martes, 23 de diciembre de 2014

2014, Año Simeoniano



El Atleti acabó el año por la Puerta Grande, remontando un partido que se había puesto muy feo y en el que, cosas del fútbol, salió el sol en un par de minutos justo después del descanso y ya no se volvió a poner.

Haber perdido en Bilbao habría supuesto dos semanas de parón con dudas, preguntas, rumores, más aun sabiendo que a la vuelta de Navidad es el primero de los partidos del año contra el otro equipo grande de la capital. Conociendo a la simpática e imparcial prensa nacional, un tropiezo justo antes del parón de invierno habría sido el momento perfecto para hablar de problemas en el vestuario, de que Simeone está incómodo y piensa irse, de descontento con los fichajes y cuestionamiento sobre la capacidad de los nuevos para sacar al equipo de problemas, de quejas durante las concentraciones por los ronquidos de los uruguayos, de amenazas de muerte al peluquero de Griezmann. Siendo además el tropiezo justo antes de un partido contra el ojito derecho de la prensa, sobre todo en este momento en el que todo lo que rodea a su equipo del alma se pregona con un triunfalismo infantil, la oleada de rumores habría sido malintencionada y, por tanto, aburridísima. De haber perdido el Atleti, Griezmann pasaría a ser desecho de tienta, Koke tendría ofertas de equipos rivales,  Arda y Godín estarían en diferentes órbitas – como la perrita Laika - y escucharíamos repetidamente eso de que “Fulano gusta en Chamartín”, en especial alguna estrella emergente como Giménez.

Pero en Bilbao el Atleti, tras un primer tiempo malo y desconcertante, decidió que era el momento de dar un puñetazo en la mesa y recordarle a todo el mundo quién, y sobre todo por qué, es el Campeón. El Atleti bajó el balón al piso, adoptó el color mimético que enseña este año cuando los rivales creen que aún vive una única versión del equipo, la del contraataque y la de Diego Costa, y armó un lío. Una jugada, la del primer gol, sirve como ejemplo de todo lo que pasó después: rosario de despejes de cabeza al rival en el medio campo de uno y otro equipo hasta que Tiago, que es el que mejor conoce el libro de instrucciones, bajó el balón en corto. De ahí, un taconazo de Raúl, un apoyo, otro, un pase de nuevo de Raúl al espacio, Juanfran que galopa y mete un centro maravilloso hacia, una vez más, Raúl y Griezmann, el autor del gol tras un remate de esos de los cromos.

El Atleti se benefició luego de un penalti que no le pareció ser al que suscribe, a pesar y precisamente por el leve contacto. Un penalti en mal momento para el Athletic, en un momento perfecto para que el Atleti dejase groggy al rival que pudo poner distancia en el primer tiempo y no lo hizo. Un penalti injusto que, de no haberse pitado, podría haber cambiado el rumbo del partido; pero se pitó y se tiró y se marcó, y la superioridad física y táctica del Atleti y sus dos goles posteriores parece que deberían valer para neutralizar el comprensible cabreo de los bilbaínos.

Del resto del partido, tres nombres propios. El primero, Griezmann, quien tras una primera parte mala acabó metiendo tres goles, uno de ellos en fuera de juego, y cerrando un partido estupendo. Y aun así, de Griezmann queremos más. No más goles, que eso sería abusar, pero sí más presencia, más fiabilidad, más responsabilidad. De Griezmann esperamos que sea el segundo Arda, el segundo Koke, el tipo con el que contar cuando las cosas se ponen feas y los espacios se achican, el responsable del destello de imaginación y calidad que convierte las cuevas en palacios rococós y las peleas de bar en torneos de esgrima. Griezmann, quien empieza a entender que a este Atleti es complicado subirse y mucho más si no se aporta, como mínimo, todo aquello que aporta el resto, está llamado a ser clave para el segundo tramo de la liga, en el que el equipo estará más cansado y habrá sido ya visto demasiadas veces por los entrenadores rivales. El Griezmann que queremos asomó ese peinado suyo como de tortilla francesa por San Mamés y eso es una noticia fantástica que nos encantaría confirmar, confirmar y volver a confirmar, como los peces fedatarios en el río.

El segundo nombre propio es de un defensa jovencito con actitud de veterano y hechuras de estibador. Giménez, por ahora, juega siempre bien, y tanto le da que sea en Turín, Bilbao o el Calderón, que él siempre está a lo suyo. A Giménez parece darle igual venir de treinta partidos en el banquillo o de un encuentro extenuante, él siempre está allí y por su zona mejor no pasar, que le persigue a uno como si le debiera dinero. Giménez no pierde el sitio ni la compostura, es agresivo y canchero, y si tiene que saltar y atizarle en la nariz a su padrino lo hace y santas pascuas, no haberse puesto ahí, oiga. En un partido en el que se esperaba a Miranda de titular y en el que Godín mostró un par de despistes de esos a los que nos tiene desacostumbrados (y que son por cierto más comunes cuando por su lado juega el cada vez más enloquecido Siqueira), Giménez pareció el veterano, la referencia, el capitán. Con Godín en un momento maravilloso, Miranda debe apretar los dientes si quiere que este chavalín con presencia de veterano del frente, actitud de legionario con bayoneta calada  y cuello de pilier no le quite el sitio en breve.

El último nombre del día es el de Saúl. Saúl, que puede llegar a ser un jugadorazo, está en ese momento en el que se espera de él un paso al frente que puede marcar su futuro. Como quizás le ocurrió no hace tanto a Koke, hoy tan consagrado que nos hace olvidar algunos días de zozobra, Saúl debe decidir qué perfil de jugador quiere o puede ser, abandonando algunas manías como esa de jugarse pérdidas de balón en momentos arriesgados y empezando a disfrutar del trabajo sordo y gris que le ofrece Simeone como pasaporte a páginas más brillantes. Saúl salió con la incómoda misión de suplir a Koke pero no completó el partido que de él esperábamos. De Saúl esperamos y deseamos más, y confiamos, sobre todo, en que se le pasen esas malas pulgas que se le ponen cuando no juega tanto como le gustaría, algo que quizás se explique él mismo cuando vuelva a ver sus partidos con más calma durante las navidades.
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Con la Navidad de 2014 se cierra el mejor año en rojo y blanco que uno recuerda, y el tercer año de la llegada del tipo que cambió todo.

De 2014 recordaremos siempre ese mes de Mayo maravilloso, lleno de angustias, victorias, reuniones y cábalas. Recordaremos esa frenética carrera de las semanas anteriores, domingo – miércoles – domingo encadenando victorias y engordando leyendas, la concatenación de partidos claves, de citas históricas cada siete días. Recordaremos el rosario de supersticiones, las llegadas al estadio siempre por el mismo camino, igual vestidos, haciendo las mismas paradas. Recordaremos las reuniones en casa, siempre los mismos sentados en los mismos sitios, las bufandas atadas exactamente al mismo palo del perchero que en el partido anterior. Recordaremos el partido de Stamford Bridge con una sonrisa de esas que aún nos duran, el partido contra el Levante y la cara, mitad de bobo mitad de preocupación, que se nos quedó después. Recordaremos la parada de Willy Caballero en el fondo Norte, evitando el gol que nos habría dado la liga en casa, una semana menos de angustia y una más de descanso, pero recordaremos siempre ese gol de Godín, vestido de amarillo y azul, en el Nou Camp ni más ni menos. Recordaremos esa liga que ahora nos parece un milagro casi imposible de repetir, el fruto de una temporada mágica con una regularidad al alcance de casi ningún equipo, recordaremos la celebración en Neptuno con Panadero Díaz y familia dando saltos en la plaza, los días en los que conocimos a todos esos jugadores maravillosos que llegaron a jugar una final hace 40 años contra un equipo de leyenda y conservan la actitud de una cuadrilla de amigos modestos agradecidos por todo lo que implique valorar su esfuerzo de entonces.

Nos acordaremos también, qué coño, de ese día en Lisboa en el que no disfrutamos antes del partido por culpa de los nervios y desde luego no disfrutamos después por culpa de las lágrimas. Pero recordaremos las llamadas de gente de todas partes contándonos cómo en su ciudad todos iban con el Atleti, cómo se acordaron de nosotros y les dio casi tanta rabia como a nosotros que el cuento maravilloso que escribió el equipo del Cholo no acabara como en los libros de hadas sino como suelen acabar las cosas en la vida. Recordaremos el domingo y lunes siguientes llenos de dolor, mal humor y silencio y cómo el luto acabó de repente cuando un novillero, mostrando casi tanto valor como para ponerse ante un toro, salió a hacer el paseíllo en las Ventas del Espíritu Santo con un capote de paseo con el escudo del Atleti bordado. Recordaremos la concentración espontánea de cientos de atléticos en el estadio para celebrar no una derrota, sino una forma de ser, de sentir, de entender las cosas. Recordaremos el desconcierto de los otros, de los que no entienden nada, ante el subidón de orgullo de los que no habían ganado una final pero habían ganado un mundo, algo incomprensible para los que miden la identidad en victorias y la dignidad en números.

Por ese 2014 maravilloso con pinta de tener una secuela brillante dentro de no demasiado tiempo, por el tiempo anterior y los años en los que nos acordaremos de esto, no podemos más que estar eternamente agradecido al responsable del invento, al tipo que convirtió al equipo en mágico, al que trajo al Mono y al Profe, al protagonista del año entero y de uno de los capítulos más gloriosos de la historia gloriosa del Club Atlético de Madrid. Por él, por Simeone y los suyos, no debería quedar ningún atlético por brindar en estas fiestas.

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Pero en este año increíble, no estaríamos hablando de todo lo que ocurre si no reconociéramos que tenemos un problema. Que el problema no es nuevo es algo que sabe cualquiera que visita la grada del Calderón, que únicamente es ahora más visible y más actual también.

Si el Atleti es lo que es, lo es en gran medida por su grada. Por su grada entera, no solo por un fondo. Que ese fondo ha sido el motor de la animación durante años es algo indiscutible; que el precio a pagar por un motor así no puede ser mantener en él elementos que son un problema grave para todos nosotros (y no solo para nosotros) es algo clarísimo. Nadie en el Calderón quiere que el estadio y la afición se divida, pero nadie en el Calderón (o al menos una mayoría más que aplastante) quiere que miembros de su afición maten a otros, que la afición sea estigmatizada por los medios y rivales como un grupo de tipos peligrosos, que los informativos abran los bloques sobre medidas antiviolencia con planos de la grada del Atleti repleta de bufandas rojiblancas.

Que el tema parece más policial que otra cosa es también evidente, tan evidente como que el resto de agentes involucrados (el Club, el resto del Fondo Sur, el resto de la afición) tienen también un papel que jugar. Que el Club tienen que hacer algo es claro y meridiano; que lo que ha hecho ya es un paso (más o menos torpe, más o menos proporcionado, más o menos precipitado, eso es otro debate) es, también, un hecho. El Fondo Sur (es decir, la Grada Joven y todos aquellos involucrados en la animación con más intensidad que otras partes del estadio), un colectivo mucho más amplio que el grupúsculo conflictivo que últimamente ocupa las portadas de los periódicos (junto a la mención del resto de la afición) tiene ahora una oportunidad de oro para demostrar que puede seguir siendo una grada ejemplar, precisamente ahora que la Policía va a eliminar al factor que (según cuenta gente del propio Fondo Sur) les impedía estar tranquilamente dedicados a la animación fuera de connotaciones ideológicas o de otro tipo. El resto de la afición debe mostrar firmeza ante los que ensucian el nombre del Club, pedir responsabilidades a quienes pueden tomar medidas y apoyar a los que no participan en los actos vergonzosos o tienen miedo a las represalias. Resulta chocante ver una grada en silencio durante un partido, resulta sorprendente ver cómo no es lo que más conviene al equipo lo que el colectivo que más dice querer al equipo acaba haciendo. Resulta extraño ver cómo un colectivo que se dice pacífico prefiere enfrentarse al resto de la afición en protesta por una medida que no tiene como objetivo ese colectivo pacífico, sino precisamente el foco de la infección que puede acabar con ellos. Resultaría también lamentable y triste que a raíz de este episodio, el Calderón se convirtiera en un estadio silencioso.

El año 2014, quizás uno de los más gloriosos de la historia del Club, ha acabado con un borrón intolerable y vergonzoso que debería hacernos pensar, no mirar hacia otro lado. La oportunidad está ahí y tenemos que hacer lo que debemos: dejarlo pasar, confiar en que el tiempo hará olvidar este tema, terminar separando la afición en bandos, hacer del Calderón un estadio silencioso o sumir al equipo en la desorientación que ni los rivales más duros han sido capaces de conseguir sería reconocer que todos hemos perdido. Y nosotros, los del Atleti, no perdemos. Ni perdiendo.


jueves, 11 de diciembre de 2014

De viajes, entradas y policías

Turín, Piamonte, Italia, está relativamente cerca y es un sitio bastante bonito. Además en Turín juegan dos equipos de fútbol y el Atleti se enfrentaba a uno de ellos. Esta es la crónica de un viaje raro.


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Turín es una ciudad bien bonita. Es amplia, tiene un centro grandote y bien conservado y desde casi todas partes se ven los Alpes, nevados en esta época del año. En muchas calles de Turín hay soportales y casi todo el tiempo uno camina bajo techo, con lo que a veces no ve bien la calle por la que va, los edificios, el cielo; eso sí, cuando llueva o nieve, que debe ocurrir con frecuencia, uno no se moja y puede ir tan contento a tomar café, galletitas y amaro. Pero el día de autos, y como mandan los cánones siempre que juega el Atleti, el cielo estaba limpio y lució el sol para celebrar la efeméride durante un día muy corto en una ciudad muy al Norte en la que hace frío, sobre todo de noche con el cielo raso.

En Turín, en día de partido de Champions en el que uno de los equipos locales se juega ser primero de su grupo y en el que viene a la ciudad ni más ni menos que el campeón de Liga, no hay mucho ambiente futbolero. Por un lado, es normal que los habitantes de la ciudad del equipo local estén trabajando en martes laborable y no en la calle dando saltos; por otro lado, siendo el día que era, tras los acontecimientos recientes y siendo partido de grupo, muy poca gente del Atleti acudió a Turín. Pero hay un tercer factor más determinante y más llamativo aún: en Turín no hay demasiados aficionados de la Juventus de Turín, por raro que les parezca.

La Juve, el equipo con más seguidores de Italia y el más popular entre los italianos que viven en el extranjero, es de Turín pero poco, como si no fuera de Turín, vamos, como si fuera de al lado, oiga. La Juve juega en Turín pero bien podría jugar en otros sitios, en otras ciudades más al Sur, en Palermo, en Malta, en Australia. En el centro de Turín la gente es normalmente del Torino, y te lo hacen saber con la misma rapidez que los del Atleti confesamos nuestros colores, esto es, a los cinco minutos de conocer a alguien, durante una entrevista de trabajo, en el momento de recibir el Premio al Hombre Más Discreto de la Comarca, al entrar desfondado en la línea de meta tras completar el maratón. En Turín los camareros, los taxistas, los dependientes de las tiendas rápidamente te hacen saber que confían en el Atleti para ganar a la Juve, para hacer callar a la masa blanquinegra que viene altiva desde las afueras, desde las zonas industriales, de Nápoles, de Sicilia, a pesar de no explicarse cómo no juega de titular el ídolo local, Cerci.

La Juve es para los turineses el equipo de los de fuera, de los inmigrantes que vinieron a trabajar y ganarse la vida en las fábricas de los Agnelli y vieron en la Juventus una forma de asegurarse un ratito de alegría los domingos, siguiendo a un equipo poderoso y bien relacionado con la autoridad (deportiva y no), evitando las fatigas de seguir a un equipo menos ayudado por fuerzas externas. Por eso los turineses del centro ven al Torino, para algunos el equipo italiano con más similitudes con el Atleti, como el emblema de la ciudad verdadera enfrentado a la Juve, el emblema del poder económico e industrial de los alrededores, el equipo del resto. Quizás por eso los del Torino vieron en el Atleti la posibilidad de mantener en silencio a sus insoportables vecinos durante unas horas; quizás por eso los del Atleti, a pesar de lo bien que nos trató todo el mundo, volvemos de Turín habiendo desarrollado una simpatía especial por el Torino y por su canción de cabecera.  



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El hincha con gafas es normalmente bien recibido en las ciudades tranquilas: esta frase lapidaria podría perfectamente grabarse en piedra en la entrada de cualquier localidad futbolera, para tranquilidad del visitante y de la población local, e incluso ser el lema de alguna peña ajedrecista. Los pocos aficionados del Atleti que aparecieron por Turín quizás tuvieran una vista excelente, pero se comportaron como si tuvieran gafas, o al menos eso vimos por la calle. Ni un grito, ni una mala palabra, ni un mal gesto se vio durante toda la mañana en Turín que, por cierto, estaba bastante vacía y tranquila.

Más en concreto, el peligroso grupo de aficionados con el que el que suscribe acudió al Piamonte hizo un primer alto en el camino y compró unas pantuflas de lana la mar de calentitas, una especie de abrigo loden para los pies, toda una declaración de principios. Armado con este signo distintivo, el grupo de seguidores, a quien desde ahora llamaremos “i Temibile Pensionati”, se dedicó a recorrer el centro de la ciudad llevando a cabo su rosario de acciones provocativas: fotografiaron iglesias barrocas, tomaron café por la zona de los soportales, pasearon hasta la Molle Antonelliana, hicieron fotos al Palacio Real, bebieron cerveza tostada (muy rica, por cierto) y comieron pasta con diferentes acompañamientos en una trattoria antigua situada frente a una capilla preciosa. De haberse encontrado con algún grupo rival ducho en sus mismas tácticas de guerrilla urbana y localización de tascas, tal y como los archiconocidos Próstata Boys o los temibles Nación Miope, habrían medido fuerzas compitiendo en actividades propias de su tribu urbana: la petanca extrema con boliche cuasi-invisible, la alimentación selectiva de palomas autóctonas ignorando a las razas importadas, la supervisión de obras desde valla metálica o la disciplina reina: la actualización lenta de cartilla de ahorros en sucursal bancaria llena de gente con prisa, la verdadera razón de ser del Movimiento Pensionista.  

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Bajada la pasta tras un paseíto, dos cafés solos y unos cuantos amaros (Averna, Braulio, Montenegro y uno local cuyo nombre fue imposible retener tras los pelotazos previos), recogida la ropa de abrigo en el hotel y santificada la honrosa tradición de la siesta (breve), el audaz grupo se dirigió al estadio de la Juve - eso sí, en taxi, que se va más calentito, aunque el Ayuntamiento había previsto unos autobuses gratuitos que llevaban a los aficionados españoles hasta el estadio la mar de bien. El taxista - del Torino, claro – explicó a los integrantes de la expedición que les llevaría directamente a la zona del estadio por la que entran los visitantes, cosas de los protocolos de seguridad de la ciudad.

Nota al margen: Al llegar al campo, que está en una zona moderna, apartada, rodeado de franquicias de restauración y grandes almacenes de electrónica, sin gracia ninguna y lejos del centro histórico, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es cómo será nuestra triste existencia una vez nos obliguen a ir a la Peineta. Por más que tengamos claro que la milonga peinetera puede aún dar muchas vueltas, resulta imposible no pensar en la suerte que tenemos al poder ir cada dos semanas al Calderón andando desde el Madrid de los Austrias, caminando tan tranquilos desde la Puerta de Toledo, a tiro de piedra de la Plaza Mayor, de San Francisco el Grande, de la calle Toledo, de la Latina, de los bares, de las terrazas. Como en otras cosas, acabaremos lamentando la tibieza de la grada a la hora de reclamar que el Calderón siga en su sitio, el silencio, la ausencia de protesta, el encogimiento de hombros, el comulgar con ruedas de molino. Al tiempo.   

Una vez cerca del estadio, el taxista preguntó a un policía dónde debería depositar ai tifossi de l’Atletico di Madrid. En una operación nunca vista antes, la policía cortó literalmente el tráfico, detuvo el río de seguidores juventinos que iban al campo y condujo al taxi, en contramano y por zonas prohibidas, hasta una gran puerta metálica. La puerta se abrió y el taxi entró en un recinto vallado más extenso que un campo de fútbol en el que los taxis y autobuses que traían aficionados rojiblancos entraban y descargaban hinchas como quien descarga sacas de un furgón blindado, para ser encerrados entre las vallas a continuación.

Dentro del recinto vallado había unos cuantos aficionados del Atleti, unos cuantos Stewards (Esteban, en castellano) y unos cuantos policías. En un extremo del recinto vallado se recibía a los aficionados del Atleti y se les hacía pasar por una estrecha puerta metálica. Allí se pedía la entrada y un documento de identidad, y se procedía a cotejar entrada, documento y nombre con los datos impresos en una lista manejada por otra Steward (Estefanía, quizás), que miraba que todo coincidiese. Los Stewards miraban y remiraban a los aficionados, les obligaban a deshacerse de ciertas camisetas y bufandas y a algunos hasta les pedía quitarse las botas, no fuera que llevasen calcetines con tomates. ¿Y para qué valía todo esto? Pues para decidir quién entraba y quién no.

En el momento de comprar las entradas, el Club ya había advertido que en Italia, país con graves problemas de ultras, eran estrictos con la norma que obliga a identificar a cada aficionado antes de entrar al estadio. En términos prácticos, esto implicaba que, de no coincidir el nombre del abonado con cuyo carnet se compró la entrada con el nombre del portador de la misma en la puerta, la Juventus podría negar la entrada al estadio al visitante. En otras palabras, que un abonado, por bienintencionado que sea, no puede comprar una entrada para un estadio italiano y regalársela a su sobrino que vive en Bolonia haciendo el Erasmus, porque este se quedará en la calle a pesar de tener una entrada válida. Quédense Vds con este valioso dato para el futuro.

Así le ocurrió al menos a una treintena de personas, quince más si añadimos a un grupo de polacos con bufandas azules y blancas que sorprendentemente (o quizás no tanto) se agolpaban en la cola formada ante la puerta metálica rodeada de Stewards vestidos de naranja o amarillo, esto es, Stewards de naranja y de limón. Italianos aficionados al Atleti, chicas que habían viajado con su novio abonado para ver el partido gracias a la entrada sacada por un amigo, un grupo de mujeres con acento brasileño, unos cuantos chavales helados de frío y alguno de los conocidos Temibile Pensionati se quedaron en la puerta esperando a ver si se encontraba una solución entre unos y otros.

La policía italiana y los stewards eran inflexibles: si el nombre no figuraba en la lista, no se entraba. La lista, entendemos, la envió el club (el nuestro) y no era sino la relación de los abonados que habían retirado su entrada, con su nombre y número de socio. Como ya se ha dicho, el club advirtió de esta posibilidad y por tanto nada hay que afearle en ese aspecto, puesto que los que fuimos conocíamos el riesgo de poder quedarnos fuera y lo asumimos; quizás pensamos que la Juve aplicaría un criterio más flexible viendo uno a uno a los visitantes, como ocurrió en el pasado en otros partidos. Si el Club pudo hacer más en Madrid, facilitando a la Juve el nombre de aquellos invitados para los que los abonados retiraron la entrada, o en Turín, al menos enviando alguien a intentar asistir a los aficionados desplazados en la puerta en la que discutían con los stewards para intentar encontrar una solución satisfactoria para todos, es otro tema. La realidad es que al final nadie del Club apareció, sólo los abonados (esto es, los que pagan siempre, incluso antes de ver los fichajes) pudieron entrar y quedó claro una vez más que el aficionado está a la cola de las prioridades del Club, aunque los que pagan quizás reciban un trato un poquito mejor que los que meramente simpatizan (por más que luego el presidente presuma de afición de tele en tele).

Sí lo intentaron por activa y por pasiva los policías españoles que acompañaban a los aficionados como parte del dispositivo de seguridad, y es justo nombrarles y agradecerlo: los policías españoles, sin ser esa su misión, trataron de convencer a los policías locales de que la poca gente que quedaba fuera era tranquila y educada, propusieron formas alternativas de identificación para facilitar la entrada al campo de los que esperaban en el frío, llamaron, preguntaron, nos explicaron lo que pasaba, se preocuparon por nosotros. El mensaje, eso sí, cambió poco por más que lo intentaran: no pinta bien, de no haber pasado lo que pasó hace una semana la historia sería otra, tienen órdenes claras de no hacer ni una sola excepción. Esta idea tajante la confirmó un steward de limón con el que hablaron los Temibile Pensionati para intentar que una chica con aspecto poco violento pudiera entrar con su novio, que sí tenía entrada, usando la entrada de uno de los jubilados viajeros: “no hacemos excepciones. Las órdenes son claras, a día de hoy todo aficionado del Atleti es considerado peligroso”.  Triste. Tristísimo. Real. Lamentable.
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Del partido, que al final era lo de menos, poco que contar que no se haya contado. Quizás, que el pequeño grupo de atléticos que estaban en la grada se comportó de manera tranquila y correcta, al menos desde donde vio el partido el que suscribe, a pesar de que al parecer hubo quien prefirió llamar la atención de fotógrafos y comités de disciplina. También, que la grada turinesa no es tan caliente como uno esperaba aunque suene fuerte en la televisión, y que el nuevo estadio, cómodo y bonito, carece (como le pasa a los estadios modernos) del encanto de los campos viejos de gradas irregulares y grises, sacrificada la personalidad en aras de la seguridad, la comodidad, la telegenia y el contrato del promotor. Que los aficionados de la Juve fueron la mar de amables e intercambiaron aplausos, camisetas y bufandas con los aficionados del Atleti al final del partido. Que durante muchos minutos la grada juventina estuvo en silencio y en tensión viendo a un equipo agresivo y bien plantado que les puso en muchos más apuros de los que están acostumbrados, y que de ese silencio y de esos aplausos finales se desprendía la admiración y el respeto que el Atleti merece y que en España no recibe, a veces por forofismo, a veces por miopía intelectual, a veces por proteger aún más a los ya protegidos, a veces por mera idiocia mechada de rabia. Que a ojos de la afición de la Juve, que algo de fútbol ha visto, el despliegue defensivo del Atleti es digno de admiración, que la facilidad para salir tocando de avisperos de los que otros salen al pelotazo es simplemente mágica, que la agresividad del medio campo no es violencia sino virtud, que el peligro a balón parado es un recurso formidable y no un motivo de crítica. Que la explosión de júbilo final de jugadores como Buffon o Pirlo dice mucho más sobre lo que es realmente este Atleti que mil palabras huecas de la prensa enfurruñada cuando no son sus favoritos los que levantan la admiración de los grandes. Que quizás si alguien hubiera visto la reacción del ilustre suplente Morata a las burlas de los atléticos durante su calentamiento post partido, el mito del señorío habría sufrido un nuevo revés. Que, incluso quedándose fuera, incluso teniendo indeseables en sus filas, incluso en las horas más complicadas, es un orgullo inmenso ser de este equipo gigante y de esta afición que, con menos dificultad de la que muchos piensan, seguirá siendo la más ruidosa, la más leal, la más entregada también cuando se extirpe el tumor que tanto daño hace a nuestra imagen, nuestra tranquilidad y, visto lo visto, nuestras posibilidades para pasar lejos del Calderón un día de fútbol inolvidable en paz y tranquilidad. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

El problema

El domingo 30 de noviembre de 2014, a las 11.30 de la mañana, se acercaban al Calderón montones de familias aprovechando la hora y la ausencia de lluvia para llevar, en muchos casos por primera vez, a sus niños al estadio. A la misma hora aproximadamente, un aficionado del Deportivo de la Coruña, de unos 40 años y padre de dos hijos (uno de ellos de 4 años, como muchos de los que iban al Calderón por primera vez) moría como consecuencia de las lesiones producidas en una pelea multitudinaria entre hinchas radicales del Atleti y del Deportivo que, al parecer, se habían citado precisamente para darse de palos un rato antes del partido. Por si esto fuera poco, la pelea contaba también con la participación de más aficionados radicales, algunos de otros equipos de Madrid y otros, según dicen, del Sporting de Gijón.

Por asombroso que parezca, hay gente que queda para pegarse aprovechando un partido de fútbol. Intuimos que lo hace convocando a aliados y rivales, fijando por teléfono o por Internet fecha, hora y lugar y, probablemente, el catálogo de armas permitidas, los distintivos de cada bando, los límites de tiempo o quizás alguna otra regla para la pelea, vaya Vd a saber. Al parecer estas convocatorias no son ni nuevas ni infrecuentes, y es común que grupos rivales (rivales normalmente en lo ideológico y no tanto en lo deportivo, que ya me contarán qué problemas hay o ha habido entre la afición del Depor y la del Atleti en la historia de la Liga) queden para medir fuerzas y resolver provocaciones a tortas y navajazos, como antes lo hacían las pandillas de macarras juveniles o las facciones rivales del hampa. La valoración de la inteligencia de los que hacen estas cosas daría para escribir varios libros o quizás para escribir una única página en letra gorda; la libertad que tiene cada uno para hacer en su tiempo libre lo que le venga en gana (incluyendo embarcarse en actividades peligrosas para uno mismo) es algo sobre lo que también se puede reflexionar y ya se ha hecho bastante; no es este el sitio para hacerlo, sin embargo, dado que éste es un simple blog de fútbol, más en concreto de una forma muy particular de ver el fútbol.

Si en vez de con ocasión de un partido de fútbol y al lado de un estadio la misma pelea entre bandas rivales se hubiera producido en el aparcamiento desierto de un polígono industrial remoto y cerrado, en una carretera alejada de cualquier centro de población, el resultado podría haber sido el mismo (muertos, heridos, detenidos, vídeos lamentables) pero la trascendencia del caso habría sido muy diferente. El que suscribe, en este caso, tendría poco que decir al respecto: una manada de salvajes ha quedado para hacer el animal, allá ellos siempre que no se hagan daño más que ellos mismos, allá ellos siempre que no rompan nada que tengamos que pagar el resto. Allá ellos y sus familiares, que les conocen y saben lo que hacen;  allá ellos y sus amigos, si les jalean a hacer el idiota de esa manera, allá ellos con sus vidas. Mientras uno no haga daño a nadie que no quiera estar metido en ese fregado, es complicado pronunciarse si no es para dar una valoración sobre lo triste que debe ser la vida de cierta gente.

El problema es que la manada en cuestión quedó precisamente con ocasión de un partido de fútbol, cerca de un estadio, en este caso al lado del estadio al que muchos tipos pacíficos llevamos yendo 40 años, algunos muchos más. El problema es que la quedada se produce tomando como excusa el fútbol, ese deporte que nos gusta tanto, que tanto hemos practicado, que tanto nos divierte o al menos divertía. El problema adicional es que gran parte de los involucrados en la pelea se juntan precisamente en torno al equipo del que somos seguidores desde que éramos pequeños, que quedan para hacer el ridículo y el mal con los mismos colores al cuello que llevamos muchos otros para ir a nuestro campo y a otros campos lejos de nuestra casa, quizás también el campo del equipo del fallecido. El problema es que el la barbaridad se identifica automáticamente con aquellos que seguimos al mismo equipo que los agresores, y que esa misma barbaridad se convierte en patente de corso para que, generalizando, se insulte al ultra descerebrado que va buscando pelea con las mismas palabras que recibiremos los aficionados tranquilos que vamos a campos rivales, los mismos insultos que seguirán recibiendo dentro de unos años muchos de los niños que ayer, por primera vez, fueron al campo de la mano de sus padres, muchos de ellos también cuarentones, como el fallecido.

El problema es que, ateniéndonos a los precedentes, pasado el duelo inicial se olvidará la pelea y se contarán historias contradictorias y exageradas sobre lo que ocurrió, novelando la pelea, engordando la vergüenza para intentar convertirla en épica. El problema es que con el tiempo unos tendrán un mártir y otros un trofeo y que, unos y otros, utilizarán el trágico símbolo de la idiocia humana para justificar lo injustificable, para reclamar venganza, para presumir de víctimas y hombría cavernícola, para buscar risas de sus correligionarios embrutecidos en los bares. El problema y el asco está en que en unos años la tragedia se convertirá en cántico, como ya ocurrió con Aitor Zabaleta, y que este cántico se convertirá, pasada la náusea inicial, en parte de la banda sonora habitual de los estadios. El problema es que nosotros mismos, que hoy estamos horrorizados y asqueados y nos planteamos no volver nunca a un campo de fútbol, acabaremos por no procesar lo que dice la letra, por no reflexionar sobre lo repugnante de la situación, por no silbar ni levantarnos e irnos. El problema es que, con el tiempo, nos limitaremos a hacer quizás un gesto de asco y repudia sólo perceptible por los vecinos de localidad cuando arranque el cántico desde una zona de la grada, convirtiéndonos, sin querer pero tampoco sin luchar por evitarlo, en cómplices inconscientes e involuntarios - pero cómplices al fin y al cabo - de la manada de salvajes que portan al cuello los colores que nos metieron en el alma nuestros abuelos llevándonos de la mano hacia el estadio, sin esperar que nunca ocurrieran estas cosas repugnantes cerca del campo en el que jugaba el equipo de sus amores. El problema es que los medios, que hoy denuncian con razón las salvajadas y comprueban con alegría la cantidad de audiencia que dan los vídeos caseros de peleas, volverán en breve a su discurso polarizado y faltón sin reparar en las consecuencias que tienen sus palabras para la gente que va por la calle. El problema es que los directivos del club de los amores de nuestros abuelos dejaran que pase el tiempo para no tomar medidas, para evitar problemas, para pegar una patada a seguir a la cuestión, para que el tiempo convierta en banda sonora lo que hoy es una vergüenza, una epidemia y una tragedia.

El problema es que nosotros, aficionados de a pie sin ganas de pelearnos con nadie ni vocación para hacerlo, tampoco sabemos muy bien qué hacer. El problema es que hoy todos tenemos claro que esto no puede ser, que no puede seguir así, que ni el fútbol ni nada se puede convertir en excusa ni parapeto ni coartada para este horror. El problema es que, al no saber muy bien qué hacer, confiamos en que los clubes, la policía, la autoridad haga algo, que nos ayuden, que nos quiten de encima el horror y el problema, que para eso están. El problema mayor viene cuando uno escucha a los directivos diciendo poco menos que eso no es cosa suya, que ellos no son quien para disolver una peña del propio club, que fuera del estadio es cosa de la policía. Y cuando la policía contesta que no sabía nada, que no contaban con que hubiera una pelea, que el partido no era de alto riesgo y por tanto no había dispositivo especial, que no se habían enterado de que 200 ultras de grupos rivales que todo el mundo sabe que se detestan podrían aprovechar el partido para montar una pelea monumental.

El problema es que pensamos que, a menos que cambien mucho las cosas, los clubes terminarán como mucho por retirarle el carnet de socio a diez, veinte, treinta personas que probablemente puedan seguir accediendo al campo cuando les venga en gana, que podrán seguir viajando cuando lo haga el equipo en condiciones más ventajosas que el resto de aficionados, que podrán acceder a los entrenamientos - como ya ha ocurrido -  o vender merchandising o mantener en las instalaciones del club pancartas y banderas. El problema es que cuando nos desplacemos a ver al equipo, si es que volvemos, es muy posible que las entradas que nos venda el Club estén al lado de las entradas de estos mismos tipos que quedan un domingo por la mañana para romperse el cráneo, que nos toque entrar al campo custodiados como criminales a pesar de no meternos con nadie, que nos encierren en una zona vallada obligados a escuchar de cerca los mismos cánticos violentos, racistas, ofensivos que nos producen arcadas cuando los escuchamos a distancia desde nuestro asiento.

Y, mientras tanto, el aficionado de a pie, el que llevó a su niño al campo por primera vez, el que nunca se mete con nadie y el que tiene planeado ir a ver al Atleti a algún partido fuera de Madrid, sabe que le toca replantearse todo, suspender viajes, evitar problemas. Sabe que, a pesar de no tener nada que ver ni poder estar más en contra, que a pesar de estar aún más avergonzado que la media, más enfadado que la media, más asqueado que la media, ahora le toca encima que le señalen como responsable, como cómplice casi, como tipo violento que convive con alimañas por voluntad propia, sólo por llevar una bufanda que también llevan unos malnacidos que se han erigido, sin que nadie se lo haya pedido ni reconocido, en representantes de un club al que siguen millones de personas ajenas a esta inmundicia. El aficionado del Atleti sabe que, por algo que él no ha hecho y desprecia más que nadie, tendrá que aguantar cómo otros radicales se dedican a insultar al club que desde siempre asocia con ese abuelo que le llevaba de la mano al campo sin meterse con nadie, quizás también con el silencio cómplice de los aficionados rivales tranquilos y de bien que, igual que ocurren en el Calderón, terminaron por acostumbrarse a las canciones insultantes, a las faltas de respeto, a las salvajadas musicalizadas. El aficionado normal sabe que quizás, gracias a toda esta panda de delincuentes, ahora también él mismo puede llevarse un puñetazo o una pedrada cuando vaya a campo ajeno, que cualquier viaje a ver amigos puede terminar en un mal rato gracias a algún radical alicorado excitado ante la posibilidad de hacer justicia, según su propio concepto limitado de la vida.  

El problema, pues, es complejo y es enorme, pero el problema principal e inmediato es que un tipo ha muerto en medio de una pelea monumental organizada cerca de casas de gente normal y de un estadio lleno de niños vestidos de domingo. El problema es que en el fondo todos somos parte del problema y que no es sencillo solucionarlo si aquellos que pueden afrontarlo no tienen ni la voluntad ni la valentía de hacerlo. El problema es que no parece que ninguno estemos a la altura de la solución al problema.


El problema es el que es, y la realidad es que, sabiendo cómo son las cosas, es casi más probable que, hartos y asqueados, dejemos de ir al fútbol antes los que no creamos problemas que los salvajes que sí los crean. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Crónica marciana del Atleti - Málaga

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Hay gente que tiene un talento especial y se dedica a crear cosas para que el resto de gente disfrute en vez de dedicarse única y exclusivamente a observar con gesto complacido su propio ombligo. Entre esa gente con talento, que no es mucha, hay quien se entretiene en hacer saber a todo el mundo lo listísimos que son, pero hay también algunos que no alardean ni un solo segundo sobre su valía extraordinaria, haciendo estar cómodo a cualquiera que esté junto a él por muy limitado que sea. Hay quien, teniendo esa capacidad especial, reclama para sí el centro de las conversaciones, haciendo girar al grupo en torno de su ingenio y capacidad para decidir qué es ocurrente y qué no, pero hay también quien hace sentirse bien al resto, escuchando cada frase, manteniendo la capacidad de agradecer y asombrarse amistosamente ante las ocurrencias quieroynopuedistas de la concurrencia sin juzgar ni mostrar condescendencia.

Hay quien tiene una cultura vastísima y un excelente gusto musical y se entretiene en hacer saber a los cuatro vientos lo muchísimo que sabe, lo refinado de su paladar, lo simplón que le resulta el gusto de la masa, lo profundamente que aprecia las caras Bs de los singles inéditos de los primeros trabajos de las bandas más oscuras, siempre y cuando fuera con la formación original y antes de su primer éxito comercial porque, como bien saben los expertos e ignora el pueblo, el realmente bueno del grupo era ese bajista que sólo grabó una maqueta y luego desapareció para hacerse encargado de la planta de caballeros de un gran almacén; pero también hay quien, sabiendo todo esto y habiendo estudiado todo esto y hasta coincidiendo a lo mejor con los extremos más elitistas de la reflexión precedente, ni menosprecia el gusto de los demás ni alardea del paladar propio, quien comparte las joyas ocultas para que el resto también las disfrute, quien agradece al vecino cuando éste le descubre algo que luciría como una condecoración en la solapa de algún gurú cultural o le recuerda una canción olvidada de esas que alegran la mirada cuando se vuelven a ver.

Hay gente capaz de mostrar sentido común, respeto y sensatez mientras trabaja, mientras toma un vino o mientras opina en un foro de Internet sobre algo tan importante y a la vez tan tonto como es el fútbol, por el que otra gente pierde las formas, la razón y el saber estar. Hay gente, muy poca gente, que teniendo ese don de la observación y el talento - y posiblemente por eso – es capaz de disfrutar de las cosas pequeñas tanto como de las más asombrosas, quien valora una cerveza tras el partido tanto como una obra maestra de la HBO. Hay gente que tiene el don de convertir un día especial – una final de la Europa League, por ejemplo – en un día inolvidable entre cervezas en bares oscuros y conversaciones sobre música, fútbol, fanzines ingleses y la vida en general.

Hay gente admirable que se comporta como si admirase al resto y hace sentirse cómodo a todo el que le rodea. Hay tipos que tienen el don de brillar sin cegar, de asombrar sin incomodar, de provocar admiración sin hacerle a uno sentirse más pequeño. Hay gente que pasa su tiempo trabajando para que el resto seamos mejores y más felices y no siempre nos damos cuenta. Hay gente capaz de ver en un muñeco de futbolín cosas que llevaría páginas describir.

Hay gente, muy poca gente, verdaderamente extraordinaria. Hay gente increíble que habita entre nosotros y a lo mejor no se conoce tanto como debiera. Hay gente gigante llena de talento y de nobleza, superhéroes que sobrevuelan por encima del resto viendo cómo entramos y salimos de los bares, tomando nota y devolviéndonos cosas que nos hacen ser mejores. Y de estos, suerte que tenemos, alguno es del Atleti.

Hay tipos realmente increíbles, y luego, ya en un nivel superior, está Pablo Olivares.

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En sábado de noviembre con temperatura de marzo, tras dos semanas sin fútbol de clubes en las que, como viene siendo tradición, hay que aguantar un chaparrón especialmente copioso de tontunas triunfalistas y partidistas sobre jugadores que hicieron partidos de época contra selecciones que en España no llegarían a jugar en Segunda B Grupo 4, en el que milita la Gloriosa Balompédica Linense, volvió el Atleti al Calderón.

A modo de inciso, uno nunca ha entendido bien por qué, cuando el Atleti vuelve a casa tras dos semanas de audiencia, no repican desde un par de horas antes las campanas de la catedral de La Almudena, no se corta el centro al tráfico para que la afición desfile en pasacalles hacia el estadio, no se lanzan fuegos artificiales y pétalos de rosas rojas y blancas desde los balcones más altos de las calles más antiguas, no suena a las horas en punto y las medias “The Boys are back in town” de Thin Lizzy por la megafonía antiaérea, no se hace un cambio de guardia en el Palacio de Oriente al ritmo de cierta canción de Glutamato Ye-yé, no ondea la bandera rojiblanca en edificios oficiales, sedes diplomáticas, clubes de ajedrez, locales parroquiales, puentes del Manzanares, antenas de comunicaciones, aviones de línea y monumentos histórico-artísticos (lo que obviamente excluye La Violetera de Gran Vía) y no hay hora feliz en todas las tascas de los distritos de Latina, Carabanchel y Arganzuela, subvencionada por la duplicación simultánea de precios en los bares de Chamartín, Salamanca y Puerta de Hierro. Hay cosas que no se explican, a ver si se va ya esta alcaldesa que, además, tiene la ciudad hecha una guarrería.

El caso es que el Atleti volvía a casa tras ese mal partido de San Sebastián que nos hizo a todos quedarnos con cara de bobo unos días, echando de menos a ciertos jugadores y sospechando sobre la verdadera capacidad de otros, pensando en qué cambiar para que no cambie el recuerdo de ese equipo rodillo que convirtió el mes de mayo de 2014 en el mejor mes de nuestras vidas. Venía además al Calderón el Málaga, buen equipo que llegaba a Madrid con la posibilidad de adelantar al Atleti en la clasificación en caso de ganar el partido, arropado desde la grada por un grupo numeroso concentrado en el fondo Norte y multitud de aficionados mezclados en zona de socios del Atleti que, como debe ser, celebraron el gol de su equipo y charlaron con la grada sobre sus propios jugadores y esperanzas para el año en curso con total tranquilidad y acento del Rincón de la Victoria.

Salió el Atleti con un equipo que nos gusta, sin Miranda pero con Giménez, jugador joven que juega como un veterano y se comporta como un treintañero con miles de tiros pegados al que el futuro ofrece días de vino y rosas si accede a dejarse aconsejar por el enorme Godín. Salió el Atleti con Ansaldi en la banda izquierda, jugador que transmite mucha más sensación de sensatez que el enloquecido Siqueira, y con tres jugadores finos tras Mandzukic, esto es, Koke, Arda y Griezmann, ahí es nada. Salió el Atleti con un único punta que anduvo espeso y medio lesionado, y salió con un doble pivote en el que el que suscribe ve la clave de muchas cosas.

Por delante de la defensa, en esa zona que es sala de máquinas, puente de mando y documento de identidad del equipo a la vez, el Atleti salió con Gabi y Tiago. Gabi, que quizás no esté al nivel estratosférico del final de temporada del año pasado pero ni  mucho menos – piensa el que suscribe – está al nivel mediocre que algunos aficionados denuncian, jugó bien y acabó expulsado. Gabi corrió, ocupó espacios, recuperó balones y también hizo algún pase directamente al rival y se llevó una segunda amarilla justa y bastante tonta. Gabi volvió a marcar el inicio de la presión, el toque a rebato que marca la salida general al galope que tanto temen los equipos rivales; sin llegar a la intensa perfección del año pasado, Gabi hizo un buen partido que terminó siendo de color más pálido por una expulsión evitable, y que volvió a lanzar al foro una cuestión recurrente: ¿es Tiago la clave de muchas de las mejorías que experimenta el equipo?

Tiago volvió a dar ayer un curso acelerado sobre las virtudes del medio centro: intuición a la hora de ir al espacio, visión de juego para anticiparse, robar y salir, colocación para hacer más fácil el juego de todos los demás, contundencia en el corte, complicidad con la grada cuando un compañero necesita un aplauso. Sin necesitar un despliegue físico excesivo, sin tener que recurrir a sprints ni galopadas, Tiago aparece donde hace falta por mera visión, anticipación, inteligencia, experiencia. Esa ocupación de espacios parece hacer más fácil la vida del resto, contentos por tener que limitarse a cubrir su parcela con la dedicación que les pide el banquillo, sin preocuparse de cubrir esos huecos en el mismo centro de la acción que a veces se producen. Con Tiago y Gabi en el campo los centrales parecen más cómodos, para encimar, robar y despejar, porque los pocos balones que llegan a los centrales lo hacen en situaciones poco ventajosas para el rival: con Gabi y Tiago, los talentosos trescuartistas pueden desentenderse algo de sus misiones de defensa, sabiendo que la parcela central está ocupada siempre con rigor táctico y compromiso y las bandas por dos laterales serios y rápidos. Con Tiago, cree el que suscribe, el equipo mejora, el equipo es más equipo, menos blando que con Mario y tiene más solidez en la zona de cimentación, la clave del éxito del Atleti del Cholo.

Pero, ¿y delante? Pues delante la cosa parece un poco más complicada. Mandzukic, que tuvo que retirarse lesionado, no tuvo su mejor día y únicamente aportó trabajo a la línea de detrás, con Arda, Koke y Griezmann jugando más cómodos por el apoyo que les llegaba del Sur pero sin la referencia norteña que otras veces es el croata, que únicamente brilló en un pase a Arda en la jugada del segundo gol.  Koke, sobresaliente como tantas veces y más listo aún si cabe en varios robos y anticipaciones, y Arda, con unos de esos partidos en los que se ve que está cómodo desde el primer momento, recibían menos miradas que Griezmann, el tercer hombre. Griezmann, que no acaba de hacerse con la confianza de grada y banquillo, salía en casa de titular con dos finos espadas a su lado, en una ocasión señalada para mostrar su importancia. Griezmann marcó y mostró su clase, pero también algo de ansiedad, algo de prisa, algo de exceso de ganas de agradar. En un par de ocasiones abusó de la jugada individual, en otro par mostró pocas luces cuando la situación las requería. Junto con el partido gris de Mandzukic y la poca entidad del juego de Raúl Jiménez (de nuevo poco interesante y poco intenso, de nuevo sembrando de interrogantes su futuro en el Atleti), el partido del Atleti deja sin resolver la cuestión que nos ocupa desde hace unas jornadas.

Y es que la sensación que da el Atleti este año es de buen equipo que funciona al que le falta la guinda. Mientras que la defensa y el centro del campo  - sobre todo cuanto está Tiago – sigue dando sensación de solidez y solvencia, al Atleti le falta algo arriba. Griezmann aún no es el Griezmann que creímos haber fichado, Mandzukic es muchas veces más un defensor que un atacante. Cerci, reivindicativo y bastante mal peinado, no ha demostrado ser una alternativa solvente al día de hoy  y Raúl Jiménez va dejando cada vez más claro que, por ahora, este Atleti le queda grande. Sólo Raúl García, intenso desde el primer segundo de cada una de sus apariciones, parece ser capaz de mantener el nivel  que el equipo requiere y, hoy por hoy, sería una alternativa más sensata al delantero centro de la que es Jiménez. El Atleti saca adelante partidos gracias al talento de muchos de sus jugadores y a la maquinaria defensiva cuyo manual de empleo ha grabado Simeone a fuego en el cerebro de la platilla. El día que Griezmann se quite el peso del precio de su fichaje y la ansiedad por demostrar su valía y – quizás – coja los tres kilos de  músculo que sus tareas defensivas demandan, la máquina defensiva puede convertirse en un tanque imparable.  

Mientras tanto, suma y sigue, el Atleti sigue ahí a pesar de los pesares, invitando a pensar en positivo una vez se resuelva el dilema de la punta de la lanza. Intacta la confianza en las dos líneas de atrás, se antoja urgente afinar la delantera sin perder ritmo con el resto de equipos de cabeza.

En espera de la llegada de la solución, por ahora sólo hay una cosa cierta: desde hace pocos días uno de los nuestros, sin duda uno de los mejores y al que echaremos mucho de menos en todos y cada uno de los partidos, puede por fin conocer cómo es la vida en Marte.


domingo, 2 de noviembre de 2014

Crónica del Atleti - Córdoba o a ver si hay más días de estos



El Atleti jugaba en casa por primera vez tras los cómicos premios de la LFP y la afición aprovechó para hacer llegar unos cuantos mensajes. El primero, desde el fondo Sur, que una pancarta con ingenio y sin insultos puede ser muchísimo más efectiva y valiosa que una portada de periódico. El segundo, que la pantomima del otro día no pasó desapercibida.  El tercero, que al final la afición se tomó lo del otro día efectivamente como eso, como una pantomima.

Ya es llamativo, cree el que suscribe, que la LFP organice una gala como si fuera la de la entrega de los Oscars con alfombra roja, smoking y trajes de largo entre las invitadas consortes. Es llamativo también que la gala se retransmita por televisión (la Sexta en este caso, cadena que alterna información política mordaz y ácida que busca irritar al establishment político con información deportiva servil, amarillista y superficial, muy del gusto del establishment deportivo) y se convierta en comentario mayoritario en las redes sociales. Es más llamativo aún que aficionados de aquellos equipos que no cortan los bacalaos económicos y mediáticos se rasguen las vestiduras al ver los resultados de los premios, como si no fuera lo esperado que los premios tengan por objeto no premiar a los mejores, sino resaltar una vez más las virtudes (incluso las inexistentes) de los equipos que crean audiencia en Asia, provocar la foto de los astros con trofeos que justifiquen inversiones millonarias en países con contratos potentes de obra pública en concurso, y pasar de nuevo la mano por el lomo a la masa alienada que necesita que le recuerden continuamente lo bueno que es su equipo para que así desconecte un poco y no caiga en la cuenta de que lo que no es tan bueno es todo lo demás.

Ante la filfa de la LFP y su reparto de derechos económicos, ante el oscuro mecanismo de designación de árbitros, ante el escandaloso criterio que gobierna el tratamiento mediático de los partidos y los méritos de unos y otros, hay varias posibilidades. Hay quien prefiere verlo todo y leerlo todo y consumirlo todo y, una vez hecho todo lo anterior, enfadarse muchísimo y decir con grandes voces la vergüenza que le parece todo, el asco que le produce la corrupción y la mentira y la injusticia con la esperanza de que algún radical de algún equipo privilegiado le conteste con insultos y argumentos infantiles para, así, enzarzarse en una discusión semipública de esas que no llevan a ningún lado y dan mucha vergüenza ajena. Todo ello, claro, hasta el día siguiente, en el que volverá a leer los medios a sabiendas de que le pondrán de mal humor y, así, poder enfadarse muchísimo y decir una vez más con grandes voces la vergüenza que le parece todo, el asco que le produce la corrupción y la mentira y la injusticia.

Hay también quien, harto de todo esto, a sabiendas de que nada de lo que uno diga servirá para nada a menos que lo haga en un círculo de confianza en el que casi siempre todo el mundo piensa lo mismo, consciente de que cualquier comentario sensato en según qué ambientes deriva en una conversación subida de tono en la que los seguidores de los equipos mayoritarios despliegan toda su argumentario de niño pequeño, recuerdos de épocas que ni vivieron ni conocen, acusaciones de envidia y celos y otros disparates poco rebatibles – no por la enjundia del mensaje sino por la incapacidad del que lo emite para entender nada que no sea de una simpleza primate – y lugares comunes infantiloides repetidos en los medios que viven única y exclusivamente de satisfacer a la masa que sólo quiere escuchar lo que quiere oír y en ningún caso la verdad - no sea que ésta explique cosas que no quieren entender - opta por ni consumir ni opinar, ni valorar ni enfadarse, limitándose a encogerse de hombros y echar una media sonrisa de esas que en el fondo es un clavo hundido a martillazos en la anoréxica capacidad intelectual del que pregunta, que ni aun así es capaz de enterarse de lo que está pasando.

Finalmente hay quien, consciente de que por más que quiera no conseguirá no enterarse de todas las tontunas que rodean al fútbol patrio e incapaz de comprometerse al aislamiento hermético necesario para no escuchar toooodos y cada uno de los piropos que se echen a los jugadores de ciertos equipos en detrimento del resto, opta por reírse directamente del panorama. Hasta que no se comercialice el traje anti-ebola que proteja contra el contacto mediático de los gérmenes que a diario vomitan periódicos y espacios deportivos de los telediarios, hay quien prefiere directamente reírse de la situación y, lejos de hacerse mala sangre, aprovechar el viaje de los envalentonados aficionados de las multinacionales para, como en el judo, usar esa inercia para sumergirles en el barro de su propia idiocia. No parece mala política ante esos comunicadores y aficionados que, encantados de ser incapaces de ver más lejos de su propio ombligo, únicamente perciben que se están riendo de ellos unos minutos después de que se haya reído a su costa toda la reunión.

Allá cada uno con su elección; servidor de Vds no entiende a los primeros, entiende bien a los segundos y admira y agradece su tarea a los terceros.
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Hacía tiempo que en el Calderón no se veía un desplazamiento de aficionados como el del Córdoba de ayer. Desde muchas horas antes del partido, ya en el Centro, en la Latina y demás barrios cercanos al Calderón (por enésima vez, ¿cuánto vale tener un estadio accesible a pie desde el centro histórico de la ciudad? ¿hay muchos planes mejores que ir al fútbol por la tarde y antes comer o tomar el aperitivo en la parte más animada de los barrios más antiguos?), tabernas, monumentos y aceras estaban llenos de aficionados vestidos de verde y blanco en busca de a las barras comparables a las barras maravillosas del centro de Córdoba.

También en el estadio la presencia de visitantes era numerosísima: agrupados en el fondo Norte y ocupando el 100% de la zona reservada para los aficionados rivales y mezclados por las gradas en zonas de socios y no socios, cientos de aficionados cordobeses poblaban grada, fondo y anfiteatros con camisetas de su equipo. Majos y muy lejos de la imagen johncobrizada con la que últimamente nos obsequia cierta afición levantina, los aficionados del Córdoba resultaron ser la mar de educados, celebraron sus goles sin faltar al respeto a nadie, comentaron con el vecino las jugadas destacadas y animaron a los suyos aun cuando las cosas iban mal, todo ello sin acusar al Atleti de ser un equipo violento ni recordarle a todo el mundo que vienen de una de las ciudades más bonitas de España. Como los suecos del Malmoe hace unos días, también numerosos, respetuosos y uniformados, el Calderón disfrutó con la afición visitante casi tanto como con la suya.

Sin una mala palabra, mucho color y buena educación, la afición del Córdoba dio una lección de comportamiento. Quizás inspirada por su propio equipo, que ni dio patadas ni perdió el tiempo ni provocó broncas con la insistencia y mezquindad con la que hacen tantos otros equipos, la afición no tuvo ni una palabra descortés ni una provocación ni una falta de respeto. Por una vez, tampoco se faltó al respeto a los visitantes desde las zonas del estadio donde tantas veces se provoca la vergüenza a los aficionados locales más sensatos. Algo es algo.

Viendo el percal y conociendo la ciudad, la fecha de vuelta en Córdoba queda ahora mismo marcada en el calendario para más que posible visita este año. Ojalá le vaya bien al Córdoba y tengamos la ocasión de programar este viaje muchos más años.
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El Atleti ganó bien ganado un partido en el que se llevó dos goles en contra, uno bueno y otro un poco churrero. El partido, eso sí, sirvió para ir confirmando algunas cosas.

Una de las primeras cosas que quedan claras es que en la portería sobrevuelan dudas. Moyá cumple, sí, y suele tener en sus partidos alguna buena intervención y también alguna mala. Es normal que Simeone le mantenga en la portería pero da a veces la sensación de que no será así para siempre y, lo que es peor, que quizás acabe saliendo del equipo titular porque en algún partido esa sensación que revolotea cristalice y nos llevemos un disgusto. Mientras tanto, esperemos y confiemos: esperemos equivocarnos y confiemos en Moyá.

En la defensa también se van despejando incógnitas, o bien la única incógnita que sobrevive aunque con poco pulso. Confirmado el buen momento de Juanfran y la solvencia de Miranda y sobretodo Godín, este año a un nivel asombroso, en el lateral izquierdo se sigue librando la lucha por la titularidad que, en opinión del que suscribe, va ganando Ansaldi con unos cuantos cuerpos de ventaja.  De hecho, el gran beneficiado de la lesión de Ansaldi parece ser el propio Ansaldi, toda vez que Siqueira ha demostrado también algunas cosas: Siqueira ha demostrado que corre mucho pero que frena regular, que tiene empuje pero no mucho control de su propia inercia, que no siempre toma la decisión adecuada y que necesita pensar más y correr menos si quiere jugar en el equipo. En el partido de Getafe Siqueira pareció gustar al público y gustarse a él mismo, y como resultado, contra el Córdoba salió como más contento, más confiado. Tan contento estaba Siqueira que en cada ocasión que tuvo salió corriendo en línea recta hasta no muy lejos del córner donde, casi siempre, se paraba un par de metros más lejos de donde pretendía, se erguía, esperaba la entrada del defensor o defensores que acudían a tapar e intentaba un regate virtuoso con la esperanza de que le dejara el camino libre hacia un gol de calendario. No le salió. Lo intentó, eso sí, y corrió y corrió como si se hubiera apostado una cena, pero dejó una cierta sensación de atolondre y de entenderse poco con los compañeros.  Veremos en el futuro próximo, pero por ahora nos alegrará ver a Ansaldi de vuelta.

En la media salieron Mario, Gabi, Koke y Arda. Mientras Koke y Arda dejaron claro que no tienen absolutamente nada que demostrar (salvo, en el caso del primero, quizás que su  tope está aún lejos), Gabi volvió a dejar claro que aún no está como el año pasado, aunque no esté tan mal: a pesar de fallar algunos pases de los que no fallaba, a pesar de no estar en su pico de forma física ni mostrar esa superioridad aplastante que el año pasado exhibió cuando los partidos se ponían feos, Gabi se hinchó a robar balones, una de sus especialidades. Gabi aún no es el Gabi del año pasado, pero no anda tan lejos, y terminó siendo sustituido por Saúl, quizás para darle algo de descanso a Gabi ante el martes. Saúl, por el contrario, no estuvo bien, cometiendo fallos por exceso de confianza y perdiendo algún balón por esa querencia suya a tomar riesgos regateando donde mejor es apoyarse en un compañero que guarda la espalda, esa querencia que exaspera a Simeone según nos dicen.

También jugó Mario, la incógnita andante del momento, el centro de muchas miradas, el tipo del que no sabemos bien qué pensar. Y, a diferencia de otras veces, Mario jugó bien. Mantuvo el sitio, dejó detalles y no tuvo esa desesperante querencia a hacer una cosita y automáticamente pararse y ponerse a andar señalando a los compañeros qué hacer con gesto de mariscal. Ayer Mario estuvo entonado, entró a los choques y se los llevó, filtró con claridad varios pases rasos y fuertes que rompían líneas rivales poniendo al receptor en ventaja. Y, aún así, la afición echa de menos a Tiago, aunque un poco más tranquila, eso sí.

Y  por más que analicemos y analicemos el centro del campo, cualquier cosa palidece ante el enésimo partidazo de Koke, de nuevo gigante ayer, potente, talentoso y comprometido, enchufado como si jugase una final y fino y confiado como si jugase una pachanga con amigos. Palabras mayores, Koke, palabras mayores.

Y para terminar, la delantera. En la delantera, Mandzukic volvió a hacer un buen partido de pelea y repliegue, siendo un tormento para los defensas y hasta para medios y delanteros rivales cuando corre hacia campo propio lanzando su tonelaje a toda velocidad para hacer una cobertura. Uno no sabe si ese esfuerzo, que luego paga a veces cuando no puede con su alma y no consigue llegar a un balón que algún centrocampista le mete fuerte y raso al espacio, es uno de sus talones de Aquiles o una de sus mayores virtudes, pero por lo que parece Mandzukic es así y no parece que el esfuerzo casi suicida sea algo que esté dispuesto a negociar, como tampoco parece que pueda evitar pelearse con los centrales para controlar un balón con el pecho y dejar un tiro franco a un compañero en vez de intentar marcar gol en todas las acciones. Si la segunda línea del Atleti se decide a tirar a puerta cada vez que el croata les deja en bandeja una ocasión, empezaremos a ver por fin goles de tiro lejano en el Calderón y demás campos.

Y, para el final, Griezman. Griezman metió dos goles y con ello la prensa ha dicho que se ha reivindicado y que ha cumplido ya y que está ya integrado y contento en el equipo. La realidad es que Griezman metió en efecto dos goles, uno de ellos estupendo, e hizo un buen partido pero, aun así, anda aún lejos de lo que algunos pensamos que puede aportar.

Y es que en este nuevo Atleti 2014-2015 que poco a poco y sin hacer ruido va tomando una forma estupenda, Griezman se antoja una pieza fundamental. Asumido ya que el Atleti no tendrá este año el recurso del pelotazo largo para que cierto rufián natural de Lagarto corra en diagonal y destruya una defensa más ante la desinteresada mirada de la LFP, el Atleti va mostrando alternativas en las que Griezman es clave. Como en el primer tiempo contra el Malmoe, el Atleti puede entrar por las bandas y colgar balones al área pequeña o acudir al famosísimo balón parado que tanto parece irritar a cierta prensa, pero también puede, como en el segundo tiempo de ese mismo partido, dedicarse a tocar y combinar y saltar de línea a línea juntando a los jugadores de más calidad y capacidad para la diablura como son Koke, Arda y Griezman. Griezman, ligero de pies y con andares de bailarín, debe colaborar con los otros en las tareas de infiltración en líneas, colocación de explosivos en los pilares del puente y huida con el resto del comando para ver la explosión (esto es, la percusión del corpachón de Mandzukic o Raúl contra quien tenga la desafortunada idea de ponerse cerca) desde un sitio seguro con más frecuencia de que lo hace. Ayer mostró esa facilidad tuya para conducir el balón en diagonal, recortar antes del gol e incluso anticiparse en un buen remate de cabeza: cuando todo eso sea la norma y no la excepción, estaremos hablando del Griezman que realmente esperamos.
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Pasado el primer cuarto de la liga, el Atleti empieza a parecerse a lo que debe ser y sigue mostrando hechuras de equipo serio y duro. Si alguien no se limitara, como el que suscribe, a opinar sobre lo que ve y se contentara con enterarse por otros medios de cómo va la cosa hasta ahora, se sorprendería de saber que el Atleti está a un punto del líder a pesar de haber circulado con el motor en tres pistones hasta ahora.

Así que ya saben, nosotros a lo nuestro. No seremos nosotros ni será el Atleti quien necesite premios y portadas para hacer lo que debe.

lunes, 27 de octubre de 2014

Algunas cosas que vamos aprendiendo del Atleti de este año

Jugadas 9 jornadas de Liga y 3 de Champions, el Atleti parece haber dejado ya unas cuantas pistas como para sacar las primeras conclusiones provisionales sobre el equipo. En estas jornadas el Atleti ha perdido algunos partidos en los que ha recibido varios goles, ha ganado otros de manera abultada, ha mostrado oficio en un par de partidos durísimos y ha dejado por el camino algunos motivos para la preocupación. Aun así, el balance general es positivo: el equipo tiene buena pinta y, sin haber tenido el inicio de liga arrasador del año pasado, ha mostrado un buen nivel general dentro de un proceso de adaptación previsible y complicado.  

Por partes:

Uno: la portería

Oblak vino con vitola de jugador de presente y futuro y una lesión en el psoas, que es un músculo con nombre de partido socialista de Azerbaiyán, Land of Fire; esta circunstancia la ha aprovechado Moyá, que en principio venía a desempeñar el papel de Aranzubía, para hacerse con la titularidad y de paso con mucha atención muchos focos. La misión de hacer olvidar rápidamente a Courtois no parece fácil, más cuando uno ve al belga bajo los palos del Chelsea en partidos como el del Man Utd; Moyá y Oblak no parecen a la altura del bueno de Thibaut, pero por ahora Moyá cumple el expediente.

Aun así, algo pasa con Moyá. Moyá tiene planta de caballero retratado por el Greco, está parando bien y ha sido decisivo en partidos como el de Getafe o en el disputado en el estadio-centro comercial de la Castellana. Otras veces, sin embargo, ha tenido despistes (como el día del Celta) o directamente fallos de manos (como contra la Juve, que a punto estuvo de costar un disgusto) que han hecho levantarse muchas cejas en las gradas. ¿Transmite Moyá toda la seguridad necesaria para mantener la tensión arterial de la grada en los niveles recomendados por la OMS? Pues no sabríamos qué contestar por ahora, oiga; de haber preguntado tras los primeros partidos habríamos dicho que sí, de haber preguntado tras el día del Valencia diríamos que no.

Lo que sí es seguro es que Moyá no lo está haciendo hasta ahora nada mal, que su juego está siendo una sorpresa agradabilísima para los que recibimos su fichaje con un movimiento de cabeza de esos de no-sé no-sé y que Oblak, cuando ha salido, no ha dado motivos para pedir su titularidad. Por tanto, incluso con esos momentos de titubeo, incluso con esa sensación de que a veces no está exactamente donde debería y que en alguna ocasión podría gestionar las situaciones con más contundencia, Moyá va cumpliendo y no parece que vaya a moverse de la portería en breve.

Segundo: La defensa

Se fue Filipe Luis y nos llevamos un disgusto de los gordos, primero por perder a uno de los mejores laterales izquierdos que hayamos visto nunca, segundo por haberle perdido justo en su momento culminante, tras un período inicial en el Atleti en el que a muchos nos pareció que su período en el fútbol de élite había terminado, tercero por haberse ido a un equipo antipático como el Chelsea. Se fue Filipe Luis y nos quedamos con cara de bobo y bastante preocupados.

Pero ¿qué ha pasado desde que se fue Filipe Luis? ¿Ha sufrido la defensa como uno podría haber sospechado? Pues parece que no, oiga. La defensa titular, que viene siendo la misma que el año pasado en sus tres cuartas partes, ha visto cómo Miranda seguía a un altísimo nivel (también marcando goles), cómo Juanfran elevaba varios grados su nivel de fútbol y de influencia en el juego y cómo Godín se convertía, simplemente, en un gigante.  La contundencia y complementariedad de los centrales (lo que le falta a uno, que es poco, lo tiene el otro y viceversa), la solvencia que ha mostrado Giménez lo poco que ha jugado y los galones asumidos por Juanfran en ataque (quizás los que tenía Filipe Luis el año pasado) han despejado cualquier duda y girado el foco de la discusión hacia el otro lado: ¿Ansaldi o Siqueira?

Siqueira, que partió como favorito en los primeros partidos, ha ido perdiendo presencia en favor de Ansaldi, y con razón. Siqueira, que derrocha ganas de agradar y hacerlo bien, es a veces alocado y poco dado a tomar la decisión correcta en situaciones delicadas. Falló un penalti  importante, lo que siendo grave no es gravísimo, y ha mostrado especial ansiedad para marcar su golito en alguna ocasión, probablemente para restañar el fallo de Valencia. Aun así, contra el Malmoe se mostró capacitado para sacar adelante el partido y contra el Getafe alternó algún fallo desesperante con buenas acciones. Siqueira no es Filipe Luis pero tampoco es Pilipauskas, desde luego, y con un poco de calma, seso y confianza puede convertirse en un jugador valioso.

Eso sí, a estas alturas parece más valioso Ansaldi. Ansaldi, que es diestro, juega tan tranquilo por la izquierda y mete pases a la olla con cualquiera de sus dos piernas, casi siempre bien. Es rápido y resistente, y acaba el partido al mismo ritmo que lo empieza, por lo que hemos tenido ocasión de ver. Ha cometido algún fallo infantil y se ha pasado de frenada en un par de ocasiones; aun así, parece más completo y cabal que Siqueira, parece que poco a poco se va soltando y parece que puede encontrarse más cerca de la dificilísima misión de hacer olvidar a Filipe Luis que su rival para la banda izquierda.

Tercero: la media

La temporada empezó con Gabi algo desconocido, con Tiago tremendo de oficio y colocación, con Koke algo pesadote pero dejando claro que es el mascarón de proa del equipo, con Arda intermitiendo entre la genialidad y el arrastrar los pies al andar y con Raúl devorando kilómetros, rivales, piropos y críticos de la grada. Esto es, los mismos jugadores clave del año pasado, en diferentes momentos de forma pero siempre al servicio del equipo. Con sus diferencias, que las hay, el Atleti es reconocible en el medio campo tanto por las caras como por la apuesta y, junto a los pesos pesados de la defensa, la media se encarga de guardar la ortodoxia y mantener el nivel, sobre todo en los partidos de más exigencia. Poco a poco, Gabi va a más y Arda va derrochando talento aunque muestra cansancio a veces. Mientras tanto, Koke da lecciones de omnipresencia, Tiago da lecciones de inteligencia y ocupación de los espacios y Raúl García da lecciones de concentración, compromiso y, ya de paso, como el día contra el Malmoe, de clase haciendo un pase magistral que acabó en gol de Cerci.

Frente a este bloque más o menos reconocible – con la poquísima intervención del Cebolla - que deja poco debate más allá de si está cada uno en su momento óptimo, se plantean dos cuestiones. La primera la protagoniza Mario, de nuevo en el foco de la discusión de grada. Mario, quien al parecer pudo salir del equipo en verano pero Simeone se opuso, vive en su eterno pulso con la grada y con el mundo para convencer a propios y extraños de si en realidad es el jugador pusilánime que transmite la sensación de creerse mejor de lo que realmente es mientras pierde balones incompresibles o si por el contrario es el jugadorazo de clase y presencia que en ocasiones (contadas pero importantes) hemos visto. Mario, cuestionado y presionado por otros candidatos a la titularidad en caso de ausencia de Tiago, sigue fiel a su estilo andarín y despistado, frío y hasta despegado, excesivamente estático y distante, que alterna con detalles de clase en los controles, de criterio a la hora de arrancar desde atrás y otros destellos de jugador más que interesante. La mezcla entre clase y despiste irrita en especial a la grada del Calderón, que ve en Mario los mimbres necesarios para hacer un jugador de leyenda y, a la vez, una ausencia de concentración y compromiso propias de un jugador mercenario y pesetero que descolocan al más pintado. Mario, del Atleti desde la cuna y en el Atleti desde los casi primeros dientes, no parece dispuesto a dejarse la piel por el equipo como lo haría el más modesto de sus hinchas y el más ilustre de sus compañeros de plantilla y eso no lo tolera la grada, que ve cómo un turco pinturero se deja la piel defendiendo, un navarro vilipendiado corre setenta metros para hacer una cobertura a un lateral y un croata recién llegado es capaz de jugar con la nariz rota y buscar todos los balones de cabeza a las dos semanas de haber llegado al equipo. Mario plantea además un peligroso interrogante, por ser el único sustituto puro de Tiago, quien, por cosas de la edad, posiblemente necesite más descanso del que las prestaciones de Mario recomienden. De Mario esperaremos, una vez más, ese paso adelante que han dado el resto de jugadores de la plantilla, una nueva oportunidad de la que quizás no gozaría de haber echado los dientes en un equipo que no fuera el nuestro.

La otra gran pregunta del medio campo se llama Saúl y pisa fuerte. Saúl, portento en las divisiones inferiores, juega con empuje de juvenil y aplomo de veterano, y se lleva por fuerza muchos de esos balones en los que Mario cae al suelo o hace falta. Saúl ha respondido bien cuando ha jugado de titular o de suplente, incluso sustituyendo a Mario y moviendo a Koke más cerca de Tiago, y tiene como único lunar una tendencia a perder algún balón en tres cuartos pero en mal momento, como el día de la Juve; un mal juvenil, sí, pero para el que Simeone no tiene demasiada paciencia. En una temporada larga y con un estilo de juego de tanto desgaste como el del Atleti, la aportación, las ganas y la fuerza de Saúl se antojan esenciales.

Cuatro: la delantera

La delantera es la línea más reforzada y, a su vez, la que más dudas presenta. Entre Mandzukic, Jiménez, Griezman y Cerci el Atleti ha gastado un montón de millones que, por ahora, no lucen tanto como el granítico bloque de soldados que pueblan las dos líneas que por el momento mantienen el nivel y los puntos del equipo.

Mandzukic, jugador grandote y pesado, hace partidos de desgaste y pelea que favorecen mucho el juego de sus compañeros. Su estilo no es de brillo ni de filigrana, y podría parecer que sus características condicionan toda la estructura de ataque del equipo, que debe cambiar el balón largo en diagonal y la carrera de búfalo del Diego Costa del año pasado por una aproximación más paulatina y construida, más elaborada y paciente para llevar el balón en buenas condiciones al bueno de Mario… ¿o no? Aún, cree uno, es pronto para saberlo porque falta una pieza fundamental en el esquema: Griezman. Griezman es futbolísticamente algo así como el alter ego de Mandzukic: mientras Griezman revolotea de puntillas por el campo con ese look a mitad de camino entre Errol Flynn y Crispín Klander, Mandzukic abre vías en vetas de carbón con la ayuda de una maza y de mucho mal genio.

Mandzukic hace las veces encargado de abrir el paso a mamporros por la pista de baile para que Griezman entre cómodo hasta el reservado, descorche el champagne e invite a los presentes mientras hace unos pasitos de claqué, ligero como una pluma; el problema, por ahora, es que cuando Mandzukic abre la multitud a golpe de frente, detrás entra Griezman algo despistado y sin dinero en la cartera, descorcha una gaseosa y baila la sardana. El día que Griezman sea más Griezman, esto es, un jugador rápido y combinativo difícil de seguir para las defensas, el trabajo de Mandzukic será muchísimo más vistoso y fructífero; mientras tanto, el bueno del croata sigue fiel a su plan, echando abajo tabiques con su propio tabique nasal y peleando en defensa hasta un punto que se antoja excesivo por impedirle muchas veces llegar fresco al tramo final del partido.

La alternativa paralela a la pareja Griezman – Mandzukic sería, en teoría, Cerci-Jiménez. De estos dos poco sabemos: del primero, que no parecía muy en forma hace unos días pero que, vistos los últimos partidos y su tirazo ante el Malmoe, va a empezar a aparecer más de lo previsto. Del segundo, que tiene muy mal gusto a la hora de elegir equipo del alma y asesor en redes sociales. Raúl Jiménez, además, apareció más al principio pero la incorporación al equipo de Griezman y más tarde de Cerci, que claramente llegaron lejos del nivel físico del resto de la plantilla, y la polivalencia y ascendente de Raúl, que puede jugar perfectamente en su puesto si hay necesidad, parece que van a relegar a Jiménez al papel de Adrián el año pasado.

Cinco: el equipo

Con todo lo anterior, y tras sólo 12 partidos entre Liga y Champions, parece que se pueden sacar algunas conclusiones: por ejemplo, que la portería no está tan bien cubierta como el año pasado, pero que la solvencia y contundencia de defensa y media parecen por ahora suficientes para mantener el tipo. También, que la delantera no ha dado todo lo que de ella esperamos, y que por tanto el Atleti de este tramo de liga se parece menos al Atleti del año pasado, en el que un delantero en estado de gracia cargaba con el peso ofensivo del equipo, y más al Atleti del Doblete, en el que el delantero centro sacrificaba brillo para que el resto del equipo -  y en especial el centro del campo (con Simeone al frente) - marcase más goles de lo habitual y aprovechase el balón parado con contundencia de asesino a sueldo. De hecho, quizás sea más sensato para llegar al tramo final de Liga que la responsabilidad anotadora y el juego de ataque en general no dependa en exceso de un único jugador con un escudero poco exigido como fue Villa el año pasado.

La visión pesimista, que no tiene cabida en el equipo desde que el Cholo llegó al Club y menos aún desde que se cortó el pelo como los Peaky Blinders, apunta a la desesperación por la falta de olfato goleador, velocidad y habilidad para el contrataque de Mandzukic, por la insustancial existencia de Raúl Jiménez, por la falta de peso en el juego de Griezman y por el exceso de peso en el lomo de Cerci. Todo esto, comprensible como mucho, no tiene cabida en la mente del aficionado que ha visto a Simeone convertir a Juanfran en un lateral de escuela, a Arda en un trabajador sonriente y a Koke en un fenómeno del fútbol con entrega de corredor de ultramaratón. No parece que para Simeone sea imposible convertir a Griezman en un esgrimista con alma de forçado, ni a Mandzukic en rematador de balas de cañón, ni a Cerci en un enemigo de la pasta al dente.

El equipo, cree uno, tiene buena pinta. Y, lo que es más, tiene pinta de ir hacia arriba en breve una vez pasada con buena nota la fase inicial de contacto y aclimatación de algunos nuevos. Si Moyá se mantiene así sería buena noticia; si Ansaldi aporta aquello a lo que apunta y el resto de la defensa sigue a este nivel, en breve no echaremos tanto de menos a Filipe Luis; si Saúl rompe definitivamente y tiene minutos, podremos llegar al tramo final de Liga con un equipo mucho más descansado y entero que el año pasado; si Griezman hace lo que en él sería lógico y Cerci confirma que puede aportar tiro de lejos y entrada por banda, la delantera en su conjunto podría acabar por hacer más daño que el año pasado.


Y si no ocurre nada de eso, pues que nos quiten lo bailao, oiga, que nos quiten lo bailao.