El equipo no va bien, y no lo decimos por haber salido de zona Champions. No jugamos a nada, y este año puede que volvamos a ver cómo otros juegan torneos internacionales mientras nosotros hacemos fichajes de quince en quince y a anunciamos a bombo y platillo que el objetivo es Europa, que se ficharán dos cracks y ya de paso un catacrack y que si el objetivo no se consigue se irá la directiva en pleno. Y ya van demasiados años. Eso sí, nos confirman desde el club que tenemos una marca la mar de maja. ¡Qué alivio!
Una vez más parece que la temporada puede torcerse, en línea con los últimos años. Aunque el equipo sugiere estar a un nivel algo superior al de las últimas temporadas (o bien el nivel de la liga es más bajo que nunca), sabe el aficionado rojiblanco que las cosas pueden volver a pintar mal. Huérfano de líderes comprometidos con la causa y desconfiado hasta el límite por el mal hacer de otras campañas, el atlético de corazón recibiría con los brazos abiertos y casi con lágrimas en los ojos que alguien desde el Club llamase a la calma y a apretar filas, que revolviese las conciencias de los jugadores, que transmitiera optimismo y compromiso, que entendiera a los aficionados.
Pero no. Fieles a su política de cortina de humo, la directiva trata de desviar esas miradas de cordero degollado hacia sus personas con un nuevo anuncio, esta vez tan obvio como ruidoso es el estruendo de las fanfarrias con las que lo hacen público. Hace un año fue el regalo de una acción virtual que aún esperan los socios; otro, el renacimiento de la antaño gloriosa sección de balonmano; hace poco, la inminente construcción de una ciudad deportiva con hoteles de cinco estrellas (que ya me dirán ustedes para qué les sirve un hotel de lujo a un aficionado que vive a tres kilómetros), con parking, bingo y sucursal de Cleofás; en otra ocasión, la inauguración de un restaurante en el estadio, de dudosísimo interés para el que limpia con su trasero los roñosos asientos del mismo. Ahora, ya agotada la imaginación del empleado encargado de inventar reclamos para aficionados agotados (a salvo de que aún invente una trompetilla de esas para llamar a los patos, el tío), el Club tiene que llamar la atención sobre lo que tenemos, ni siquiera sobre lo que podríamos tener. Malo.
Esta vez es la marca. La Marca. Sospechábamos hace tiempo que, para los directivos, lo que tienen entre manos no es sino un nombre comercial, pero ahora han dado el paso para reconocerlo en público, arropados por un sesudo estudio realizado por una consultora (eso sí, de nombre extranjero y largo) que habrá costado la mitad de lo que costaría un medio centro de garantías. La Marca es grande, la Marca es sensacional, no veas lo que mola la Marca. Club Atlético de Madrid, ahí es nada, peaso de Marca que tiene el club. El equipo no juega ni a las tabas y aburre hasta a las ovejas merinas de tensión arterial más baja, la institución ha perdido gran parte de su esencia y tradición, el club deambula por la liga como un borracho camino a casa y la afición está desmoralizada, casi abochornada. Pero, amigo, qué Marca tiene el club, ¡qué Marca!. Con esa Marca que quita el sentido, ¿quién necesita ganar partidos, conquistar títulos, conservar el prestigio y la dignidad?
La Marca, esa Marca sin igual, es familiar, energética y simpática. Familiar como los packs de muchos rollos de papel higiénico, energética como las barritas de biomanán, simpática como el Dúo Sacapuntas. La Marca es apreciada fuera de Madrid, al igual que las yemas de Santa Teresa lo son fuera de Ávila. La Marca cae bien, como Pocholo, o como el feo de los hermanos Calatrava, o como ese nadador africano que llega siempre el último en la olimpiada. La Marca es estupenda, y ay de quien lo dude, que lo han dicho unos señores que trabajan en inglés, que llevan traje y que cobran una barbaridad. Enrique, si lo han dicho estos señores no habrá aficionado que no de volteretas laterales al enterarse, ni atlético de pro que no se compre un pin (producto licenciado), ni periodista que no lo publique a tres columnas. Ay, qué Marca tenemos, Enrique, y no nos habíamos dado ni cuenta, qué cosas…
La Marca se basa en varios pilares fundamentales: el nombre, el escudo, los alegres colores de las rayas rojiblancas, la silueta sin esquinas del estadio que será demolido en cuanto lo de la Marca ya no cuele. Y hay otro pilar, naturalmente: la afición. Esa afición simpática, familiar y energética, la mejor afición del mundo. La que siempre apoya, la que nunca falla, la que va al campo aunque el espectáculo sea lamentable, la que se queda sin cenar cada vez que los jugadores a quien la directiva ficha deciden que ese día no les apetece correr, que al fin y al cabo cobran lo mismo y si pierden pues tampoco pasa nada. La que ve cómo equipos de historial infinitamente menor y carácter infinitamente menos formado juegan y ganan partidos europeos y hacen vibrar a los suyos. La que renueva el abono, no porque le apetezca ver el decepcionante partido de cada fin de semana, sino casi por inercia, por no perder el número, por no dejar solos a los chicos, por no fallar. La Marca se basa en esos aficionados simpáticos, familiares y energéticos, bien vistos fuera de Madrid gracias a embajadores atléticos como Torrente o Benito y Manolo, a directivos con chándal verde que daban terrones de azúcar a su caballo, a camisetas oficiales con slogans de películas tipo “Petardo Dominical (el Regreso)” o “Sopor Total 3”.
Y lo mejor es que, por la Marca, la afición hará lo que sea. Y ¿por qué? Pues porque somos sufridores, menuda pregunta, oiga, que no se entera usted de nada. Que para eso hemos venido a este mundo, a sufrir, que lo han dicho los anuncios que promocionan la Marca y deben ser buenos anuncios porque les han dado muchos premios, más premios que a otras marcas de prestigio, y además los ha hecho una agencia en la que los trabajadores llevan gafas de pasta de colores rarísimos que ustedes no comprenden ni nunca comprenderán. Unos anuncios a la altura de la Marca, oiga, que ganan campeonatos a otros tipos con gafas de pasta mostrando aficionados sentimentales y abatidos que no renuncian a sus colores aunque les vaya la vida en ello, que no protestan por mal que le vaya a la Marca, que son de la Marca contra viento, marea, directiva y recalificaciones. Simpáticos, familiares, energéticos y sufridos, claro, que eso es lo que somos, pobres imbéciles simpáticos que nos conformamos con lo que nos den por el mero hecho de llevar impresa la Marca, sea caviar o comida de perro, hoteles de cinco estrellas imaginarios o solares futbolísticos tangibles. Así somos, y el que proteste porque el producto que lleve la marca impresa no sea de la calidad acostumbrada es que es contrario a la Marca, es un mal atlético y un sinvergüenza, que se vaya a otro sitio si lo que quiere es ganar partidos. Eso es así, y será y debe ser, por más que el producto sea impresentable y nos avergüence y se rían de nosotros por los pueblos y los bares. Que se rían, que somos muy simpáticos, que lo han dicho los consultores. Y los de las gafas de pasta.
Y se pregunta el aficionado… ¿Es que no hay nadie en este Club que entienda algo? ¿Es que acaso no interesa entender? ¿Nadie a estas alturas sabe qué es ser del Atleti? ¿Terminarán los atléticos de verdad por creerse lo que les cuentan, por pensar que el Atleti es una marca como Ariel, como Pipas Facundo, como Hemoal?
Nadie desde dentro del Club salvo alguna aislada excepción parece entender que somos del Atleti, no de una marca ni de un esperpento de institución. Que somos distintos al resto, y menos, y posiblemente más complicados de entender pero más dignos y más orgullosos que el que más. Que nunca hasta ahora nuestro club había inspirado simpatía y sonrisitas (cuando no desprecio y odio), sino respeto, temor y admiración. Que no queremos cualquier cosa a cualquier precio, por más que sea eso lo que se lleve en estos tiempos y sea lo que la mayoría busca. Que somos conscientes de nuestros defectos pero que no queremos desembarazarnos de ellos si el precio es renunciar a nuestra esencia, porque nuestros defectos son nuestros y no buscamos ayuda quirúrgica para quitárnoslos, sino superarlos por nuestro propio esfuerzo. Que tenemos las cosas claras y el orgullo intacto, la paciencia al límite y las energías al máximo. Que preferimos subir andando la montaña aunque haya carretera hasta arriba y la vista sea la misma. Que no nos impresionan los advenedizos ni los nuevos ricos, porque sabemos que cualquiera puede tener un coche caro si lo paga a cómodos y numerosos plazos, pero no todos pueden tener un precioso deportivo antiguo en perfecto estado de revista. Que no buscamos el sufrimiento como haría un imbécil o un masoquista, sino que somos capaces de aguantar más de lo normal precisamente por nuestro orgullo y nuestro pasado, no por ser simpáticos y familiares y cercanos y unos simples pobrecillos. Que nos gustan las cosas claras y llamarlas por su nombre, y por tanto no nos gustan los equipos-marca, ni los aficionados-mascota, ni las meriendas-cena, ni las excusas recurrentes. Que somos del Atleti, cojones.
1 comentario:
Hay algunas meriendas-cenas que no están mal.
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