lunes, 12 de enero de 2009

De cuestas abajo en calles heladas

El Atleti perdió en casa y confirmó que el 2009 viene bajito y con bigote. La grada tiró bolas de nieve, se mofó de los suyos y dejó claro a quién considera culpable de todo.

Llegó el seguidor atlético al campo y, una vez más este año, pasó un frío horroroso. Uno, friolero y cada vez más debilucho por eso de la edad y los achaques, llega al fútbol con seis o siete capas de aislantes térmicos y aún así acaba los partidos aterido de frío. Desde el minuto 20 del segundo tiempo el aislamiento deja de tener efectos y el frío se le cuela a uno por la espalda y por las rodillas y por las mangas de la chaqueta, se le agarra a la nariz y se columpia y ya no hay manera de echarle al tío. Y aún así, qué quieren que yo les diga, uno piensa que hay que ir al fútbol en invierno sin calefacción ni nada, que tampoco se acaba el mundo por pasar frío de vez en cuando. La afición reclama calefactores y asientos climatizados y a este paso la gente querrá también rayos uva y un secador de pelo de esos de señora que parecen un casco de astronauta para no pasar penurias y de paso salir con los poros limpios y la permanente hecha. Las cosas son como son y en invierno hace frío, qué manía con ir cambiando todo para que las cosas se vayan pareciendo cada vez menos a lo que deberían ser.

Llegó pues el seguidor atlético vestido con todo lo que encontró en casa y se dirigió a su asiento, y lo hizo entre cáscaras de pipas y bocadillos a medio comer y bolsas de chucherías y cajetillas de tabaco arrugadas. El aspecto del Calderón en el día de ayer era lo más parecido a un vertedero, y sentarse en el asiento de uno, normalmente sucio y poco recomendable para perder en él una lentilla, requería estómago y resignación y una alta dosis de fe en la capacidad de las lavadoras para arrancar la suciedad del trasero del pantalón; y decimos fe en la lavadora dado que hace ya unas semanas que perdimos toda simpatía por el jabón de Marsella.

Se ubicó pues la afición en su asiento numerado, que por cierto es carísimo, y antes tuvo que limpiarlo un poco con el Forza Atleti, esta vez en versión número-publireportaje sobre las bondades del nuevo estadio ese al que nos mandan, no sabemos si en régimen de propiedad, de alquiler, de usufructo o puede que de comodato. Hay quien piensa que el sagaz responsable de comunicación del club entregó a posta la publicación en medio de la porquería para invitar al público veladamente a pensar que la grada estará lista para comer sopas en ella en cuanto nos vayamos a la Peineta (que quizás cambie su nombre por el del filtro del aceite de los coches, visto su aspecto exterior tras la reforma... ¿Purolator Arena acaso?). Otros pensaban que la nevada quizás había impedido llevar a cabo la limpieza que tantísimo cuesta al club al año, dado que paga altos emolumentos por ello a una empresa en la que al parecer algún directivo es accionista, qué cosas pasan, qué casualidades. Luego echaban cuentas y veían que el martes se jugó contra el Barça y que hasta el viernes no nevó, con lo que no parecía probable que hubiera sido la nieve a menos que los servicios meteorológicos del club hubieran tenido más tino que la Nasa, que todo es posible. El caso es que la afición de ese club presidido por ese maniático de la limpieza se sentó en lo que parecía un contenedor de esos de tapa naranja. Eso sí, si se le pregunta dirá que ahora mismito se pone a ello, que menudo es él.

Empezó el partido y lo hizo malamente, qué quieren que yo les diga. Empezó con un minuto de silencio por un venerable ex-presidente con fama de no traer suerte, y esto lo decían los socios de la época y no el que suscribe. Empezó el partido tarde porque antes el fondo sur había bombardeado con bolas de nieve al portero visitante, aprovechando los montones de nieve que había por las escaleras, justo encima de las placas de hielo sobre las que resbaló más de un señor que casi se rompe la crisma. El portero visitante recibió una lluvia de nieve que primero se produjo como una gracieta inocente hasta que fue de una insistencia irritante. Pero qué quieren Vds, estas cosas pasan mucho y la mesura no es una característica de la afición del Atleti, qué les voy a contar yo que no escribo nunca menos de cinco mil palabras (en parte porque me gusta y en parte para molestarle a Vd, sí, a Vd, el que se queja de que estos artículos son unos ladrillos sin gracia y luego lo va contando por ahí la mar de ofendido y a mi me da mucha risa). Como ayer además se jugaba contra el Athletic de Bilbao, equipo del que salió el nuestro aunque eso ya ni se tenga en cuenta ni se respete ni nada, era también un día propicio para que parte de la afición, no numerosa pero sí ruidosa, se dedicara a lanzar improperios contra la tierra y la gente del equipo visitante, algo que al que suscribe le irrita y le ofende y le parece motivo casi suficiente como para no ir al campo cuando el rival sea de según qué sitio.

Salió un Atleti algo raro, con dos canteranos que casi nunca juegan y Antonio López, que también es canterano y que casi no juega tampoco este año, una pena, oiga. Salió también el Athletic vestido de sobrio terno negro y con una media de altura que deja a los nuestros como alevines. Y ese Atleti raro, con Camacho y con Domínguez, metió un gol pronto gracias al tercer canterano, que lo marcó con la pierna mala y de rebote y al que suscribe le dio un alegrón. Parecía que el Atleti marcaba a pesar de no jugar mucho y por un rato pareció que el equipo iba a marcar más goles. Sin jugar bien, sin dominar, sin poder con Susaeta ni con Javi Martínez ni con Orbáiz, pero incluso así. Maniche, de quien volveremos a hablar me temo, parecía más activo y algo más comprometido, y parecía que estando los buenos en la parte alta del equipo acabarían cayendo goles.

Pero no. Pronto se vio que Simao no tenía su día y que el Kun no tenía su día y sobre todo que Forlán no tenía su día. Forlán, a quien uno admira, jugó posiblemente su peor partido desde que llegó al Atleti y no consiguió hacer nada a derechas; incluso evitó tirar a puerta en una de esas ocasiones en las que él suele meter por la escuadra lo que la mayoría tira a la M-30, consciente del diíta que llevaba. Sólo Maxi, batallador y muy empleado en defensa, parecía metido en el partido. Maxi despejó más balones en defensa que muchos defensas y mientras estuvo en el campo lo intentó, sin mucho acierto pero con ganas. También lo intentó Antonio López, quien hizo un buen partido hasta que tuvo un fallo garrafal en el tercer gol; pero lo intentó por su lado bueno y por el otro, visto que Seitaridis tenía prisa por ir al bingo y en su lugar salió Pernía, de nuevo víctima del escarnio y la pitada del a veces no tan respetable. También lo intentó Ujfalusi, que también tuvo un fallo clamoroso en el segundo gol (y ya van varios) pero que pisó área más que muchos de los llamados a meter goles. Lo intentó Camacho con excesiva vehemencia a veces y fuera de su sitio, de central tras un cambio delirante de Aguirre. Lo intentó sin éxito Domínguez, sustituido tras un gol en propia meta y quizás condenado con ese cambio a un lento penar lejos del primer equipo. Lo intentó con acierto medianejo Banega, hábil en el control y el regate pero poco productivo. Ni lo intentó de lejos Seitaridis, celoso de su reputación y decidido a no emborronarla con un partido digno, ni tampoco Maniche, que cuando vio que la cosa se ponía fea decidió desaparecer, esta vez no metafóricamente, e irse a la ducha. Lo intentaron unos y otros no, pero el resultado fue cualquier cosa menos algo que recordara a un equipo de fútbol.

Y enfrente de este despropósito un equipo aseadito y con ganas ante el partido soñado por Caparrós, con la grada enfadada y Maniche expulsado por voluntad propia. Y Llorente, un jugador interesante en un buen momento, cazando dos goles, uno con ayuda y otro con más ayuda aún. El rival no era una potencia futbolística, no, no era un equipo mítico ni un conjunto de esos que meten miedo sino un Athletic así normal. Daba igual, un sólo gol, un sólo susto bastó para que el equipo bajara los brazos, se despistara, entregara las llaves de la ciudad al adolescente que encabezaba el asedio y se resignara a ver pasar los minutos ante la seguridad de una nueva derrota. El Atleti que venía de una racha positiva antes de Navidad sólo ha necesitado dos derrotas para tener claro que su sino es perder, y lo hace en un momento muy complicado en el que es imperativo hacer acopio de puntos. Pero no, el Atleti es el elefante que se asusta de un ratón y en cuanto todo no sale exactamente como quiere, en cuanto hace frío o hay atasco refunfuña y frunce el ceño y se pone como un niño chico que prefiere en el instante morir de hambre con tal de no dar su brazo a torcer. No piensa y toma aire y se plantea la forma en que pueda enderezarse lo que se acaba de torcer, no, sino que asume su sino de derrotado y no hace nada por evitarlo, encogiéndose de hombros y culpando al destino. Esto es, hace exactamente lo que no se espera de un equipo respetable ni de un deportista admirable ni de un digno representante de una historia deslumbrante. No. Eso no.

La grada, que ve lo que pasa, se desespera y con razón. Tampoco la grada ve dónde está el equipo ni con qué jugadores se enfrenta al resto, sino que mira su propia desesperación puntual y estalla, como es lógico. No piensa en cómo veía al equipo hace unas semanas sino en cómo lo ve en ese momento, y eso es entendible. Protesta, pide la cabeza de Aguirre y el fusilamiento de todos los jugadores, y lo hace con una furia evanescente que dura poco, como todo en este club. La grada protesta contra Aguirre y lo hace durante menos tiempo que el invertido en hacer la ola de manera bochornosa hace unas cuantas jornadas, cuando se metía el tercer gol a un equipo de la parte baja de la tabla. La gente protesta airada pero en cuanto la megafonía suena un poco fuerte se calla y se va al bar, que tampoco es cuestión de perder la voz. La gente señala a Aguirre, catastrófico en los cambios de ayer y seguramente responsable de la falta de identidad del juego del equipo, y con eso le vale y no va más allá. No piensa en quién puede venir después o en si es buen momento para cambiar, en si con estos mismos jugadores algún entrenador asequible para el Club haría algo de provecho. No piensa en que el mal del Atleti reconocido por todos fue cambiar demasiado de entrenador mientras se mantenía al resto, ni en que cuando se han comprado buenos jugadores la cosa ha cambiado. No. La grada reclama sangre rápida y que esa sangre tenga el pelo a cepillo y los dientes muy blancos. La grada se lo pone fácil a los que buscan parapetos y miran para otro lado cada vez que las cosas se ponen feas, y eso que ayer Antonio López dejó claro que, en lo que a los jugadores respecta, el club lo dirige un ente no identificado. El Atleti se ha lanzado alegre a la cuesta abajo en estos días en los que el hielo hace imposible frenar, y uno no está convencido de que la única solución viable sea poner el cadáver de un entrenador mexicano entre las ruedas.

401 comentarios:

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Dr. Caligari dijo...

Nuestros cuatro mosqueteros están apagados, sin ellos no hay manera de ganar. (Lo mejor del partido fue el numero con los globitos, antes del comienzo).

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