lunes, 27 de septiembre de 2010

Crónica de un partido fácil que se complicó más de la cuenta

El Atleti ganó un partido por un gol y perdió un jugador por expulsión y otro por lesión, un balance peor de lo deseable.


En la vida, no lo negarán Vds, hay cosas dificilísimas: encontrarle el punto al arroz, entender el big bang, doblar un mapa de carreteras y que quede delgadito. Pero hay algo más complicado aún, no vayan Vds a creer, y es saber si en el otoño madrileño hace frío o calor. No si va a hacer frío o va a hacer calor, que eso siempre es complicado, sobre todo para los meteorólogos; no si hará mañana frío o si hará mañana calor, no, eso es normal que sea complicado de averiguar, y si no miren Vds las noticias cualquier día. En los días de principio de otoño en Madrid, ni los más viejos del lugar son capaces de decir si hace frío o calor. Algo tan sencillo, algo tan básico, algo tan natural; pues ni por esas, oiga.

A principios del otoño madrileño hace un calor horroroso al sol y hace frío a la sombra, y por ello las terrazas están llenas de gente que a un lado de la mesa lleva manga corta y gafas de sol y bebe cerveza y, al otro, tipos con cazadora cerrada a cal y canto que beben café con leche. La gente sale de casa en pantalón corto y las mamás les tiran por el balcón un jersey que al principio, como saben todos Vds, se rechaza con grandes aspavientos recordándole a la madre de uno la edad que uno tiene y luego, cuando cae el sol y llega el relente, viene la mar de bien.

En otoño, en Madrid, no hace ni frío ni calor sino que hace ambos a la vez. Uno no puede con otro y el otro no puede con el uno y así se produce un fenómeno térmico que no se lo explican ni en Harvard ni nada. En el mismo sitio, en el mismo lugar, con la misma ropa, uno tiene frío y el de al lado calor y ninguno consigue estar bien; no se explica la ciencia lo que ocurre, pero el caso es que ocurre. El madrileño, que de otras cosas (como por ejemplo de elegir alcaldes que no le frían a uno a impuestos) quizás no sepa, sí que sabe sobre este extraño fenómeno meteorológico y hasta le ha puesto nombre. En Madrid, en días de otoño, no hace ni frío ni calor; no hace bochorno ni hiela, no hace agradable ni desagradable: hace frejco. Frejco, con jota de jamón, jerigonza o jején. Frejco, los de Madrid ya saben de qué hablo:

- ¿Hace frío?
- No
- ¿Hace calor?
- No
- ¿Qué hace entonces?
- Hace frejco.
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Llegó la gente al campo un rato antes, aprovechando el frejco, y venía hablando de lo que todos: de los delirantes arbitrajes de los últimos días, de si todo es amarilla o si todo es falta, de si hay que expulsar a todo el mundo o sólo a la mitad, de si en Valencia perdimos dos puntos o ganamos uno, de si Luis Filipe se llama Filipe Luis o es al revés. Llegaban unos en pantalón corto y otros con jerselito de recambio, llegaban algunas de rojo y blanco y con sus hijas, la mar de guapas, mayores y mujercitas aunque equivocadas a la hora de elegir jugador favorito en el álbum de cromos, también de rojiblanco. Llegó todo el mundo al campo convencido de que había que ganar y que se iba a ganar, haciendo cuentas ante los tropiezos de los equipos que andan por la parte de arriba de la clasificación, que es donde tiene que estar el Atleti.

Salió el Atleti y, a la vez, salió el Zaragoza, un equipo al que uno tiene cariño por ser el equipo del alma de buenos tipos que son además buenos amigos y también por haber tenido el valor en su momento de hacerse cargo de Luccin. El Zaragoza salió por cierto al campo vestido de una manera que se puede definir en una única palabra: mal. Llegó, decíamos, el Zaragoza con Leo Franco, con Gabi y con Sinama Pongolle, que salió más tarde, y el público recibió al primero con una gran ovación, un detalle de esos que gustan. Leo Franco, un buen portero que cuajó estupendas actuaciones en el Calderón y dejó también un número considerable de fallos, un tipo que se fue del Atleti con lágrimas en los ojos, un portero cuya planta y enorme envergadura casi habíamos olvidado, se llevó una preciosa ovación dos veces, una al llegar al fondo y otra al retirarse lesionado. No se llevó el mismo tratamiento Gabi, que hizo un buen partido, quizás por haber visitado ya el Calderón varias veces y no haber logrado nunca conectar del todo con la grada. Tampoco se llevó ningún tipo de detalle Sinama, ese asombroso ejemplo de cómo se puede uno ganar la vida haciendo algo para lo que sólo estuvo dotado unos meses, el jugador que se fue del Atleti buscando minutos para llegar al Mundial, convencido según dijo de que para ello debería irse y jugar en un grande; el público no recibió con aplausos a Sinama, ese humorista, y uno no se explica que al menos no le hubieran recibido al grito de "cuñaooo".

Salió el Atleti con un equipo que invitaba a fijarse en varios jugadores en especial: en Filipe Luis Filipe, también llamado Luis Filipe Luis, el fichaje capicúa de relumbrón que aún no había tenido ocasión de ser visto; Tiago, que volvía al Calderón de titular tras su buena temporada pasada y un verano digno de la trama de "Doña Belha" Diego Costa, tercer delantero y pieza llamada a desempeñar el importante papel de dar descanso o sustituir a los delanteros titulares; y, Godín, jugador que había apuntado importancia hasta el momento. De ellos nos ocuparemos en detalle.

Empezó el partido y la gente se fijó en Filipe Luis Filipe. Hombre, mira, ya por fin, a ver éste. Qué flaco es, qué pelo más largo, ya era hora, decían unos; tiene nombre de brandy de La Palma del Condado, parece frágil, a ver si está recuperado, decían otros. Filipe Luis Filipe debió notar las miradas, pero no le afectaron. Filipe Luis Filipe la pidió, la devolvió, tiró un túnel, tiró de lejos, hizo paredes con Simao y estuvo comodísimo, sobre todo el primer tiempo. Filipe Luis Filipe dejó muy buenas sensaciones: bien colocado, rápido sin alardes, sensato en las combinaciones. Aprovechando ese tranco suave y largo de corredor de medio fondo de esos que apoyan sólo la punta del pie, se fue por la banda, tiró un autopase y le dio un gol fácil a Diego Costa, el único de la noche. La gente se dispuso a vitorearle, pero la falta de sincronía entre los que gritaba Luisfili-pé-Luisfili-pé y aquellos que exclamaban Fili-pé-Luís-Fili-pé-Luís dió al traste con el homenaje. Filipe Luis Filipe dejó una buena imagen e hizo a la gente soñar con una defensa con dos laterales con melena, uno diestro, moreno y jevimetal y otro zurdo, rubito y parecido a María Ostiz, puro contraste en las bandas, puro despliegue capilar.

En la media salió Tiago, titular por primera vez. La grada entendió que lo que se pretendía era dar descanso a Raúl García, quien se ha ganado los galones y la titularidad desde hace unos partidos. Tiago llegó con la misión de poner eso en cuestión y, a juicio del que suscribe, no lo consiguió. Empezó sin tener claro su sitio, confundiendo a Assunçao en los primeros minutos del partido, comiéndole terreno o bien alejándose de su sitio correspondiente, sacando el balón por detrás mientras Assunçao presionaba más adelantado. Poco a poco se fue entonando, recuperó algunos balones rebañando a ras de césped y se encontró más cómodo; no fue, sin embargo, el jugador valioso que se apuntó en algunos partidos del año pasado. Tras jugar una hora le sustituyó Mario Suárez, que estuvo discretito, algo falto de rabia en algunos balones a los que había que llegar con fuerza, algo falto de claridad a la hora de jugar balones cuando el equipo estaba con uno menos. Eso sí, gracias al cielo por esa zona jugó Assunçao; si bien al principio no parecía estar a gusto con Tiago, terminó echándose la responsabilidad a las espaldas cuando el equipo tenía uno menos, robando balones en inferioridad, perdiendo también algún balón peligroso, y lanzándose al ataque por la banda en una acción en la que el linier mereció ser expulsado por obstaculizar la carrera del jugador local. Con Assunçao, ya lo saben Vds, siempre se puede contar y ayer no era una excepción.

Por delante de la media jugaron Forlán, impreciso y fallón toda la noche, y Diego Costa. Este último metió el gol del triunfo y pudo meter otro que paró sin mucha dificultad Doblas. Diego Costa venía a despejar dudas y, en efecto, despejó algunas. El partido de Diego Costa gustó a la gente, que le aplaudió en su salida, pero no al que suscribe.

- Pues yo le vi que aplaudía
- Sí, porque lo dijo Perea

Diego Costa mostró todo el partido esa sensación de despiste tan suya, de no saber bien qué debe hacer en determinados momentos. Bajó a buscar el balón muy cerca de los mediocentros durante el primer tiempo, contribuyendo al barullo general y privando al equipo y a Forlán de una referencia para lanzar los ataques. En el segundo tiempo sesteó a ratos y cuando el equipo quedó con diez mostró una falta preocupante de forma, de concentración y de compromiso: siempre diez metros lejos del sitio apropiado durante los últimos minutos del partido, perdió algunos balones por querer regatear más de la cuenta y no llegó a otros por arrancar tarde y lento cuando la inferioridad requería electricidad y rabia. Contó con la breve ayuda de Agüero, que salió al campo en el minuto 75, coincidiendo con la salida airada del estadio de los integrantes de la Sacra Liga Por El Buen Gusto Capilar, que abandonaron la grada en medio de grandes aspavientos y rotura pública de abonos. La salida de Agüero, quien falló en casi todas las acciones en las que intervino, sirvió para que el equipo mantuviera un poco más el balón en campo contrario, y menos mal que fue así.

- ¿No dice Vd nada del Zaragoza, oiga?
- Pues sí, mire ahora.

Y es que el Zaragoza, a pesar de tener un jugador más y media hora por delante e ir por detrás en el marcador, no hizo mucho por ganar. Sin hacer un buen partido, el medio campo del Atleti le ganó la batalla el primer tiempo, período en el que el Zaragoza en pleno prestó más atención a pelearse con Simao, entonado sin el brillo que la grada reclama para atribuirle un buen partido pero acertado en casi todo, que a hacer fútbol. Pero el Zaragoza dejó una sensación gris y sólo destacaron la comodidad con la que jugó Gabi y la calidad de Ander Herrera, jugador llamado a tener un papel más protagonista en un equipo con aspiraciones, sobre todo si limita esa tendencia suya a pelearse verbalmente con todo el que se cruza. En el segundo tiempo y gracias al árbitro, tuvo una ocasión regalada por dos veces para empatar, pero alguna lumbrera encomendó a Sinama Pongolle la misión de meter un gol de libre indirecto dentro del área, un lance posible para un jugador medio pero lejos del alcance del flojo francés. A raíz de esa jugada llegó por cierto la expulsión de Reyes, experto en hacer inconveniencias en los peores momentos, en víspera de partidos importantes, en fases de desquicie arbitral.

Que Muñiz Fernández cae gordo por esa gomina y esa obsesión por ser el centro de atención, sobre todo en partidos televisados, está claro. Que ayer estuvo especialmente mal, pitando lo que no era y amonestando a todo el que pasara cerca, también. Que los árbitros son a veces causantes de que los partidos se echen a perder y de que la gente salga de sus casillas, es cierto, y más cierto aún cuando se trata de un tipo chulesco, protagonista e incompetente como el de ayer. Pero ni eso justifica la torpeza de Reyes, que tuvo a bien aprovechar el barullo general para, en medio del campo, sin nadie para taparle y a vista de todos, empujar a un rival que salía a hacerle un bloqueo, ponerle en bandeja que se desplomara como alcanzado por una flecha envenenada y regalar a Muñiz Fernández ese minutito de gloria que tanto le gusta. Reyes, ya apodado hace tiempo Casito Perdido de Utrera, tiene estas cosas y ya lleva un promedio de expulsiones digno de un carnicero del área; ha conseguido, a pulso, que sin haber visto la jugada la gente tienda a pensar que alguna tontería habrá hecho siempre que se lleva una tarjeta. Reyes, además, no tiene en la plantilla mucho sustituto lógico y Quique tendrá un problema para Sevilla, donde las bandas serán importantes y la alineación de tres pivotes, visto lo bisoño de Fran Mérida, podría ser una fórmula apropiada. En fin, una vez más, gracias, Reyes.

- ¿Y de Godín? ¿No iba a hablar Vd de Godín hoy?
- Que siiiiiii

En un partido que el Atleti no jugó bien y se complicó solo, destacó la defensa. Si bien la primera parte de la frase anterior era de aplicación frecuente otros años, la segunda ya no tanto. Ayer la defensa fue con diferencia la mejor línea del equipo, empezando por Filipe Luis Filipe, de quien ya hemos hablado, y pasando por Perea. Perea lleva varios partidos bien jugados y nadie le echa cuenta, pero ahí queda. No tuvo demasiados problemas, es cierto, pero se sumó al ataque dando un magnífico pase al Kun en el segundo tiempo y entrando con aires de carrilero clásico hasta la línea de corner y metiendo un balón al segundo palo que nadie remató, en el primer tiempo. Perea tiene pinta de acabar jugando este año 25 partidos de titular, gracias a que no se lesiona, a que juega de central y lateral y a que sus compañeros de línea se ven obligados a emplearse a fondo en todos los partidos. Si sigue en esta línea, será una pieza valiosa.

Pero, para valiosos, los dos centrales. Domínguez jugó como en él es habitual, esto es, bien: bien por alto, bien al corte, cómodo en la marca, sin errores de bulto. Poco trabajo tuvo De Gea, y el que tuvo lo cortó antes Domínguez y, sobre todo, Godín. Godín venía haciendo buenos partidos y haciendo a la afición levantar la ceja alguna que otra vez por su querencia a salir con el balón jugado hasta el centro del campo. Una vez lo hizo ayer y al menos otra vez lo intentó, pero con criterio. Además, completó un partido enorme haciendo las veces de capitán de la línea, sacando a los compañeros, llegando a las ayudas, rematando un corner y dando la cara más que ninguno en los balones difíciles. Tanto se empleó Godín que se acabó por lesionar en una jugada que parecía haber acabado en un simple pelotazo y que terminó con Godín retirado en camilla y con un esguince cuyo alcance exacto no se conoce bien aún. Al haber hecho los cambios, Godín volvió cojeando al campo y jugó los últimos minutos lesionado. Algún compañero que sin duda tampoco optará al Nobel este año tuvo a bien jugarle un balón retrasado a pesar de la evidente cojera, y aún así jugó los minutos más difíciles como uno más. Grande el partido del uruguayo ayer, y grande el agujero que dejará si se confirma la lesión.

El Atleti se complicó, en parte por su propio juego limitado y en parte por un arbitraje infame, un partido que debería haber solucionado rápidamente. El rival no le inquietó demasiado, pero aún así sólo marcó un gol y, lo que es peor, perdió a un interior sin recambio y a un central con galones. El Atleti tiene un buen equipo titular y unos suplentes a los que se echa de más con freccuencia; no es el mejor panorama para ir al Pizjuan a jugar contra un equipo al que vendría bien ganar aprovechando el momento complicado que vive y meter puntos de por medio. Eso sí, llegará con Manzano en el banquillo, lo que no es una buena noticia para el Atleti. Mientras tanto, eso sí, las cosas siguen según el plan establecido, que en este equipo no es poco.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Esperanzadora y desesperanzadora crónica del Valencia - Atleti (que aún no nos aclaramos, oiga)

Si el Atleti perdió dos puntos o salvó uno no queda claro a estas alturas.

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- A ver, que levante el dedo el que sepa contra quién jugó el Atleti ayer. Usted, el de la camisa de manga corta azul clarito, a ver.
- Contra el equipo ché.
- Expulsado. A la calle, oiga
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Jugaba el Atleti en Valencia en miércoles a las 10 de la noche, que es tardísimo para casi todo y demasiado pronto para casi todo lo demás. Es tarde para cenar luego, tarde para llevarse un disgusto e irse directo a la cama enfadado, tarde para verlo lejos de casa si al día siguiente hay que madrugar y tarde para llevarse un alegrón e irse a un bar a celebrarlo. Es pronto para cenar antes, pronto para acostarse y esperar al próximo día a ver qué ha hecho el equipo, pronto para desayunar y pronto también para irse a hacer cola en la puerta de la oficina, que esas cosas no las agradece luego nadie. El fútbol de ahora tiene estas cosas y lo peor es que nos vamos acostumbrando: hay partidos a todas las horas posibles, todos los días posibles y en todos las cadenas posibles, y el único patrón general es que los partidos son cuando le viene bien a la televisión y no necesariamente cuando le viene bien al hincha.

Cualquier día les dará por jugar los partidos por trozos y no diremos ya nada: mire qué bien, oiga, tome nota: el Atleti juega la primera parte de su partido de Copa contra el Universidad de las Palmas el miércoles de cinco a seis y cuarto. Aprovechando que por las islas anda el Osasuna, jugarán de siete a ocho contra ellos el primer tiempo del partido de ida de liga y quince minutos de la vuelta, que el día que toca al Osasuna venir a Madrid no puede jugar el partido entero, porque juega a las tres contra el Getafe - horario para el mercado asiático - pero sólo el segundo tiempo, que el Getafe sale ese mismo día para Benidorm a jugar un amistoso que se dará en directo en la televisión kurda y no puede llegar más tarde de las seis, que no sabe Vd cómo son los kurdos con la puntualidad. Si llega el Atleti a la prórroga o los penaltis en el partido de Copa, eso sí, para jugar ya nos vamos al 26 de Enero, festividad de San Tito, que antes no tenemos tiempo; por eso hagan lo posible por resolver el partido en el tiempo reglamentario, que por San Tito gusta el Levante FC de jugar la segunda parte del derbi regional contra el Hércules por ser este santo, discípulo de San Pablo y cabeza visible de la iglesia de Éfeso, el protector de la federación levantina y santo patrón de varias peñas locales; así que si no andan listos, andaremos achuchados.
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Se dispuso el aficionado atlético a ver el partido, y esta vez lo hizo en su mayoría en casa, y como mandan los cánones domésticos: en pantuflas, pantalón de esquijama, camiseta de publicidad y cervecita. Se sentó en su sofá y puso la tele para ver la Sexta y entornó los ojos: uno no sabe si fue una catarata propia o un error general o una nueva forma de retransmitir los partidos, pero la imagen se veía rara, ni nítida ni borrosa, ni bien ni mal, rara, rara, como si delante de la pantalla hubiera una lámina de aceite. Entornó los ojos el aficionado, se limpió las gafas, puso cara de chino y, al ver que no mejoraba la imagen, se lo dijo a su mujer. Ésta, tras mirar detenidamente la pantalla, no dijo nada y se llevó la cerveza, cambiando la jarrita helada llena de Mahou por un poleo templado que supo a rayos al resignado y achinado aficionado.
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Salió el Atleti vestido de Atleti cuando nos temíamos lo peor, y lo hizo con una alineación previsible teniendo en cuenta las ausencias forzadas de Agüero y Ujfalusi. Salio Diego Costa por Kun y salió Perea por Ujfalusi. Salió además Antonio López de lateral, liberando a Domínguez de la tortura que le supone jugar fuera del centro de la defensa y sembrando aún más dudas sobre el estado físico de Filipe Luis Filipe - en adelante nos referiremos así a él dado que tanto Filipe Luis como Luis Filipe son fórmulas comúnmente utilizadas en las tertulias colchoneras. Tras ya un par de meses, tras muchos entrenamientos, muchas esperanzas y bastantes millones, Filipe Luis Filipe aún no juega y sólo calienta, para desconfianza de la hinchada que espera verle pronto como lateral titular y amo y señor de su banda, pero de este lado de la cal.

Por la derecha jugó Perea con botas tan blancas como su dentadura profidén e hizo un partido más que notable. Perea, que siempre pifia una como bien sabe la parroquia, juega bien últimamente, en especial como lateral y más aún ahora que parece haber renunciado definitivamente a complicarse la vida cuando le achucha el rival. Perea estuvo bien al corte, contundente cuando hizo falta e intratable cuando le encaraban; Aduriz metió el gol en pugna con él, sin que a juzgar del que suscribe hubiera error suyo en el gol. Sacó algún buen balón en largo y, eso sí, rara vez subió la banda. Fue esto último lo que hizo al personal acordarse más de Ujfalusi, el protagonista de la semana y alternativa en ataque siempre que puede, sobre todo en los últimos minutos de los partidos. Ujfalusi tiene ahora un merecidísimo apoyo popular, el que uno entiende que merece, obtenido sin embargo tras el affaire Messi y el desproporcionado y desnortado tratamiento dado por la prensa al asunto. Carambolas de la vida, Ujfalusi ha llegado a tener el peso entre la hinchada que merece por un asunto desafortunado; por el contrario, Perea, señalado el año pasado como cáncer del equipo y objeto de las burlas de mezquinas aficiones rivales, lleva unos buenos partidos desde que comenzó el año y tampoco se acuerda nadie de él. Lo normal sería que, ante la vuelta de Ujfalusi, fuera éste el lateral derecho titula y Perea quedase como recambio para el checo y los centrales, con riesgo de caer aún más en el olvido y volver sólo de vez en cuando, con el riesgo de pifia que ello supone. Así que, como aquí somos así, en vista de lo que hay y de lo que puede venir, en agradecimiento le damos a Perea un párrafo entero y además de los gordos.

El primer tiempo invitó a la esperanza. El Atleti, sin hacer un juego brillante, jugaba cómodo, junto, serio y parecía un equipo. No sufría en exceso, demostraba saber a qué jugaba, transmitía saber qué tenía que hacer. El Valencia jugaba algo molesto por la superioridad del centro del campo del Atleti, con dos medios peleones, sólidos y mejores que sus rivales. Raúl García, de nuevo entonado y potente, dejó entrever un defecto que, si llega a pulir, le hará un jugador aún más completo. Tiene uno la sensación de que Raúl García, en ocasiones, se duerme un instante tras una buena acción. Recupera un balón, se anticipa, gana la ventaja al rival y, click, tiene un breve ataque de narcolepsia que le empuja a hacer un mal pase, a dudar un instante, a volver a perder el balón; no es cuestión de intensidad, que le sobra, ni de concentración, que tiene para regalar al resto, sino un puntito quizás de oportunismo, de viveza, de evitar el error por precipitación tras una buena recuperación, de combatir el síndrome Bejbl. Dicho esto, uno ve muy difícil la entrada de Tiago en el equipo titular si Raúl García, que parece ser consciente de que esta es una buena temporada para dar un puñetazo en la mesa, sigue en esta línea. Más confiado y con más presencia, complementa además a Assunçao, enorme una vez más en esfuerzo, presencia y generosidad, gracias a su juego en largo; ayer dejó varios pases para la galería, incluido uno a Forlán que, de haber estado listo el urguayo, habría acabado en gol.

Fue Forlán precisamente quien, a pesar de estar poco preciso toda la noche, inició la jugada del gol. Forlán falló hasta tres ocasiones claras y anduvo algo errático, quizás desasistido por el indefinible Diego Costa; pero, tras un corner rival cortado por la defensa y tras dar la sensación de que iba a ralentizar un contraataque de libro, Forlán hizo un pase magistral a Antonio López. El toque de éste y la definición de Simao, frío y preciso como un cirujano, se convirtieron en el gol del Atleti y de paso en una preciosa jugada de contraataque, ese lance tan bonito cuando se hace bien. Simao tiene estas cosas: quizás no esté a su mejor nivel, quizás se hunda físicamente en los segundos tiempos, pero deja con frecuencia fogonazos de jugador grande y detalles de jugador listo. Hoy por hoy, resulta difícil pensar en no tenerle como titular aunque deje alguna duda de tanto en tanto.

Con el gol el Atleti, como es ya costumbre, reculó. Esto es así desde los tiempos de Aguirre, ya lo saben Vds, y empieza a ser seña de identidad del equipo. Ayer, sin embargo, la sensación hasta el final del primer tiempo fue distinta a otras veces. No dio sensación el Valencia de poder acercarse mucho e incomodar a la defensa, no dio sensación el Atleti de perder el control. Estando los medio centros entonados y Simao con fuelle, estando la defensa más sólida, es difícil que el Atleti pierda los papeles como antes. Sólo dos dudas dejó el Atleti en el primer tiempo: la primera, Reyes; la segunda, Diego Costa. Reyes juega bien cuando tiene fondo. Encara, la pide, hasta defiende y trabaja. A estas fases de trabajo le siguen otras en las que ejerce de liberado sindical durante un rato. Mientras puede y quiere, busca a Diego Costa con frecuencia, y éste responde. También Diego Costa, cuando tiene fuelle, persigue rivales, fija defensas, tira diagonales y mete el cuerpo. Ahora bien, altera fases de trabajo serio con protestas sorprendentes, períodos de desaparición, despiste y huelgas temporales. Forlán nota su presencia y nota sus ausencias, aunque en ambos casos echa de menos al Kun y reza a San Tito para que vuelva pronto.

Tras un primer tiempo esperanzador y serio, cambiaron las cosas. El Atleti se mostró en la primera mitad como un equipo: junto, con apoyos, con relevos en las marcas y despliegue físico incluso tras el gol, cuando dió el paso atrás. El segundo tiempo fue otra cosa. Perdida la batalla en el centro del campo por la superioridad de Raúl García y Assunçao, Emery vio claro que algo había que hacer. Ante el asedio, el paso atrás y el hundimiento físico de los interiores, Quique se quedó en blanco. Emery metió a Soldado, un jugador incómodo, protestón y peleón que junto con Aduriz forma una delantera rabiosa y con malas pulgas. Viendo el estado físico de los interiores, Emery mandó al equipo a jugar por las bandas y aprovechar el revuelo formado por sus dos delanteros en el cogollo del área del Atleti. Quique, por su parte, reaccionó tarde, poco y sin mucha imaginación, poniendo de nuevo en entredicho su capacidad para variar esquemas, reaccionar a los cambios del rival e inventar soluciones, como ya ocurrió con el Barça.

Se tiró el Valencia en tromba a por el partido con una actitud y una intensidad que gustó al que suscribe, haciendo sospechar hasta el más optimista que las cosas se iban a poner feas en breve. Si bien la defensa del Atleti no es la que era, si bien Godín (persistente en sus fases breves de enajenación) saca con contundencia el balón cuando hace falta y corta y juega si es preciso, si bien Domínguez sigue en su sobria y eficaz línea, no puede dejar de mencionarse que el verdadero protagonista y héroe ayer fue, de nuevo, De Gea. La defensa ha mejorado, es cierto, pero no es de recibo que el portero tenga que sacar hasta tres remates cómodos en quince minutos; asfixiados los interiores, no es de recibo que sigan ambos en el campo durante veinte minutos hasta que el banquillo reaccione; desconectada totalmente la delantera, no es de recibo que sigan dos puntas, uno de ellos físicamente desaparecido, hasta el final del partido.

El Valencia presionaba y demostraba que, habiendo perdido dos piezas claves, sigue siendo un buen equipo que ha ganado, además, en agresividad cuando juega con sus dos malhumorados delanteros centro. Si el Atleti aguantaba el chaparrón era por el despliegue de los medio centros (resaltable la actuación de Assunçao en constante apoyo de Perea, sacando entre ambos muchos balones de atrás al alimón en plan pareja artística de gemelos) y, sobre todo, por De Gea. Hasta tres nuevos paradones hizo el portero, diez en tres días si sumamos los del Barcelona. Una gran noticia y una noticia malísima: el Atleti tiene por fin un portero de los que da puntos al equipo, pero a la vez sigue dando facilidades a los rivales para que tiren a puerta. Los achiques desesperados de la defensa llegaban una y otra vez al Valencia, que esperaba cómodo el despeje alocado o el pase impreciso de defensas y centrocampistas del Atleti, incapaces de hacer llegar a la delantera un balón en condiciones. El Valencia dejaba espacio atrás, se volcaba hacia la portería del Atleti y un pelotazo, incluso sin mucha precisión, habría provocado un contraataque peligroso. Pero ni el centro del campo tenía oxígeno suficiente para ver con claridad a dónde centrar el balón, ni Diego Costa estaba en disposición de hacer sprints de cincuenta metros, ni Forlán tenía su día; Agüero, eso sí, se habría puesto las botas en la misma situación. La entrada de Fran Mérida, si bien buscó más control y presencia, terminó dejando interrogantes sobre el sitio en que éste debe jugar y sobre si tiene el empaque suficiente para mantener el balón cuando hace falta. Quique, espeso como el punto de esa bufanda que volverá a lucir en cuanto la temperatura media baje de los 25 grados, no supo qué hacer y no quiso hacer cambios, aún obvios, hasta bien entrada la segunda parte. El Atleti tiene un problema ahí, no hay duda, y si el primer tiempo dejó ver un horizonte despejado, el segundo trajo nubes de tormenta.

El Atleti empató un partido que, visto el primer tiempo debió ganar cómodo y, visto el segundo, pudo perder perfectamente. El punto en Valencia es valioso si se analiza en frío, pero da rabia cuando se ve cómo se consiguió o más bien cómo se dejó ir una victoria posible; posiblemente en Valencia pase al revés, y lamenten su primer tiempo tras haber demostrado que, a la carga, merecieron mejor suerte. El equipo dejó ver un bajón físico que puede ser lógico pero es también preocupante. También se puso de manifiesto que, fuera del equipo titular, las dudas siguen vigentes.

El Atleti lleva 7 puntos de 12 posibles. Ha perdido en casa con el Barça, algo admisible. Ha empatado en Valencia, que no es mal resultado y ha ganado en Bilbao. El calendario será más benévolo más adelante, pero por ahora la botella puede verse medio llena o medio vacía, siendo lo segundo excesivamente cenizo a estas alturas. El equipo claramente juega mejor cuando tiene fuelle y tiene a los titulares; los suplentes y el estado físico dejan dudas. Hay cosas que invitan a la esperanza y otras, a lo contrario. No está el equipo para encomendarse a San Tito, pero tampoco para tirar cohetes. Confiemos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Crónica del Atleti - Barça, o elogio del líbero y los buenos modos

Llegó la afición al campo con camisa limpia de partido grande y se fue con mala cara por haber perdido el partido y haber visto un gesto feo.


Decía el aficionado medio, el de caña previa y vino post partido, el que mira de reojo los resúmenes en el bar, el que queda con los amigos una hora antes y pregunta cómo lo ves y responde no sé, yo creo que hoy ganamos pero vamos que no sé, estos son muy buenos, decía ese aficionado que ojalá todos los partidos del año fueran el de ayer. Llegaba el Barça al Calderón, venía un equipo lleno de estrellas cercanas al que no se cansa de ver el aficionado a este deporte, un equipo que, rivalidades y oportunidades y clasificación aparte, no puede caer sino bien gracias a la forma de ser de la inmensa mayoría de sus jugadores. Un equipo, uno cree, histórico al que merece la pena ver cuantas veces sea posible para contar a los nietos si, yo vi a ese equipo en el Calderón no sé cuantas veces, le vi perder y le vi ganar, vi a Xavi fallar un pase y hacer tres mil bien, vi a Iniesta regateando rivales con un movimiento de barbilla, con la cabeza alta y sin mirar el balón, sin agachar la vista, sí, vi a Agüero romper cinturas como antes vi a Torres marcar una y otra vez contra ellos, sí, yo les vi, miren Vds qué bien. Llegaba el Barça, un equipo contra el que las victorias son dulces y las derrotas no tan amargas, un equipo contra el que el Atleti suele jugar bien y sacar la casta, un equipo que suele regalar grandes jugadas, goles para el recuerdo, domingos de esos de sonrisa hasta el jueves. Llegaba el Barça y el Calderón y sus alrededores estaba precioso, como en los días grandes, con buen tiempo y aceras repletas y camisetas rivales entre las locales y la gente esperando lo más grande.

Salió el Atleti y salió enfrente un equipo vestido de neurocirujano de corto, con camiseta verde hospital y pantalón azul, un equipo vestido de otro equipo que sin embargo resultó ser el gran equipo que esperábamos. El Atleti salió vestido de Atleti y con la única alineación que uno esperaría o quizás no: con Domínguez de nuevo de lateral izquierdo, frente a Alves, con Perea de central. El resto, lo esperado mientras no se manifieste el virtual Filipe Luis, lo normal mientras Tiago no haga méritos para buscarse un sitio o mientras Agüero no descanse tras una lesión.

Salió el Barça con un dibujo nuevo que era la comidilla en los pasillos del estadio en el medio tiempo: con tres centrales cuando sacaba el balón y cuando defendía, con dos laterales muy abiertos y adelantados en la fase inicial del juego, sin delantero centro, con un equipo que jugaba con siete u ocho centrocampistas, según las fases. La atención, por supuesto, estaba en la defensa: Busquets salió de líbero, mandando y barriendo tras dos centrales apoyados en los lados, y la noticia alegró a Franz Beckenbauer y Franco Baressi, quienes, al ver el planteamiento del partido, se echaron hacia adelante en el sofá, se pusieron un cojín en la barriga y abrieron los ojos, más brillantes que otros días. Mira, niño, un líbero, decían los aficionados con canas, dando codazos al sobrino, ¡un líbero! ... ¿Papá? ¿Sí? ¡Un líbero! ¡Ha salido un líbero!, decían otros llamando por teléfono a sus ancianos progenitores con la emoción del que ha visto el último tigre albino, un quetzal o un lince ibérico. ¿Pero qué me estás contando? Que sí, que sí, que en el campo hay un líbero, que yo lo he visto, lo he visto claro y meridiano, está ahí, a ojos de todos. Inmediatamente se suspendió una sesión de la ONU, se decretó un alto el fuego en un frente bélico africano, la Patrulla Águila fue movilizada por si alguien les pedía sobrevolar el Calderón en vuelo rasante para celebrar el evento y se colapsaron las centralitas de Iberia por la gran cantidad de llamadas de teléfono recibidas desde asociaciones de amigos del Yeti y buscadores del Big Foot y el Sasquatch, locos por venir a Madrid a estudiar el prodigio, tan esquivo como sus objetivos tradicionales. En el campo había un líbero, un líbero otra vez, un líbero, alabado sea Luiz Pereira.

La salida de Busquets como último hombre trastocó al Atleti. ¿De qué juega ese?, decía Agüero. De líbero, decía Forlán, antes se jugaba así, eso me dijo mi padre. Anda, ¿sí? qué me dices, qué cosas tiene Guardiola, se ve que ese gusto por el jerselito retro le ha llegado también al estilo de juego. ¿De qué juega eseeeeeeee?, preguntaba a voces Raúl García a todo el que pasaba, y probablemente fueran esas preguntas las que le hicieron cometer fallos de esos tan escandalosos suyos en las primeras tres, cuatro pelotas que tocó. El Atleti parecía haber salido a apretar al Barça arriba, contando con Busquets por delante de la defensa; pero delante de la defensa no había nadie, había un espacio y, al final de ese espacio, Xavi e Iniesta, ahí es nada. Kun, tocado tras la lesión de Bilbao, no estaba y Forlán corría y corría pero no encontraba nadie cerca a quien presionar, estando Busquets tan atrás. Assunção y, sobre todo Raúl García esperaban, más cerca de la defensa, dando metros a los que piensan en el Barça. El resultado, ideal para el rival: entre Busquets y los centrales sacaban cómodos el balón hasta Xavi e Iniesta quien, con metros por delante (salvo arreones de Assunção) y con dos laterales abiertos, Messi y Pedrito omnipresente, no tenían demasiado problemas para controlar el partido. Sólo Villa parecía despistado, aunque no lo estuviera tanto.

Con la defensa del Atleti algo adelantada y los medio centros muy cerca de ella, el Barça acumulaba centrocampista en una franja limitada de terreno. Ahí es donde se ve la calidad de los barcelonistas: con espacio son buenos, con poco espacio, también. Hasta ocho jugadores ocupaban una parcela de campo relativamente estrecha cuando el Barcelona atacaba y Busquets adelantaba a los centrales; Alves, además, ocupaba toda su banda y estrechaba aún más la zona en la que se movía el resto. Éstos, con toques de fútbol sala, combinaban y combinaban mientras Assunção y Raúl perseguían el balón e intentaban tapar espacio. Dos centrocampistas son pocos para aguantar tal chaparrón y se echó de menos más ayudas de Simão y Reyes. Domínguez sufría de lateral, Ujfalusi no tanto. Perea se limitaba a cruzarse y correr y hacer su pifia reglamentaria en medio de un buen partido, Godín mandaba aunque dejando detalles de esos suyos que le hacen a uno maldecir: salir más lejos de lo recomendable, intentar un regate más antes de dársela a un centrocampista, dudar en un despeje.

Controlado el centro del campo, era cuestión de tiempo que el Barça tuviera un tiro claro. Un balón en profundidad a Villa acabó en un palo, el rechace en otra jugada, en otro balón profundo y en un buen gol de Messi de toque sutil. En la grada llamaba al atención la facilidad con la que jugaba el rival, cundía la sensación de que podrían verse muchas más jugadas parecidas, de que jugar en el centro del campo del Atleti ayer debía ser un infierno. Empató Raúl García de cabeza aprovechando una pifia de Valdés, mala señal dado el poco trabajo que tuvo, y celebró el gol casi solo, qué cosas tiene a veces este equipo. El Atleti se encontraba con un empate afortunado y tocaba defender la situación. No se hizo: falló Godín en un balón alto y marcó Piqué. El Atleti dejaba ir el golpe de suerte del empate, y el partido llegaba al descanso con la sensación de que en pocos partidos se había visto tan cómodo al Barça y en pocos partidos tan incómodo e impotente al Atleti.

Cambió algo el equipo en el segundo tiempo, pero no lo suficiente. Desaparecido Agüero por problemas físicos y desarbolado el resto por exceso de trabajo, parecía necesario dar un giro al asunto. Quique demostró no tener plan B y estar superado claramente por Guardiola. Pudo meter a Tiago, abrir los interiores, dejar a Forlán sólo en punta. Pudo echar a Forlán más atrás a defender el primer por delante de los medio centros, pudo meter otro interior y subir a Reyes a la media punta, pudo obligar a los jugadores a jugar a un toque, o sólo con la izquierda, o hablar en esperanto entre ellos para sembrar el desconcierto en las filas rivales. Pero Quique no pareció tener herramientas para cambiar el partido. Cambió cromo por cromo, punta por punta, lateral (con tarjeta) por lateral. El cambio de Domínguez fue sintomático, en el banquillo no había ideas y se intentaba, al menos, evitar males mayores.

El Barça aflojó, cómodo en el partido, y el Atleti apretó más. Poco se le puede echar en cara a los jugadores ayer. En alguna ocasión dejaron entrar a Messi hasta dentro, mirando cómo lo hacía, es cierto; en otras, Forlán no metió el pie en los balones que requerían jugársela, es posible; pero, en general el equipo intentó capear el temporal con lo que pudo y, así, milagrosamente, llegó a falta de diez minutos con un gol de desventaja, sólo uno.

Aquí el único pero que se le puede sacar al equipo, visiblemente a merced del rival el resto del partido: no haber tocado a rebato, no haberse lanzado en busca de un punto que habría sabido a gloria y podrá ser importante en el futuro. ¿Qué diferencia habría habido entre perder ayer 1-2 o 1-3? ¿Por qué no se lanzó el Atleti a un asedio suicida del equipo rival, a buscar un gol de barullo, de rebote, de espaldazo de esos que la prensa ensalza como golazo según quién lo mete? Quizás el Atleti se reservara para los próximos partidos y prefiriera no arriesgar tarjetas o fatiga en los últimos quince minutos, quizás el Barça les tuviera comida la moral o quizás simplemente no fuera posible.

Y quizás simplemente no fuera posible porque, de no ser por un único factor, el partido de ayer normalmente habría acabado 1-4 o 1-5. Ese factor, naturalmente, fue David De Gea. Uno, que no lleva tanto en esto pero que ya lleva un rato, no recuerda una actuación de un portero del Atleti como la de ayer. Sí recuerda a algún portero rival parando cuatro, cinco goles claros, sí recuerda a Diego López desesperando al personal o a algún portero, propio o rival, salvando puntos con un par de intervenciones de calendario; lo de ayer, la verdad, no lo recuerda uno. Por arriba y por abajo, a una mano, blocando, despejando e imponiendo, De Gea fue el jugador clave en una derrota y eso dice mucho del partido. De Gea desespera a los rivales y da una increíble seguridad a los propios con ese estilo tan suyo, con esa cara tan suya de estar haciendo un sudoku mientras le llega el balón. De Gea da la impresión de poder charlar animadamente con un central sobre cómo conseguir que la verdura quede crocante pero no cruda en el arroz meloso, blocar un tiro a la escuadra desde quince metros del máximo goleador de la liga, y seguir, al levantarse con el balón atrapado, dando consejos al mismo central sobre qué verduras hay que echar antes, por ser más duras y resistentes al hervor, todo como si tal cosa. Ayer De Gea paró las que vienen de lejos y sacó los uno contra uno a dos metros. Paró balones en la cepa del poste izquierdo y en la escuadra derecha con una mano y con la otra. De Gea paró hasta las jugadas anuladas y lo hizo siempre con esa suficiencia tan suya que desespera a los delanteros, con esa naturalidad casi insultante. De Gea fue lo mejor del Atleti en un partido en el que el Atleti, poniendo ganas, no estuvo bien.

Penúltimos párrafos para el lance que ocupa todas las portadas de hoy, para el borrón del domingo. Ujfalusi, con el partido casi acabado, hizo una entrada a Messi que en el campo no pareció para tanto pero que en televisión y foto da grima. Ujfalusi cazó, queremos pensar que sin voluntad, el tobillo de Messi y éste, un jugador que no se queja en exceso a pesar de recibir su buena ración de patadas por partido, inmediatamente dejó claro que le habían hecho daño. Ujfalusi, vaya por delante, es el ojito derecho del que suscribe. Siempre se ha comportado como un jugador valiente sin ser violento, duro pero noble, poco amigo de que le tomen el pelo y dado a marcar territorio pero no dado a la patada alevosa o al teatro mezquino de otros. Ayer Ujfalusi se llevó por delante a Messi, hizo una entrada feísima que, de ser voluntaria, requeriría una sanción tan fuerte como la que normalmente reclamamos para los jugadores que hacen lo mismo con los nuestros. Y nos gustaría que Ujfalusi acatará la decisión con la misma nobleza que ha mostrado hasta ahora en el campo. Y no lo dudamos.

Ujfalusi fue expulsado directamente, algo que pareció excesivo en el campo y menos tras ver la repetición, y Messi se fue del campo en camilla, casi como Agüero la semana pasada en Bilbao. Igual que la semana pasada en Bilbao, parte del público silbó a Messi y le deseó lo peor; si vergüenza nos dio la escena de San Mamés, más vergüenza nos dio ayer lo visto en el Calderón. Más vergüenza, sí, por ser los nuestros. No sólo porque es desagradable ver que alguien pita a un jugador lesionado, ni porque ese jugador lesionado sea alguien poco dado a las provocaciones y los malos modos sino, bien al contrario, un tipo humilde que ya se fue una vez ovacionado del Calderón al hacer un partidazo. No sólo por lo que supone de esquizofrenia colectiva, sólo justificable por el manido argumento de "esto pasa en todos lados". Nos dolió más por pasar en nuestra casa, por ser los nuestros, por ser curiosamente los mismos que ovacionaron antes a Iniesta al salir del campo, quizás para agradecerle, no el partido, sino la humildad, el buen gusto y la cantidad de cervezas que nos hemos tomado celebrando su golazo ante Holanda. Nos dolió más porque fueron los nuestros, porque antes en el Calderón no pasaba lo mismo que en otros campos y ayer sí fue así. Quizás, como dijo alguien, es una batalla perdida; pero en ganar las batallas perdidas está la sal de la vida, la esencia del ser distinto, la seña de identidad de las rayas rojiblancas.

En sólo dos días el Atleti jugará en Valencia. El partido de Tesalónica sembró dudas y el de ayer confirmó que, como no era evidente, el equipo está lejos de hacerle sombra al Barça. El partido de Valencia, empero, será importantísimo para aclarar en qué situación está el Atleti, qué podemos esperar de él. Mientras deseamos una pronta recuperación a Messi, esperaremos a ver cómo evoluciona el esguince colectivo que el Barça hizo ayer al equipo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Dubitativa crónica jónica del Aris – Atleti (¿o era dórica? ¿o corintia?)

El Atleti salió ayer al campo seguro de sí mismo, con andares de Danny Zuko, y se encontró un césped lleno de lo que pensó que eran papelitos: se equivocaba, eran sus propias dudas.


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(viene de AQUI)

Con profusión de datos y amplio soporte documental, el Doctor Griffayala explicó ante sus colegas de profesión reunidos en el improvisado auditorio - que entre todos sumaban más de cinco mil dioptrías - el verdadero sentido de la Última Cena, muy alejado de lo que la tradición indica. La Última Cena fue una cena de equipo, pensada para festejar el final de la temporada de fútbol local y denunciar un acontecimiento miserable.

El Doctor demostró que San Judas Tadeo, a quien la tradición cristiana confiere el poder de resolver casos dificilísimo por ser patrón de los imposibles, no era un simple agricultor sino un portero de reflejos felinos y poderoso juego aéreo que, a pesar de su baja estatura y jugar con sandalias, era capaz de hacer paradas inverosímiles y salvar goles cantados in extremis. Demostró también sin ningún género de dudas que, por su envergadura, Santiago el Mayor jugaba de central (ya desde juveniles en su club de origen, el Compostela) y que compartía demarcación con San Andrés, jugador sobrio y conservador, conocido en el grupo por defender siempre la conveniencia de defender más que atacar dado que el cero cero era siempre un resultado positivo y valiosísimo; esto, según algunos teólogos, explica que más tarde la tradición hagiográfica le reconozca martirio en una cruz con forma de X. Al lado de estos dos apóstoles, como demostró Griffayala, jugaban dos laterales duros: por la izquierda el rudo Simón el Cananeo, rápido y pegón, y por la derecha, como no podría ser de otra forma, Tomás.

El Doctor demostró también que la figura de Jesucristo, a la que el resto de asistentes a la cena llamaban "maestro" o, en hebreo clásico, "míster", era el verdadero gestor del grupo, el líder, el responsable de marcar el futuro del mismo y su doctrina, como bien confirma la tradición cristiana. Entre el asombro y entusiasmo general, el Doctor Griffayala mostró como los símbolos cabalísticos, las flechas, los rectángulos y círculos, debidamente ordenados, confirmaban que en la época de Jesucristo el sistema predominante era el 4-3-3. Así, tras los cinco apóstoles mencionados, los papeles de Tubinga demuestran que la línea central, la más floja del equipo, estaba formada por Felipe, Bartolomé y Mateo, apóstoles de brega y sacrificio con menos talento creativo que la mayoría de sus compañeros, motivo por el cual han llegado con menos relumbrón a la historia. La única excepción a esta medular discreta la aportó San Mateo quien, si bien tuvo una carrera plagada de lesiones, trajo a un nuevo jugador al equipo, un conocido con el que compartió taller de escritura. Se trataba de Marcos, compañero de proyectos literarios y fino interior con pelo a tazón que terminó en el Barcelona.

La delantera titular, demostró el Doctor Griffayala, estaba formada por dos extremos jóvenes y livianos muy al gusto de la época, Santiago el Menor y el jovencísimo San Juan, el único imberbe del grupo. El delantero centro, alma del equipo, goleador, líder y autor de goles vitales, jugador oportunista que aprovechaba rebotes y despistes gracias al instinto desarrollado en su profesión original, era, naturalmente, Pedro.

Llegado a este punto de la brillante presentación, los expertos explotaron de júbilo, lanzaron sus carpetas y gafas al cielo, se abrazaron y vitorearon al Doctor Griffayala, que en este punto se arrodilló ante todos e hizo el arquero, justo antes de ser abrazado con violencia por el señor de Valladolid quien, a pesar de no haber hecho nada durante toda la investigación, le había cogido cariño. En medio del jolgorio y el entusiasmo, sin embargo, sonó la desagradable voz del arqueólogo enano Monsieur Mophette quien, rojo de ira por haber sido vencido en su carrera, se subió a una máquina de tabaco y reclamó la atención de los expertos quien, a estas alturas, hacían la conga por el parking de camiones.

"Bgrillante", dijo el francés con ese acento que tanta gracia nos hace, dando un par de palmas socarronas. "Bgrillante", repitió desafiante, "pegro vous ha olvidaddo algo impogtante... ¿Y Judas?"

Conscientes de que faltaba un apóstol, de que sólo había hablado el Doctor Griffayala de once de los doce apóstoles, los expertos enmudecieron, pararon la conga, se quitaron las corbatas que habían anudado en la frente y se bajaron las perneras que se habían remangado. Volvieron a sus sillas, recuperaron sus blocs de notas y se dispusieron a escuchar al investigador argentino quien, consciente de que se jugaba toda su credibilidad y temeroso al poder darle un disgusto gordo al señor de Valladolid, tragó saliva. Con paso firme se acercó al estrado, ordenó sus notas y se dispuso a acometer el momento clave de su vida profesional con la entereza del que sabe que tiene razón.

Sin temblores en la voz, el Doctor Griffayala se lanzó con entusiasmo a la demostración definitiva. Mostró documentos, proyectó copias, elaboró teorías y presentó hechos y, finalmente, mostró un pergamino único, un documento en pésimo estado de conservación en el que se podía ver el cuño oficial de un club de la época y la rúbrica de un tribuno sin principios, envuelto en escándalos inmobiliarios relacionados con la construcción de unas termas. Así demostró el Doctor Griffayala que en época de Jesucristo al fútbol jugaban doce hasta que, precisamente tras esa cena y los acontecimientos que la siguieron, los equipos pasaron a estar definitivamente compuestos por once jugadores. El décimo segundo fue eliminado de las alineaciones por vergüenza, en memoria del infame hecho, de la vil traición que tuvo lugar esa noche. Porque, como se encargó de demostrar el Doctor Griffayala entre los vítores de sus compañeros de profesión y la mirada iracunda y vencida del pérfido arqueólogo enano, no había lugar a dudas: durante la Última Cena se descubrió que Judas, el traidor, Hugo según escritos apócrifos, había fichado, por la mezquina cantidad de 30 monedas por el otro equipo grande de Jerusalén.

Los disturbios y altercados que siguieron a esta noticia ya los conocen Vds.
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- A ver, que levante el dedo el que sepa dónde jugó ayer el Atleti. Bien, a ver, usted, el del jersey de ochos
- En el Infierno Griego
- Salga de clase ahora mismo. Y suspendido además.
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Llegó el Atleti muy bien peinado a Grecia y, emulando a Pepe Trueno, se sacó los cuellos de la camisa de la americana, se repasó el tupé y dijo a la concurrencia: mira bien cómo me muevo, mira qué bonito ando. Al no recordar la letra del todo y no encontrarla en google, también dijo el Atleti algunas verdades de la misma canción, aunque de forma inconexa: dar primero es dar dos veces, dar segundo es no dar ná; ir primero es importante, pero hay que saber llegar. Y, ya desafiando al rival, dijo aquello de envidia que tú no puedes, mira qué bonito ando. Un par de horas después el Atleti miraba sus zapatos de bailar y examinaba si había alguna piedra dentro.

Salió el Atleti a un campo lleno de papelitos y con unas gradas de esas que asustan hasta por la televisión, con una alineación rara y con cara de venir a cumplir con el expediente, recoger la ropa limpia e irse a tomarse un café. El Atleti salió con aires de Arturo Fernández y muchos centrocampistas, cinco para ser exactos: Camacho y Raúl más cerca de la defensa, Fran Mérida por la derecha, Simao por la izquierda y Tiago en el centro. Salió también con Forlán solito en punta y con cuatro defensas: los dos titulares en el centro, Valera en la derecha y Antonio López en la izquierda. Es decir, salió el Atleti con algunos titulares y algunos suplentes y cuasi titulares, cosas normales a principio de temporada y algo lógico cuando el Atleti tiene dentro de tres días un partido importantísimo y otro casi tan importante dentro de seis, algo normal cuando uno sale como campeón de una competición cuyos compases iniciales mezclan en fase de grupos equipos fáciles con otros menos fáciles. Salió el Atleti con un equipo que debería haber empatado como mínimo y perdió, se llevó un gol y se pudo llevar al menos otro. También pudo marcar alguno, es cierto, pero la sensación que dejó se resume en una palabra: duda.

Dudas dejaron algunos de los jugadores llamados a reforzar un equipo que el año pasado empezó a funcionar y que ha empezado la liga con más autoridad de la esperada. Entre las dudas leves entra la duda de Tiago. Tiago, que jugó primero en un centro del campo superpoblado y luego compartiendo doble pivote, el puesto en el que el año pasado brilló a veces y cumplió otras. Pero Tiago jugó lento, sin sitio y sin participación en el primer tiempo cuando se agolpaban centrocampistas, y jugó sin sustancia y sin presencia en el segundo, cuando el equipo volvió a su dibujo habitual, con dos puntas. Tiago jugó andando, no encontró el sitio, no se sintió cómodo y dejó dudas sobre su forma física, sobre su momento puntual y sobre su verdadero peso en el equipo, que parece haber perdido en parte tras unas pocas ausencias. Si bien Tiago cuenta con crédito y la convicción general de que es un buen jugador de plantilla que mejora lo que había y que, si juega bien, puede tener una participación más que interesante, también ha hecho a más de uno levantar la ceja, preguntarse si no debería estar a un mayor nivel físico ya o si el año pasado dio más de sí por ser año de Mundial. Ayer Tiago dejó dudas pero cuenta al menos con un saco de certezas que echarnos a la cara por ahora.

Más dudas dejó Camacho, o menos, según se mire. A Camacho todos le deseamos lo mejor por ser joven, venir de la cantera (si bien no desde alevines, oiga), ser aguerrido e internacional en las categorías inferiores. Camacho, además, ha hecho buenos partidos en el pasado incluso cuando llegaba al equipo como caído de un quinto piso, sin continuidad, como parche en partidos importantes y de nivel en los que cumplía con más nota de la que lo haría un veterano. Pero Camacho, ayer, arrojó luz sobre sus propias ausencias y dejó montones de dudas sobre su futuro. Ni estuvo en su sitio ni permitió a los jugadores que le rodeaban estarlo. Acelerado a ratos, lento otros, pegón en mal momento, algo ausente, Camacho bajó repentinamente ayer varios puestos en el ranking de jugadores de cantera que llaman a la puerta para pedir una oportunidad en serio. Camacho, si quiere recuperar crédito, deberá emplearse más y con más cabeza, ganar galones y calma, transmitir saber hacer y completar buenos partidos. Ayer, aunque quizás sea pronto para decirlo, quedó muy lejos de todo ello.

Dudas dejó también Fran Mérida, un jugador al que muchos esperamos con especial cariño, receptivos a lo que haga, mirando con un cristal indulgente sus actuaciones. De Fran Mérida nos gusta que sea del Atleti, que haya querido venir, que haya pasado por escuelas de prestigio como la Masía y el Arsenal y aún así prefiera jugar con nosotros. Le presuponemos clase y base por haber pasado por donde ha pasado, y cuenta con un cierto prestigio por haber sido fijo en selecciones de categorías inferiores. Le presuponemos toque de porcelana y talento natural, y esperamos que sea el jugador que aporte luz cuando haya apagón general en el resto, algo común en el Atleti. Y, con todo eso, ayer ná. Pegado en la banda derecha, no tuvimos noticias de él durante el partido, ni buenas ni malas. No aportó nada al juego, quizás lo bueno es que tampoco aportara fallos garrafales. Insustancial y gris, a más de uno le hizo pensar en otro jugador que tampoco es de brega ni de suficiente toque, ni de punta ni de banda sino de posición natural, un jugador que no nombraremos por no mentar a la bicha. Eso sí, Fran Mérida deberá despejar dudas si no quiere pasar a la lista de promesa en espera, esa lista tan larga en el fútbol español.

Dudas deja también Filipe Luis y sus continuas ausencias. Filipe Luis, un fichaje caro y recién salido de una lesión, es quizás el más ilusionante de la temporada y el que menos hemos visto. Filipe Luis, a quien la mayoría llamamos Luis Filipe por que nos es más sencillo, está llamado a ocupar toda la banda izquierda del Atleti y por ahora sólo ocupa una silla en el banquillo, que es algo que otros también podemos hacer bien. No sabemos si es que no está físicamente bien, no sabemos si es que le falta ritmo o confianza, no sabemos si es que Quique es de naturaleza reservona y cauta y por eso no quiere arriesgar, pero el caso es que donde debería estar Filipe Luis hemos visto a Domínguez y Antonio López y no a Filipe Luis, y ya uno empieza a dudar de todo.

Dudas volvió a dejar Diego Costa. Salió en el segundo tiempo por Raúl García, el centrocampista más entonado, para que el equipo jugase con dos puntas y, entendemos, para que Raúl descansara en espera de la paliza de correr que deberá sin duda darse el domingo. Salió Diego Costa y nos quedamos un poco igual. Tuvo tiempo para mostrarse, tuvo ocasiones para marcar y tuvo la puntería averiada. Tuvo un remate clarísimo de cabeza que echó alto, un remate más forzado con el pie, quizás alguna otra ocasión. No resolvió, que es algo admisible en alguien que resuelve normalmente, preocupante en Diego Costa. Diego Costa pudo marcar y despejar alguna duda, y en vez de eso despejó algún balón alto y se cubrió de más dudas, ya de paso.

Menos dudas y más confirmaciones dejó Valera. Valera dejó claro que no hay dudas sobre que no es un recambio de garantías para el lateral derecho, que su banda es un vergel para los delanteros rivales y que, por más esfuerzo que le ponga, por más que salvara un gol cantado con el pecho, por más que mirase una de sus botas tras caerse, como si la culpa fuera de quien se las ató sin lazada doble, razón por la que se pisó un cordón, no transmite más que miedo cuando sale de titular. Estaba claro que no había lateral derecho de garantías si Ujfalusi falta, ahora ya no hay duda alguna.

Tanta duda hubo que De Gea dudó en un balón despejado y casi nos marcan y hasta Domínguez dudó en el gol del Aris y no llegó a tiempo. Dudaron Forlán y Simao sobre si seguir corriendo o dejarlo y reservarse para el Barça, dudó Reyes si sonreir como él es costumbre o estudiar física cuántica. Dudó Quique y cambió de sistema al medio tiempo, dudó la afición entre quinto y tercio, dudó hasta el apuntador tras el partido de ayer. Dudaron los señores que cenaban si pedir carne o pescado, dudaron sus señoras esposas entre blanco y rosado y tanto dudó el personal que la propia autoridad dudó si declarar el día de ayer Día Mundial Cartesiano.

Deberían también dudar los que creen que el Atleti es candidato al título sin despeinarse, los que opinan que corriendo la mitad ganaremos el doble, los que sacan más pecho del que corresponde y los que hacen burla a los barcelonistas antes del partido del domingo. Más le vale al equipo hacer examen de conciencia sobre lo visto ayer en Tesalónica; de lo contrario, el derrape jónico, dórico o corintio, que ya dudamos, se puede convertir en más frecuente de lo que pensamos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Orgullosa crónica del Athletic - Atleti (o qué bonita es la vuelta al cole con plumier nuevo)

Ganó el Atleti en Bilbao un partido serio, sin arrugarse y mandando. Pudo meter algún gol más y no debió recibir ninguno. ¿Será posible?

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Recordarán los seguidores de este blog, a quien es fácil reconocer por la calle por tener cara de haber dormido mal, estirar con frecuencia las cervicales y llevar siempre a mano medicamentos contra la jaqueca, el importante hallazgo documental estudiado por los expertos en la ciudad de Tubinga, Alemania, que arrojaba luz sobre el inicio de los tiempos, la creación del mundo y algunos elementos esenciales para su disfrute. Pues bien, el continuado y ulterior estudio de los documentos de Tubinga ha aportado más datos sobre otro momento crucial de la historia moderna: la Última Cena.

El análisis de los viejos pliegos referentes al momento de la ocupación romana de Judea, hacia el año 30 de nuestra era, se centró en un primer momento en el estudio de los símbolos que en ellos aparecen, tomados en un principio por mensajes cabalísticos y signos mágicos. Los pliegos, en efecto, contienen gran cantidad de gráficos llenos de flechas, números y líneas continuas y discontinuas que unen los anteriores, los relacionan y los separan. Es frecuente, por ejemplo, que los diferentes símbolos se encuentren siempre enmarcados en una forma rectangular que, a su vez, contiene un círculo, semicírculos, varios rectángulos más pequeños, cuartos de circunferencia y otras señales misteriosas. Estos símbolos, familiares para los estudiosos de lo oculto, atrajeron la atención de expertos en escrituras vernáculas, jeroglíficos egipcios y traductores de libros de instrucciones de aparatos electrónicos, que rivalizaron entre ellos por descubrir el misterio.

Ante dichos descubrimientos, la flor y nata de la investigación internacional se lanzó a una carrera frenética por desentrañar el enigma. Si bien en un primer momento parecía que la delantera en la investigación la tomaba el famoso investigador francés Monsieur Mophette, arqueólogo enano ducho en el uso de la lupa subido a un taburete, fue finalmente un historiador argentino, el Doctor Griffayala, quien encontróla senda correcta. Ayudado en su labor por un señor de Valladolid, el investigador argentino siguió su instinto y rebuscó en su memoria símbolos similares a los que aparecían en los papeles de Tubinga tras comprobar que, ya a primera vista, le resultaban familiares. El Doctor Griffayala pasó casi tres años encerrado en su estudio bonaerense aislado del mundo, con la sola ayuda del señor de Valladolid, consagrado en cuerpo y alma al estudio de los pliegos.

Confiado en pasar a la historia, como así sucedería luego, el Doctor Griffayala convocó un congreso extraordinario de historiadores, arqueólogos y teólogos para dar a conocer sus conclusiones, las mismas que fueron luego publicadas en el prestigios Massachusets Journal of Useless Studies. El congreso inicialmente se organizó en un paraje secreto de la selva amazónica, si bien la ubicación fue cambiada más adelante por haber muchos mosquitos y terminó celebrándose en un restaurante de carretera de alta seguridad situado en un lugar indeterminado de la provincia de Cuenca, escogido por la excelente relación calidad-precio de su carta, como demostraba la afluencia masiva y continua de camioneros. En este lugar secreto, en una sala oscura con un proyector y rodeado de muestrarios de navajas y perdices disecadas, el Doctor Griffayala hizo las revelaciones que cambiaron el mundo.

En sus conclusiones, el Doctor Griffayala compartió con los asistentes revelaciones claves para entender los más privados secretos de la Iglesia Católica: las razones que impulsaron la selección de los Apóstoles, la diferencia de características entre ellos, su misión concreta, su papel en la maquinaria que daría luego lugar a el fenómeno religioso más importante de la Historia, las relaciones entre ellos y la creación, más adelante, de sociedades secretas y públicas que seguirían con el legado de los asistentes a la Última Cena. Los papeles de Tubinga no dejaban lugar a dudas y sólo el Doctor Griffayala había dado con la clave.

(Continuará....)
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Llegó el Atleti a Bilbao de líder y campeón europeo y lo hizo con andar pinturero, sonrisilla de triunfador y con la cara que llevan los niños que estrenan plumier de Bob Esponja el día de vuelta al cole. Hola buenas, ¿qué tal por aquí? Por allí bien, ya saben, fíjense en la clasificación, fíjense quién va primero, fíjense en qué temporadita llevamos, oiga. Por cierto, fíjense Vds también en qué plumier traigo: sale Bob Esponja por un lado, sale Calamardo por el otro, sale Patricio también, junto al Sr Cangrejo y Arenita; tiene un bosillito para el sacapuntas, compartimento para los rotuladores Carioca y el lápiz Jano - de punta roja y azul según el extremo -, una gomita en la que cabe perfectamente la goma Milan nata y hasta trae incorporada una grapadora Petrus con su recambio de grapas El Casco, de gran resistencia. Vamos, que hemos vuelto de líderes y morenitos y con un par de copas nuevas, y encima con plumier de estreno: hay días en los que da gusto volver al colegio, hay días en los que el pantalón corto no es tan humillante, hay días en los que da menos pereza coger el autobús de la ruta y no dan tanto asco las albóndigas del comedor, así da gusto, oiga.

Llegó el Atleti también en situación de aprender lecciones y tomar medidas, aunque esto gusta menos en el Club y aún menos cuando se estrena plumier. Llegaba el Atleti a su primer campo difícil en liga tras una pretemporada en la que la gente se ha hartado de decir que se había fichado mucho mejor que en temporadas anteriores, sí, pero también tras haber escuchado de labios de aficionados, periodistas y entendidos que falta un lateral derecho y un tercer delantero de garantías. Decir este tipo de cosas en ciertos círculos atléticos se considera cosa de cenizos y anti atléticos, ya está Vd con las críticas, ande Vd y disfrute, amargao. Eso sí, tuvo Ujfalusi molestias y quedó ya en el primer partido en evidencia que lo del lateral derecho plantea dudas; se llevó un patadón el Kun y quedó también claro que lo del tercer punta dará que hablar.

Llegó pues el Atleti con cara de triunfador y una defensa recompuesta, ambos elementos más que suficientes para que el aficionado atlético mire con desconfianza el partido que llega, conocedor de petardos similares en ocasiones pasadas. Y además llegó a San Mamés, campo que sabe apretar cuando hace falta y presionar al rival hasta cuando no la hace; y además lo hizo sabiendo que el Barça había perdido y que el otro equipo grande de la capital había ganado por la mínima y casi de rebote. A estas alturas de la temporada, ya lo saben Vds, con el Atleti líder tras un único partido, daba mucho gusto ver qué habían hecho los favoritos con la sensación de que sus resultados nos afectan, acostumbrados como estamos a que nos dé igual lo que hagan los dos primeros. En definitiva, que el Atleti llegó a Bilbao con muchos elementos que podían presagiar derrape, que ya nos conocemos, y además en 11-S, oiga.

Salió el Atleti vestido de esquijama o quizás con camiseta estilo retro, que aún no lo tenemos claro, y enfrente estaba el Athletic vestido de Athletic, que es lo suyo. Salió el Atleti con una defensa diferente a la que habían venido comentando en la prensa, es decir, sin Valera y con Perea, con Antonio López y sin Filipe Luis, con Godín y con Domínguez. Salieron los cuatro de arriba y salieron los dos del medio, que ya prácticamente no hay que decir quién son; porque, aunque haya vuelto Tiago y nos alegremos de su vuelta, le va a ser complicado coger un sitio en el centro del centro, a menos que sea a costa de un interior, visto lo visto.

Salió el Atleti y marcó pronto, que es algo que se agradece. Agüero se fue de dos jugadores con esa forma tan suya: por donde uno no se espera, por donde uno cree que no cabe, por donde uno piensa que, aún cabiendo, no se atreverá, por donde más difícil es. Se fue Agüero de dos tipos con una facilidad pasmosa, centró al área, la tocó Simão y marcó Forlán su tercer gol en liga y van dos partidos, oiga. Agüero hizo un jugadón, Forlán marcó otro buen gol y poca gente habló de Simão. El taconazo de Simão, ¿fue voluntario? ¿fue un fallo? ¿respondió a un grito de Forlán o fue una pifia? Si fue un fallo, al Atleti le vino de perlas; si fue voluntario, es uno de los pases más talentosos que ha visto el que suscribe, un taconazo que si lo hace cualquier otro de los que Vds andan pensando abre los informativos, un gesto que si lo hace otro portugués, es un poner, lo tenemos hasta en la sopa. Pero fue Simão, y quizás fuera involuntario o quizás, creemos, quiso de verdad hacerlo, dejar a Forlán un balón franco y llevarse a un defensa y nos alegramos más de lo normal. Simão, que hizo un buen partido y estuvo participativo, que apunta a veces que ha llegado su declive, tiene estas cosas que a uno le dejan las cejas subidas durante unas cuantas horas.

Marcó el Atleti pronto y, todo hay que decirlo, se echó un poco atrás. Recularon algo los medio centros, quizás se adelantara también la defensa, y quedaron desconectados los delanteros durante buena parte del primer tiempo. Esta reacción, en parte previsible, puede tener efectos funestos si enfrente hay un equipo dominador y si el centro del campo titubea; pero ni una ni otra. El Athletic, equipo que cuenta con buenos jugadores, no mostró talento suficiente como para manejar el partido y jugó de forma previsible y algo básica. En el Atleti, y ya no es noticia, Assunção y Raúl García se hicieron con la parcela y dominaron el partido. Más cerca de la defensa, entraron al choque sin dudar y abrieron juego cuando tuvieron ocasión, sobre todo Raúl, enorme toda la noche - en su línea reciente - y mejor referente del equipo para jugar en largo. La presión del centro sólo permitió al Athletic optar por abrir el campo y bombear balones hacia el centro de la defensa del Atleti, la fórmula utilizada una y mil veces contra el equipo en los últimos tiempos.

Pero esta vez no. Tanto Antonio López como Perea estuvieron bien en los laterales a pesar de no ser las primeras opciones del banquillo en esos puestos y no dejaron que el Athletic jugara cómodo. Especialmente bien estuvo, a juicio del que suscribe, Perea: rapidísimo y comprometido como siempre, optó por no complicarse la vida en absoluto y guardar como una fiera su parcela. Sólo subió una vez en el segundo tiempo de forma algo alocada en la jugada en la que, tras una cobertura muy blandita de Tiago y un cierto despiste de los centrales, marcó el Athletic; el resto de su partido, impecable. Pero si de alguien hay que hablar en la defensa es, claramente, de los centrales. De Domínguez diremos poco, que no en vano nos pasamos la vida hablando bien de él; sí diremos más de Godín. Si el Atleti no pasó sus clásicos apuros en balones laterales altos fue gracias a Domínguez y a Godín; si las dudas en las salidas de De Gea pasan desapercibidas fue gracias a Domínguez y a Godín; de Dominguez ya lo sabíamos, de Godín lo intuíamos y parece que lo va confirmando. Godín se muestra cómodo en la defensa del Atleti, se anticipa, toma decisiones y, por lo visto hasta ahora, si falla se rehace pronto y no se viene abajo. Habrá que verle más partidos, habrá que analizar hasta qué punto juega bien gracias a estar bien acompañado por Domínguez y los medio centros, pero por ahora la pinta es buena.

Con una defensa sólida y dos medio centros merendando rivales con picatostes, el Athletic repartió más de lo deseable, jugando al límite de lo admisible aún sin ser tampoco el equipo violento que alguno ha retratado. No rehuyeron la pelea ni Assunção ni Raúl, éste último metido en todos los fregados y ayudando a todos los compañeros, ni tampoco lo hizo Simão. Simão, que parece frágil y tiene porte de bailarín de revista del Paralelo, no se arruga si las cosas se ponen feas. Saca el brazo en las carreras divididas tras el balón, protesta al árbitro, presiona a los rivales. No hace lo mismo Reyes, menos presente en Bilbao de lo esperado, o quizás tan ausente como uno espera cuando el equipo de enfrente invita al cuerpo a cuerpo.

El partido, algo bronco, se le fue definitivamente de las manos a Undiano en el minuto 52. Undiano, un árbitro al que uno siempre ha considerado correcto y autoritario sin hacer aspavientos ni venderse a la galería, parece haber perdido la autoridad y hasta el oremus tras su mundial. Falló clamorosamente en la jugada en la que se lesionó el Kun, no tanto al no pitar penalti (que pudo ser fuera) sino al no expulsar a Gurpegui tras cazar de forma feísima a Agüero cuando se iba sólo a puerta. Una tarjeta roja, incluso sin penalti, habría cambiado totalmente el partido; lejos de ello, Gurpegui siguió en el campo, el Atleti no marcó y el Kun se tuvo que retirar en camilla con una lesión que a día de hoy parece algo menos grave, entre los silbidos del público. San Mamés, un campo que encanta al que suscribe precisamente por mantener ese concepto anglosajón del deporte en el que respeta al rival por encima de todo, silbó a un jugador que se retiraba lesionado y a uno se le cayeron los palos del sombrajo, qué lástima más grande, oiga. Entre tanto, un central tatuado hacía cosas que no se corresponden con la historia y el carácter de su equipo y esperamos que alguien se lo recuerde; más tarde, un entrenador que sí nos tiene acostumbrado a estas cosas hablaba del árbitro sin que se le cayera la cara de vergüenza y, de paso, daba alguna pista sobre de dónde puede venir este cambio de dirección.

El final del partido, convertido en correcalles que el Atleti debió resolver mejor, tuvo un protagonista. No fue Tiago, que entró en el campo en sustitución de Raúl García con cara de que le va a costar mucho que ese cambio se empiece a hacer al revés y terminó marcando el gol que dio la victoria; eso sí, también terminó dejando pasar al rival que inició la jugada del gol que hizo pensar en el empate. No fue Raúl, quien pudo marcar un golazo al cazar un pase de Forlán que le salió un poco desviado, ni Simão, autor del tiro que despejó Iraizoz para que marcara Tiago, por más que nos hubiera gustado que fueran ellos. No. El protagonista, cree el que suscribe, fue Diego Costa.

Ante la lesión de Agüero y la preocupación general de la parroquia colchonera, salió Diego Costa y despejó todas las dudas que hay sobre él: no hay duda de que genera dudas. Diego Costa salió con ese trote cansino tan suyo y esa pinta de que en ese momento le apetecía hacer cualquier cosa salvo salir a jugar al fútbol. Diego Costa lleva las medias a media pierna, pantalones grandísimos y la camisa por fuera y parece un jugador de un soltero contra casados que acaba de perder quince kilos gracias a una dieta milagro y vuelve a los terrenos de juego. Participó en el gol conduciendo bien el balón y pasándosela a Simão tras un aclarado hacia el lado contrario de Forlán por su espalda, sin que el uruguayo tuviera mucho problema para superarle dado el lento correr del brasileño. Diego Costa llevó bien el contraataque pero, según subía la bola, el aficionado no tenía claro si lo iba haciendo bien o mal. Parecía ir lento, luego resultó que no tanto, o quizás sí. Lo mismo pasó en otras jugadas: ¿va rápido o lento? No sabíamos. ¿Es bueno o es malo? No lo tenemos claro aún. ¿Hace lo que debe o no se entera ni del nodo? Tampoco. ¿Está en el partido o piensa en otra cosa? Ni idea. Diego Costa hizo bien alguna cosa y mal algunas otras también. Se fue a los corners a perder tiempo cuando se podría haber gestionado la superioridad de otra forma más lógica, y perdió el balón. Dejó dudas sobre si puede ser el delantero que dé descanso a los dos puntas y a la vez hizo alguna otra cosa que hizo pensar que quizás sí que valga. A Diego Costa le seguiremos con interés y atención, a ver si conseguimos hacernos una idea clara sobre lo que de él pensamos porque, por ahora, ni idea.

El Atleti ganó finalmente un partido de esos que antes perdía o empataba. Jugó un partido con un lateral derecho que no partía en las quinielas como alternativa válida y con un tercer delantero raro; el primero jugó bien y el segundo no sabemos, pero el partido lo ganó. Se sobrepuso a un rival limitado pero pegón y resolvió los entuertos en defensa con una autoridad desconocida. El Atleti, desde hace ya unos partidos, parece un equipo de fútbol; algo tendrán que ver De Gea, Godín, Domínguez, Assunção y Raúl García, el núcleo defensivo de Bilbao, pero también debe tener algo que ver Quique Flores. Quique, al no regalamos nada en este blog, parece haber inculcado mentalidad en los jugadores que antes no pensaban en ellos como equipo sino como unos. El Atleti juega junto, no rehúye la pelea y no pierde la concentración como antes, y eso es una noticia excelente.

El domingo llega el Barça tras un tropiezo gordo, y es la oportunidad de ver qué podemos dar de si en esta liga. Impacientes estamos

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Confusa crónica dos en uno del último o últimos partidos, que uno no lo tiene claro (oiga)

Ante tantas cosas buenas juntas y tantos días felices seguidos, no es fácil ordenar la memoria.


Llegó la afición al campo horas antes del partido y lo hizo vestida de rojiblanco y en pantalón corto, como correspondía al calor húmedo y pegajoso de la zona, tan distinto del calor seco de Madrid pero igualmente insoportable, que ahora que lo pienso no sé si era ese. Como siempre, qué otra cosa cabe hacer, la afición achicharrada se dirigió a los bares, inicio y fin de todos nuestros viajes, deseos y días. La afición, bullanguera y sonriente, no pegaba con el ambiente de la zona, un barrio entre ostentoso, estirado y directamente aburrido, y constató que ese no era su sitio en cuanto comprobó que en los alrededores del estadio no se podía adquirir alcohol, que es la expresión que usa la autoridad cuando no quiere que se venda cerveza. La afición, asfixiada entre el calor y los precios, sólo quería una cervecita para recuperar fluidos vitales y bajar la temperatura corporal pero los taberneros de la zona, posiblemente intimidados por los policías vestidos de samurai de opereta que ocupaban las esquinas, se negaban a vender nada que no fuera agua y refrescos dulzones, vergüenza para el gremio de hinchas panzones a los que pertenece buena parte de la afición colchonera. Así que ésta, que de fútbol sabe algo pero de bares ni les cuento, decidió ir a la montaña ya que la montaña no iba a ella y se lanzó en busca de bares decentes más allá de la mítica curva que lleva de Paseo Imperial a Pirámides, a menos que fuera la curva de la Rascasse o curva del Rascacio, que también puede ser, ahora no estoy seguro; lo que sí era indiscutible es que la afición se hacía fotos y daba vivas a los millonarios locales que tomaban el giro en segunda, haciendo chirriar los neumáticos de sus Renault 11, o quizás fueran Ferraris y Maseratis, ya no lo tengo claro, oiga.

El caso es que la afición acalorada encontró finalmente algún sitio en el que apagar su sed con fríos y nobles tercios de Mahou, o quizás fuera con infames vasitos de ruin Kronnenburg casi tibia, ahora no lo sé a ciencia cierta, pero el caso es que con mayor o menor fortuna se logró recuperar al menos parte de las sales esenciales antes de entrar al campo. La entrada al campo resultó estar al final de un laberinto de indicaciones sobre a qué zona deberían ir los del Atleti y los del Sporting, o quizás fueran los del Inter, ya dudo, que desembocaban en un camino franqueado por vallas metálicas por las que transitaban los hinchas como ganado estabulado camino del matadero. Al final de la avenida de vallas un señor cortaba una tirita de la entrada y más adelante otra que luego devolvería si el hincha quería salir de su asiento para ir al baño mugriento, que en esto sí que son casi iguales todos los estadios. Esto fue así o quizás no, quizás la hinchada entró por la puerta de siempre, mirando mucho el carnet nuevo, tan rojo y tan feúcho, metiendo el código de barras en el lector del torno y avanzando hacia su asiento por esos pasillos de hormigón tan familiares y tan desnudos y tan fríos y, curiosamente, tan bonitos y tan queridos, tan familiares, pasillos por los que cada aficionado habrá pasado cientos, miles de veces antes de que los eche abajo un bulldozer el día en el que no queremos pensar, ese día que, algunos, confiamos en que en realidad nunca llegue.

Subió la afición a sector de grada correspondiente y le llamó la atención la cantidad de escaleras que había que subir para sentarse en un campo tan chico pero, sobre todo, le llamó la atención que el estadio de un sitio tan chic tuviera las paredes de gotelé y no de perlita, como correspondería a la alcurnia del lugar. También le había llamado la atención que el estadio se llamase Luis II y agradeció el gesto local de dedicar el campo al futuro sucesor de Don Luis Aragonés, mientras reflexionaba sobre el curioso hecho de que su propio estadio se llame Vicente, como su vecino, y que a nadie le parezca raro. Esto fue así o quizás se sentara la afición en su asiento de siempre, saludando a la parroquia y diciendo hay que ver qué moreno, oiga, qué bien vivimos, ¿eh?; puede, sí, pero también es posible que la afición ocupara un asiento en el que nunca antes había estado y mirase el estadio, pequeño, poca cosa, con infame pista de atletismo, chico por dentro y con aspecto de bloque de pisos por fuera, ya no sabría decirles con certeza, la verdad. Se sentó pues el aficionado y vio desfilar delante de él policías acorazados, señores de traje y bomberos vestidos de amianto con grandes guantes y un casco plateado que inspiraban muchísima pena cuando uno caía en que hacía treinta y pico grados y una humedad tropical o quizás un calor seco y madrileño que, en cualquier caso, no invitaba a vestirse de astronauta.

El caso es que se sentó el aficionado y no sabe uno a estas alturas si lo que vio fue la presentación de un trofeo entre grandes muestras de entusiasmo o bien una coreografía de abanderados con los colores del Inter y el Atleti, no lo tiene uno claro ya, no lo tiene claro. Uno recuerda un speaker, infame invento del fútbol moderno que únicamente vale para que las aficiones mojigatas sepan qué decir en cada momento, cantando la mitad del nombre de cada jugador para que el fondo respondiera la otra mitad mientras un niño corría y se ponía en la teórica demarcación del mencionado con bastante poco acierto: así, uno recuerda al speaker llamando a Assunção y ver salir un niño de melena rubia; uno recuerda al speaker llamando a Ujfalusi y ver salir un niño con cara de adorable querubín con buenas notas; uno recuerda al speaker llamando a Reyes y ver salir un niño con cara de inteligente. Después de esto, y lamentándose por el futuro profesional del director de casting del evento, uno esperaba oír al speaker llamando a Quique Sánchez Flores y ver salir un niño escuálido y muy moreno con trajecito y bufanda, o llamando a García Pitarch y ver salir un niño con gafas, pantalón pitillo y un gran maletín que se abriría a mitad de la carrera dejando caer gran cantidad de billetes del monopoly; uno esperaba oír al speaker llamando a un directivo y ver salir a la guarda de finanzas con una orden de busca y captura cacheando a todo el mundo. Pero no fue así, o sí, ya no recuerdo bien, la verdad, a estas altura el recuerdo es confuso. De hecho, quizás no fue eso lo que viera el aficionado, sino que fuera un pasillo de jugadores del Sporting recibiendo a un Atleti que, Copa en ristre, se dirigía al centro del Calderón a ofrecer el trofeo a la afición entre grandes ovaciones, también de los aficionados del Sporting que ocupaban parte del fondo norte. Es bien sabido que para estas cosas de la amabilidad y la nobleza uno siempre puede contar con los asturianos, ya sea en su casa, en el Calderón o en Costa de Marfil, y es por eso que somos cada día más aquellos a los que nos gustaría hacer pronto al Sporting un pasillo de honor mientras presentan su propia Copa, a ver si hay suerte.

Empezó el partido, de eso está uno seguro, y uno cree recordar a a De Gea, Ujfalusi, Perea, Godín y Domínguez en defensa, el último de lateral izquierdo. Recuerda también levantar mucho las cejas al ver que no estaba Filipe Luis y sí el bueno de Álvaro, condenado a un puesto en el que no lo había hecho bien con anterioridad. Eso, o bien ver a De Gea, Ujfalusi, Perea, Godín y Antonio López con peinado militar, que también podría ser, también podría ser, oiga. El caso es que uno, entre nebulosas, recuerda un partidazo de Domínguez cuando uno hubiera esperado un Maicon subiendo la banda a voluntad. También recuerda alguna pifia de Perea, como es costumbre, seguida de una actuación más que notable con un par de cruces sobresalientes. Recuerda algún fallo inicial de Godín seguido de la sensación de querer ya los galones, sin dudar a pesar de los fallos, mostrando cierta soltura y un atisbo de tendencia suicida al subir el balón. Recuerda a De Gea parando un penalty, parando con el pie, blocando con la mano, saliendo a lo loco al centro del campo para inmediatamente recomponer la situación, desmoralizando delanteros al parar como quien cose balones complicados y dejando, siempre, la sensación de que hay portero para años, quiera el Altísimo que siempre en éste su club.

También recuerda uno un doble pivote del que le gusta acordarse, Assunção y Raúl García. Recuerda al primero omnipresente, enorme, siempre en su sitio, siempre llegando donde otros no llegan, amargando la vida a Sneijder y Zanetti, a Eguren y Rivera; y recuerda al otro ocupando con autoridad su parcela, recuperando balones y levantando la cabeza, peleando y jugando al fútbol, reclamando el cariño y el respeto que la grada a veces le niega, dando quizás el paso al frente que de él esperamos y metiendo balones en profundidad como el que Simão convirtió en pase perfecto para el Kun en el segundo gol. Recuerda a Raúl con molestias, retirándose al banquillo para que saliera Mario Suárez, medio centro con planta y peinado de Domínguez que jugó mejor que en la pretemporada.

Uno recuerda - o quizás no - a Jurado en la media titular, eso no lo tiene claro. Sí, sí, ahora que lo dice también recuerda a Jurado jugando el último partido en el Calderón antes de irse a Alemania, jugando, hay que joderse, su mejor partido tras ciento y pico veces con la camiseta del Atleti y metiendo un buen gol de tiro seco. Jurado se va a Alemania por un dineral sin que haya tiempo para buscarle un sustituto, las clásicas cosas de la directiva, aunque no es Jurado un jugador que requiera, por su rendimiento, demasiado recambio. Es cierto que al haberse ido el indefinible Salvio no sobran jugadores que puedan dar juego por las bandas y dar respiro a Simão y Reyes, pero no es menos cierto que con Fran Mérida y Tiago y Mario Suárez debería haber más alternativas para el juego de la media del equipo. El caso es que se va Jurado por una millonada y no sabemos qué han visto en Alemania para pagar tal fortuna. Quizás, piensa ahora el aficionado menos convencido, Jurado sea un auténtico fenómeno de quien el equipo no debería deshacerse a pesar de haberle visto más partidos que a Dirceu y comprobar, partido tras partido, que no sólo no despega sino que nunca se le vio interesado en coger carrerilla para tomar el impulso necesario. No sabemos de qué jugará Jurado en Alemania, si lo hará por banda o si lo hará de organizador, si el equipo se ordenará en torno a su figura, como reclamaban algunos teóricos partidarios de darle galones, o si tendrá que buscarse un hueco por lucha y calidad, el hueco que aquí no se hizo a pesar de jugar en plantillas justitas. De Jurado sólo sabemos que se cantan sus virtudes cuando juega en su teórico puesto ideal, la famosa "posición natural" de Jurado, desde ahora la naturlich position que se estudiará en Universidades e Institutos, la posición en la que ha jugado bastantes veces y ni fú ni fá. Tras su paso por el Atleti sólo hemos podido comprobar que Jurado debe tener dos posiciones, natural y en almíbar, y que únicamente ha jugado en la segunda cuando ha llevado la camiseta y el número que, antes que él, defendieron leyendas colchoneras de esas de levantarse al pronunciar su nombre. Vaya pues en paz Jurado, que le vaya bien, y que repase sus emotivas declaraciones al partir, que eso de que "en parte me da pena marcharme" no vienen a refrendar la inteligencia que sus fans le suponen en el campo.

En ataque uno recuerda a Simão, poco participativo hasta el pase magnífico del segundo gol o recién salido del banquillo y metiendo un golazo por la espalda. También a Forlán, peleón y algo acelerado buscando el tercer gol en una final que le diera el Balón de Oro, frustrado y enfadado camino del banquillo al ser sustituido; también le recuerda, qué cosas, metiendo dos goles sencillos, uno tras un jugadón de Agüero y otro tras un pase excelente de Ujfalusi, rejuvenecido por la banda y cada vez con más carisma de líder. Recuerda a Fran Mérida, un chico al que uno desea lo mejor, pero no le recuerda en el Calderón sino en Mónaco. Recuerda uno a Reyes, más trabajador que antes, autor en Mónaco del gol que abrió y cerró el partido a falta de la guinda aunque lejos del super jugador que pintó la prensa y lejos también del galardón de mejor jugador del partido que le dio la UEFA, y recuerda a un Reyes participativo y peleón contra el Sporting, más motivado que antes, más cerca de lo que debería ser siempre. Recuerda al Kun en Mónaco entonado al principio y, más tarde, algo espeso, cansado e individualista en alguna acción que podría haber culminado Forlán, contento tras marcar el segundo y orgulloso con su orondo hijo en brazos. Pero también recuerda al Kun de los días grandes del Calderón, peleón, regateador, algo chupón pero enorme al enfrentarse a los esperanzadores Botía y Canella y a todo aquél que quisiera medirse a su cada vez más potente forma física.

Recuerda uno todo esto y, entre imágenes de bufandas y camisetas y gente sonriendo, no tiene claro dónde estaba cada cosa. Recuerda a la afición del Inter, formada casi exclusivamente por tipos entre veinte y cincuenta años, y, frente a ellos, recuerda mares de niños y señoras y familias enteras de rojo y blanco en el fondo del Atleti, una afición alegre volcada en apoyar a los jugadores y en conseguir que la descendencia se comiera el yogur. Recuerda una grada llena de camisetas con nombres de jugadores de hoy y de siempre, camisetas de un grande que hoy juega en Inglaterra, camisetas de la selección española, de la selección uruguaya y hasta del Cádiz. Coches llenos de bufandas por las carreteras de la Costa Azul, camisetas rojiblancas, azules, negras y rojas por las zonas más turísticas de Francia, grupos de atléticos en las terrazas de pueblos franceses, una BMW de gran cilindrada con un enorme escudo del Atleti en el carenado y una bandera uruguaya al viento. Carísimas terrazas monegascas llenas de aficionados haciéndose fotos con el Cholo Simeone y bebiendo jarras de cerveza a precio de Moet Chandon, desafiando a la crisis y a Ernesto de Hannover antes de volverse a Marsella, ni más ni menos, a seguir dando vivas a Domínguez. Seguidores sportinguistas perdidos por las inmediaciones de la Puerta de Toledo y aficionados del Atleti guiándoles hasta el estadio, los pasillos del Calderón llenos de gente cantando a la salida, tras el partido, como en los días grandes; los bares repletos de aficionados sonrientes bebiendo cerveza y dándose abrazos, las palmadas en los hombros de los sportinguistas que comparten barra, la sonrisa de bobo al llegar a casa. Recuerda uno ayer mismo un padre con mochila del Atleti apremiando a sus hijos para salir rápido del avión y así llegar a tiempo a Neptuno y una columna en la parada de taxis de la T-4 en la que aún sigue, pegada con celo, la portada del As del sábado pasado en la que se puede leer "Supercampeones". Y los montones de niños, adultos, recién nacidos y hasta una novia con bufanda rojiblanca en los alrededores del Palace ayer mismo.

Uno no tiene claro cuándo ha pasado todo esto, pero sí tiene una cosa clara: que el viento ha cambiado, que las cosas, al menos temporalmente, han vuelto donde debían y que, por ahora, lo primordial es disfrutar del momento y seguir apretando para que dure. Y que dure mucho, que dure.