
Nota: como el que suscribe fue de los pocos afortunados que vio el partido entero sin conexiones a otros campos ni comentarios séxticos, es posible que en la crónica de esta semana se abuse de los comentarios personales y del relato en primera persona. Avisados quedan.
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Uno, que nunca había ido a San Mamés, llevaba ya unas cuantas temporadas pensando en ver de una vez un Athletic - Atleti in situ - nótese que el que suscribe ha escrito Athletic, que es como gustan de llamar al club en su ciudad, y no Bilbao, que es como se llama en Madrid al Athletic de Bilbao para diferenciarle del Atlético de Madrid, también llamado Atleti o Aleti, siendo esta última la forma empleada en el lenguaje verbal y cuando se dan voces tras un gol-. Finalmente, una vez visto un partido allí, a uno lo que más le llama la atención del campo es la ubicación. San Mamés está en el centro de la ciudad, al final de una calle, cerca del centro histórico y del centro comercial de Bilbao, a la vuelta de una mercería, frente a una parada de autobús y en el camino que muchos bilbaínos hacen a diario. Andando por Bilbao uno ve un monte verde al final de una calle, una ría al final de otra y un gran escudo del Athletic al final de una tercera. El resultado es que para ir al partido uno va por el centro de la ciudad, cruza las calles que cruza la gente para ir a trabajar, saluda al vecino, para en el bar en el que desayuna antes de ir a la oficina y se aprovisiona para el partido en la panadería en la que suele comprar cada día una chapata o un pan de hogaza o dos roscos medianos o una pistola o una bolsa de molletes de Antequera o, hace años, un boni, un tigretón, un bucanero y una pantera rosa. El estadio siempre ha estado allí, tanto como el resto de cosas, y eso se nota. En día de partido el centro de la ciudad está lleno, lleno de sus mismos habitantes de todos los días vestidos para la ocasión, igual que se viste de largo para las bodas, de traje para ir al trabajo, de traje regional el día del patrón y de chándal el domingo por la mañana. Para llegar a San Mamés uno atraviesa calles llenas de gente vestida de rojo y blanco que bebe cerveza y gin tonic en los bares de la zona de bares-de-todos-los-días, convenientemente engalanados también y con ventanas que comunican la barra con la calle, en cuya acera hay mesas altas y barriles de vino sobre los que apoyar la bebida y el pincho. La calle hierve y los bares más, y la afición local charla apoyada en la barra en la que se amontonan bandejas llenas de incitaciones a al menos dos de los pecados capitales: la envidia y la gula.
Acudir a los bares de Bilbao puede resultar caro, pero si uno va con un amigo de la zona resulta de lo más barato: no le dejan a uno pagar nada en ningún sitio, y si uno hace ademán de echar mano a la cartera le echan a empujones del bar mientras le dan una caña y una gilda con la otra mano. En los bares próximos a San Mamés, a los que en sábados soleados como el pasado merece la pena ir al menos dos horas antes del partido para ver el ambiente y tomar algo, casi todo el mundo lleva algo rojiblanco, también los que bajan de su propia casa con su bufanda, cerrando su portal en medio del follón. También con el escudo del Atleti, no crean, que no sólo se ven aficionados locales. Hay grupos numerosos con muchos niños, cuadrillas de amigos y más chicas jóvenes de las que uno se espera, tipos con peinados peculiares y cara de cabreo, grupos de atléticos de los de aquí mezclados con los de allí y muchos grupos de señores luciendo la seña de identidad del aficionado bilbaíno con solera, el verdadero hecho diferencial del hincha local de toda la vida, los galones del entendido veterano: el jersey al hombro. La calle está preciosa y el ambiente es el ambiente que uno quiere para todos los domingos de fútbol, el ambiente ese que uno percibe como el motivo real por el que realmente el fútbol mueve tanta gente, el ruido que confirma que el partido no es más que un motivo para echarse a la calle y pasar un rato con el personal.
San Mamés, ya lo sabrán Vds, será derruido. En su lugar no sabemos si habrá pisos o un parque o un enorme bingo simultáneo con casino incorporado. Lo que sí sabremos es que a unos diez metros de donde hoy está San Mamés estará el nuevo San Mamés. Al otro lado de una calle, en el mismo sitio, frente al mismo monte, cerca de los mismos bares, en el mismo barrio. Los aficionados cambiarán de asiento pero no de barrio, ni de costumbres ni de bares ni de ambiente y, posiblemente, mucho menos aún de identificación con lo que el equipo significa. Mientras tanto, el estadio del Atleti sin hache, el nuestro, será derruido y el nuevo estadio, que probablemente acabe teniendo un nombre que nos moleste, estará en medio de una zona nueva en la otra punta de la ciudad, una zona sin solera colchonera ni proximidad ninguna con lo que el Atleti significa. Una zona de pisos nuevos, de calles rectas y árboles jovencitos de esos que no dan ni sombra, que ni valen para candar la bicicleta. Una zona en la que nos tememos que los bares sean franquicias, los camareros sean de otro equipo y para comer no haya más que un autoservicio en el que hacer cola con una bandejita. Una zona residencial en la que no apetecerá quedarse luego para comentar las jugadas y los fichajes, cómo nos van las cosas y dónde vamos de vacaciones. Una zona que, en definitiva, nos tocará a nosotros, a los de siempre, convertir en algo parecido a una casa.
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Llegó el que suscribe a San Mamés con un abono prestado y se sentó en zona de socios en la grada rival, que es como a uno más le gusta ver el fútbol fuera del Calderón. Si, hola, buenas tardes, sí, es ahí, no, es que él no viene hoy y me ha dejado el abono, sí, desde Madrid, no, llovía un poco al salir pero luego desde Burgos hacía bueno, ¿me deja el programa?, gracias, oiga. Miró el que suscribe en torno a su asiento por ver si veía algún correligionario y no vio ninguno, claro, qué esperaban Vds. Se sentó el que suscribe y vio enfrente la grada donde se sitúan los hinchas más radicales y, sobre ella y hacia un lado, el lugar en el que se colocan los aficionados visitantes. Miró uno al césped y a las tribunas y al arco de San Mamés y recordó historias sobre atléticos mal recibidos en el campo de Bilbao y enfrentamientos e insultos y de la sensación de sentirse extraño y en casa ajena, quizás no tanto, eso sí, como ese bilbaíno al que los amigos, estando próxima su boda, llevaron a Valencia a la final de copa contra el Barça vestido de Guti. Recordó uno todo eso y no le pareció para tanto lo que veía, qué quieren que les diga a Vds.
Salió el Atleti mientras el público local cantaba su himno y daba palmas y se dispuso el espectador visitante a analizar los primeros diez minutos del partido. Gran parte de la afición colchonera coincide este año en que los primeros minutos muestran si el Atleti que ha salido es el que ganó al Barcelona o el que hizo el ridículo en Santander, como si esos minutos fueran una muestra suficiente, un bonsai del partido entero. Hoy no, dicen uno, parece que hoy sí, que han salido distintos; puede ser, de hecho así ha sido en varias ocasiones. El caso es que esta vez no salió el Atleti mal, salió cómodo y salió serio esos diez primeros minutos pero quizás no se cumpliera la regla de oro de esta temporada.
Y es que tras esos diez primeros minutos el equipo se fue relajando y los locales, con poco convencimiento y sin demasiado que ganar o que perder, se fueron creciendo. Assunçao, de nuevo entonado en defensa como en los últimos partidos, parecía ser el único que se hacía con su parcela mientras que el centro del campo del Bilbao, también llamado Athletic, se hacía con todo lo demás. Raúl García sí lo intentaba pero andaba más en apagar fuegos que en trazar carreteras, Simão no aparecía y Maxi, desaparecido toda la noche, no entraba en contacto ni con el balón ni con el juego ni con el jugador que hasta hace bien poco era. Como resultado, durante el primer tiempo no le llegaron balones a Forlán, quien a pesar del despliegue físico sólo aparecía para ayudar a defender a la media, ni tampoco a Agüero, bien defendido al alimón por Amorebieta y Etxeita, joven producto de la cantera que apunta maneras. Agüero falló por cierto un gol cantado a pase de Pernía idéntico a otro fallado hace una semana contra el Valencia, qué cosas. La defensa, por su parte, respondía con una solvencia desacostumbrada a los arreones de los locales, empeñados con razón en buscar faltas laterales (algunas fueron, otras no) y centros al centro del área para sus centrales, sus medios centros y Llorente, todos sobrados de centímetros. Pero Ujfalusi y Heitinga parecen haber dado confianza por arriba a Pablo, rápido en el cruce toda la noche aunque flojo al chocar contra Llorente, siempre con más fe a la hora de buscar el cuerpo a cuerpo.
Durante el primer tiempo el Atleti no conseguía jugar y el Athletic, también llamado el Bilbao, parecía ser el equipo que se jugaba las habichuelas, el que debía ganar, el que quería dar una alegría a la grada. Hacia el minuto treinta, por cierto, apareció en el fondo el grueso del grupo de seguidores atléticos desplazado desde Madrid; uno no sabe muy bien qué pasó, pero el público, tranquilo hasta entonces, se volcó en su contra, llenó el aire de improperios contra los recién llegados y contra unos cuantos más, ya de paso, y el club local subió un punto la velocidad. Al que suscribe, por cierto, no sólo no le dijeron nada sino que un vecino de localidad de notoria exaltación pro-bilbaína y con porte de segunda línea all-black le pidió que no tomara en cuenta lo que se decía, son cosas que se dicen así, ya sabe Vd. No, ya, si al fin y al cabo es lo que también se escucha en casa, qué me va Vd a contar.
Tras el descanso, momento idóneo para comprobar que aunque San Mamés es un campo viejo que no es cinco estrellas ni nada tiene mejores baños que el Calderón, siguió la tónica del final del primer tiempo. Empujaba el Athletic, el Atleti no parecía enterarse de todo lo que se jugaba en los cuarenta y cinco minutos que quedaba. Consciente de que los locales tienen un equipo apañado pero que no puede aspirar a pasar por encima con solvencia a ciertos rivales, la grada apretó. Gritó al unísono San Mamés, lanzó las bufandas al cielo y el equipo entendió lo que le querían decir los aficionados experimentados. A por ellos, están arrinconados, tienen dinamita arriba pero andan más pendientes de capear el temporal que de otra cosa, si marcamos ahora no van a poder reaccionar. Reculaba el Atleti, empujaban los locales y más empujaba la grada, sacaban los centrales balones como quien achica agua un rato antes de un naufragio y, tras lo que pareció el único error de Ujfalusi en la noche, falta según los que lo vieron desde un mejor punto de vista, Llorente falló un gol cantado tras dos ocasiones muy claras paradas antes por Leo Franco, uno de los responsables de que el Atleti no fuera a remolque durante todo el partido. De haber marcado Llorente la película podría haber sido otra pero fue la contraria; Pernía, aprovechando quizás la suerte que le desearon sus fans en el hotel, más numerosos por cierto que los del resto de jugadores excepto Forlán y el Kun, daba su segundo pase de gol de la noche y Raúl García marcó un golazo con la zurda que hizo saltar a los pocos atléticos que andaban por la zona del que suscribe.
Saltó también el que suscribe y, como el resto, se dio cuenta en pleno salto de que estaba en zona rival. Moderó su ímpetu, miró a su alrededor para comprobar si alguien se había molestado y se volvió a sentar tan tranquilo. Ni un reproche, ni una mala mirada, nada raro. Bien. El caso es que el Bilbao, también llamado el Athletic, seguía convencido de sus posibilidades y también siguió así la grada. Tiró al palo el equipo local, siguió apretando y forzando corners y faltas laterales. Marcó Etxeita de cabeza, claro, algo previsible tras mucho ir el cántaro a la fuente y San Mamés siguió apretando. Miró el que suscribe la clasificación, hizo cuentas para ver si valía el empate, repasó mentalmente los goal averages particulares, se giró hacia allí donde había visto saltar algún otro tras el gol de Raúl García y preguntó si alguien tenía una radio. Gana el Villarreal dos a uno, dijo alguien, gracias oiga. Tan nervioso estaba uno, tanto se había significado en su alegría y su miedo tras el gol, que se giraron los aficionados de la fila de delante, quizás hartos de tanto nervio, blandiendo una bota.
- ¿Queréis vino, majos?
- No, muchas gracias
- No beberás vino tú, a los jóvenes ya no os gusta, ¿no?
- Claro que bebo. Es que estoy comiendo chicle
- Pero a quién se le ocurre, hombre
Con uno a uno empezaba todo de nuevo, el Villarreal ganaba pero esa no era la cuestión, la cuestión verdadera es que el Atleti había marcado cuando menos lo merecía y que se había dejado empatar. La cuestión es que Maxi no estaba y Simão estaba poco, que Agüero andaba muy vigilado y que no llegaban balones arriba. Un señor con voz de solista de orfeón gritaba Athletic esperando la respuesta al unísono de la grada, "Bien, bien, bien, alabín, alabán". "Esto no se ha acabado, aún no ha marcado el rubio", dijo alguien con acento de Madrid una fila más atrás. Dos minutos más tarde llegaba Forlán a un balón, se cruzaban los centrales, quedaba el balón botando entre ambos una fracción de segundo y el uruguayo, que sólo necesita ese momento para salvarle la temporada al un club de ciento y pico años, marcaba. Con la izquierda, desde fuera del área, tras un barullo. Gol, gritan varios desde la grada del fondo sur, gol grita el que suscribe con la misma potencia con la que grita gol en el Calderón. Madre mía, dice un señor, este tío mete todo lo que toca. Tres minutos más tarde se va Forlán en carrera y marca de nuevo, marca el gol que da la seguridad de que, por más que el Atleti sea el Atleti, mucho tiene que pasar para que cambie tanto las cosas. Gol, gritan los de antes, gol grita el que suscribe con la misma potencia con la que grita gol en el Calderón. Un señor se levanta y se va a su casa, no se vaya enfadado, hombre - como no me voy a enfadar, si son muy malos, hala majo, adiós.
Abel mete a Perea, el Kun se va y lo hace lentamente, demasiado lentamente. Si vais uno tres, por qué te vas así, dice alguien, y el que suscribe está de acuerdo. Aplaude el Kun a los desplazados, se para en su salida para perder tiempo, la grada le increpa, el Kun responde y dice algo, la grada se viene arriba molesta por la respuesta innecesaria del Kun, hay cosas que habría que evitar, piensa uno. El partido parece resuelto pero hay un uruguayo que quiere ser bota de oro, que no se cansa, que le da igual si el resto del equipo apoya y si el rival aprieta o no: él tiene una misión y las condiciones para llevarla a cabo, con él que no cuenten para echar la siesta. Se vuelve a ir de la defensa con una facilidad inaudita a estas alturas de la temporada y el partido, se resbala, se cae y el árbitro pita penalti. Ruge la grada, protestan los locales, un defensa se le acerca a Forlán y le dice que no se tire, Forlán dice no me tiré, me resbalé, no es penalti pero no he sido yo quien ha pitado. Si Forlán no se jugara nada, si Forlán no necesitara el gol uno habría esperado de Forlán que tirara el penalti fuera y que se fuera de San Mamés como aquél que renunció a su tercer gol por honradez y respeto. Pero había cosas en juego y uno entiende a Forlán, un jugador que no se tira ni engaña. Lanza Forlán, marca y no lo celebran los atléticos que antes cantaron gol como posesos, si acaso se dan la mano o cruzan miradas para no molestar en casa ajena cuando se encaja un gol que escuece, y eso le alegra al que suscribe.
Acaba el partido, el Atleti ha ganado el partido que debía ganar por más goles de los merecidos y Forlán ha dado otro recital. Es pichichi por ahora, también bota de oro y uno de los pocos jugadores de la historia capaces de marcar tres goles en Bilbao como visitante. Se despiden los vecinos, adiós majos, hasta otro ratito, enhorabuena. Adiós, adiós, gracias. Se acercan los correligionarios, se charla en la escalera, menos mal, este tío es increíble, Forlán es ahora mismo el 90% del equipo, lo único que nos diferencia de equipos que están mucho más abajo en la clasificación. Intervienen en la conversación los aficionados locales que se van, sí señor, qué jugador, es la diferencia con el resto, estamos de acuerdo; el Atleti no tiene mucho, nosotros tampoco, pero con este tipo en este estado de forma es difícil que no marquéis. Si queréis tomar algo ahora, lo mejor son las calles de un poco más allá, hay varios sitios buenos para comer, eso sí, no pidáis pimientos de Gernika, que no es época, ahora son de invernadero y no es lo mismo. Por esa zona, por cierto, se verían luego bastantes seguidores atléticos departiendo con los de casa, cantando el himno por la calle, gritando uruguasho uruguasho y diciendo aquello de que puede que no sea una estrella, pero yo me veo incapaz de criticar a Mariano, qué quieren que yo les diga.
Si el Atleti hace lo que debe, que no es mucho, estará en Champions el año que viene, algo increíble y de justicia discutible. Sin jugar bien, el equipo ha remontado posiciones, ha aprovechado los errores garrafales de los rivales directos y ha conseguido algo que a mediados de temporada parece lejano. Responsable principal de ello, un uruguayo con más ambición y profesionalidad que la mitad de la plantilla junta, con más instinto matador que el resto de delanteros de la liga y con más abdominales de los permitidos por las recientes resoluciones de la UNESCO. Una vergüenza.