lunes, 2 de junio de 2008

De aficiones (taurinas y colchoneras)

Cuando uno va a Las Ventas ve diferentes tipos de aficionados. Cuando va al Calderón, también. Cuando uno va a ambos sitios, ve algunas similitudes.
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Ayer, que era un día de muchísima lluvia, iba el que suscribe por la carretera de Burgos y vio en medio del aguacero un cartel de esos grandes que hay en las autopistas que decía: “Precaución: lluvia”. Qué tíos.

Esos carteles tan caros sirven al parecer sólo para anunciar catástrofes cercanas o constatar lo evidente o meterle a uno el miedo en el cuerpo. “Nosecuantos muertos el mismo fin de semana del año anterior”; “Accidente a 4 km”; “Ojo que le quitamos los puntos, sí, sí, a Vd”. Uno, que puede entender el por qué aunque le parezca grosero el sistema, se pregunta si no sería mejor utilizar esos carteles para darle al conductor motivos para cuidar su vida y la de los demás, para entender lo bonitas que pueden ser las cosas, para convencerle de que ir demasiado rápido puede ser una idiotez. Imagino que esto ya lo habrán pensado los sesudos asesores de la DGT, pero uno, que como saben es tonto, preferiría mensajes positivos. “Próxima salida Arévalo: se come estupendamente” “A su izquierda, campo de amapolas: ¡qué colores, oiga!”; “Lerma: de aquí tuve yo una novia guapísima. La colegiata, una joya”.

Denle Vds una vueltecita, a ver.
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Como ocurre con las Ventas del Espíritu Santo, plaza otrora seria y exigente, en el Estadio Vicente Calderón coexisten diferentes tipos de aficionados. Todos apasionados de lo suyo, algunos con un alto conocimiento de lo que se cuece y otros con mera información superficial. Algunos son beligerantes y reivindicativos, otros van a echar el rato. Unos van a merendar y otros van a estudiar a pesar de ser día feriado. Unos van porque es la moda y otros porque no entenderían la vida sin ir, para algunos lo que pasa se olvida a los tres minutos y otros, si la cosa se tuerce, no cenan. Cuando las cosas van bien todos lo celebran, unos tocando el claxon en Neptuno y otros dibujando trincheritas y chicuelinas por la calle de Alcalá, camino al metro. Cuando las cosas van mal unos se llevan un sofocón y otros se van a la cama y a otra cosa, mariposa. Todos tienen el mismo derecho a la hora de hacer lo que les venga en gana, claro está, aunque lo que hacen unos tiene para el que suscribe más valía para el espectáculo y su esencia. De algunos de ellos intentaremos hablar, y no nos será fácil, ya se lo advierto.

Y es que en los últimos tiempos abundan en grada y tendido aficionados que van a echar el domingo, a tomarse el cafelito y a olvidar la hipoteca. Y a mi me parece estupendo, faltaría más, que para eso están estas cosas del panem et circenses. El problema es que, quizás, el aficionado que de tan buen humor acude al coso lo hace convencido en lo más hondo de que ya pueden pasar cosas raras que a él no le amarga la tarde nadie. En este envidiable estado de ánimo es fácil tragar con carros y carretas, y así este aficionado positivo, alegría de bares y atascos, va engullendo poco a poco espectáculos de un nivel cada vez más bajo sin renunciar a sus grandes muestras de alegría y despendole. Primero es un torito chico, luego un lateral derecho con dos pies izquierdos, más tarde es una lidia inexistente y, por último, un centrocampista llamado el Pato que cae de culo durante su presentación a la prensa. Tanto da lo que nos den, qué alegría más grande, aquí lo importante es tocar las palmas y fumarse un puro, hemos visto fox-terriers con más trapío que eso y hemos visto jubiladas con más fondo físico que aquél de allí, pero qué más dará eso si aquí hemos venido a pasar un rato bueno, a no acordarnos de las humedades de la cocina ni del cabreo que tiene la parienta desde que me teñí el pelo de color caoba.

En los toros este aficionado triunfalista acude con dos uniformes distintivos: el primero, de desenfadado tipo que va como todos los días, con camisa y un jerselito por si refresca; el segundo, de elegante terno azul con corbata y un clavel. El primero se sitúa al sol, sobre todo en el cinco. El segundo ocupa los carísimos abonos del nueve y el diez. Ambos han venido a lo que han venido, unos con más gomina que otros. El fin último es pasarlo bien, aplaudir, llegar a casa contento. Aplauden un par de banderillas a toro pasado pero no un quite salvavidas o a un peón que se lleva un toro a una mano, sin quitarle un pase. Aplauden un natural fuera de cacho y silban a quien no lo aplaude.

- Y Vd, ¿por qué aplaude eso?
- Pues porque he pagado, oiga
- Anda.

El aficionado merienda entre el tercer y cuarto toro, que es a lo que en realidad ha venido: unos meriendan morcilla y otros meriendan jamón, pero todos meriendan y lo pasan pipa y piden un poco más y ofrecen a los de al lado para compartir su alegría y el tendido se llena de bandejas y de voces de gente que quiere pan y lo que haya pasado hasta ahora o lo que vaya a pasar luego tampoco es tan importante. Unos se beben un whisky con hielo y otros beben de una bota, unos llevan a su vera una rubia con mechas y otros llevan a un sobrino, unos llevan un reloj de esos tan ordinarios que se salen de la manga de puro caros y grandes y otros llevan una visera de cartón y la almohadilla de casa. Si el orden de los matadores a la salida del par es el correcto es algo que no sólo ignoran sino que les trae al pairo, y en el fondo ni Vd ni yo somos nadie para exigirles que le echen cuenta a estas cosas. Eso sí, si necesitan al de la cocacola le llaman con grandes voces aunque Vd esté a su lado y se entera de lo que beben hasta el chulo de toriles. En el fútbol también pasa, y la gente aplaude un corner y un tiro con la espinilla y si la bola no entra gritan uy y dan saltitos. Los toros, y el fútbol también, claro, es un espectáculo y hemos venido a pasarlo bien, deje ya Vds de mirarnos y páseme una servilleta.

Esta afición jovial y algo inconsciente irrita, y mucho, al segundo grupo de aficionados. Éstos, más radicales y mucho más ortodoxos, culpan a los primeros de la ruina de fiesta y equipo. Tragáis con todo, no tenéis ni idea, por vuestra culpa veo yo este mamarracho ahora, cuando de chico veía pura poesía. La culpa es vuestra, tengo yo que salir de aquí todos los días con un cabreo de mona para que esto no se vaya a pique. El aficionado radical entiende cuál es su papel, sabe que no sólo es espectador sino que también es juez y además está en lo cierto. Opina, estudia, se preocupa, deja claro cuando algo no le gusta y afea la ignorancia del que vino con una entrada regalada y el único objetivo de salir contento. Se ofende por lo que ve, no traga con la deriva comercial que ha tomado todo, es un romántico que sueña con la vuelta de toros fieros y toreros con valor y arte, con centrales canteranos de contundencia y valor y con finos delanteros crecidos en las divisiones inferiores del club.

Tanto sabe y tanto ha visto y tanto le preocupa en lo que se está conviertiendo el objeto de su pasión, que deja a veces los modales en un segundo plano. Grita el aficionado ortodoxo y lo hace a veces cuando no hace falta. Clama parte del tendido contra un toro chico y lo hace con intensidad definitiva, como diciendo que lo que venga luego ya no vale, que haga lo que haga el matador no tendrá mérito alguno, y casi siempre acierta pero a veces no. Clama parte de la grada contra el fichaje de turno, y lo hace antes de verle jugar, como diciendo que haga lo que haga no vale, que él tenía en mente otro jugador más barato y más indicado que no ha venido por la inoperancia del cuerpo técnico. Y tienen razón al clamar, pero cuando el aficionado casual que bebe en bota y da palmas por todo le reprocha su mal humor, el aficionado radical monta en cólera y se vuelve bramando contra aquél que sin entender nada, colaborador necesario del desastre, se permite el lujo de echarle en cara que proteste, sin darse cuenta de que la protesta sea en beneficio de todos. No, si vas tú, precisamente tú a decirme cómo hay que hacer las cosas, y ahí pierde la razón a veces. Brama uno y brama el otro, el uno echa en cara al otro el ser un cenizo y un negativo y el otro le llama al uno ignorante y paniaguao. Teniendo razón en el fondo, las formas traicionan al más vehemente. Él, que pretendía dejar claro a los responsables últimos del timo que no todos tragan con lo primero que se les da, que intentaba apelar a la identidad y la esencia para que todos gozaran de algo más auténtico y mejor, no puede controlar su genio y acaba por dar motivos a aquel que, sin entender nada, piensa que con esta gente no se puede hablar.

Hay finalmente otro grupo de aficionados más ponderados, menos vehementes, quizás más valiosos. Coinciden en sus planteamientos con los más vehementes aunque comprenden, que no jalean, a los que vienen sólo a echar el rato. Entendidos, han visto lo suficiente como para creer firmemente en las diferentes gamas de grises que dividen el negro del blanco. En las Ventas hay muchos en la grada del ocho, en el Calderón están desperdigados. Saben, conocen y se esfuerzan por saber más, y no se ofenden ante la ignorancia ajena aunque les haga más bien poca gracia. No levantan la voz aunque digan cosas duras y son capaces de mantener una postura muy crítica sin incomodar al oponente. Creen que los más vehementes tienen razón y son muy necesarios, aunque en ocasiones no comparten sus formas. No sienten el mismo respeto por los aficionados más festeros, desde luego, pero tampoco creen que se les tenga que convertir en objeto de escarnio y exilio. Saben que no son quién para decirle a nadie qué pensar, sean de un lado o de otro. No creen que el árbitro siempre robe ni que la falta rival sea siempre de amarilla. Contestan con datos y argumentos sólidos que ellos mismos han parido después de mucho reflexionar, y es un placer escucharles por ser poco dogmáticos y muy didácticos. Cuando el grueso de la afición no acierta a distinguir lo que pasa, se fijan en ellos para tener una referencia válida. Cuando el toro recién salido de toriles hace cosas buenas y cosas malas, cuando confunde con su actitud y no es posible encasillarle, giran sus ojos al aficionado cabal.

- No vale

No vale el toro, no vale, que lo ha dicho ese señor, y lo mismo es aplicable para un delantero centro o un volante ofensivo. Saludan a los vecinos de localidad y se despiden al final de temporada, también de ese tipo que nunca habló en ningún partido pero que ve feliz que su presencia no pasó desapercibida. Pelean por mejorar las cosas, pero lo hacen de forma pacífica y amable. Son pocos, cada vez menos, y deberían ser protegidos por la UNESCO como patrimonio de la Humanidad.

Y aunque todos tienen sus cosas, son los últimos los más valiosos. Y hacen falta muchos más. Y no sólo en esto, oiga.

209 comentarios:

«El más antiguo   ‹Más antiguo   201 – 209 de 209
Dr. Caligari dijo...

es cierto, Torres ha salvado el lio. Qué jugada ha hecho ?

surgieron problemas electricos con la cocina, una cosa que tenia que averiguar yo, tengo un enfado con migo mismo (a nivel Luis, vamos).

PD
cambiando de tercio, se me olvidó decirle que Marc Ribot ha estado en mucho trabajos de Tom Waits).

PPD
Hoy veran a Rumania enterrar a Dead Piero.

Dr. Caligari dijo...

he pasado pagina ? pánico !

Manchego Curado dijo...

Oh, un sombrero y luego un regate de escándalo, senta.
No se apure, lo de las cocinas es imposible. Y más si son eléctricas. Yo echo de menos mi fuego, mi cerilla y mi gas, no le digo más (poesía hermética también)
A lo de Marc le he contestado en su blog. El saxofonista que acompaña al guitarrista es un poco rarito, ¿no?

Manchego Curado dijo...

Es verdad, qué raro ésto del más reciente, más antiguo, el más antiguo, el más reciente. Dios mío.

Manchego Curado dijo...

D. Vito me está contando en su blog por qué es del Atleti ("natural rechazo de las posiciones mayoritarias") y cómo encontró este saloncito.

Manchego Curado dijo...

Y dice que también es del Atleti por el destino inevitable. No se si les suena.

Dr. Caligari dijo...

qué ? yo he dicho esto ?

Manchego Curado dijo...

Dios mío. Se me ha olvidado traducir correctamente y hago interpretaciones libres.

Manchego Curado dijo...
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