Todos sabemos que hay distintos tipos de jugadores de fútbol. Como los palos flamencos, la categoría en que encaje cada uno depende del criterio que se aplique a la clasificación, con lo que a veces el mismo jugador tiene cabida en varias clases aparentemente contradictorias. Y es que, como en el flamenco, hay jugadores festeros y otros serios, jugadores de Cai y jugadores de las minas, jugadores de ida y vuelta. Jugadores “de adelante” y jugadores “de atrás”.
De ninguno de ellos y de todos a la vez hablaremos hoy, aprovechando que no hay jornada y que la plantilla de este año es bastante paupérrima.
Hay jugadores que entienden este juego, que conocen sus secretos. Saben cuándo hay que apretar y cuándo hay que soltar, cuando hay que achuchar y cuándo hay que recuperar el fuelle. Saben quién la toca bien del otro equipo, por quién pasa el peligro. Saben también a qué jugador hay que esperar pegado y a qué jugadores es mejor darles su tiempo y su espacio, porque su propia desconfianza e impaciencia les hará cometer un error. Saben que tan importante es incordiar al que tiene el balón como complicarle la vida dejándole sin alternativas, tapando a aquellos compañeros a los que busca de manera natural, obligándole por tanto a recular, a romper la dinámica de un ataque. Obligan al rival a hacer cosas para las que no está capacitado casi sin que se note, llevándole a una trampa que le induce a intentar algo en apariencia fácil pero que nunca antes hicieron.
Estos jugadores son a veces líderes claros y meridianos, otras veces lo son de forma solapada. Sus compañeros les buscan, pero no siempre lo nota el espectador. A veces consiguen jugadas de mérito, goles espectaculares, regates para ver a cámara lenta. Otras veces juegan de forma simple, sin adornos, devuelven bolas fáciles en situaciones difíciles, desatascan equipos sin ideas, rompen defensas numantinas, abren espacios donde no los hay.
Cuando el jugador que sabe reclama protagonismo no les es difícil obtenerlo. Si busca el reconocimiento de la grada tiene multitud de ocasiones para provocarlo. Otras veces éste mismo tipo de jugador es más discreto, casi tímido, no parece un peso pesado entre el grupo de jugadores por más que todos sepan que sin él todo es más complicado. La grada no siempre lo percibe salvo el día en que no está y, no se sabe bien por qué, el equipo no es el mismo, está triste, deslavazado como una salsa sin ligar, endeble como un trío sin bajista. Si no está el equipo es vulnerable, previsible y líquido.
Una vez un servidor vio una pancarta en el Calderón cuyo texto se le quedó grabado ( muchas pancartas lo han hecho, por cierto). En un alarde conceptista inalcanzable para alguien como yo, que, como saben, necesita muchísimas palabras para decir estas tonterías que escribo, un espectador había escrito: “Pantic sabe”. Lo único que un servidor hubiera añadido en una pancarta justo al lado es “y Vizcaíno también”.
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Hay jugadores que entienden a los jugadores, que saben cómo son. Saben que hay que mimar a los nuevos, exigir a los veteranos, solidarizarse con todos. Que hay que afear la actitud del que no se esfuerza y aplaudir la del que arriesga con lógica y mesura. Que hay que animar al que acaba de fallar y mantener la tensión de los despistados. Que, en los momentos complicados, hay que dar la cara y buscar la responsabilidad, no rehuir el posible fracaso. Que hay que llamar la atención del que busca el lucimiento personal por encima del bien del equipo al completo y animar y agradecer el esfuerzo de ese que prefiere que salgan todos bien en la foto antes de ser él el de la portada.
Esos jugadores hacen cosas que otros no. Marcar al que nadie quiere marcar, jugar en la posición del que se acaba de lesionar porque nadie se ve capacitado o con ganas de hacerlo. Gritar, ordenar, mantener la disciplina y la tensión de todos en los buenos y los malos momentos. Recordar a todos que enfrente hay un equipo al que respetar, jugadores de los que hay que esperar que hagan bien su trabajo. Mantener la humildad y también el orgullo, evitar la relajación y también el miedo. Pedir el aplauso para ese jugador sin suerte pero con ganas que se va al banquillo. Celebrar las cosas con la medida que requieren, porque los goles importantes se celebran con un rugido, y los que dan tranquilidad se celebran con una sonrisa. Pero aquellos que se meten contra un buen equipo cuando aún queda mucho partido se deben celebrar de forma más contenida para no perder la concentración. Los que se marcan a un equipo ya hundido hay que celebrarlos poco por respeto, a menos que haya otras cosas en juego. Y los que hay que marcar porque hay que marcarlos casi ni se celebran, porque ese es nuestro trabajo y nuestra responsabilidad y lo que de nosotros esperan los que llenan el estadio: suya y no nuestra es por tanto la celebración.
Estas y otras cosas hacen los jugadores que saben de jugadores. Sin ellos los equipos se quedan a mitad de camino de su desarrollo porque no son un equipo sino un montón de futbolistas, que no es lo mismo. Lo ideal es tener uno de estos por línea, un líder que aglutine a los de su alrededor y sirva a su vez como el encaje perfecto con el líder de la línea contigua. Con tres o cuatro capos en el campo que piensen en términos de equipo y no de ego los equipos son imbatibles.
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Hay jugadores que entienden a la grada, que saben de aficionados. Muchas veces es porque ellos mismos lo son y su entorno vive los partidos como lo que son: mucho más que un partido. Estos jugadores entienden que lo suyo no es sólo un trabajo, sino que de su buen o mal hacer depende la dicha de muchos de los que les pagan su propio sueldo. Que los partidos no acaban cuando se van a los vestuarios sino que se prolongan en las cenas de los hogares de los aficionados, durante el resumen de la televisión, a la mañana siguiente, al entrar en la oficina o en el taller. Que de lo que ellos hagan depende el orgullo de unos, el riesgo de ser objeto de chistes y chuflas o la posibilidad de llevar siempre la cabeza alta.
Los jugadores que entienden de gradas saben, al contrario de los que no entienden nada, que no se trata sólo de jugar bien. Que deben un respeto a la afición, a la historia y a la entidad que sólo se muestra intentando dar siempre lo mejor de sí, corriendo como si todos los partidos fueran el primer partido, sacrificándose por los demás, es decir, por los compañeros que juegan en el campo y por los que juegan desde la grada. Estos jugadores tienen más tolerancia al dolor, más capacidad de sacrificio que aquellos que ven en el fútbol una vía para llevar relojes con muchos brillantes. Y eso les hace mejores, que todos hemos visto jugadores limitados asentados temporada tras temporada en equipos grandes, contando con el cariño y el respeto del socio que paga sus lentejas.
Antes, en los tiempos del antiguo fútbol, más romántico y honesto, los equipos grandes como el nuestro se nutrían de chavales de la cantera que habían mamado la identidad del Club y la personalidad de la grada y por tanto la comunión entre plantilla y masa social era más fácil. Con este fútbol que ahora nos ha tocado vivir, lleno de plantillas plurinacionales con jugadores que pasan pocas temporadas en cada club, las cosas son diferentes. Cada jugador viene de un sitio, tiene una meta, un interés que no necesariamente coincide con el de la afición. Muchos realizan su trabajo con un desinterés funcionarial en extremo irritante para la afición, que ve cómo algunos calculan al milímetro cuántas carreras entran en su sueldo para asegurarse de que no dan ninguna que no sea retribuida.
Los jugadores deberían conocer la historia de su club, escuchar las batallitas de los mayores, conocer qué piensan los aficionados ver las fotos de los socios vestidos con sus camisetas el día de la comunión y las camisetas de sus bebés para enterarse de lo que está en juego. Y si aún así no son capaces de dejarse hasta la última gota de sudor en cada entrenamiento y cada partido, entonces deberían irse porque simplemente no son dignos de vestir la camiseta que a tantos y tantos niños nos hubiera gustado llevar.
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Y digo yo, y esto es una pregunta al que visite el blog por azar... ¿cuántos de cada categoría tenemos en nuestro equipo hoy por hoy? Porque yo me pongo a pensar y se me viene el alma a los pies...
1 comentario:
Con el tiempo que tiene el texto y sigue más vigente que nunca
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