que además ayer jugó lastrado por una amarilla innecesaria desde demasiado pronto, ya me contarán Vds. Motta, el llamado a apuntalar la media, se paseaba ayer en coche por los pasillos del estadio en el descanso entre las caras de asombro de la afición resguardada de la lluvia, acostumbrada a espectáculos surrealistas pero no este kafkianismo supino. Sólo Forlán, ayer algo individualista, y Agüero, de nuevo amonestado, mantuvieron el tipo. El primero tuvo que oír cómo la grada le pedía que no se desesperase, el segundo tuvo que oír cómo la grada le defendía del árbitro, haciendo por tanto lo que se supone que hay que hacer desde el palco.

Como las cosas nunca vienen solas, a la lluvia copiosa y al petardo futbolístico local se agregó con entusiasmo el árbitro. Decir que el Atleti perdió ayer por el árbitro sería faltar a la verdad, porque el Atleti perdió por su única y puñetera culpa. Pero el arbitraje de Medina y sus linieres, que no vieron el fuera de juego de Llorente en su gol y que expulsaron a Raúl García con excesivo rigor, fue tan malo como tantos que vemos en el Calderón. Es fácil pitar en contra del Atleti en casa, es cómodo someter a Agüero a una persecución implacable y parar el juego cada vez que un rival se tira al suelo simulando haber recibido un proyectil de ballesta. Una cosa no quita a la otra, oiga, y si el equipo es suficiente desastre por sí sólo, no es de recibo que llegue un señor vestido de verde limón y nos complique aún más las cosas.

Hoy, día de resaca del partido de ayer, la gente es pesimista. Ve los partidos que quedan por delante, ve la inercia que va cogiendo el Sevilla y ve las sanciones y lesiones de los nuestros y se encomienda a San Judas Tadeo. Cuando las cosas se tuercen la gente tiende a buscar culpables y apuntan a los jugadores, luego a Aguirre, luego a Pitarch. Otros a Pitarch, luego a Aguirre, luego a los jugadores. Otros a Aguirre, luego a Pitarch y luego no se me ocurre a quien. Algunos apuntan a Cerezo, ayer increpado desde el fondo sur, algo que le pone nervioso a juzgar por la cara desencajada de la entrevista post partido. La afición tira a unos y a otros, a otros y a unos e incluso a todos a la vez. Luego se gana un partido, se calman las cosas y aquí paz y después gloria. La gente tiene asumido que estas explosiones espontáneas de rabia pasan, en parte gracias a la prensa y la radio, que ven cosas que los aficionados no ven, o que ven las mismas cosas pero de color distinto. Esto puede ser porque miran hacia otro lado, o porque miran a través del interesado cristal del contacto con la fuente de información, poco dada a dar primicias a los críticos. Poco importa que la institución centenaria que también les hace vender periódicos vaya año tras año hacia el agujero, poco importa todo eso si el jueves nos dejan entrevistar a Jurado.

- Y tú de quién crees que es la culpa, listo

Lo primero, no me tutee. Lo segundo, tome nota, por más que todo esto quede en agua de borrajas una vez el Atleti gane un par de partidos menores y la gente hable de unión y sufrimiento y extrañas conexiones.

Año tras año asistimos a la trayectoria parabólica del equipo, que alcanza su punto álgido a principio de la segunda vuelta y las pasa canutas para hacer algo digno a final de temporada. Hemos visto decenas de entrenadores diferentes, cientos de jugadores (algunos indignos de ganarse la vida con este deporte) y montañas de partidos previsibles. Año tras año se repite el disgusto, año tras año reconocemos en el cielo de la boca el áspero sabor del fracaso. Año tras año cambian los jugadores, cambian los entrenadores y cambian los directores técnicos. Cambian también los aficionados, que ven como los más veteranos no aguantan más y se borran de la pantomima, asqueados de ser cómplices de un envenenamiento. Cambian las costumbres del equipo, cambia su carácter y su composición hasta el punto de no quedar ya ni un solo jugador de Madrid en sus filas. Desde hace años ha cambiado la equipación, el nombre del Villa de Madrid (que ya no existe) y el objetivo de la entidad, que ya no es conseguir logros deportivos sino convertirse en una marca comercial de referencia. Cambia el espíritu de la afición, ahora mansa y ciegamente creyente en el fatal destino del atlético perdedor, ignorante de su furioso pasado, resignada a torrentes y chistecitos y anuales anuncios lacrimógenos. Ha cambiado el posicionamiento del Club, antes comprador de estrellas y ahora vendedor de todo lo que se pueda. Ha cambiado hasta el patrimonio de la entidad, que ya no tiene estadio ni estrella de la casa ni el orgullo de un club que antes hubiera montado en cólera si se hablara de los equipos grandes sin contarle entre ellos. Todo ha cambiado, todo, salvo aquello que ha forzado todos y cada uno de los cambios. Hagan cuentas, actúen por eliminación y les quedarán dos nombres: Enrique Cerezo y Miguel Ángel Gil Marín, máximos dirigentes (que no justos propietarios) y por tanto máximos responsables de que ya no sepamos ni quiénes somos. Sigamos cambiando cosas, sigamos buscando culpables en torno al núcleo del problema y seguiremos llevando de la mano al club de nuestros amores al matadero deportivo que cada vez se ve más nítido.

viernes, 15 de febrero de 2008

Partidos, plantillas, jugadores

Una vez reposado el plomizo partido de ayer y vistas las confusas imágenes del escupitajo más famoso desde el de Rijkaard a Voeller, a uno le da por pensar en varias cosas. Así, como en fascículos, miren.


El partido.
¿El partido de ayer? Bueno, pues un poco lo esperado, salvo el final. Un equipo mejor que otro, una alineación sorprendente, un desenlace poco previsible. El equipo local que hace su tosco juego basado en la capacidad creadora de un jugador que se fue de la liga española por demasiado limitado y que en esta plantilla destaca y lo hace con solvencia. Un delantero grande, Davies, que asiste a los centrocampistas y un jugador, Diouf, que hace todo el resto: atizarle a los rivales, subir y bajar la banda, estar en todos los fregados y meter un gol. Poco fútbol parece tener el Bolton y un Atleti que hiciera honor a su historia no debería sufrir en exceso para pasar la eliminatoria.

El Atleti sacó un equipo raro, esto es, sacó a Mista de medio centro con Cléber, extraña pareja de baile llamada a tener el balón frente a un equipo justito de toque. A pesar de ello, fue Ivan Campo quien más balones condujo en la zona media, qué cosas pasan. El Atleti se dedicó durante el primer tiempo a ver cómo jugaba el rival, que era un poquito nada más. El Bolton tenía ocasiones pero el Atleti no parecía preocuparse en exceso; los jugadores parecían tener claro que tarde o temprano abrirían el melón rival, previsible y tosco. Poco tiraba el Atleti contra la portería rival, sin embargo, y uno es de la opinión de que contra un equipo como el Bolton el Atleti debería haber tenido al menos tres o cuatro ocasiones claras en el primer tiempo. Pero el Atleti jugaba a esperar, a que se cansara el rival y a achuchar en el segundo tiempo, con Agüero ya en el campo. Bueno, un planteamiento como otro cualquiera, tampoco nada especialmente sorprendente ni grave ni mucho más de lo que se podía hacer viendo el centro del campo del Atleti, con los dos arriba mencionados, un Maxi en horas bajas y un Reyes haciendo de Reyes, esto es, nada salvo poner cara de pocos amigos al ser sustituido tras hacer nada.

El Atleti sin embargo no tiene la capacidad de improvisación que tienen los equipos que leen bien los partidos. La impresión que los jugadores transmiten es de falta de concentración, con alguna honrosa excepción. Que el Atleti tenía claro que iba a ganar se veía de lejos; que no puso los medios para hacerlo, también. Incluso la política de laissez faire, laissez passer de ayer debiera haber bastado para sacar un resultado mejor en Bolton, pero naturalmente si algo se puede torcer, al Atleti se le tuerce. Una expulsión del jugador llamado a romper al rival ya cansado, un gol de rebote tras asistencia, no por repetida menos irritante, del centro de la defensa rojiblanca, esta vez de Cléber. Nada de esto es nuevo y sin embargo el equipo no lo anticipa, no piensa que pueda llegar a ocurrir. El equipo espera que pase lo que quiere que pase, sin centrarse en cumplir con su deber y evitar sorpresas. Cuando preguntaban a Wayne Shelford, capitán de los All Blacks y de la selección maorí que visitó España hace ya unos años, si el equipo venía dispuesto a dar espectáculo y jugar a la mano, contestaba “sí, cuando vayamos ganando de veinte”. Esto es, la versión deportiva del primero la obligación y después la devoción.

El Atleti no cumplió con su obligación, salió andando con el aire despreocupado del que sabe que tiene ahorros suficientes en el banco y pisó una piel de plátano. Falta de concentración, falta de espíritu competitivo, falta de carácter ganador y matador: falta de cosas importantes para un equipo que quiere y debe recuperar su lugar. El resultado es una eliminatoria cuesta arriba, pero factible. Si el Bolton es el de la ida, si el Atleti fuera el Atleti, no debería ser algo tan complicado. Pero no juega Raúl García, Simao es duda y Agüero estará posiblemente sancionado. Motta es una incógnita, también quién formará el centro del campo y quién se encargará de jugar con Forlán en punta.

La plantilla. Un equipo que sale a jugar tres competiciones en un año, que ya está sólo en dos y que tiene que andar haciendo experimentos día sí y día también tiene un nombre: equipo con plantilla mal pensada. A pesar de no haber sufrido lesiones largas y graves hasta el momento, el Atleti basa mucho de su potencial en las ganas de dos o tres jugadores y no tanto en un banquillo solvente. Mediada la temporada sólo hay un medio centro de garantías, cuya ausencia pesa como pesa en el escudo la mala gestión de la directiva. Cuando falta Raúl García tenemos un problema y el día que falte también Forlán apaga y vámonos.

Las variantes que hay que incorporar son mucho menos claras cada vez, ahora que se ve con nitidez que Maxi no está bien, que Luis García no está como se esperaba y que Reyes no vale, sencillamente. Simao, una pieza válida en ataque se lesiona demasiado, Motta no llega y no hay recambios en el centro del campo: Cléber y Jurado no son alternativas de garantía. Suponemos que Forlán habló ayer con Torres tras el partido y le diría que ahora le entiende, que comprende su cara de desesperación por tener que correr y correr y recuperar y mandar y volver a correr y encima llegar arriba con frescura y potencia para marcar. Forlán está ya como Torres, esto es, fundido y desesperado a ratos.

El jugador. Agüero, claro, el jugador del que hoy se habla. Agüero salió en el segundo tiempo a solucionar la empanada, cumpliendo con el guión previsto desde el banquillo. Pero en el campo había una sorpresa, un personaje con el que no contaba el guionista. Tras pocos minutos en el campo, al Kun le expulsó un linier. Los que vimos el partido por televisión no acertábamos a entender por qué, luego nos enteramos de que había sido por escupir. ¿A un rival? ¿al suelo? ¿al linier? No sabemos. El Kun se fue a la caseta y pensábamos que porque había dicho algo al línea tras una falta pitada en contra, en terreno de nadie, sin demasiadas complicaciones. Pensábamos que se había encelado con el linier, que Maxi no había acertado a convencerle de que se callara, pero no era eso. Al parecer Agüero escupió cerca del rival, el línea (posiblemente licenciado en protocolo clásico) se lo tomó mal y Agüero se fue a la calle. Muy poco más tarde, nueva espiral de fatalidades en el centro de la defensa, la misma poca contundencia de otras veces, el mismo gol innecesario de otras veces.

Puede que a Agüero este escupitajo le suponga una sanción seria. Si escupió o no, si lo merece o no, es la cuestión. No parece difícil concluir que si Agüero ha escupido al suelo sin ánimo de desconsiderar al rival, tendrán que quitarle la tarjeta y jugará el partido de vuelta. Pero, más allá de esta cuestión aparentemente perogrullesca, se plantea otra. ¿Qué le pasa a Agüero con los árbitros? Hasta ahora asistíamos impotentes a los arbitrajes que el chaval sufre en la liga española, pero … ¿también en Europa? ¿Es Agüero un diablo con cara de buen chaval que hace barbaridades que los mortales no vemos? ¿Inspira Agüero los mismos instintos destructivos que provocan, por ejemplo, Guti, Aída Nízar o el rubio de la Trinca? No lo sabemos. Uno sospecha que Agüero juega a veces al límite, pero no ve indicios claros que le sitúen en el top ten de los super villanos de la década.

En la liga española ya sabemos que hay barra libre contra este chico: hasta Villa habla aún de su gol con la mano (pero no de los goles de otros), los defensas tienen patente de corso para medirle el lomo durante el partido y si Agüero cae hay libertad a la hora de encararse con él, mentarle a la madre y desearle un retiro doloroso y miserable en Marina D’Or, incluso delante del árbitro. Si se acude al árbitro en busca de protección éste se alineará con los detractores del Kun, le pitará faltas inexistentes, le echará en cara tener ese sprint corto tan explosivo sin respetar al rival y se declarará aficionado al vallenato y enemigo mortal de la cumbia. Agüero no ha caído en gracia del estamento arbitral español y, a juzgar por lo de ayer, los árbitros españoles llaman a sus colegas europeos antes de los partidos (ayer en perfecto danés) y les dicen que ojo con el tipo bajito del tren inferior, cuidado con ese que es más malo que la quina, atención que anda siempre maquinando maldades para dominar el mundo, como el malvado Magneto, o Moriarty, o hasta el Barón Ashler.

Ante esta situación, ante este hecho incontestable, hay dos formas de actuar. Una atañe al propio Agüero. Puede que sea injusto, puede que sea una vergüenza, pero Agüero debe tener cuidado con lo que hace. Se está echando una fama que no le viene bien ni a él ni al equipo, se ha labrado una reputación que muchos no entendemos pero que tiene visibles y diarias consecuencias graves. No llegaremos al extremo de pedirle que le regale una manzana al árbitro antes del partido, como los alumnos pelotas, o que salga con pecas y coloretes pintados para inspirar infantil ternura. Tampoco le pediremos que pregunte a todos y cada uno de sus rivales cómo están sus señoras y sus niñas y que sepa los gustos de cada cual para así tener animadas conversaciones diplomáticas en los corners. Pero sí debe el hombre tener en cuenta lo que pasa, valorar cada acción y saber que cumple con la condena de vivir bajo una eterna sospecha, como el Dioni. Una pena.

Hay otra forma de buscar protección contra persecuciones injustas: a través de la directiva. En el caso de nuestro equipo, pedir a los del palco que den la cara por un jugador es poco menos que ciencia ficción. Desde hace varios partidos la grada del Calderón es un clamor contra la forma en que los árbitros pitan, en especial en lo relativo al Kun. Uno, que no tiene estadísticas a mano, sospecha que Agüero es uno de los jugadores de la plantilla a los que más faltas en contra le pitan y uno de los que más reciben. En situaciones similares hemos visto a directivos de otros clubes pidiendo protección y mesura, pidiendo justicia en los medios, hemos visto periódicos volcados en contar cada tarascada, en denunciar cada entrada a destiempo. En el Atleti esto no pasa. En medio de este clima hostil, las declaraciones más claras del palco sobre el jugador sólo han servido para indicar que Agüero se irá cuando un equipo grande se interese por él. Vamos, que la directiva no retendrá a Agüero y que el Atleti no es un equipo grande. Si esto lo dice Del Nido de, es un poner, Navas, le tiran al Guadalquivir. Los nuestros no, los nuestros lo dejan claro.

Uno se imagina a Cerezo diciendo que este chico está en venta, oiga, miren qué carita de listo, miren, miren qué muslamen (que es una palabra que me pega a mi en Cerezo, miren por donde). Si le atizan que le aticen, pero no mucho no sea que nos lo lesionen. Si le llaman tramposo que se lo llamen, total en cuanto venga un inglés con un saco de libras se lo vendemos. La directiva le dice a la prensa que no lo defiendan tanto, no sea que luego se vaya y la gente se lleve un disgusto. La directiva se ha reunido en sesudo consejo y ha decidido que cuando les pregunten por el equipo dirán que el año que viene jugaremos la Champions y cuando les pregunten cómo es eso de no poder retener a Agüero si hay dinerito fresco tras la venta del campo y Torres, le dirán al periodista que es un desagradable y que hasta ahí hemos llegado. Y es que menudos son estos de la directiva, oiga.

lunes, 11 de febrero de 2008

Escepticismo púrpura (de El Cairo)

Pensábamos algunos que el Atleti había entrado definitivamente en esa parte descendente de la curva que cada años describe el equipo y que en Santander se iban a certificar algunos malos presagios. Pero el Atleti y sobre todo algunos jugadores enseñaron eso que antes abundaba y se llamaba casta y ganas de pelear por el equipo y nos dejó pasmados. Qué alegría, oiga.


Jugó el Manchester United un partido sentido y romántico que perdió contra su archi-rival local, pero lo hizo vestido de manera exquisita, con una camiseta de los años cincuenta y un pantalón amplio y preciosas medias negras, confirmando eso de que perder bien vestido es mucho más digno que hacerlo vestido de anuncio. Los aficionados y los jugadores y todo bicho viviente salvo los diseñadores de camisetas de fútbol apreciaron el detalle y agradecieron lo que vieron y compartieron el guiño y el homenaje y el respeto por un equipo entero que se cayó del cielo con avión y todo, vestido así, de forma sencilla y digna y elegante, a su manera, a la suya.

Salió el Manchester United vestido de Manchester United y daba gusto ver esos colores planos y esos cuellos de pico y esas camisetas sin publicidad, atemporales, no sujetas al cambio que cada año imponen las multinacionales del chándal y la cinta del pelo. Y los aficionados jóvenes se dieron cuenta que con que la camiseta sea roja y el pantalón sea blanco y las medias sean negras bastaba para reconocer a los suyos, sin necesitar tantos logotipos y rayitas y canesús de otros colores. Cayeron entonces los aficionados en que basta con que el equipo lleve una discreta camiseta acorde con la historia y el buen gusto para despertar la admiración del mundo entero, y entonces se preguntaron por qué tantísimo cambio, tantísima equipación incompatible con la historia, tantísimo color ridículo en las camisetas de equipos dignos. Esto lo dijeron los aficionados pero no los diseñadores de camisetas, que saben mucho de tejidos y colores primarios y compatibilidad cromática, pero de fútbol y de historia y de gradas y de niños abochornados por ir vestidos de canario flauta no tienen ni idea.

Queremos camisetas de algodón con rayas rojas y blancas, simples, sin ribetes ni puntillas ni bordados ni estampados de arlequín. Queremos pantalones azules lisos, sin marquitas ni triangulitos ni logotipos ni topos, si acaso con un bolsillito para el suelto. Queremos medias rojas con la vuelta blanca, y botas negras sin marca. Queremos segundas equipaciones con las que el equipo no parezca una familia de saltimbanquis. Eso queremos, hombre ya.
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El domingo nos reunimos unos cuantos escépticos en torno a una mesa con el objetivo de comer bien y ver luego al Atleti, todo ello en homenaje a un grande que organizaba estos mismos saraos hasta que una desgracia nos dejó a todos sin él, como les pasó a los del Manchester United. Nos sentamos al solecito y brindamos por lo que había que brindar y comimos de maravilla e hicimos muchos chistes, casi todos malísimos, muchos malos y alguno bueno, en concreto uno. Hablábamos de fútbol los escépticos y aquello rebosaba escepticismo y era tanto el escepticismo que desprendíamos que desparramó por el suelo y resbalaba una barbaridad, y cuando abandonamos la mesa para ir a ver el partido casi se rompe alguno un hueso practicando el escepto-patinaje artístico. Los escépticos somos así, y cuando nos da por ser escépticos, pero lo que se dice escépticos, dejamos el patio hecho un asco.

Así que empezó el partido y el Atleti hacía los honores y nos hacía a los escépticos convencernos de que lo suyo es ser escéptico, que no se puede ser otra cosa, y que el escepticismo también sirve para ver el futuro y que un día como el de ayer, con una comida estupenda y tiempo primaveral y emotivos recuerdos a los grandes (de aquí y de Manchester) el Atleti contribuiría como en él es tradición, es decir, chafando la jornada con una derrota dolorosa en el peor momento posible contra un rival que le pisaba los talones. Achuchaba el Racing durante los primeros minutos y los escépticos protestábamos y decíamos que cómo era posible que con el equipo que sacaba el Atleti nos fuera a hacer un roto el Racing y nos lamentábamos de que tuviera que jugar de lateral derecho un zurdo cerrado. Decíamos también que si los medios centros del Atleti fueran Colsa y Duscher nos consideraríamos el equipo más desgraciado del mundo y esto nos hacía pensar mucho y recordar tiempos muy próximos en los que el Atleti jugaba todo el año con parejas similares. Brotaba el escepticismo de nuevo y salía una señora con un cubo y una fregona y cara de pocos amigos, verás cómo me ponen el suelo de escepticismo estos, verás, con lo que resbala … y además el seguro no nos cubre las lesiones por escepto-resbalón, decía la señora y dejaba a mano el cubo y se iba murmurando entre dientes.

Pasaba un poco de tiempo y el Atleti se estiraba, tímido pero constante, como intuyendo que este Racing no es para tanto. Y no lo era, a fe, que la delantera no era mucha cosa y Garay estaba despistado y los medio centros eran los medio centros del Atleti de otros años, esto es, poco. Enfrente de ellos Raúl García, en su línea, y un disimulado Cléber, que ni se mostró por el lado bueno ni tampoco por el malo en todo el partido. Detrás de ellos, Perea dejando claro que por ahí no iba a pasar nadie en velocidad, Pablo acompañando para secar a los inocentes delanteros santanderinos, los laterales cumpliendo con lo suyo. Delante, Agüero, un ejemplo de cómo darle un capón a un escéptico de entre semana. Agüero forzó la recuperación de su esguince del otro día para jugar en Santander haciendo sesiones dobles de fisioterapia; un ejemplo de lo que es tener ganas de jugar, ganas de no borrarse, ganas de aparecer cuando hace falta. Doblemente asombroso lo de Agüero cuando hablamos de un equipo en el que el tiempo medio de recuperación de un resfriado es mes y medio y el de una uña mal limada, tres meses. Jugó Agüero y lo hizo bien, como siempre, como si nunca hubiera estado lesionado, sin taparse, sin dudar, dejando claro que queriendo se consiguen muchas cosas que normalmente no damos por posibles; eso, o que no anduvo cerca de los servicios médicos del club. Jugó Agüero y a uno le dan ganas de coger por las solapas a ese que dice que Agüero durará en el Club lo que permitan los equipos grandes y hacerle tragar la historia del equipo encuadernada en polipiel, como aquella que nos prometieron, para que vea lo mal que se digiere la historia de un equipo grande cuando no se conoce y se permite uno el lujo de faltarle a la afición, a la historia y al sentido común.

Decíamos pues que el Atleti se estiraba y antes del descanso, pim pam púm, pudo el Atleti marcar. Forlán dos veces, Pernía, Raúl García tiraban a puerta y Coltorti, un suizo de nombre asombroso, paraba todas. Llegaba el descanso y el Atleti había podido marcar tras haberse quitado de encima con solvencia el agobio del Racing, caramba caramba, eso no nos lo esperábamos los escépticos. Algunos intuimos una mirada de desaprobación de un jugador, fijo en la pantalla, directo al ojo de los escépticos. Forlán, le dicen.

Salió el Atleti en el segundo tiempo y salió Forlán por la pantalla, sacando primero un pie y luego otro y, con cuidado de no resbalarse sobre sus botas rojas, se apoyó en la mesa desde la que mirábamos el partido y nos dijo que ya estaba bien de escepticismo, que ya estaba bien de dudar, que un poco de fe, hombres de Dios, y menos escepticismo que estaba el suelo hecho un asco y de lo más resbaladizo, piensen un poco en esa señora que luego le toca fregarlo todo, hombre ya, fíense Vds de nosotros, fíjense Vds en mi, que se van a enterar. Volvió Forlán a la pantalla y se metió de nuevo en el campo y se dedicó a hacer lo que sabe: jugar al fútbol, y jugar bien, y jugar muy muy bien, y correr, y enseñarse, y hacer huecos para los compañeros y crear pesadillas para los defensas y darle alegrías a los aficionados. Jugó de nuevo Forlán un partidazo, su enésimo partidazo desde que llegó al Calderón, y lo más importante para el que suscribe no fueron los dos goles, ni si quiera el golazo del 0-2, ni tampoco el despliegue físico y de garra, ni la motivación extra. Lo más importante fue la inteligencia de casi todas sus acciones, la sensación de concentración total en la victoria, la capacidad de jugar bien tanto delante del portero rival como buscando el balón entre los medio centros o pegado a cualquiera de las bandas. Forlán remata, despeja, centra y se desmarca y lo hace todo con una solvencia tal que da la sensación de que si juega de lateral, o de medio centro, deja en evidencia a más de uno. Forlán metió un golazo y metió dos en total y uno se alegra especialmente de los goles de este tipo que tantos kilómetros hace y tanta generosidad demuestra hacia la grada y los compañeros.

Marcó Forlán dos goles (el primero a pase de Garay, que si lo llega a hacer Pablo le crucificamos) y si está más inspirado aún mete dos más y el Atleti mete otros tantos, que ayer jugó bien el Atleti y, lo que es más llamativo, tiró mucho a puerta y lo hicieron todos, casi todos menos Abbiati y Perea y Pablo, que no llegó a rematar un baloncito de dulce al principio del partido. Tiró Raúl García y tiró Pernía, y Antonio López y Maxi y también Simão y Luis García y el Kun, y hasta Cléber tiró de lejos. Jugó el Atleti más junto, con más ganas, fijándose en ese tipo uruguayo que le hace a uno jugar al 110% gracias a su ejemplo de calidad y entrega y ganas. Y mientras estábamos celebrando la victoria, de camino al túnel de vestuarios, salió Forlán de nuevo de la pantalla, con más decisión que antes, como sabiendo que el suelo ya no resbalaría y se dirigió a nosotros. Y cuando nos esperábamos una bronca por ser hombres de poca fe y por escépticos y agoreros, cuando el que estaba más cerca del recién salido de la tele se agachaba por si se llevaba un capón, cuando nos hacíamos pequeños ante la presencia del que se aparecía ante nosotros con todo el derecho del mundo a decirnos que éramos unos tristes y unos flojos, Forlán pronunció estas palabras:

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“Se ha manchado Vd ahí, oiga. Y de huevo. Échese cebralín, que la mancha de huevo es muy traicionera”

Qué tío, este Forlán, está en todo. Un fenómeno, oiga.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Pues miren, al final lo han conseguido

Mientras la selección prepara la Eurocopa, la afición recibe al seleccionador con gritos críticos y joviales chanzas adolescentes. A estas críticas se suma la prensa, las cadenas de televisión, la Federación y es posible que pronto lo haga la Curia Vaticana. Uno, que es como es y por ello así le va, toma la postura que se describe a continuación.


¿Saben una cosa? Nunca he sido muy partidario de Luis Aragonés. Siempre he respetado su persona por ser quien ha sido en el Club de mis amores, pero nunca he tenido especial simpatía por su personaje (y me temo que ambos no coincide al 100%). Admiro lo que ha hecho por el Atleti, figuraría en cualquier lista de grandes hombres del club que me hicieran firmar, ese salto batracio tras marcar un gol de falta en la final de Bruselas es algo que puedo ver cuando cierro los ojos, y no es algo que me pase con muchas cosas. Y aún así, nunca he sido yo muy de Luis Aragonés.

De Luis me han molestado muchas veces las formas, los modos, los mensajes encriptados y algo bravucones. No me ha gustado que diga que se va de un sitio del que luego no se va, no me gustan sus maneras broncas. No me pareció excesivamente grave lo que le dijo en su momento a Reyes sobre Henry (cuando pienso ahora que le decía a Reyes que se creyera mejor que Henry no sé si pensar que es un motivador utópico, un miope sin solución o un padrazo), pero me disgustó sobremanera la forma en la que abordó el tema en la rueda de prensa posterior, hablando de ingleses persiguiendo esclavos. Luis ha dicho cosas que nos han abochornado a muchos, ha hecho comentarios que se podía haber ahorrado, ha mantenido posturas que, de haber sido el que suscribe un ser próximo a Luis, le hubiera desaconsejado vivamente.

Como entrenador tampoco es Luis alguien que me haya gustado excesivamente. Me refiero a algunas decisiones que ha tomado dirigiendo al Atleti, elecciones erróneas en mi opinión: a veces ha dado la sensación de pretender demostrarle al mundo que él sabía más que el resto y por ello hacía lo que le apetecía, en contra de la lógica y del buen sentido; otras veces parecían delirios de entrenador estrella. Luis como entrenador ha hecho cosas que yo nunca hubiera hecho, pero eso tampoco quiere decir nada visto que yo de esto sé bastante poco y él debe saber bastante.

Luis es ahora el seleccionador nacional, el entrenador de la selección española, ese equipo que juega con mucha menos frecuencia que nuestros clubes y al que prestamos mucha menos atención que en otros países. Ese equipo que viste de rojo y que juega cada vez en un estadio distinto, con gradas que pitan a algunos jugadores de ese equipo, local por un día, quizás porque pertenece a la plantilla del equipo rival, quizás porque un día le hizo una entrada fea a un jugador del equipo local, quizás porque el jugador pitado cae gordo, bien por ser malo, o bueno, o feo, o guapo, o llevar el pelo teñido o por hacer anuncios. La selección suele jugar nada más que regular, en los campeonatos suele hacerlo nada más que regular y con ella nos identificamos, en la inmensa mayoría, sólo a medias. Miramos con cariño cómo juegan los de nuestro equipo, sacamos los defectos de los jugadores del equipo rival y nos alegramos más por los goles de algunos de los jugadores que por los goles de otros. Así somos por aquí, oiga, así somos por aquí y no vale de nada negarlo y si esto se lo explicas a un inglés o a un francés o a un italiano, como en el chiste, sólo lo entenderían a medias.

Desde que Luis Aragonés es seleccionador nacional hay barra libre para meterse con Luis. Luis es malo, Luis está mayor, Luis es poco educado. Y en bastantes de estas cosas no le falta razón a la gente, que, envalentonada por los medios (ayer mismo, por Manu Carreño), va más allá. Luis se rasca una barbaridad, Luis dice “y tal” al final de las frases, Luis nunca ha ganado nada, Luis juega al bingo que se las pela. Y lo peor de todo: Luis no lleva a Raúl y eso equivale a quitar el castillo, el león y la granada del escudo patrio, equivale a quitar el arroz de la nacional paella, equivale a torear toros mecánicos de esos de los rodeos de bar, equivale a admitir que eso de que como en España no se come en ningún lado no es necesariamente una verdad absoluta, y esto último no tiene perdón. La culpa es de Luis, Luis es un problema. A por Luis, que se rasca en las ruedas de prensa, a por Luis, pongamos a otro aunque le irrite, pongamos a otro a jugar la Eurocopa a la que él llevo al equipo con mayor o menor fortuna, cambiemos a Luis por un tipo que se afeite mejor y lleve a Raúl, cambiemos a Luis y de paso acabemos con el problema del trasvase del Ebro, con el de los fueros navarros, con el éxodo rural y limpiemos la memoria del cura Merino, el Empecinado, Curro Jiménez y el Algarrobo.

Luis, que es historia viva del Atleti aunque se afeite poco y se rasque mucho, volvió un día al Club a pesar de estar en segunda porque se le necesitaba y lo sabía. Otro día abroncó a un árbitro por pisar el escudo de Atleti. Estas cosas a uno, que es tonto como todos bien saben ya, le llegan. Ahora, cuando uno ve a Luis rodeado por la vociferante jauría de medios y aficionados, uno siente la llamada del clan. Luis no es santo de mi devoción, pero es de los nuestros. Luis no será posiblemente el mejor seleccionador de la historia, pero a lo que se está haciendo con él simplemente no hay derecho. Si se quiso prescindir de Luis hubo ocasiones para hacerlo, si se quiere criticar a Luis hay formas más elegantes de hacerlo, si se quiere reivindicar la presencia de un jugador (que a esto tiene todo el derecho del mundo todo el que quiera hacerlo, faltaría más) hay formas menos dañinas, más inteligentes y más educadas. Luego nos quejaremos de que la selección no llega a nada pero a mi me sería complicado jugar tranquilo viendo que mis propios aficionados reclaman que no sea yo quien juegue.

Yo, que nunca he sido muy de Luis y he prestado a la selección el poco caso que todos, siento de repente un fuerte anhelo de victoria de la roja, que es como llaman ahora a la selección y a mi me hace mucha risa. Por arte de magia me he convertido en luisista y seleccionista (aunque no sé si esto último es una vertiente ultra del darwinismo), y no sé si es por defender a estos dos o por llevar la contraria a los medios que tanto se meten con Luis, o a la Federación que le hace la vida imposible, o a los aficionados que le reciben con cánticos desafiantes con los que no reciben a los equipos rivales por estar ocupados haciendo cola en el túnel de lavado. No creo que llegue al extremo de comprarme una boina y un bombo, ni de dar cortes de manga a los vecinos anti-luisistas, ni de tocar una bocina de esas largas que molestan a las señoras cada vez que Luis se rasque; yo tengo otro estilo, más trasnochado, eso sí, pero otro estilo.

No sé qué ha sido, no lo sé, pero, miren, al final lo han conseguido: ojalá gane España la Eurocopa y sea gracias a Luis Aragonés. Ojalá.

lunes, 4 de febrero de 2008

Crónicas desde el pasillo (de salida)

Ayer empató el Atleti en casa contra un equipo del doble fondo de la clasificación, ya lo saben Vds. Empató y lleva un punto de los últimos nueve, lo que parece más bien poca cosa. Y encima el Kun lesionado. Vaya tela.


Salía la gente del campo por el pasillo, ese pasillo por el que se accede a los tercermundistas baños del estadio (algo mejorados desde que estamos en Europa), ese pasillo en el que se agolpa la gente en el descanso para pedirse un bocadillo que te dan en un plástico y para hacer cola por una mísera cerveza de imitación a la que llaman Mixta, toda una tentación para nuestro héroe, el portadista del Forza Atleti. En ese pasillo se han oído muchas cosas y el día que el verdugo vuele el campo, que es algo que ocurrirá aunque Vds no consigan ni quieran imaginarlo, volarán también cientos de miles de gritos de euforia y varios millones de conversaciones interesantísimas que giraron en su día en torno a lo que venimos llamando Club Atlético de Madrid, que es un histórico equipo de fútbol que viste de rojo y blanco y tiene como mascota un mapache de guardarropía.

Salía la gente del campo por el pasillo, decimos, pero podíamos decir que salían por el túnel, o por el aparcamiento o hasta por el almacén de almohadillas y puestos de tarjetas visa. O por la entrada a la plaza de Pamplona desde el tramo de Telefónica, que el día que haya que salir corriendo del campo las montoneras que se harán gracias a los tornos que obstaculizan la salida serán dignas de los encierros de San Fermín. Ahora que lo pienso, poco importa si el pasillo es un pasillo o un corredor o un pasadizo o una galería minera, la verdad, no sé por qué digo yo todas estas cosas, debe ser cosa de la edad.

El caso es que salía la gente por el pasillo tras ver un empate contra uno de los últimos equipos de la liga, tras ver cómo se lesionaba una de las estrellas del equipo, tras ver un arbitraje malo y tras ver signos de que el equipo inicia una cuesta abajo que algunos nos temíamos y muchos conocemos por repetida y previsible. Salía la gente en tropel, gustando como gusta la gente del Atleti de dar ese paseíto antes de salir del campo, despacito, con paso corto de costalero de paso de palio, pegaditos los unos a los otros, conversando y a la vez escuchando la conversación del de al lado, opinando cuando no pueden evitar decir algo porque revientan si no lo dicen, hablando alto por si alguno se anima a debatir o subrayar su opinión. Salía así la gente del Atleti por el pasillo hasta los tornos, donde se estrecha la riada humana en varios pequeños arroyos y luego sale del estadio y se desborda y aquello es un cruce de gente que va para allá y para acá y de niños que se agarran a la mano de sus padres y de grupos que se disgregan y de señores que se pierden y dónde está el abuelo, espera un poco, ahí está, venga Vd abuelo que se pierde Vd, por Dios.

Salía la gente por el pasillo y no bramaba ni vitoreaba ni criticaba ni daba grandes voces pidiendo la cabeza del árbitro ni la repetición del partido ni la sanción a De Coz ni la canonización de la madre de Forlán. No. Salía la gente por el pasillo y hablaba de la hipoteca, y del euríbor, y de dónde estaba aparcado el coche y de que al final ha llovido, también es mala pata, con la buena semana que ha hecho. No se organizaban grupos encaminados a protestar por la política de fichajes, ni cuadrillas espontáneas determinadas a asaltar la sede del colegio de árbitros, ni partidas dispuestas a quemar conventos. Tampoco. Salía la gente tan campante, resignada pero poco enfadada, como si hubieran visto algo que se esperasen, algo que intuyeran, algo que sabían que iba a pasar tarde o temprano.

Algunos, mientras salían por el pasillo, criticaban al árbitro y ya de paso a los árbitros en general por permitir que al Kun se le sacuda una y otra vez sin que pase nada. Se extrañaban los que salían por el pasillo de que al Kun le piten faltas y faltas en todos los partidos mientras que a sus verdugos les pitan muchas menos; comparaban el tratamiento que recibe el Kun por parte de los árbitros con el que reciben otras estrellas del campeonato y se preguntaban estos señores que salían por el pasillo por qué la directiva no hace algo, por qué no habla, por qué no defienden los intereses de los jugadores que son, al fin y al cabo, los mismos que los de los aficionados en algunos casos (y en otros no). Discutían sobre si el pisotón de De Coz había sido intencionado y dudaban de la inocencia del mismo visto que el tal De Coz se había pasado la primera parte dando la tabarra a Agüero a ver si le tiraba un manotazo que le permitiera saltar al suelo con grandes aspavientos de dolor para así provocar que el árbitro echase a Agüero, que esto ya le había funcionado al Espanyol, que es un equipo de Barcelona que tiene como mascota un perico de un tamaño descomunal. En el fondo, muchos de los que salían por el pasillo sabían que esto iba a pasar, que tarde o temprano algún cazurro cazaría a Agüero y que estaba tardando en lesionarse.

Hablaba también la gente que salía por el pasillo de lo vacío que estaba el campo, del aspecto tristón de la grada, de las sillas que se veían por todas partes. Hablaban también de Raúl García y de que había estado más discreto que otras veces, y de la cadencia tarjetera de Motta, cuyo ritmo de sanciones por acumulación de amonestaciones empieza a parecer tan previsible como las mareas o los ciclos hormonales, y eso que ayer apareció más bien poco. Se preguntaban qué había pasado con Simao y uno con un transistor decía que se había resentido de la lesión; hablaban bien de Miguel de las Cuevas y hablaban mal de Pablo aunque ayer lo hizo bien. Decían también que Maxi no está para muchos trotes y aún así había hecho en la primera parte un pase y un tiro que habían sido de lo mejorcito de la tarde, aunque a última hora pifiara un pase claro a Forlán por querer meterla él tras una buena jugada colectiva de contraataque. Comentaban algunos que lo de Maniche parece haberse notado y mucho, que Luis García alterna buenas cosas como el gol de ayer con intervenciones desesperantes, centradas en hacer lo más complicado, y a mitad de esta conversación algunos se iban al baño que queda un rato luego en metro hasta casa y no veas lo mal que lo pasé el otro día.

La conversación era monótona y algo tristona hasta que uno sacaba el nombre de Eller y su llave de judo, tan innecesaria, tan visible, tan torpe. A Eller se le ponía como hoja de perejil a la altura del giro del pasillo que conduce ya hacia la salida, tras las escaleras. Eller desespera a la gente que va por el pasillo el día que no es Pablo el que lo hace, aunque lo normal es que también Perea vaya incluido en el grupo desesperador, un grupo en el que siempre está ese tipo simpático, Pernía, Mariano. Eller hizo ayer un penalti y le faltó avisar antes, eh, oiga, árbitro, mire, que voy a hacer un penalti, luego no diga Vd que no le he avisado, advertido queda Vd y ahora voy a infringir, que se hace tarde. Además ayer Eller subió el balón varias veces, algo que provocan los equipos contrarios a sabiendas de que no hay un solo defensa en el Atleti que sepa sacar el balón jugado con solvencia: esto, empero, no preocupa en exceso al cuerpo técnico, que ve dotes sobradas de conductor de juego en todos y cada uno de los jugadores de la línea defensiva excepto, si acaso, Pernía, Mariano.

Se encendía un poco más la conversación y alguno, envalentonado y con prisas dado que se empezaba a subir la escalera que lleva a la calle, demostraba su enfado. Para ello se aferraba a lo que podía, maldecía contra Lizondo y su manía de pitar algo cada tres segundos, lo hacía también contra ese línea que ocupaba la parte derecha del ataque del Atleti en el segundo tiempo, que primero pitaba y luego decidía qué había pitado según bramara el respetable. Se mostraba ofendido por el color kiwi de la equipación del Murcia, por el look apostólico de Pablo García, por el esquijama granate con el que calentaba el rival y por la levita impermeable de los del banquillo visitante.

Alzaba aún más la voz, y en esto le doy toda la razón, denunciando que el Club recibe a los jugadores tras el descanso desde hace dos partidos con los compases de “Eye of the Tiger” de Survivor, atroz tonada que sirve como himno oficioso a la sección de baloncesto del otro equipo grande de la capital. El Club pudo elegir entre miles de canciones y se quedó con la peor, al igual que pudo elegir a miles de mascotas y se quedó con Indy y sus problemas dentales. Pudo elegir cualquier otra, pudo hacer un encargo, pudo pedir consejo, pero nada. Sin quedarse calvo pudo elegir “C´mon feel the noise” para así llamar a la gente a dar voces, o pudo elegir “Guitar and Drum” en atención a los fans de Stiff Little Fingers, que por la grada de lateral somos muchísimos. Pues nada. Pudo elegir “(The angels wanna wear my) Red Shoes” en homenaje a Forlán, o hasta una jota manchega para animar a Pablo en estos momentos difíciles, pero no. No. Tuvo que elegir “Eye of the Tiger”, ni más ni menos, toma ya. Hay cosas que no son de recibo, hay cosas a las que no hay derecho, hay cosas intolerables. Seguro que ha sido el del Forza Atleti.

Llegando a la salida la gente se callaba. Pensaba, sí, pero no hablaba, quizás no mereciera la pena hablar. La gente sabía que el equipo bajaría en un momento dado de la temporada, como ya pasó la anterior y la anterior y la anterior a la anterior. En los momentos de euforia de hace unos meses, cuando se llamaba visionarios y aguafiestas a los escépticos, en el fondo los señores del pasillo sabían que esto podía pasar y que casi seguro pasaría. La temporada había empezado mucho antes que otros años, por lo que se esperaban el bajón también antes que otros años pasados, en los que ocurría en Marzo. El equipo pierde fuelle, algunos de los jugadores importantes acusan el esfuerzo y las carencias de defensa y medio campo salen a relucir con más brillo ahora que los jugadores que apagan los fuegos tienen bastante con sanar sus propios achaques. La afición mira de reojillo al Valencia, el equipo al que nosotros mismos devolvimos al reino de los vivos, y al Sevilla, que vuelve a dar síntomas de recuperación. Con el Kun desprotegido, Maxi lejos de su mejor momento, Forlán saturado de partidos, Raúl García recién salido de una lesión y Motta a tarjeta por partido, las cosas no son tan fáciles como antes, como en los partidos pasados en los que también la suerte jugaba a ratos del lado rojo y blanco.

Llegan partidos complicados, rachas difíciles, vuelve la UEFA y varios jugadores no están como estaban. La plantilla sigue siendo tan corta como hace unos meses, pero ahora se nota más. Llegan días complicados, días de dar la talla, días también de exigir compromiso y esfuerzo y ganas, de exigir también que se acaben los timos, que no nos cuenten milongas sobre plantillas extraordinarias diseñadas para ganar la liga, sobre objetivos menores convertidos en hazañas hercúleas. Llegan también días en los que hay que exigir desde y hacia la grada, en los que no se puede asistir como si tal cosa al espectáculo de una afición silenciosa, resignada al anual bochorno de ver cómo el equipo baja el rendimiento mientras desde la prensa se lanzan nombres desconocidos con honores de estrella mundial para acallar, por si las moscas, el run rún crítico que antes emitía la grada cuando el equipo quedaba segundo. Llegan días para apretar los dientes, para no dejar pasar una, para tragar saliva, para ser del Atleti de verdad.

viernes, 1 de febrero de 2008

¡QUE APROVECHE!

La verdad es que, ha sido abandonarnos por unos días D. Carlos, y empezar el equipo a hacer tonterías. Menuda papeleta nos ha dejado, a la hora de hacer las crónicas…


Con lo fácil que es, redactar unas frasecillas, cuando se gana el partido y el equipo ha estado entonado, cuando se ve la situación en positivo, y ha habido goles, y el Kun ha hecho algún golazo, o Raúl García ha vuelto a dar una demostración, de que es el mejor en su puesto, en la liga española… o Forlán ha vuelto loco al equipo contrario…pero, ahora que lo pienso, pero, ¿es que acaso no ha sido así?

Y, es que esto es un lío, fijándome bien y ahora que me acuerdo, el tipo del bar donde comí el jueves, me iba diciendo “que pena, el Valencia le ha ganado al Atleti, lo ha eliminado”.
¡Caramba!, si los que hemos ganado hemos sido nosotros…., eliminados sí, pero, ganar, ganó el Atleti.

Bueno, lo primero que debo confesar es que… soy valenciano.
Del Atleti hasta la médula, pero valenciano.

Y, digo yo ¿Qué demonios ha podido pasar, para que el Atleti no le haya sacado nada positivo, al peor Valencia de los últimos (como mínimo) 10 años?
Aunque, en realidad, y bien mirado ¿no le ha sacado nada positivo?

En fin, que estoy hecho un lío:

Me veo en la obligación de explicar cómo narices puedo estar orgulloso del partido que hizo ayer el Atleti y, al mismo tiempo, me siento un poco responsable (no olviden que soy valenciano) de haber sido parte (cuanto menos genéticamente) del perjuicio causado al equipo y afición de mis amores.

Así que, trataré de compensarles de algún modo, mientras les largo el ladrillo, en que explico lo que me gustó del partido de copa:

Les contaré el secreto de la Paella.

Si, si, ríanse, si quieren. Seguro que todos ustedes creen que hacen paellas en casa de las de chuparse los dedos, o tal vez, conozcan un bar, donde los jueves dan una tapa de paella, que está de perder el sentío.
Pues no, y no se me ofendan, ni molesten, que si no D. Carlos me mata. Pero no tienen ni idea, y aunque me juegue la propia ciudadanía al desvelarles tamaños secretos, yo he dicho que les compenso y les compenso.
Así que, vamos allá…

Lo primero que deben de hacer es armarse de un paella, es decir, nada de sartenes raras, ni instrumentos de caprichosa forma que “total, igual me valen”, no. Lo que necesitan es una paella. Si, si, esa de las dos asas de toda la vida.

Y con ella, un difusor de gas, que se aplique repartidamente en esa paella. Se lo ruego, no me concentren el fuego en un punto de la paella, repártanlo y dispónganse a enchufar el fuego…

Como enchufado salió el Atletí al partido del miércoles, enchufado y serio, con Forlán reforzando más que nunca el centro del campo, para compensar los problemillas que tiene Maxi en esa demarcación.
¡Cómo jugó el uruguayo, cómo trianguló!. De su intervención, y de la cada vez mayor entonación de Cleber por esos lares, salieron los dos goles. Soberbio el del Kun, que nos hizo estallar de júbilo, y que les puso a los jugadores de Valencia los atributos como guisantes…

Pues bien, no me pongan guisantes en la paella, por favor, ni pimiento morrón, ni nada raro. Ahora voy, con la verdura.
Previamente me han hervido la carne a pedazos, 20 minutos: pollo y conejo (nada más, ni magro ni nada que tenga que ver con el cerdo).
La verdura me la añaden y hierven a continuación, en el mismo caldo: habas frescas, alcachofas a pedacitos… ahora es tiempo de estas verduras y son las que mejor les irán. Diez minutitos bastaran.

Y eso fue lo que pasó, que el Valencia salió de su madriguera como un conejo asustado, y se encontró con el regalito del auto gol del Atleti. Y es que, o hacemos una mamarrachada o reventamos. Somos así, que le vamos a hacer.
Pero, ese no es el problema, el problema surgió en que nos quedamos todos congelados. Jugadores y (confesémoslo) el público. Esa ventaja que le dimos al contrario, nos sacó de la Copa, esos minutos que permitieron el segundo gol del Valencia. Nos dejaron fritos, vamos sofritos.

Para sofreír, sobre la propia paella y con aceite de oliva, me sofríen primero el pimiento rojo, luego me añaden la carne (la que se hirvió previamente) y me la dejan bien dorada. El tomate debe ser natural, rayado y, me lo sofríen también, añadiendo un poco de pimentón dulce (una cucharadita) y azafrán en polvo. Hecho esto, añaden la verdura que se hirvió aparte y se sofríe todo junto. Lo último el arroz, para que se mezcle todo.

Así es, enseguida lo mezclamos todo. Ya se podía oír en la grada “El Aguirre este es un inútil”, “la Defensa es de risa”, “Maxi no es el que era”, “Luis García no da una…” en fin lo de siempre.

Y entonces nos fuimos al descanso, con la sensación de que le íbamos a meter varios pirulos más al “Valencia B” este, que había venido a amargarnos la fiesta. Ya comprendo que decir esto, les va a resultar polémico, pero a mi alrededor éramos varios los que pensábamos que nos íbamos a comer a los de Koeman.

Y así fue, solo que en vez de varios, le metimos uno solo, cuestión de medida… como la paella.

Presten atención, pues es importante, me echan una tacita de arroz por comensal, y más tarde cuando todo ha quedado bien sofrito, tres de caldo por cada una de arroz. Fuego a tope, y a esperar que arranque a hervir. Desde ese punto, 10 minutos a fuego rápido y 10 a fuego lento (no he dicho mínimo, sino lento).

Mientras esperamos, veamos que hizo el Atleti la segunda parte: En mi opinión, todo.

Metió un gol, creó suficientes ocasiones para haber rematado la eliminatoria, arriesgó en defensa, tuvo que recomponer esa línea por lesión dos veces. Raúl García demostró lo que demostró (no lo pongo todo porque, si no, me paso de calificativos, y luego algún polemista, me contará las palabras), Maxi lucho como un poseso (sin acierto, todo sea dicho), Forlán siguió desequilibrando una y otra vez (como el Kun), Cleber se ganó el respeto de muchos aficionados (entre ellos yo), Valera nos recordó que tenemos lateral derecho (hasta demasiado lateral derecho, visto que acabó lesionado), Miguel de las Cuevas sacó los colores a más de uno (ya saben a quienes me refiero), que le quitan el puesto (por poco tiempo, visto lo visto) y nos dio una alegría al demostrar que gran jugador puede volver a ser. Falcón paró, Perea se multiplicó y….
Nos faltó meter ese gol, nos faltó esa poquita de suerte para eliminar al Valencia al que, ganar, le ganamos.

¡Menuda hubiese sido esta crónica! Con el mismo partido, fíjense, si marcamos una de esas ocasiones finales. A buenas horas iba yo a estar dándoles la brasa con la paella… ¡Dios mío, se me olvidaba la paella!

A ver, a ver, va bien porque parece que se va quedando sequita, con el arroz sin acabar de cocerse. Perfecto.

Verdecita de aspecto (la alcachofa y el haba le darán ese color), con el arroz repartido y sin que pongan mucho grosor (compren una paella más grande, señores, que el arroz debe de ser un dedito…). Cuando vean que se acaba el caldo, me la tapan a fuego mínimo con un periódico, un ratito (si, si con un periódico, aunque aquí les dejo que escojan alguno que no sea anti-atlético, si lo encuentran).

Ya acabamos.

La crónica: porque el Atleti debe de salir reforzado de esta victoria, en la que demostró que es un buen equipo, con jugadores con casta, y un esperanzador futuro en liga y Uefa.

La paella: en cuanto me vean el arroz hechito, quitan el periódico, ponen el fuego a tope hasta la que oigan crujir un poco (así se garantizan el célebre socarraet), y lo apagan.

¡Ah!, y el secreto, que ya pensaban que no lo iba a divulgar: Echen “arroz bomba”. Es el único que aguantará, si se quedan sin caldo y le tienen que añadir un poquito.

Bueno, no se olviden de dejar reposar el arroz cinco minutos, ni de sacar las lecturas positivas del partido de ayer, que aunque se empeñe el del bar amigo mío, le ganamos al Valencia.

¡Que aproveche!