miércoles, 26 de agosto de 2009

Crónica del oneroso tostón (o la hora del tautólogo)

El Atleti se clasificó para la fase de grupos de la Champions, según nos dijeron cuando nos despertamos.

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El pasado 12 de abril, un tipo de nombre Tom Williams sacó una ampolla de líquido rojo de su media, se la metió en la boca, la hizo explotar y pidió el cambio por lesión. Lo hizo para engañar al árbitro, dado que en rugby sólo se permiten sustituciones en caso de ciertas lesiones una vez acabado el cupo de cambios. No lo hizo un jugador amateur en un torneo de barrio ni un recién llegado en un partido de parque, sino un jugador de los Harlequins, un equipo con ciento treinta y pico años de historia. No era la primera vez que su entrenador lo ordenaba, era la cuarta. Tras los hechos se inició una investigación que ahora ha venido a certificar la trampa. El día en el que se hizo público que el rugby empieza a verse contaminado por artimañas bilardistas de la peor especie, un gran trozo de hielo ártico se desprendió de la placa continental, dos soles remotos dejaron de brillar y hasta catorce secuoyas californianas se secaron súbitamente. Al instante se disolvieron varias sociedades filantrópicas, se abandonaron dos expediciones científicas que buscaban en lo más profundo de la selva amazónica el remedio definitivo para la boquera y los lanceros de Rohan se dieron a la bebida y al cinquillo. Y no sólo eso. En un refugio subterráneo en un lugar perdido entre el Sahara y el Kalahari brindaron hasta la borrachera Moriarti, Rastapopoulos y Falconetti; en un remoto pueblo alemán decidieron volver a juntarse Modern Talking y en un lugar sin identificar de la provincia de Cádiz el último macho alfa de lince ibérico convocó una rueda de prensa en la que, con gesto serio y unas grandes gafas de pasta, leyó un manifiesto en el que dejaba claro que, visto lo visto, con él no cuenten para la supervivencia de la especie, que ya no le merece la pena. Y no nos extraña nada, qué quieren que yo les diga.
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Jugaba el Atleti el partido de vuelta de la fase previa de la Champions League, quizás el partido que más giros conjuntivos requiere, cosas de la UEFA y su complicado sistema gramático y de competición. El Atleti venía con ventaja y el rival era flojo. El aficionado medio estaba de vacaciones y con pocas ganas de bajar a Madrid a pasar calor, aunque no lo hiciera. Para colmo, el Club, esa inmensa máquina de faltarle al respeto al socio, abonado, accionista, aficionado o hincha, que tanto monta para ciertas cosas, había decidido cobrar 20 euros a los socios para ver el acontecimiento. Poco importaba que se pudiera compensar que el año pasado se jugara un partido a puerta cerrada que sólo vieron en directo un puñado de invitados de gran relevancia simbólica para el club como Gonzalo Miró y el entonces presidente del otro equipo grande de la capital, hoy huido del ojo público no sea que le tiren tomates por la calle. Poco importaba también que el equipo hubiera podido necesitar el aliento de la grada, o que fuera una buena oportunidad para alegrarle la tarde a la parroquia, o que fuera una ocasión propicia para inaugurar una de las últimas temporadas del estadio. Ná, ni un detallito, ¿alguien lo esperaba?

Pero la gente del Atleti tiene estas cosas y cuando todo parecía indicar que al campo no iría nadie, aparecieron atléticos por todas partes. Llegaron de Burgos y de Gijón, de Oviedo, de Zaragoza, de Segovia y hasta de un sitio que no queda claro si pertenece a Valencia o a Alicante, aunque lo más seguro es que sea un enclave de Albacete, el Condado de Treviño de Onteniente. Por venir vino hasta un griego del AEK con ganas de ver cómo se goleaba al Panathinaikos, ya saben Vds cómo son estos griegos. Entraron por los tornos los visitantes con carnés prestados, con carnés no activados y con carnés infantiles, y los que llevaban estos dos últimos tipos de carnés acabaron con la cara colorada o haciendo cola en la taquilla. Entraron habituales e invitados al estadio y entre todos ocupaban algo más de la mitad de la grada, que no es mucho si pensamos que en el fondo es un partido importante para la temporada pero es muchísimo si uno piensa en la birria de partido que había por delante, en el enésimo timo y desprecio al socio con el que nos obsequió la directiva y en la ausencia casi total de aficionados rivales, posiblemente con la mosca tras la oreja tras la imagen que dieron los suyos en el partido de ida. Se sentó en fin la afición en la grada semi-vacía y saludó a los vecinos de localidad, como es de ley. Algunos estaban más delgados, otros menos finos de cabos, todos más morenitos y con ganas de volver al fútbol. Se abrieron bolsas de pipas, se ofrecieron al vecino, se levantaron algunos para ver a su amigo de diez filas más atrás y se reparó en lo guapas que son las rojiblancas, y más aún en verano; ya saben, lo normal en estos casos.

Salió el Atleti con el equipo que se intuye titular, incluso a su pesar, y la gente saludó con alborozo la vuelta al césped de los nuestros. No había pasado un suspiro cuando Heitinga hizo un pase increíble con su pierna mala y Forlán centró un balón al centro en un ejercicio redundante que nadie entendió muy bien salvo el desorientado defensa griego Vintra, quien remató a puerta con decisión. Uno cero, dos cuatro en la eliminatoria, se acabó lo que se daba ya tan prontito.

Algún inocente invitado esperó entonces un arreón de orgullo griego, el grito desgarrador de algún caudillo visitante que lanzara a los suyos al cuerpo a cuerpo, el llamamiento a la carga desesperada del rival que no tiene nada que perder. Pero estas cosas no pasan ya, y menos en agosto, y el Panathinaikos cerró el partido, abrió una novela de Estefanía y se dedicó a leer y dar sorbitos del tinto de verano que preparó el utillero. Nada, ni un atisbo de ganas, ni la mínima intención de remontar aquello. Quizás ni la mínima posibilidad o la nula capacidad de hacerlo, que también puede ser. El Atleti lo vio y la grada lo vio. La grada pensó que quizás sería una buena ocasión para hacer un buen partido y golear a un rival y engrasar la máquina y de paso dejar la impresión de que el dinero de la entrada había servido para algo, pero el Atleti pensó de otra forma. El Atleti se dirigió al Panathinaikos y le dijo oye qué lees, no estarás tú también con el libro ese del sueco y de la chica rara que todo le mundo lee, ¿no? ah, no, ¿esta es de tiros? ¿ah si? mira qué bien. Satisfecho con las respuestas del rival, el Atleti también se ajustó las gafas de ver, abrió el libro por donde marcaba la hoja doblada y dio dos sorbitos a la cerveza con limón en jarra helada que le preparó la afición con su silencio y su resignación.

El partido fue, en toda su extensión, un tostón completo, un rollo infumable, un simulacro de entrenamiento, un solteros desganados contra casados deprimidos. Los jugadores rivales no estaban por la labor, los locales menos y la afición lo intuyó. Sin una mísera portada del Forza Atleti con el que animar el debate, la hinchada se dedicó entonces a lo que procede en estos casos: a rajar. Una vez despotricado lo suficiente sobre el abuso del abono de pago, la gente pasó a otros temas de actualidad: la ausencia de fichajes de postín, lo mal que pinta el Liverpool, el parte médico de Mariano, el incendio de Atenas. El palmarés del Panathinaikos, qué fue de Tsartas, el ingrediente secreto del relleno de las hojas de viña. Los pre-socráticos y su influencia en la ética occidental, el verdadero significado último del concepto que subyace a la expresión panta-rhei, el sentido de la vida. Una vez resueltos con éxito todos estos problemas capitales sin excepción, la afición seguía aburrida y se entregó a lo que la ocasión requería, esto es, a dar nombre griego a los jugadores locales. Contrahechóphoros, Cuñadoulas, Tarjetópoulos, Flojunis, cada uno recibió su nuevo nombre entre alborozo y bostezos; ya saben, la tontuna salva-tardes, lo normal en estos casos.

Del letargo sofista levantó a la afición el único jugador que pareció querer agradar: Agüero, obcecado en la tarde de ayer con meter un gol y volver loca a la defensa rival con su presión constante. Como ya viene siendo habitual, se fue de los que venían a por él y metió un gol así como quien cose. El gol fue el gol 100 del Atleti en Copa de Europa, hoy Liga de Campeones, gol importante y más importante aún al haber sido conseguido frente a un portero con nombre graciosísimo, Galinovic.

Cuando la afición se quitaba las legañas y chascaba la lengua en clara actitud post-siesteña, Abel sacó a Reyes. Lo que faltaba. Reyes ya había sido abroncado durante el calentamiento, pero el letargo general evitó una revuelta y, de paso, que se secundaran los gritos contra el palco que al parecer surgieron de nuevo del fondo sur. Tras el gol, con la clasificación asegurada y el alboroto montado, Reyes salió en mal momento. Vete ya, sinvergüenza, golfo, gritaba la afición. La Perla de Utrera, Chocante de la Puebla, Rostrodouros le llamaban los que aún seguían en la inercia pone-motes. La afición decidió dejar claro que el tipo no es bienvenido en este lado del río, cosa que no estamos seguros que el aludido haya llegado a comprender. Ya de paso, una parte de la hinchada aprovechó que había salido también Jurado y le llamó Posturidis; ya puestos, motes para todos.

Con muy poquito ganó el Atleti dos cero y se fue al vestuario a pensar en la Champions. El Atleti tendrá ahora que esperar al sorteo y ver quién le acompaña en la fase de grupos. La clasificación es buena para la moral de la tropa, para la dignidad de la grada y para la economía del Club. Este último apartado es importante para acometer fichajes, dado que parece claro que la plantilla es corta para jugar no ya tres sino una competición. El equipo afronta la temporada sin delanteros suplentes de garantías, sin laterales solventes que tranquilicen a la afición, con la amenaza de ausencia durante varios partidos del portero titular, con dudas en el centro del centro, la parte clave del campo. Los ingresos que traerá la clasificación han hecho dispararse los rumores y, de rebote, los deseos del colchonero medio, ansioso de ver por fin una plantilla bien pensada, un grupo que exceda el equipo titular, un banquillo que no invite a taparse los ojos cada vez que empieza el calentamiento.

Por desgracia para todos, ahora empieza la fase en la que el protagonista es el presidente de la entidad. En un verano en el que no ha tenido excesivas oportunidades de sacar a relucir su verbo florido y exquisita dicción, llega la hora de Enrique Cerezo. Fiel seguidor de ciertas corrientes de pensamiento helenas, en concreto la Tautología Básica o Rupestre, lo normal es que en los próximos días se llenen los diarios deportivos de las declaraciones incisivas a las que nos tiene acostumbrados. Vds, ya me entienden, frases del estilo "queremos traer un jugador que sea bueno, porque para traer uno que no lo sea no estamos en voluntad de traerlo o puede que al contrario"; "queremos un refuerzo que refuerce el centro del campo, es decir, la media, o sea, un lateral o de otra demarcación que agrade al entrenador"; "intentaremos traer una figura que dé al equipo la calidad que merece la plantilla, pero si no viene no será porque no lo intentemos sino porque es imposible que venga, o no"; "el dinero que entre en el Cluz será para fichar o para otros gastos que tengamos que sean importantes, como por ejemplo los fichajes u otra cosa". No nos queda ná.

jueves, 20 de agosto de 2009

Bronceada crónica de la vuelta al cole

Volvió el Atleti a jugar un partido oficial y dejó ver que las cosas siguen como antes, que no es algo para tirar cohetes pero podría ser mucho peor.

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Ni es de Ronda ni se llama Cayetano como el padre del más grande, pero aún así uno le tiene cariño sin saber muy bien por qué y le desea lo mejor. Para algunos le ha ido demasiado bien en la vida, gana mucho más de lo que merece y por eso le no le pasan una; para otros no tiene suerte el hombre, y por eso se enfadan cuando pitan los primeros. Tras una temporada mala en la que lo hizo lo mejor que pudo y le puso más hombría y más honradez que media plantilla junta, hace poco se pegó un porrazo en coche y por poco no lo cuenta. Tuvo la mala suerte de tener un accidente, y la buena suerte de que alguien vio el coche aterrizando en un sembrado en medio de la noche. Uno se imagina la situación como el accidente de Fargo, con coche volcado en medio de un campo helado y en plena noche, con la campanita que suena cuando la puerta está abierta, con viento y frío y además dos niños chicos. Si tuviera toda la suerte que algunos le achacan nunca se habría salido en una curva, si tuviera toda la mala fortuna que a veces parece, nadie le habría visto y a lo mejor se queda en una cuneta junto a su niña y su sobrino. Pero, como en casi todo, a este hombre le viene la suerte de cara y en contra a la vez. Con una lesión grave y el futuro en el aire, parecía que iba a quedarse un año en blanco; tras muchas sesiones de gimnasio, parece que volverá a jugar antes de lo que cualquiera se habría esperado. A estas alturas no sabemos si Mariano Pernía, El Afortunado Hombre Sin Suerte, volverá a jugar pronto en el Atleti. A uno, que es un sentimental, le gustaría que así fuera. Ojalá le veamos pronto por aquí, presentando a su niña a la grada.
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Volvía el Atleti a jugar un partido oficial y volvía la afición a juntarse en bares, chiringuitos, merenderos y chilaús (según la zona) para ver al equipo y de paso verse a ellos mismos. Volver a ver al Atleti es importante, pero lo es mucho más volver a ver a los compañeros de bar y grada, sobre todo después de estos veranos de riesgo que la publicidad televisiva nos pinta como un desfile de desgracias: talones agrietados, dolorosos callos que impiden el normal andar con tacón de aguja, bellezas mediterráneas con graves problemas intestinales que abarcan todo el abanico de la patología gástrica. Hombre, qué tal las vacaciones, cortas, ¿no? Yo aún no me he ido, caramba caramba tú si que sabes, a mi es que en agosto me gusta estar en Madrid, toma claro, pero a mí mi jefe no me deja. Llegó la afición bronceada y resplandeciente que daba gusto verla: unos lucían distinguida barba de jeque argelino, otros estrenaban porte de tercera línea all black por obra y gracia de los cuidados maternos, unos alardeaban de aristocrático bigote de lord de voz ronca, un par de ellos no podían disimular la cara de cansados de tanto correr día y noche detrás de los niños.

- Están hechos unos vándalos
- Con esos niños no se meta Vd en mi presencia, aunque sean suyos
- Bueno

Volvía pues la afición a verse, aunque un poco cambiada, y volvía a ver al equipo, también poco cambiado. Había curiosidad por ver al equipo jugando en serio y en ver a los pocos refuerzos de esta temporada, cosa extraordinaria en este equipo nuestro. El aficionado atlético estaba acostumbrado estos últimos años a ver siete u ocho jugadores nuevos el primer partido, a no reconocer los andares ni las botas ni los tics ni los recursos de los nuevos con la solvencia y precisión con la que se conoce a los del año anterior, ya tan familiares como el sitio donde se dejan las llaves al llegar a casa o se cuelga la rebeca cuando ya no hace falta a principios de verano. Esos años se quejaba la afición de demasiado movimiento igual que este año se queja de pocos refuerzos, de puestos sin más alternativa que un titular, de jóvenes llamados a coger los galones demasiado pronto y veteranos con poco recorrido en puestos clave. Quizás ambas cosas sean criticables, sí, pero a estas alturas de curso hace gracia esta reflexión. Pero es que así es la afición, así somos todos; al fin y al cabo es natural quejarse, aquí se queja todo el mundo, incluido algún impertinente lector de blogs gratuitos cuando la crónica no le llega en tiempo y forma para poder analizarla con ojo crítico mientras desayuna café con porras, algo intolerable.

- Céntrese ya Vd, pesao
- Vale

Antes del partido, aficionados y jugadores atléticos miraban a la grada del estadio Louis Escobar, a ver si es tan fiero eso que los medios, alérgicos a los tópicos, han venido llamando estos días "el infierno griego". El infierno griego resultó ser un estadio con pista de atletismo, con lo que de ambiente opresor iba justito; el aficionado atlético tuvo entonces una sensación similar a la que inspiró a Goya "Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer". En la grada del estadio Louis Varela, alejada del campo, la temible afición griega, mayoritariamente sin camiseta, conversaba sobre cuestiones infernales: Hombre, Panaiotis, qué tal las vacaciones, cortas, ¿no? Yo aún no me he ido, caramba caramba tú si que sabes, a mi es que en agosto me gusta estar en Atenas, toma claro, pero a mí mi jefe no me deja. Cosas de la globalización.

Salió el Atleti vestido de Atleti para jugar contra un equipo griego vestido de equipo irlandés, más rizos globalizados. Salió plantado como el año pasado, con Heitinga de lateral, con Juanito de central y Asenjo de portero y el resto en su sitio. Empezó el partido y dejó entrever que aquello podría ser plúmbeo: los griegos defendían al hombre, el Atleti debería controlar el balón y llevar la iniciativa, habría pocas opciones de abrir el partido y convertirlo en el correcalles en el que se manejan bien los nuestros. Casi veinte minutos tardó el equipo en enseñar la patita, primero con una buena internada de Heitinga terminada con un buen pase a Simão, que sorprendentemente pifió, luego con un tiro desde lejos de Raúl García. No sería por cierto la única de Heitinga, quien alternó peligrosas subidas de banda con recuperaciones al trote cochinero que pusieron al equipo en más de un aprieto. Se animó el rival y tiró a puerta Cissé para que Asenjo hiciera una parada voladora de esas que animan a sus defensores y empujan a sus detractores a exigirle más sobriedad en ciertos casos.

Pasaba el partido sin nada reseñable salvo la desaparición de Forlán y la pelea constante de Agüero hasta que Raúl García levantó la cabeza, vio a Forlán arrancando y le puso un balón adelantado que éste controló, regateó a un rival, vio que venía Maxi y le dejó un baloncito en un sitio inmejorable tras hacerle un caño a un defensa rival. Maxi hizo lo que mejor sabe: llegar rápido desde atrás al hueco del área en el que tan bien se maneja, controlar con suficiencia y marcar de sutil remate junto al palo. Golazo de Maxi, muy entonado sobre todo el primer tiempo, buen premio a una muy buena labor tras tantas dudas y tantos rumores de verano. El Atleti jugaba serio, veía que con toque podía solucionar los problemas que le planteaba el limitado equipo griego y se iba al descanso con la sensación de que mucho tenía que cambiar la cosa para que no se llevara el partido y un silencio revelador en la grada del Louis Ciges.

Pero el Atleti es el Atleti, y cuando la afición se había olvidado de que había una eliminatoria que pasar tras ocupar el intermedio hablando de hidropedales y helados de tres bolas, marcó el Panathinaikos. La defensa adelantada tiene estas cosas, y un pase a la espalda que no cortó Ujfalusi permitió a un delantero rival quizás demasiado suelto, al filo del fuera de juego, meter un buen gol de vaselina tras carrerilla sin éxito de Antonio López, casi sin trabajo en todo el partido. Uno a uno, silencio en los bares y alguna ceja levantada. El Atleti parecía tener cierto bajón físico, apretaba la lejana grada del Louis de Funes y la hinchada colchonera en pleno decía a ver, a ver.

Pero poco a poco recuperaba el Atleti la iniciativa, en parte gracias al partidazo de Assunção, enorme toda la noche. El protagonismo de Assunção desvía inmediatamente el punto de mira hacia su compañero de parcela. Más o menos definida la defensa, indiscutible Assunção tras ganarse la confianza de la grada peleando centímetro a centímetro el puesto y necesarios los cuatro jugadores de arriba por calidad y capacidad resolutiva, es Raúl García quien atrae las miradas. A día de hoy, Raúl García parece que puede convertirse en la clave del equipo. Si Raúl funciona, funcionará todo, si fracasa el equipo sufrirá mucho. Raúl está ante una oportunidad única, oportunidad para consagrarse definitivamente o pegarse un porrazo que arrastrará al resto. Raúl García, quien ha despertado muchas dudas entre una parte de la hinchada, cuenta sin embargo con numerosos partidarios entre los que se cuenta quien suscribe. Es cierto empero que Raúl García ha dejado pasar una temporada para llegar al nivel que deseamos, que su cupo de oportunidades se ha reducido en algunas unidades y que debe dar el salto definitivamente. El que aquí suscribe, ferviente creyente en la gente con nariz grande, tiene fe en este tipo, que aquí quede una vez más.

En parte gracias a Raúl y en parte gracias al resto, se fue el Atleti un poco para adelante y, una vez más, brilló Maxi con un tirazo al larguero que acabó en los pies de Assunção y, más tarde, de Forlán. Forlán hizo lo que mejor sabe: colocarse el balón a cualquier pierna, pegar un tiro seco cerca de un palo y celebrar un gol. Lo demás ya saben, lo clásico: celebración por todo lo alto, abrazos entre desconocidos, la parroquia femenina que pide que Forlán no falte a las tradiciones y enseñe los abdominales, la parroquia masculina que en ese mismo instante se pronuncia al unísono sobre el riesgo que entraña la excesiva delgadez abdominal en caso de naufragio en el Ártico. Lo de siempre, vamos. Para celebrar la efeméride salió Cléber Santana y se retiró Raúl; el cambio experimentado por el centro del campo, sin desmerecer al enigmático Santana, vino a reforzar la teoría de que los recambios de Raúl García no son los más idóneos.

En un día en el que la mayoría hizo lo que mejor sabe y poco después de que Forlán hiciera lo que mejor sabe, Agüero hizo lo que mejor sabe: recibir lejos de la portería rival rodeado de un par de defensas, sentar a uno, crujirle la pelvis a otro, levantar la cabeza y clavarla donde el portero no llega. Abrazos entre desconocidos, manos a la cabeza, algunos que instan al resto a irse en vista de que algo mejor no van a ver ya. No hubo exhibición abdominal pero sí las tradicionales referencias al tren inferior del chaval, el ave de la primera división.

Con uno tres y la sonrisa en todo el bar, marcó el Panathinaikos un golazo para así no faltar a las tradiciones rojiblancas. Alguno achacó a Asenjo el no estar bien colocado, otros pensamos que ese gol es tan difícil de parar como de meter, con lo que no es un fallo especialmente achacable al portero debutante, seguro toda la noche salvo en un par de balones cruzados por alto. Un minuto después entró Jurado, irrelevante como tantas veces, empeñado en desplegar su juego afrancesado pegue o no pegue con las circunstancias; a esas alturas la afición agradecía que no quedara mucho tiempo de partido visto el nuevo centro del campo. De ahí al final del partido, poco reseñable salvo el tradicional susto físico de Heitinga y el poco común susto físico en Forlán, que durante pocos segundos puso a la hinchada al borde del colapso. Fin del partido, buen resultado que debió ser mejor y buenas sensaciones del equipo, en especial de Maxi y Assunção ante un rival poco peligroso, todo hay que decirlo.

El Atleti se juega el martes el meterse en la Champions. Todo está a favor, empezando por el resultado y terminando por el nivel del rival. Todo lo que no sea entrar en Champions sería un fracaso y un disgusto supino. Confiemos.