jueves, 25 de diciembre de 2008

Sevillanas del colchón

(versión libre de Los Cuatro Detectives de Pepe Da Rosa)

http://es.youtube.com/watch?v=b_82SG7Be6M



¿P’arruinar un equipo de postín?,
Pregunte a Gil Marín.

Pregunte a Gil Marín si es que lo encuentra,
Miremos si se esconde tras la puerta;
Busquemos a ver si en las oficinas
O en la M-30 dando vueltecitas
Esperando una oferta.

Le importa poco si gana el equipo
Le importa mucho más el anticipo
Al fin y al cabo sabe poco de esto;
Si puede va y desaparece el tipo,
y luego tuerce el gesto.

El club ya no es un club que es una marca,
éste convierte el mar en una charca,
o un cinco estrellas en un cuchitril,
que lo que quiere es guita para el arca,
las cosas de los Gil.

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Aquí una garantía de tropiezo:
Don Enrique Cerezo.

El hombre es cineasta de carrera,
el tío tiene un look bastante hortera
no se lleva muy bien con la sintaxis
le gustaría ser de barrio pera
y coge muchos taxis.

Se pone camisetas repelentes,
suele decir cosas inconvenientes,
lo suyo es buscar el pelotazo
entre la construcción y el aguardiente,
presume de pelazo.

El abono te quita por pesao,
promete jugadores del mercao,
cuando el equipo provoca el bostezo
a más de uno le hubiera gustao
cogerle del pescuezo.

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¿Buscan entrenador de pelo cano?
Aguirre el mexicano.

Aguirre tiene dientes de dentista
Y antes que fraile ya fue futbolista,
Trata de maravilla con la prensa
y ésta que la verdad que no es muy lista
le afea la defensa.

Aguirre tiene fama de cobarde
y esto se dice más pronto que tarde,
que luego aunque el equipo va ganando,
la grada con Aguirre está que arde
y termina silbando.

Y piensa la afición más analista,
que al hombre le ficharon hasta a Mista.
y aunque tampoco sea que les pirre
termina al final por ser papista
y defender a Aguirre.

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¿Un tipo del que habla el mundo entero?
Aquí está el Kun Agüero.

Aquí está el Kun Agüero con Forlán,
y aquí cerquita anda el capitán,
y por si falta algo un portugués
que regatea con un ademán,
poesía con los pies.

En la media tenemos ya mas dudas
aunque está el de la estampa cabezuda
que defiende al derecho y al revés,
pero el hombre necesita la ayuda
del otro portugués.

En la defensa un bárbaro que es checo,
un holandés un poco contrahecho,
un griego al que le tenemos manía
y el bueno de Mariano, de Pernía,
nuestro ojito derecho.

lunes, 22 de diciembre de 2008

El partido, el presente, el futuro y el caldo de puchero

Jugó el Atleti un partido raro, con altos y bajos y dimes y diretes y metió tres goles, acabó ganando, se puso tercero y se va de vacaciones con cara de triunfador. Quién nos lo iba a decir hace unas semanas.


El partido

El Atleti jugó el sábado un partido que debía ganar y lo ganó. Lo pasó mal a ratos y bien a otros, encajó un par de goles que se deberían evitar y marcó tres goles complicados de evitar para el rival. El Atleti, a estas alturas ya lo saben, salió con aires de jefe y marcó un gol pronto; cuando el rival estaba pensando más en cómo evitar la derrota que en reponerse del gol, el Atleti se dejó ir, y no es la primera vez esta temporada. La novedad está en lo que ocurrió tras el previsible empate del Espanyol: el Atleti volvió a meterse en la pelea, apretó los dientes y la sacó adelante, a pesar de ceder un gol tonto en un momento complicado.

Varias cosas destacan del partido del sábado, al que tampoco prestaremos tanta atención visto el tiempo que ya ha pasado. Parece claro la defensa sin Ujfalusi adquiere consistencia del turrón blando y a ratos suena a matasuegras, la banda sonora de algunos despejes de Pablo el sábado y de algunas acciones de Pernía. También parece que la media sigue sin tener la solidez que debería, sigue sin estar a la altura que el equipo necesita aunque parece haber mejorado algo respecto a los últimos tiempos. Assunçao tiene claro su función defensiva y la cumple a pesar de dejar con frecuencia la creación algo coja; de ésta se encarga Maniche, más entonado en los dos últimos partidos y más participativo desde la segunda línea en ataque, menos ausente aunque mantiene sus lagunas, que para ellas sí es fiel. Aún así, falta alguien que actúe de rey y por ahora sólo encontramos un eficaz cartero real (de la corte de Baltasar) y un tipo con peinado de paje que a ratos ejerce de camello - y nos referimos al trote cansino y no a otra cosa, oiga.

La delantera es otro tema. Ahora sólo se habla de ellos, de los cuatro de delante, los cuatro magníficos, los cuatro fantásticos. Hace una semana eran los tres de delante, los tres tenores, los tres de Castilla. Hace un mes el Kun estaba desconocido, Forlán estaba enfadadísimo, Maxi estaba acabado y Simao sí estaba, ese sí. Ya no. La prensa, la afición y el Atleti tienen estas cosas, no me lo negarán Vds. El caso es que ahora hay cuatro tipos en la delantera que meten miedo. Uno fuerte, uno delgadito, uno rubio y uno chiquitillo. Uno puede hacer de decurión romano, otro de pastorcillo con chaleco de borrego y alpargatas (que no me negarán que le pega), otro de ángel con túnica azul celeste y el último puede hacer lo que le dé la gana, que lo hará bien. Uno lleva un tiempo volviendo y parece que ya ha vuelto, y de qué manera: el sábado lo dejó claro metiendo un golazo primero y un gol extraordinario después. El segundo y el tercero no tuvieron el sábado su mejor día, lo que significa que jugaron sólo bien y no maravillosamente bien. El último siempre consigue hacerle a uno sonreir cuando juega y no porque lo haga con nariz y gafas del cotillón, que tampoco estaría mal.

El Atleti es tercero, que no es un puesto para tirar cohetes pero sí para tirar de optimismo. Ha remontado puntos, está en la pelea con los equipos con los que se debería medir mientras se sigue la estela del Barça como si fuera la estrella de Belén. El aficionado más nuevo se congratula de llegar a navidades por delante del otro equipo grande de la capital y hace bromas y chincha al vecino del tercero, como si eso fuera suficiente, como si el Atleti se contentara con disputar las metas volantes. El aficionado veterano sabe que cualquier cosa puede pasar, que con dos tropiezos está de nuevo uno lejos de los puestos de interés y que hay que vivir el momento mientras se mira a metas más altas. Uno y otro, eso sí, cambiarán de año con una sensación diferente a la de otras nocheviejas recientes.

El presente

El presente del Atleti es más brillante de lo que uno podía esperar, más sólido de lo que uno se atrevía a sospechar y más halagüeño de lo que el optimista moderado podía intuir. El Atleti es tercero, que no es mucho pero es más que ser cuarto. O quinto, que es un puesto que, desde que hay Champions, molesta muchísimo. El Atleti mete una barbaridad de goles, encaja más de los que debe y entretiene más que hace años, que no es poco. En el Atleti juegan dos o tres buenos jugadores, dos muy buenos y dos fuera de serie; eso sí, algún petardo también, no crean. En el Calderón se han visto buenas jugadas y menos buenos partidos, buenos goles y pocos baños al rival. Se han visto goles en contra que no deberían encajarse y pifias dignas de Noche de Impacto. Se ha visto un equipo roto por el medio que juega volcado al ataque y una defensa numantina resistiendo en Liverpool. El Atleti es más divertido de ver que antes, gana más partidos que antes y transmite unas sensaciones alegres que hace dos años nos parecían fuera de toda esperanza.

El Atleti sigue teniendo lagunas y problemas, fallos garrafales a la hora de gestionar situaciones que debería dominar. El sábado contra el Espanyol el Atleti mostró las dos caras que tan tranquilos y tan nerviosos nos ponen: el equipo que apabulla al rival al ataque y el equipo que renuncia a matar los partidos y se acurruca en su sofá. Uno, que, como saben, es tonto, no entiende bien por qué el Atleti actúa así. El Atleti sabe que ataca bien y que defiende así-así; empero, cuando marca un gol y tiene al rival groggy tiende a conformarse con la ventaja y no agrandarla, como si tuviera una fe ciega en su capacidad de resistir asedios con torería; el resultado es que se terminan pasando fatigas cuando se debería estar invitando a vino por rondas y uno no termina de explicárselo. Se diría que si el Atleti fuera un tenista diestro y ganase un set contra un rival moralmente hundido, empezaría a jugar el siguiente con la raqueta en la izquierda, como invitando al rival a reponerse. Uno esperaba que el Atleti del sábado, que marcó pronto y con solvencia, hubiera llegado al medio tiempo con ventaja suficiente como para sestear al final del partido, pero el Atleti es más de siesta del carnero y de correr a los postres, que sienta fatal. Bien pensado esto, que es lo contrario que haría cualquier persona sensata, es lo que le pega al Atleti.

Este trastorno de doble personalidad ha terminado por dividir a la permeable afición colchonera, que forma bandos irreconciliables entre anti-aguirristas y aguirristas. Los primeros achacan al entrenador falta de valor y de trabajo; los segundos hablan de números y de objetivos cumplidos. Los primeros acusan al entrenador de ser culpable de todos los males del equipo y los segundos acusan a los primeros de no dar mérito al mexicano cuando el equipo gana. Los primeros afean a Aguirre el trato dispensado a Camacho, y ahí no hay quien les tosa; los segundos hablan del Atleti más goleador de los últimos cincuenta años gracias a que un entrenador cobarde que sale con cuatro delanteros y ahí los primeros se quedan en rojiblanco, que en blanco sólo está feo. Los primeros culpan a Aguirre de la mala colocación de la defensa, de la falta de ambición del equipo, de la querencia a dar el partido por resuelto cuando la ventaja no es suficiente y de entrenar jugando al fut-voley. Los segundos apelan a la mala confección de la plantilla, hecha a empujones (este año todos de banda, el siguiente todos mediocentros defensivos), y dicen que Aguirre hace más que suficiente gestionando un grupo limitado con brillantes excepciones de la manera que lo hace. Los primeros no soportan a Aguirre y critican su peinado, su acento y sus brillantes piezas dentales, le echan en cara ser amable e insinúan su participación en el 11-S. Los segundos se encuentran en una situación curiosa porque, sin ser Aguirre su entrenador favorito de todos los tiempos, han visto cómo radicalizaban su posición para llevar la contraria a aquellos que lo envían diariamente a los infiernos; así, han pasado de opinar que Aguirre no lo hacía bien pero tampoco mal a entrar en airadas discusiones en su favor, y hay quien hasta se ha cortado el pelo a cepillo y se lo ha decolorado, para provocar.

Uno, entendiendo en algunas cosas a los primeros se alinea no obstante con los segundos aunque, eso sí, el pelo es natural. Un pelazo, oiga.

El futuro

Al Atleti le llega un principio de mes de enero difícil, y después le llegará un valle hasta un final de febrero y principio de marzo terrorífico. Durante esas fechas, hasta que vuelva la Champions y los cuatro partidos de liga contra el Barça y los rivales directos, el equipo deberá puntuar lo suficiente como para poder permitirse algún traspiés y llegar entero a la última parte del campeonato. Desde el derbi el Atleti lleva quince partidos sin perder, ha hecho acopio de puntos con la diligencia con la que las ardillas hacen acopio de avellanas ante el invierno y está en el lío junto con algunos equipos que parecían inalcanzables hace unas jornadas.

Al equipo le falta apuntalar algún puesto y si la directiva fuera consciente de cómo funciona esto del fútbol, que esa es otra, entendería que con algún refuerzo en los laterales y un centrocampista de tronío habría equipo para mucho más que tirar una moneda al aire. Uno cree que Aguirre, consciente de que del cuerpo técnico se puede esperar poco más que gráciles fotos para la portada del Forza Atleti, dosifica la plantilla consciente de su cortedad. Raúl García ha jugado en Champions pero no en Liga, aunque últimamente haga más en veinte minutos que muchos en cuatro partidos; cuando el Kun vio algún partido desde el banquillo, ya dijo que estaba muy bien ver a todos los delanteros juntos, pero que eso debería poder hacerlo en febrero. Uno cree que Aguirre ha hecho cuentas y maneja tablas de excel y el calendario zaragozano para calcular las posibles puntuaciones de los rivales en las últimas jornadas de liga y que sabe que, si se repite lo que ha pasado hasta ahora, el equipo puede que siga en las posiciones altas unas semanas y baje luego para volver a subir. Y uno espera no equivocarse, porque si sale saldrán las cosas bien, mejor de lo que uno podría esperar. Mientras tanto, eso sí, disfrutemos.

El caldo de puchero

Ingredientes:
100 gr. de garbanzos remojados (2 horas)
2 patatas,
2 zanahorias,
1 ramita de apio,
1 puerro,
1 nabo,
hierbabuena picada,
1 pechuga de gallina,
1 hueso fresco de cerdo,
1 hueso seco de jamon,
100 gr. de tocino salado,
100 gr. de cuadraditos de pan frito,
150 gr. de jamon serrano,
1 huevo duro,
agua,
sal.


Preparación:
Pelar las patatas, zanahorias, puerro, nabo y apio. Trocearlo todo. Poner en un puchero, al fuego, con agua fría y echar en el los garbanzos y las verduras preparadas, Así como la pechuga de gallina, los huesos, el tocino y la sal. Dejar al fuego de 1/2horas a 2 horas para que cueza lentamente.
Cuando haya mermado bastante el caldo, y este todo tierno, verterlo en una sopera. Añadir la hierbabuena, los cuadraditos de pan y jamón y el huevo duro pelado y muy picado. Servir caliente a la mesa.

(Nota del autor: la receta es gentileza de La Buena Mesa. Eso sí, a mi me sobra el pan frito)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Dispersa crónica de un Atleti - Betis

Jugó el Atleti un buen partido en ataque, un partido aceptable en defensa y más flojo en el medio del campo y ganó al Betis, que jugó un buen partido en medio campo y más flojo en el resto. Al final, es lo que tiene tener buenos delanteros.


En el día en el que el público del Calderón acudía por primera vez al campo tras conocerse que la directiva del Club había llegado a un acuerdo con el alcalde de Madrid para trasladar los partidos del Atleti a la Peineta, nadie pareció hacerse eco en las gradas de que en breve ya no veríamos al equipo desde el mismo sitio. La afición del Calderón, que tanto habla de ella misma y tanto presume de ser los que aquí está y estos son, se acordó poco de su estadio en el día en el que más había que acordarse. Nula fue la presencia de pancartas mostrando el acuerdo o el desacuerdo de la decisión, y menos presente aún se hizo el debate en la grada y en los bares. A la pregunta bueno-qué-que-nos-venden-el-estadio-¿no? el hincha colchonero responde con encogiendo los hombros y pasando a otra cosa, mariposa. Uno no sabe si al final es que al Calderón le han terminado por coger manía gracias a la cantinela repetida una y mil veces de que es un campo incómodo, mal comunicado y carente de zonas vip en cada esquina, o que la gente se ha resignado a que todo se haga sin consultarles. A estas alturas parece que a todo el mundo le da igual dónde se lleven al equipo, dónde juegue el Atleti, si hay pista de atletismo o no, si el traslado está justificado o no, si el fútbol ser verá bien o mal o habrá ambiente o no lo habrá, si tanto cambio valdrá para algo o para nada en absoluto. Si acaso, parece que al aficionado le preocupa el hecho de que habrá que cambiar las canciones, que Calderón rima la mar de bien con pasión, emoción y corazón. El único que ve solución fácil a la rima que la Peineta sugiere es nuestro héroe, el portadista del Forza Atleti, pero no diremos qué tiene pensado porque estas líneas las leen niños y señores decentes.

En el día en el que el Atleti jugaba en casa y empezaba la marcha atrás oficial para el derribo de ese estadio que construyeron los que vinieron antes que nosotros abriendo brecha, la gente no se preocupaba más que de pasar en la clasificación al otro equipo grande de la capital. Y eso que no se le iba a pasar para ponerse primeros a falta de una jornada, no, que se trataba de ser quintos. Quintos. Hoy algunos aficionados colchoneros llegaban a la oficina haciendo burla a sus vecinos de departamento y entraban dando voces en el bar donde, cada día, rinden su merecido y particular homenaje al inventor del churro. Y uno, que es un escéptico y un tristón, y eso que algún lector de postín piensa que es un desmesurado optimista, no sabe qué pensar. No sabe si a la gente le da igual todo o si ha perdido el norte o si no se da cuenta de lo que de verdad importa y lo que no. No sabe si la afición tiene una miopía histórica que le impide ver de lejos y sólo ver lo inmediato, el quinto puesto del domingo, el atasco de menos cinco, el frío del invierno que, como todos los años, dará paso a la primavera. Hay veces en las que también nosotros, los escépticos, los irritados, los desengañados, los iracundos y hasta los rabiosos, nos vemos en la tentación de encogernos de hombros y decir a otra cosa, mariposa. Pero en este caso no sería mirando al cambio de estadio o a la gestión del Club, sino a la grada repleta de esa gente que, quizás con más razón que nosotros, se limitan a ver en el Atleti un pasatiempo de dos horas por semana.
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En fin, a lo que íbamos. Salió el Atleti del vestuario en una noche gélida de esas que últimamente vivimos en el Calderón y el público, vestido de esquimal, aplaudió con guantes y manoplas haciendo ese sonido sordo y hueco de las ovaciones con guantes que no son ovaciones ni son ná, qué lástima más grande. Salió el Atleti vestido de Atleti y salió el Betis vestido de cortina de baño, en tonos verdeagua y turquesa con pantalón negro. Este chocante atuendo lo completaba el bético Nelson con unas mallas negras, calcetines y botas blancas y pelo afro y gracias a semejante guisa si por la banda hubiera salido a calentar Danny Amatullo a nadie le hubiera extrañado. Tal era el despliegue cromático del rival que hasta parte de la afición bética, numerosa y alegre y afortunadamente siempre bien recibida en el Calderón, completaba su atuendo visitante de bufanda verdiblanca con un sombrero floreado que ni en Ascot, oiga.

Repuestas las córneas de la concurrencia, el partido se inició como se inician todos los partidos, esto es, con un pitido, también llamado pitido inicial. El pitido inicial es muy socorrido para los cronistas deportivos, quienes hablan del pitido inicial como si fuera un ente con vida propia que marca el antes y el después de importantes acontecimientos históricos. Un pitido es un sonido molesto y chirriante que se aloja en el oído cuando hablan mal de uno, que es algo frecuente y justificado, y especialmente impertinente cuando lo hace alguien desde un coche en el momento en el que uno se dispone a cruzar un paso de cebra y se da un susto y da un saltito y pierde la compostura. Los pitidos suenan cuando uno se pasa de la raya, cuando uno se equivoca en los tests de conducir o cuando un guardia le llama a uno al orden y le pone una multa. El pitido inicial, empero, es un señor pitido del que todos hablan, un pitido de campanillas que entra en los bares de moda sin esperar cola y que conduce un deportivo rojo sin claxon, que para eso está él. El pitido inicial es un tío, esto no hay quien lo niegue.

Bueno, a lo nuestro. Salió el Atleti a jugar y la grada sufría viendo a los suyos. Y no hablamos del juego desplegado, de la fiereza del rival o de lo complicado de la empresa, no: hablamos del pantalón corto. El Atleti jugó a una hora que invita a quedarse en casa con una manta a pesar de estar bajo techo y con una sopa, si es posible de esas con estrellitas o, mejor aún, sopa de letras. En el Calderón el invierno pega fuerte, sobre todo en los últimos quince minutos de partido, ese cuarto de hora mítico del Calderón en el que lo normal es llegar con un gol de ventaja y el equipo metido atrás sacando balones como quien achica agua en un naufragio. En el Calderón hace frío, sí, y siempre lo ha hecho, pero ahora parece que el frío de las noches de invierno es algo intolerable para el ser humano a pesar de haber sido así desde la noche de los tiempos, y es un argumento muy utilizado por los partidarios de la emigración a Canillejas, como si allí hubiera un microclima. Parte de la afición colchonera, más comodona de lo que la decencia recomienda, ve intolerable que en diciembre haga frío, como si esto fuera algo raro. Antes en diciembre se pasaba frío y nadie se quejaba por ello, y hasta había quien desarrollaba pelo de invierno, ese pelo que los novillos tiran en primavera y que aún les adorna la testuz en las primeras corridas de la temporada. Pero ahora no, oiga, ahora es intolerable que haga frío en invierno, es intolerable no poder ir al campo y aparcar justo en la puerta, de hecho parece poco tolerable que el estadio tenga gradas y asientos y no sea un estadio drive-in en el que ver el partido desde dentro del coche, calentito. Uy que frío, vámonos a otro estadio que este frío no hay quien lo aguante, vámonos pero ya, oiga, al parecer el nuevo estadio viene con calefacción, mesa camilla individual y tetera.

- yo es que soy más de caldo
- pues con infiernillo y puchero entonces, una maravilla de campo, oiga.

Bueno, a ver, que nos dispersamos. Jugó el Atleti un buen primer rato, con Maniche más presente y motivado que en otros partidos, y el resultado fueron unos primeros veinte minutos con idas y vueltas y fútbol de ataque. Con algo menos de precisión de la deseada cerraba el Atleti las jugadas, que las hubo, y el Betis miraba como pensando que o paraba a los de delante o podía pasarlas canutas. Maxi, que ya había avisado de que a él el frío como que le importa poco, marcó un bueno gol tras excelente pase de Maniche y de paso dejó claro que la vuelta que venía anunciando desde hace unos partidos es ya una realidad. Maxi participó ayer más de lo que venía haciendo y se pareció más al Maxi de siempre, al de los diez golitos por temporada, al que aparece siempre en ese hueco que él siempre ve mejor que los demás igual que el gran Antonio Ordóñez veía mejor que el resto su rincón, el rincón de Ordóñez, el rincón de Maxi.

El gol tuvo, una vez más, un efecto raro. Assunçao, más tercer central que nunca, ayuda mucho a mantener la línea defensiva pero ayuda también a dejar un enorme hueco en el centro del centro que Maniche sólo, en parte por ser más terreno del que puede abarcar y en parte por su querencia a la desaparición, no cubre. El resultado es que los centrocampistas rivales reciben el balón con comodidad, se giran, miran, evalúan las distintas posibilidades y hasta tienen tiempo de darse una palmada en la frente al recordar que no han sacado la basura y ya es tarde. El centro del campo del Betis, potente gracias a Emaná y Damiá y con calidad gracias a Capi y al pausado pero efectivo Mehmet Aurelio se hacía con el del Atleti, colocado muy cerca de su área y con una gran pradera por delante en la que Maniche, a ratos, parece un enano de jardín. El resultado fue un segundo tiempo con jugadas del Atleti y con más control del Betis, ataques contra el área local, alguna intervención destacable de Leo Franco, sobre todo una en la que solucionó con torería un mano a mano con Sergio García y algún despeje cómico de la defensa. En ésta, sólo Ujfalusi parece mantener la solvencia con regularidad y sacar el balón con comodidad cuando la ocasión lo requiere. Tanto los laterales como Heitinga transmiten dudas a la hora de subir el balón, y en las bandas cada vez que Simao o Maxi tardan en recuperar la posición se producen situaciones alarmantes mientras que, cuando los laterales se desdoblan y llegan a la línea de fondo no siempre centran con la precisión deseada. Aún así el Betis tiró poco a puerta y uno cree que si a Sergio García le acompañara un delantero rematador marcarían con más facilidad.

Mediada la segunda parte el Atleti resistía el control del Betis y cada vez que éste terminaba jugada sin resultado, la grada respiraba como si en vez de quedar veinticinco minutos quedaran treinta segundos. El Atleti, eso sí, tiene cuatro tipos por delante capaces de causar insomnio a cualquier equipo europeo y si Maniche se incorpora con criterio como hizo ayer en varias ocasiones, es cuestión de tiempo el que le den a uno un susto; cosas del destino, el Atleti, que sale rápido cuando se roba el balón en el centro del campo o que aprovecha un despeje para crear una jugada de ataque, presenta a veces síntomas de volver a jugar al contraataque, el estilo que marcó a la grada que pronto echarán abajo con una piqueta. Cualquier día, eso sí, nos dicen que la directiva ha cambiado el contraataque por una parcela con acometida de luz y la gente preguntará si se puede aparcar cerca con comodidad, que es lo importante.

El susto tardó ayer en llegar, eso sí, y fue por cierta indolencia del centro del campo y defensa por presionar, por agobiar al rival. A la primera que se hizo una presión conjunta, con Raúl García ya en el campo, se robó un balón que acabó en Forlán. Forlán, quien lanza un contraataque con mucha más facilidad y mucho más peligro que muchos de nuestros floreados centrocampistas le puso un balón al Kun para que se quedara sólo ante Casto. La misma jugada que había fallado Sergio García un rato antes y que el día anterior había parado Víctor Valdés, la jugada que es un sueño y una pesadilla a la vez para un delantero, la posibilidad de verse sólo delante de un portero y con cincuenta mil tipos que te exigen que no cometas un fallo, el ejemplo perfecto de la situación estresante, con permiso del penalty de la presentación de la serie de Naranjito. Pero Agüero, ya saben Vds, es diferente y en esas le da tiempo a mirar al portero dos, tres veces, a decidir con firmeza y determinación y no perderse en elucubraciones; a marcar, vaya, a meter gol aunque casi todos los que leemos esto, también Vd, el de la chaqueta de coderas, sí, sabemos a ciencia cierta que en esa misma situación fallaríamos estrepitosamente y acabaríamos prematuramente con nuestra carrera deportiva. Dos cero, una victoria importante en un momento importante contra un buen rival que, de haber tenido más gol, no habría puesto las cosas tan fáciles.

El Atleti es quinto, que no es para tanto, pero está a tiro del segundo puesto. El Barça parece inalcanzable y a estas alturas, si se repite la dinámica de la primera vuelta ya vivida, la liga puede acabar con una melé de cinco equipos peleando por cuatro puestos. Cuando llegue ese momento harán falta todos los jugadores, todos los de arriba, los que marcan la diferencia. Hará falta tener claro qué se quiere, qué se merece y qué se debe conseguir. Hará también falta la grada y su aliento, la fuerza que transmite, y no valdrá para nada la grada que se contenta con hacer burla cinco minutos a su vecino de escalera, la que mira hacia otro lado cuando le dicen que no volverá a ese campo en el que hace tanto frío y se jugaba al contraataque cuando las cosas eran de otra forma.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿A quién venimos a ver?

(escrito el 6 de Noviembre de 2007, publicado el 11 de Diciembre de 2008)

Cuando ya no éramos tan pequeños y nos salió un poco de bigote y alguna espinilla y se nos quitó la cara de niño pero no la de tonto, nos hicimos socios. Hasta entonces comprábamos las entradas infantiles por cien pesetas en la planta de deportes de El Corte Inglés, en un chiringuito que ponían al final de una planta para que no se viera apenas. La zona del estadio reservada a los niños estaba en el fondo, tras el corner que está debajo de la parte del estadio que queda abierta sobre la M-30. Nos sentábamos cerca de la valla, que no había foso ni nada aún, casi a ras de campo para ver mejor a los jugadores. Y veíamos a Aguinaga de espaldas, y a Pereira, y a Dirceu, y a Leal, y a Robi, y a Rubio, y a Marcos, y a Arteche, y también veíamos a Votava corretear con su bigote y nos hacía mucha gracia.

Nos hicimos algo mayores pero no más sabios y nuestros padres nos regalaron el carnet de socio, ese que se renovaba pagando al cobrador que venía a casa y nos preguntaba cómo iban los estudios. Ya no íbamos al fútbol en autobús porque nos llevaba Manuel, que ya tenía 18 años el tío, y que sigue viniendo en coche a pesar de que desde hace 30 años se queja de lo mal que se aparca en el Calderón. Íbamos en un 127 amarillo anaranjado color spontex y a veces en el R-12 de su padre, que hay que ver lo bien que andaba. Íbamos por Atocha y a veces por Mendez Álvaro, que era más rápido porque llegabas a la calle Embajadores desde la calle Áncora, que luego se llama Palos de la Frontera. Pasábamos delante del edificio de Osram, ahora un edificio oficial, uno de esos edificios preciosos que hay en Madrid y que los madrileños no vemos por esa manía nuestra de ir mirando al coche de delante o al suelo (por si pisamos algo, será). Así había menos tráfico, si no el túnel de Atocha se ponía a reventar si es que ya había túnel, que con la demolición del excalextric me lío.

La forma de llegar al estadio era más importante de lo que podría parecer a simple vista. El itinerario oficial pasaba por la esquina de la calle Ibiza con Menéndez Pelayo, donde recogíamos a Jesús, que esperaba siempre con una bufanda al cuello, bufanda que no lleva desde hace unos años posiblemente en protesta por la horrible gestión del club que un día ayudara a gestionar su padre - quien al parecer nos lee aunque no nos lo merezcamos. De allí elegíamos si íbamos por Atocha o por Méndez Álvaro dependiendo de los resultados anteriores; si tirábamos por el túnel de Menéndez Pelayo, alguien en el R-12 nos recordaba que la última vez que no fuimos por Atocha acabamos empatando con el Athletic de Bilbao en el último minuto. Tomábamos entonces rumbo al atasco de Atocha y veíamos coches con las bufandas por fuera, y gente oyendo la radio, y madres abrigando a sus hijos. Si ganábamos, volvíamos por Atocha hasta que había una debacle y volvíamos a ir por Méndez Álvaro, cosas de la superstición que siempre ha acompañado al campo a una buena parte de la afición colchonera.

Llegábamos al estadio un rato antes del partido y aparcábamos en unos descampados que parecían sacados de “La Busca” y que había al lado de las vías del tren que ya no están. Entrábamos entre barro, subiendo el coche por las aceras como si fuera un todo-terreno: hay que ver qué buenos eran los 127 y los R-12. Nos pedían cinco duros unos tipos que pululaban por los solares con aspecto desasosegante, y aunque yo era jovencillo y tan tonto como ahora, ya me daba cuenta de que lo que de verdad nos venían a decir es que si no les dábamos cinco duros nos rompían el cristal del coche. También había un solar en el Paseo de Pontones, enfrente de la Mahou, al que se entraba por un vado y en el que también te cobraban el impuesto revolucionario. Pagábamos pero daba igual: había poco sitio donde aparcar, no había mucho tiempo y al final a lo que íbamos era a ver al Atleti, que era lo importante.

Antes de entrar al campo nos tomábamos una coca-cola, luego un café cortado, luego, con la edad, un pacharán. O un sol y sombra, como el que se pidió Icho un miércoles europeo ante la asombrada mirada de su hermano, en la época en la que quedábamos un rato antes en el bar “Los Caracoles” de la calle Toledo, los mejores caracoles de Madrid y casi de España, oiga. Bajábamos hacia el estadio y parábamos en los bares que están en la esquina de Paseo de Pontones con Paseo de los Melancólicos hasta que una temporada a la policía le dio por pedirle a todo el mundo que se disolviera, como si fueran un alka-seltzer, y no volvimos. Íbamos al estadio desde ahí cumpliendo con el ritual que cada temporada nos auto-imponíamos. A veces íbamos por la acera izquierda, otras veces entrábamos por una puerta y no por otra, un año entero fue el que suscribe con un jersey de lana gorda talismán, incluso a los partidos de mayo, pasando calores y fatigas. Ahora, el último rito, siempre compramos en el mismo puesto, a la misma chica, Eva, variando el producto (pipas, chicles de menta, regalices o caramelos) según la racha del equipo.

Al principio teníamos el abono en el primer anfiteatro del fondo Norte, De ahí bajamos a grada de lateral, cerca del fondo también. Nos sentábamos los de siempre: Jesús, Manuel, Miguelito, el gran Antonio (que en paz descanse), Carlos (que en paz descanse también), luego Icho y sus primos y Chufa y Pablo y alguno más de los que me olvido y mañana me arrepentiré de haberlo hecho. De tanto ir al mismo sitio, de tanto abrazarnos sin conocernos para celebrar los goles, acabamos siendo amigos de los vecinos de sector: los hermanos, Paco y Víctor, y ese señor mayor a quien le tiró las gafas en una avalancha un vecino de localidad igualito a Moncho Borrajo. Y de un señor bajito con gorra de mayoral y aspecto de irlandés de película de John Ford al que bautizamos Smitie, y de esos dos señores, padre e hijo, que compartían auriculares (cada uno un casquito en una oreja) y comentaban el partido a voz en grito, hecho que les valió para llevar el sobrenombre de Matías Prats Sr y Matías Prats Jr. Y de un señor muy mayor que un buen día no volvió; tres semanas más tarde se hizo un minuto de silencio por uno de los socios de mayor edad recién fallecido, minuto en el que todos cruzamos miradas pensando que sabíamos quién era ese atlético venerable. Luego pasamos a un asiento más centrado, cerca de la línea de medio campo, y ahí seguimos casi todos, salvo los que se han ido y los que no quieren volver por manía a los Gil, o por hastío, o como protesta contra la venta de Torres. El resto, aún presos, seguimos renovando y este año nos alegramos de haberlo hecho, ya era hora.

En la época en que el Atleti solía ganar y volvíamos contentos a casa escuchando a Juan Carlos Aguilera entrevistando a los jugadores a la altura del atasco de vuelta del túnel de Atocha. Últimamente no volvemos juntos, que cada uno vive en una punta de Madrid y unos van en moto y otros van en metro. Pero igual nos juntamos en el estadio, siempre en el estadio, dónde mejor que en el estadio. Lo hicimos cuando tenía bancos de hormigón y no tenía foso, lo hicimos en la época de la aluminosis y las almohadillas de Purolator y lo hacemos ahora que nos sentamos en sillas de plástico que nadie limpia. Lo hicimos cuando no había marcador electrónico y ahora que anuncian locales de reputación dudosa entre corner y corner. Lo hicimos cuando íbamos vestidos de Meyba, y de Puma, y de Reebok y de Nike, cuando el estadio iba vestido de ladrillo, cuando iba de rayas rojiblancas y ahora que va vestido de azul cristal. Nos sentamos juntos el día del Doblete, en el que nos hartamos de llorar a ojos de todos, y el del 0-6 de la temporada pasada, en la que nos hartamos de llorar por dentro. En el estadio vimos juntos el 4-3 de la remontada al Barça, y a Indy pisar el aspersor, y los controles de Alemao y las carreras de Dirceu y el gol de Vieri (bueno, yo no, que vivía en el extranjero y casi me muero del susto al escuchar los gritos del mensaje que me dejaron en el contestador automático), y también estuvimos el día en el que se coreó el nombre de Fernando Torres tras fallar un penalti y se nos puso a todos la carne de gallina. En el estadio, siempre en el estadio, dónde mejor que en el estadio.

Ahora las cosas van medio bien y la gente va contenta al campo. Hace tan solo unos meses ir al Calderón no era tan atractivo, el espectáculo era un horror, la imagen del equipo era una traición a la historia, no veníamos a ver al juego desplegado sino que veníamos a vernos los unos a los otros en un entorno conocido. En uno de esos días, en el bar del Paseo de Pontones en el que ahora paramos, escuchamos una frase de las que hace reflexionar.

- Bueno, ¿y hoy qué?
- Ya ves, lo de siempre, aquí, a ver a estos mantas.
- Yo ya no vengo a ver a éstos, yo vengo a ver el estadio.

No nos damos cuenta pero quedan pocos, muy pocos partidos en el Vicente Calderón. Disfrutemos y maldigamos.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Del fútbol propio en casa ajena

Entre esas cosas que a uno le gustan está ir de vez en cuando a ver al Atleti fuera de casa. Entre esas cosas que a uno le vienen bien para la salud está ir de vez en cuando a Asturias. Adivinen Vds dónde ha pasado el puente el que suscribe.

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Entre los grises funcionarios en nómina de la administración hay un especialista, un hombre con una misión, un tipo entrenado por profesionales duchos en el arte del camuflaje. Nos referimos a Él, el más perverso y retorcido, aquél que imparte lecciones en la especialidad de inteligencia despista-espías, el encargado de no dejar rastro ni pistas, el responsable de que los perseguidores no den con el objetivo. Él, cuyo nombre no puede decirse en voz alta si uno no quiere que se le borre el disco duro del ordenador, trabaja ahora para la DGT y tiene una misión clara. Él, que nadie sabe a ciencia cierta quién es, es el encargado de llevar a cabo las operaciones más arriesgadas y trascendentes, el que garantiza el anonimato y el misterio, el que, dicen, asesoró a Roldán hasta que terminó por traicionarle e hizo lo mismo con el Dioni.

Nos referimos, claro está, a Él, al responsable de señalizar los desvíos provisionales por obras, aquél que te hace salir de tu camino con la promesa de una solución simple a los cambios en tus planes y termina por llevarte al infierno. Aquél que sitúa carteles explicando con claridad hacia dónde ir hasta que el viajero, inocente cual cordero lechal, se confía. Entonces desaparecen los carteles, llegan las rotondas, las múltiples posibilidades igualmente herméticas para quien no conoce la zona, los desvíos falsos, los cruces, las indicaciones contradictorias. Es entonces cuando se pierde el viajero, cuando suena una carcajada como la de Vincent Price, cuando se ilumina un piloto rojo en una sede secreta de la DGT, y cuando Él, vestido con abrigo largo y sombrero de ala ancha, aparece en la puerta diciendo la contraseña secreta, presto a cobrar su recompensa. Él es el misterioso señalizador burlón de la DGT, el responsable de tantos y tantos kilómetros hechos en balde y el que suscribe, en nombre de tantos y tantos conductores perdidos, aprovecha estas líneas para desearle una dolorosísima caries.
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Uno, quizás ya lo sepan o lo imaginan algunos de Vds, gusta de ver el fútbol en campo ajeno y entre la hinchada rival. A uno le gusta ver cómo otros ven lo que unos, los nuestros, estamos cansados de ver, de discutir y de analizar. Uno tiene la sensación de que al darle muchas vueltas a las cosas es muy fácil terminar por complicarlas en exceso hasta el punto de perder totalmente la perspectiva. Tanto vemos al Atleti, tanto hablamos y tanto analizamos todo lo que pasa que, al final, puede que estemos tan lejos de lo que realmente ocurre como aquél que no tiene ni idea de quién es Coupet o de cuánto costó Sinama. Tantas cosas afirmamos, tantas patas metemos que al final es posible que acabemos más empeñados en defender lo que en su día dijimos que en ver la realidad. Ahí es cuando, cree uno, viene bien tomar distancia, volver a las primeras sensaciones y dejarse de complicaciones.

Por obra y gracia del gremio de señalizadores de desvíos provisionales, al que deseo una cesta de navidad escasa y con las peladillas y la piña en almíbar como productos estrella, el que suscribe no llegó a tiempo al partido. Llegar tarde a un partido es algo bastante común y con frecuencia vemos en las gradas del Calderón a un tipo que sube por la escalera con el partido empezado, buscando con la mirada a sus compañeros de grada para ver si su sitio ha sido ocupado o no. Llegar tarde a un partido, que es algo que al que suscribe aún no le había pasado a pesar de ser experto en llegar tarde a casi todo, incluida la sensatez, sirve también para otra cosa. Acercarse a un estadio lleno con un partido empezado es una sensación extraña, la sensación de ir solo por una calle tristona en la que queda claro que algo gordo ha pasado hace un rato, la sensación de andar solo entre botellas y papeles y periódicos hechos trizas por gente que se lo pasó muy bien mientras uno estaba en un atasco. El estadio lleno al que uno se acerca ya no tiene aspecto de edificio, sino de bicho. De bicho con vida propia y ganas de decir lo que piensa que respira y se queja y protesta y dice HALAAAA y dice NOOO y dice GOOOOL. Y hasta dos veces dijo el bicho “gol” en el rato en el que quien suscribe se acercaba a la puerta del estadio, una en alto y otra más bajito; el Atleti tiene estas cosas, y ahora le ha dado por hacer de los primeros minutos una parte clave en todos los partidos, qué le vamos a hacer. Así, mientras uno buscaba su puerta escuchaba los rugidos del animal en cuya entraña iba a meterse, escuchaba broncas y lamentos y gritos de ánimo hasta topar con su puerta, a cuya altura el bicho en cuestión dejó claro que era aficionado a Pipi Calzaslargas.

- Debe ser aquí
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La afición del Molinón, a pesar de estar enfadadísima con el árbitro, es muy amable.

- A Vd le parece todo el mundo muy amable
- Sí, es un defecto que tengo

La afición del Molinón, o al menos la que al que suscribe le tocó cerca y la que luego conoció en los bares y con la que cruzó algún comentario futbolístico, es amable y parlanchina. Habla de su equipo y de los árbitros, habla del Atleti y de las aficiones de otros equipos. Le cuenta a uno lo malos que son los árbitros y lo contentos que están por haber vuelto a primera e ir abriendo brecha con los equipos de abajo. Le habla a uno de lo que valoran a los jugadores que lo dejan todo aunque no tengan suerte o clase de nivel mundial y de lo flojo que es su equipo en defensa. La afición del Sporting pide fuera de juego con vehemencia y luego se sienta y pregunta si lo fue o no, que es lo que hacen todas las aficiones, y aplaude a su equipo para animarle cuando el Atleti le mete el segundo, que es algo que al que suscribe le parece especialmente bonito.

Uno, que es parlanchín e intenta ser amable, le dice al vecino de localidad que la defensa del Atleti no es para tirar cohetes tampoco, y eso que a principio de temporada parecía que los centrales daban más garantías que las que muestran en el partido. Le habla uno de Heitinga y le dice que le ve flojo, con precauciones físicas, poco confiado, y le habla con grandes palabras de Ujfalusi aunque en el partido del Sporting le viera alguna debilidad poco común en sus actuaciones. Le habla mal de Seitaridis y le habla bien de Mariano Pernía y esto último le parece lo más normal y justo al vecino de localidad y el que suscribe le da un abrazo. Habla entonces uno de la media y de lo importante que es Assunçao para defender aunque menos para atacar, y entonces el vecino le dice que si Assunçao fue quien le hizo el pase al Kun en el gol de Maxi y entonces uno dice ah, pues sí, vaya, tendré que intentar ver las cosas de otra forma. Habla uno entonces de Maniche y lo hace enfadado y levantando un dedo, agitándolo con la vehemencia de un parlamentario de principio de siglo de esos con monóculo y traje negro. Mira asombrado el vecino de localidad y al terminar el discurso pregunta el asturiano que quién es Maniche y uno le dice que el de la melenita que trota sin sentido y entonces dice ah, sí, aquél que se esconde tras el calvo, sí, ese al que ahora cambian y encima se va con aire enfadado, como si hubiera hecho algo, ou. Dice ou el vecino de localidad para subrayar su opinión y a uno le parece excelentemente subrayado, ou.

Cuando uno se dispone a darle la lata al vecino glosando las maravillas de la delantera, toma él la palabra. Donde sí que tenéis un equipazo es de mitad para arriba, dice. Este Simao es un fenómeno, de Kun ni hablo que cada vez que coge el balón se nos encoge el corazón. Fíjate Maxi, no para, siempre está donde más daño puede hacer, ou, no entiendo que no le valoren más, yo creo que sería titular en muchísimos equipos grandes. Ahora, el que es un fenómeno es Forlán, que maravilla, qué pesadilla, qué tío, no para, cómo muerde, qué ambición, como le des dos centímetros te la lía, tira con una pierna, con otra, regatea, corre y se desmarca, juega de nueve y de diez y de siete y de once también, el tío, parece de por aquí, ou. Con un poquito más en el centro del centro, con Raúl García mismo que mira qué quince minutos ha hecho, más que el Maniche ese enfadado en todo el partido, no habría quien os parase. Y Aguirre tiene fama de salir siempre a amarrar, pero yo no lo veo así. Mira, cinco metísteis, cinco, sin hacer gran cosa y todo por esos cuatro o cinco de delante, qué bárbaros, si no salieran cinco atacantes no meteríais cinco goles. Y te digo una cosa, aunque el árbitro estuvo mal no me importó perder, tenéis un muy buen equipo, de lo mejor que hemos visto por aquí este año y ya pasaron unos cuantos, a ver si os va bien que yo creo que equipo tenéis, oye. Ahora, para impresionante la afición, mil y pico tíos, ou, y sin parar de cantar ni un minuto, lo que debe ser allí. Por aquí también vino la afición del Betis y colocaron una pancarta enorme que ponía “bienvenidos a primera”, buena gente también los del Betis, pero lo de la afición vuestra es increíble, oye, nunca vi algo así, ou.

Se marcha el aficionado gijonés aunque él dijo “marcho”, no “me marcho”, y antes de irse le estrecha a uno la mano y uno tiene la sensación de que le ha atrapado un cepo de osos. Y uno se queda con una media sonrisa tonta, entre aturdido por el resultado y reflexivo por haber visto las cosas en perspectiva durante un rato. Salir de casa y hablar con el rival tiene estas cosas, imagina uno, qué bien. Así que al día siguiente se da uno un paseo por Gijón y todo le parece estupendo, también los aficionados del Atleti que, delatados por las bufandas o por el acento, llenan las calles y los bares. Y gusta oír cómo hablan del equipo de uno los que ven un gran escudo del Atleti pintado en la arena de la playa, y gusta sobre todo saber que la calle en la que están los bares buenos en los que tomarse una caña mirando al mar responde al colchonero nombre de “Cuesta del Cholo”.


jueves, 4 de diciembre de 2008

Santos Mirasierra o el ¿difícil? punto medio

Leemos y leemos estos días sobre Santos Mirasierra, el hincha del Olympique de Marsella detenido y encarcelado en Madrid por los sucesos que terminaron con el cierre del Calderón poco después de que el Atleti volviera a jugar Liga de Campeones.

Uno, que es del Atleti y trabaja en una empresa francesa, lee la prensa patria y ve cómo se habla de los hechos con una autoridad aplastante, cómo se insinúa una mano negra de la UEFA con Platini al frente y se culpa al acusado y sus compañeros de viaje de vandalismo y falta de respeto. Y uno, que no presenció los hechos de cerca y en primera persona, ha recabado información procedente de muchos presentes que habla de mal comportamiento de los hinchas del OM, de escupitajos y gestos poco amables hacia la parroquia local y de lanzamiento de objetos a los vecinos de localidad, y uno no puede estar más en contra de estas cosas. Estas mismas fuentes, que no son expertas en seguridad ni en sociología pero han pasado mucho tiempo en los estadios, también hablan, y con sorpresa, de la actuación policial. Es común la impresión de que fue más contundente de lo que uno pudiera esperar visto lo visto en el campo, algo por desgracia no desconocido en el Calderón tras los últimos partidos europeos. Si fue proporcionado o no es algo que no se entra a valorar en este artículo, que de eso sólo saben los responsables de seguridad.

Cuando uno, que como casi todos no conoce los detalles de lo que ocurrió, ve lo que el fiscal pide para el acusado se sorprende: ocho años (por más que sea lo que se pida, no la condena final) parece mucho a tenor de lo que parece que pasó, que no es más que lo que lamentablemente pasa con frecuencia en nuestros estadios sin que tenga consecuencias graves, aunque esto no sea coartada para no actuar. Uno, cuando lee lo que la prensa patria dice en vísperas del partido de vuelta y del juicio, no sabe si asustarse o enfadarse; puede que hayan llegado serias amenazas de muerte a los hinchas visitantes que acudan al Vélodrome, o puede que unos cuantos exaltados de los que habitan el ciberespacio hayan tenido a bien desahogarse mandando mensajes a los que hay que dar la importancia que tienen y no más si es que no se quiere producir un pánico injustificado. Y ante todo esto uno no puede dejar de sentir un cierto rubor y una cierta rabia por ver cómo se echa gasolina a la hoguera.

Uno, que trabaja en una empresa francesa y es del Atleti, lee la prensa del otro lado de los pirineos y ve cómo en ella se habla de injusticias históricas, de afrentas nacionales y casi de cuestiones de Estado. Se habla de la policía española como un cuerpo casi cruel que actúa de forma arbitraria y provocadora, y llama la atención que se le llame "Guardia Civil" quizás con intención de despertar ecos de un pasado sobre el que en Francia tienen una opinión ya formada. Se habla de la justicia española como poco fiable, caprichosa y casi medieval en su ejercicio, y todo ello resulta casi ofensivo. Se habla de un público que resulta ser el del estadio al que uno acude cada domingo y que más o menos conoce tras veintipico años de abonado, y se le pinta como violento y racista y zafio y provocador y uno, al verse poco reconocido, no sabe bien si habla de su estadio o de otro. Se habla de maltrato a los disminuidos físicos, de insultos a los de otras razas, de acusaciones muy graves hacia aquellos que van al campo domingo tras domingo, aquellos que saben bien que, como en todos los campos y todos los campings y todos los atascos y todos los hospitales, al Calderón acude gente encantadora y tipos indeseables, familias respetables y candidatos al destierro, buenas personas y también alguna mala. Y, aquí si lo tiene uno más claro, como en casi todas partes los malos son muchos menos que los buenos, pero hacen más ruido y molestan más y llaman más la atención y consiguen, con poco esfuerzo, eso de que paguen justos por pecadores. Algo viejo como el mundo, que parecemos nuevos.

Uno, que lleva yendo al fútbol desde que le salió el primer diente y a pesar de ello o precisamente por ello no entiende nada del fenómeno ultra, ve cómo grupos de seguidores de Sevilla, Madrid o La Coruña hacen frente común con este tipo de Marsella y se sorprende por los motivos, igual que se asombra de las recientes rivalidades entre equipos que tradicionalmente se han limitado a jugar sus partiditos sin ir más allá. Cuando uno ve los cruces de acusaciones y comentarios de aficionados de unos y otros equipos vertidos en páginas de Internet al abrigo del anonimato y la distancia se abochorna y hasta se plantea si todo esto tiene sentido. A uno le parece bien que cada cual defienda a los suyos, pero cuando ve que la única manera de hacerlo es el insulto y la ofensa generalizada, ya no le parece tan bien.

Uno, que va al fútbol y no se mete con nadie, ve con la distancia del apuntador del escenario cómo el caso de Santos Mirasierra se eleva a la categoría de ejemplo perfecto tanto para los que reclaman mano dura contra cualquier comportamiento poco correcto como para los que denuncian el excesivo celo policial. Unos quieren que se pudra en la cárcel sin saber si quiera si hay pruebas o no de lo que se le acusa, otros quieren que salga inmediatamente y sea elevado a los altares como mártir de la lucha contra el poder sin saber tampoco si hay motivo o no para condenarle; es igual, la decisión está tomada de antemano por unos y por otros, poco importa lo que sea razonable, lo importante es confirmar las propias convicciones caiga quien caiga, la justicia es secundaria aunque estemos en el siglo XXI y en el occidente cultural y en un Estado de Derecho.

Y si uno, como el que suscribe, piensa que puede que Santos Mirasierra no sea un angelito pero habrá que probarlo y que la forma de probarlo es ante un tribunal fiable, como son los españoles, pero que la petición del fiscal parece exagerada, entonces es un tibio que no se posiciona, un comodón sin opinión a pesar de haberse intentado informar sobre el tema en cuestión desde ambos puntos de vista, en el convencimiento de que en algún punto medio estará la verdad.

Y uno, que es del Atleti y trabaja en una empresa francesa y va al fútbol de toda la vida y no se mete con nadie, no entiende nada de lo que pasa. No entiende la facilidad con la que unos y otros vierten acusaciones tan serias ni cómo lanzan de esa forma tan inconsciente a los menos reflexivos a la guerra cuerpo a cuerpo. No entiende por qué con tanta frecuencia los viajes a ver a tu equipo, que deberían ser días bonitos en los que conocer otras ciudades y otras gentes y otras formas de ver el fútbol acaban convirtiéndose en pesadillas para unos y otros. Y no entiende que las cosas tengan que verse siempre o negras o blancas, o de un extremo o de otro, y por qué hay tanto irresponsable que, desde las portadas de los periódicos de más tirada, siembran cizaña y pánico y odio entre gente ya de por sí dispuesta a atender poco a razones cuando se trata de insultar al adversario. Mal ejemplo, mala opción si de lo que se trata es de vender más periódicos. Mala cosa. Mal camino.

URL del artículo http://es.eurosport.yahoo.com/04122008/47/santos-mirasierra-dificil-punto-medio.html

lunes, 1 de diciembre de 2008

De esos partidos con frío en los que acaba haciendo calor

Con un frío a caballo entre lo horroroso y lo insoportable jugó el Atleti un partido que acabó en goleada pero que pudo no acabar así. Y es que el Racing, mucho tiempo con diez, hizo un partido de mérito y Forlán, que hizo casi más que los otros diez, más.



El Calderón en día de invierno es todo un desafío para la ropa de abrigo y para el cálculo volumétrico. Cuando el aficionado, convenientemente embutido en capas y capas de tejidos calentitos, se sienta en su asiento de siempre lo primero que nota es que éste ha menguado. O que el vecino ha engordado. O que él ha engordado. El Calderón, que nunca tuvo asientos business class, se queda estrecho cuando la afición en pleno saca del armario camisetas, jerseys de lana, chalecos anti-humedad, plumíferos, chaquetones de gore-tex, guantes de nieve, bragas de forro polar, gorros de estibador y orejeras de peluche. Perdone, ah lo siento, es que no cabemos, póngase Vd ahí, le noto a Vd más gordo, mire que si me da a mi por acordarme de su padre de Vd tenemos aquí un disgusto, bueno, no se ponga Vd así, hombre, es que el comentario tiene guasa, no me dirá.

En pleno partido gira el aficionado hacia la derecha para ver un desmarque de Forlán y sufre tortícolis al intentar seguir el contraataque rival, obstaculizado en su giro de 180 grados por el vecino de localidad quien, ya de por sí orondo, se ha vestido con traje ignífugo, casco de apicultor y chaleco salvavidas. Se levanta de un brinco un hincha porque le ha sonado el móvil y por toda la grada se oye "¡pop!", el sonido que hace al abrirse el cerrojo de alambre de las gaseosas. El aficionado atlético, que llega al campo luciendo estampa y andares de pingüino emperador y multiplicando tres veces su volumen normal, habla girando todo su cuerpo, y no solo el cuello, para evitar abrir rendijas en su equipamiento por la que pueda entrar una traidora ráfaga de aire helado, gentileza de algún lanzador de cuchillos meteorológicos. El aficionado sabe que al principio parece que no es para tanto, pero que al llegar el medio tiempo dará saltitos para ver si ahí siguen los dedos de sus pies y que cuando queden veinte minutos la punta de su nariz y sus rodillas le avisarán sutilmente de que la capa protectora traída desde casa empieza a hacer aguas. Esos días de frío en el Calderón son no obstante días importantes para alguno en especial, días para que el que siempre es centro de la mofa busque fuerzas en los momentos bajos, días para que el que siempre vuelve a casa preguntándose por el sentido de la vida lo haga con sonrisa de triunfador y mirada de Carlos Gardel. Porque esos días, sólo esos días y por mucho que les extrañe a Vds, más de uno y más de dos, aunque sea por un brevísimo espacio de tiempo, desearían ser Indy.

En medio de una noche gélida pues, salió el Atleti al Calderón pero no se ganó que se hable de él hasta dentro de un par de párrafos, que por ahora hablaremos del Racing. Salió el Rácing de verde y negro, que así es más Racing que el Racing que salió el otro día en París, y marcó al poco tiempo gracias a un penalty tonto, y ya van varios, de la defensa del Atleti. Esta vez fue Heitinga el encargado de llevar las flores y los bombones al rival, y tanto se enfadó la grada que uno supo de inmediato que el árbitro, que como casi todos los árbitros fue malo y además estuvo orgulloso de serlo, acabaría por echar a un tipo del Racing para compensar. Y así lo hizo, pero no lo hizo para compensar sino por justicia, porque la entrada de Navas sobre Assunçao fue de esas que hacen que los bares en pleno griten uff y oojj y vaya tela y qué animal, y que las señoras se tapen los ojos y que los lesionados en ligas municipales cuenten con todo lujo de detalles cómo ellos, protagonistas durante un cuarto de hora de gloria, fueron lesionados de igual forma. Desde la grada la entrada pareció al tobillo y criminal, y en la repetición de la tele pareció a la rodilla y doblemente criminal; tanto, que a estas alturas nadie se explica cómo Assunçao siguió jugando, el tío.

Se quedó con diez el Racing y esperando el chaparrón tras el empate maravilloso de Simao, y fue ahí donde se ganó el derecho a encabezar la crónica. Jugó el Racing muchos minutos con diez y cualquiera diría que estaba con once, y eso a pesar de haber jugado UEFA el jueves. Ordenado y agresivo en la presión, puso en apuros siempre al jugador atlético que sacaba el balón desde atrás y obligó a los locales a pegar patadones hacia adelante. Con dos delanteros rápidos y pequeños, Munitis y sobre todo Pereira, se encargó de aparecer por el área del Atleti con más peligro del que uno podría esperar viniendo de un equipo con un jugador menos. Si bien no tuvo la pegada necesaria para llevarse el partido, sí pareció controlar el medio campo y se mantuvo fiel a sus ideas. Esto, quizás suicida, es de agradecer en los tiempos que corren aunque haya quien diga que, a la postre, el Racing, a pesar de que hizo un buen partido, acabó llevándose cuatro goles y figurando en las estadísticas al mismo nivel que otros equipos menos audaces y con menos mérito que han pasado este año por el Calderón. Así que, desde aquí, nuestros respetos a los de verde.

El Atleti, piensa uno, fue otra cosa. El brillo de los de delante no debería cegar al que intenta analizar la calidad de los de detrás y los del medio. El Atleti jugó incómodo durante todo el partido, sin saber cómo sacar el balón de atrás en cuanto el rival apretaba un poco. Con diez, el Racing dejó durante muchos minutos con el culo al aire al equipo local con el riesgo que implica llevar la retaguardia poco abrigada en los fríos días de noviembre. A la presión respondía el Atleti con pocas luces y pocos recursos excepto el pase atrás a Ujfalusi para sacar de pase largo o asumiendo riesgos, y Leo Franco terminó sacando de puerta buena parte de los balones en posesión de los locales. Que Assunção juega como un tercer central es algo que sabemos, y también sabemos que aporta mucho para defender y dar estabilidad al equipo; eso sí, no parece que sea él quien tenga que sacar el balón desde atrás. Que los laterales no son los más adecuados para subir el balón es algo fuera de toda duda, de igual manera que la duda, así en abstracto, parece empezar a impregnar la figura de Heitinga, que desprende mucha menos seguridad ahora que hace tres meses.

El engranaje llamado a unir a una defensa poco dotada para sacar el balón jugado con una delantera asombrosa debería ser Maniche, pero Maniche no está por la labor. Maniche ha mejorado últimamente mucho en varios aspectos característicos de su juego, ya conocidos desde hace unos años: el camuflaje funcional, la delegación de responsabilidades, el seguimiento de su marca cuando debiera ser al contrario y el gesto tribunero. Debe sacar el balón el Atleti y Maniche ya no está, y sólo el observador minucioso repara en que su piel ha cambiado de color y de textura con la maestría del pulpo abisal, y ahora es igualito que Colsa, calva incluida. Obligado por las circunstancias, sale Maniche finalmente de su escondrijo tras zafarse Colsa de su rémora y recibe un balón y se lo devuelve a quien se lo dio de primeras y sin líos, no sea que le pidan hacer cosas que puedan manchar su hoja de servicios. Eso sí, cuando las cosas van bien y el rival deja espacios, Maniche deja de ser Predator y aparece melena al viento, con su característico trote de caballo lusitano pura sangre, y hace un pase de dos metros mirando al tendido o se atreve finalmente a hacer esos cambios de juego largos que puede y sabe hacer. Y todo ello para que le tiren pétalos de rosa después, cuando se dirige hacia la caseta, cansino, con cara de héroe que ha hecho su trabajo, aprovechando que media grada le ovaciona en pie mientras la otra media se pregunta si será verdad eso que dicen de que es Maniche el elegido para rodar la segunda parte de Zelig.

Lo de delante, ya lo saben Vds, es otro cantar. Al que suscribe le parece que Maxi va recuperando poco a poco el sitio que merece, y aunque no es aún el Maxi de antes ha vuelto a recuperar el olfato, la querencia a aparecer en ese hueco en el que los defensas rivales no tienen claro si el que tiene que defender es él o el compañero. Simao, el mejor en muchos partidos este año, sigue siendo siempre una referencia válida, el jugador a quien darle el balón en apuros, el tipo al que buscar cuando se quiere lanzar el ataque. Además de su gol, un golazo con la pierna con la que no se espera que marque uno con esa facilidad, Simao dejó en algunos momentos la sensación de que es capaz de conservar el balón durante el tiempo que quiera, rodeado de quien sea, en una zona o en otra. Agüero también marcó un gol con la facilidad de siempre, con ese aire del que hace algo que no tiene ningún misterio y casi ningún mérito, y en un par de ocasiones se intuyó que quería responder a la exhibición de Messi del día anterior dando lecciones de cómo utilizar el cuerpo, cómo salir entre cuatro jugadores o como crear ocasiones de la nada. Agüero, a quien la prensa le encasquetó una crisis por no haber marcado en un mes ni más ni menos, está volviendo y la Asociación de Defensas Centrales de Cadera Poco Flexible amenaza con llevar el tema al Tribunal de Estrasburgo.

Y para postre, Forlán. Sonará quizás exagerado pero a uno le compensa el frío y los pies helados de ayer por ver el partido de Forlán. Dos pases de gol, uno de ellos con la cabeza en un lance marca de la casa que pocos son capaces de hacer y menos son normalmente capaces de entender; el otro, de pase al hueco digno de un centrocampista organizador de los de toda la vida. Dos goles, uno de tiro largo y potente previa increíble colocación del cuerpo, todo instinto y saber hacer; el otro, de cabeza, de delantero centro matador, sabiendo exactamente dónde colocar el buen pase de Seitaridis, ayer tan bien en ataque como mal en defensa. Forlán no es sólo el goleador y el mejor amigo de los otros goleadores, es también el tipo que siempre ofrece una alternativa a Maniche y Assunçao, la alternativa que siempre está ahí además de la que, también siempre, ofrece Ujfalusi. Forlán juega de extremo y de nueve y de media punta y despeja los corners y si se lo pide alguien, recomienda un asador, cambia las bujías y recita sonetos sin trastabillarse. Si en algún partido se aburren, que no es raro, dedíquense a seguir a Forlán y verán no sólo la cantidad de kilómetros que hace, sino a qué velocidad los hace, con qué criterio y con qué sentido de equipo. Forlán, que volvió a hacer ayer un partido completísimo, es uno de los jugadores más completos que hemos visto últimamente por el Calderón. Y ahí queda.

El Atleti ganó pues el día en el que otros perdieron, y poco a poco se va acercando a su sitio. El equipo, empero, sigue dejando dudas: ¿qué pasaría si el centro del campo contribuyera al ataque además de defender? ¿cómo sale el Atleti de la presión adelantada del rival? ¿es normal que se hagan tantos penaltis tontos? ¿qué ocurriría si los de delante se hartan y se van a un balneario? Por ahora son dudas amables, que para eso ayer ganamos, pero son dudas al fin y al cabo. Y otra duda más, se me olvidaba: ¿por qué estaban ayer sospechosamente limpios los asientos de grada de lateral?

jueves, 27 de noviembre de 2008

La extraña cuasi-crónica del partido absurdo

El Atleti jugó un partido que ganó y que le metió en octavos de la Champions. Hasta ahí, todo normal aunque también extraordinario.


El fútbol es un deporte raro en el que no siempre gana el mejor. A veces un equipo chico hace un partidazo y gana al favorito con contundencia y merecimiento. Otras veces un gran equipo juega de maravilla y pierde porque el extremo rival despeja un balón blandito que le da a un señor en la cabeza y entra en la portería. El fútbol tiene estas cosas y por eso nos gusta tanto, por eso uno no puede fiarse de nada; por eso, de hecho, mucha gente dice el fútbol es así y se mondan al decirlo. El fútbol es muchas cosas y en muchas ocasiones también es absurdo. Y, a veces, especialmente absurdo.

En estos tiempos absurdos en los que la estrella del otro equipo grande de la capital, de apellido Gutiérrez y nombre Haz, comparte estilismo capilar con Pepe Oneto, uno sigue encontrando motivos para asombrarse. Ayer, cuando se debería haber vivido un partido precioso con un estadio lleno de gente encantada de echar juntos la noche más fría del año, jugó el Atleti a puerta cerrada, sin público. Y fue así porque en un encuentro previo la policía, que no tiene nada que ver con el club, las tuvo tiesas con un grupo de aficionados franceses que nada tienen que ver con el club. La historia ya la conocen Vds: los visitantes colgaron pancartas y cantaron por Gainsbourg hasta que la policía llegó al lugar de los hechos a pedir educación con bastantes pocos modales, que es algo ya bastante absurdo. La policía pidió pues mesura de forma exagerada, que tampoco parece muy normal, y la afición rival dijo oh, lá-lá, como el francés de la canción del limón y el limonero. El resultado fue doblemente absurdo: por un lado, quien terminó por pagar el pato fue la afición del equipo local, que aún no había salido del trabajo cuando se produjeron los incidentes; por otro lado, la afición visitante se fue de rositas con la excepción de un solo tipo quien, sin saber el que suscribe si es una buena o una mala persona, vino a ver el fútbol y se llevó para él solito y de forma acumulada la sanción que deberían haber compartido todos sus compañeros de viaje en porciones alícuotas y proporcionales.

Así, en estos tiempos absurdos en los que los militantes antiglobalización llenan de pintadas del estadio del Atleti en defensa de Mirasierra, que es un barrio bien de la capital, la sorprendida afición colchonera se dispuso ayer a ver un partido raro en un estadio vacío. Sólo 75 personas por cada equipo podían acudir a ver el partido, y esto parece ya un poco absurdo. Por qué 75 y no 14, número de importante simbología colchonera, es algo que no nos han explicado. Por qué entre esos 75 elegidos de entre la inmensa masa colchonera estaba el presidente del otro equipo grande de la capital nos parece un poco absurdo, aunque si fue por dar algún tipo de apoyo institucional al Atleti ante el atropello de la UEFA nos podría parecer hasta bien y de agradecer. Pero claro, este tipo de cosas son las que el Atleti no explica a sus socios, para qué hacerlo. En estas circunstancias son éstos, los aficionados de a pie, quienes deben tratar de desenmarañar las intricadas relaciones del palco para entender por qué fue ese señor uno de los privilegiados y no lo fue el socio rojiblanco de mayor edad, o aquél con el número de socio más bajo, o los cincuenta socios más antiguos, o sus invitados, o los 75 socios más fieles o que más viajan con el equipo, o cincuenta militares sin graduación, o los rojiblancos más trabajadores, los especialistas en la obra de Faulkner, las rojiblancas más bellas, los colchoneros más madrugadores o los más juerguistas, los mejores imitadores de Chiquito de la Calzada o los más versados en el uso del buril, aquellos que gastaron más en la tienda de productos oficiales o los que nunca se quejan, los más miopes, los más bajitos, los padres de familia numerosa o sólo aquellos socios de nombre Emilio y domicilio en portal impar. No. Fueron otros y no sabemos por qué, pero allí que se fueron y allí estuvieron, los tíos.

Y ocurrió que, en estos tiempos absurdos en los que a nadie le extraña que un equipo de una ciudad no tenga ningún jugador de la misma, el Atleti jugó un partido más cómodo de lo esperado ante un rival vestido de azul purísima. Salió el Atleti vestido de Atleti, que algo es algo en estos días, y salió el rival vestido de azul clarito y bien peinado. Quizás los pocos invitados al palco pudieran apreciar, gracias a la ausencia de la masa rojiblanca, que el PSV, vestido de bebé y hablando con la ge, olía a colonia nenuco y polvos de talco. Durante el primer tiempo se comportó el PSV como su atuendo merecía, dejando al Atleti hacer un partido cómodo, terminándose el potito y riéndose a carcajadas cuando le hacían el avión con la cuchara. Dos fallos defensivos, algo absurdos, dieron al Atleti la oportunidad de tranquilizar el partido, adormecer al rival y darle golpecitos en la espalda por aquello de los gases. Del primer gol se encargó Simao, un jugadorazo cada vez más importante. Del segundo, Maxi, un jugadorazo que parece empezar a volver. Sólo un puñetazo a la cara de Heitinga, al parecer durante una disputa por la propiedad de un juguete (un balón, según los presentes), quebró el plácido partido de los locales.

Pero en estos tiempos absurdos en los que los fieros seguidores del fondo sur se arrancan por Camilo Sexto y a todos nos gusta la idea, la canción y la letra, ocurrió también que el Atleti decidió, fiel a su lógica absurda, hacer lo posible por complicarse la vida. Un gol evitable ante un desorientado Heitinga, que pidió el cambio al ratito por ver chiribitas en cada giro de cuello, puso al Atleti en una situación incómoda, esa situación que todo aficionado colchonero conoce. Los jugadores del Atleti, quizás por incapacidad funcional o quizás en solidaridad con el poco ilustrado colectivo escolar patrio, no han llegado a entender que es más fácil que le empaten a uno cuando lleva un gol de diferencia que cuando lleva cuatro. Se diría que el Atleti goza dejando partir de forma absurda su ventaja en el marcador, preparándose para la angustia de los diez minutos finales con el arrojo de un terrorista suicida. No llegó la sangre al río a pesar de algún susto solucionado con solvencia con Coupet, que llama la atención por salir de debajo de los palos, el lugar donde pensaba el aficionado atlético que atornillaban a los porteros últimamente. Pudo el Atleti complicarse la vida pero no lo hizo, y eso que en ataque anduvo algo despistado por causa de un Kun algo desconocido y de un Sinama que no parece capaz de cubrir el hueco que le dejan de vez en cuando sus titulares compañeros de delantera. Y todo ello el día en el que Seitaridis, el jugador más absurdo entre los absurdos, jugó bien.

Así que en estos tiempos absurdos en los que Laura Pausini declara públicamente que le gustaría cantar a dúo con Celine Dion y ni se pronuncia la ONU ni el ejército se moviliza ni suenan las alarmas anti-bombardeo aéreo, el Atleti se metió en octavos de Liga de Campeones firmando una buena fase de clasificación. El mismo equipo que en la liga renquea y tose a la mínima corriente de aire soluciona con solvencia sus desafíos europeos, y si no es por un pérfido bombero noruego estaría ya clasificado primero de grupo con cara de galán de cine y pañuelo en el bolsillo de la americana. Ayer, en un partido absurdo dirigido a voces por un segundo entrenador haciendo las veces de entrenador de verdad (que ya es puntería, para un par de días que el hombre tiene que ejercer de primer espada, va y le toca un partido en silencio) se ganó el Atleti un par de partidos más entre los dieciséis mejores equipos de Europa, que se dice pronto. Queda el partido contra el Olympique, el partido que en Francia esperan como la venganza de San Quintín y aquí, quién nos lo iba a decir, esperamos como un trámite para ver quién nos toca en la siguiente eliminatoria.

Y todo esto ocurrió el absurdo día en el que, en estos tiempos absurdos en los que un aficionado visitante puede pegarle un mecherazo a un jugador local y buscarle un lío al resto de la afición anfitriona aunque ésta no saque las manos de los bolsillos, en medio de una ciudad vacía y al lado de un estadio iluminado pero en silencio, en una de las noches más frías que uno recuerda recientemente, se jugó un partido en silencio en el que se oyeron multitud de gritos. Se oyeron los gritos de Raúl García sacando a la defensa y los de Forlán reclamando tensión. Se oyeron los gritos de dolor de los lesionados y las instrucciones de Ujfalusi. Se escuchó el sonido de la pelota al rebotar contra la publicidad y el golpe de las botas al chocar contra el balón, contra las tibias y contra los postes. Se pudo oír el viento y el tráfico y el politono de García Pitarch, pero sobre todas las cosas se escuchó a la afición del Calderón el día en el que no había afición en el Calderón, qué cosa más absurda. Porque fuera del campo, para asombro de muchos y orgullo de muchos otros, se juntaron los de siempre con la naturalidad de siempre y no se sabe si fueron cien, mil o quince mil, porque si el cálculo lo hiciera la autoridad diría unos cientos y si lo hicieran las partes interesadas dirían varios miles. Pero el caso es que ahí estaban, como no podía ser de otra manera, echando un cable a los suyos, como siempre, pero Vds qué esperaban, oiga. Y los que no entienden nada pensarán que era una protesta, o una acción organizada, o una forma de figurar y salir en los papeles. Y los que saben lo que hay saben que fue lo único que se podía hacer, lo normal, lo que la afición aporta para que el equipo gane, para que siga siendo el mismo, lo que había que hacer, lo que nadie tuvo que pensar porque a muchos les salió solo. Lo que para muchos es absurdo y que, para muchos otros, es lo suyo. Para los nuestros, lo normal. Lo lógico.


miércoles, 26 de noviembre de 2008

Calderón, Cerezo o la suerte del madridista

Escribe por estos lares el Sr. Ruiz, con más tino que yo, que no entiende bien qué le pasa a Calderón. Ni a Cerezo. Que uno y otro estén incómodos entra dentro de lo lógico. Lo malo, Sr Ruiz, llega al pensar qué puede hacer el socio de a pie al respecto.

* ¿Qué les pasa a Calderón y a Cerezo?

Uno, que del Madrid sabe poco, no entiende qué le pasa al primero aunque se lo puede imaginar. Y también se imagina lo qué le pasa al segundo, pero esto no tiene mérito porque eso está bien claro.

Algunos, los que saben de qué pié cojea el que suscribe (y para aquellos que no lo sepan, el que suscribe tiene ambos pies rojiblancos), esperarán con este título un artículo incendiario sobre esa suerte del Madrid que le hace ganar partidos en el último minuto después de que el rival le pegue dos veces al poste y una al larguero. Esa pifia de un defensa, ese rebote, ese fuera de juego no pitado, ese resbalón del portero cuando iba a atrapar un balón con facilidad que con frecuencia, naturalmente no siempre, ha beneficiado a ese equipo. Esa suerte que los que no somos del Madrid siempre hemos visto de manera clara y meridiana y que los que sí lo son llaman la suerte del campeón, el instinto ganador o el peso de la camiseta. Esa suerte, sin embargo, no es el motivo del artículo.

Otros pensarán en la suerte del seguidor del Madrid, aquél que siempre ve cómo periódicos y telediarios abren la información con su equipo, dando más importancia a las costumbres dietéticas en el desayuno de las estrellas madridistas que a la plusmarca mundial conseguida, es un poner, por un señor de Ponferrada que trabaja de perito y entrena por las noches. Qué suerte tengo, piensa el madridista, de ser de ese pedazo de equipo con ese historial, ese palmarés, esas ligas y esas copas de Europa, esos galácticos buenos con gafas de pantalla y ese torero bajito del fondo norte. Qué suerte tenemos los madridistas, piensan, pensando que el equipo les eligió a ellos y no al revés, viendo un privilegio donde muchos otros ven la consecuencia de una elección poco arriesgada, la opción de hacerse del equipo del que más se habla. Piensa el madridista, en madridista, que todo el mundo envidia su suerte y su historial, y por más que el no madridista se empeñe en convencerle de que no es así, que de envidia nada de nada sino más bien lo contrario, no se lo cree, el tío. Y tampoco es de esa suerte de la que hablamos, tampoco.

La verdadera suerte del madridista, la suerte que pocos tienen ahora mismo en España, es la de poder elegir a su presidente, a su junta directiva. Desde la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas son sólo un puñado los clubes que no están a merced del capricho de sus propietarios, legítimos o no, honestos o no, futboleros o no. Son muchos los equipos que han visto como a sus palcos llegaban, precedidos de banda municipal y bajo palio, señores salidos de la nada, sin tradición en las gradas de su estadio ni el conocimiento mínimo del tertuliano de bar que prometían tiempos de vino y rosas a la afición. Conmigo seremos grandes, compraremos a Fulano y nunca venderemos a Mengano, convertiremos el estadio en el mejor del mundo, bajaremos el precio de los abonos, tendremos escudería de Fórmula 1 y un casino flotante en el Manzanares. Una vez en la poltrona, vendieron a Mengano porque las cuentas no salían y de paso duplicaron el precio de los abonos; a Fulano no pudieron comprarle por culpa de unos flecos, la Fórmula 1 no salió porque ellos pensaban que iban a correr con un diésel y el Manzanares se secó con las obras. El estadio estaba mal, tuvimos que venderlo para hacer bonitos pisos de dos y tres habitaciones, también áticos muy luminosos con trastero y garaje y padel y piscina; si Vd quiere uno llame a este teléfono, que es el mío. Prometieron lo irrealizable, se quedaron con el club que con tanto esfuerzo levantaron otros y lo utilizaron en su propio beneficio, sin acordarse de a quién pertenece en realidad por mucho que digan los papeles, y si uno protesta por lo que considera justo no le renuevan el abono, por pesado.

En estos días en los que Ramón Calderón es acusado de utilizar el club en su propio beneficio y el equipo entra en crisis y los antiguos candidatos afilan cuchillos ante la reyerta que se avecina, el madridista de cuna y abono al menos tiene algo que decir. Puede votar, ejercer su derecho de aceptar o rechazar gestiones, planes, programas e ideas. Puede decidir, puede optar por ser engañado o por ser crítico, por mirar a corto plazo o por velar por las tradiciones. Al menos puede. Sabemos que aparecerán empresarios interesados en hacer de ese palco su centro de contactos comerciales y otros con vocación de ser superior y querencia a urbanizar zonas verdes; sabemos que algo huele a podrido en el recuento de votos y que tanto dinero invertido en campañas electorales suena raro. Todo esto lo sabemos todos y también lo saben los que votan; allá ellos con su elección. Pero, al menos, será suya. Pero el socio del Atleti, que ya no es socio sino sólo abonado, no podrá decir nada porque ni le contarán qué pasa ni, si se llega a enterar, tendrán a bien escucharle.

Publicado en eurosport.com el 26 de noviembre de 2008

martes, 25 de noviembre de 2008

CON UN 6 y UN 4, LA CARA DE TU RETRATO

Por Jesús Doggy

Con retraso, causado únicamente por la negligencia del Fuentes éste, una nueva crónica y lección táctica de Jesús Doggy.


En Los Pajaritos hace un frío que pela. Lo sabe cualquiera que haya estado en el pequeño estadio soriano. Hace una rasca que curte, más aún que en el nuevo José Zorrilla, que ya es decir. Los que mejor lo saben, sin duda, son lo más de mil valientes aficionados atléticos que ayer se plantaron en el páramo soriano para alentar a los suyos. Que son los nuestros.

Pues así, desafiando el viento helado del Moncayo pero con el calor humano de esos más de mil valientes, como diría el Maestro, salió el Atleti. Un Atleti, de nuevo, raro. Y, esta vez, además, feo. Con una camisola azul y unos pantalones y unas medias no se sabe muy bien si amarillo pollito o canario chillón. Salió pues un Atleti helado que sólo parecía el Atleti si uno se fijaba en el escudo. Un Atleti bien plantado, eso sí, que se pareció mucho futbolísticamente al Atleti de hace siete días en el Vicente Calderón.

El equipo presionó bien arriba, ocupó con criterio y buena colocación los espacios en el medio de la cancha, obligando al Numancia a un notorio desgaste corriendo detrás del balón. Los sorianos tienen su principal arma ofensiva en el triángulo que forman cuando se asocian por la izquierda Quero, Barkero y Moreno. Y por ahí lo intentaron –sacando a Johnny de su posición para entrar en diagonal a su espalda; atacando en banda dos contra uno a Perea- sin excesiva fortuna de cara a puerta. Eso y disparos lejanos frontales fueron los únicos argumentos ofensivos de los locales. Por el contrario, el Atleti de la primera parte ofreció sensaciones muy positivas. La principal, la posesión de balón. Hacia mucho tiempo que no se veía al equipo de Javier Aguirre acabar la primera parte de un partido con el 70 por ciento de la posesión, pero así fue. El equipo tuvo una muy buena circulación de balón, que desgastó e hizo bascular al Numancia, si bien estuvo falto de profundidad.

Hemos de hacer aquí una reflexión y volver a lo analizado en pretemporada sobre la confección de la plantilla. Cuando el equipo juega a tener la posesión, organizado con tres hombres atrás -con Johnny y Ujfalusi abiertos a banda y Assunçao pivotando en el medio levemente por delante- Maniche en el eje del equipo, con Maxi y Simão buscando generar superioridades en banda con los laterales y Forlán y Agüero ofreciéndose en el frente del ataque, se hace desgraciadamente patente la falta de laterales competitivos en el equipo. Mariano Pernía suple sus carencias técnicas ofreciéndose constantemente, combinando con Simão y dando salida al balón; Perea, sin embargo, es casi completamente inútil en el juego ofensivo del equipo. Ayer quedó retratado en varias ocasiones, cuando el equipo circuló el balón con rapidez y generó espacios en la banda derecha, el colombiano acabó estropeando siempre la jugada. Parece que en enero viene un tal Angeleri, carrilero de Estudiantes de la Plata. Esperemos. De todos modos, fue el Atleti de la primera parte un equipo serio y compacto, que se movió, siempre manteniendo una distancia prudencial entre líneas, como un bloque. Con la base del dominio de la pelota, ante rivales técnicamente inferiores, al Atleti debe bastarle con un poco de paciencia para romper los partidos, pues le sobra calidad y capacidad goleadora arriba. De hecho, así fue. Johhnny robó un balón en línea de defensa, se la dio Perea, éste rápido a Simão, el portugués galopó la banda derecha y metió un pase exquisito para Forlán que resolvió con categoría ante Juan Pablo. Nueve toques y gol, un clásico rojiblanco.

El guardameta local fue, de lejos, el mejor jugador del partido en la primera mitad. Antes del gol, le había sacado una pelota venenosa al uruguayo que iba dentro, tras genial asistencia del Kun Agüero. Poco después del gol, otra brillante maniobra del joven prodigio argentino habilitó de nuevo a Forlán que pecó de egoísta y remató fuera. Y aún antes del descanso, tuvo el atlético una cuarta ocasión de marcar, tras bonita triangulación entre Simão y el Kun que dejó el balón muerto para que Mariano Pernía rematara fuerte y colocado con su pierna derecha obligando a Juan Pablo a un nuevo paradón. Si Mariano mete esa, me sé yo de uno que sale a gritarlo por las calles. Se dice que el Kun está en baja forma y servidor lo que ve es que el Kun tiene muchas más cosas que remate. Entre que el chaval está más pesadote que hace un mes, por la carga de trabajo físico a que ha sido sometido para suplir su falta de pretemporada y evitar así la inminente rotura muscular, y que los rivales le conocen mucho mejor y le enciman tres en cuanto recibe, Agüero luce menos de cara al tribunero. Aún así, a servidor le parece que sus dos pases de gol a Forlán ayer fueron, de largo, las dos acciones futbolísticas de más brillo en todo el partido. No obstante, para muchos, si no marca no ha jugado bien. Son maneras de ver el fútbol, supongo. El caso es que el Atleti se fue al descanso con una ventaja mínima en el marcador, sí, y, sobre todo, con la sensación de que el partido habría debido quedar completamente resuelto antes de la ducha.

Los diez primeros minutos de la segunda parte siguieron por la misma senda y los de Aguirre acumularon una quinta ocasión clara para batir a Juan Pablo. Esta vez, Forlán tiró la diagonal hacia atrás, el Kun aclaró dos defensas para facilitar la entrada desde atrás de Maniche, que quedó solo ante Juan Pablo con un pase exquisito del uruguayo. El portugués remató al bulto y el Atleti se perdió el cero a dos.

El Numancia, que seguía agarrado al partido por los reflejos de su portero, tiró de casta, de ambición y del juego inteligente del veterano Txomin Nagore, que se adueñó de la zona ancha ante la intolerable dimisión de Maniche. El portugués dio un curso de escaqueo futbolístico, de insolidaridad con sus compañeros y de irresponsabilidad en el juego colectivo del equipo, impropio de su categoría. Todo parece indicar que, en cuanto renueve, tomará la senda que hace más de un año abrazó Seitaridis. Pero, en fin, a falta de fútbol combinativo, el Numancia hizo lo que sabe: presionar de lo lindo y buscar el empate a balón parado, creando peligro en saques de esquina, en faltas laterales e incluso en saques de banda. Los últimos veinte minutos, los de Kresic, envalentonados, parecieron un vendaval, que incluyó tres remates a los palos y dos buenas manos salvadoras de Leo Franco. El equipo se aculó atrás para mantener tres puntos vitales que, repito, debió y pudo haber asegurado mucho antes. Y Aguirre demostró torpeza (o, tal vez, estar tocado por la crítica inclemente y, muchas veces, kamikaze a la que está sometido). El partido pedía retirar un delantero y sumar efectivos de refresco en el centro del campo, pero el mexicano optó por el cambio de cromos y mantuvo a Maniche en el campo. No obstante, el Atleti mejoró con la entrada de Raúl García, que pudo vivir una tarde grande si hubiera culminado una gran contra de Simão con un tiro fácil desde la frontal, de los que clavaba siempre en Osasuna. En Los Pajaritos remató muy desviado.

Alentado por su público, el Numancia siguió tirando de coraje y bombeando balones al área rojiblanca. El árbitro descontó cuatro minutos, Perea (superado toda la tarde por Quero) saltó al bulto a por un balón que era de Assunçao, Ramírez Domínguez decretó un penalty sumamente discutible y Barkero lo transformó con suficiencia y sangre fría. El equipo perdió una nueva y gran ocasión de sumarse a la lucha por la cabeza de la Liga, los jugadores se marcharon, heladitos, con el gesto torvo y a nosotros... A nosotros, señores, se nos quedó cara de tontos.


lunes, 17 de noviembre de 2008

De cómo estar más contento a las siete que a las cinco

Aprovechó el Atleti que hacía sol y que la hora a la que jugaba es una hora excelente para jugar al fútbol, y nos dio una alegría a todos, miren Vds.


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Madrid tiene muchas cosas malas y algunas insuperables. Entre estas últimas, el Club Atlético de Madrid, el bocadillo de calamares y los días soleados de otoño y de invierno. Ayer salió un día de estos, un día de cielo azul y aire limpio y frío pero sin cortar, no ese aire que llega de la sierra y le deja a uno la piel de la cara tiesa y la garganta cauterizada, sino un aire algo más amable, menos violento, más tolerante. En Madrid hay días de cielo azul y parques de colores que van del verde al ocre y terrazas llenas de valientes con jersey de lana y de bares en los que el madrileño medio toma vermouth en vaso pequeño y largo y cerveza en vaso chaparro de caña, patatas fritas en bolsa de plástico con la etiqueta amarilla y banderillas en un platito blanco del que siempre cae un poco de líquido que le mancha a uno un zapato; si el bar también es de un valiente que se juega la multa y desafía la ordenanza municipal, todo esto se hace en la acera y se apoya el vaso y el platito en el coche que hay enfrente, y cuando llega el dueño se va enfadado porque él había aparcado un coche rojo y se lleva ahora uno de lunares gracias a tanto vaso posado.

El Atleti tiene algunas cosas malas, sobre todo dos, y muchas insuperables. Entre estas últimas, las Peñas que vienen de lejos, los atléticos de fuera de Madrid, Atléticos con mayúscula que consagran su domingo entero a lo que algunos no le consagran ni los últimos cinco minutos del segundo tiempo por aquello de no coger tráfico. En este fútbol nuevo de horarios intempestivos y televisivos las Peñas se ven obligadas a hacer encaje de bolillos para cuadrar horarios y vueltas a casa y madrugones del día siguiente y alquileres de autobús, y por eso uno se alegra especialmente por ellos cuando el partido es a hora sensata, a hora futbolera, a hora taurina de día de otoño. Para el atlético de verdad, tan obligada como la firma para la canonización de Gárate debería ser el paseo por la calle Alejandro Dumas entre los autocares de los que llegan de lejos, de Castilla y de La Mancha y de Levante y de Poniente y del Norte y del Sur. Para todos esos atléticos de kilometraje ilimitado, deseando que ayer lo pasaran bien y que tomasen vermouth y cerveza y patatas y banderillas disfrutando del día, va lo de hoy.

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Hacía sol y la afición bajaba hacia el estadio en tropel charlando desde Puerta de Toledo y desde Pirámides y las terrazas de la zona estaban llenas de bufandas y camisetas rojiblancas. Y entre la multitud colchonera había muchos niños y señores fumando un puro y alguno con un pacharán en vaso de plástico. Y es que los partidos a las cinco tienen estas cosas tan bonitas, qué quieren que yo les diga.

Quizás por no cargarse la idílica postal otoñal o quizás por haberse decidido el entrenador a seguir los consejos de Perogrullo, quien nos consta ha llamado varias veces al Club en los últimos días, el Atleti salió con los jugadores buenos, todos juntos y a la vez. Salió el Atleti con Ujfalusi, y con Maxi y Simão, y con Agüero y Forlán, cinco tipos con la mayúscula ganada a pulso. Tras unos cuantos partidos con un solo punta y muchos mediocentros, volvió el Atleti a casa con dos delanteros frente a un equipo que sólo traía uno. Salió el Atleti, en fin, como hay que salir y terminó haciendo un partido a ratos bueno y a ratos muy divertido.

Salió también el Depor con cara de conmigo no se juega, oiga, y durante un rato hizo frente al Atleti bien plantado en el medio campo con Riki solo cerca de la defensa rival. El Atleti lo intentaba y no conseguía jugar con fluidez, pero transmitiendo más seguridad que otras veces. Sería por estar mejor dispuesto, sería por la fe que transmiten los buenos en el campo, sería porque Ujfalusi mantiene a la defensa en su sitio, no deja pasar a los rivales y saca el balón jugado si hace falta, sería porque los laterales no dejaron jugar cómodos a Guardado, Lafita y compañía, sería porque Leo Franco paró con solvencia un par de tiros claros de los de la Coruña. Sería por lo que fuera pero la imagen que se dio durante el primer tiempo fue poco brillante, algo plúmbea pero también sólida. Parecía importante que el Atleti marcara pronto para evitar problemas más adelante y así ocurrió, de rebote y en un corner, con Perea y Heitinga como protagonistas, sobre todo el segundo por aquello de haber batido todos los records posibles de anotación precoz de goles de rebote por un debutante en la Liga. Uno a cero al descanso, resultado justo si uno mira a los dos palos de Forlán pero quizás no tan justo si uno se fija exclusivamente en el juego desplegado.

Tras el descanso salió el mismo Atleti pero con mejor cara, qué cosas pasan. Poco tardó el Atleti en marcar, esta vez gracias a Forlán, ayer de nuevo un titán. Forlán no sólo marca de tiro preciso y potente o tras inteligente carrera, u obliga al portero rival a volar de punta a punta de la portería. También se desmarca, corre, aporta soluciones a los suyos y multitud de problemas a los rivales. Como en tantos otros partidos Forlán demostró ayer su facilidad innata para el fútbol, para ver los movimientos, para entender los desmarques y para pegarla desde cualquier sitio y con cualquier pierna. Como en tantos otros partidos dejó claro que el mayor problema que podemos verle a Forlán es no haber llegado al Atleti varios años antes. No obstante, y al contrario que en tantos otros partidos, Forlán demostró ayer un cariño verdadero hacia la grada y un respeto profundo hacia el seguidor medio del equipo; hablamos de su negativa esta vez a levantarse la camiseta tras marcar. La oronda grada en pleno, bocadillo en ristre, agradece al uruguayo el gesto de no alardear de torso. Un gran futbolista y todo un caballero.

En el segundo tiempo se vieron cosas interesantes, hasta el punto de que uno se atrevería a decir que se vieron las mejores jugadas de este año en el Calderón. Cambios de juego, jugadas largas, paciencia, criterio, detalles de calidad como la cesión del Kun a Maxi en el tercer gol, fases de continuidad y dominio. Maxi marcó un gran gol tras una jugada colectiva con cambios de banda y adornos útiles. Forlán marcó el último de la tarde tras una jugada rápida de recuperación y triangulación. Ujfalusi impuso durante toda la tarde su personalidad, oficio y clase; Simão lo intentó frente a Manuel Pablo, que lució un físico que le hacía parecer el padre del portugués. Assunçao y Maniche ofrecieron alguna duda más; el primero da estabilidad al equipo y se muestra bien situado, pero no aporta hacia adelante todo lo que alguien en su puesto debería; Maniche aporta cuando cambia el juego y toma riesgos, pero poco cuando se limita a devolver el balón a quien se lo acaba de entregar, forzando que el juego lo construyan los laterales. Perea, de nuevo impresionante en velocidad y físico, salvó balones de mérito y amargó la tarde al visitante a quien tocó marcar. Sólo el Kun pareció algo menos brillante que otras veces, algo más espeso. Y es que no va a jugar siempre como un ángel el chiquillo, digo yo.

Mención especial merece, piensa uno, Valerón. Salió Valerón cuando quedaba un ratito y la afición del Atleti debe agradecer a Lotina el detalle, tanto por habernos dejado disfrutar de él como por no haberlo sacado antes. Salió Valerón y casi ni nos enteramos, y cuando llegó un balón por su zona la grada dijo anda, mira, Valerón. Salió Valerón con ese aire tristón y tímido, las rodillas algo juntas, la mirada despistada y un corte de cuerpo que se le caricaturiza con la edad. Iba Valerón andando por su zona entre fogosos mediocentros de despliegue físico demagógico y media melena empapada de sudor, y parecía que no sabía bien qué hacía ahí con su aire de contable que va a recoger unos impresos. Pero Valerón, ya saben, es así. Le llega un balón a Valerón y le asedia un tipo de dos metros y diez años menos corriendo como un poseso; Valerón da un paso andando hacia un lado y luego andando pero más despacio hacia otro y sigue en el mismo sitio y con el balón mientras que el amenazante atleta que venía echando espuma por la boca está ahora a diez metros preguntándole a un defensa cómo se vuelve hacia el centro, que se ha perdido. Mira Valerón por el ojo de una aguja y da un toque flojito y casi sin querer, un toque que es el reflejo físico de su voz de poca cosa, y deja a un delantero solo delante del portero entre la mirada de los defensas que se preguntan cómo llegó ese balón ahí. Hace Valerón un regate antológico y lo hace como quien compra la prensa, sin alardes, casi pidiendo disculpas, y lo hace rodeado de jugadores con patillitas recortadas y estilismos capilares fashion que celebran los goles imitando la parada nupcial de la avutarda que le miran y no toman nota, aunque debieran. En fin, salió Valerón un rato y el Depor tiró a puerta mucho más que en todo el rato en el que no estuvo él. Valerón, que jugó en el Atleti en un año más bien malo para él y muy malo para el equipo, es de esos jugadores de los que uno hablará a sus nietos tanto por su increíble talento deportivo como por su discreta personalidad; es de esos tipos a los que uno piensa que hay que recibir con una ovación en todos los campos de España.

Jugó en fin el Atleti un partido divertido y ganó con autoridad y brillo, algo que hacía falta a este lado del Manzanares. Y lo hizo con Forlán, a quien se le atribuía un enfado con el mundo, dejando claro que si el Atleti piensa en un jugador-entrenador para el futuro tiene uno con el siete a la espalda. Y con el equipo entero intuyendo cuáles deberían ser sus características, su juego, su misión. Y con una grada contenta una vez más, contenta, que feliz es palabra para un rato mucho más largo.

- Oiga
- Dígame, a ver
- Mire, es que no me creo que Vd, precisamente Vd, no vaya a hablar de Pernía hoy, precisamente hoy.
- Pues no. Hoy no hablo de Pernía porque de Pernía, hoy, habla todo el mundo. Sí, todo el mundo, oiga.


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Epílogo: "Uf, qué lujo", rezaba el titular de la portada del Forza Atleti y el que suscribe y al menos otros veinte o treinta, que tras un rato dejamos de contar, nos quedamos sin palabras. Nuestro héroe el portadista se ha soltado la melena. Advertidos quedan.