lunes, 22 de febrero de 2010

Crónica del Almería - Atleti o qué cosas nos pasan, oiga

Jugó el Atleti un partido que quizás no debió perder y quizás no debió ganar. Pero perdió, qué cosas pasan, porque la delantera, que es la que siempre funcionaba, no dio una.
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Hay veces en las que, sin saber por qué y sin que uno haya hecho nada para evitarlo o merecerlo, la vida de uno cambia. Quizás mucho, quizás sólo un poquito, pero la cosa es que cambia. Hay quien lleva toda la vida manejándose con autoridad por bares y calles y, de pronto sale un personaje televisivo conocido por su afición a la ingesta de bollería industrial que lleva su mismo nombre y lo que era respeto se torna en chufla. Hay quien, siendo un afamado escritor mexicano con porte aristocrático y voz grave, tiene la desgracia de que salga por ahí un zopenco con su mismo nombre escribiendo idioteces sobre el Atleti y hay también algún chalado que los confunde. Hay quien tiene un apellido rimbombante que en casa denota noble linaje pero en otro idioma significa "atunero" y ve cómo se ríen de él una barbaridad cuando viaja por placer a hotelitos con encanto. Lo mismo pasa con el parecido físico, no crean. Hay quien suma a la desgracia de ser obeso y miope el parecerse a Juan Manuel de Prada y recibe por ello burlas desde los autobuses por pedante y por mandón. Eso sí, también pasa al contrario. Hay quien pudo tener un complejo por ser rubiejo y con bolsas bajo los ojos, pero tuvo la fortuna de parecerse a Michael Caine y por ello le invitan en las tabernas y le tratan bien en las zapaterías. Hay quien nació feo y narizón pero tuvo la suerte de parecerse a Manolete; hay también quien nació guapo y bien plantado y tuvo la inmensa desgracia de ser clavaíto a un futbolista insoportable y engreído al que no traga el pueblo. Cuando estas cosas pasan, la vida de uno cambia sin que uno sea responsable de nada.

A veces las cosas cambian pero el cambio sí es achacable a las decisiones de uno. Hay quien, a pesar de ser un tipo en apariencia gris, recibe vítores y parabienes allá donde va gracias a su valor y destreza con capote y con muleta. Hay quien pasa del anonimato a la fama gracias a un acto heroico o un descubrimiento científico que terminó con la ingobernabilidad de los remolinos de pelo. Y, al contrario, hay quien es señalado con el dedo por la calle tras ser reconocido culpable de sobornos y tejemanejes; hay quien no debería poder salir de casa por haber cometido un penalti y ser expulsado por patear a un rival en el suelo haciendo a su equipo perder la liga (aunque esto sólo ocurre si el infractor juega en un equipo decente). Y hay quien, luciendo un tipo atlético y un distinguido pelo cano atrae las miradas femeninas cuando pasea por la calle pero aún así no consigue levantar admiración sino sonrisitas burlonas; esto pasa, por ejemplo, cuando uno reconoce a aquél que pasea luciendo palmito como el protagonista de los anuncios sobre disfunción eréctil que copan las páginas publicitarias del Forza Atleti. Lo que es la vida.
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Aquellos pobrecitos que sigan estas páginas con frecuencia habrán notado que en este blog rara vez se hace mención a la suerte. La suerte, piensa uno, es un factor más del juego con el que hay que saber convivir, que hay que saber gestionar y que hay que saber prever. La suerte es un factor que se desactiva con inteligencia y trabajo o con más suerte, aunque a veces ni por esas se consigue. Pensarán Vds por tanto que el que suscribe achaca a la suerte la derrota en Almería, y la respuesta es no. A la pregunta se podría responder con otra, como hacen los gallegos: ¿Mereció el Atleti perder ayer? Pues mire, posiblemente no. ¿Mereció ganar el Almería? Pues tampoco, no crea. ¿Hubiera sido justo un empate? Pues visto lo visto, quizás, pero el tema de la justicia en el fútbol es muy relativo y muy resbaladizo y uno ha llegado ya a una edad en la que una mala caída le produce una fractura de cadera, así que conmigo no cuenten. Si acaso, que conteste ese del fondo, el del diente de oro, ese, sí, ese.
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Salió el Atleti en Almería con una alineación que empezamos a conocernos casi de memoria o al menos somos ya capaces de decir con poco margen de error quién jugará y quién no. Salió Asenjo, como ya sabíamos que iba a ocurrir, y volvió a ser titular Tiago por merecimientos propios. Rotó Quique en la punta de ataque sentando a Agüero y en su lugar no salió nadie, o prácticamente nadie, si acaso un ectoplasma de pelo fosco que se deja ver con frecuencia por el césped del Calderón. Salió un Atleti distinto al que jugó contra el Barça, y tiene mérito porque casi era igual; son las cosas del Atleti, capaz de convertir en claramente imprevisible lo que en cualquier otro equipo sería lo normal.

Salió el Atleti vestido de elegante y sobrio terno negro a la moda del Siglo de Oro pero sin gola, traje austero de un equipo serio que la mercadotecnia calzatoria se entretuvo en mancillar. Ayer, a pesar del aire general de cofradía de penitencia en silencio del equipo, la casi totalidad de los jugadores del Atleti llevaban botas de colorines en gamas que abarcan del blanco innoble al verde limón caribeño, pasando por el rojo pasión, el naranja clementina, el azul piscina y el amarillo vitamina C - por no mencionar algunos ejemplares bicolores, provocación clara hacia el numeroso colectivo colchonero-daltónico. Uno es de la opinión de que la sociedad moderna no se ocupa lo que debe del importantísimo problema que supone para la civilización occidental el asunto del color de las botas de fútbol de los profesionales. Un breve estudio, que no es en este caso de César Vidal pero bien podría serlo, demuestra que la pérdida de valores entre la juventud y sobre todo la ausencia total de respeto por la ortografía, la tercera edad y la siesta pijamera coinciden en el tiempo con el auge de la bota colorida, frívola prima lejana de la tradicional y austera bota negra con alguna raya blanca como mucho, pilar de la cultura occidental en los buenos, viejos tiempos en los que no había rúcula ni crema anti-ojeras. Porque si es grave que los jóvenes tomen como modelo futbolistas de personalidad egocéntrica y volátil sin más interés en el mundo que el de tener un coche de muchos cilindros y una novia de muchos quirófanos, es del todo intolerable que hasta recios centrales de tabique nasal desviado o esforzados mediocentros de incansable carrera y apoyo continuo al compañero superficial y con patillitas finas hayan caído también en la fatal moda de la bota-loro. Desde aquí, y en nombre de tantos y tantos futbolistas de barrio criados en la cultura de ampolla tobillera de la bota Cejudo y en el dolor de planta de pie de la bota de planta rígida y taco recambiable (del todo inútil para el campo de tierra seca, todo sea dicho) y en el nombre también de los aficionados de bien amantes de los colores-topo y la discreción capilar, pedimos a los fabricantes el fin de las colecciones de botas de colorines y EXIGIMOS a la autoridad que intervenga en este tema con la contundencia que el peligro para las generaciones venideras reclama.

Salió Asenjo en la portería con todo el mundo mirando y lo hizo bien. Lo hizo bien sobre todo en lo suyo, que es tapar remates a bocajarro y tirar de reflejos cuando no hay colocación que valga. Volvió a dejar claro que lo suyo no es el control de las distancias y los espacios en el área pequeña, parcela en la que tiende con frecuencia a seguir el balón con la vista, atornillado al suelo en su posición cercana a la línea, demasiado confiado en sus reflejos ante los disparos rivales a pocos metros. Asenjo, eso sí, no oculta sus defectos ni tampoco sus virtudes, y ayer hizo un buen partido - quizás por jugar lejos de casa - que se pudo mejorar en un par de balones laterales y que se pudo también empeorar si no llega a tener varias intervenciones de mérito. Asenjo salvó los muebles de su intervención y eso nos alegra, aunque vivimos más tranquilos, eso sí, cuando está De Gea. Y, eso sí, si el partido de ayer lo hubieran jugado sólo los porteros quizás habría ganado Alves, muy entonado toda la tarde y asombroso a ratos.

Jugó la defensa mejor que otras veces, que no es poco. Jugó Domínguez algo más tenso que en otros partidos, quizás por la amarilla recibida al poco tiempo de empezar el partido, quizás rabioso con él mismo por cumplir ciclo a la vez en dos competiciones y dejar al equipo con un dilema monumental en el que el entrenador puede patinar. Perea jugó bien con sus virtudes y carencias habituales: bien al corte por rapidez y contundencia, torpe en el despeje en situaciones complicadas. Se dejó ver poco Antonio López, sobre todo en la primera parte en la que el juego rival se volcó por su banda, y destacó Ujfalusi. Ujfalusi, ojito derecho del que suscribe gracias a su profesionalidad y regularidad, suele jugar bien aunque tenga errores sonados. Si contra el Galatasaray destacó como lateral izquierdo, que ya me contarán Vds qué pintaba allí el hombre, ayer se mostró en muchos casos como la única alternativa al colapso general de la zona del medio. Fundido Simão, fueron muchas veces las subidas de Ujfalusi las que permitieron al Atleti desatascar el ataque, algo que debería hacer reflexionar a alguien en el cuerpo técnico sobre qué sería del Atleti con laterales buenos. Ahora que lo pienso, no tomen en cuenta esta última frase, demasiado idealista, demasiado triste cuando se piensa dos veces. Mejor olvídenlo, oigan.

La noticia gorda, eso sí, estuvo en el centro del campo. No hablaremos del ataque, no, porque el ataque ayer lo formaron un imitador de Forlán y un ente difícilmente clasificable. Forlán, solo en punta, anduvo flojo y sin hambre de balón, impasible ante balones a los que hace no tanto tiempo llegaba sobrado, torpe en el control y demasiado egoísta en el disparo a puerta. Forlán recibe muchos balones de espaldas y cerca del medio campo, posiblemente las peores condiciones para que desarrolle su juego; en esas circunstancias normalmente devuelve el balón atrás, casi siempre sin aportar nada nuevo y muchas veces enviando un melón fácilmente mejorable. Forlán no metió un gol cantado, quizás demasiado sobrado en la definición tras una jugada y pase excelentes de Tiago. Tiró a veces cuando no debía, tiró alguna diagonal que no debía, se pareció a jugadores a los que no debería. Y, aún así, aún debiendo ser cambiado y levantando debates sobre qué le pasa a Forlán, fue el mejor del ataque.

- ¿Cómo dice Vd?
- Espere, oiga

Forlán lo tuvo fácil, porque el otro del ataque fue Jurado. Jurado, una vez más o más bien una vez menos, jugó de titular en la posición que se antoja ideal para sus teóricas virtudes y no hizo nada. Tiró a puerta mal y flojo, una vez tras una excelente jugada de todo el equipo que merecía un final digno. Perdió los tradicionales balones en el medio campo, lanzando el contraataque rival, y en el repliegue encimó a su par con la agresividad de un colibrí enamorado. Incapaz de jugar sencillo ni cuando la ocasión requiere, falló pases fáciles por querer adornarse en exceso. Jurado, quizás influido por la imaginería barroca andaluza o por el gusto por el escorzo de Rubens y el Greco, es incapaz de hacer las cosas sencillas. Jurado, como las señoras de cierta edad, tiene fobia a las paredes vacías y cuando recibe el pase del compañero que busca la pared de toda la vida Jurado se empeña en rellenarlas con una pintura al fresco, un reloj de cuco, un cuadro de perros jugando al billar o un barómetro de esos con una pata de ciervo en el que pone "Recuerdo de Gredos". El resultado es un juego innecesariamente complejo, poco útil, nada efectivo, irritante para el espectador y para el compañero y, curiosamente, muy apreciado por la prensa especializada. Para colmo, despejó un balón en el área chica con un pase imposible a Ujfalusi que terminó en segunda oportunidad para el Almería, despeje malo de Perea, rebote en Tiago y gol rival. Por qué Quique no cambió a Jurado y Forlán es algo que nadie entiende. Por qué fue expulsado Quique, casi tampoco: al parecer reclamó un penalti que las televisiones no quisieron repetir aunque los espectadores vieron una mano volante tocando el balón tras una clarísima ocasión de Forlán que paró con mérito Alves. Fuentes bien informadas indicaron más tarde que la mano, en realidad, había sido de... Jurado. Pa enmarcar, oiga.

Y, para el final, lo mejor: el centro del campo, quién nos lo iba a decir. Salvo Simão, que pareció fundido y poco motivado, el centro del campo estuvo más junto, manteniendo el equipo menos fracturado. Jugó como siempre Assunção, es decir, bien, y jugó bien Tiago. Tiago aporta al equipo pausa, algo que no se veía en el centro del campo del Atleti hace tiempo. Tiago se para, ocupa su parcela, no intenta defender lo que los demás no defienden y juega sencillo, cómodo, busca la opción más lógica, se complica sólo cuando puede y debe. Se incorpora al ataque, va bien de cabeza y ayer sacó un tiro a la escuadra que dejó entrevere un tirador de lejos, algo que también se echa de menos en el Calderón, sobre todo ahora que Raúl García anda menos confiado. Tiago calma a los compañeros y evita que el partido enloquezca, como suele ocurrirle al Atleti; paradójicamente, quizás no sea la solución a los males del equipo. Ayer el equipo controló el centro del campo, sí, pero hizo un juego horizontal y plano en el que muchas veces fue Ujfalusi correteando la banda quien aportó la única idea para abrir la defensa rival. Bien es cierto que a ver quién es el guapo que hace fútbol de ataque con Forlán desconocido y Jurado jugando para el rival, eso sí. En definitiva, Tiago aporta algo que hacía falta aunque no sea él solo suficiente para cambiar la faz del equipo entero, faltaría más.

El último párrafo del análisis va para Reyes. Reyes, a quien la prensa ensalza sin medida, hizo un buen partido una vez más. Jugó enchufado, corrió, tiró del equipo, se fajó en defensa, llegó al ataque y si Alves no está inspirado le cuela un gol con la pierna mala, ahí es nada. Pero Reyes, que para eso es Reyes, tiene aún cosas que ir cambiando. Reyes se llevó una amarilla aparentemente por simular una falta, pero uno cree que fue por culpa de su sonrisilla. Reyes recibe faltas, reales o imaginarias, y se deja caer y mira al árbitro con cara de decir ha sido amarilla, haga algo, oiga. Y si no la sacan Reyes se queda sentado, abre los brazos, se sube las medias, gira la cara de medio lado, mira al árbitro y saca su famosa sonrisilla, la Sonrisilla Reyes©; con toda probabilidad, le sacan entonces amarilla, por sonrisitas. Y es que Reyes no ha caído aún en que es un tipo que cae mal. Puede enfadarse con el mundo, puede considerar que es injusto o puede tomar nota e intentar hacer algo por evitarlo porque la realidad es la que es. Ya hemos visto que Reyes, en varias ocasiones, reclama una falta y cuando no se la pitan se para, abre los brazos, refunfuña y le da igual que el equipo sufra por su inactividad transitoria dando la impresión de que, para Reyes, el equipo siempre es secundario a Reyes. Ayer mismo Reyes, en un buen partido y con una amarilla, tiró una patadita a un rival que le hubiera supuesto la expulsión. Dicho esto Reyes jugó bien, al César lo que es del César, y esperemos que así siga.

El Atleti perdió un partido que quizás no debiera haber perdido, visto lo visto. Pero lo perdió, así son las cosas, y el objetivo de principio de temporada, que era acabar tercero, parece totalmente imposible cuando aún quedan muchos partidos. Además, el equipo puede caer en la tentación de pensar que la Liga no importa, que la temporada está salvada gracias a una final de Copa contra un equipo que casi seguro que jugará Champions, con lo que la entrada en Europa League por la gatera podrá maquillar muchas cosas. Y si es así, Dios nos pille confesados en Liga. Primero, por el riesgo de meternos en problemas. Segundo, por el riesgo de bochorno continuado. Y no sabemos si Quique tiene capacidad para evitarlo, visto lo visto, qué quieren que yo les diga.

viernes, 19 de febrero de 2010

Notas sobre un partido que aclara muchas cosas

El Atleti empató un partido que debió ganar y se complicó la vida en la Europa League. Además, mostró un equipo corto y pocas alternativas desde el banquillo. Pero lo peor fue que perdió un portero por lesión y otro por ansiedad y, de paso, la oportunidad de gestionar mejor el mal momento de un jugador que se puede convertir en clave de aquí a final de temporada.

1. El partido


¿Jugó bien el Atleti? No. ¿Jugó mal el Atleti? No. ¿Jugó bien el rival? No. ¿Jugó mal el rival? Más bien sí, por decir algo, porque muy buenos no son. ¿Ganó el Atleti? No.

- Pero hombre, si no jugó mal y sí lo hizo el rival, ¿cómo es que no ganó el Atleti?
- Pues eso digo yo, oiga, eso digo yo.

La conclusión más sencilla es la misma que en tantos otros partidos. Para ganar, el Atleti necesita jugar como mínimo medio bien pero, sobre todo, estar muy concentrado. Los errores son demasiado comunes y frecuentes en el equipo, por lo que con frecuencia un resultado positivo se convierte en adverso por un lance puntual.

Contra el Galatasaray el Atleti no jugó mal, pero tampoco lo hizo demasiado bien. Controló el primer tiempo y no pasó apuros hasta que se fue Forlán. Forlán, en un momento de forma y juego bastante penoso, dejó su puesto a Jurado y el equipo fue a peor; saquen Vds conclusiones sobre la aportación del, a la sazón, jugador con más minutos del equipo. La presencia en el campo de Jurado comienza a ser preocupante, porque con él el equipo ya no es que juegue con diez sino que lo hace con nueve o con ocho y medio por las lagunas que deja en su zona y el sobreesfuerzo que exige a los compañeros. Aún así, siempre sale y la razón no la entienden ni los mentalistas más competentes.

2. El equipo


El Atleti jugó con el esquema de siempre y casi con los jugadores de siempre: salvo Valera y Raúl García en lugar de Tiago (que no puede jugar la competición), no hubo cambios cuando quizás hubiera sido una buena ocasión para dar minutos a otros jugadores. El equipo es el mismo juegue cuando juegue, no hay rotaciones, no hay alternativas y no hay cambios tácticos. Hay lo que ya sabemos: el equipo es limitado y únicamente puede competir a cierto nivel cuando están todos los titulares, cuando juegan bien y además están concentrados. No sabemos si por simple regla de alternancia o si por desidia, desinterés o falta de recursos, el equipo no es capaz de mantener la concentración dos partidos seguidos, ni siquiera 90 minutos seguidos en la mayoría de los casos. Si el partido del Barça mostró el camino, el partido del Galatasaray nos recordó que nos habíamos dejado las llaves en la gasolinera y que tendremos que volver a por ellas.

Que la plantilla es corta es algo por todos sabido. Que las convocatorias y cambios de Quique están contribuyendo a acortarla, también. Es significativo que de lateral izquierdo juegue un central diestro cuando hay al menos otros tres jugadores en el banquillo que pueden jugar en ese puesto y además sea de los mejores. Es significativo que el primer cambio sea siempre Jurado, jugador que no sólo no suma sino que a menudo resta. Es significativo que no ayer no hubiera delanteros en el banquillo, salvo el mencionado Jurado (que no es delantero ni centrocampista, ni chicha ni limoná) y Salvio, recién llegado y recién recuperado que nunca jugó con el equipo.

Raúl García jugó en el centro del campo por Salvio; no lo hizo mal y tampoco destacó. Tiene uno la sensación de que Raúl García corre tres kilómetros más que el resto, pero que le sobran uno y medio. Raúl tapa al que sube por la izquierda, sigue el pase hacia el centro y termina en la banda contraria con la lengua fuera. Quizás sea por afán defensivo, por sentido de equipo o por disciplina, pero Raúl corre a veces demasiado, tiene que volver al sitio, sale desfondado de las recuperaciones de balón. Compararle con Tiago es inevitable, y si Raúl tuviera la colocación de Tiago quizás aportaría lo mismo, aliviaría lo mismo a Assunção, no terminaría reventado y podría aprovechar su físico y su llegada en los últimos veinte minutos del partido, que es cuando está con la lengua fuera. Raúl, Tiago y Assunção están llamados a cubrir dos puestos, tendrán todos minutos porque todos tendrán amarillas; esto debería aliviar a Raúl García, que es un buen jugador, de la presión y la ansiedad que se le intuye y que no le beneficia nada.

Delante, lo de las últimas jornadas. Forlán está como ausente, quizás agotado, quizás algo desmotivado. Falla controles fáciles, busca el balón donde no debe y no lucha los balones como hacía antes o como sigue haciendo su pareja de ataque. Aún así, su salida del campo ayer coincidió con la pérdida de la iniciativa del equipo y supuso una bocanada de aire para el rival. Además no tiene sustituto natural y el riesgo de que llegue justito a los partidos clave del final de liga no debería ignorarse. Aún así lleva 10 goles, pero uno se pregunta qué le pasa...

3. El entrenador


Quique sigue apostando por un sólo once, quizás un doce o más bien un once y medio si sumamos a Jurado. La plantilla es corta, sí, pero Quique ha eliminado con sus convocatorias cualquier posibilidad de afrontar la lesión de ciertos jugadores con garantías. Perea es fijo en el centro de la defensa, Juanito y Pablo están defenestrados. Ujfalusi juega de lateral por los dos lados jueves y domingos, sólo Valera entra en los equipos últimamente y Pernía y Cabrera no cuentan. Si tenemos la desgracia de tener un par de lesiones en mal momento (algo posible dada la carga de partidos, especialmente delante), tendrán que jugarse las habichuelas jugadores que no han tenido minutos desde hace meses o jóvenes del filial sin experiencia. La defensa, limitada, es cada vez más limitada. El equipo, limitado, es cada vez más limitado. Si pasa algo, que esperemos que no, podríamos llegar a la final de Copa con tres o cuatro jugadores titulares que sumen cinco horas de fútbol en todo el año. No es buen negocio.

4. Los porteros


Se lesionó De Gea y nos asustamos todos. Se asustó también Asenjo y salió al campo con cara de decir ay Dios mío. El público, en un gesto bonito, coreó su nombre como diciendo tranquilo, chaval, ahora lo que hay que hacer es jugar bien y empezar a recuperarse. Pero Asenjo seguía asustado y tras una salida tragicómica en el primer balón que llegó al área, dudó en otra salida clara y el Galatasaray empató. Asenjo, lamentablemente para él y para todos, echó por tierra todo el esfuerzo anterior y la posibilidad de jugar cómodos en Turquía.

Asenjo vino al Atleti con vitola de porterazo joven con mucha proyección, y a alguno ya le extrañó que trajeran un portero con el mismo perfil del portero del filial. Se fueron los porteros con experiencia y llegaron los jóvenes, huérfanos de compañeros de vestuario que les orientaran en entrenamientos y en vísperas de partido. Empezó bien Asenjo la temporada pero tardó muy poquito en dilapidar su crédito. Salió De Gea en su lugar y, a pesar de algún fallo gordo y algún otro gordísimo, transmitió una seguridad que Asenjo nunca consiguió dar. Quiqué señaló a Asenjo poco después de que Santi Denia señalara a Asenjo y Asenjo desapareció del mapa. Asenjo tuvo ayer una ocasión de dar un puñetazo en la mesa y se ahogó un poco más en las arenas movedizas de la portería del Calderón, un estadio en el que parece no jugar cómodo, no disfrutar, no querer estar. El partido de ayer dejó un mal resultado y una malísima noticia: la lesión muscular de De Gea y la lesión emocional de Asenjo, ya casi crónica por recurrente y de muy difícil solución, por lo que se intuye.

En la portería contraria, Leo Franco paró bien y sacó balones peligrosos. Hay quien opina que pudo hacer más en el gol de Reyes, hay quien opina que fue un golazo imparable. Sea como fuere Leo volvió al Calderón, un estadio en el que hizo buenos y malos partidos del que se fue llorando como le habría ocurrido a cualquier aficionado que sienta el Atleti como suyo. Para la memoria, sus siempre amables y admirativas palabras para su teórico rival Coupet, un portero que pasó poco tiempo en Madrid pero que dejó el extraño buen recuerdo que dejan los buenos tipos con los que sólo se coincide un momento que no se olvida con facilidad.

5. El público


El público ovacionó a Asenjo en su salida al campo y todos nos sentimos orgullosos de ello. Lamentablemente, luego silbó cada una de sus intervenciones. Si había algo que Asenjo no necesitaba en ese momento eran silbidos, si había algo que el Atleti no necesitaba en ese momento era un portero nervioso.

En los últimos tiempos el público del Calderón ha tomado la desafortunada costumbre de silbar a los jugadores más débiles durante los partidos. Se ha silbado a Asenjo tras una pifia en una eliminatoria de UEFA, se ha silbado a Cléber de salida, se ha silbado a Perea cuando la ha pifiado y se ha silbado, como poco, a Mariano Pernía. Uno no recuerda pitadas semejantes a Seitaridis salvo que su falta de vergüenza hiciera daño en la retina, ni broncas a Maniche, Reyes o Jurado en partidos en los que uno habría pedido para ellos un puesto en una galera. Por alguna razón la grada - o parte de ella, que siempre tendemos a pensar que la grada es una, vive en un piso y tiene problemas de cadera - ha optado por ridiculizar a los jugadores que son blanco fácil durante los partidos y ha dejado pasar ocasiones de reclamar al colectivo entero una mayor entrega.

Uno no recuerda una bronca de salida desde hace mucho tiempo, aunque el equipo viniera de perder con el colista y amargarnos la semana; uno no recuerda una bronca monumental al acabar el encuentro, que la música demasiado alta y la prisa por no coger atasco son más importantes que la trayectoria del equipo. Uno no recuerda, por supuesto, una pañolada en condiciones con el palco o el responsable técnico como objetivo, pero sí pitidos durante el partido a jugadores que lo están haciendo mal pero que intentan hacerlo bien.

Es importante que la grada exija, pero también que piense en el equipo del que orgullosamente reclama formar parte. Que la propia grada contribuya a desquiciar al portero propio que posiblemente jugará los dos próximos partidos del equipo no dice mucho del sentido de la oportunidad de la hinchada. Que la propia grada muestre un respeto nulo por jugadores limitados pero honrados y que nunca se acuerde de aquellos que, sin ser honrados ni trabajadores y sí muy limitados, los fichan, dice poco del sentido de club y de la voluntad de procesar la información de la hinchada. Si la afición del Atleti quiere tener el papel que reclama, debe valorar con inteligencia qué efecto tienen sus reacciones en los jugadores que, nos guste o no, defienden ahora nuestra camiseta. Si cargamos con todas las consecuencias, carguemos contra todos. Si sólo cargamos contra algunos, seamos listos. Si nosotros mismos ahogamos a los nuestros cuando necesitan un apoyo, si no castigamos a los que se ríen de nosotros y encumbramos a los que sí se rieron tras dos partidos buenos, si no somos capaces de distinguir cuándo hay que apretar y cuando hay que soltar ni estamos dispuestos a estar tres minutos más tras el final del partido para darle a la plantilla el premio o el castigo que proceda, tendremos pocos argumentos para pedir a los jugadores el compromiso que exigimos. Y, así, es más difícil.

lunes, 15 de febrero de 2010

De equipos antiguos y presidentes recientes

Jugó el Atleti un partido con una actitud de otra época ante un rival que por primera vez en mucho tiempo jugó mal y a la alegría general le cayó una mancha de petróleo en forma de chiste presidencial.

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Llegó Irlanda a Francia con ganas de decir aquí estoy yo y voy de verde, sí, qué pasa y se volvió a Dublín peinadita a raya y sin saber muy bien si había jugado contra Francia o contra Francia y otro equipo más, así, arrejuntados. Pasaron los franceses por encima de los irlandeses durante todo el partido y en todas las fases, al principio y al final, en la línea y en la delantera y hasta en el autobús que les llevaba al estadio por entre las calles parisinas. Únicamente pudieron los de verde darle la vuelta al asunto muy al final de la primera parte, cuando estuvieron a cinco metros de la línea de ensayo francesa durante varios minutos, pero Francia defendió con rabia y calma a la vez e Irlanda no pudo saltar el muro azul desde el que vociferaba Harinordoquy. Francia se llevó el partido con merecimiento y autoridad, y desde entonces se entona en los pubs de la fervorosa y católica Irlanda la siguiente coplilla:

Los galos aparecieron
Y nos molieron a palos
Que Dios ayuda a los malos
Cuando son más que los buenos

Tras su exhibición Francia se perfila como favorita, vistas las estrecheces de los ingleses en Roma y que el partido contra los de la rosa se jugará en París. Irlanda, además, visita Londres y la imagen dada contra los franceses alimentará la confianza rival. Sólo los galeses, desde Cardiff, parecen capacitados para quitarle alguna pluma al gallo. Y con los galeses, ya lo saben Vds, uno recomienda no andarse con tonterías.
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Llegó la afición al campo en tropel y abrigada como si fuera a robar vacas, consciente tras años de resfriados de lunes y narices heladas de domingo por la noche de que el relente del Calderón, cuando se pone, no entiende de plumíferos ni goretexes ni nada por el estilo. Llenó la afición los bares y bebía tercios de cerveza con manoplas, apartándose la bufanda de la boca para que no se le llenaran los labios de pelusas, dejando al contacto con el aire el mínimo posible de piel. Bebía la afición a sorbitos y entre la masa colchonera se veía alguna bufanda del Barça, algún gorro del Barça y hasta algún papá con bufanda rojiblanca llevando de la mano a un niño vestido de Iniesta. El Atleti - Barça es para el que suscribe uno de los partidos más bonitos del año y no sólo porque el resultado muchas veces nos favorezca ni porque el Barça suela traer jugadores de esos que merecerían ser ovacionados en todos los campos de España nada más que por aparecer y por habernos alegrado el verano con la Eurocopa, sino porque entre la gente del Atleti se ve a gente del rival con toda naturalidad, sin que nada ocurra, sin que haya malos modos ni faltas de respeto. Que llegue un equipazo como el Barça y que uno pueda charlar de fútbol con los aficionados rivales sin miedo a que le mencionen a la madre es algo que debería ser normal pero por desgracia es cada vez más excepcional. Que se guarde un minuto de silencio por un madridista de pro sin que uno pase bochornos también. Ayer, al menos, fue lo que pasó; toda una buena noticia.

Entró la afición al campo y primero que le llamó la atención fue la fugaz presencia de Indy. Indy tiene como fea costumbre abochornar a la afición con su rictus idiotizado y su torpe saludar a niños y ancianos cuando menos falta hace, pero en ciertos partidos ni aparece, como Jurado. Ayer, día de frío en el que aquél que habita en Indy sería el único que estaría cómodo bajo capas y capas de peluche prácticamente no se le vio. Son muchas las teorías que baraja la hinchada sobre las ausencias de Indy. Hay quien dice que modera sus apariciones por voluntad propia y para no encasillarse en su papel, por tener Indy vocación artística y reclamar una oportunidad como galán en obras de teatro clásico. Hay también quien dice que Indy es en realidad un activo sindicalista, líder del Sindicato de Mascotas, que presiona con su ausencia para conseguir un convenio digno que libre a sus miembros, entre otras cosas, de arrastrar colas y llevar disfraces de manga larga en verano. Hay quien apunta que Indy no aparece en citas de relumbrón, sobre todo cuando con el equipo contrario viajan jugadores serios y competentes a los que la presencia en el campo de una mofeta emplumada puede molestar y de hecho ya ha habido quejas. Pero hay entre todas una teoría que cobra adeptos y convence a aquellos que reflexionan sobre la misma. La teoría abunda sobre la coincidencia entre las ausencias de Indy del terreno de juego y la presencia de Gonzalo Miró en el palco desde el inicio del encuentro. Los partidarios de esta escuela de pensamiento, cada vez más numerosos, lanzan al aire una serie de preguntas que aquí reproducimos para que cada cual saque su conclusión. ¿Ha visto alguien a Gonzalo Miró e Indy coincidiendo en el mismo acto o estancia? ¿Por qué Indy no aparece en partidos de Champions, en los que los canapés son más copiosos y delicados? ¿A qué se dedica profesionalmente Gonzalo Miró, qué fuente de ingresos le permite llevar una vida llena de viajes trasatlánticos en compañía de estrellas de la canción ligera? En este blog no tenemos una postura firme al respecto, ya lo avisamos; allá cada cual, eso sí, con sus reflexiones.

Se acomodó como pudo la afición entre abonados de siempre y visitantes ocasionales y aquellos a los que le tocaron varios señores gordos alrededor se alegraban en lo más hondo de su enfriado ser. El aficionado gordo es poco apreciado como vecino de localidad en los días en que aprieta la calor y en los vuelos transoceánicos en categoría turista, pero en los días de mal tiempo protege del viento, eleva la temperatura ambiente y actúa de aislante térmico. Cuando acaba el partido y el aficionado gordo se despide amablemente de los vecinos de localidad y se va a casa a cenar sopa y acelgas, queda el aficionado hasta entonces protegido de los elementos como huérfano, desvalido, abandonado a su suerte al frío de la noche, sin muro en el que apoyarse ni cobijo bajo el que refugiarse de las inclemencias. Si el aficionado gordo no es uno sino que son tres o cuatro y se sitúan en torno a un enclenque afortunado, se produce un efecto similar al que consiguen los pingüinos macho cuando protegen con sus cuerpos a las crías de los temporales árticos. A los aficionados sobrados de kilos, parapeto de niños y garantes de la comodidad de la afición aterida, va auto-dedicada esta crónica.
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Salió el Atleti al campo y vio al Barça vestido de amarillo con poco aspecto de Barça, anda, mira, si es el Barça, mirá cómo van vestidos. Salió al Barça al campo y vio al Atleti vestido de Atleti pero vio algo raro. Vio que entre los jugadores del Atleti abundaban las melenas y los bigotes, que es algo que ya no se lleva, y vio también que los pantalones azules eran más cortos de lo acostumbrado y que la camiseta rojiblanca, la de siempre, no era de modernísimo tejido técnico sino de algodón con el cuello redondo, sin publicidad y sólo con el escudo. Miró entonces el Barça el detalle final de la indumentaria y entendió todo: las medias que llevaba el Atleti eran de tejido rojo grueso y tenían la vuelta blanca. El Barça entendió entonces que del vestuario había salido el Atleti de siempre y no el sucedáneo que le sustituye con demasiada frecuencia en partidos que no quedarán en el recuerdo. Porque ayer salió el Atleti que mordía en el centro del campo, que defendía con contundencia y agresividad y que llegaba al área rival en tres toques de tres jugadores de calidad, destrozando planteamientos tácticos, superioridades teóricas y cuentos de la lechera. Entendió el Barça lo que pasaba, tragó saliva Guardiola dentro de su abriguito y un músculo de Keita, viendo lo que se veía venir, decidió tirarse en marcha y no jugar el partido.

Salió el Barça con una defensa hecha de retales de la que todo el mundo hablaba mientras que el aficionado rojiblanco pensaba, qué cosas, en cuántos de esos retales le vendrían bien al equipo. Las defensas estaban en el punto de mira de los aficionados, en un caso por las circunstancias y en otro por el añito que llevan. En el Barça Puyol hizo de nuevo un partido asombroso, siempre rápido y siempre colocando a Jeffren, interior con vocación de extremo y recién estrenado en el primer equipo, que jugó bien en su debut a pesar de que, según las fases, le tocaba lidiar con Agüero, Simão o el Reyes de anoche, ahí es nada. El Atleti atacó por su banda y aprovechó menos de lo que uno esperaba su tarjeta; sí aprovechó el Atleti cuando la defensa rival se acercaba al centro del campo y en dos o tres contras subió del césped a las gradas el familiar aroma del contraataque.

Por su parte, la defensa del Atleti hizo lo que no se esperaba: un partidazo. Falló De Gea en el primer balón que tuvo, pero lejos de aterrorizarse y dudar siguió jugando con esa tranquilidad y ese don de transmitir calma al equipo que tiene el chaval. De Gea para sin complicarse, hace fácil paradas difíciles y no sólo transmite tranquilidad al equipo sino que siembra entre la delantera rival la duda y la ansiedad, frustra a los delanteros desbaratando sin aparente esfuerzo tiros de mérito.

Estuvo a la altura de la situación Antonio López y Ujfalusi jugó serio y se sumó al ataque con intención y peligro. Jugó Perea uno de sus mejores partidos de los últimos tiempos a pesar de tener que pelearse con Ibrahimovic, empresa parecida a intentar mover a empujones una marquesina del autobús. Siempre atento al corte y agresivo sin hacer locuras, se impuso en casi todos los duelos individuales y quitó las ganas a la delantera rival de andarse con tontunas. Mejor aún, si cabe, estuvo Domínguez. Domínguez se ha hecho el capo de la defensa y tira la línea y da voces y lo único que hace, en realidad, es algo tan simple como hacer bien su trabajo. Domínguez está siempre atento y concentrado, está en el partido y no piensa en nada que no sea su enorme responsabilidad. Mete el cuerpo y es fiable de cabeza, persigue a su par en el centro del campo si es necesario y si se tercia entra con todo para tapar con su cuerpo un remate. Ayer, quizás por tener enfrente a Puyol y mirarse en ese espejo, volvió a hacer que la gente se preguntara alegre cómo es posible que un chaval de la cantera se haya hecho tan imprescindible en tan pocos partidos.

Pero ayer la verdadera noticia estuvo en el centro del campo. Llamó la atención que el centro del campo del Barça no funcionara. Por primera vez en mucho tiempo ayer se vio al Barça jugando mal, incómodo, infiel a sí mismo. También por primera vez en mucho tiempo se vio a Xavi fallar una, dos y hasta tres veces, una de ellas con resultado de gol en contra. Falló Xavi y la noticia corrió como la pólvora. Pararon las rotativas de varios diarios del hemisferio sur, se interrumpieron boletines de noticias en todo el mundo, bajaron las bolsas y en la estación espacial se suspendieron los paseos por fuera de la nave y el bingo con bola volante. Falló Xavi y la gente decía no puede ser, ha fallado Xavi, esto cómo es, que diga algo el Presidente del Gobierno, que diga algo Obama, que diga algo el Papa, que diga algo Christopher Walken. Falló Xavi y además se fue antes de tiempo y lesionado, algo que no gusta que le pase a uno de los mejores jugadores que uno ha visto en un terreno de juego.

Por el lado contrario, que no es el contrario sino el nuestro, también saltó la noticia. La noticia no fue que Simão jugara bien y marcase un golazo de falta, que eso ya ha pasado demasiadas veces como para que ahora nos sorprendamos. Simão trabajó y trabajó y, aún así, pareció el más entero del Atleti al final del segundo tiempo y alguno echó de menos que jugara más balones al final, para matar el partido. Tampoco fue noticia el partidazo de Assunção, porque tampoco es el primero. Assunção cubrió muchísimo campo y recuperó balones, en especial en el primer tiempo, asfixiando la zona donde piensa el Barcelona. Rompió a veces la línea con aires de segundo centro irlandés y aportó las dosis necesarias de agresividad y despliegue físico que el partido requería. Sólo un rato tras el segundo gol retrasó más su posición, lo que hizo al Atleti perder parte del control y la iniciativa, pero firmó un partido asombroso una vez más. Le ayudó, y esto cada vez viene siendo menos noticia, Tiago, San Tiago para el ingenioso portadista del Forza Atleti, rápido como el rayo cuando se trata de hacer arriesgados juegos de palabras. Tiago aporta pausa y presencia al centro del campo, manda a los compañeros, abre los brazos pidiendo ayuda y movimientos sincrónicos, cubre donde Assunção no llega y aprieta cuando Assunção cubre. Tiago se ha hecho con el puesto y la parcela y Raúl García puede o bien verle como un competidor o bien como un espejo en el que mirarse; esperemos que pase lo segundo y tengamos tres buenos jugadores para dos puestos claves.

La noticia tampoco estuvo en el trote cansino de Forlán, en apariencia desfondado, ni en la pelea y el talento de Agüero, increíble a la hora de guardar el balón, peligrosísimo en todo el partido salvo cuando, qué cosas, se quedó solo ante Valdés y falló un pase fácil. Tampoco en la fugaz aparición de Jurado, incapaz una vez más de desplegar su teórico fútbol de luz y de colo-o-O-or, de luz y de colo-o-O-or. La noticia, qué cosas, estuvo en el partido de Reyes. Reyes hizo un primer tiempo excelente, el mejor desde que llegó al Calderón, con una jugada para el recuerdo que acabó en gol de Forlán y varios cambios de juego y recuperaciones de balones que ayudaron a que fuera el Atleti y no el rival el que mandase en el partido. Reyes hizo un buen partido y se fue ovacionado, y con esta actuación ve reducida a setenta y siete el número de buenos partidos que le quedan por hacer para empatar en el casillero con la afición colchonera en Trofeo de la Paciencia y recuperar así el 100% del respeto. Esperemos ver más veces al Reyes de ayer, esperemos no ver más al Reyes de tantas veces.
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El Atleti jugó bien y ganó al Barça, líder invicto hasta ayer. Hasta ahí nada que no debiera ser normal: un equipo que pierde en casa de un equipo fuerte. La prensa, eso sí, dará rápidamente la vuelta al tema y ahora lo único que importa es lo bien que le viene lo ocurrido al otro equipo grande de la capital, ya saben Vds cómo funciona esto. Antes del cualquier partido contra el Barça la prensa ya se ocupa de alimentar el debate sobre qué prefiere del equipo la afición colchonera, si hacer lo que debe y ganar o bien perder vergonzosamente a cambio de hacer la puñeta a los irritantes vecinos del norte. El mismo debate imbécil contribuyó a que, hace unos años, un jugador histórico, tras encajar un 0-6 en casa y escuchar que hubo a quien no le dolió, se hartase de escuchar tonterías y decidiera irse a un sitio donde la histeria colectiva fuera mejor gestionada.

Hasta ahora el aficionado cabal pensaba que ésta no era sino una triquiñuela más de esos periodistas falderos que hacen lo posible por vender unos pocos periódicos más y así ganarse una palmadita en el hombro de su jefe. Pensaba que era cosa de esos personajes con aspecto de haber sufrido mucho en los recreos del colegio y de haber visto cómo le quitaban muchas meriendas en el instituto que, aprovechando la notoriedad que dan los medios, se vengaban de su suerte e intentaban recuperar la autoestima perdida en las clases de gimnasia haciendo chistecitos a costa de un equipo maltratado con su propia complicidad. Pensaba uno que era únicamente cosa de aficionados del otro equipo grande de la capital, y no de todos, no. No de aficionados de esos de loden y bigotito y abono de número bajo que sufren y se alegran por su equipo y que, aunque vivan en el más profundo de los errores, al menos merecen el mínimo de respeto necesario para no mirar a otro lado cuando lanzan la conversación. No. Uno pensaba que era cosa de los otros, de los mayoritarios, de aficionados de esos que ni siguen al equipo ni entienden de qué va esto pero que se creen con derecho a hacer chuflas porque lo han visto en la tele, que piensan que por ser del equipo del que hablan a todas horas en todas las televisiones uno es parte de una tribu superior, pobres bobos, los peores de todos.

Pero resulta que no. Resulta que ayer, ante las cámaras de la televisión, ante toda España y parte del resto del universo conocido, el propio presidente (con minúsculas) del Club se atrevió a hacer un chiste similar, un chiste de los que uno atribuye no ya al que no tiene ni idea de lo que es el Atleti, sino incluso de lo que es el otro equipo grande de la capital y el fútbol mismo. Una vez más, empujado por el afán de ser gracioso que le llevó a posar con una camiseta del rival más odiado, el propio presidente de un club centenario fue el que avergonzó a los suyos. Una vez más, y ya van demasiadas, nos preguntamos qué hemos hecho nosotros para merecer esto, por qué nosotros y no otros, por qué nadie cercano le dice al menos que guarde para su esfera privada los comentarios que a todos nos abochornan cuando se hacen en público. Demasiadas veces ya, demasiadas.


viernes, 12 de febrero de 2010

Parábola del feliz hallazgo

Jugó el Atleti un partido serio con aires a ratos de sainete y, qué cosas pasan, resulta que puede ganar un título por primera vez en diez años.

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De entre las múltiples y numerosas características que distinguen a la raza humana de cualquier otra especie animal y, si me apuran, vegetal, hay varias que destacan de manera notable: el gusto por el jersey de pico, la invención de la butaca y el uso de los dedos de la mano para empuñar el sacacorchos. Pero incluso por encima de estos tres magnos hitos hay algo más, algo sublime, algo que se ha convertido en el motor de la civilización y de la humanidad: el Progreso.

El Progreso, así con mayúsculas, ha convertido un simple mono lampiño en el rey de la creación, en el señor de tierras, mares y cielos, en el sumo hacedor material, capaz de cambiar la faz de la Tierra a su antojo y de recalificar el terreno rústico en urbanizable sólo con un par de papeles y un maletín. Los científicos han advertido un afán progresista ya desde la época de las cavernas y han descubierto entre huesos fosilizados y puntas de lanza pruebas de que el hombre, de manera inconsciente y sin poderlo remediar, ha buscado desde la noche de los tiempos la manera de avanzar, de mejorar, de conquistar, de conseguir nuevas metas.

Un grupo de paleontólogos de prestigio, reunidos en la cafetería del colegio de antropólogos cerca de la mesa que suelen ocupar un grupo de psicólogos aficionados al tute, ha debatido en varias ocasiones sobre la naturaleza de esta pulsión innata para esclarecer si es algo consciente o inconsciente, algo inducido o natural, un fruto de la inspiración, de la mente o del instinto. Tras muchísimas tardes de debate y muchísimos gráficos y muchísimas pruebas, la conclusión a la que llegaron los científicos no dejaba lugar a dudas. La clave para la pulsión progresista no estaba en una glándula corporal, ni en un halo divino ni en el funcionamiento anormal de una zona del cerebro. Tampoco en un destino escrito en el universo, en un designio divino o en el azar azaroso. Los estudios demuestran que la verdadera razón, el verdadero motor de la humanidad es una simple combinación de términos, seis palabras que, unidas de una determinada manera y pronunciadas en un contexto determinado, desencadenan en el humano una furia conquistadora, un afán de superación y una querencia al desafío fuera de lo común. Se trata, como no podía ser de otra manera, de la expresión "A que no hay cojones de" o, en su acrónimo de frecuente uso científico, AQNHCD - acompañado, claro está, de las palabras que procedan en cada caso.

Esta soez y tabernaria expresión, tan poco esperable entre los correctísimos textos que pueblan esta casa, está detrás de muchos de los logros del ser humano. AQNHCD, mencionada a altas horas de la madrugada en una taberna de Trujillo acabó con la conquista de México y la caída del imperio azteca; la misma frase, pronunciada en un oscuro pub de Sheffield, Inglaterra, desencadenó la conquista de la India; cuentan que Mallory la usó justo antes de comenzar a planear la expedición que terminaría con la conquista del Everest y que hizo lo propio el naufrago hambriento que se atrevió a comerse por primera vez en la historia una gamba, ese gran hombre. También las grandes mujeres de la humanidad, por curioso que parezca, han hecho uso de esta expresión masculinizante para lanzar un desafío a la historia: AQNHCD dijo Madame Curie a su resignado esposo antes de ponerse a experimentar con los isótopos radiactivos que encontró en una caja de galletas; AQNHCD dijo también cierta señora gordita andaluza antes de mezclar y machacar algunos ingredientes nunca antes combinados, creando con su proeza el gazpacho para alegría de las generaciones posteriores.

La expresión, dicen los científicos, multiplica su poder vigorizante cuando se usa a partir de ciertas horas de la noche en ambigús ambientados y cuando se hace hincapié en el sonido jota de su palabra más larga, alcanzando su máxima expresión cuando se antepone a la mágica fórmula la palabra "Quillo", seguido de una coma.

El resto ya lo saben Vds.
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Llegó el Atleti a Santander tras haber ganado y empatado con el equipo local y aquello parecía la llegada de Moriarty al cumpleaños del pequeño de los Holmes. La afición local, animada por la irresponsable prensa necesitada de portadas y ventas de periódicos, recibía al Atleti con una mezcla de rabia, odio y ganas de venganza que uno no se explica con facilidad. No recuerda uno una rivalidad tradicional e histórica con el Racing, no recuerda uno afrentas más allá de los pitidos a Torres en un partido contra Canadá en el Sardinero, una más de estas cosas que tiene el tener a Caín como Santo Patrón y sobre las que no hay ni que comentar nada de puro ridículas que son. Pero un mal arbitraje en el partido de ida y un mal arbitraje en el partido de liga, ambos con lances perjudiciales para el Racing, convirtieron por arte de birli birloque una semifinal de Copa en un ajuste de cuentas entre dos maras rivales. Venid aquí, que os esperamos, veréis cuando estéis aquí cómo os ponemos de palos hasta la coronilla; este era el mensaje que transmitía la prensa sobre el ambiente que esperaría al Atleti allí, y a juzgar por lo que cuentan algún despistado se lo creyó y asumió como suya la cruzada de la prensa. Que vengan, que venga, a por ellos, viva el espíritu de Corocotta, que no sabemos bien quién es y tiene un nombre que le deja a uno así como dudando entre hacer un chiste demasiado fácil o plegarse a la decencia y quedarse calladito. Que vengan, que los nuestros os coserán a patadas, verás cómo Munitis, que está enfadadísimo siempre, os da lo vuestro y lo de otro, que es chiquitillo pero está cuadrao y es muy mal encarao, sin letra d ni nada. Cinco cero os vamos a meter, cinco cero, y si no pues ojalá bajéis a Segunda y ojalá perdáis todo y ojalá hiele a la vuelta en coche y os deis un susto y paréis en un bar de carretera con el baño estropeado y en el que no quede café ni tortilla ni nada, sólo bollería industrial de esa que va en celofán y fanta naranja, jajajaja, toma maldición gitana.

La sorprendente deriva que tomaron los acontecimientos tuvo un curioso efecto colateral: la reacción-reflejo de una parte de la afición del Atleti. Parte de la afición del Atleti, que antes a estas cosas le daba la importancia que tenía, entró al trapo y al cuerpo a cuerpo. ¿Cómo que cinco cero? ¡A por ellos! ¡¡Muera Corocotta, viva la anchoa de L'Escala, no al sobao!! Infames, sinvergüenzas, marditos roeores, veréis como vayamos para allá, nos vamos a comer al toro Sultán empanado y con guarnición. Burros, sinvergüenzas, que tenéis casino y playa y unos bares estupendos, jajaja, pobrecitos, decía parte de la afición del Atleti mientras subía al autobús lleno de gente en silencio. Parte de la afición del Atleti se enfadó muchísimo y juró odio eterno a la afición de Santander y esperó al final del partido para dar grandes cortes de manga y desear que se secaran las marismas de Santoña. Parte de la afición del Atleti, la que lo pasa estupendamente los veranos en el pueblo y presume cuando vuelve con unos tomates que le da su abuelo y dice que en Madrid ya no sabemos lo que es un tomate con sabor a tomate, se burlaba de la afición de Santander, quizás por no ser de la capital, quizás por no tener la ciudad atascada por las obras y los controles policiales y el tránsito de coches oficiales, quizás por tener una ciudad preciosa con playa y monte y prados a la que si uno pudiera se iría de vez en cuando a pasar el fin de semana.

Parte de la afición del Atleti hacía esto y mientras, la otra parte, miraba atónita el espectáculo, decía que no con la cabeza, se acordaba de cuando las rivalidades tenían una razón deportiva suficiente y honorable y no se basaban en si la prensa debía o no vender noticias, se bajaba del autobús lleno y se planteaba irse a vivir a una ciudad con mar y casino.
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Salió el Atleti al césped del Sardinero con cara de ir a hacer un partido serio, dar un puñetazo en la mesa y dejar claro que Vd no sabe con quién está hablando, oiga. Salió el Atleti con un equipo algo raro, con Valera de centrocampista y Reyes, Jurado y Agüero por delante del resto, que eran los que uno esperaba. No salió Raúl García de inicio, como uno esperaba, sino que optó Quique por un equipo de teórico toque, filigrana y control en los tres cuartos. Salió así el Atleti vestido de fino estilista del ring, de boxeador bailarín dispuesto a noquear a Corocotta y su cachiporra, moviéndose como una mariposa y picando como una avispa, con cara de saber lo que tenía que hacer y de estar convencido de que es mejor ser rápido desenfundando un revolver ligero que llevar un bazooka que no hay quien mueva.

A pesar de salir convencido de su apuesta, en dos minutos se le quitó al Atleti el gesto de Paul Newman y se le puso el de Cassen. Valera, ese tipo sin demasiada suerte, se metió un golazo en propia meta a la mínima que pudo y la grada rugió tras el remate de Cocorotta. No es nuevo hablar de la sensación de desorientación que transmite Valera, a menudo presto a correr en dirección contraria tras un despeje de cabeza o de lanzar en contraataque en dirección al banquillo rival. Valera quiso despejar y se metió un golazo en su portería, forzando a De Gea a poner la cara de la rana Gustavo cuando miraba a cámara sin entender nada. Pero el Atleti es así, qué esperaban Vds, a ver si creen que iba a hacer algo lógico, hombre, no. Menos mal que cinco minutos después el Racing se marcó un gol en propia meta cuyo autor no se acertó a ver con claridad hasta que no hubo varias repeticiones.

El partido tuvo entonces poca historia. No sufrió el Atleti, por más que lo parezca por el marcador, gracias a que en el centro del campo Assunçao y sobre todo Tiago se hicieron con el manual de instrucciones. El juego que va enseñando Tiago es una buena noticia para el Atleti y una muy mala para Raúl García quien, en gran parte por sus propios deméritos, va perdiendo sitio y razones para recuperarlo. Jugó bien Agüero, como viene siendo habitual, y Jurado hizo alguna cosa de mérito, en especial en la jugada de su gol de rematito de exterior, fiel exponente de su fútbol, a mitad de camino entre la sutilidad vistosa y el empalago inútil de la cerámica de Lladró. Jurado, al chiquillo lo que es suyo, va enseñando algunas cosas tras cien partiditos de nada y ayer marcó un buen gol; eso sí, si a alguien se le ocurre hablar de la final de Copa como aquella a la que llegamos gracias a Jurado debería llevarse un paraguazo.

El partido dejó un único lunar: el final. A pesar de la sorprendente noticia de que Quique, esta vez sí, acertó en los cambios, el final de partido dejó en la afición la sensación que deja el último pimiento de Padrón cuando resulta ser el picante. El Atleti demostró una vez más que, sin estar concentrado al 100%, es carne de vapuleo. De Gea falló con estrépito en un balón que parecía fácil, concediendo un gol que no valía para nada pero que escoció a la afición. Pensando bien, puede que fuera positivo encajarlo: si De Gea tiene que cometer cinco fallos al año, es bueno que ese, sin consecuencias, fuera uno. Quizás sea bueno que De Gea aprenda que nunca hay que despistarse ni confiarse, quizás haya una lección que sacar del sainete de los cinco últimos minutos.
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El Atleti está en la final de la Copa tras diez años, tienen opción de ganar un título tras diez años y la afición se prepara para vivir el día más bonito del año diez años después. Uno de los peores Atletis de los últimos años ha hecho más bien poco y ha llegado a una final de Copa que nadie esperaba, qué cosas pasan. El Atleti ha jugado este año la Copa vestido con esa chaqueta que hace muchísimo tiempo que no se ponía y ha encontrado doblado en el fondo de un bolsillo un billetazo de quinientos euros. Quizás no haya hecho mucho para merecerlo pero quizás podría haber tirado la chaqueta con el billete dentro; tuvo la suerte de coger la percha adecuada y ahora tiene fondos para invitar a los amigotes a una comilona en un día inolvidable. Tuvo suerte, sí, quizás de haber tenido otros rivales habría caído en cuartos, sí. Pero así son las cosas, tuvo suerte el Atleti o simplemente las cosas son así, a veces uno mete la mano en el bolsillo y hay una miga de pan y un clip deformado y otras veces está ese juego de llaves que se daba por perdido o un billetazo morado. Sea como fuere el Atleti ha dado con un tesorito y ahora toca disfrutarlo.

Toca de rival el Sevilla, un buen equipo con varias finales jugadas en los últimos años con el que el Atleti, dice la prensa, debe tenérselas tiesas. El Atleti actual, en retroceso respecto a los tiempos que antes eran normales y ahora nos parecen tan lejanos, va encontrando rivales nuevos según baja en el escalafón. La prensa y la afición neófita ve rivalidades encarnizadas en equipos que antes suponían un equipo a respetar, sin ir mucho más allá. El Sevilla es un buen ejemplo de ello, y ni su afición, excesiva en muchos casos, ni la afición del Atleti, poco mesurada casi siempre, han ayudado para evitar que un enfrentamiento bonito se convierta en un partido a cara de perro. Quiera uno o no, el aficionado de a pie se espera una final con ambiente feo y faltas de respeto; qué pena más grande.

El Atleti tiene ahora que pensar en la Liga y seguir sumando puntos para evitar situaciones absurdas vividas en el pasado. Para empezar hay que pensar en ganar al Barcelona por muchas tontunas que cuente la prensa sobre lo que quiere la afición del Atleti en el partido del domingo. Y hay que pensar en la Europa League, quizás una buena ocasión para que el equipo coja experiencia europea, Asenjo recupere la confianza, Ibrahima juegue minutos y Raúl vuelva a ser Raúl. Pero queda sobre todo la final de Copa, la oportunidad de ganar un título ante un equipo complicadísimo y de recuperar la fe en nosotros mismos. La oportunidad de llenar de nuevo la calle y llegar a casa ronco y sin un duro en el bolsillo. Hace un par de meses la consecución de un título parecía una broma, una quimera, el fruto de un rebote o de una conjunción astral. Ahora, sea por lo que sea, la posibilidad está ahí y hay que ir a por ella con todo.

Y, como Vds saben, no es tan difícil. Basta con que algún jugador con galones, tras un par de cervezas, diga al resto del equipo:

- Gente... ¿a que no hay cojones de ganar la Copa del Rey?


lunes, 8 de febrero de 2010

Sobre ese equipo que juega tres competiciones pero aún no se ha enterado

Jugó el Atleti un domingo pensando en un jueves y en el jueves anterior como preludio a un día de Mayo que previsiblemente sea un miércoles, sin darse cuenta de que los domingos se juegan cosas muy importantes que no se solucionan de un día para otro.
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Jugaba primero Irlanda, vigente campeón y equipo del que suscribe, y lo hacía en casa contra Italia. Italia, la sexta nación por obra y gracia del poderoso caballero, solía jugar al balón prisionero en el recreo con Rumanía, España y Portugal pero desde hace unos años alterna con los mayores del instituto. Italia, normalmente convidada de piedra, va mejorando y planta cara a ciertos rivales gracias a algunos argentinos de pasado calabrés, a algunos neozelandeses amantes de los gnocchi y a la progresión más que palpable de los suyos. Aún con el mérito que tiene que los italianos se la jueguen contra las potencias del V Naciones, su mejoría no fue suficiente para hacer sombra a Irlanda, quien ganó cómoda su primer partido. Irlanda y su generación de oro, la que parecía que pasaría a la historia por no ganar nada pese a su calidad, vuelve a ser favorita y esto les puede extrañar. Parecía que el Grand Slam del año pasado sería la excusa para que algunos de sus históricos (O'Connel, O'Gara, O'Driscoll) se relajaran un poco y pensaran en sestear en Benidorm una vez hechos los deberes históricos. Pero Irlanda ha dejado claro en los test matches de este año que han aprendido de los triunfos, que están cómodos en su papel de ganadores y que siguen con ganas de baile y de repetir título. Dos grandes problemas tienen, eso sí, en forma de salidas a París y Londres, la primera el sábado que viene a las 17.30, al parecer justo después del España - Rusia que se jugará en el Central de la Complutense (a confirmar).


Jugó luego Inglaterra contra Gales en un partido que conmemoraba el centenario de Twikenham. El partido debería haber sido obligatorio para el gremio de diseñadores de camisetas deportivas, a quien el que suscribe habría concentrado en pleno, agrupados todos en un gran cine con un señor con un palo largo apuntando a las camisetas inglesas en la pantalla. Miren, miren, no es tan difícil hacer una camiseta preciosa, déjense de tramas, déjense de cuellos raros, déjense de rayos cruzapechos y mangas de otros colores, déjense de camisetas lilas y déjense de zarandajas: miren, miren, una camiseta blanca pero poco blanca, con cuello y una rosa en el pecho. Hasta el patrocinador ha entendido que su logo no haría más que ensuciar el momento y lo ha dejado de color paliducho, que es más mono. En fin. Ganó Inglaterra la mar de bien vestida y lo hizo con holgura en el marcador, que no en el campo. 30-17 ganó Inglaterra, pero no con la comodidad que los fríos números sugieren. Inglaterra ganó porque Wilkinson no falla y porque los galeses sí fallaron. Falló Stephen Jones un pase que asesinó la remontada, pero estas cosas pasan y estos fallos, duros de encajar, forman parte del juego. El problema fue que antes falló Alun Wyn Jones con una patada a la rodilla de un rival que ni Vinnie Jones, oiga. Sin Bin para el infractor, Gales con uno menos e Inglaterra que aprovechaba la situación para pasar del 3-3 as 20-3. 17 puntos le costó a Gales una acción absurda que, según el culpable ha reconocido, le tiene sin poder pegar ojo desde el sábado. Algo es algo.

Jugó Francia en Escocia y ganó, y lo hizo bien. Francia enseñó un equipo con algunos elementos de esos que se llaman de rugby moderno, ese en el que los centros pesan lo que los piliers, los terceras corren como los alas y los alas miden lo que los segundas. Entre todos destaca Bastareaud, un centro con hechuras de delantero, cierto aire a un amigo de Peter Griffin y afición a echar las culpas a otros cuando se cae borracho por los hoteles. Dos veces ensayó Bastareaud y otras tantas quedó en evidencia la línea escocesa, frecuentemente descolocada y con menos efectivos cuando se trataba de defender a los franceses. Francia jugó cómoda, casi siempre en terreno rival, y Escocia se mostró impotente para imponerse en delantera, imprecisa y poco suelta en el juego a la mano, casi inédito, dejando dudas en cuanto a sus posibilidades este año. Escocia juega en Italia este año y de ese partido quizás dependa que aumente su menaje de cocina. Esperemos que no.

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Iba el Atleti a Santander tras hacer uno de los mejores partidos del año, que además le permitía pensar que la Copa puede ser una forma de maquillar las carencias de la plantilla y la institución; son estas cosas que tienen los sorteos: en un año en el que se merece el equipo más bien poco, quizás esté más cerca que nunca en los últimos años de disputar un título. El Atleti ganó al Racing 4-0 el jueves pasado y le pudo meter algún otro y no debió marcarle uno de penalti, que no fue. El Atleti, equipo al que no entiende ni el más experimentado de sus seguidores viejos ni el más sagaz de sus seguidores nuevos ni el más clarividente de los científicos, mentalistas, quiromantes, druidas, espiritistas, programadores en cobol o peritos industriales que inundan las gradas del Calderón, puede meterse en la final de copa tras eliminar a un Segunda B, dos Segundas y un Primera de la honrada clase media. Si además el rival es un equipo de Champions, como parece, se meterá en lo que era la Copa de la UEFA por la gatera y aprovechando que el dueño de la casa ha salido un momentito a sacar la basura. El fútbol tiene estas cosas y esta vez son bienvenidas dado que el equipo tiene necesidad urgente no ya de un título, sino de darle una alegría a la gente. Y la gente del Atleti, con la que está cayendo, no necesita únicamente un título de relumbrón sino que necesita una razón para tomar aliento, que no es poco: un día de final de Copa del Rey.

El día de la final de la Copa del Rey, que era algo de lo que disfrutábamos antes con relativa frecuencia, es el día más bonito del año cuando lo juega tu equipo. Ese día uno se ve con los amigos de siempre y con los que hace tiempo que no ve, se va en coche o en tren o en autobús a una ciudad lejos de Madrid o si es en Madrid se va desde primera hora a un barrio que no es el suyo a hacer un censo de tabernas y tascas. Ese día uno lleva la bufanda que le regaló su madre y la camiseta de rayas rojiblancas que compró aquel día. Lleva también los calzoncillos talismán, los calcetines de la suerte, los zapatos que del día del doblete, la gorra que intercambió en un viaje a Anfield, el reloj parado con propiedades milagrosas que llevaba a los exámenes, el paraguas que siempre lleva consigo a los toros para que no llueva, la bicicleta con la que ganó a su primo por primera vez, la pamela que llevó su abuela en la boda de la vecina que pensaron que se quedaría siempre soltera por ser muy alta y tener la voz de pito, el estandarte de la banda de tambores y cornetas de la Pontificia y Real Hermandad de Nazarenos del Santísimo Cristo del Calvario y Nuestra Señora de la Presentación - de la que es bombo mayor -, un pelo del peine de Ayala que compró en un anticuario, dos cromos de Arteche para los bolsillos de la camisa, una foto oficial plastificada de la plantilla del año de la final de Copa de Europa, un calendario con el escudo del Atleti de la prestigiosa empresa Desatrancos Medina, un perro ratonero-bodeguero con super poderes y camiseta de Torres y un burro porta equipaje con camiseta del Pato Sosa, una carraca que llevaba su abuelo al Metropolitano, las gafas de ver que llevaba su padre el día que pronunció la famosa frase "menudo gol acaba de meter el Vieri ese", el pomo de la puerta del vestuario del campo de O'Donnell, un cuadro que representa a los doce apóstoles con la cara de los titulares del equipo del Doblete más Antic en tamaño natural y, naturalmente, un paquetito de kleenex, un plano de la ciudad anfitriona, el número de los taxis locales grabado en el móvil y dos juegos de llaves del coche, por si se pierden unas tras los abrazos del primer gol. La final de Copa es así, es el día más alegre del año y por tanto la afición lo espera como agua de Mayo y los dedos cruzados para que el equipo no haga eso tan suyo de pifiarla en mal momento.
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Salió el Atleti al Sardinero y le recibieron de uñas y a voces. El fútbol tiene estas cosas, ya saben, y como la afición del Racing consideraba, y con razón, que en el partido de ida de Copa el árbitro estuvo mal, le montó un lío al Atleti ya de salida. Estas cosas, que ya vemos naturales, no dejan de ser sorprendentes, tan sorprendentes como que ante la Casa de Cantabria de Madrid, sita cerca del Retiro, se manifestara el viajero recién llegado al que la Guardia Civil multó con 300 Euros y dos puntos del carnet a su paso por Entrambasaguas, Cillórigo de Liébana, Piélagos, Colsa o Correpoco, estos dos últimos pueblos vecinos y bendición del aficionado al chiste fácil. Pero así es el fútbol, oiga, y ya a nadie le extraña que se use cualquier motivo para enfadarse una barbaridad con el visitante y proferir insultos graves, amenazas de muerte y desafíos en la calle así, en público; total, todo el mundo sabe que luego estos señores tan enfadados en cuanto el árbitro pita el final cierran el paraguas, recogen la almohadilla y se van a su casa, le dan un beso a su esposa, cenan una tortilla francesa y una pera y se van a la cama hasta el día después para seguir con su respetable vida, y aquí paz y después gloria.

Salió el Atleti con tres centrocampistas y la afición entera sacaba pecho y respiraba hondo y decía, já, a buenas horas, a mi Quique me lee el pensamiento o quizás algo más, vamos, si esto llevaba yo tiempo diciéndolo, este tío no tiene ni idea y menos mal que me ha hecho caso. Hizo Quique lo que casi cualquiera veía como lógico, al menos para hacer pruebas, y salió en efecto Assunção con Tiago y con Raúl García en el centro, con Simão, Jurado y Forlán más adelante. Salió eso sí con un trivote que resultó no serlo, con Raúl García de interior, menos centrado de lo esperado tanto en lo geométrico como en lo deportivo. Quique optó por cambiar de esquema de una vez y abandonar los postulados aguirristas, o más bien adoptando la solución que Aguirre utilizó con éxito en varios partidos a costa de que le pusieran fama de cobardica y mediocre. Quique dejó en el banquillo a Agüero, que a día de hoy es como dejar en el banquillo a cuatro o cinco del resto de jugadores, e insistió con Jurado y Perea.

Volvió a jugar Jurado arropado atrás y en lo que viene siendo su famosa posición natural. La famosa posición natural de Jurado viene siendo ya comparable a la probada eficacia de los fondos de Madoff o al secuestro de Bartolín: un timo. Jurado, que, qué cosas, ayer jugó un poco menos mal que otras veces, aporta al equipo aproximadamente lo mismo que Indy y, aún así, es titular indiscutible, es el jugador que más minutos lleva jugados este año y goza del privilegio de cambiar todo el esquema del equipo con tal de tener cabida. Jurado, que piensa sobre todo en él cuando recibe el balón, tiene la suerte o el misterioso ascendente de contar con prebendas que a otros se les niegan. Esto no es probablemente culpa suya, y Jurado se limita a intentar aprovechar, sin éxito, las continuas oportunidades que se le ofrecen gracias a partidos insustanciales en los que dos controles de exterior que acaban en fuera de banda, un regate con eléctrico movimiento de tobillo que termina en contraataque rival y un par de apariciones frente al tiro de cámara a duras penas compensan su poca aportación defensiva y sus famosas pérdidas de balón, las pérdidas de balón naturales de Jurado. Por qué sigue Jurado siendo titular y teniendo tantos minutos puede explicarse por su sorprendente predicamento entre la prensa, porque Quique haya visto algo que el resto de mortales no alcanzamos a entender o porque no hay más cera de la que arde y Jurado, con sus limitaciones y su juego desesperante, es un recurso necesario en una plantilla con hechuras de rape: fea, mal hecha, con cabeza desproporcionada, cuerpo chato y cola enclenque.

En el centro del campo jugaron Assunção, indiscutible a día de hoy, y Tiago. Tiago ha llegado hace poco y se ha hecho un hueco sin demasiada dificultad, algo que dice poco de sus rivales de puesto. Tiago ha sido hasta ahora una buena noticia y una mejora sobre lo que había. Tiago se enseña, intenta cosas nuevas, se tira al suelo a rebañar balones y recuperarlos, va bien de cabeza y llega al área rival. Grita, manda, coloca a los compañeros, se mete en fregados cuando los rivales están pesaditos; ayer fue especialmente necesario su papel de mediador autoritario viendo las malas pulgas que gasta Munitis, enfadado con el mundo no sabemos si por medir menos de lo que le gustaría, por tener menos pelo de lo que le gustaría o tener apellido de inflamación articular en vez de apellidarse Giráldez, Avellaneda o Fanjul, que es lo que de verdad le gustaría. Tiago también se juega las amarillas y hasta un penalti que, de no ser por el felino salto del nuevo ídolo del mundo entero, Canales, el árbitro pita seguro. Tiago apunta buenas maneras aunque aún le falta demostrar que puede imprimirle al centro del campo su impronta, que no estaría de más.

El tercer elemento de la línea media fue Raúl García. Parecía que el Atleti salía con un trivote pero Raúl García jugó casi de interior, aparentemente con órdenes de subir la banda o al menos de no acercarse mucho al centro para no estorbar a los otros dos. Raúl estuvo como acostumbra en lo relativo al despliegue físico y la disciplina táctica: bien. No obstante, se le notó incómodo hasta la desesperación jugando pegado a la cal, miedoso y especialmente torpe en sus combinaciones con Ujfalusi, con quien falló varios pases cortos consecutivos para desesperación de sus defensores. En un partido en el que el Racing adelantó la defensa, algunos esperábamos ver al Raúl de pase largo de Valladolid y nos quedamos con la sensación de haber visto al Raúl al que tan difícil es defender a veces.

El último nombre propio del partido no es De Gea, a pesar de haber hecho otro buen partido, con intervenciones de mérito y poco que hacer en el gol. También hizo una salida algo suicida frente a Tchité en la que se debió llevar una roja poco evitable, todo sea dicho, pero continúa pesando más la tranquilidad que transmite a defensa y grada y su buena colocación y facilidad para blocar balones lejanos que sus fallos puntuales. Tampoco es Forlán, quien volvió a jugar así de manera medianeja pero lleva a lo tonto 9 goles en liga incluyendo el que metió ayer con suspense incorporado, lance en el que terminó enredado en la red como si fuera un atún. No será Simão, autor de un excelente pase al primer toque en el gol del Atleti, ni será Domínguez, de quien decir que estuvo bien ya no es noticia. El último nombre propio, una vez más, otra vez por lo mismo, es Perea.

Perea alterna este año sus tradicionales cortes a la carrera con pifias históricas, controles dignos de un ánade bisojo con intervenciones providenciales. Perea, a quien se silba en el Calderón como viene siendo ya costumbre, fue ayer Perea al 100%; primero empañó un buen partido con un fallo garrafal que dejó el gol en bandeja a Colsa, entonado por cierto toda la noche; luego salvó un gol cantado gracias a un sprint olímpico y un toquecito sutil que mandó el balón al palo. Perea, en esta temporada tan irregular y con tan graves consecuencias para el equipo, es indiscutible para el entrenador. Y además lo es como central, apartando al lateral derecho al jugador que parece más indicado para hacer pareja con Domínguez. El por qué ocurre esto es algo que el entrenador, y no Perea, debería explicar; sería demasiado pedir a Perea que le dijera al entrenador hombre, Míster, no me saque a mi, saque a Mengano que es mejor que yo; además a mi la gente me chilla y me molesta oírlo, como a Seitaridis, mejor saque al argentino este calvo que es un pedazo de pan y no se mete con nadie ni se queja nunca, oiga. Perea, además, ha hecho gala de humildad y buen fondo en un par de entrevistas en la prensa en la que se ha mostrado sincero, ha asumido sus errores, ha reconocido sus limitaciones y no ha echado la culpa a nadie más que a él con una hombría poco común en estos tiempos de fútbol, casi inédita desde la rueda de prensa de Molina tras la pifia ante Noruega; esto, como bien saben los sufridos lectores de estos bloques de hormigón, a uno le llega mucho. Porque uno piensa que los malos jugadores, cuando hacen todo lo que pueden y se dejan la piel, merecen al menos el respeto de la grada y que la bronca sea para aquél que les saca al campo a lidiar con los elementos a sabiendas de que, en caso de pifia, la naturaleza del jugador le llevará a sufrir la situación en silencio sin señalar con el dedo a otros. Y uno piensa también que el que no merece el respeto es quien hace sólo lo que le gusta cuando le apetece, el que piensa en él y no en el resto, el que es inmune al sufrimiento de la grada porque su único interés es el cheque de fin de mes y el que señala presto al vecino, al empedrado, a la conjunción astral o a un error en el calendario zaragozano para evitar la crítica y reconocer el error propio. Pero esto, ya saben Vds, no es común ya en la grada del Manzanares, qué pena más grande, oigan.

El Atleti se juega el jueves llegar a la final de Copa y, con ello, la posibilidad de ganar un título y de entrar en Europa incluso si se hace mal en liga. El Atleti ha jugado en Copa como debería hacerlo el Atleti, aunque sólo cuando la ocasión lo ha requerido: en la vuelta contra el Recre, en la vuelta contra el Celta, en la ida contra el Racing. El Atleti, cosas que tiene este equipo, da la sensación de conformarse con hacerlo bien en Copa, dejando a un lado la Liga. Los domingos el Atleti es tristón y descafeinado, juega sin gas como la casera agitada. Cree que la Liga no es lo suyo, cree que con la Copa basta. No cierra los partidos, piensa en el jueves que viene, no piensa en los poquitos puntos que tiene ni en que el abismo se abre bajo sus pies a unos pocos metros de distancia. Parece convivir sin bochorno con el hecho de estar en la mitad de abajo de la tabla, cree que la vida termina en la Copa. Quizás sea algo pasajero, quizás quiera asegurarse la posibilidad de disputarse un título a un partido, la única forma en que parece que sea capaz de conseguirlo. Quizás tenga claro que, una vez llegado a la final, la vida vuelve a la normalidad y que hay que jugar cada partido con la importancia que tiene. Quizás sea eso, quizás. Eso esperamos.

lunes, 1 de febrero de 2010

El Atleti visto desde la India

Por Jesús Doggy, sentado en el sitio de un gafotas.


Brahma, creador del Universo y de todas las cosas conocidas, incluidos espantos y maravillas, sería, según la florida y vistosa mitología hindú, el artífice de la existencia del Club Atlético de Madrid. Para muchos de nosotros, simples mortales occidentales, el Club Atlético de Madrid lo fundaron en abril de 1903 un grupo de señores con unos mostachos muy pintones y apellidos raros, como Gondra, de Hacha, Astoreca, Zarraoa, Alaiza o Lazúrtegui. Pero nosotros, simples mortales occidentales, nos equivocábamos. Nosotros, simples mortales occidentales, llegamos a pensar que aquel club de fútbol que fundaron hace 107 años en Madrid unos burgueses vizcaínos, rebotados por el innoble comportamiento de los jugadores y los seguidores de un equipo llamado Madrid F.C. que no asumieron de buen grado la derrota ante el Athletic de Bilbao en la Final de la Copa del Alfonso XIII, encarnaba unos valores que nos permitirían trascender, siquiera durante 90 minutos a la semana, nuestras miserables vidas marcadas por la inevitabilidad de la muerte. Pero, ya digo que nosotros, simples mortales occidentales, nos equivocábamos de medio a medio. Y nos seguimos equivocando.

Porque llega un domingo cualquiera, en este caso hablamos del domingo 31 de enero de 2010, y a nosotros, simples mortales occidentales, no sólo se nos ocurre ir al estadio Vicente Calderón -ese al que siguen acudiendo a millares los que gustan del fútbol emoción, aunque rara vez asistan a algo que se parezca lejanamente a un espectáculo balompédico y aunque rarísimas veces se sientan ni lejanamente emocionados por ello- sino que incluso nos permitimos la alegría de convencer a nuestra señora para que nos acompañe. A mi señora, en concreto, el fútbol le da igual, le importa bien poco, aunque no llega a desagradarle. A mi señora el fútbol ni fú, ni fá. Lo ve, probablemente, como un entretenimiento bobo, como una tonta manía de las muchas que acumulo. Y, sin embargo, demostrando un luminoso sentimiento superior que todo lo trasciende, mi señora acude gustosa, cogida de mi brazo y con una bufanda rojiblanca al cuello, al estadio Vicente Calderón en una tarde noche fría y ventosa, la de ayer, domingo 31 de enero de 2010, que a lo que verdaderamente invitaba era al recogimiento en el sillón. “Anda, ¡qué pequeño es el campo! Por la tele parece más grande”.

He de decir, aunque a ustedes, simples mortales occidentales les pueda extrañar, que yo conocí a mi señora gracias a Brahma, quien, como todos ustedes, simples mortales occidentales, saben desde hoy fue el creador del Club Atlético de Madrid. A Brahma, de todas sus creaciones, lo que más le gustó fueron las señoras. Debemos entender que Brahma había estado muy ocioso y solitario antes de crear el universo conocido y eso, en cierto modo, disculpa la desmedida afición que la omnipotente deidad sintió por Shatrupa, la Primera Mujer. Ver a Shatrupa y volverse Brahma tarumba fue todo uno. La buena de Shatrupa, abrumada por la incesante y poco piadosa energía que desprendía el colosal cuerpo de Brahma, echaba una carrerita hacía allí, otra carrerita hacia allá y otra más hacia acullá, tratando de escapar a las divinas miradas de un Brahma que, a los ojos de un simple mortal occidental, pareciera trasmutado en salido gañán español. Tanto se giraba Brahma, excitado como sólo un Dios puede estarlo, y tan enloquecido se hallaba al contemplar a Shatrupa que con cada carrerita de la inocente muchacha a la todopoderosa deidad le crecía una nueva cabeza, con objeto de no perder nunca de vista aquellas formas tan extraordinariamente atractivas. Desde entonces, Brahma tuvo cinco cabezas, una mirando a cada uno de los cuatro puntos cardinales hacia los que trataba de escapar la virtuosa Shatrupa y la quinta elevando la mirada hacia el cielo. Pero Brahma pecó de soberbia creyéndose omnipotente tras haber creado el Universo conocido y, con él, el Club Atlético de Madrid y fue castigado. Y ustedes se preguntarán, ¿cómo podría Brahma ser castigado si acababa de crear el Universo? Es lo bueno de las mitologías, que añaden subtramas y nuevos e impactantes personajes de improviso. Brahma no estaba solo, no. Antes de crear el Universo compartía el primordial magma sin tiempo ni espacio con otras dos deidades, a saber, Shiva y Vishnu. Los tres juntos conformaban el Trimurti, la trinidad que indica Creación, Preservación y Destrucción. ¿Recuerdan ahora aquello de que Dios es Uno y Trino? En fin, que a Shiva, Dios de la Intoxicación y sagrado Destructor de todo lo creado para que todo pueda seguir creándose, le molestaron mucho los aires que se daba Brahma y le dio una lección: le cortó la quinta cabeza, la que miraba hacia las alturas, y no contento con eso, prohibió para siempre el culto a Brahma en toda la India. Sólo hay una excepción, un templo junto al lago de Pushkar, en la norteña región del Rajastán, en el que un buen día mi señora oró, rogándole a Brahma la dicha conocer a un hombre digno de compartir ese luminoso sentimiento superior que todo lo trasciende. Los caminos de Brahma son inescrutables. ¡Ha Ri Om!

Casi dos años después de semejante acontecimiento, ayer, domingo 31 de enero de 2010, se encontraba mi señora, con una bonita bufanda rojiblanca y bien pertrechada contra el maligno relente del río, sentada en la grada de lateral del estadio Vicente Calderón a punto de asistir en directo por vez primera a un partido del Atlético de Madrid.

Podría yo ahora contarles a ustedes, simples mortales occidentales, lo que ocurrió en el vigésimo encuentro de Liga de la temporada 2009-2010 que ganó el Málaga en el estadio Vicente Calderón por dos goles a cero, pero, sinceramente, ¿para qué? Podría decirles que a los tres minutos de juego, tras ser presionado por la atenta mirada de un indigno bulto gordinflón y cada día más ridículamente sospechoso llamado José Manuel Jurado, un señor del Málaga corrió la banda derecha superando a un antiguo jugador del Atlético de Madrid llamado Antonio López y centró sin oposición al segundo palo para que otro señor, este portugués y conocido como Duda, inaugurara el marcador. Podría contarles que el Atlético de Madrid tardó 35 minutos en disparar a puerta y que cuando lo hizo dio una curiosa mezcla entre asco, pena, vergüenza y desesperación. Un tal Diego Forlán, que en la previa se despachaba en una entrevista en la prensa argentina diciendo que 2010 es un año maravilloso porque hay Mundial y juega Uruguay, recibió un balón perfecto, en la frontal del área, sin oposición y, sin pararlo siquiera, se limitó a chutarlo bombeadito por el centro de la portería para que el portero del Málaga lo atajase con comodidad. Podría contarles que ese tal Diego Forlán se quitó el balón de encima, como se ha quitado todo asomo de responsabilidad como jugador del equipo, pese a gozar de un contrato de 5 millones de euros brutos al año y pese a sacar pecho en las ruedas de prensa diciendo majaderías insultantes sobre “equipos grandes” y “trayectorias”. Y eso que tiene razón el tal Diego Forlán, el Atlético de Madrid, creado por la divina energía de Brahma, no es un equipo grande, es un club grande por los triunfos y títulos logrados en su centenaria historia convertido ahora en un equipo mediocre. Tan mediocre como el palmarés del tal Diego Forlán, por cierto, que sólo ha ganado títulos como tercer reserva en un equipo inglés grande del que salió porque su entrenador, señor Ferguson, lo consideraba “inepto para el juego colectivo”.

Podría explicarles que fue titular en el Atlético de Madrid un negro espigado y luchador, que llegó a España en patera, y que fue el único que mostró garra y decencia futbolística en una primera parte que excedió lo sonrojante. Podría también señalar que, como premio a semejante atrevimiento, Ibrahima, fue sustituido en el descanso por Sergio Agüero, probablemente el único jugador a día de hoy que puede vestir la elástica del Atlético de Madrid sin que se nos caiga la cara de vergüenza a los que hemos visto a Fernando Torres, a Leivinha o a Kiko Narváez jugando al fútbol en el estadio Vicente Calderón. Podría intentar explicarles como Luis Amaranto Perea, ya en la segunda mitad, volvía a brillar en uno de sus lances favoritos, el innecesario despeje de cabeza blando al centro del área, que culminó un señor del Málaga llamado Javi López para sentenciar el partido. Podría decirles que cuando no está en el campo Assunção el Atlético de Madrid parece un chiste y que, si además, juega los 90 minutos un indigno gordinflón de nombre José Manuel Jurado, el Atlético de Madrid parece un chiste de mal gusto. Una risión. Una mamarrachada. Una morralla. Podría, en fin, comentarles que la afición ya ni siquiera protesta, hasta tal punto que no se hace necesario subir el volumen de la megafonía para acallarla... Hasta ese punto hemos llegado.

Pero, fíjense, en vez de abundar en esas cosas que ustedes, simples mortales occidentales, de sobra conocen, les diré que en esta ocasión no me fui del campo triste, contrito y maldiciendo, como casi siempre, sino que encaré el Paseo de los Melancólicos con una sonrisa en el rostro, sintiendo cogida de mi brazo a mi señora, que portaba al cuello una bufanda del Atlético de Madrid. Acaramelados llegamos hasta el Metro de Pirámides y allí, en el solitario andén, le conté tardes gloriosas de un equipo que derrochaba coraje y corazón, le conté como, emocionado, vi crecer a un Niño que era la plasmación sobre el terreno de juego de un absurdo sentimiento hoy extinguido. Por eso, ahora, para despedirme de ustedes, simples mortales occidentales, me encomiendo a Ganesha, el hijo con cabeza de elefante que tuvo Shiva con la bella Parvati, encargado de conducir a las huestes celestiales y de eliminar de nuestro camino todo obstáculo material y espiritual. Porque yo siempre he creído que Ganesha, deidad de la buena fortuna, tiene que ser del Atleti. Me queda eso o nada.