jueves, 23 de diciembre de 2010

Crónica y encuesta del Atleti - Espanyol

Ayer se marchaba Simão y al menos la gente pudo despedirse. Y lo hizo bien, con una ovación sentida, un detalle grande y un cántico sorprendente.


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En Madrid, cuando hace frío hace muchísimo frío y cuando hace calor se muere uno de sed y de congestión. Cuando hace bueno hace buenísmo y cuando llueve, al menos últimamente, llueve que da gloria verlo. Desde hace un tiempo llueve más en Madrid, y hay quien diga que es cosa de los ciclos atmosféricos y quien opine que es cosa del calentamiento global; mientras tanto, en Madrid han salido humedades en las paredes de las tascas y la gente tiene paraguas sólido y de calidad, que son cosas que hace unos años no pasaban. Madrid con lluvia está tristón y si llueve muy seguido se hacen unos charcos gordísimos y profundísimos que le engañan a uno a la hora de pasar por ellos en vespa, o le hacen a uno recibir una ducha en forma de oleada de la cubierta del Titanic cuando pasa por su lado un coche sin sentimientos. Algún día dejará de llover en Madrid y entonces a ver si nos dicen cómo andan los pantanos, que cuando están secos bien que nos asustan por la tele diciendo que hay que regar las plantas con el agua de ducharse, pero cuando están llenitos hasta los topes y con los peces pidiendo hacer pie, aquí nadie dice nada.
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Llegó la afición al campo, y no eran muchos pero tenían mucho mérito. En día de lluvia y tráfico invernal moverse por Madrid es una aventura y lleva el doble de tiempo de lo tolerable, así que ir al fútbol por la noche es mitad ejercicio de paciencia, mitad de constancia. Pero aún así llegó la afición al campo y lo hizo provista de chubasqueros, paraguas, capas de agua, aspirina masticable y bombas de achicar. Parte del fondo Norte llevaba manguitos, en grada de lateral era casi imposible sentarse al llevar muchos socios burbuja de corcho rosa fijada a la espalda y en el segundo anfiteatro abundaban los flotadores con pato, los trajes de neopreno, los expertos en apnea y los buzos federados, dejándose caer estos últimos de espaldas sobre los huecos de los vomitorios, lo que les acarreó graves problemas de espalda y produjo grandes risotadas de los vecinos.

Salió el Atleti y miró a la grada y dijo pero dónde está esta gente, a ver si nos hemos confundido de hora, oiga. Entornó los ojos el Atleti en pleno y vio, con alivio, que la afición de los anfiteatros estaba congregada bajo los palcos y que la de fondos y grada estaba a cubierto, sentada en lo que siempre se llamaron "los bancos de madera" en la época de los bancos corridos de cemento con aluminosis sobre los que tantísimas horas pasamos; ahora no hay forma de llamarlos así, que todos los asientos son de infame plástico pero Vds ya me entienden. Salvo en el fondo Sur, en el que la gente se mantuvo firme a pesar del aguacero, se agolpó la afición bajo viseras y voladizos y tejadillos y plásticos y, con este panorama tan poco glamouroso recibió Diego Forlán el enésimo premio a su brillante carrera, discutida por alguno todavía.

Salió el Atleti, decíamos, y la gente volvió a mirar a Quique Flores. Godín, titular indiscutible desde que llegó, volvía a estar en el banquillo mientras que Domínguez, al que el técnico acusó de tener un entorno malaje y sobrepeso poco profesional, estaba en el campo; Mario Suárez, titular indiscutido por el banquillo durante unos partidos tampoco estaba de corto, como Raúl García, y Assunçao, desaparecido unos partidos sin motivo aparente ni público, era titular. Quique, concluyó la afición, gusta de hacer cambios continuos y disfruta haciendo permutaciones sin repetición. No sabemos si también disfruta haciendo variaciones con repetición de m elementos tomados de n en n o si lo suyo son las combinaciones de n elementos tomados de m en m o si, directamente, lo que le pasa es que no se aclara, que duda, que prefiere tener a los jugadores en tensión para que no se acomoden y entrenen menos o si lo la realidad es que está loco por crear situaciones que provoquen preguntas capciosas de los periodistas a las que pueda responder utilizando su adorada palabra, "sensaciones".

El caso es que salió el Atleti y, al poco tiempo, se lesionó Forlán y salió Diego Costa. En fin. Forlán, que no jugó en el partido anterior, sí salió en éste cuando era duda por fiebre, se fue lesionado al ratito y quedó Diego Costa en el campo junto al que, a la postre, sería el mejor de la noche. A pesar del cambio de planes respecto al equipo inicial, el Atleti empezó bien y pareció más cómodo que el Espanyol en un campo rapidísimo, complicado para los jugadores. El Atleti funcionaba sin demasiado peligro claro, mientras que De Gea salvaba algún balón complicado hasta que el árbitro, horroroso toda la noche, pitó un penalti a favor del Atleti que en el campo pareció fuera. Lanzó Simão en su último partido con el equipo y marcó su último gol con el Atleti antes de irse a mitad de temporada, qué cosas nos pasan, la verdad.

El partido se presentaba bien, parecía relativamente viable seguir asediando al Espanyol y buscar al menos un dos cero que casi asegurara el paso de ronda. Pero aquí entró en juego una de esas variables que el Atleti debe gestionar incluso cuando a nadie se le ocurriría meterla en la ecuación. Dátolo derribó a Reyes y le pegó un pelotazo una vez en el suelo. Un jugador flemático habría dado una lección de comportamiento, un jugador listillo habría creado una noticia de portada, un jugador honesto habría reaccionado bien y quizás en todos los casos Dátolo habría sido expulsado; Reyes se levantó, embistió al rival con maneras de vaquilla manso-miope y consiguió ser expulsado él mismo, qué tío. Casito Perdido de Utrera siempre está ahí y de vez en cuando (al menos cinco veces, con más frecuencia que marcando goles) aparece y mete en un lío al resto. Reyes no tiene solución: es fácil de provocar y los rivales lo saben, es fácil de expulsar y los árbitros los saben, es imposible de controlar y eso lo sabían ya en su guardería, en la que posiblemente era ya inmune a los estímulos castigo-premio.

Con diez, el partido parecía que podía ponerse feo pero no lo fue tanto, sobre todo gracias a dos jugadores. El primero, De Gea, acertadísimo en varias ocasiones y dando muestras de haber vuelto a su senda. Paró varios balones complicados, sobre todo uno con el pie y otro inverosímil tras un cabezazo del incomodísimo Osvaldo, jugador que juega al límite, algo odioso pero muy peligroso y peleón. De Gea salvó los muebles en portería propia mientras que, frente a la rival, Agüero hizo un partido gigante. Sin parar un minuto, Agüero asumió su condición de líder en solitario y peleó con los rivales, robó balones, provocó una expulsión y se creó él solito varias ocasiones de gol. No tuvo suerte, se le fueron los balones muy cruzados y no marcó y eso nos disgustó especialmente, porque merecía haberlo hecho, merecía haber culminado con un gol todo su esfuerzo y el derroche de talento, mereció meter él solo al equipo en la siguiente ronda de Copa. Lástima.

Agüero consiguió expulsar a un jugador a los 66 minutos y así las fuerzas se equilibraron. La grada veía el partido y reclamaba un cambio, algo que permitiera rematar el partido, meter un segundo gol que reforzara la débil posición con la que ahora va el equipo a Barcelona. Pero Quique no lo entendió así. La gente miraba a Quique y Quique buscaba sensaciones y palabras esdrújulas sinónimas, buscaba gestos, bufandas y colirio, pero no llamaba a nadie para hacer cambios. El partido avanzaba, un gol parecía posible y el Atleti, o más bien su banquillo, no tuvo ambición. Raúl habría aportado músculo y Fran Mérida podría haber aportado calidad, pero el primero salió en el minuto 83 y el segundo, en el 90. El banquillo, haciendo pequeño al equipo, parecía querer perder tiempo sin darse cuenta quizás de que la vuelta sería mucho más placentera con el Espanyol obligado a marcar tres goles. Qosas, con Q, de Quique.

El partido acabó con uno cero cuando debería haber acabado con un marcador un poco más amplio que seguramente echemos de menos el día de la vuelta. Y el gol lo marcó Simão en su último día. Simão fue sustituido y se llevó una larga ovación, vio pancartas que le daban las gracias y presenció un hecho inaudito: la afición del Atleti le sacó un cántico propio casi en el mismo minuto en que se iba. Así son las cosas, oiga, así son las cosas. El cambio climático ha elevado dos grados la temperatura de los polos, pero ha enfriado el micro clima del Calderón en tres y ahora nos congelamos en la grada; de igual forma, las aficiones cantan a sus ídolos al poco de despuntar, pero la nuestra no. Cuatro años ha tardado la nuestra en sacarle un cántico a este hombre; pues mire, justo lo hacemos hoy, cuando se va, cuando le quedan cinco minutos en el club; así somos nosotros, ya lo saben Vds, al que no le guste que no mire. Simão fue obligado a salir de nuevo a los medios por las ovaciones de la afición empapada, en especial el Fondo Sur, enorme ayer en el detalle. Simão se llevó una ovación merecida y sentida, al menos se llevó la despedida que la directiva ha privado a otros y puede contar ahora por esos mundos de Dios que en el Calderón la gente sí es justa, sí sabe, si responde cuando debe. Gracias Simão una vez más, gracias y suerte, mucha suerte.
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Encuesta:

Tras un reciente viaje a Argentina del que alguno de Vds ya conocen detalles, el autor de El Rojo y El Blanco se siente huérfano y apocado por no tener un apodo a la manera de los grandes jugadores argentinos. Dado que no se decide por ninguno, agradece a los lectores que se manifiesten sobre el apodo que más indicado crean de entre los siguientes:

1. El "Turco" Fuentes

A pesar de parecer descendiente de irlandeses cebados, el que suscribe tiene raíces marroquíes. "Turco" llaman en Buenos Aires a todo aquél que venga de un sitio (a) no excesivamente lejano de Turquía o (b) en el que se hable árabe. "El Turco Fuentes" suena exótico y arabizante, contundente y exclusivo. La marcha de Simão al Besiktas dota a este apodo de doble valor, si bien la presencia en ese mismo país de cierto ex jugador del equipo de Toñín el Torero de sorprendente parecido con Pepe Oneto lo hace poco recomendable. Vds verán.

2. El "Topo" Fuentes

Junto con la rebeca gris con coderas y el amor por el vermouth, la miopía y las correspondientes gafotas son seña de identidad del que suscribe, cegato orgulloso y fundador del primer Club de Rugby con Gafas del planeta, futura disciplina olímpica. "El Topo Fuentes" hace justicia a la cortedad de miras del autor, a la vez que resulta útil porque da valiosas pistas sobre su manía de entornar los ojos para ver el nombre de las calles, aún a corta distancia.

3. El "Cano" Fuentes

Tan característico para el autor como la miopía, la poca resistencia al frío y la pasión por los Piononos de Santa Fe es su tradicional pelo canoso, azote del Grecian 2000 y verdadero responsable de su decrépita imagen. "El Cano Fuentes" no sólo hace justicia a tan - literalmente - gris personaje sino que, dicho de corrido, puede inducir al error, ventajoso para el mismo, de emparentarle con cierto legendario navegante natural de Guetaria. "El Cano Fuentes" es además más digno que el apodo alternativo correspondiente al color de su ralo cabello, "El Peli-Cano Fuentes", dado que este último podría interpretarse bien como referente a su creciente papada o bien como reflejo de su admiración por el Atleti de Radomir Antic.

Vds deciden, Señores. A votar, que es Navidad.
¡Y Felices Fiestas!

martes, 14 de diciembre de 2010

Nombres

Simão

Igual que Maxi, ahora se va Simão: por la puerta de atrás, sin que se le dé opción al público para despedirse (a menos que salga en el último partido en casa), sin hacer ruido, dejando en el banco del vestuario un brazalete que antes significaba muchísimo y que últimamente no se sabe bien para qué vale.

Simão llegó al Atleti por una cantidad excesiva, más de veinte millones, con la misión de justificar, junto con Forlán, el supuesto salto de calidad del equipo tras la salida de Torres. Alguno dice que no fueron veinte sino veinticuatro, oiga, que ya se sabe que las cifras de los fichajes bailan, y más en este club en el que Cléber fue comprado por seis un día y por uno otro. Veintipico millones, veinte y moneda que dirían en Buenos Aires, parecen aún hoy muchos por un buen jugador, tan caro como Forlán y casi tan caro como el Kun, pero eso es cosa del Club, el mismo Club que ahora lo deja ir gratis, sin rebañar ni un piquito para pagar el tinte a la mascota o algo, sin más que unas declaraciones del presidente durante una cena con vino, café, copa y puro (sobre todo uno que se ve a su retaguardia) que de nuevo le dejan en un lugar cuanto menos sospechoso.

Simão no era un desconocido cuando llegó, que para eso había estado en el Barça de jovencito y era un fijo de la selección portuguesa, ni más ni menos. Y durante los años que ha estado en el Atleti, que no han sido muchos pero sí los suficientes para ser el capitán de esta plantilla interina, Simão no nos ha defraudado a pesar de haber sido caro. Simão ha sido titular siempre, ha sido una referencia en su banda con todos los entrenadores, ha dado varias lecciones de fútbol, ha metido goles importantes (incluido el 4.000, como sucesor de Marina) y ha jugado bien. Simão, en sus mejores días, era habilísimo, rápido, desbordaba con facilidad y tenía un tiro de media distancia de esos que mejor tener de tu lado que enfrente. En sus días más bajos, no tan bajos como algunos dicen, Simão sigue siendo de los más listos del campo: encara sólo si puede, corre cuando hay que correr, se para cuando hay que parar el ritmo del partido. Protesta al árbitro con cara de tener más galones que él en el campo, pone firme al rival con esa costumbre tan suya de irse hablando con cara de malas pulgas tras el primer encontronazo. Sin estar en su mejor momento físico, Simão cambia de ritmo y se va de jugadores más veloces con el codo en alto, impidiendo que el otro le gane la posición y sin ceder centímetros a pesar de pesar poco, haciendo esas cosas que se aprenden tras muchos partidos siempre y cuando se tenga una cabeza que funcione, cosa que no abunda en el fútbol de hoy en día.

De Simão se ha dicho que en los últimos tiempos se escondía, no ayudaba, iba andando, era un jeta. El que suscribe no es de esta opinión. Quizás no fuera el de hace tres años, es cierto, pero Simão seguía siendo válido, posiblemente mucho más válido que muchos de sus posibles sustitutos. Pero se va Simão, como antes Maxi, de nuevo de sopetón, de nuevo sin poder despedirse en condiciones, esta vez en medio de declaraciones delirantes del presidente del Club. Se va Simão cuando no hay recambio para él y viene en su lugar un tal Elías, un melón por catar proveniente del descansado fútbol brasileño, curiosamente perteneciente a la misma agencia que Simão. Y le echaremos de menos. Echaremos de menos esa forma suya de correr de puntillas, ese aspecto de falso frágil, ese porte de fondista magrebí. Y su forma de leer los partidos, su inteligencia a la hora de participar en el juego, sus gestos de pillo y sus faltas a la escuadra, al alcance de muy pocos. Echaremos de menos su nombre de superhéroe vestido de civil, con la misma inicial para nombre y apellido, y probablemente nos acordemos de él en más de un partido, cuando las cosas vayan mal y haga falta un tipo que entre hasta el pico del área aprovechando la amarilla de su lateral, o que píe tras cada falta para mantener el orden, o cuando nos piten una falta a favor con el partido casi terminado y empate en el marcador, como aquél día tan frío de Copa.

Gracias Simão por los buenos ratos, por las carreras y las lecciones de fútbol, por las pillerías y los goles, por los destellos de inteligencia en partidos soporíferos. Gracias por la calidad y por la astucia. Gracias por todo y suerte.

Quique S. Flores

Últimamente, uno espera ver las alineaciones del Atleti para así analizar qué nueva sorpresa nos prepara Quique Flores, el enjuto aprendiz de inventor que se sienta en el banquillo del Atleti. Primero fue Forlán, después Assunçao y Raúl García, luego Domínguez, el último día Godín. Quique parece disfrutar tomando decisiones poco previsibles, ya saben, esas cosas que tanto gustan a los entrenadores para dejar claro que ellos sí que saben de esto y no Vd, ni Vd, ni Vd, sí, sí, Vd, el de el chaleco de lana y el reloj de cuerda, Vd, deje Vd inmediatamente lo que esté haciendo y escuche esto, oiga.

Quique toma decisiones poniendo ojos llorosos necesitados de colirio en esa cara que tiene a mitad de camino entre el Dr House y Héctor Quiroga, y las suele comentar luego en público con esa solemnidad tan suya, con esos mensajes a medias, esas esdrújulas y esos términos psicoanalíticos que tanto gustan a los que no tienen un mensaje claro que dar. Quique, con sus decisiones en los últimos tiempos, va sembrando una inmensa duda sobre sus capacidades para gestionar la plantilla, precisamente la virtud que todo el mundo le atribuía el año pasado cuando terminó ganando dos títulos que ahora parecen más el resultado de una conjunción astral que del trabajo del entrenador.

Quique, siempre tan solemne y siempre tan abrigado, ha visto como desde el principio de esta temporada se ha ido su jugador-navajasuiza Jurado y un titular indiscutible como Simão, además de posiblemente un joven poco utilizado como Camacho y un veterano que nadie sabe bien qué hace aquí como Juanito. No nos constan quejas amargas hacia la directiva ni plantes por dignidad. No sabemos bien qué hará a partir de ahora, si meterá en el equipo al enigma Elías o si cambiará de sistema, metiendo tres centrocampistas y tres atacantes. Posiblemente no lo haga, dado que es lo que la inmensa mayoría de la afición cree conveniente, más tras la salida de Simão; para eso es él quien sabe de esto, no como Vd, ni Vd, ni Vd, sí, sí, Vd.

Marcel Domingo

No tengo recuerdos de Marcel Domingo. Miento, tengo recuerdos de Marcel Domingo, recuerdos indirectos. Cuando el Atleti llegó a la final de la Recopa contra el Dínamo de Kiev, el que suscribe invirtió todos sus ahorros (todos) para comprar una entrada y un billete de autobús a Lyon en la agencia de viajes de desconcertante nombre "Viajes Valesa", y se fue al partido con un compañero de colegio, días antes de los exámenes finales.

Tras un viaje de veinte horas (o al menos eso parecía, si no más) con parada en Zaragoza y poco más, tras un baño monumental y tres goles en contra frente a un equipo que uno recuerda como de los mejores que ha visto, el viaje de vuelta fue un funeral. Veinte horas de vuelta sin descansar, justo tras el partido y tras una paliza en contra dan para muchas reflexiones y muchas críticas. Las críticas más audibles, y por lo que recuerdo más autorizadas, venían de un tipo sentado junto a nosotros, al otro lado del pasillo del autobús. Unos quince años mayor que nosotros, con loden verde, tendría ya edad de recordar bien el fútbol del Atleti campeón del 70, el de Marcel Domingo. Durante muchas de las horas del viaje nos habló de Marcel Domingo, del contraataque, de su forma moderna de entender el fútbol, del esperar, presionar, robar y salir al galope por las bandas, del Atleti que se le quedó grabado a fuego a aquellos que lo vieron. Desde entonces, y tras leer algunas cosas y escuchar otras, uno tiene a Marcel Domingo entre los grandes de la historia del equipo. El domingo nos sorprendió el anuncio de su muerte, justo antes del minuto de silencio.

Descanse en paz pues uno de los grandes, uno de los que dieron carácter a ese Atleti de leyenda de los 70. Descanse en paz Marcel Domingo.

Ayala

En Buenos Aires, ciudad en la que el que suscribe ha estado recientemente y en la que ha sido testigo el amanecer de una nueva era (coincidiendo éste con el descubrimiento de la cerveza Quilmes negra), no se ven camisetas del Atleti. Hay quien dice que sí se ven muchas en el campo de Independiente, pero el que suscribe, que vivió desde dentro la celebración por la Sudamericana en el obelisco, no vio ninguna. Se ven de otros equipos españoles (casi todas de Messi), de la selección española (pocas, casi todas de Iniesta) y de absolutamente todos los equipos argentinos habidos y por haber, pero no del Atleti.

Uno, que como saben es tonto, habla con todo el mundo y en Buenos Aires, en todas las conversaciones sale el fútbol y, por supuesto, el Atleti. Los porteños, sean del equipo que sean, conocen bien al equipo aún sin llevar su camiseta y hablan del Kun, de Forlán, de Simeone, de Perea, de Coloccini y hasta de Pernía. Pero del que más hablan, por supuesto no los jovencitos, es de Ayala. También de Panadero Díaz, pero sobre todo de Ayala, de Rubén Hugo Ayala Zanabria, de aquél fenómeno de melena y bigote que tanto nos llamaba la atención de chicos, tanto como a él Pereira, del que dijo recientemente que era el mejor jugador que nunca había visto. De Ayala recuerdan su melena, su hambre, su calidad y su vocecita, con la que decía en un anuncio de botas de fútbol de la época "en Europa no se consiguen".

Grande Ayala, grandísimo.

Lopera

Lopera y sus secuaces parece que se han ido del Betis de una vez. Tras vídeos ridículos, una gestión desastrosa y un daño quizás irreparable a un grande, parece que al final se ha ido. Ya era era hora, ya era hora.

En su lugar llega un histórico del club, un lateral de medias caídas que hizo que se nos cayera el alma a los pies cuando fichó por el equipo de Fofito. Pero al fin y al cabo él sí es de la casa y algo más sabrá del Betis, algo más le querrá, menos querrá sacar de él. Enhorabuena a los béticos y la mejor de las suertes, de corazón.

Morente

"Cuando arrancaba, parecía desafinado; pero nunca, jamás lo estaba. Cuando arrancaba uno no sabía por dónde podría seguir, porque tenía una voz prodigiosa que le permitía subir y bajar y volver a subir y cantar en medios tonos sin perder la entonación ni el compás. Una pesadilla para el tocaor que le acompañaba, y a la vez una bendición. Un no saber dónde poner la cejilla, y al mismo tiempo una lección cada vez". Esto me contó de Morente un tocaor aficionado que había compartido juergas con él en el Sacromonte. Me lo contó en Katmandú, que ya da como para escribir una novela, pero esto no es lo importante ahora.

Se ha muerto Morente por una tontería, no hay derecho. No hay derecho a que se muera cierta gente, y menos antes de tiempo. Morente, al que no todo el mundo conoce como debiera ni da el valor que tiene, ha sido un revolucionario de esto, un pionero armado de un conocimiento vastísimo del flamenco y una voz fabulosa de niño seise. Un rompedor, arriesgadísimo y triunfante casi siempre. Los aficionados más inmovilistas le tenían por un hereje, un intelectual chocante que se metía donde no debía; aquellos a los que tocaba una fibra, se convertían en morentistas convencidos; los que le hemos visto en directo, también en fans del personaje. Rompió con todo, como Camarón, desde el conocimiento profundísimo de los palos más clásicos, más antiguos y más perdidos. Más arriesgado aún en los últimos tiempos, tuvo el valor de ser siempre vanguardia, de ir siempre a pecho descubierto y de tomar siempre el riesgo de hacer lo que él creía que debía hacer ya fuera contracorriente o contra el mundo. Un ejemplo.

Al que suscribe no le gusta todo lo que hizo Morente, pero otras cosas le fascinan. La primera vez que escuchó el Omega, comprado sin oír por aquello de ser fan de lo que en ese disco se juntaba, uno recuerda sentarse en un sofá con una ceja levantada y cara de decir "esto va a ser un petardo". Tras oírlo, la expresión era la de aquél que acaba de ser golpeado con un rodaballo de siete kilos en plena cara. Varias audiciones después, el entusiasmo.

Se ha muerto Morente pocos días después que Mario Pacheco, que ya es puntería, y no mucho después de los 30 años de "La leyenda del tiempo"; "Despegando", por cierto, es del 77, como el punk. Se ha muerto Morente y nos hemos quedado con la misma cara que tras escuchar por primera vez el Omega, pero esta vez sin el brillo de los ojos del que ve que tiene algo buenísimo por descubrir. Esta vez no, esta vez nos hemos quedado callados y nos hemos acordado de eso de que el mundo da muchas vueltas y ayer se cayó una torre. Se nos ha caído una torre enorme, se nos ha muerto Morente. Descanse en Paz.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Crónica del Atleti - Aris, por Little Nemo.

Little Nemo, sí, el de Winsor McCay


Salió el aficionado colchonero del estadio y lo hizo con tal cara de cabreo que la policía montada le hizo un pasillo, guardando silencio y mirándose entre ellos con cara de mejor no decir nada, que se éste se come una yegua. El Atleti acababa de hacer el ridículo en casa contra un equipete griego, el equipo estaba prácticamente eliminado de la competición que él mismo había ganado hace unos pocos meses y hacía más frío del aguantable. No estaba el horno para bollos, no apetecía hablar del tema, mejor irse a casa del tirón. ¿Se toma Vd una caña, oiga? No, no, gracias, me voy para casa. Tómese una, oiga, no se vaya así. ¿Para qué? ¿Para hablar de lo mal que hacemos las cosas a veces? ¿Para hablar del partidito de De Gea, de la asombrosa actitud de un equipo que piensa que ya ha ganado cuando aún no ha jugado? ¿Para tirarnos de los pelos pensando cómo nos puede remontar un equipo de mediocre al que se va ganando sin mucho esfuerzo a los quince minutos? Quite, quite, tómese Vd una a mi salud que yo me voy a casa a tomar sopa de letras y meterme en la cama. Pues no le falta a Vd razón, la verdad, este equipo le quita a uno las ganas de todo, casi me voy yo también, ahora que lo pienso.

Se fue pues el aficionado atlético a casa con esa cara de entre cabreo, desesperación y vacío que le deja a uno el Atleti con demasiada frecuencia y, en cuanto llegó, se hizo una sopa. De sobre, una sopa de sobre, claro. De letras. Se sirvió un plato hondo de sopa y un vasito de vino. Como todo ciudadano de bien que come sopa de letras, el aficionado atlético miraba si las letritas de pasta formaban aleatoriamente alguna palabra. "Luccin" leyó el aficionado atlético entre trocitos de zanahoria y peregil. No jodas ... Se retiró un poco, se limpió las gafas y se las ajustó. Volvió a mirar. "Luccin", ahí estaba de nuevo. Hay que joderse con las casualidades soperas, pensó para sus adentros. Luccin ni más ni menos, ya es casualidad, vaya puntería. Se acabó la sopa tomándose primero el caldo y dejando la pasta para el final, como Dios manda. Dejó el plato en el fregadero, se fue al dormitorio y se puso un pijama. Un pijama azul clarito con ribetitos oscuros por cuello y puños, un pijama estupendo que le había regalado su señora, dormida desde hace rato. Un pijama magnífico, un pijama reglamentario. El aficionado atlético desconfía de los que no duermen con pijama y de hecho echó una vez de su casa a su hijo menor por dormir con camiseta de publicidad de una marca de teodolitos y, de no intervenir su mujer y prometerle hacer bacalao con tomate tres domingos seguidos, no le vuelve a dejar entrar.

Se metió en la cama y tardó un poco en dormirse. Daba vueltas a lo visto hace un rato. Un estadio medio vacío, mala entrada para un partido que podría ser importante. Normal, pensaba; un partido fácil en día de frío, frente a un equipo ramplón, con televisión en directo. Mucha gente se habrá quedado en casa, es normal también. Pensó en la grada del fondo Norte, medio fondo amarillo y negro. Pero estos griegos ... ¿no estaban en crisis galopante? Hay que ver qué tíos, si han venido tres mil, no deben andar tan achuchados. Pensó también en lo frío del ambiente y en el primer minuto de juego. En la pifia de De Gea, en los rebotes que llegaban siempre a los pies de los rivales, en el gol nada más empezar el partido. Pensó en la cantidad de goles que le meten al Atleti en los primeros minutos, en si es tolerable que esto ocurra, en si habría estadísticas sobre estas cosas. Pensó en quién haría esas estadísticas, en quién se ocupa de contar tantos datos, tantas cositas. Se imaginó una sala llena de ordenadores y señores con gafas, casi todos bajitos menos uno muy alto y de Castellón, todos procesando datos, todos haciendo estadísticas. Pensó en que no sabía bien por qué habría uno de Castellón entre todos esos estadísticos pero le quedó claro que así debía ser, que en algo debe destacar Castellón y probablemente sea por la mente analítica de sus naturales. Pensó en la primera vez que vio al Castellón en el Calderón, en que le llamó la atención el número en rojo de la camiseta blanca y negra, y pensó en los tiempos en los que un equipo como el Castellón o como el Aris, jugando bien o jugando mal en el Calderón, se llevaban dos o tres y no metían ni un gol. Pensó en lo bueno que está el arroz en Castellón, y eso que nunca había estado en Castellón, aunque le consta que hay un bar magnífico y muy bonito llamado Spoonful. Llegado a este punto, como ocurre con frecuencia, el aficionado atlético se preguntó ya casi dormido cómo había llegado a pensar en bares de soul de la cuenca mediterránea e invirtió el proceso y volvió a revivir, más brevemente, el número rojo del dorsal del Castellón, en la habilidad estadística de los naturales de la zona, en la facilidad del Atleti para encajar goles en los primeros minutos y en la cara de pasmado de De Gea tras el primer gol de la noche.

Sin saber ya muy bien si estaba dormido o despierto, el aficionado atlético disfrutaba del calorcito y de la oscuridad hasta que escuchó un ruido y vio una luz. Una luz redonda que le atraía, como cuando en las películas se muere un señor y se ve a sí mismo desde arriba. La luz le llamaba, le invitaba a mirar más de cerca y no sabía bien por qué. Se acercó el aficionado atlético a la luz y, al asomarse, vio una figura familiar. La figura giraba y giraba sobre su eje, poseído.

- ¿Luccin?
- Se pronuncia Lucsán
- Ah, perdone

Delante de él, Luccin giraba y giraba con un balón entre los pies, sin conseguir controlarlo. El aficionado le miraba con la misma cara de sorpresa mechada de irritación con la que le miraba desde la grada.

- No sé para qué gira Vd tanto, si nunca le valió para nada.
- Ya, pero me siempre me pagaron bien por ello. Así me hice millonario. Y si me canso, me saco una muela, me voy a casa una temporada y sigo cobrando. Así funcionan las cosas, c'est la vie.
- Pues nada, nada, siga

Pensó entonces el aficionado atlético en la sopa de letras, en el mensaje con sabor a avecrem enviado por el destino. Mira que es casualidad, debo estar soñando, son estas cosas que pasan, que oyes un nombre un día y sueñas justo con ese nombre esa noche. En esto pensaba cuando notó que el piso cedía, que se hundía, que caía en un agujero, un tobogán que describía parábolas por el que cayó largo rato, preocupadísimo por no manchar el pijama. El tobogán acababa en una gran piscina, llena de gente. Toda la gente era igual, rubia, con pelo lacio y cara extraña. Miró a uno de los clones fijamente.

- ¿El Pato Sosa?

Al unísono, todos los ocupantes de la piscina le miraron. Unos dos mil Patos Sosas se giraron hacia el aficionado atlético, que percibió rápidamente cierta hostilidad, como aquél aficionado al que este ánade tuvo a bien atizar a la salida de un entrenamiento. Saltó de la piscina y emprendió la huída, perseguido por cientos de Patos Sosas que le tiraban tarascadas a los tobillos. Por suerte había balones por la zona por la que huía, y todos los Patos Sosas, sin excepción, los pisaron y cayeron de culo, como en su presentación.

Corrió el aficionado atlético con su elegante pijama dejando atrás un campo lleno de escombro uruguayo y llegó a un prado verde, llano, como un campo de fútbol, en el que había gente aquí y allá. Oyó una voz.

- Hola
- Hola, ¿quién es Vd?
- Soy el portero de la Puerta 26, nos conocemos del torno. Me corresponde enseñarle a Vd la salida. Le tocaba hacerlo a Ibagaza pero, como renovó hace dos días, ya no sabemos dónde está.
- Anda. Oiga, ¿y quién es toda esta gente? ¿Dónde estoy?
- ¿No les reconoce? Mire, ahí al fondo está Musampa echando la siesta bajo un peral, no sé si le ve. A su lado, Novo haciendo tests psicotécnicos. Ese de la coleta que derriba un muro a pelotazos es Eller, y el vozarrón que escucha a lo lejos es el de Abel Resino diciendo bravatas. No me diga que no les suena esta gente.
- Sí, sí, claro.
- El que cata polvorones en esa gran mesa es Maniche; si se fija lleva en el hombro una ardilla, su mascota, fiel consejero para las decisiones difíciles y asesor en materia de gorras de punto. El que simula una lesión más allá es Seitaridis; hace dos días trajo la baja por haberse clavado las llaves del Masseratti en las nalgas, ahora dice que tiene fobia a los espacios abiertos, sobre todo los verdes.
- Pero bueno, y toda esta gente ... ¿no habían despedido a la mayoría? ¿no se habían ido? ¿qué hacen aquí?
- Ah, pero ¿no lo sabe? Aquí siguen todos, no se han ido. No aparecen en público, pero de vez en cuando se manifiestan. Ayer mismo, contra el Aris, salieron todos a jugar. Pensé que lo sabía, que al menos lo había notado.
- ¿Y Quique?
- Está ahí, es el que hace cola en la sala de espera del médico. Está tan demacrado y chiquitito ya que el último virus, en vez de infectarle, le hizo una llave doble Nelson, le fracturó una vértebra y le robó la bufanda.
- Pero ... ¿y los buenos?
- Ah, los buenos, los pobres buenos ... mire ahí al Kun. Sí, es ese de ahí, el que está rodeado de gatos, peinando muñecas y meciéndose al son de una caja de música. Está desquiciado el hombre, no sabe bien qué hace aquí ...

Notó el aficionado atlético una mano en la espalda, un zarandeo.

- Despierta, estás soñando. Nada bueno por cierto
- ¿sí? ¿qué? Perdón, sí, estaba soñando algo raro, una pesadilla.
- Sí, casi delirabas ... ¿qué hizo anoche el Atleti?¿qué tal?
- Mal, mal. Lo de siempre, lo de antes. Lo de hace unos meses, lo de hace unos años. Perdimos igual que contra el Espanyol, jugamos sin ganas como tantas otras veces. Quique no se entera, se ha cargado el equipo que funcionaba en sólo tres meses. Pero vamos, que el equipo en cualquier caso no era tan bueno, cualquiera que lo viera con frecuencia tendría claro que no jugaba a mucho y que lo de las finales del año pasado fue un poco carambola. Y aún así, aún sin entrenador habría que haber ganado a esta gente, era un equipito muy limitado.
- Ya, ya .. vamos, lo mismo que hace uno, dos, tres, cinco años, lo de siempre ... bueno, déjalo. Duérmete mejor, anda.
- Si, mejor será .. . una cosa ...
- ¿Sí?
- No compres más sopa de letras.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Siberiana crónica de un partido mal perdido

El Atleti terminó perdiendo tras remontar dos veces y haber merecido más: se lo digo yo, que estuve ahí, lo vi y ahora mismo voy a tomarme otra aspirina.


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- ¿Va Vd al fútbol hoy?

- Pues no, no voy

- ¡Anda! Qué raro … ¿y eso?

- Bueno, es muy tarde y hace muchísimo frío, prefiero verlo en la televisión. Me da pereza salir de casa a las nueve, a esa hora lo que quiero es quedarme tranquilamente en el sofá. Y encima con el frío que hace… Y en el campo no se puede tomar nada caliente, y el río … qué frío da el río, qué humedad. Nada, nada. Ya sé que el partido es bueno, que si ganamos nos metemos arriba, que es una buena oportunidad. Pero no, no, es demasiado tarde, odio los partidos a esa hora, encima con el frío que va a hacer. Nada, no, definitivamente me quedo en casa.

- Ya … Entonces … ¿nos vemos media hora antes donde siempre, enfrente de la puerta 26?

- En efecto.

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Llegó la afición al campo y, ya antes de entrar, tenía frío. Jugar en invierno a las 22.00 es lo que los clásicos llamaban un engorro monumental, un infierno, un horror. No se puede cenar antes ni después, en los bares del estadio no hay café ni caldo, los últimos veinte minutos a la vera del río desafían a cualquier material aislante que no sean las tripas de ese bicho con cuernos en el que metieron una vez a Luke Skywalker. Pero, qué quieren que les digamos, la afición es la que menos cuenta en todo lo relativo al fútbol, deporte en el que mandan la televisión, los sponsors y los invitados de estos últimos. Estos, desde sus palcos cubiertos y calefactados, comen bandejas de medias noches y se quejan si la afición, helada, desmotivada y con la supervivencia frente al viento ártico como única preocupación, no da el espectáculo esperado de gritos, canciones, bufandas y bombos. Qué poco ambiente, que blandos son en este campo, me esperaba más ambiente; mire, páseme uno de esos canapés, Sr Johnson, gracias; por cierto, el lunes tiene Vd el informe en su mesa a primera hora, sin falta, descuide, que menudo soy yo, oiga. ¿Lo quiere encuadernado?

Salió el Atleti al campo y, frente a él, salió el Español o Espanyol vestido de Real Sociedad. El Atleti traía noticia ya de salida, porque Domínguez, sin motivo aparente, no estaba ni convocado. Quique Sánchez Flores, protagonista de la noche más por su histrionismo que por su talento táctico, decidió no convocar a Domínguez supuestamente por estar bajo de forma. Quique Flores, ya sin Sánchez, había tenido en el pasado algún gesto cariñoso hacia Domínguez, como aquella vez en que tuvo a bien sentarle en el descanso por un fallo, tras una temporada sin mancha. Pero así es Quique, ya sin Sánchez ni Flores ni ná, valentón con los que pían poco.

El Atleti salió con una defensa una vez más diferente, la enésima este año. Lo más curioso del caso es que el Atleti se reforzó este verano con más seso que los anteriores, y claramente con la intención de formar una defensa fija; en noviembre, tres meses después, ya no existe tal. A principio de temporada el aficionado confiaba en que Godín y Domínguez serían fijos en el centro, con Filipe Luis Filipe y Ujfalusi de laterales. Perea sería el recambio para el centro y la derecha, Antonio López o hasta Domínguez podrían jugar si el brasileño fallaba algún partido. A día de hoy, y salvo la ausencia forzada de Godín durante su lesión, parece que Domínguez ha perdido el puesto al menos temporalmente y Filipe Luis Filipe no convence y alterna banquillo con titularidad. Más grave aún, en la derecha se alternan Ujfalusi y Perea, que también cambian posiciones en el centro de la defensa. Los cambios parecen haber conseguido que Ujfalusi, un jugador con pocos fallos y normalmente notable, se encuentre incómodo como central y que sea preferible que Perea, que normalmente aporta menos riesgos desde el lateral que junto a Godín, termine jugando en el centro de la defensa. En breve, tres meses después la defensa, la línea por cuya consistencia y solidez se apostó, es una línea discontinua, una línea de puntos en la que falta que ponga “cortar por aquí”. Un logro, oiga.

Frente al Espanyol, la defensa tuvo cierta responsabilidad en lo acontecido pero no exclusiva. Ujfalusi jugó peor que otras veces, y aunque hizo sus tradicionales subidas al área rival (varias gracias a buenos pases de Reyes), quedó demasiadas veces descolgado en la recuperación, con síntomas de agotamiento. Filipe Luis Filipe sigue dejando un reguero de interrogantes allá por donde pasa. Necesita varios toques para controlar un balón (aspecto en el que es notablemente más limitado que Ujfalusi, por cierto), no siempre parece fresco a la hora de decidir con rapidez y muchas veces deja la sensación de echar a perder contraataques por tocarla en exceso. Aún así, de vez en cuando gana a su par y mete un pase de rosca con facilidad, lo que hace pensar que hay más jugador del que parece.

Godín, siempre notable, sí pareció seguir en su línea en el partido de ayer. Aporta en el área rival, remata y aparece por arriba. En el área propia también impone su presencia por alto, saca el balón jugado y avanza cuando nadie más quiere hacerlo. Tiene carácter y lo hace saber, como cuando ayer, tras recibir una coz de Callejón, se fue a advertirle de que estas cosas no se hacen; hay quien dice que le afeó su acción, hay quien mantiene que lo que le echó en cara fue su mal gusto a la hora de retocarse las cejas … el misterio sigue ahí. Por último, Perea hizo para el que suscribe un buen partido, despejando de cabeza muchísimos balones y cortando ataques del rival; tuvo un fallo en el segundo gol del Espanyol, más bien por confiarse que por pifiar, dado que la carga parece falta en las repeticiones. Cuando Perea, que como todo el mundo sabe no es capaz de crear juego desde atrás ni un prodigio técnico, es en fases del partido el jugador que más balones toca, no es sólo culpa suya. Con un entramado defensivo más sólido como el que el equipo mostraba hace unos meses, sin ir más lejos, Perea es un defensa más valioso. A merced de los elementos, Perea es más peligroso y presa fácil para los que gustan de calificar rápidamente los partidos de Perea según sus propias fobias, más allá de si juega bien o mal.

Porque es en el siguiente tramo del equipo donde uno ve problemas. QSF, ya sin Quique ni Sánchez ni Flores ni vocales ni consonantes, iniciales sólo, ha cambiado en los últimos partidos y los medio centros titulares son ahora Tiago y Mario Suárez. Uno tiene poco malo que decir de estos dos jugadores, aunque quizás tampoco tenga mucho muy bueno que comentar. Mario Suárez cumple, mantiene su posición, juega algunos balones con criterio y hace lo que puede, normalmente bien. Tiago alterna fases de ausencia total con algunos destellos buenos. Tarda en entrar en los partidos y, cuando lo hace, no se queda en ellos demasiado tiempo; aún así, tiene calidad y cierta agresividad, a veces mal entendida y carne de amarilla con demasiada facilidad. La cuestión se plantea cuando los centrales tienen que iniciar el juego y levantan la cabeza: delante de sí ven la nada, el vacío, la lista de doctorados de Cerezo. No hay quien se ofrezca, no aparece nadie cómodo a recibir, girarse y mirar hacia la portería contraria. No hay que ser un lince para, como entrenador rival, tapar a Godín y dejar la iniciativa a Perea… el balón acaba normalmente en pelotazo de éste o de De Gea, a quien Perea acude cuando hay presión de los rivales para que sea él quien rife el balón. Simplísimo.

Sus predecesores en el equipo titular, Assunção y Raúl, también tienen defectos y virtudes pero, viendo el resultado, uno tiende a pensar que su aportación al equipo era más valiosa, sobre todo al ser innegociable (al parecer) la presencia de Simão, Reyes, Forlán y Agüero. Assunção hace fácil la tarea de los centrales, que se enfrentan normalmente a rivales que llegan forzados tras intentar pasarle; Mario no tiene el sentido táctico ni el despliegue físico de Assunção para cumplir esa misión, por más fino que sea en el juego y el pase. Raúl García tapa los agujeros que dejan los interiores y multiplica su presencia hasta unos extremos a los que Tiago no parece llegar. Con Assunção y Raúl el equipo quizás pierda en pausa y finura pero gana en agresividad y solidez. Siendo los cuatro de arriba los llamados a crear, quizás sea más rentable para el equipo tener un centro del campo más solidario y sólido, o al menos así lo indican los resultados.

Más cerca del área rival, Simão tuvo varias ocasiones que desbarató Kameni, excelente toda la noche. Reyes alternó enrevesamiento excesivo con algunas jugadas de mucha calidad: pases al hueco que Ujfalusi no aprovechó tanto como merecía la ocasión, algún desplazamiento en largo y cambios de juego que dieron aire al ataque. En otras ocasiones perdió balones peligrosos con el equipo echado hacia delante, y en varias ocasiones mostró ese juego tan suyo consistente en llevar el balón en ocho toques al mismo sitio al que un jugador más sobrio lo haría llegar en uno. Aún así, fue de los destacados de la noche. Forlán jugó impreciso y algo ausente hasta el excelente pase del gol de Agüero y este último abrió huecos, se peleó, tiró a puerta, hizo excelentes regates e internadas en el área rival y su partido tiene todas las papeletas de ser recordado por su intervención en el barullo formado frente al banquillo.

- Pero … ¿y el Espanyol? ¿Es que no jugó? Algo debió hacer, que al fin y al cabo ganó, oiga.

Pues sí y no, mire. El Espanyol se encontró con una falta que no era y, al lanzarla, con un penalti que no pareció ser tal. Marcó un gol pronto y lo celebró como si hubiera ganado el partido, qué cosas. El Atleti se mostró superior con el cero uno y pareció ir claramente a empatar el partido; si no lo hizo antes fue gracias a Kameni, enorme toda la noche. Sólo a balón parado, tras dos remates a bocajarro, marcó el Atleti. El Espanyol, hasta entonces, jugó bien sus cartas, se limitó a esperar y desesperar al Atleti impidiendo sin muchas dificultades que el centro del campo llevase las luces encendidas. Mientras tanto, Callejón, buscado por la Interpol acusado de terrorismo capilar, irritaba al público y provocaba a Godín, entre otros, con una actitud de esas que emplean los jugadores que, como meta máxima en la vida, aspiran a ser entrenados por Caparrós. ¡Qué suerte tienen algunos!

Con el partido empatado justo antes del final del primer tiempo, la impresión que dio el comienzo del segundo es que el Atleti ganaría. Qué cosas. Un balón al que llegó Perea cómodo, demasiado cómodo y demasiado confiado, terminó en un empujón que pareció falta, en una parada no muy brillante de De Gea y un rebote al pie de un jugador del Espanyol. Uno dos cuando parecía que no podría ocurrir. Pero no era fácil superar a Kameni, y no era fácil jugar cómodo con un árbitro empeñado en pitar todo, en dejar jugar para luego parar, en no dar ventajas cuando correspondía y, en definitiva, en complicar un partido sin necesidad. No es común que se hable de los árbitros por estos pagos, pero si es cierto que en Anoeta el árbitro le vino bien al Atleti, no es menos cierto que el arbitraje de ayer no favoreció sino todo lo contrario.

Empató el Atleti gracias a un toque sutil de Agüero tras un pase excelente de Forlán en la única ocasión en que éste mostró su calidad y volvió a parecer que se ganaría el partido. Pero no; un remate espectacular de Osvaldo acabó en la escuadra de la portería del fondo Sur y, ya de paso, con el Atleti. Cuando el Atleti empezaba de nuevo a estar cómodo, volvió a encajar un gol, un golazo esta vez. Pero al Atleti se le acabó la fe, como al público se le acabaron las calorías. Enmudeció el estadio ante el exceso de castigo y el exceso de suerte del rival, agotado tras dos remontadas y en medio de un frío siberiano. El Atleti se acabó, perdió definitivamente el empuje y la confianza y se dirigió, tristón y sin remedio, hacia el final del partido.

Antes de éste, el episodio del día. Un jugador del Espanyol que recibe una falta, tiempo que se pierde, triquiñuelas delante del banquillo del Atleti. QSF quien, con razón, afea la conducta al rival; Luis García que aparece, Agüero que también lo hace, en este caso con maneras de bajito en pelea de bar. Bronca, empujones, dedos que señalan y una tarjeta roja que vuela en dirección a QSF. El partido que sigue en silencio, el público que ve imposible empatar si no es de carambola, el árbitro que sigue fallando. El pitido final, Luis García que se dirige a los pocos seguidores visitantes con aspavientos quizás excesivos, y QSF que se lanza a por él, perdiendo los papeles. QSF, como viene demostrando últimamente, parece vivir buscando su personaje y ayer fue devorado por éste. QSF quiere vestir como Guardiola, quiere pasar por un técnico inflexible con los canteranos como el entrenador del equipo de Siro López y últimamente quiere recordar, con su afeitado, al Doctor House. Ayer también quiso erigirse en guardián de la dignidad del Club, algo muy loable si tuviera un trasfondo histórico y se hiciera con los modales que requiere la grandeza del Atleti en vez de con formas de forofo en plena pelea de atasco. Pero ayer QSF perdió el oremus y salió corriendo con intención de atizar a Luis García, eso sí, con la astucia suficiente para hacerlo por la zona en la que sabía que sería detenido sin problemas. De ello se encargó Kameni, enorme ayer en la portería y también enorme, literalmente, comparado con QSF. Placó Kameni a QSF y, de haber sido un tipo con mala baba, le habría sentado en su muslo y habría gesticulado con la manita del entrenador en clara imitación de Monchito; por suerte Kameni es un tipo educado y optó por la discreción en vez de por la ventriloquia. Desde el Rojo y el Blanco, nuestro agradecimiento a Kameni.

El Atleti pudo ganar a un rival directo, al menos a estas alturas de la competición, y no lo hizo. Perdió en casa un partido de esos que da muchísima rabia perder, en parte por no ser merecido, en parte por haber remontado dos veces sin resultado y en parte por haber sufrido un par de decisiones arbitrales de las que ojalá no tengamos que acordarnos. Pero, excusas aparte, el Atleti sigue sin saber bien a qué juega, sin imponer su estilo ni su sistema y, lo que es peor, llega al final de la primera vuelta con dudas enormes en la línea del equipo que estaba llamada a servir de base para el salto a lugares mejores. Y de esto, la verdad, tiene más responsabilidad QSF que Domínguez.

lunes, 22 de noviembre de 2010

De remontadas y formas de ser

El Atleti remontó un partido como sólo él sabe: complicándolo todo. Sin estas cosas, la verdad, sólo seríamos un equipo más.


Llegaba el Atleti a San Sebastián tras un tiempo de ausencia, motivada por haber pasado la Real Sociedad unas vacaciones en Segunda, y la sensación era rara.

Uno recuerda cuando era chico haber gritado con furia muchos goles de la Real Sociedad, sobre todo uno de Zamora en Gijón, y se sabe aún casi de memoria la alineación de ese equipo que ganó dos ligas sin perder casi ningún partido y que casi gana una tercera un año antes de no ser por una única derrota, en Sevilla. Se acuerda de las medias blancas de Arconada, de los bigotes de Zamora, Satrústegui y Aldridge, del estilo pizpireto de López Ufarte (del que siempre se comentaba que había nacido en Fez, Marruecos), del despliegue de Alonso y (desde Gajate a Océano, pasando por el Chipirón Atkinson), de Górriz, al que durante años uno siempre veía ahí, en el mismo sitio, como si no pasara el tiempo. Y se acuerda también de Atocha y los goles de corner, con la bola entrando en la red y casi dándole en la cara a los aficionados que, a dos metros de la línea de cal, apretaban al rival con la vehemencia del que sabe que tiene un papel importante y una responsabilidad para con el resto. Y recuerda uno partidos en casa con Peio Uralde y López Ufarte (que estuvo en ese 0-4 en el estadio del equipo de Fernado Verdasco y que también falló un penalti contra ese mismo equipo en casa) y hasta con Agustín Elduayen, largo, de verde o quizás de azul y con cara de despiste mientras los primeros iban de rojiblanco.

Pero llegaron los cambios y la política y las peleas y pasó lo de aquél día y la Real, como en las maldiciones, pasó sin saber muy bien a ser considerado el enemigo (algo más entendible por su lado que por el nuestro). Llegaron los cánticos vergonzantes y las miradas bajas cada vez que se escuchan, las flores en la puerta del estadio y las ganas de pedir perdón por algo que uno nunca hizo y jamás haría. Las recomendaciones de no ir al fútbol a San Sebastián y el hablar con la boca pequeña cuando se dice por esos pueblos que uno es socio del Atleti. Llegó también Anoeta y la pista de atletismo y la crisis de la Real y el descenso tras casi ganar una liga que se le escapó a pocos partidos del final, con toda la ciudad vestida de azul y blanco y los niños regateando paseantes por la Concha, qué maravilla de días.

Y llegó también el ascenso a Primera, que es donde debe jugar la Real, y volvió el Atleti a San Sebastián y ayer, además de ver cómo el Atleti ganaba en ese campo por primera vez en la historia, la televisión mostró la imagen de un tipo con camiseta rojiblanca celebrando los goles en medio de la grada rival, que es lo que uno entiende como el fútbol normal, lo que debería ser. Esperemos estar a la altura a la vuelta.
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Salió el Atleti vestido de Atleti y con el dibujo de siempre, ese cuatro dos cuatro que quizás sea un cuatro cuatro dos o quizás un cuatro dos-dos-dos en hexágono regular con sensaciones, con algunas salvedades. Salieron Mario Suárez y Tiago en el centro del campo, como en los últimos partidos, y salió también Perea de lateral, Ujfalusi de central junto a Godín y Domínguez de reserva. Salieron delante los cuatro de siempre y salió Antonio López por la banda izquierda, multiplicando las dudas sobre Filipe Luis Filipe, sobre su estado físico, sobre su capacidad real para jugar al máximo nivel semana tras semana después de la lesión y sobre la valía de su recambio.

Estas mismas preguntas se hacían los jugadores cuando, a los doce minutos, marcó la Real. Quizás marcase Ujfalusi en propia meta o así lo pareció en la televisión, pero Llorente, ese jugador de modales desagradables y cara de que todo el mundo le debe una, lo celebró como si fuera propio. Doce minutos, doce, sólo doce, y el Atleti encajaba un gol. Perea, mal en el lateral, no tapó al peligroso Griezmann y Ujfalusi no se anticipó a Llorente; el checo se enfadó con el árbitro sin que sepamos bien por qué, quizás para seguir con la bronca que le pegó Forlán tras su fallo. El caso es que, sin mucho, la Real se ponía por delante y el Atleti tenía un partido entero para remontar, que es algo que no se le suele dar bien.

Durante el primer tiempo el Atleti recordó al de tantas tardes tristes. Roto por el medio, más que cuando está Assunção, el equipo no parecía tener claro cómo meterle mano a un rival sin brillo pero con ganas. La delantera, desconectada, hacía la guerra por su cuenta forzando al medio del campo a correr y correr cada vez que perdían un balón. Tiago quedó en el medio de ese centro del campo roto, desorientado y falto de sitio, con Mario Suárez corriendo de un lado a otro tapando agujeros, la misión en otros partidos de Assunção, última baja sorprendente con la que nos obsequia Quique Flores. Assunção veía desde el banquillo el primer tiempo mientras buena parte de la afición se preguntaba cómo, en un equipo con tendencia a dejar vendidos a sus medio centros y en cuya plantilla hay al menos cinco jugadores de ese perfil, nunca se juega con tres medios, tres pivotes o tres medio centros, como Vds prefieran. También veía Domínguez desde el banquillo cómo el equipo hacía agua en defensa a pesar de la vuelta de Godín, cómo Ujfalusi no jugaba cómodo en el centro y cómo Perea era superado una y otra vez al jugar como lateral. ¿Por qué no jugó Domínguez con Godín en el centro de la defensa, con Tomás de lateral? ¿por qué salió Antonio López en vez del brasileño? Quizás haya razones válidas, pero no las conocemos. La defensa, la línea más reforzada del año, la llamada a sustentar un equipo con la misión de volver al sitio histórico, la que parecía tener un cuatro titular claro, ve cómo baila y baila y cambia y no repite miembros. Misterios Flores, Inc.

Antes del final del primer tiempo, el equipo dio síntomas de recuperación. Reculó la Real y el Atleti entendió que, qué cosas, atacando es más fácil meter goles. Tiró Tiago desde lejos en la ocasión más clara, pero Bravo, un buen portero difícil de batir, sacó el tiro. No obstante, el Atleti pareció ver luz en el camino y salió el segundo tiempo con la misma idea. La Real no parecía cómoda y el Atleti encontró un par de aliados: Martín Lasarte y Ayza Gámez. El entrenador de la Real quitó a Griezmann, uno de sus jugadores más peligrosos, y el árbitro dejó de pitar en un par de ocasiones como mínimo dudosas, en beneficio del Atleti.

La jugada del primer gol del Atleti empezó en el área propia con un posible penalti de Tiago, muy reclamado por los jugadores de la Real en el mismo momento en que ocurría; mano parece que hay, si es o no voluntaria es otro cantar. Algunos ven clarísimo cómo Tiago intenta darla con el brazo y hasta creen leer en sus labios, con acento portugués, "quietos que esta la pego yo de Trasmontana, que es como llamamos en mi tierra a la zamorana, oiga"; otros, sin embargo, no ven traza alguna de voluntariedad y leen con claridad en la vocalización de Tiago un "uyvá" exculpante. Unos recuerdan lances similares hace bien poco, en Villarreal sin ir más lejos, y a otros les da igual lo que haya pasado en el pasado, dados como son a los juegos de palabras. Pareció que Tiago hizo uno de esos penaltis claros cuando los hace el rival e inexistentes cuando los hace el jugador propio, ya saben Vds de qué hablo. El que suscribe opina que si el árbitro pita penalti tampoco habría pasado nada; bueno, sí, que posiblemente el Atleti no habría remontado un dos cero por más que se dieran carambolas cósmicas. Bien pensado, quizás De Gea habría parado el balón, dejando a Llorente con esa cara tan suya de haber perdido un boleto premiado de la lotería en medio de un pozo negro, quizás lanzando el contraataque, abriendo el balón a la izquierda para que Reyes, levantando la cabeza y mostrando una visión de juego mucho más rica que sus tradicionales primeros planos de briznas de césped, pusiera un pase larguísimo, preciso y asombroso para que Agüero, todo técnica en el control y poderío en el regate, dejara a Forlán un tiro franco de esos que éste no desperdicia. Sí, bien pensado quizás pudiera haber pasado eso, pero la realidad es que pasó eso mismo sin penalti pitado, qué cosas tiene el fútbol, qué suerte tuvo el Atleti esta vez, qué bien nos vino que el árbitro no pitara el penalti.

El gol, cree uno, pudo no ser gol por el penalti mencionado pero sí fue una recompensa justa a los méritos del Atleti. El equipo se lo creyó y Tiago empezó a jugar. Salió Raúl García por un buen Mario Suárez - un jugador que ha enderezado su imagen inicial de blandito, esperemos que para ejemplo de Fran Mérida - y el Atleti creyó más en él y de paso dio munición a los partidarios de Raúl García con amor por la estadística. La Real volvió a pedir un penalti por agarrón de Ujfalusi que no pareció, y el Atleti siguió subiendo el ritmo. A estas alturas del partido Perea había cambiado posiciones con Ujfalusi, dejando el carril al checo y volviendo al centro de la defensa tras su pobre partido en el lateral. Ujfalusi mandó un mensaje al banquillo poco después sobre dónde prefiere jugar cuando, tras excelente jugada de Forlán, buscó el área y metió un pase de gol a Agüero, que no perdonó. Las imágenes dejaron ver un fuera de juego más bien claro del Kun, si bien la afición, reglamento en mano, hablan y hablan hoy de trayectorias, posición de los defensas, referencias móviles, ángulos obtusos y trigonometría aplicada. Al que suscribe le pareció fuera de juego cuanto menos dudoso, pero no así al árbitro quien, de nuevo indulgente con el Atleti, dio por bueno el gol de Agüero.

Con uno dos y diez minutos por delante tocaba amarrar y no perder balones, pero el Atleti no sabe de eso. Para empezar, Tiago jugó un balón desde el centro del campo de una manera infrecuente: en largo. El pelotazo, alto y bien dirigido llegó a Forlán quien, con esa pose miedica que suele poner en esas situaciones, la dio con la puntita y posiblemente cerró un poco los ojos y le salieron arruguitas en la nariz, y hasta hay quien afirma que, con voz aflautada de niño cantor, dijo "uy" al darla. Bravo, que había llegado ya a la altura del uruguayo, despejó in extremis y el balón llegó al Kun quien metió el tercero con autoridad y casi de media vuelta. El Atleti había dado la vuelta al partido, había logrado tres goles y quedaban sólo unos minutos para el final, la situación soñada para un equipo serio.

¿Equipo serio? Busque en otro sitio, oiga. El Atleti es el Atleti y nunca hace lo que de él se espera, ya lo saben Vds. Un barullo en el área de esos con varios vice-despejes lo terminó resolviendo Perea y acabó en los pies de Simão, quizás el jugador más cabal del equipo en estas situaciones quien, además, estaba haciendo un partido más que notable. Pero el Atleti es mucho Atleti, ya lo saben Vds, y tiene una facilidad para meterse bajo la piel de la gente que no debe desdeñarse. Simão, normalmente frío y profesional, listo y cauto, mostró su sintonía con la historia del club y en el peor momento enloqueció, tiró un regate entre dos rivales, salió en dirección a la zona donde los contrarios pueden tirar a puerta con comodidad y, en plena ofuscación, la perdió. Diego Rivas, ex del Atleti naturalmente, marcó un buen gol ajustando al palo un balón de esos que en nuestro equipo habría tirado al río, ya saben Vds cómo son estas cosas. A Simão, tras esto, uno no sabe bien si emplumarle y tirarle al pilón o darle la insignia de oro y brillantes del club por ser esa jugada suya la prueba definitiva de su comunión con la artísticamente incomprensible historia del equipo; yo, por si les vale de algo, como que le he cogido más cariño, oiga.

Dos tres, pocos minutos, el partido olía a tragedia griega en rojo y blanco tras remontada, desastre final incluido. Así lo entendieron la mayoría de los aficionados del Atleti, a estas horas de pie y tiritando en salones, bares y garitas de guardia, con el corazón encogido y mil recuerdos agolpados. Pero no, oiga, ya hemos dicho que el Atleti, cuando está Atleti-Atleti, hace lo que nadie espera. Así, Reyes, bien toda la noche, algo ausente de la defensa en los primeros compases (para desesperación del ayer desesperante Perea, al menos el primer tiempo) pero más metido en movimientos de recuperación que otras veces y excelso en el pase a Agüero del primer gol, entendió por una vez lo que había que hacer en el preciso momento de hacerlo. Pisó área, hizo un regate excelente y encaró a Bravo esperando un penalti inevitable. El penalti de la tranquilidad lo tiró Simão; viendo su anterior intervención uno habrá esperado un remate al larguero seguido de un rebote en su propia frente, el balón que sale bombeado hasta derribar una garza en plena emigración y la caída de esta última en el moño de una señora que se dispone a probar una sopa carísima. Pero no, marcó Simão con facilidad y el Atleti ganó, aunque no me negarán que habría tenido mucha más gracia si llega a pasar lo de la garza.

Ganó el Atleti, ganó, quién nos lo habría dicho un rato antes, quién nos iba a decir que el Atleti iba a meter cuatro goles en un tiempo, dos de ellos tras un pase largo, o que el árbitro iba a beneficiar en las jugadas dudosas y no tan dudosas. Ganó el Atleti y la afición se abrazó y luego se abalanzó hacia el periódico. La calculadora, trae la calculadora, Mari. Y un lápiz. A ver, en casa quedan Espanyol, Depor, Racing y Mallorca, fuera quedan Levante, Málaga y Hércules. Cuatro por tres doce, tres por tres nueve, treinta menos veinte, diez. El Villarreal está a cuatro y tiene que venir a casa, el Espanyol a dos y con eso es Champions y viene el domingo. El Valencia a uno, el Sevilla igual, ambos pasan por el Calderón. Bueno bueno, quién nos lo iba a decir, ahí estamos, pinchan todos, mira qué bien, otro tinto, que sean dos, oiga.

Quique Flores, no con demasiada audacia, reclama 30 puntos al final de la primera vuelta, esto es, diez puntos más de 21, de los cuales 12 son en casa. No debería ser imposible, si al Atleti le da por competir y a los rivales por seguir pinchando, las cosas puede que sigan el curso establecido. Y, sobre todo, si a Agüero, Forlán y De Gea les sigue dando por jugar como juegan, hay espacio para creer. Por más que no juguemos como deberíamos, eso sí.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Inexistente crónica austro-húngara del Atleti – Osasuna

Por motivos que no vienen al caso, el Rojo y el Blanco no ha hecho crónica del partido entre el Atleti y el Osasuna. La pereza y el vermouth son algunos de esos motivos que no vienen al caso, pero no haremos una lista porque nos costaría muchísimo y andamos con sueño.

De hecho, no tendría sentido hablar del buen partido de Mario Suárez, de las dudas sobre Filipe Luis Filipe, de la facilidad con la que para balones De Gea, de la poca fiereza del siempre fiero Osasuna (quizás el más dócil de los últimos años) o de los dos goles y el excelente pase de Forlán en el segundo gol el día después de la muerte de Berlanga, que es una efeméride mucho más importante.

Lo suyo habría sido no hacer nada de nada, pero al no ser de recibo quedarse callado en un blog como este en día tan señalado, para la posteridad quede esta crónica en (roji) blanco sobre un día de un partido que ganó el Atleti y que quedó sin crónica, pero no sin reseña para uno de los tipos más grandes y más graciosos que han pasado por el país en los últimos años.

Y recuerden, comer paella en el tejado de la iglesia puede ser sacrílego; eso sí, si es de marisco, no.

lunes, 8 de noviembre de 2010

De derbys funcionariales y aficionados hartos

El Atleti perdió un partido en el que pareció ocuparse más de maquillarse las carencias que de buscar la victoria, y no parece que le importe mucho a nadie.

NOTA: en esta crónica se escribe DERBY y DERBYS, con Y (griega) en protesta por la imposición de la yé.


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Este año el aficionado atlético esperaba con poco interés el día del derby, ese partido que se jugaba antes y ya, desde hace un tiempo, no. Desde hace años el derby no es un derby sino que es un partido más, un partido soso con poco que recordar, un partido como tantos otros, un mero partidete. Antes los derbys se vivían con pasión durante la semana previa y con entusiasmo o depresión la semana después, valían para deteriorar amistades históricas y para acumular agravios, para retirar la palabra a los cuñados y para hacer rabiar a los vecinos de plaza de garaje. El derby era uno de los días más odiados y esperados del año y producía esa sensación que sólo producen los derbys, esas ganas de que llegue el día mezcladas con el terror a que llegue ese mismo día, ese miedo antes y durante el partido y esa rabia o ese orgullo de después, esa intensidad que ponía la memoria a absorber absolutamente todo lo que pasaba y a tratar cada injusticia arbitral como un motivo suficiente para romperse la camisa, anudarse un pañuelo a la cabeza y echarse a la calle a quemar un convento. Pero esos días han pasado y ahora el aficionado colchonero espera el día del derby como quien espera el día de los análisis médicos de la empresa: sabe que el día va a llegar, tiene ya fecha, sabe que será poco agradable pero que pasará pronto, ya casi sin dolor; sabe que, al contrario que antes, nadie se reirá de él si le ponen gafas porque ya a casi todo el mundo le da igual la pinta que tiene, total él ya no es tan importante como antes.
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Este año, no vamos a ocultarlo, el aficionado intuía que el derby pintaba mal. El Atleti, tras arrancar bien la liga, llegaba tras unos cuantos partidos regulares y dos bastante malos. En casa contra el Almería y en Noruega el equipo dio muestras de debilidad, de espesura, de falta de personalidad y hasta de hastío, de pereza, de hartura por tener que salir a jugar sin muchas ganas con un esquema de juego poco claro a pesar de haber sido repetido hasta la saciedad. El rival, por el contrario, llegaba líder y goleador, exhibiendo más agresividad que otros años, más goles que otros años y el mismo exagerado apoyo mediático que siempre. Quizás esto hizo a muchos aficionados esperar una paliza, una humillación, un correctivo en toda la regla y por eso optaron por ir al cine, arreglar los armarios, pintar las sillas de la terraza o visitar a los suegros, cualquier cosa antes que ver en directo la masacre. No serían los primeros aficionados de la historia que renuncian a ver el derby, no, pero sí los primeros que alegaban esas causas; antes, cuando algún atlético prefería no ver el partido solía ser por no tirar a un invitado por el balcón o por prescripción facultativa.

Los atléticos que no vieron el partido, sin embargo, no fueron mayoría: por más que la lógica indicase que lo mejor era no volver a llevarse un chasco, le es difícil al aficionado atlético no ver a lo suyos aunque sea jugando en un almacén de objetos robados y, menos aún, no ver ese hilito de luz en medio de la oscuridad, no imaginar ese titular del día siguiente, no visualizar esa entrada sonriente a la oficina y ese brillo de orgullo en los ojos que tantas veces ha experimentado. Es complicado no ser testigo, no intentar ayudar aunque sea mirando, renunciar a ver, valorar y sacar conclusiones por uno mismo para no quedar a merced de la impresentable prensa, parcial y triunfalista, no querer ver de primera mano qué le cuentan luego a uno para no pasar por el filtro de lo que interesa a los vendedores de periódicos.

Así, finalmente más aficionados de los que ellos mismos habrían pensado vieron el partido entero y llegaron a la conclusión de que quizás habría sido mejor ir al cine, arreglar los armarios, pintar las sillas de la terraza o visitar a los suegros, cualquier cosa antes que ver en directo el tostón, el partido insulso, el partido mil veces visto entre el Atleti y un equipo de la mitad baja de la tabla a quien se gana sin mucho esfuerzo, pero al contrario. Porque el Atleti perdió pronto un partido por su propia inoperancia y un despiste monumental y se dedicó luego a maquillar su propia dignidad, a barnizar la sensación de impotencia con un dominio poco efectivo y poco profundo que permitiera a jugadores y entrenador decir que el equipo había sido un digno rival, como si se enfrentaran las legiones de Roma contra los alevines de Numancia y se buscase un titular menor, un "como estaba previsto, nos ganaron, pero en vez de en diez minutos tuvieron que emplear treinta". Las cosas pudieron cambiar si el árbitro está más acertado y todo pudo ser distinto si entra el gol de Forlán, o el árbitro pita falta a Reyes en el primer gol o De Gea está más vivo en la falta del segundo. Pero, dicho esto y subrayado el borrón arbitral, el que suscribe vio un equipo que marcó dos goles pronto a otro equipo que siempre encaja goles pronto a pesar de que sabe el precio que pagará luego, y luego a ese equipo goleador tranquilo, dejando la iniciativa al visitante a sabiendas de que el riesgo era limitado.
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El Atleti llegó al estadio del otro equipo grande de la capital con aire de ujier, a recoger el papel que certificaba la derrota sin demasiados alardes. Hola, sí, buenos días, mire venía a cubrir el expediente, a pasar un rato aquí y que se lleven Vds los tres puntos. Ah, si, mire, le estábamos esperando, firme aquí y aquí y aquí, ¿ha traído los papeles? ¿el libro de familia? Ah, sí, muy bien, espere, le pongo los sellos, póm, póm, póm, ya está, hala, gracias, sí, tenga Vd un buen día ¿siguiente?

La afición del equipo de Juanito Navarro se comportó con la misma desidia y falta de interés que el equipo visitante, sin un atisbo de miedo y casi sin emoción. Incluso el día después no son muchos los comentarios jocosos, por más que en toda oficina hay siempre un pobre idiota, un bufón de guardia con el don de hacer el imbécil hasta cuando el resto se comporta. El aficionado colchonero se había preparado, había previsto una masacre pensando que el malhumorado entrenador rival, ese tipo que sueña con que a su paso suene la misma música que cuando sale Darth Vader, pediría a sus jugadores un plus de agresividad, exigiría un resultado histórico si había ocasión, un siete cero que se recordase en bares y bingos dentro de años. Pero ni eso, oiga, ni eso; el entrenador rival pidió a los suyos reservarse, no desgastarse, recuperarse del partido del pasado miércoles, ir al tran tran en cuanto tuvieron dos goles de su lado. El partido del Atleti para recuperarse tras el del Milán, lo nunca visto, si anda Arteche por el campo arde Troya. No quiso hacer daño el entrenador del equipo de Ramoncín - y quizás tampoco pudo, aunque De Gea paró bastantes más que el portero rival - y eso sólo demuestra que ya no hay derby ni nada que se le parezca.

En el palco uno imagina que la historia sería similar. El presidente del Atleti, máximo responsable de la situación del club si es que este hombre puede ser responsable de algo, estaba tranquilo y risueño en el palco. Conociendo a este hombre y su afición a lucir símbolos del equipo de Ray Loriga, uno le imagina encantado en el palco, diciendo lo bonito que es todo, hablando maravillas de la calefacción y la mar de orgulloso al lado del presidente rival. Hombre Florentino, menudos asientos tenéis aquí ¿es escai? ¿es polipiel? Se ven bueno, buenos ... ¡y reclinables! y oye, que de la televisión lo que tú digas, que a mi me parece bien, me parece justo, lo del Del Nido es una locura, ya le conoces, con ese sombrero ... yo, lo que tú digas, claro que sí, faltaría más, y si hacemos carreras de caballos yo no tengo problema en correr en un pony, hombre, por mi no hay problema, para mi es un orgullo en cualquier caso. Y a ver si os venís a casa Pitina y tú a cenar, que mi mujer os pone unas cortezas y un champán del bueno, del belga. Tú puedes hacer esa imitación tan buena de Antonio Ozores, que eres igualito, y nos podéis contar esas historias tan graciosas de cuando el Atleti puntuaba aquí en vuestra casa y los derbys se jugaban a cara de perro, que nos dan mucha risa. Gracias sí, es buen plan, cualquier día vamos, gracias por el apoyo, amigo Cortezo. Cerezo, Florentino, es Cerezo, no Cortezo. Ah, sí, es verdad, perdona, ¿es Ernesto, no? Enrique, es Enrique. Ah, sí, Enrique, perdona, claro, claro, pues eso, nos vemos pronto, gracias, Carazo.
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Salió el Atleti con un portero muy abrigado y peinado con cresta en un partido que antes se jugaba con bigote o, como mucho, con cresta de mohicano de los que hay que arrancarles el corazón para asegurarse que no se van a revolver, y salió también con una defensa de esas que se llaman ahora de circunstancias. Salieron en el centro Ujfalusi, algo perdido como central tras muchos partidos como lateral, y Domínguez, emocionante en su entrevista de unas horas antes pero excesivamente despejón y poco jugador durante el partido. Salió por la izquierda Filipe Luis Filipe y por la derecha Valera, y de ambos hablaremos un poco más.

Filipe Luis Filipe, fichaje de relumbrón de esta temporada, es lo que se viene llamando un carrilero moderno. Fino de cabos, ligero, elegante con el balón, más ofensivo que defensivo, está llamado a darle la réplica a Ujfalusi y abrir el campo por las bandas. Pero Filipe Luis Filipe, quizás por su lesión pasada, quizás por no haber tenido tiempo aún de encontrar su sitio, no aporta en ataque todo lo que debería y su presencia en el juego es relativamente escasa. Se espera mucho de él y aún no lo da y empieza a llegar el momento de exigirle más. Valera, por su parte, salió de titular en el derby y hubo más de uno y más de dos que se encomendaron a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, pensando en el partido que podría hacer el bueno de Valera en la banda por la que estaba llamado a entrar el jugador con los peinados más cuidados del fútbol mundial, el estandarte del rival y proclamado jugador más glamouroso del mundo mundial y duque de las botas de motitas. Y hete aquí que Valera, sin demasiadas dificultades, cubrió su banda, llegó alguna vez a la línea de fondo rival, cumplió en los corners y multiplicó presencia para tapar el agujero que dejaba por delante de sí Reyes y algunas audaces colocaciones de Ujfalusi. No obstante, no tiene excesivo mérito el partido de Valera, que ayer tuvo la suerte de marcar a un jugador que únicamente se emplea y funciona contra rivales de enjundia limitada y que, en partidos más duros, se limita a buscar el primer plano y hacer ese regate inútil basado en los pasos de la jota manchega, tributo fiel, eso sí, a la provincia cuya matrícula luce en su acrónimo.

El ataque de entrenador de la noche apareció en el medio del campo. Quique Flores, fiel como siempre al dibujo de Aguirre, sacó a Mario Suárez junto a Tiago dejando fuera a Assunção (imaginamos que por algún problema físico, que si no nos lo explicamos) y a Raúl García, el damnificado crónico. Raúl García tiene que ganarse los galones todos los partidos, siempre empieza de cero y no tiene crédito, cosas que ocurren; cuando luego ve uno que es el único al que duele un pase ridículo de un rival portugués y le dice lo que le habría dicho cualquier aficionado, a uno le da rabia su situación. Tiago, sin embargo, es un buen jugador que no está en su mejor momento pero cuenta con buena prensa y la confianza del respetable. En Noruega jugó un partido nefasto pero marcó un gol antológico, y con ello parece haber llenado hasta los topes sus reservas de credibilidad. Ayer hizo un partido normalete, sin mucha exigencia, apoyado en un buen Mario Suárez y sin demasiada presión de los rivales, cómodos desde su segundo gol en el minuto 20. Eso sí, su salida coincidió con la pérdida definitiva del balón y la entrega de la cuchara y las llaves de la ciudad, la firma del armisticio y los ruegos y preguntas.

En las alas jugaron los de siempre. Simão anduvo peleón pero poco efectivo, sin demasiada sintonía con Filipe Luis Filipe, el llamado a entrar por el hueco que Simão abre al ir hacia dentro. En el otro lado, Reyes. Reyes hizo bien su juego característico, ese juego infantil consistente en regatear siempre y mucho. Reyes aportó cosas, no tuvo problemas para jugar a pesar de estar cubierto por el lateral izquierdo de moda y pudo marcar si no es por el portero rival. Pero en otras ocasiones Reyes, como es costumbre, regateó y regateó dejando a su paso uno, dos, tres rivales y uno, dos, tres compañeros en buena posición que quedaban sin saber bien qué decir al ver pasar a Reyes mirando al suelo como si hubiera perdido una lentilla. Reyes aporta al equipo por su facilidad en el regate y su imprevisibilidad, pero esas mismas condiciones hacen a veces que el resto de compañeros no sepan dónde va Reyes, dónde colocarse y qué esperar de él; cuando Reyes pierde el balón y se lanza en contraataque rival, eso sí, todo el mundo se acuerda de los antepasados de Reyes.

En la delantera, el aficionado soñaba con ver a un delantero rubio aunque cada vez más moreno marcando un gol desde la derecha y otro desde la izquierda, uno tras control y remate y el segundo tras control, remate y espectacular tiro con rosca, pero entonces cayó en que ese delantero, siendo de los suyos, le había metido esos dos goles al Chelsea un rato antes y tendría difícil llegar un par de horas después a jugar el derby. Cayó entonces en la cuenta de que los goles tendría que meterlos un tipo chiquitajo y moreno o bien un rubio aunque cada vez más moreno al que el club anda loco por vender y para el que va armando una coartada de deslealtades, frialdad y rarezas que luego viene muy bien para que la gente no proteste demasiado. El chiquitajo lo intentó sin éxito y el rubio cada vez más moreno no tuvo su día aunque lo intentó, y eso que pegó un tiro al palo que pudo haber cambiado el partido. Poco hizo la delantera del Atleti y no pudo hacer demasiado a pesar del dominio del equipo; porque el dominio fue horizontal y poco peligroso, hizo que el rival estuviera cómodo y en ningún momento hubo un fogonazo de ira de esos que empujan a los equipos a su área pequeña.

El Atleti pareció conformarse con un dos cero y una buena crítica a su juego. No intentó buscar la victoria y prefirió asegurarse el no pasar a la historia como la plantilla que recibió un saco de goles. La mochila de derbys perdidos ya no pesa a los jugadores como debiera; ya no es un deshonor volver a perder, es casi ya lo normal, no una tradición pero casi, no una necesidad pero casi, nada, en cualquier caso, que afear a los jugadores responsables de la enésima derrota. No hubo asedios a la portería ni salidas en tromba a pesar de que el rival no pareció gran cosa; hubo un armisticio sin firmar, un pacto de no agresión una vez pasado el vendaval inicial y los fallos de la defensa. Ni siquiera en las decisiones arbitrales contrarias se produjeron follones ni hubo protestas airadas, sólo Raúl García puso en su sitio a un rival. Los jugadores vivieron el derby como un trámite, como una misión imposible tras el segundo gol en la que lo importante era encalar la fachada y no limpiar la casa por dentro, se comportaron como profesionales conscientes de que nada cambiaría para ellos si se volvía a perder el partido que no hay que perder nunca.

Pero, ¿y la afición? Pues, más preocupante aún, a la afición parece pasarle lo mismo que al resto. Viendo unos jugadores a los que no afecta en absoluto la situación y una directiva domesticada, contenta con poder rechupetear las sobras de la chuletada, la afición parece haberse contagiado. Al aficionado le da cada vez más igual perder el derby, se piensa el verlo y asume con indiferencia la entrada a la oficina del lunes. Las derrotas ya no duelen, casi ni irritan, se procesan de antemano y cuando suceden ya se han digerido. Hasta el aficionado más convencido parece haber asumido que, en estas situaciones, el Atleti ya no es un rival que juegue de poder a poder, ni siquiera el equipo incómodo que se empeña en aguar la fiesta del equipo ricachón cortándole la salida del garaje con barricadas; casi hasta ve con naturalidad que la directiva asuma como positivo el statu quo y renuncie a pelear por acortar la diferencia en presupuesto con los de arriba. La hinchada se ve impotente para cambiar la situación y observa, ya sin fuerzas, como el Atleti pasa de ser el vecino con el que no se busca pelea a ser Flanders. La afición está harta de ser la única que sufre por estas cosas y parece empezar a dar signos de hastío. Y esto, señores, sí que es muy, pero que muy preocupante.

domingo, 17 de octubre de 2010

Bigotuda crónica del Atleti – Getafe (que se lee en más de dos minutos)

En el primer día sin Arteche el Atleti ganó un partido soso sin demasiados méritos ni problemas. Como tantas veces antes, por cierto.

Llegó la gente a la grada y lo primero que vio al sentarse fue un agujero, un cráter enorme en el centro de cada área. Un agujero en forma de número cuatro, de cuatro de color negro con un ribete negro fino, todo negro sobre un cuadrado blanco, todo enmarcado en rayas rojiblancas. Un cuatro que se veía desde lejos, como debe ser, no como esos cuatros de ahora que no se saben si es un cuatro o un ocho o un logotipo de un patrocinador, cuatros políticamente correctos y light, cuadros bajos en calorías y sin gluten. Un cuatro claro y meridiano, fácil de distinguir desde todas las gradas de todos los estadios, un cuatro que venía a decir aquí estoy yo, aquí está el cuatro, el que quiera que venga y se acerque y me diga lo que me tenga que decir, que es fácil reconocerme. Tan fácil como ver desde el aire el número de los coches patrulla, esos pintados en el techo, tan fácil como ver a un señor cambiando una rueda con un chaleco fosforescente, tan fácil como reconocer desde la grada a un jugador rubio, negro o con bigote. Aquí está el cuatro, señores, y por si había duda y no lo veían bien, lo subrayo con un bigote de brigada de la Guardia Civil que ya no deja duda alguna.

El Atleti jugaba su primer partido en casa desde que se fuera Arteche y los jugadores guardaron un minuto de silencio mientras en el fondo Sur se desplegaba un retrato de nuestro ídolo con bigote. En el minuto cuatro la gente aplaudió durante un minuto entero y se oyó el nombre de Arteche, coreado por todo el campo. Un homenaje bonito y sincero, sí, que al que suscribe le supo a poco. Se guardó un minuto de silencio más solemne que de costumbre, con más sentimiento que simple respeto, sí. Se aplaudió durante un minuto como no se había hecho antes y como esperamos que se siga haciendo mucho tiempo, sí, es cierto. Desde el día de la muerte de Arteche, las páginas rojiblancas de Internet se llenaron de bigotes, cuatros y narices torcidas, de recuerdos del partido del Betis y de aquél gol a Islandia y de esos partidos en el campo del Rayo con la selección olímpica que acababan con balones botando por la acera de la calle Payaso Fofó. En la puerta 4 del estadio, por la que entraba a su abono, había un ramo de flores y un mensaje de cariño. El Rugby Atleti, en su vuelta a la competición, salió al campo con brazalete negro y varios de sus jugadores lucían reciente bigote en honor al cuatro con más bigote. Bonitos gestos, sí, nacidos en la grada. En la grada, como siempre, no en el Club.

El Club guardó las formas y el minuto de silencio, que es casi lo mismo que hiciera un par de horas más tarde el Málaga, es un poner. El Cluz, por su parte, pareció darle menos trascendencia de la que tiene a la desaparición – sólo física – de un símbolo. El retrato que tapó parte del fondo Sur era más pequeño de lo que a los ocupantes de ese fondo nos consta que le hubiera gustado; podría haber sido más grande de haber ayudado el Cluz. La revista Media Punta tuvo tiempo de hacer una tirada con artículo y portada para Arteche, no así la mítica Forza Atleti, revista oficial del Cluz normalmente dedicada a contarnos lo muchísimo que nos hace falta una ciudad deportiva con helipuerto. Una buena parte de la gente que llenaba la grada del Calderón, que no llegaba a los treinta años, nunca vio a Arteche y sólo saben lo que representaba por lo que los más mayores le cuentan, no por lo que el Cluz haya hecho. El Club, se dice, no tenía buena relación con Arteche y eso es un sinsentido y un imposible. Otra cosa es el Cluz y que los que ocupan sus puestos directivos en la actualidad no tuvieran buena relación con Arteche, algo que casi se pudo notar en lo institucional del homenaje de ayer. En otros clubes los pasillos del estadio están llenos de imágenes de los jugadores del pasado y las gradas, las puertas y las barras de bar llevan nombres de centrales de leyenda y capitanes históricos; gracias a esto, los aficionados, aunque nunca les hayan visto jugar, conocen de memoria la cara, los rasgos y el palmarés de los más grandes. No es este el caso en el Cluz, nuestro Club, nuestro a pesar de no ser nuestro según el registro mercantil, pero nuestro y sólo nuestro cuando se trata de poner en valor lo nuestro, a los nuestros, nuestro orgullo y nuestro patrimonio.

El Calderón despidió a Arteche con un minuto de silencio sentidísimo y un minuto de clamorosa ovación, dos minutos para recordar a un jugador que se dejó el alma en el campo durante cientos, miles de minutos; un tipo que se dejó la rodilla por hacernos felices, la vida por hacernos dignos, casi la reputación por evitar que nadie se atreviera a ningunear la camiseta. Dos minutos, dos, pocos minutos para un tipo tan grande, para el protagonista de decenas de recuerdos, cientos de comentarios y kilos y kilos de motivos para sentirnos orgullosos de ir por ahí de rojo y blanco, con el cuatro a la espalda.

Si todos los minutos cuatro de todos los partidos rompiéramos a aplaudir, si todos los jugadores llevasen bigote, si todos los infantiles, cadetes y juveniles jugasen siempre con el cuatro a la espalda y si entre todos los aficionados comprásemos una fábrica de cerveza y la llamáramos “Gróninguen”, aún estaríamos en deuda con Arteche. Suerte hemos tenido de que no estuviera él cerca al dedicarle tan sólo dos minutitos: si le pilla en el estadio, nos da una paliza a todos que nos parte el lomo. Y con razón, oiga.

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Salió el Atleti al campo y, junto a él, salió un equipo al que llaman azulón vestido de verde. Los mejor pensados creyeron que el Getafe se sumaba al homenaje y salía vestido de Racing de Santander, pero la realidad era otra, menos digna, menos romántica, menos decente. La mercadotecnia futbolística tiene estas cosas, ya lo saben Vds, y entre otros efectos está el producir daltonismo entre los profesionales del ramo y ensanchar las tragaderas de la afición que ni tras contracciones pre-parto, oiga. Jugaba el Atleti contra el Getafe y el partido, antes mero partidete, ahora se llama “derbi madrileño”, qué cosas tiene decidir que la liga de uno es la mejor del mundo. Más aún, la intelectual prensa deportiva patria hacía en la previa una encuesta entre la afición para ver cuál de los dos entrenadores es más guapo. La prensa tiene estas cosas y cualquier día, cuando se reciba a los periodistas deportivos a tomatazos en bares, clínicas y notarías, se preguntará el sector cómo hemos llegado a esto.

Salió el Atleti con una alineación rara, con Ujfalusi y Perea de centrales ante la ausencia de Godín y Domínguez, con Valera de lateral derecho y Filipe Luis Filipe por la izquierda. Se preguntaba la afición qué tiene que hacer Pulido para jugar, qué tiene que ocurrir para que pruebe Quique con un canterano; antes en los partidos que se presumían asequibles y sin riesgo, como debería ser el de ayer, los entrenadores hacían pruebas y ponían a un canterano aquí y a un suplente allá, probaban con un lateral de interior y con un central de medio centro. Pero ahora se ve que eso no es posible, ahora se espera a que estén todos los titulares hechos un asco para que salga un joven. Se ve que la confianza del entrenador en el banquillo es más bien reducida, los jóvenes quedan relegados a momentos cruciales y a jugarse la carrera a una carta, en un partido clave, contra un rival con bigote y nariz torcida, solos ante el peligro. Ayer podría haber sido un buen momento o quizás no, quizás faltaba un central de los fijos para hacer debutar a un nuevo, quizás fue mejor reservarle una vez más; el caso es que no salió Pulido, sino que salió Valera y tampoco vamos a hacerle responsable al hombre, que la culpa no es suya por más que la grada la tome con él. Valera, es cierto, defiende con la vista y deja y deja maniobrar a su par, recula hasta el área y deja espacio al jugador que le encara hasta que tiene tiro; también es cierto que con frecuencia no tiene demasiada ayuda en su banda y se ve más solo de lo que le gustaría. Ayer dejó claro que su sitio, si lo tiene, es más de interior que de lateral y, tras un gran pase de Reyes, llegó a la línea de córner y dio un pase estupendo para que Diego Costa marcara el segundo. Nos alegramos por él, y por nosotros también.

En el centro del campo salió Assunção, fijo, indispensable y siempre cumplidor, del que casi nunca se habla porque casi siempre lo hace bien. A su lado, Tiago, y también Simão y Fran Mérida. No salió Raúl García, señalado como alguno se temía tras ser sustituido en el último partido de Europa League; parece que Raúl García, tras un buen comienzo de liga, empieza a ver claro que su camino hacia la titularidad es empinado y con baches, sin puestos de avituallamiento y con francotiradores en las curvas. Salió en su lugar Tiago, el cambio lógico, el tercer medio centro para dos puestos, lo normal en una plantilla compensada. Tiago jugó mal el primer tiempo, tuvo poca presencia y demostró una falta evidente de forma en algunos repliegues a velocidad de caracol moribundo; pero curiosamente en un jugador conocido por no ser un fondista y tender a jugar un tiempo y desaparecer el otro, se vino arriba en la segunda mitad y dio más pausa, más empaque y más mando en el centro del campo. La vuelta de Tiago a la buena forma sería una buena noticia y una alegría para el a veces espeso centro del campo del equipo pero, a pesar del buen final de partido de ayer, no se antoja inminente.

Por una banda jugó Simão. Simão no es el mismo que antes, puede que esto sea cierto. Encara menos, está menos fresco, ya no sorprende tanto. De Simão se pueden decir muchas cosas pero no que no sea listo; se puede decir que es chiquitajo, que tiene malas pulgas, que tiene los labios gordos y que tiene cresta de abubilla, eso sí. Ahora bien, listo lo es, y más que el hambre. Simão tiene claro cómo están las cosas y, viendo que no le es fácil encarar, ya no encara tanto; a cambio, defiende más, pierde menos la posición y hace más fácil la vida de su lateral. Ayer marcó un gol que los jugadores dedicaron tímidamente a Arteche tras tirar estupendamente una falta, calibrando el rebote en el poste para que diera en la espalda del portero, una jugada sólo al alcance de Albertini, Ronnie O’Sullivan y alguna otra estrella del snooker; qué tío.


Por la otra banda salió Fran Mérida, que dejó algún buen detalle y mucha sensación de no tener muy claro dónde y de qué juega. A su espalda sufre el lateral, a su lado tampoco se hace la luz y no mejoran los compañeros pero de vez en cuando suelta un fogonazo que aviva la esperanza y, paradójicamente, parece hacerle relajarse durante unos minutos. Su puesto parece corresponder más bien a la mítica “posición natural”, ese ente sin definir tan del gusto de los jugadores modernos en los que no se es responsable de marcar y mucho menos de defender, sino únicamente de lo que más gusta a todos: de “crear”, ese verbo traidor. De Fran Mérida esperamos mucho y le deseamos lo mejor de corazón, que para eso es del Atleti, pero debe ir despertando.

En la delantera, ausente el Kun y ausente Forlán de inicio, salió Reyes y también Diego Costa. Reyes jugó muchos buenos partidos en esa posición y a uno le parece una buena solución cuando no están los dos titulares. A Reyes, quién nos lo iba a decir, se le echó de menos en Sevilla cuando el equipo se atascaba y era necesario algo más; luego uno caía en la cuenta de que Reyes ahí no estaba por bobo y, además, visible, y la rabia que le entraba a uno era de las gordas. Ayer Reyes jugó cómodo dado lo blandito del rival y se gustó con esos slaloms tan suyos que termina sentado pidiendo falta con los brazos abiertos y llamando al árbitro y a su mamá. A su lado, Diego Costa siguió transmitiendo las mismas sensaciones que en los partidos previos: sensaciones encontradas. Despistado a ratos, se le vio desconectado del resto del equipo y demasiado andarín, poco trotón. Hizo faltas innecesarias para alegría del nefasto colegiado del partido e intentó regates trompicados que terminaban en caídas cómicas con estilo de saco de patatas. Pero marcó también un gol, que es lo que se espera de él, y ya lleva tres, que no es poco. Hasta ahora no ha deslumbrado y ha sembrado su participación de minas-duda, pero también ha cumplido en parte. Que siga así, al menos.

El Atleti ha jugado 7 partidos y suma casi dos puntos por cada uno. Las derrotas en Sevilla y contra el Barça pueden valer si no se falla en los partidos restantes. El jueves, contra el Rosemborg, deberían volver casi todos los titulares salvo Domínguez y el equipo volvería a salir con galas de candidato sin haberse dejado muchos puntos. La liga y el tiempo dirán pero, hasta ahora, las cosas parecen ir según lo previsto. Que dure.